El prestamista es una película de Sidney Lumet que me causa una impresión considerable. Creo que se trata de una de las mejores películas de Lumet, presentada con una poderosísima actuación de Rod Steiger que consigue cautivarme en cualquier plano cuando interpreta a un hombre con un pasado traumático que lo persigue como si fuera un fantasma. Basada en la novela homónima del mismo título de Edward Lewis Wallant, cuenta la historia de Sol Nazerman, un antiguo profesor universitario judío-alemán que dirige una casa de empeño en East Harlem junto con su ayudante de origen puertorriqueño, Jesús Ortiz. En un principio, se muestra como un ser solitario, reservado y que trata a las personas que llegan al establecimiento con cierto cinismo, limitándose solamente a la actividad comercial, familiarizándose con las peculiaridades de cada uno de los clientes que van a empeñar sus bienes, incluyendo ladrones, prostitutas, holgazanes y hasta mafiosos. Sin embargo, una serie de escenas retrospectivas, me permiten reconstruir su trágico pasado cuando la llegada de los nazis la arrebatan la felicidad de estar con su esposa y sus hijos y termina junto a ellos en un campo de concentración en Auschwitz, sufriendo el horror de perder a su familia en las circunstancias más difíciles. No tengo ni siquiera que pensarlo dos veces para darme cuenta de que la interpretación de Steiger es una de sus más orgánicas cuando sutilmente se transforma en ese superviviente del Holocausto atormentado que es prisionero del miedo, del dolor intrínseco, de las emociones reprimidas, de unos recuerdos que le disipan su humanidad. No hay ni una sola escena en que su versatilidad no me resulte convincente con sus dotes expresivos. Lumet ejecuta el estudio del personaje con herramientas estéticas como el primer plano, el picado-contrapicado, el ralentí que magnifica la bonanza, el manejo sutil de la elipsis que reconstruye el rompecabezas, los constantes insertos que amplifican la subjetividad del protagonista afectado, las líneas verticales y horizontales trazadas por el decorado claustrofóbico del interior de la tienda que comunica, en efecto, que todavía se halla encarcelado por el sufrimiento y la alienación. La banda sonora de Quincy Jones (su primera composición para una película) es contagiosa con su selección de Jazz. El espléndido estilo visual de Boris Kaufman captura la belleza urbana de Nueva York de una manera sublime y absorbente, así como la dura condición del protagonista. El final me conmueve tanto que dudo mucho que lo olvide por un tiempo. Es una película fascinante del director neoyorquino.
- Por Yasser Medina
- En septiembre 30, 2020
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- Por Yasser Medina
- En septiembre 28, 2020
- Sin comentario
La adaptación de la novela de Donald Ray Pollock estrenada recientemente en Netflix, es un thriller sórdido con un arranque prometedor, pero la tensión con la que inicia se disipa a mitad de camino.
Desconozco casi a totalidad la obra del escritor estadounidense Donald Ray Pollock, pero la algarabía que se ha desatado recientemente por el estreno en Netflix de la adaptación cinematográfica de su novela homónima, The Devil All the Time, me ha obligado a no caer en el pecado de la ignorancia para buscar aunque sea datos relevantes de su existencia. Y encuentro cosas verdaderamente inspiradoras. Es la típica leyenda del sueño americano conquistado por un hombre que viene de abajo. Nació y creció en localidad de Knockemstiff, Ohio. Debido a las condiciones duras del condado, abandonó los estudios para trabajar como obrero en una fábrica de papel por más de 30 años. En algún punto pensó que no era demasiado tarde y comenzó a escribir. Su colección de relatos cortos, Knockemstiff, sirvió de plataforma para su tesis en la Universidad de Ohio, donde se graduó a la edad de 55 años. La publicación le garantizó notoriedad en el orbe editorial de los best-sellers. Pero el verdadero éxito le llegó en 2011 con The Devil All The Time, ficción por la cual ya lo comparan con otros escritores sureños de la talla de William Faulkner.
Desgraciadamente, por más interesante que me parezca la biografía del autor, no me atrevo a decir lo mismo de la película basada en su novela, El diablo a todas horas, dirigida por Antonio Campos. Por lo que veo es un thriller que tiene un arranque prometedor reflejado, supongo, por un comentario sobre las contradicciones de la fe religiosa y las esquinas más oscuras de la moralidad humana, pero la falta de brío le pasa factura a la narrativa de coral. Presiento de inmediato un pastiche entre el cine de Paul Thomas Anderson y de los hermanos Coen, así como una duración un tanto excesiva que quiere abarcar más de la cuenta abusando de la elipsis y del montaje de tiempos alternativos. Aunque la tolero hasta el epílogo, gracias a ese absorbente estilo visual que captura el período con cierta fidelidad, casi no me impacta la tensión de esos personajes que presenta enfrentándose a una espiral de violencia desatada por las coincidencias en una zona rural de Ohio.
La historia de la película se ambienta, en una especie de prólogo, en los años 50 y describe la vida de varios personajes en una pequeña comunidad de Ohio. La voz en off de un anciano (interpretado por Donald Ray Pollock) narra los hechos. El primero en aparecer es Willard Russell (Bill Skarsgård), un antiguo infante de marina perseguido por el viejo recuerdo de encontrarse, durante la Segunda Guerra Mundial, con el cuerpo del soldado de artillería Miller Jones desollado y crucificado por los japoneses, al cual le pega un tiro para terminar con su sufrimiento. El ritual religioso que atestiguó allí lo persigue por el resto de sus días, incluso años después de la beligerancia. Un día, Willard se casa con Charlotte Russell (Haley Bennett), una mesera que conoce en un restaurante y con la que tiene un primogénito llamado Arvin (Michael Banks Repeta). Juntos se aman y viven en paz en el pueblo de Knockemstiff, Ohio, aunque pronto son testigos de la vileza de algunos de los pueblerinos.
Esto se observa claramente con la introducción de personajes malignos, homicidas, vecinos entrometidos, policías corruptos, fanáticos creyentes que poco a poco se destruyen todo a su alrededor con una brutalidad reproducida por una inmoralidad desmesurada y que, de igual modo, contamina a la familia de Willard a lo largo de varios años. Todos sus actos están sujetos a un enigmático círculo de causalidades que señala la maldad que se gesta en el corazón de las tinieblas y, a la vez, una desgracia que parece ineludible.
