Capitán América: un nuevo mundo

Capitán América: un nuevo mundo es una película de Marvel Studios en la que se busca continuar con el legado del insípido Steve Rogers a través de Sam Wilson y, además, expandir la oferta del universo cinematográfico que, en su quinta fase, muestra serios niveles de desgaste que me indican que la gerencia de Kevin Feige ha perdido todo su rumbo creativo. Lo único que queda es repetir las fórmulas habituales de siempre para contentar a la masa de fanboys porque, francamente, es una película de superhéroes enormemente aburrida y carente de gancho con sus personajes patrióticos de segunda categoría, durante dos horas en las que me asalta la sensación de que el escudo le queda demasiado grande a Anthony Mackie hasta en las escenas más predecibles. La trama sigue a Wilson en los días en que asume las tareas del gobierno como nuevo Capitán América y, junto a su compañero Joaquín Torres en el puesto de Falcon, realiza misiones peligrosas con el objetivo de combatir a los mercenarios responsables de atentar contra la vida del presidente de los Estados Unidos Thaddeus Ross. En general, la narrativa se ensambla con las ecuaciones básicas que se han visto en las otras películas sobre Capitán América del UCM, en la que el patriota heroico debe cargar el escudo para luchar por el bienestar nacional y vencer al villano de turno que socava la soberanía. El problema fundamental, no obstante, es que a lo largo de todo lo que veo me invade una abulia considerable porque, entre otras cosas, los personajes no poseen tanto desarrollo lejos de las motivaciones superficiales arregladas por el guion y sus acciones suelen frecuentar lugares comunes en los que se ausenta la sorpresa porque todo es predecible en el epicentro de situaciones que se configura bajo los estándares de los estereotipos inclusivos de Hollywood. De esta forma, me quedo anestesiado cuando veo las hazañas del superhéroe negro que resuelve el conflicto sin mucho esfuerzo con su escudo y las alas; las intervenciones de Líder como el supervillano que usa la canción "Mr. Blue" para controlar las mentes de los soldados y que, además, anhela vengarse del presidente por lo que le hicieron en el pasado cuando fabricaba pastillas que prolongaban la vida del mandatario; la megalomanía de un presidente blanco que se empeña en adueñarse del adamantium en Japón para cumplir con sus políticas expansionistas antes de ser atacado por soldados mentalmente manipulados. Asimismo, percibo cierta dejadez en las secuencias de acción que se montan sobre la base de facilismos y clichés para resolver los conflictos más urgentes. Mackie, por lo menos, demuestra su pericia física para las escenas de riesgo y los combates cuerpo a cuerpo, pero encarna al nuevo Capitán América sin pena ni gloria, como un sujeto desabrido que llega a ser incluso más olvidable que el de Chris Evans, con un traje que ni siquiera le queda a la medida. También veo desperdiciada la presencia de Harrison Ford como el presidente norteamericano que se transforma en el Hulk Rojo que ya se anunciaba desde los tráileres. Los efectos visuales, de igual modo, se integran con una escasa atención al detalle que me induce a pensar que no hubo una pulida suficiente en el departamento de pirotecnia generada por ordenador. Y la música apenas se escucha en los momentos de presunto heroísmo y sentido patriótico. Por mis experiencias con los pasados visionados de las películas de Capitán América me atrevo a decir, sin temor a equivocarme, que esta es una de las más mediocres, en una etapa del UCM en la que ya es evidente que no tienen nada nuevo que contar sobre el patriota de estrellas y rayas.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Captain America: Brave New World
Año: 2025
Duración: 1 hr. 58 min.
