Cloverfield: monstruo

Cloverfield, dirigida por Matt Reeves y producida por J.J. Abrams, es una película que irrumpió en 2008 como un experimento en el género de monstruos que yo, desafortunadamente, no pude ver en el momento de su estreno original, pero sí recuerdo, como si fuera hoy, la campaña de marketing de viral que Paramount Pictures adoptó para promoverla en todas las plataformas y que, además, puso a todo el mundo a hablar de su misteriosa premisa. Tras pasar cerca de una hora y cuarto consumiendo lo que ofrece consigo entender ahora que su mezcla de metraje encontrado y terror de ciencia-ficción de monstruos funciona por momentos en su arranque de caos apocalíptico en Nueva York, pero, por desgracia, tropieza con limitaciones que hacen de su narrativa algo superficial, en la que los personajes unidimensionales frecuentan lugares comunes que agotan la sustancia lejos de las propiedades formales. Su trama, ubicada luego de un prólogo en el que se alega que el ejército recuperó las imágenes de una videocámara personal en Central Park, sigue a un grupo de jóvenes que intentan sobrevivir mientras un monstruo colosal destruye la ciudad. En términos generales, la narrativa tiene un comienzo interesante que se justifica por el híbrido genérico entre el cine de catástrofes, el terror found footage y la ciencia-ficción de monstruos de subgénero kaiju, donde varias personas buscan escapar del cataclismo originado por un monstruo gigantesco en una zona urbana. El problema, no obstante, es que el guión de Drew Goddard deja muy poco espacio para el desarrollo de los personajes más allá de la capa descriptiva que sirve como catalizador del conflicto y, a menudo, solo los coloca en situaciones rebuscadas que nunca abandonan la circularidad de facilismos ni los diálogos con signo de exclamación. En este sentido, me resulta un poco previsible la pretensión de Jason cuando organiza una fiesta de despedida con su novia Lily en su apartamento en el Bajo Manhattan; la tarea de Hud como el camarógrafo que captura los testimonios de sus amigos antes de la hecatombe de la Estatua de la Libertad; la supervivencia colectiva del grupo en el Puente de Brooklyn frente a las explosiones y la devastación dejada por una criatura alienígena de origen desconocido; el paso del grupo por las calles desoladas y un refugio subterráneo del metro en el que huyen de criaturas hostiles; las discusiones del grupo frente a los militares que evacúan el perímetro para lanzar un ataque masivo. Hay rascacielos destruidos, gente despavorida, enfrentamientos militares, parásitos hostiles. El ritmo mantiene la consistencia estructurando las escenas, pero muchas preguntas se quedan sin respuesta sobre el propósito de la criatura y me da la sensación de que Reeves, entre otras cosas, opta por no profundizarlo para apresurarse a mostrar el asunto como metáfora del miedo colectivo a lo impredecible en el contexto posterior al 11 de septiembre, en una repetición de secuencias de huida y destrucción que tiende a volverse rutinaria hacia el clímax. Las actuaciones de Michael Stahl-David, Jessica Lucas y Lizzy Caplan, por lo menos, poseen cierta autenticidad al presentar la desesperación y el pánico, destacándose asimismo T.J. Miller como el camarógrafo que suelta un par de líneas de diálogo como alivio cómico. Otro de los puntos de acierto se halla en la estética que Reeves despliega en la puesta en escena para dimensionar la calamidad a través de la elipsis, la iluminación, el sonido diegético —gritos, explosiones, rugidos— y las modalidades del encuadre móvil que se ajustan sobre una cámara en mano que, por añadidura, aprovecha las posibilidades del formato found footage y el plano subjetivo para ampliar el horror casi desde una perspectiva de primera persona. Los efectos especiales de CGI, de igual modo, se integran con solvencia en las secuencias de desastre. Estos elementos técnicos le proporcionan veracidad a las atmósferas caóticas, pero, en última instancia, son insuficientes para elevar el alcance y entregar algo aterrador en el género de monstruos.



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Ficha técnica
Título original: Cloverfield
Año: 2008
Duración: 1 hr. 25 min.
País: Estados Unidos
Director: Matt Reeves
Guion: Drew Goddard
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Michael Bonvillain
Reparto: Michael Stahl-David, T.J. Miller, Jessica Lucas, Lizzy Caplan, Mike Vogel
Calificación: 6/10
Actividad paranormal