Estos secundarios están encabezados por Roy Laferty (Harry Melling), un carismático predicador evangélico que tiene la manía de predicar vertiendo arañas sobre su cabeza para demostrar su fe en Dios y que, un día, pensando que posee la capacidad divina de resucitar a los fallecidos, se lleva a su esposa, Helen Hatton (Mia Wasikowska), a las profundidades de un bosque y la asesina de una puñalada en la garganta; pero al rato se se entera del fatídico error y emprende la huida, dejando a su hija Lenora (Eliza Scanlen). Divagando por la carretera, es recogido Carl (Jason Clarke) y Sandy Henderson (Riley Keough), una pareja de asesinos en serie que andan como Bonnie y Clyde y que, para su desconocimiento, tienen un extraño protocolo que consiste en recoger desconocidos en las autopistas para que tengan relaciones sexuales con Sandy mientras Carl, como un adicto al candaulismo, toma fotografías y luego los ejecuta de forma horrenda.
Por otro lado, la desilusión se apodera de Willard cuando descubre en 1957 que su esposa padece un cáncer terminal, arrodillándose obsesivamente todos los días frente al altar religioso que construyó en la arboleda con el fin de que sus oraciones sean los suficientemente fuertes para que Dios elimine el cáncer de su esposa, llegando inclusive a crucificar al perro de Arvin como sacrificio; aunque todo se derrumba cuando Charlotte muere y, Willard, completamente devastado, se suicida y destruye la inocencia de su hijo Arvin, quien es rescatado por el oficial Lee Bodecker (Sebastian Stan) y termina viviendo como huérfano junto a su abuela y su hermanastra adoptada, Lenora.
Una segunda mitad de la película, situada en 1965, encuadra los dilemas del adulto Arvin (Tom Holland), un joven reservado y temperamental que busca proteger a su familia, en especial a su hermanastra Lenora, de tres bravucones que abusan de ella en la escuela y también de la maquiavélica figura de Teagardin (Robert Pattinson), un pastor que tiene el síndrome de abusar sexualmente de chicas adolescentes y, entre sus víctimas, se halla Lenora, a la cual seduce en los interiores de su carro y la deja embarazada. Cuando el perverso Teagardin ordena a Lenora que aborte, por vergüenza esta se suicida en el granero con una soga en el cuello. El hecho llena de furia a Arvin, quien a través del plano subjetivo, reconoce los actos perversos del cura y decide ir a matarlo personalmente en el interior de la iglesia con la pistola Luger que heredó de su padre, huyendo hacia el norte y convirtiéndose en un fugitivo de la justicia. El destino lo coloca en el mismo trayecto de Carl y Sandy, aunque los tres desconocen los efectos inesperados que suceden cuando todos cargan consigo un revólver.
Desafortunadamente, las motivaciones esos personajes funcionan con un esquema de situaciones triviales que están programadas por la causalidad para puntualizar, con cierta ironía, la manera en que la moralidad y los límites del fanatismo religioso se desintegran indeliberadamente cuando una sociedad se resquebraja a pedazos por el crimen y los intereses más lóbregos que deshumanizan al hombre. La venganza es una catarsis redentora que solo se justifica por el bien común. Son las contrariedades de aquellos que disfrazan la malevolencia más inusitada con algo de bondad.
Ese tratado moral se amplifica en la climática secuencia en la que el protagonista, Arvin, mata a los criminales fugitivos y al policía corrupto que busca vengarse por la misma vía, pero en el espectro opuesto de la ley, cargando el arma de su padre en lugar de un crucifijo, simbolizando, de paso, que la única salvación depende de la fuerza de voluntad de un individuo que no teme a nada para hacer lo correcto. Casi todos los secundarios son pecadores, inmorales despiadados. El hilo conductor se exterioriza en su pena capital. Y Arvin es el único sujeto con sentido de honradez, pues siempre muestra disposición para auxiliar a los suyos más allá de las normas legales y religiosas que vigilan su conducta. Al final se redime soñando en el mañana esperanzador, a pesar de que el color rojo en la cabina del auto de la persona que lo lleva hacia su paradero tiene un significado relacionado al peligro inminente de ser reclutado como un militar en la guerra de Vietnam, condenado a seguir tristemente la misma travesía de su padre.
La estética de Campos me resulta efectiva cuando emplea mecanismos que en todo momento le otorgan autenticidad a la puesta en escena, como el punto de vista, el uso meticuloso del color para representar emociones, los decorados que imprimen fielmente los escenarios de la época, la elipsis que constantemente desplaza las actividades de los personajes en el tiempo, el melodioso y melancólico leitmotiv que suena como una versión modificada de “Fratres” de Pärt, el simbolismo religioso que adorna cada rincón del encuadre. Quizá, el rasgo más notable es el marcado acento sureño que consigue con las voces de cada uno de sus actores, especialmente Holland y Pattinson.
Mi problema con esta película se fundamenta en algo tan simple como la narración. En un principio me causa una impresión significativa que me hace pensar que tiene una buena pinta, pero en el transcurso me incomoda y me aburre la tonta necesidad de que se reitere el redondel de perversidad de esos miserables de Knockemstiff que intentan remediar la desdicha a base de un ímpetu calculado y de unas acciones convencionales carentes de desarrollo (algunos aparecen con justificaciones muy superficiales), cosa que en ocasiones atraviesa terrenos irregulares cuando trata de mezclar el drama, el suspenso y el cine policial a lo largo de dos horas innecesariamente extensas. Lo que observo a veces me produce indiferencia en lugar de impactarme. La atmósfera siniestra y sórdida no es suficiente para dejarme satisfecho. Solo rescato la actuación de Holland como el muchacho conflictivo. Por lo demás, digamos, es cine de coral sin muchas luces.
