Familia en renta

En Familia en renta, la directora japonesa Hikari retoma su poética de la familia con el objetivo, supongo, de interrogar el servicio de «familias de alquiler» que es bastante solicitado en la sociedad japonesa contemporánea, algo que ya ha sido tratado con otro enfoque en Family Romance, LLC (Herzog, 2019). Se trata de su segundo largometraje tras debutar hace seis años en 37 segundos, y lo que ofrece me induce a pensar que es una cineasta comprometida con el cine enternecedor. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que Hikari entrega aquí una película entretenida y conmovedora que se beneficia, en cierta medida, de la estupenda actuación de Brendan Fraser para reflexionar sobre la soledad, el oficio de actuar y lo que verdaderamente significa pertenecer cuando todavía queda empatía humana. La trama sigue a Phillip Vandarpleog, un actor estadounidense que vive en Tokio desde hace siete años y que, como ser solitario, encuentra trabajo para una agencia japonesa de familias de alquiler, donde interpreta papeles en la vida de otras personas, pero cuya vida cambia, en el transcurso de su experiencia, al sentir conexiones genuinas con los clientes, sobre todo cuando se vuelve el padre de una niña que vive con una madre soltera, o cuando hace de periodista para entrevistar a un actor retirado con demencia. En general, esta narrativa tiene un arranque que me atrapa, en efecto, por la manera sencilla en que se emplean las fórmulas habituales de la comedia dramática para hilvanar la historia del actor perdido en Japón. El desarrollo de Phillip es sutil porque, por añadidura, el guión de Hikari opta por mostrarlo como un sujeto que se refugia en el servicio de la actuación para olvidar el pasado trágico como actor caído en desgracia, colocándolo a menudo en una serie de situaciones sorpresivas que oscilan entre lo tierno y lo absurdo. Las escenas ocurren con cierta imprevisibilidad porque se toman el tiempo necesario para acentuar los conflictos internos de los personajes. Las experiencias de Phillip funcionan, en su síntesis discursiva, para cuestionar la ética del peculiar servicio japonés de rentar familias, un fenómeno real que transforma la soledad urbana en un negocio de emociones simuladas, pero entendiendo el asunto ahora como la dedicación de un actor que interpreta a otros personajes para nunca sentirse solo, en un espacio que le permite conocerse a sí mismo mientras se pone en el lugar del otro que, así como él, lo ha perdido todo. A modo subtextual, Hikari también utiliza al personaje para dialogar sobre la depresión, la culpa y la condición social del inmigrante cuando se enfrenta a las barreras multiculturales, encarnando esa melancolía existencial que todos hemos sentido alguna vez: la de ser un extraño en tierra extraña, un outsider que finge entusiasmo mientras el alma se marchita en aislamiento. En este sentido, el discurso funciona adecuadamente por la interpretación de Fraser, que me resulta orgánica cuando interpreta, con los gestos y la mirada, a un actor ordinario que vive en un minúsculo apartamento, con silencios que narran fracasos y una sonrisa que ilumina como un faro en la lluvia tokiota cuando descubre el valor del instinto paternal, rodeado de memorabilia de audiciones pasadas que señalan su fracaso. Frente a él, hay actuaciones secundarias correctas de Takehiro Hira y Akira Emoto. Con este reparto, Hikari consigue una puesta en escena que posee humor y ternura, con una labor de fotografía competente de Takurô Ishizaka y Stephen Blahut que captura con solvencia las atmósferas urbanas de Tokio, como un laberinto de luces que se disuelve entre calles húmedas, apartamentos claustrofóbicos, y parques cubiertos de flores blancas. La banda sonora, de igual modo, eleva el lado emocional del relato con su música etérea y melancólica. Estos elementos me dejan con la sensación, en última instancia, de que esta película no alquila emociones; más bien las regala cuando retrata su drama tragicómico sobre familias alquiladas.