País: Estados Unidos
Director: Julius Onah
Guion: Malcolm Spellman, Dalan Musson, Rob Edwards, Julius Onah, Peter Glanz
Música: Laura Karpman
Fotografía: Kramer Morgenthau
Reparto: Anthony Mackie, Harrison Ford, Danny Ramirez, Shira Haas, Tim Blake Nelson, Carl Lumbly, Giancarlo Esposito, Liv Tyler
Calificación: 3/10


Estragos

En Estragos, Gareth Evans recupera los apuntes de su poética de la violencia para simplificar, sospecho, algunos de los códigos habituales del subgénero de matanza heroica que ya había mostrado anteriormente en La redada (2011) y La redada 2 (2014), pero ahora trasladando el asunto al cine policial de Hollywood. La fórmula operística que se pone sobre ella, a menudo como una especie de homenaje al cine de John Woo y Johnnie To, me induce a pensar lo suficiente como para saber que Evans ha vuelto a lo suyo porque, francamente, es un thriller de acción que ajusta los estereotipos policiales con consistencia y nunca deja de ser entretenido en su infierno urbano de ultraviolencia, tiroteos y giros inesperados; entregando una carga de adrenalina que me mantiene colgado del asiento durante más de hora y media cuando veo a Tom Hardy en un modo desenfrenado. En la trama, Hardy interpreta a un detective de homicidios corrupto llamado Patrick Walker que, tras una persecución policial sobre unos rateros y un negocio de drogas que sale mal, se abre camino en el submundo criminal para rescatar al hijo corrompido de un político afroamericano por una vieja deuda, mientras desentraña una red de corrupción y conspiración que involucra a policías corruptos, mafiosos chinos y ladrones de poca monta en el lugar equivocado. En general, la narrativa me parece atrapante desde el principio porque, dentro de sus limitaciones, va directo al grano para establecer el hilo conductor, en una estructura que reconstruye las piezas con escenas retrospectivas, diálogos cínicos y personajes violentos a la hora pautada. Las motivaciones de los personajes están arregladas con cierto grado de cohesión interna y sus acciones inmediatas, como estereotipos genéricos, responden a situaciones intensas que se estructuran sobre el MacGuffin de la cocaína que, entre otras cosas, funciona como un catalizador para impulsar la trama de mentiras, brutalidad y tiros que justifica la ironía cruzada con la que se desarrolla el conflicto. En este sentido pienso que es disfrutable la misión del policía violento que investiga las pistas abusando de su autoridad; el trabajo sucio de los agentes corruptos de narcóticos aliados a un teniente descontento de la tríada que roban un cargamento de drogas para venderlo; la huida de un joven ladrón y su novia latina que son buscados por los matones chinos de la tríada por estar en la escena del crimen y ser acusados de asesinato; la policía novata que indaga por su cuenta el caso para ayudar a su compañero Walker a encontrar a los jóvenes fugitivos; la intervención de la furiosa jefa de la tríada que llega a la ciudad para vengarse por la muerte de su hijo. Hay discusiones a puerta cerrada, persecuciones por las autopistas, investigaciones al estilo del true crime, peleas a muerte, conteos de cuerpos y tiroteos brutales que alcanzan su punto más caótico en la secuencia de un club nocturno en el que se desata una lluvia de balas y sangre. La presencia de Hardy, por otra parte, me resulta creíble porque recurre a su pericia física y a su registro expresivo para interpretar a un policía irascible, impulsivo, violento, que trata de hallar una cuota de redención ética luego de haberse involucrado en el pasado con los colegas corruptos para ganar dinero y resolver problemas familiares. También hay roles secundarios aceptables del reparto pretensiosamente diverso. Con todos estos actores, Evans monta su espectáculo que homenajea al cine de acción de Hong Kong y, dicho sea de paso, proporciona una muestra de lo que sabe hacer con la estética del cine para entregar secuencias de acción muy frenéticas a través del montaje rítmico, las atmósferas urbanas y el encuadre móvil de una cámara en constante movimiento que amplía el epicentro de tensión. También permite que la música se integre en los momentos clave. Se trata, sin lugar a dudas, de un sólido regreso de Evans a su ejercicio de acción estilizada.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Havoc
Año: 2025
Duración: 1 hr. 47 min.