Streaming en:
Título original: The Devil All the Time
Año: 2020
Duración: 2 hr 18 min
País: Estados Unidos
Director: Antonio Campos
Guion: Antonio Campos, Paulo Campos
Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans
Fotografía: Lol Crawley
Reparto: Robert Pattinson, Tom Holland, Bill Skarsgård, Mia Wasikowska, Jason Clarke, Sebastian Stan, Riley Keough, Haley Bennett,
Calificación: 6/10
Tráiler de la película
- Por Yasser Medina
- En septiembre 25, 2020
- Sin comentario
The Personal History of David Copperfield, la tercera película del director británico Armando Iannucci, me resulta agradable y muy contagiosa actualizando el clásico de Dickens. Para mi gusto, es colorida, divertida, con un personaje principal que me cautiva cuando cuenta su peculiar aventura. Esta nueva adaptación de la popular novela victoriana de Charles Dickens (la segunda de este siglo), se sitúa en el año 1840 y presenta la existencia de David Copperfield, un escritor que narra ante un público la historia personal de su vida, como los momentos idílicos de una infancia feliz en la que vive con su madre Clara y visita a su niñera Peggotty en su casa de bote en Yarmouth, el maltrato que recibe del cruel padrastro Murdstone, el duro trato en la fábrica de botellas que borra su inocencia, la efímera felicidad alojándose en la vivienda de la familia del endeudado Sr. Micawber, la próspera adultez viviendo de su rica tía Betsey Trotwood, los obstáculos que se le presentan para convertirse en autor, en caballero y en esposo. La trama nunca pierde el sentido de sorpresa introduciendo los episodios y los personajes variopintos con los que se junta David, así como los diálogos hilarantes, el ritmo consistente y las escenas memorables que hacen justicia a la raíz literaria. La recreación del período es ambiciosa al igual que el diseño de vestuario. Y la actuación de Dev Patel me parece creíble cuando interpreta al icónico personaje que lucha contra las tragedias mundanas mientras aprende el significado de la bondad, la amistad y el valor de los vínculos familiares. También los secundarios de Tilda Swinton y Peter Capaldi. Lo más notable, supongo, es que Iannucci reduce la crítica social del cuento original para modernizar el comentario sobre las diferencias de clases y la diversidad étnica que predomina en la sociedad británica, algo demasiado evidente por los estereotipos que muestra. Pocas cosas se salen de lugar. Es una película tragicómica y muy entretenida.
Streaming en:
- Por Yasser Medina
- En septiembre 21, 2020
- 4 comentarios
La nueva película de Charlie Kaufman, estrenada en Netflix, revisita sus temas habituales sobre la mente humana.

Con el paso de los años, el cine de Charlie Kaufman me ha hecho pensar que pudo haber sido un gran psicólogo cognitivo o hasta un filósofo especializado en existencialismo. No sé en qué instante lo pensé, pero me da la impresión de que, en cada una de sus películas como guionista y director, le obsesiona la idea de desentrañar los misterios más intrínsecos de la mente humana, reflejado a través de unos personajes solitarios que habitan los espacios metafísicos y surrealistas de una realidad inconsistente que desplaza cualquier lógica, casi como si fueran prisioneros del laberinto de sus propios pensamientos. Es palpable, primero, en la soporífera Synecdoche, New York, que representa su debut como director, en la que presenta la crisis creativa de un director de teatro que lucha por crear la obra definitiva de su carrera. Luego en la irregular Anomalisa, en la que retrata las disyuntivas existenciales de un misántropo egocéntrico que ve a todo el mundo con su rostro. Aunque eso puede sonar atrayente, me temo que sus películas como director son un poco dúctiles. Y creo que solo le queda bien cuando él escribe y otro se encarga de dirigir, como en las fascinantes Cómo ser John Malkovich, Adaptación y Eterno resplandor de una mente sin recuerdo.
El último experimento de Kaufman se ha estrenado en la plataforma de streaming de Netflix y se titula “Pienso en el final”. Es una película en la que Kaufman vuelve a señalar cuestiones filosóficas sobre la soledad, las trampas de la memoria y los dilemas conyugales con cierta originalidad, pero por alguna razón, permanezco impasible ante su rompecabezas narrativo. Su tono es colorido y atmosférico. Muestra a unos personajes retraídos y algo depresivos que ocupan un orbe absurdo y desolado, en el que lidian con el temor de relacionarse y las falsas expectativas causadas por las ilusiones, en algunas escenas impredecibles que, por así decirlo, tienen ricos coloquios culturales, pero que carecen de brío a medida que se revelan sus inquietudes existenciales en la autovía de la incertidumbre. No me siento inmerso en los problemas que proyectan esos protagonistas de Jessie Buckley y Jesse Plemons, y pronto me fastidia verlos discutiendo dentro de los límites de una pesadilla kafkiana que los convierte en marionetas al servicio de la abstracción del juicio.
La película comienza con la voz en off de una joven (Jessie Buckley) que describe lo que ella piensa de la relación que tiene con su prometido, Jake (Jesse Plemons), mientras rememora los interiores de una vivienda y lugares que parece haber visitado con anterioridad. Ella, vestida con un atuendo rojizo, espera en la calle a que Jake la recoja. Un hombre encuadrado en un plano medio de espaldas a la cámara la observa de lejos. La nieve cae suavemente sobre el escenario inhóspito, anunciando la llegada del invierno. Al montarse en el carro, ella contempla la eventualidad de terminar su vínculo con Jake, después estar juntos durante siete semanas, aprovechando que viajan por la autopista para conocer a los padres de Jake en la granja en que viven, aunque no manifiesta las intenciones, quizá para no herir sus sentimientos. Sus monólogos internos enfatizan, no solo su descontento frente al cónyuge inseguro, sino también interrogantes filosóficas que la colocan en un lapso profundo de reflexión sobre la existencia.
A través de las conversaciones que sostienen Jake y Lucy (uno de los tantos nombres que ella tiene) en la cabina del automóvil, me doy cuenta de una aparente falta de conexión que se refleja, supongo, por la incompatibilidad de caracteres que demuestran en las materias que discuten. La mayoría de los temas que comentan tratan sobre asuntos mundanos, como el análisis de Jake del poema Ode: Intimations of Immortality de William Wordsworth, el artículo “Perro de hueso” de Lucia que puntualiza el amargo aislamiento y la presión barométrica de estar anclada a la rutina de un nexo conyugal, los trenes del destino, el peligro de las sensaciones que crecen en el cerebro como un virus, la simbólica escena de las ovejas acorraladas, la anécdota de los gusanos que se comen a los cerdos vivientes en el granero de los progenitores de Jake, las nubes y el frígido clima, el falso optimismo conciliado por el invento de la esperanza. Durante el viaje, así como en ciertos pasajes de la película, la narrativa paralelamente intercala las acciones de ellos con las imágenes de un conserje misterioso que trabaja en una escuela secundaria, aparentemente conectado a la existencia de ambos. Aunque al llegar a la lóbrega casa de los padres, un ligero detonante amplifica la dimensión lyncheana del relato cuando las pláticas se transforman lentamente en un absurdismo que desafía los marcos de su irrealidad, aunque ellos en un principio lo desconocen.