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Ficha técnica
Título original: Rental Family
Año: 2025
Duración: 1 hr. 49 min.
País: Japón
Director: Hikari
Guion: Stephen Blahut, Hikari
Música: Jon Thor Birgisson, Alex Somers
Fotografía: Stephen Blahut, Takuro Ishizaka
Reparto: Brendan Fraser, Mari Yamamoto, Takehiro Hira, Akira Emoto
Calificación: 7/10
La Máquina: The Smashing Machine

En The Smashing Machine, Benny Safdie retoma su poética del docudrama para presentar, en unas dos horas, la biografía de Mark Kerr, exluchador y artista marcial mixto estadounidense que está considerado como uno de los pioneros de los torneos de artes marciales mixtas. El título está tomado del documental de HBO The Smashing Machine: The Life and Times of Extreme Fighter Mark Kerr, y supone además la debut en solitario de Safdie luego de haber codirigido Diamantes en bruto junto a su hermano Joshua. En lo particular, creo que es un biopic deportivo que ofrece una actuación más o menos decente de Dwayne Johnson como el último campeón, pero su narrativa me parece lo suficientemente aburrida como para caer noqueado en el piso, desprovista de cualquier rastro de emoción humana al mostrar la vida de Kerr en el ring. El argumento cubre la carrera de Kerr en la temporada 1999-2000, mostrándolo como un luchador carismático que mantiene un vínculo complicado con su novia Dawn y que, asimismo, entrena duramente en el gimnasio con su amigo Mark Coleman para mantenerse en forma, mientras se prepara para las peleas en la arena de combate, donde suele salir invicto como el campeón indiscutible, poco antes de probar el amargo sabor de la derrota. El problema principal, no obstante, es que la narración se vuelve plomiza porque, entre otras cosas, el guión de Safdie no concede el espacio necesario para profundizar en las complejidades internas de Kerr y opta por mostrarlo sobre una serie de situaciones desprovistas de pulso dramático que caen, a menudo, en una circularidad de diálogos expositivos que debilitan sus motivaciones más básicas. El bucle de reiteraciones se prolonga sobre los problemas de Kerr por el consumo de drogas que usa como adicto para reducir el dolor; las discusiones de pareja entre Kerr y Dawn en la casa; los entrenamientos de Kerr en el gym para ganar masa muscular siguiendo los consejos de su mejor amigo Mark; los combates sangrientos en el cuadrilátero donde Kerr pone a prueba sus habilidades entre puñetazos y patadas contra los contrincantes japoneses. La interpretación de Johnson, por lo menos, demuestra que podría ser un actor dramático serio lejos de los papeles de héroes de acción musculosos, al interpretar, con la mirada fría y los gestos de su rostro maquillado, a un hombre que alcanza la gloria antes de lidiar contra la adicción a las drogas que lo conduce al abismo de su carrera; alcanzando su punto fuerte en algunos combates en el cuadrilátero en los que refleja pericia física como luchador de lucha libre. Emily Blunt, por su parte, tiene mucha química con Johnson, como lo ha demostrado ya en otras películas en la que colaboran juntos, pero a veces queda reducida aquí al papel de una mujer trofeo que, en medio de la histeria cotidiana, solo aparece para regañar y provocar discusiones vacías con el hombre machista que la mantiene encarcelada como una ama de casa. Con estos actores, Safdie utiliza algunas herramientas estéticas que intentan sintetizar algunos de los momentos de la carrera de Kerr a través de reproducción auténtica de la época, el vestuario deportivo, la elipsis, el fuera de campo, el plano medio, el plano general y, ante todo, algunas modalidades del encuadre móvil que aprovechan la cámara en mano para evocar el estilo de un documental sobre campeonatos de artes marciales mixtas, fruto de una fotografía competente de Maceo Bishop que adopta una relación de aspecto 4:3. La banda sonora discordante de Nala Sinephro, en cambio, me entra por los oídos sin causarme nada fuera de lo ordinario con sus arreglos de arpa, jazz y sintetizadores. Estos elementos solo funcionan como accesorios cosméticos que transmiten la autenticidad del mundo de las artes marciales mixtas, pero, en última instancia, son insuficientes para sacar esta película deportiva de la inercia de combates huecos y conversaciones cotidianas sin gancho.