País: Reino Unido
Director: Gareth Evans
Guion: Gareth Evans
Música: Aria Prayogi
Fotografía: Matt Flannery
Reparto: Tom Hardy, Jessie Mei Li, Timothy Olyphant, Forest Whitaker, Luis Guzmán, Justin Cornwell, Quelin Sepulveda, Yeo Yann Yann
Calificación: 7/10
Pepe

En Pepe, el realizador dominicano Nelson Carlo De Los Santos Arias recurre a la poética de lo natural con el fin de enmarcar, supongo, un extraño híbrido a partir de la intersección simbiótica de varios géneros cinematográficos. Se trata, si no me equivoco, de su segundo largometraje de ficción tras Cocote (2017), en la que ya mostraba lo que era capaz de hacer con la estética rupturista. Pero, a diferencia de su ópera prima, el asunto me obliga a razonar lo suficiente como para poner en duda el galardón al Oso de Plata que obtuvo en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 2024. Esto se debe a que valoro, hasta cierto punto, el ejercicio de estilo con el que De Los Santos demuestra algunas de sus pericias estéticas, pero siento que aquí su narrativa carece de emoción y, por lo regular, sus pretensiones experimentales se pierden en una síntesis discursiva bastante rebuscada sobre xenofobia, neocolonialismo e inmigración, donde tengo la ligera sospecha de que suele estirar el metraje innecesariamente con la única finalidad de rellenar el registro de obviedad. Su argumento, estructurado sobre un largo racconto, tiene como protagonista a Pepe, el fantasma de un hipopótamo con características antropomórficas que pertenecía a Pablo Escobar, que narra con la voz en off las experiencias derivadas de su travesía desde África hasta la selva de Colombia, poco antes de su muerte. En términos generales, la narrativa minimalista muestra la odisea del animal muerto con una mezcolanza genérica que se monta sobre el documental, el drama fantástico y algunas puntualidades del cine experimental. El problema fundamental, no obstante, es que la simbiosis anula el desarrollo de los pocos personajes que aparecen en las escenas y, entre otras cosas, las acciones se reducen a una serie de situaciones redundantes que solo funcionan como catalizador de una envergadura textual demasiado obvia. De esta manera, quedo completamente anestesiado por los relatos que cuenta el hipopótamo sobre su propia desdicha existencial; el largo viaje migratorio del paquidermo en manos de narcotraficantes peligrosos; la vida comunitaria del animal con los otros miembros de su especie; la ignorancia del campesino de un poblado remoto que busca cazar al hipopótamo a orillas del río Magdalena. El simbolismo conduce a De Los Santos a utilizar al animal para sintetizar un discurso sociopolítico sobre la condición del inmigrante; pero entendido ahora como la lucha de un inmigrante para contener la volatilidad de su propia naturaleza frente a fuerzas externas, políticamente inducidas por el poscolonialismo, que lo deshumanizan sobre la base de la xenofobia, la explotación y el rechazo discriminatorio. Esto es específicamente cierto porque el exiliado tercermundista, simbolizado aquí por el hipopótamo sacrificado, que a menudo explora lugares desconocidos como aquella caricatura de Pepe Pótamo, emplea su fuerza y la capacidad productiva del río para subsistir escondido en el terreno de la infraclase, donde permanece estacionado como un ser perdido en ninguna parte al que se le imposibilita comprender su propia situación desfavorable porque, literalmente, "habla" en otros idiomas. Hay, asimismo, algunos subtextos antropológicos que codifican tópicos sobre las tradiciones culturales de ciertas comunidades rurales. Pero, lejos de estas obviedades discursivas de carácter sintomático, solo me parece algo interesante la forma en la que De Los Santos dimensiona las inquietudes intrínsecas del personaje a través de la elipsis, el sobreencuadre, el fundido a blanco, el plano fijo, el fundido a negro, el picado, la psicología del color, el uso proxémico del espacio, el sonido diegético, el encuadre móvil y, ante todo, las panorámicas que captan con cierta belleza las atmósferas naturalistas que se reflejan sobre los paisajes selváticos en una relación de aspecto 4:3. La música extradiegética también está correctamente integrada en un par de escenas. Estas propiedades estéticas, por desgracia, son insuficientes para elevar una narración deslavazada que, dicho sea de paso, se hunde como un hipopótamo hambriento en el agua, casi como si se tratara de un documental inclasificable en la programación de Nat Geo.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Pepe
Año: 2024
Duración: 2 hr. 02 min.