En ese punto, la estructura narrativa de la película atraviesa un territorio reduccionista que desemboca en un minimalismo que tiene la única intención de revelar la enigmática y retorcida existencia de los personajes, bajo una atemporalidad que modifica constantemente el escenario y las acciones extrañas de los secundarios que aparecen cuando Jake y Louisa visitan al padre (David Thewlis) y la madre (Toni Collette). Los anacronismos arrojan las pistas. La atmósfera claustrofóbica es visible cuando ingresan en la residencia, donde se perciben significados diversos en la puerta rasguñada del sótano, las fotografías antiguas que adquieren la imagen de la muchacha, la llamada misteriosa de una voz masculina que busca “responder una pregunta”, y coincidencialmente el uniforme de un conserje en un sótano repleto de paisajes impresionistas firmados por Jake. Todo luce anómalo, ensortijado, pesadillesco. En la mesa, se narran contradicciones cuando Louisa detalla su polimatía. Para Jake es normal; para Ames también, aunque como protagonista, examina los rastros y sospecha que algo no anda bien en la fantasmagórica mansión una vez que, durante de la cena, los papas de Jake envejecen y rejuvenecen asiduamente, en una especie de metamorfosis temporal en la que pasan de ser unos adultos vigorosos a ser unos ancianos decrépitos, como si fuese la normalidad de la regla.
Esta inconsistencia narratológica le permite a Kaufman examinar metáforas etéreas sobre los enigmas de la identidad, las dicotomías de las relaciones de pareja y la culpa que se gesta en los rincones más subrepticios de la mente. Primero se evidencia palpablemente en la escena que el conserje mira una película sobre una pareja, la cual funde a negro con unos falsos créditos que señalan a Robert Zemeckis como director (una clara referencia metaficcional). Pero se ensancha en la segunda mitad, cuando Lucy (Ames, Louisa, Lucia, o como sea que se llame) está tenazmente narrando el pasado y reflexionando sobre el presente para tratar de comprender su propia naturaleza, pero lo desconoce hasta que su compromiso con Jake empieza a intensificarse como la tormenta de nieve que los acecha en medio de la noche más oscura. La discusión que tienen sobre Una mujer bajo la influencia de Cassavetes (en la que coincido totalmente con ella) es la punta del iceberg que se conecta inmediatamente a la fase emocional del noviazgo: ella está harta de soportar la tolerancia del novio pasivo y sutilmente se lo deja saber una y otra vez a lo largo de la tertulia.
Kaufman fragmenta la personalidad de Lucy al cambiar el punto de vista en la climática y larga escena de la escuela que pone a Jake como el verdadero protagonista. Es el giro que, en mi opinión, la otorga coherencia contextual a todo el entramado. Los protagonistas están atrapados en un círculo vicioso. La verdad es que, el extraño conserje es en realidad Jake, quien imagina todo lo que estamos viendo durante el extenso metraje y es víctima de un arrepentimiento que lo mantiene atado a rememorar sus trágicas experiencias intrínsecas sobre Lucy. Todo sucede en los campos de la mente de Jake. Lucy, como protagonista, es una proyección, una quimera, un producto de la imaginación de Jake, por lo que toda su identidad se sustenta en la percepción de que ella es una figura del pensamiento que cobra conciencia de sí misma y de su no existencia en un espacio metafísico, aunque solo conoce esto cuando interactúa con el viejo conserje en el corredor del instituto.
La tragedia, presumo, es que Jake se siente culpable por el hecho de que, en algún punto de su verdadera existencia, tuvo una relación con Lucy que duró siete semanas, pero esta se terminó en el momento en que viajaban por la carretera antes de llegar al domicilio de los padres. Sospecho que, fuera de campo, tuvieron un accidente. Chocaron contra alguien que andaba en una furgoneta. Lucy murió por el descuido de no tener el cinturón de seguridad, tal y como estipula en su discurso cuando rompe la cuarta pared y dice: “todo lo que ves ahora, todo, es hueso”. Jake le responde: “es como si se tratara de mí”. Jake tampoco tenía el cinturón puesto, pero sobrevivió y se ha quedado atormentado por la decepción de ser el causante de la muerte de ella, inhabilitado de por vida por un evento traumático, condenado a trabajar como un conserje en un liceo mientras la vejez le pasa factura. Por eso siempre la evoca así. Fantasea lo que hubiese pasado si llegaran a su paradero final. Es el eterno resplandor de un hombre que recuerda lo que desearía haber tenido.
Kaufman emplea una estética que profundiza esos argumentos y complementa el mediano desarrollo de Jake y de Lucy, a pesar de que solo son títeres expositivos. Preserva el ritmo mediante escenas extensas en la que abundan los diálogos. El equilibrio compositivo encierra muchísimos significados sobre los personajes. Pero quizás el rasgo más notable es la manera en que despliega el color para ofrecer una explicación de los fenómenos que suceden.
El color rojo define la audacia y la agresividad de Louisa, pero también la amenaza que le espera. El color azul, abundante en el tramo final, no solo subraya la armonía y la tranquilidad de Jake, sino más bien, la fantasía, el anhelo de soñar con la mujer que siempre quiso (Lucy vestida de azul) para que escapar de su miserable y solitaria existencia como un conserje fracasado, cristalizado en la onírica secuencia de musical en la que se imagina bailando ballet en los pasillos de la escuela junto a la muchacha que ama, pero luego termina abruptamente cuando el bailarín anciano apuñala al danzador joven con un cuchillo en un acto de celos (lanzado pañuelos rojos que simbolizan su sangre), culpándose a sí mismo por haber dejado ir a la mujer que siempre quiso. Asimismo, pasa en la escena alucinatoria en la que Jake recibe un premio Nobel como dramaturgo por la obra teatral de esa situación y canta frente a una audiencia enorme, en la que se halla una anciana Lucy. Incluso un fundido a azul apertura el epílogo con el gran plano general de la camioneta del conserje cubierta de nieve en el estacionamiento de la escuela, haciéndonos creer que se suicidó para congelar su desilusión, aunque al final de los créditos se escucha el ruido del motor girando, ofreciendo la posibilidad de que esté vivo. Por lo tanto, todo lo que vimos es el racconto de un prolongado sueño.