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Ficha técnica
Título original: The Smashing Machine
Año: 2025
Duración: 2 hr. 03 min.
País: Estados Unidos
Director: Benny Safdie
Guion: Benny Safdie
Música: Nala Sinephro
Fotografía: Maceo Bishop
Reparto: Dwayne Johnson, Emily Blunt, Bas Rutten, Ryan Bader
Calificación: 4/10
Valor sentimental

En Valor sentimental, el director noruego Joachim Trier recupera su poética sobre la familia con la finalidad, supongo, de interrogar las fracturas familiares desde los marcos limítrofes del metacine. Las dos largas horas que tiene de metraje me obligan a razonar seriamente sobre la aclamación casi unánime que ha recibido porque, a decir verdad, creo que premiaron el paquete nórdico elegante, de esos cargan el slogan de "premio europeo", pero sin ningún rastro de emotividad, como ocurre con La peor persona del mundo. El drama de Trier ofrece aquí una actuación sobria de Stellan Skarsgård y cierta elegancia compositiva, pero, en general, su narrativa me parece demasiado circular reiterando el dilema sobre memoria y reconciliación en una familia disfuncional escandinava. Su argumento narra la relación entre Nora y Agnes Borg, dos hermanas distanciadas entre sí que, tras la muerte trágica de su madre, se ven obligadas a recibir la visita inesperada de su padre Gustav, un director de cine otrora famoso que ha quedado en el olvido y abandonó a la familia cuando ellas eran pequeñas. Esta narrativa, en términos generales, tiene un comienzo que me invita a interesarme por los lazos rotos de estos personajes cuando el padre decide realizar una película sobre la historia de su familia para reconciliarse con sus hijas. El problema fundamental, no obstante, es que el guión restringe el espacio necesario para ampliar la psicología de estos personajes lejos de las descripciones obvias, además de que sus acciones permanecen estacionadas en una zona higienizada que, a menudo, se reduce a conversaciones inanes a puerta cerrada y viñetas retrospectivas, estructuradas en una circularidad de recuerdos redundantes en la casa suicida. La rutina de situaciones previsibles se mantiene en bucle con el anhelo de Gustav por recuperar la fama con el guión autobiográfico que ha escrito; el egoísmo de Nora como actriz de teatro que pone su carrera por encima de todo; la tranquilidad de Agnes como esposa y madre; el entusiasmo de la actriz de Hollywood Rachel Kemp por el guión de Gustav luego que le ofreciera el papel principal; las anécdotas de Gustav sobre el suicidio de su madre cuando era niño. El uso del relato no iconógeno funciona en la superficie para responder a un comentario sobre el perdón y el paso del tiempo, pero entendido como el proceso de reconciliación de una familia afectada por los traumas compartidos del suicidio provocados por la ausencia y la depresión, donde las hijas sufren el trauma por la muerte de su madre y culpan al padre egoísta —afectado también por los traumas pasados— como responsable de haber priorizado el arte sobre ellas. El metacine, en lo discursivo, no es más que un accesorio cosmético, colocado en las escenas para reiterar la idea de que el cine es un espacio de memoria al revivir recuerdos heredados de la nostalgia para transformarlos en imágenes reconciliadoras que pueden sanar heridas. Al margen de esto, la interpretación de Skarsgård salva escenas al asumir el rol, entre miradas y gestos, de un director de cine carismático, egocéntrico, depresivo, afectado por el fracaso personal y profesional, que busca el reconcilio con sus dos hijas filmando una última película como carta de redención. Junto a él, hay una actuación decente de Elle Fanning como una actriz joven afectada por las experiencias de la familia rota, aunque solo rellena escenas. A todo esto se suma, dicho sea de paso, algunas cuestiones estéticas que Trier sintetiza sobre la puesta en escena para comunicar el barullo del trauma familiar a través del uso proxémico del espacio, el plano simbólico, el fuera de campo, la elipsis, el primer plano y las atmósferas frías que pretenden evocar la melancolía del relato con la lente de Kasper Tuxen. Pero todo lo demás, por desgracia, me aburre y me deja con la sensación de haber visto un álbum de fotos, que pide a gritos que derrame una lágrima por la tragedia de una familia escandinava.