País: República Dominicana
Director: Nelson Carlo de los Santos Arias
Guion: Nelson Carlo de los Santos Arias
Música: Nelson Carlo de los Santos Arias
Fotografía: Nelson Carlo de los Santos Arias, Roman Lechapelier, Camilo Soratti
Reparto: Jhon Narváez, Sor María Ríos, Jorge Puntillón García
Calificación: 6/10

El niño y la garza

En El niño y la garza, el realizador japonés Hayao Miyazaki recupera su poética del naturalismo para evocar, supongo, algunas de las preocupaciones filosóficas que han gobernado su estilo desde hace varias décadas, marcando a la vez su regreso al cine de animación luego de haber anunciado su retiro de la industria con el estreno de Se levanta el viento (2013). Se dice que su producción duró aproximadamente nueve años, enfrentándose a varios retrasos y al ritmo lento de animación con el que Miyazaki suele esbozar todo porque prefiere el dibujo a mano con técnicas tradicionales. Valoro, hasta cierto punto, el compromiso de todo el grupo involucrado porque, a decir verdad, es una película animada de Miyazaki que goza de un trabajo de animación que se ve algo bonito por fuera con las florituras naturalistas, pero, por desgracia, su fábula fantástica pierde fuerza y casi no tiene emoción cuando narra la odisea de mayoría de edad sobre la pérdida, el dolor y la resiliencia ante la tragedia, en dos largas horas en la que me abraza la sensación de que el director tiende a frecuentar demasiado los mismos ejes temáticos sin añadirle un grado de profundidad más allá del registro de obviedades. Su argumento se ambienta en la Segunda Guerra Mundial y sigue a Mahito Maki, un niño inocente que pierde a su madre en el incendio de un hospital bombardeado en Tokio y que, con el paso del tiempo, se adapta a vivir con su padre (empresario de una fábrica de municiones) y con la madrastra que es la hermana idéntica de su madre fallecida; pero cuya existencia da un giro cuando se encuentra con una peculiar garza gris que lo lleva hasta una misteriosa torre ubicada en las profundidades de un bosque. En general, la aventura del niño tiene arranque que me llama la atención porque se monta sobre esas viejas fórmulas fabulescas sobre niños ordinarios que descubren eventos extraordinarios. En este sentido, recibo con algo de entusiasmo el inicio del viaje del niño con arco y flecha en mano que recorre toda Narnia en busca de la madre perdida mientras se topa con un enjambre de criaturas raras y animales silvestres; las intervenciones de presunto alivio cómico de la garza engañosa que indirectamente guía al niño; las ancianas sirvientas de la casa de aspecto siniestro; el descenso al mundo oceánico adornado de pelícanos agresivos; la dimensión del mago ascético preocupado por una pila de bloques de juguete de piedra que representan el equilibrio de un mundo a punto de ser destruido. El problema fundamental, no obstante, es que durante todo este trayecto me doy cuenta de que la narrativa carece de gancho porque los personajes solo ocupan las descripciones triviales del guion como estereotipos genéricos de Ghibli y, por lo regular, sus acciones se reducen a diálogos expositivos que tienden a subrayar demasiado la síntesis discursiva que se edifica como un hilo conductor. Miyazaki solo los utiliza como figuras cosméticas que buscan funcionar como un catalizador para estructurar en la superficie una parábola de mayoría de edad sobre el sufrimiento; pero entendido ahora como el conflicto intrínseco de un niño inseguro en estado de negación que supera los desafíos de ciertas experiencias traumáticas y descubre el poder de adaptarse a los tiempos difíciles que debilitan los lazos familiares. Como es habitual, Miyazaki cuelga debajo de todo esto soterradas metáforas sobre el cuidado del medioambiente y la relación del hombre con una naturaleza que agoniza por fuerzas externas. Y, dicho sea de paso, ejecuta un ejercicio de estilo que encuentra su balance en el diseño de los personajes, los escenarios surrealistas y el movimiento dinámico de todos los seres peculiares que ocupan el encuadre. También aprovecha con soltura las piezas melódicas de la partitura de Joe Hisaishi en escenas clave. Sin embargo, nada de esto evita que, en efecto, su película animada nunca despegue del epicentro de indulgencia, redundancia y simbolismo rebuscado.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: The Boy and the Heron (Kimitachi wa dô ikiru ka)
Año: 2023
Duración: 2 hr. 04 min.