Desafortunadamente, me asombra el hecho de que una premisa tan inteligible me deje en un completo estado de indiferencia. El aspecto discursivo de la película me parece aceptable, pero las constantes perífrasis acaban en una situacionalidad demasiado baladí que, con excepciones, me producen cierta dejadez cuando acentúan paradigmas retóricos que no van a ninguna parte y que de alguna forma solo funcionan como nimios recursos textuales para que Kaufman revele el telón de la diacronía que se desenrolla en la mente del protagonista. Tanta pretensión me impide simpatizar por los personajes que veo en pantalla. Para mi gusto, es otra película regular y poco sorpresiva del director neoyorquino.
Streaming en:
Título original: I'm Thinking of Ending Things
Año: 2020
Duración: 2 hr 14 min
País: Estados Unidos
Director: Charlie Kaufman
Guion: Charlie Kaufman
Música: Jay Wadley
Fotografía: Lukasz Zal
Reparto: Jessie Buckley, Jesse Plemons, Toni Collette, David Thewlis,
Calificación: 6/10
Tráiler de la película
- Por Yasser Medina
- En septiembre 19, 2020
- Sin comentario
Me produce cierto impacto lo que atestiguo en Swallow, la película con la que debuta el director Carlo Mirabella-Davis. Es un thriller psicológico bastante provocador que subraya observaciones afiladas sobre la vida doméstica, la falta de afecto y la represión emocional con una potente actuación de Haley Bennett. Cuenta la historia de Hunter, una mujer elegante y gentil que aparenta llevar una vida perfecta junto a su adinerado marido Richie, haciendo la tarea de esposa devota y fingiendo que es feliz mientras vive confinada en los interiores de la lujosa residencia de cristal y le sonríe al esposo que la trata como una muñeca de porcelana. Sin embargo, su infelicidad se exterioriza tan pronto como queda embarazada y desarrolla un trastorno psicológico llamado pica, que la mantiene obsesionada con la idea de ingerir objetos incomestibles, desestabilizando de paso la capa de mentiras que adorna su matrimonio. La observo detenidamente y me doy cuenta de que es una mujer que sufre en el interior, que es víctima de la fragilidad, de la hipocresía, de las heridas psicológicas provenientes de un pasado traumático que la hace sentir como una inútil y que le imposibilita obtener alguna cuota de felicidad. La manía de tragar cosas es casi un autocastigo para apaciguar la ira intrínseca y compensar la amplitud de la culpa. La actuación de Bennett me resulta bien creíble cuando digiere sus dotes expresivos para añadirle textura psicológica a esa mujer que recurre al dolor como terapia de escape. La siniestra fábula tiene un estilo visual acogedor que acentúa los estados de ánimo de la protagonista con el color, los decorados, la subjetividad y planos muy ambiguos. El ritmo es consistente. El tono lóbrego cambia eficazmente. Los diálogos son sutiles y los personajes me cautivan. Lo más interesante, supongo, es que la narrativa se vuelve impredecible para comunicar metáforas arriesgadas sobre la cosificación de la mujer y la independencia femenina del control patriarcal, algo que se concreta con un subtexto ligero sobre el derecho al aborto. Es un drama psicológico con una crudeza que no se olvida tan fácil.
- Por Yasser Medina
- En septiembre 18, 2020
- Sin comentario
Sinopsis: Un hombre realiza su trayecto habitual hacia el trabajo, inmerso en un sistema en el cual el uso de las personas como objetos es algo cotidiano.
- Por Yasser Medina
- En septiembre 18, 2020
- Sin comentario
Sinopsis: Con un atuendo tradicional de "hechicero", el mago de la ilusión y de los saltos por cortes (jump cuts), Georges Méliès, dice las palabras mágicas y evoca maravillas partiendo de una simple caja de madera.
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- Por Yasser Medina
- En septiembre 17, 2020
- Sin comentario
"El secreto del libro de Kells" es una película independiente de animación que, en mi opinión, posee un estilo visual imaginativo, así como alusiones a la mitología irlandesa, pero su narrativa es tan blanda como las hojas de un manuscrito centenario cuando intenta contar la fábula de los orígenes del libro de Kells. Se ambienta en la edad media, en la Irlanda del siglo XI, y cuenta la historia de Brendan, un monje de 12 años que vive en una aislada abadía fortificada en la región de Kells. Junto a otros camaradas, está condenado por órdenes de su temerario tío, El abad Cellach, a construir una muralla que pueda resistir el ataque inminente de los vikingos. Pero un día su rutinaria existencia cambia al conocer a un sabio que llega del extranjero y que custodia un antiguo libro inacabado. El texto, que irradia energía y magia en cada una de sus páginas, motiva al pequeño Brendan a escapar del monasterio y a internarse en las profundidades de un bosque peligroso para buscar la pieza que falta para terminarlo. A partir del episodio, todas las acciones del protagonista se vuelven mecánicas. Lo único que se destaca, supongo, es esa estética que adorna cada escena con un dibujo bidimensional que resquebraja las leyes de la perspectiva con las líneas, las texturas, la forma y el movimiento de las caricaturas. Cada plano está cargado de simbolismos que funcionan casi como tributo a las iconografías religiosas del arte medieval irlandés, aunque eso me importa tan poco como el horrendo diseño de los personajes. Es una aventura animada dúctil y algo trivial. La encuentro aburrida, redundante, habitada por personajes sin gracia, con un ritmo letárgico y una trama previsible de mayoría de edad en la que no veo sorpresas significativas más allá de las parábolas sobre la inseguridad, el valor de la ilustración y la preservación de las tradiciones ancestrales de una cultura.