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Ficha técnica
Título original: Sentimental Value (Affeksjonsverdi)
Año: 2025
Duración: 2 hr. 13 min.
País: Noruega
Director: Joachim Trier
Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt
Música: Hania Rani
Fotografía: Kasper Tuxen
Reparto: Renate Reinsve, Stellan Skarsgård, Inga Ibsdotter Lilleaas, Elle Fanning
Calificación: 6/10
Ciudad en sombras

Ciudad en sombras es una película poco recordada de William Dieterle que supone, entre otras cosas, el debut cinematográfico de Charlton Heston como actor, luego de que este fuera descubierto por el productor Hal B. Wallis durante su período en la Paramount Pictures. La hora y media que tiene de metraje me hace pensar que no alcanza la resonancia de los clásicos emblemáticos del género, pero, en lo particular, es una película de cine negro en la que Dieterle crea un clima opresivo que se ajusta, en cierta medida, a la presencia del debutante Heston como apostador acorralado en una ciudad oscura de vicio y asesinato, con una solvencia narrativa que mantiene su consistencia dentro de los estándares de la serie B. La trama arranca con Danny Haley, un veterano convertido en tahúr profesional que, junto a sus socios en un local ilegal de apuestas, despluma en un juego de póker a un turista de paso por un cheque de $5 mil dólares, que luego recurre al suicidio, pero cuya estafa aparente lo conduce a la desesperación cuando es perseguido por el misterioso y psicopático hermano del difunto estafado, en una cacería urbana donde él, como tramposo, debe arreglárselas con pistola en mano para sobrevivir en una jungla de cemento donde nadie sale indemne: ni los culpables ni los inocentes. En términos generales, la narrativa de este argumento es sólida porque, hasta cierto punto, maneja con eficacia los elementos particulares del género, donde el hombre duro se fuma un cigarrillo poco antes caer en la trampa que lo acorrala en callejones oscuros en los que solo hay humo, sospechas y muerte. A pesar de unos pocos facilismos de guión que funcionan para impulsar la trama, el desarrollo de los personajes conserva un grado de sutileza que se refleja, a menudo, en los diálogos que interrogan su pasado y en las situaciones que, en un par de escenas, se vuelven impredecibles por encima de la rutina urbana. En este sentido, las fichas se acomodan bastante bien sobre el delirio de persecución de Haley mientras planea escapar con el dinero; las visitas de Haley a la jefatura de policía para conversar con el detective de homicidios que investiga el caso; los encuentros románticos en los que Haley frecuenta el cabaret de la esquina para ver a una mujer que lo atrapa con la voz llamada Fran Garland; los intentos de Haley para investigar por su cuenta mientras el asesino suelto del anillo negro liquida a sus secuaces en plan de venganza. Por si fuera poco, la actuación de Heston eleva el material cuando adopta la mirada fría, la voz grave y el rostro para interpretar a un tipo de aspecto rudo y con traje de tweed que, debajo del cinismo, arrastra la culpa como una losa y comprende la magnitud moral de su acto. Frente a él, Lizabeth Scott ofrece una interpretación correcta como la femme fatale de rostro venusiano que canta en el cabaret y seduce al cínico con su voz ronca mientras suenan las baladas melancólicas para expresar su amor. La química entre ambos es palpable, especialmente en las escenas en las que ella canta y él la mira, donde la cámara se detiene en sus rostros mientras la canción habla de arrepentimiento. Esto se debe, en gran parte, a la pericia estética que Dieterle deposita sobre la puesta en escena para subrayar los estados psicológicos de los personajes a través del primer plano, el plano subjetivo, el fuera de campo, el plano-contraplano y el uso del encuadre móvil que se dinamiza sobre atmósferas urbanas y sombras alargadas en calles luminosas, capturado por la lente en blanco y negro de Victor Milner. La banda sonora de Franz Waxman, de igual modo, atrapa mis oídos con su orquestación estruendosa que eleva el suspense. Estos componentes envuelven la película sobre una capa de fatalidad que, en última instancia, me resulta atrapante al presentar su urbe oscura sobre apostadores clandestinos.



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Ficha técnica
Título original: Dark City
Año: 1950
Duración: 1 hr. 37 min.
País: Estados Unidos
Director: William Dieterle
Guion: John Meredyth Lucas, Larry Marcus, Ketti Frings
Música: Franz Waxman
Fotografía: Victor Milner 
Reparto: Charlton Heston, Lizabeth Scott, Viveca Lindfors, Dean Jagger, Don DeFore
Calificación: 7/10
Roofman