País: Japón
Director: Hayao Miyazaki
Guion: Hayao Miyazaki
Música: Joe Hisaishi
Fotografía: Atsushi Okui
Reparto (voces): Soma Santoki, Masaki Suda, Aimyon, Yoshino Kimura, Takuya Kimura, Shōhei Hino
Calificación: 6/10


Araña sagrada

En Araña sagrada, el realizador iraní Ali Abbasi recurre a las ecuaciones del thriller, supongo, para ofrecer un retrato ficcionalizado sobre Saeed Hanaei, un asesino en serie que mató a 16 trabajadoras sexuales entre 2000 y 2001 en Irán. Se trata de su segundo largometraje tras Border. Pero, a diferencia de aquella ópera prima, aquí parece perdido en un ejercicio de género que frecuenta lugares comunes. Siento que el thriller de Abassi tiene un arranque atrapante que se solidifica, a lo justo, con una actuación decente de Zar Amir Ebrahimi, pero su narrativa pierde el rastro de intriga y, por desgracia, se vuelve un tanto convencional cuando cae atrapado en su red moralista sobre misoginia y corrupción burocrática, donde soy asaltado por una extraña sensación de que le falta complejidad a su fondo feminista. Su argumento se sitúa en 2001 y sigue las experiencias de Arezoo Rahimi, una periodista de Teherán que llega a Mashhad para investigar una ola de feminicidios perpetrados por un asesino en serie al que los medios de comunicación han apodado como "Araña sagrada", mientras examina las pistas y colabora de cerca con el editor de un periódico local para descubrir su identidad. En términos generales, la narrativa de Abbasi disecciona el conflicto sobre las bases habituales del thriller policial, donde la periodista ocupa un lugar detectivesco mientras el asesino deja las huellas en la escena del crimen para que lo atrapen. Por un lado, muestra la ética de una periodista que investiga la evidencia para derribar las barreras sexistas de unas autoridades locales que no tienen ninguna prisa por resolver el caso y, además, superar un pasado oscuro como víctima de acoso. Por el otro, presenta en unas cuantas escenas el modus operandi de un psicópata retorcido que, motivado por el fanatismo religioso, pasea en su motocicleta por las noches para llevar a su apartamento a las prostitutas callejeras que recoge y estrangularlas con sus pañuelos en la cabeza, poco antes de deshacerse de sus cadáveres en las afueras de la ciudad. Hasta cierto punto, el ritmo con el que se narra el material está cohesionado. Sin embargo, la trama abandona su capa de sustancia porque, entre otras cosas, los personajes carecen de desarrollo más allá de las descripciones obvias del guion que los reduce a estereotipos y, como consecuencia de esto, sus acciones se vuelven predecibles una vez que se subordinan a la gratuidad de algunas situaciones. La tensión simplemente se pierde entre tantos facilismos. Los personajes funcionan solo como autómatas de último minuto, y Abbasi se precipita a estereotiparlos con la única finalidad de esclarecer un comentario sobre la misoginia y la corrupción gubernamental, pero entendido ahora como la ética del deber de una periodista valiente que persigue a un asesino de mujeres para exponer la podredumbre patriarcal de un costado de la cultura iraní. En cierta medida, su texto es un poco maniqueo en su epicentro sociopolítico, pero se apresura demasiado rápido por las lecturas morales que debilitan su profundidad cuando utiliza la figura del asesino para simbolizar, en su punto más soterrado, el aparato represivo del régimen que se suele instrumentalizar a través de la violencia contra la mujer. Por lo menos, aparte de sus contrariedades discursivas, encuentro algo solvente la actuación de Amir-Ebrahimi cuando emplea su expresividad para interpretar a una periodista atrevida que desafía las normas establecidas y destapa los prejuicios sociales de los hombres machistas. También la de Mehdi Bajestani como el asesino en serie, psicológicamente dañado por la guerra de Guerra Irán-Irak, que oculta los crímenes frente a su familia y afirma estar limpiando la ciudad en nombre de su fe religiosa. Los dos son encuadrados por Abbasi en una puesta en escena que goza de atmósferas urbanas que reproducen con autenticidad las calles iraníes, además de contar con una buena banda sonora de Martin Dirkov. Pero todo lo demás, desafortunadamente, permanece en una zona genérica bastante regular.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Holy Spider (Ankabut-e moqaddas)
Año: 2022
Duración: 1 hr. 58 min.