Calificación: 5/10
- Por Yasser Medina
- En septiembre 16, 2020
- Sin comentario
Me asalta una intriga que no me deja quieto durante dos horas cuando veo La memoria del asesino, el thriller policial del director belga Erik Van Looy. Aunque recurre a los mecanismos convencionales del género policial, en los que el policía debe investigar hasta dar con el paradero del asesino, posee algunas sorpresas con una trama retorcida en la que los golpes de efecto transitan a la velocidad de una bala. Cuenta la historia de Vincke y Verstuyft, dos policías de Amberes que, luego del asesinato de una prostituta y de un funcionario público, inician una investigación criminal en la que todas las pistas del caso se conectan a Angelo Ledda, un asesino profesional que experimenta síntomas tempranos del alzheimer y que anhela vengarse de quienes lo traicionaron en el momento en que se niega a matar a una prostituta de 12 años. Un montaje trepidante, repleto insertos, divide las acciones entre los policías que intentan capturar al matón y el asesino a sueldo con problemas de memoria, en una estructura narrativa de tres actos en la que abundan los tiroteos, las redadas, los cadáveres, los rompecabezas y las secuencias de acción muy intrigantes que nunca me permiten apartar la mirada de la compleja situación. Los policías que interpretan Koen De Bouw y Werner De Smedt están correctamente delineados, sin embargo, son eclipsados inmediatamente por la actuación de Jan Decleir como ese asesino atormentado y calculador que lucha contra los dilemas morales y una identidad fragmentada. No hay una sola escena en la que ese señor no me resulte creíble. Por otro lado, hay un material de denuncia social esclarecedor que señala las consecuencias de la prostitución infantil y la inmoralidad del poder político. El ritmo es constante. El estilo visual es atmosférico y grisáceo. Es un thriller lóbrego, violento e intrigante que emplea de una manera muy efectiva los parámetros del cine policíaco.
Streaming en:
- Por Yasser Medina
- En septiembre 15, 2020
- Sin comentario
Agua tibia bajo un puente rojo, la última película del director japonés Shohei Imamura, tiene una historia extrañísima y retorcida que me cautiva desde el primer fotograma. La protagoniza el usual colaborador de Imamura, Kôji Yakusho. En la trama, Kôji interpreta a Yosuke Sasano, un asalariado que es despedido de su trabajo en una empresa de arquitectura en Tokio y está atravesando una etapa difícil en su matrimonio. Un día, su vida cambia por completo cuando un viejo amigo le propone viajar al pequeño pueblo pesquero de Himi, Toyama, con el fin de que pueda encontrar un tesoro escondido en una casa. El desesperanzado Yosuke no encuentra el tesoro en el interior de la casa, pero se involucra sentimentalmente con Saeko Aizawa, una mujer cleptómana que tiene una exagerada propensión a la eyaculación femenina; además de aceptar un empleo con los pescadores locales. La trama, cargada de erotismo, romance y humor negro, consigue conquistar mis sentidos con la cotidianidad de Yosuke y los peculiares pueblerinos. Con ellos, Imamura elabora un comentario muy escueto sobre la soledad, la sexualidad, la fertilidad y la búsqueda de la felicidad, reflejado por el dolor intrínseco que comparten los protagonistas cuando recurren al deseo para escapar de la miseria existencial. La puesta de escena los encuadra casi siempre con un tratamiento estético que describe sus sensaciones en casi todos los planos, destacándose mayormente el color rojo, el simbolismo del agua, el melodioso leitmotiv de Shinichirô Ikebe y el audaz manejo de la elipsis. La humedad es tratada como componente poético. La actuación de Kôji me resulta muy creíble al transmitir las dudas de ese hombre infeliz que anhela recuperar la vida que perdió. También la de Misa Shimizu como la extraña ninfómana con los orgasmos húmedos. Aunque comparte ciertas similitudes con La anguila, no deja de parecerme muy insólito todo lo que veo. Es un drama de Imamura tan cálido como el agua de una fuente termal.
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- Por Yasser Medina
- En septiembre 14, 2020
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El hombre tranquilo es un clásico de John Ford que no me emociona al tope, pero reconozco de inmediato ese bucolismo impreso en Technicolor que me conquista durante dos horas placenteras en las que observo el costumbrismo rural por el que caminan John Wayne, Maureen O'Hara, Barry Fitzgerald, Victor McLaglen y Ward Bond. Conjunta sutilmente el drama, el romance y la comedia, alejándose de los westerns que tanto gustaban al director, aunque en algunas escenas hay claras referencias al género. Aborda observaciones morales sobre la felicidad, el matrimonio, las trampas de la codicia y los dilemas de la convivencia conyugal e ideológica, a través de unos personajes peculiares en una sociedad idealista. Cuenta la historia de Sean Thornton, un ex boxeador norteamericano que, debido a una tragedia del pasado, regresa a su tierra natal en Irlanda para recuperar la vivienda que pertenece a su familia y vivir en tranquilidad por el resto de sus días. Una vez que se establece y conoce a los moradores del pueblo, se enamora de Mary Kate Danaher, una pelirroja algo temperamental. El rol de Wayne, diametralmente distanciado del estereotipo de vaquero rudo del oeste, logra convencerme cuando interpreta a ese hombre inseguro, vulnerable y decente que solo anhela redimirse y ser feliz junto a la mujer que ama mientras lucha contra la envidia del cuñado. Tiene una química maravillosa con O'Hara, quien también está estupenda como la mujer histérica y conservadora. El estilo de Ford los encuadra en una puesta en escena que recrea el período con cierta autenticidad, destacándose el gran plano general que captura el tradicionalismo de los irlandeses, los interiores adornados de detalles, la música empática de Victor Young, el uso simbólico del color verde para describir la esperanza. Hay secuencias memorables, como la carrera de caballos, la analepsis que recrea el accidente en el ring, las discusiones de la pareja y la pelea climática entre el héroe y el villano. El ritmo nunca decae ni permite que se pierda el tono idílico y jovial del relato. Es un film encantador. Un romance bucólico con alma de western.