En Roofman, Derek Cianfrance recupera los apuntes de su poética del robo con la intención, imagino, de capturar la historia basada en hechos reales sobre el ladrón estadounidense Jeffrey Manchester, quien a finales de los 90 cobró notoriedad en las noticias por robar más de 40 sucursales de McDonald's entrando desde el techo. Se trata de la película más reciente del director de Triste San Valentín y La luz entre los océanos, tras una ausencia de más de nueve años, aunque me supongo que ha valido la espera porque, francamente, las dos horas que tiene de metraje pasan volando por su insólita premisa. Es una película de atraco que también funciona como comedia romántica, pero Cianfrance logra un equilibrio que siempre mantiene el lado entretenido y atrapante por la interpretación de Channing Tatum como el carismático fugitivo, dejando sobre mí una huella duradera cuando establece su química con Kirsten Dunst. La trama sigue a Jeffrey como un ladrón y veterano divorciado del Ejército estadounidense que, por asuntos familiares y la necesidad de hacer feliz a su pequeña hija, decide robar con pistola en mano locales de McDonald's, sin cruzar la línea de la violencia, poco antes de ser arrestado por la policía y volverse un fugitivo de la justicia al escapar de prisión, permaneciendo escondido en un Toys "R" Us de Charlotte en el año 2004, donde sobrevive entre dulces y juguetes. En términos generales, esta narrativa me atrapa de inmediato por la manera en que esboza, con cierta ironía, los fragmentos del ladrón de techos, con un trato finamente ajustado que se equilibra bastante bien al subvertir las fórmulas habituales del cine de asaltos, la comedia romántica y el drama biográfico. Por si fuera poco, el guión hace que el personaje sea interesante porque sus acciones, narradas con la voz en off, se construyen sobre un dilema ético y moral que profundiza su desarrollo psicológico a través de los diálogos escuetos y las situaciones absurdas que devienen en la cárcel de los juguetes, en las visitas a la iglesia con nombre falso y la relación amorosa que él tiene con Leigh Wainscott. El conflicto nunca deja que el ladrón agradable salga impune porque, entre otras cosas, es interrogado desde la superficie con un comentario social sobre la redención, pero entendido como la contradicción de un antisocial que cae en el abismo del crimen para sostener a su familia en medio del desempleo y luego, como fugitivo, trata de remendar sus errores ocupando el rol patriarcal de una nueva familia que encuentra junto a una mujer soltera que lo ve como el padre ausente que necesitan sus dos hijas; explorando además la culpa y el daño que causa a quienes ama. La actuación de Tatum ofrece un balance entre lo cómico y lo dramático cuando emplea su expresividad para interpretar el papel de un delincuente oportunista que, debajo del carisma, se halla un hombre moralmente complejo arrastrado a un problema —un padre desesperado que roba McDonald's por su condición socioeconómica— que lo obliga a acumular mentiras para mantener feliz a su familia, como un niño grande atrapado en un cuerpo de adulto que no sabe exactamente lo que quiere; en una de las actuaciones más estupendas de su carrera. Dunst, por su parte, entrega una interpretación más que solvente como la empleada honesta que se enamora sin saberlo de un fugitivo, aportando vulnerabilidad y fuerza expresiva con su mirada. Con ellos, Cianfrance evoca en cada escena la textura cálida y orgánica de la atmósfera urbana de los años 2000 filmada en 35mm por Andrij Parekh, consiguiendo además eficacia en los decorados internos de Toys "R" Us, en el uso del encuadre móvil y en la reproducción de los detalles de la época. La banda sonora de Christopher Bear, de igual modo, añade un toque sensible y melancólico. Todo esto logra, en resumen, que la película se vuelva, con humor y ligereza, una meditación conmovedora sobre la búsqueda de segundas oportunidades.



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Ficha técnica
Título original: Roofman
Año: 2025
Duración: 2 hr. 06 min.
País: Estados Unidos
Director: Derek Cianfrance
Guion: Derek Cianfrance, Kirt Gunn
Música: Christopher Bear
Fotografía: Andrij Parekh
Reparto: Channing Tatum, Kirsten Dunst, Peter Dinklage, Ben Mendelsohn, Juno Temple, Lakeith Stanfield 
Calificación: 7/10
Frankenstein