País: Irán 
Director: Ali Abbasi
Guion: Ali Abbasi, Afshin Kamran Bahrami
Música: Martin Dirkov
Fotografía: Nadim Carlsen
Reparto: Zar Amir-Ebrahimi, Mehdi Bajestani, Arash Ashtiani, Forouzan Jamshidnejad
Calificación: 6/10
Lilo y Stitch

Lilo y Stitch es una película animada que supone una de las piezas tardías de Disney luego del esplendor del renacimiento y que alcanzo a ver, entre otras cosas, para continuar explorando a plenitud el catálogo completo de la compañía del ratón que ignoraba hasta cierto punto porque no me llamaba la atención cuando se estrenaba en los cines o lo pasaban en la televisión por cable. La hora y media que paso consumiendo su oferta me induce a pensar, en ocasiones, que se trata de una película de Disney que encuentra un tono aceptable con su estilo de animación tradicional, pero que, por desgracia, muchas veces transita por aguas conocidas y clichés arenosos que le quitan el encanto a su fábula tropical sobre hermandad, familia y extraterrestres, donde en algunas escenas me asalta la sensación de que no me emociona lo que veo como sí lo habían hecho otras películas del renacimiento. Luego de un pequeño prólogo en el que una criatura alienígena escapa a la Tierra para evitar ser encarcelada, su trama se ambienta en una isla hawaiana y tiene como protagonista a Lilo, una niña huérfana traviesa y muy solitaria que es criada por su hermana mayor, Nani, después de la muerte de sus padres; pero cuya vida cambia cuando adopta al extraterrestre pensando que es un "perro" en el refugio de animales y le pone el nombre de "Stitch", dando inicio a una serie de travesuras que se convierten en un dolor de cabeza para su hermana y un agente de asistencia social vestido de negro que amenaza con llevarla a un hogar de acogida si la situación de crianza no mejora. En general, la aventura de Lilo y Stitch se enmarca en las fórmulas básicas del género en el que una niña ordinaria descubre eventos extraordinarios mientras descubre el valor de la amistad y los vínculos familiares extendidos entre conversaciones y cantos. En este sentido, se muestra la aventura de la niña huérfana que encuentra a su mejor amigo en la mascota extraterrestre; el apuro de la hermana que busca trabajo para proteger a su hermanita como si fuera una madre; el caos provocado por el alienígena gruñón que lo rompe todo y causa más problemas de la cuenta; la misión de los dos extraterrestres tontos enviados al planeta para recapturar a Stitch. Pero, desafortunadamente, descubro en todo esto que hay una falta de gancho que se catapulta porque los personajes se mantienen colgados a un epicentro rutinario que suele conducirlos a conflictos superfluos que terminan siendo predecibles, a pesar de las acciones expositivas que responden a una estructura cohesionada. Las sorpresas simplemente son escasas con la niña ingenua, la hermana desempleada y el extraterrestre pendenciero que se relacionan sobre la costumbre hawaiana de familia extendida conocida como "Ohana". Por lo menos, me resulta un poco agradable escuchar las voces del doblaje que describen las inquietudes de los personajes. También el estilo de animación tradicional que recupera la visión de Disney de la época del renacimiento con el diseño de los personajes y los escenarios pintados con acuarela en lugar de la técnica de gouache, algo que visualmente me parece muy bonito porque le agrega un aspecto original que mezcla un híbrido entre la ciencia-ficción futurista y las tradiciones hawaianas que se pintan en los bailes, el vestuario y las playas tropicales. Esta atención por los detalles se complementa, además, por una banda sonora de Alan Silvestri que se integra de manera consistente para elevar algunas escenas. Ninguno de estos elementos, sin embargo, me impiden salir de la indiferencia con la que recibo sus imágenes. Es, particularmente, una cinta animada bastante regular de Walt Disney Pictures.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Lilo & Stitch
Año: 2002
Duración: 1 hr. 25 min.