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- Por Yasser Medina
- En septiembre 11, 2020
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En todo el trayecto del fatídico 2020 no he visto todavía una película de Netflix más acartonada y soporífera que Proyecto Power, de los directores Henry Joost y Ariel Schulman. Como cinta de crimen policial y de ciencia ficción tiene el poder de aburrir en altas dosis con sus secuencias de acción rutinarias, los efectos especiales desastrosos y unos personajes de plástico que intentan ser superhéroes durante dos horas fatigosas en las que, a mi juicio, no sucede nada que sea sorpresivo y se desperdician los roles de Jamie Foxx, Joseph Gordon-Levitt y Dominique Fishback. Cuenta la historia de un policía local de Nueva Orleans, Frank, en el momento que se une a Robin, una traficante de drogas adolescente, y a Art, un ex soldado que busca desesperadamente a su hija secuestrada, con el único propósito de localizar y detener a los criminales responsables de crear una misteriosa píldora que tiene la capacidad de otorgar habilidades sobrehumanas a los usuarios que la toman. A pesar de que el concepto es interesante, la narrativa se encarga de borrar los rastros con las acciones previsibles de los personajes, como si se tratara de los efectos secundarios de una sustancia prohibida. Pronto me harto de ver al policía de acero recibiendo balazos en la cabeza para probar sus poderes, al hombre con el pasado militar traumático que intenta vengarse matando a todo el que se encuentre a su paso, a la muchacha afroamericana que vende pastillas para ahorrar dinero y cumplir su sueño de ser rapera. Me resulta hasta estúpida la forma en que combaten contra los villanos que venden el camello. Cuando me olvido de la corrección política que adorna el aparato de acción, lo único que puedo extraer momentáneamente es el comentario sobre las consecuencias de la adicción a las drogas y los sacrificios paternales, algo que, por así decirlo, me lo han contado cientos de veces.
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Calificación: 2/10
- Por Yasser Medina
- En septiembre 09, 2020
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El sheriff, de Roscoe 'Fatty' Arbuckle, es una comedia del oeste que consigue hacerme reír durante 20 minutos trepidantes de puro slapstick con las peripecias del gordito de oro del cine mudo de Hollywood. Es un cortometraje muy divertido. Y tiene gags cómicos que nunca abandonan los elementos ingeniosos del slapstick ni la destreza física de los intérpretes. La protagoniza el mismo Fatty Arbuckle, acompañado de roles secundarios de Buster Keaton y Al St. John. Fue la primera película de la productora de Arbuckle, Comique, rodada en el lejano oeste, razón por cual, supongo, intenta satirizar los estereotipos del género del western de la época. Cuenta la historia de un vagabundo que se esconde en uno de los vagones de un tren con destino al viejo oeste. La trama coloca a ese vagabundo en una serie de circunstancias que agudizan unos conflictos bien hilarantes, como los encontronazos que tiene al robarle la comida a tres pasajeros del tren, la huida que emprende frente a unos indios merodeadores que desean comérselo, el trabajo que tiene como cantinero en el pueblo gracias a su enfrentamiento a tiro limpio con unos forajidos que intentan robar en el salón, la persecución junto con el inexpresivo dueño del salón para salvar a la damisela en peligro que es secuestrada. Valiéndose de la elipsis, del gran plano general y en ocasiones del primer plano, Arbuckle ejecuta el humor a un ritmo tan trepidante como el de una locomotora, construyendo situaciones esperpénticas separadas por el espacio y el tiempo que se benefician de un riguroso montaje alternativo, presentando una sociedad en la que abunda la violencia, los personajes caricaturescos amantes del revólver y una moraleja placentera que se debilita minúsculamente solo por una escena muy racista. El rol de Fatty da mucha risa, pero encuentro más contagioso el de Keaton como el compañero con la cara de piedra. Tiene efectismo para rato. Es una comedia muy entretenida.
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- Por Yasser Medina
- En septiembre 06, 2020
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El remake de Disney del clásico animado de 'Mulán' de 1998 es un ejercicio vacío de la directora Niki Caro que captura la esencia de la leyenda, pero se halla remotamente lejos de ser entretenido.
Se cree que la leyenda de Mulán surgió alrededor del siglo VI en China durante la dinastía Wei del Norte. Según la tradición, una mujer llamada Hua Mulán se disfraza de hombre para ocupar el lugar de su anciano padre en las filas del ejército que va a la guerra. Se desconoce si la heroína folclórica existió, pero su historia milenaria ha gozado de múltiples adaptaciones en diversos medios. En el cine, las primeras versiones producidas de la leyenda son las películas mudas Hua Mulán se une al ejército (1927), de Li Pingqian, y Mulán se une al ejército (1928), dirigida por Hou Yao y protagonizada por la popular actriz Li Dandan. Tristemente se perdieron. La más temprana en llegar hasta nuestros días es la sonora de 1939 de Bu Wancang. Otra versión, Señora General Hua Mulán, se estrenó en 1964 en forma de ópera musical a color en los cines de Hong Kong; modelo que se repetiría más tarde en La saga de Mulan, otra película basada en la ópera china estrenada en 1994. Yo, al igual que muchos cinéfilos de occidente, descubrí la balada de la icónica mujer con el estreno de Mulán, la cinta animada de Disney de 1998 que, por así decirlo, no me conmovió más allá de la rica animación.
La moda de Disney por realizar remakes live-action de esos clásicos animados de su renacimiento de los años 90 me ha hecho ver Mulán, el remake de imagen real estrenado recientemente en la plataforma de streaming de Disney+ que actualiza el mito de la célebre damisela china mezclando la acción habitual con la épica de artes marciales del estilo wuxia. La dirige la directora neozelandesa Niki Caro (Jinete de Ballenas). Estaba pautada para estrenarse en marzo, pero por causa de la pandemia se retrasó en varias ocasiones. Y tengo entendido que producirla tuvo un costo cercano a los 200 millones de dólares, algo que a mi parecer es insólito porque, a decir verdad, es un desperdicio rotundo. A pesar del ambicioso estilo visual, es un remake live-action tan plano como la superficie de una espada de madera, que se ve lastrado de inmediato por una narrativa aburrida y previsible que afecta rápidamente la parábola sobre identidad, igualdad de género y empoderamiento femenino. Ni siquiera me veo remotamente sorprendido por las secuencias de acción o por la travesía hacia la madurez de la guerrera china del traje rojo.