En Frankenstein, Guillermo del Toro recupera los esquemas operísticos de su poética del monstruo con la finalidad, sospecho, de ofrecer un enfoque distinto a las demás adaptaciones cinematográficas del mito romanticista creado por Mary Shelley. Francamente, no esperaba que fuera tan buena. Me parece una película de terror de Del Toro que está muy viva con su estética gótica que reensambla las piezas de la Criatura, con una sensibilidad que solo él posee para narrar un cuento trágico sobre ambición, muerte y fragilidad humana. Su trama, ubicada mayormente en los interiores de un barco en el Polo Norte, narra las experiencias de Víctor Frankenstein, un barón herido y rescatado por la tripulación frente a un hombre misterioso que lo persigue, poco antes de contarle al capitán su versión de los hechos como un doctor ambicioso que, luego de ser contratado por el traficante de armas Henrich Harlander, realiza un experimento peligroso con sus habilidades de anatomía para crear en su laboratorio a un hombre a partir de electricidad y cadáveres diseccionados, mientras se enamora de la prometida de su hermano William llamada Elizabeth. En términos estructurales, esta narrativa posee un arranque que me resulta atrapante por la manera en que se subvierten los elementos principales de la historia de Frankenstein, en unas escenas que se fusionan sobre un híbrido entre el melodrama gótico, la ciencia-ficción steampunk y el terror corporal de monstruos fantásticos. Esta subversión funciona adecuadamente porque, dicho sea de paso, el guión de Del Toro evita frecuentar lugares comunes con su uso de la analepsis y se toma la molestia de sintetizar las motivaciones de los personajes sobre una serie de situaciones imprevisibles que, a menudo, mantienen la coherencia entre las acciones shakespearianas nacidas de heridas profundas y los diálogos poéticos a puerta cerrada, apartándose de la línea del “científico crea monstruo; monstruo se venga” para construir el semblante psicológico que los impulsa a adoptar ciertos comportamientos. Esto es evidente, primero, en la actuación de Óscar Isaac, quien utiliza su pericia expresiva para interpretar a Frankenstein como un Prometeo torturado que, alejado del arquetipo de científico loco, se consume con el fuego del perfeccionismo obsesivo que lo obliga a deshacerse de su creación por un ataque de pánico narcisista, inducido por su ego frágil y el miedo al fracaso que lo horroriza al darse cuenta de que la Criatura es más humana que él mismo para reconocer sus defectos. Jacob Elordi, en cambio, aprovecha los gestos, la voz gutural y la mirada debajo del maquillaje prostético para interpretar a la Criatura como un ser de apariencia humanoide, de movimiento lento y ojos brillantes, perseguido por «lobos», cuya única «venganza» es el deseo de ser amado en la soledad eterna; transmitiendo su humanidad y dolor con un cuerpo que parece tallado en carne muerta. Entre ambos, se cruza Mia Goth con una actuación dual bastante solvente como una mujer compasiva. Con este reparto, Del Toro consigue colocar una delgada ironía que metaforiza el horror de dos seres opuestos, padre e hijo, intentando encontrar la aceptación en un mundo cruel que los rechaza por ser diferentes (uno por inteligencia y otro por apariencia). A todo esto se suma, por si fuera poco, una estética depurada que subraya la simbiosis de los personajes a través del sobreencuadre, el primer plano, el plano simbólico, la iluminación, el diseño de vestuario, el encuadre móvil de una cámara en movimiento y, ante todo, las atmósferas góticas que se ajustan a la textura orgánica de efectos prácticos de Del Toro en los detalles de los decorados —laboratorios oscuros, frascos burbujeantes, espejos grandes, órganos ensangrentados, cuerpos disecados, castillos siniestros—. La banda sonora de Alexandre Desplat, de igual modo, seduce mis oídos con una música sinfónica. Todas estas propiedades, en última instancia, logran que esta versión sea entretenida y conmovedora, con similitudes cercanas a La forma del agua cuando interroga el horror de una sociedad que crea sus propios monstruos cuando abandona la otredad.