País: Estados Unidos
Director: Chris Sanders, Dean DeBlois
Guion: Chris Sanders, Dean DeBlois
Música: Alan Silvestri
Fotografía: Animación 
Reparto (voces):  Daveigh Chase, Chris Sanders, Tia Carrere, David Ogden Stiers, Kevin McDonald, Ving Rhames, Jason Scott Lee, Zoe Caldwell
Calificación: 6/10

Corazón de caballero

Corazón de caballero es una película de Brian Helgeland a la que me acerco, dicho sea de paso, para completar aquellos visionados esporádicos que me proporcionaba cuando la solían pasar en televisión por cable hace ya más de dos décadas. Lo único que alcanzo a recordar de aquellos años era que fue exitosa en la taquilla y, además, lanzó a Heath Ledger al estrellato cuando Hollywood vio su potencial desbloqueado. Pero ahora, tras consumirla en unas dos horas, salgo con la sensación de que no me dice nada que no haya visto antes con mejores resultados. Su cuento medieval ofrece algunos instantes de heroísmo con la presencia de Ledger como el caballero del pueblo, pero, desafortunadamente, la trama es irremediablemente cursi y nunca se toma la molestia de salirse de la zona de confort aburrida de duelos, prejuicios y amor. El argumento, basado en una parte de Los cuentos de Canterbury que escribió Geoffrey Chaucer, se sitúa durante la Edad Media en el siglo XIV y tiene como protagonista a William Thatcher, un escudero campesino que, luego de la muerte de su amo, se hace pasar por un caballero de la nobleza para cumplir su sueño de competir en torneos de justas con el apoyo de sus amigos, mientras derrota en su caballo a varios contrincantes y, en medio de los elogios, también se enamora de una damisela llamada Jocelyn. En general, la narrativa se esquematiza sobre la fórmula básica que mezcla la comedia romántica con la aventura histórica de carácter deportivo, donde el deportista, que ahora asume el papel de un caballero, supera varios obstáculos antes de alcanzar la gloria y el respeto venciendo al villano de turno. El problema que encuentro, desde el principio, es que los personajes carecen de un desarrollo pleno y, por lo regular, ejecutan acciones superfluas que se reducen habitualmente a situaciones predecibles que se montan sobre los duelos, las conversaciones cutres y el romance a puerta cerrada. Casi no hay gancho en el conflicto principal. Las escenas me resultan un poco convencionales. Y permanezco abatido por una abulia que no se me quita ni siquiera cuando veo los combates de justas en el que el caballero elegido, montado en su caballo y con lanza en mano, vence con facilidad a los oponentes para ganarse la aclamación del público; el idilio que surge entre la princesa y el caballero que oculta su nombre; el presunto alivio cómico del equipo que prepara la armadura y las armas para el caballero; la villanía del rival envidioso y prejuiciado que solo cumple con la función descriptiva de ser el malo estereotipado del asunto. Los clichés me impiden encontrar hallazgos discursivos en sus obvias metáforas sobre clase, honor y redención, que se coloca en la superficie sobre los antiguos torneos de justas que, según los historiadores, eran una forma de demostrar habilidades y posición social durante el medievo. A pesar de todas mis quejas, admito que Ledger muestra cierto grado de confianza cuando interpreta a William como un hombre enamoradizo, determinado y valiente que compite para conquistar el corazón de la dama, demostrando además su pericia física para algunas escenas arriesgadas. También descubro que Paul Bettany, como secundario, se roba unas cuantas escenas cuando interpreta, con humor y diálogos irónicos, a una versión ficcionalizada del propio Chaucer. Con todo el reparto, Helgeland consigue una reproducción fabulesca de la época medieval que compensa sus debilidades con el vestuario y los escenarios medievales, además de colgar en algunas escenas una molesta selección de música anacrónica que reproduce en su banda sonora canciones populares de rock de David Bowie, AC/DC y Queen. Estos elementos pretenden ser llamativos en su capa de obviedades, pero nunca logran levantar del suelo a este relato acartonado sobre las tradiciones de la caballería.



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: A Knight's Tale
Año: 2001
Duración: 2 hr. 12 min.
País: Estados Unidos
Director: Brian Helgeland
Guion: Brian Helgeland
Música: Carter Burwell
Fotografía: Richard Greatrex
Reparto: Heath Ledger, Mark Addy, Rufus Sewell, Shannyn Sossamon, Alan Tudyk, Paul Bettany, Bérénice Bejo
Calificación: 5/10