Justo como en el relato original, la película se centra en la efigie de Hua Mulán, una niña inquieta y con espíritu aventurero que constantemente se mete en problemas y en situaciones que la colocan ante un peligro seguro. Sus habilidades prodigiosas para las artes marciales le permiten escapar de los riesgos con los que se topa en el pequeño barrio en el que vive con sus padres. Tiempo después, cuando Mulán (Liu Yifei) se vuelve una joven adulta, su naturaleza despreocupada y la confianza que tiene en sí misma hace que sea reprochada por sus padres ortodoxos, Hua Zhou (Tzi Ma) y Hua Li (Rosalind Chao), quienes esperan que pueda encontrar un marido para seguir el camino tradicional del matrimonio y que honre a la familia convirtiéndose en una esposa devota.
Un día, la vida de Mulán da un giro cuando unos militares llegan a la aldea por un decreto del Emperador (Jet Li) para reclutar hombres para su milicia debido a la amenaza de Bori Khan (Jason Scott Lee), un siniestro guerrero que se vale de los poderes sobrenaturales de la bruja Xian Lang (Gong Li) y de una tropa de guerreros Rouran para intentar derrocar al Emperador como represalia para vengar la muerte de su padre. Como su padre Zhou no tiene un hijo mayor que lo represente, es obligado a ofrecerse como voluntario. Al enterarse de que su envejecido padre no sobrevivirá a la guerra, Mulán secretamente recoge su armadura, la espada y huye montada en su caballo con el fin de unirse al ejército, ocupando así el puesto de este. En el recinto de entrenamiento del comandante Tung (Donnie Yen) todos desconocen que ella es una mujer, pero gracias a sus destrezas de combate pronto se gana el reconocimiento del exigente comandante y de varios colegas, incluyendo Chen Honghui (Yoson An), quien se convierte en su confidente e interés romántico.
Cuando me olvido por un segundo de los bellos paisajes y de la autenticidad del período, me doy cuenta de que en la trama prevalece una carencia de sustancia enorme que remueve cualquier posibilidad de tener un golpe de efecto que sea sorpresivo, convirtiendo el viaje de la elegida con superpoderes en un trayecto de predictibilidad en el que abundan los personajes secundarios acartonados y unas secuencias de acción tan básicas como rutinarias en la que todo sucede por inercia. Los obstáculos a los que se expone la protagonista son demasiado blandos.
Esto es visible en la segunda mitad, cuando en plena cruzada Mulán persigue a las tropas de Bori Khan montando a caballo porque, primero, desea rescatar a los pobres amigos indefensos que son emboscados y, segundo, porque se encuentra con Xian Lang, quien sabe que Mulán oculta su género y, en el instante en que intenta matarla en una pelea blandengue, Mulán se salva por la resistente armadura de cuero que usa para ocultar su figura femenina. Al ver eso permanezco perplejo ante tanta ingenuidad, sobre todo cuando la dubitativa Mulán deja de esconder su género y regresa al campo de batalla para derrotar a todos a base de flechazos y provocar una avalancha que consigue frenar el avance de unos enemigos que creen que ella es una bruja, porque, aparentemente, en su escuadrón no hay soldados capaces ni inteligentes que puedan desarrollar una estrategia. Aunque eso, supongo, tiene una connotación textual.
Caro, como en muchas de sus otras películas, refleja un comentario sobre la inclusión, la equidad de género y la autonomía de la mujer de las garras del dominio heteropatriarcal que no respeta sus rasgos identitarios. Muestra una sociedad inclusiva en la que la mujer abandona radicalmente las ataduras tradicionalistas de la sociedad que la mantienen encerrada en la cárcel de las dudas y de la culpa reprimida, con el objetivo de ser lo que quiere ser. Su verdadera lucha es en contra de las etiquetas sociales que se lo impiden. Lo refleja a través de las acciones de Mulán cuando esta se introduce como una joven fuerte, decidida e independiente que no necesita de la aprobación ni del conformismo masculino para hacer las tareas, pero que lo sacrifica todo por el bienestar su familia. Ella desea ser una guerrera, ni más ni menos. Presenta a Mulán como una muchacha que en un principio no encaja en la sociedad conservadora por su condición singular, pero que luego descubre el significado de la autoaceptación a medida que confronta la autoridad y los prejuicios de los sujetos que piensan que las mujeres no están capacitadas para resolver el conflicto. A veces, coloca un ave fénix que observa a Mulán desde lejos, simbolizando la esperanza de reinventarse. Como ella es especial y su inteligencia está muy por encima del resto, esconde su superioridad con una humildad disimulada. Y termina sellando la metáfora en una climática escena en la que Mulán se enfrenta al antagonista de plástico usando su espada y su pericia encima de una balanza muy simbólica que refleja la contienda de los sexos, en la que finalmente asume su identidad como mujer y se transforma en la nueva líder, valorada tanto por hombres como mujeres. Ella subraya que el gran poder de Mulán reside, en efecto, en ser una mujer.
Desafortunadamente, la película de Caro no funciona ni siquiera por occidentalizar el discurso de una antigua leyenda china. Es un remake live action que me produce una fatiga descomunal al sentarme a ver a la joven poderosa y heroica salvando a los individuos tontos con su chi, en unas secuencias de acción infantiles que parecen copias recicladas de la épica wuxia de antaño, ejecutadas con unos efectos visuales corrientes que le restan potencia a los enfrentamientos físicos y que no le hacen justicia al notorio subgénero del cine chino de artes marciales. Aunque el rol de Liu Yifei como Mulán es correcto y algo dúctil, me parece casi un pecado que se desaproveche un reparto de lujo encabezado por Jet Li, Donnie Yen y Gong Li, además de ponerlos a todos a hablar inglés en una región asiática. Es otro clásico cuento de Disney arruinado por la insistencia absurda de tomar la vía fácil del remake. El resultado es efectista, pobre, sin nada de gracia. Se nota claramente que es una película hecha de forma apresurada, sin ganas. Ya me duele la cabeza al enterarme de que tendrá una secuela.
Título original: Mulan
Año: 2020
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Niki Caro
Guion: Rick Jaffa, Amanda Silver, Lauren Hynek, Elizabeth Martin
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: Mandy Walker
Reparto: Liu Yifei, Donnie Yen, Gong Li, Jet Li, Jason Scott Lee, Rosalind Chao,
Calificación: 4/10