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Ficha técnica
Título original: Frankenstein
Año: 2025
Duración: 2 hr. 29 min.
País: Estados Unidos
Director: Guillermo del Toro
Guion: Guillermo del Toro
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Dan Laustsen
Reparto: Óscar Isaac, Jacob Elordi, Mia Goth, Christoph Waltz, Felix Kammerer
Calificación: 7/10
Mátate, amor
En Mátate, amor, Lynne Ramsay recupera su poética de la feminidad con el objetivo, supongo, de dialogar sobre la condición de la mujer dentro de la institución matrimonial. A diferencia de películas como El viaje de Morvern y Tenemos que hablar de Kevin, algo me dice que, en esta ocasión, está faltando un componente clave para elevar su pulso dramático porque, francamente, no tiene la fuerza de sus otros trabajos. En lo particular, Ramsay ofrece aquí un drama que cuenta con una actuación competente de Jennifer Lawrence, pero a menudo el retrato psicológico sobre maternidad y depresión es incapaz de salir de la inercia que conduce sin freno a la inanidad. La trama sigue la existencia de Grace y Jackson, una pareja que se muda a la casa abandonada de una zona rural de Montana para buscar una vida tranquila, donde suelen cuidar a su hijo recién nacido y tienen discusiones que, por desgracia, despiertan sobre Grace sentimientos de aislamiento y angustia que amenazan con llevarla a la locura. En términos generales, la narrativa tiene algunas escenas que, en principio, me invitan a reflexionar sobre los problemas internos de Grace dentro de los marcos habituales del drama psicológico. Sin embargo, el guión, que adapta la novela homónima de Ariana Harwicz, pierde su eficacia narrativa porque reduce las acciones de los personajes a una circularidad de situaciones que nunca escapa de las escenas de sufrimiento intrínseco y crisis de pareja. Como consecuencia de esto, siento que hay algo rutinario que estira el conflicto que surge con el descenso al abismo de Grace como una mujer atrapada en el dilema ético de la responsabilidad maternal y la falta de afecto del marido; el adulterio de Grace con un misterioso motociclista que la acecha desde el bosque oscuro; la presencia de Jackson como el hombre trabajador que se distancia de Grace por el desapego y el egoísmo; la crisis matrimonial que obliga a Grace y a Jackson a tratarse mutuamente como perros y gatos. El deterioro de la salud mental de la protagonista es empleado como una excusa que, en su síntesis discursiva, trata de interrogar las relaciones de pareja y los dilemas ético-morales de la maternidad, pero desde la óptica de una mujer vulnerable que lentamente desciende a la insania por negarse a aceptar que su marido ya no la desea como antes y la mantiene en la vieja trampa de la codependencia, donde su identidad es reducida al rol de la ama de casa que debe cuidar a su bebé como madre sumisa y, por defecto, tiene que renunciar a la posibilidad emancipación que supone el sueño de escribir una gran novela americana, a causa de la culpa que siente por haberse casado con un perdedor que le prometió cosas que se perdieron en el fuego y ahora la recibe con desafecto (fruto de la infidelidad y la insatisfacción sexual). Al margen de este discurso feminista, la interpretación de Lawrence, por lo menos, entrega momentos de autenticidad cuando emplea su mirada y los gestos histriónicos para interpretar a una mujer al borde del colapso que arrastra traumas y lapsos depresivos postparto que justifican su comportamiento errático ante la infelicidad. Robert Pattinson, por su parte, también muestra una actuación creíble como el hombre inseguro y egoísta que se sacrifica para sostener el matrimonio. Con ellos, Ramsay adopta una estética depurada que, dicho sea de paso, subraya la crisis de la pareja a través de la analepsis, el sonido diegético, el plano subjetivo, el fuera de campo, el sobreencuadre, el primer plano, la iluminación natural y, ante todo, las atmósferas de entornos rurales que evoca la cámara de Seamus McGarvey, poco antes de capturar los interiores asfixiantes y claustrofóbicos de la vivienda. La banda sonora, de igual modo, se incorpora con consistencia en algunas escenas de música anempática. Todo lo demás, en sus pretensiones simbólicas, permanece en una zona regular, como un trabajo menor de la directora de Nunca estarás a salvo.


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Ficha técnica
Título original: Die My Love
Año: 2025
Duración: 1 hr. 59 min.
País: Estados Unidos
Director: Lynne Ramsay
Guion: Lynne Ramsay, Enda Walsh, Alice Birch
Música: Raife Burchell, Lynne Ramsay, George Vjestica
Fotografía: Seamus McGarvey
Reparto: Jennifer Lawrence, Robert Pattinson, Lakeith StanfieldSissy SpacekNick Nolte
Calificación: 6/10