Actividad Paranormal es una película independiente de Oren Peli que, dentro de sus parámetros, intenta subvertir algunos de los tropos del terror sobrenatural al adoptar un enfoque visual que intenta aterrizar el escalofrío por medio de una cámara de vídeo doméstica. La hora y media que tiene de metraje me induce a razonar lo necesario como para saber que la premisa de terror found footage posee cierta originalidad al evocar unos pocos escalofríos en las atmósferas domésticas, pero, en general, la poca sustancia que hay se apaga como las luces de la habitación entre diálogos insulsos y personajes unidimensionales que solo se levantan de la cama para repetir las obviedades. La trama, ubicada en una casa en San Diego, sigue los días de Katie y Micah, una pareja obsesionada que trata de grabar con una cámara de vídeo todo lo que ocurre en la sala o en las habitaciones con el fin de registrar la actividad paranormal mientras duermen, luego de conversar con un psíquico que sugiere que Katie está siendo poseída por un demonio que se alimenta de energía negativa. En términos generales, la narrativa se estructura sobre las bases de las fórmulas convencionales del terror de posesiones, en la que una pareja encerrada en una casa embrujada es atormentada por una presencia sobrenatural que los obliga a vivir bajo las sábanas del miedo. El problema fundamental, sin embargo, es que los personajes carecen de desarrollo porque, por lo regular, solo rellenan las descripciones banales con sus motivaciones para impulsar el conflicto, además de que sus acciones permanecen casi siempre estacionadas en un abanico de situaciones pronosticables que repite inutilmente la circularidad de facilismos entre las conversaciones nimias y las noches de pánico frente a la cámara. En este sentido, no me queda más remedio que permanecer impávido ante la histeria de Katie que surge cuando entra en un estado catatónico provocado por la entidad maligna; la obsesión de Micah al grabar con la cámara todo lo que pasa en su hogar para documentar los fenómenos extraños de día y de noche; las noches siniestras de octubre en la que tanto Micah como Katie atestiguan desde su habitación los portazos violentos y los susurros del demonio invisible que pasea por los aposentos. Con apenas 86 minutos, el asunto de eventos paranormales se siente excesivamente prolongado debido a la repetición constante de escenas nocturnas donde los jumpscares surgen con escasa fuerza y casi no tienen impacto, además de que la dinámica de los personajes centrales cae en el abismo de lo rutinario. Las actuaciones de Katie Featherston y Micah Sloat consiguen sentirse orgánicas con la improvisación, llegando a tener una química que se refleja cuando hablan con naturalidad como si fueran una pareja real, a pesar de que sus personajes son terriblemente superfluos. Uno interpreta a un joven imprudente obsesionado con grabar con su cámara como un voyeur de fantasmas, y la otra, en cambio, es una mujer histérica que suele decir lo mismo. Estos actores son utilizados por Peli para sintetizar la puesta en escena sobre un estilo minimalista de terror sobrenatural que, entre otras cosas, se solidifica al transmitir el miedo a través del plano subjetivo, el plano medio, el primer plano, el fundido a negro, el sobreencuadre, la iluminación artificial, el plano fijo de larga duración y algunas modalidades del encuadre móvil que se manifiestan en varias escenas en el interior de la casa. El uso del sonido diegético busca, de igual modo, incorporarse para generar shock con el volumen de los ruidos, los silencios y los gruñidos. Estos elementos tratan de amplificar su propuesta, haciendo que parezca auténtica en la superficie con su estética de material encontrado, pero, en última instancia, no son suficientes para que la experiencia enganche, quedando, más bien, como un experimento errático de terror, atrapado en un bucle de sustos de bajo presupuesto.



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Ficha técnica
Título original: Paranormal Activity
Año: 2007
Duración: 1 hr. 26 min.
País: Estados Unidos
Director: Oren Peli
Guion: Oren Peli
Música: N/A
Fotografía: Oren Peli
Reparto: Katie Featherston, Micah Sloat, Amber Armstrong, Mark Fredrichs
Calificación: 5/10
Borderline

En un saturado mercado de terror y comedias independientes, Borderline es una película del debutante Jimmy Warden que busca mezclar los géneros para entregar algo original en su cruce entre el thriller psicológico, la comedia negra y el terror de invasión de casas. Pero lo que Warden entrega aquí no es solo una de las peores películas del año, sino también un revoltijo genérico que se ahoga en sus propias pretensiones, resultando en una comedia negra de terror que ni asusta, ni ríe, ni conmueve con su propuesta de home invasion; como si alguien hubiese metido un guión de The Black List en una licuadora con clichés tarantinescos y un puñado de referencias pop vacías solo para esperar un batido aguado. Su argumento se sitúa en Los Ángeles en la década de los 90 y sigue a Sofía Minor, una actriz y estrella del pop que es acosada por la presencia de un fanático obsesivo que llega a su residencia para obligarla a contraer matrimonio, mientras su guardaespaldas intenta contenerlo sin saber que es un sociópata. En general, la narrativa esquematiza el barullo sobre las fórmulas convencionales del home invasion, en la que varios personajes son atrapados como víctimas de un demente en el interior de una casa. El problema, sin embargo, es que la originalidad inicial se desploma de inmediato porque el guión atropella el desarrollo de los personajes al mantener sus motivaciones en un epicentro de descripciones superfluas que, por lo regular, solo funciona en la superficie para impulsar inútilmente una trama que gira alrededor de situaciones previsibles y diálogos inanes que conducen casi siempre a violencia gratuita. Esta gratuidad violenta se debilita, entre otras cosas, con la dejadez de Sofía como la rubia del grito atrapada en la jaula de cemento; la suerte del guardia de seguridad que siempre evade la brutalidad; la inutilidad del jugador negro de baloncesto que se ve involucrado en el asunto por ser novio de Sofía; la sociopatía del tal Paul cuando irrumpe en la mansión antes de ordenar a sus secuaces que desaten el caos entre los rehenes. Warden, en su afán por subvertir expectativas de género adopta una estructura no lineal para subrayar la ironía calculada que conduce a los personajes hacia la espiral sangrienta, pero las escenas, incluso cuando se utilizan los flashbacks, devienen en confrontaciones sin ritmo en las que se ausenta el gancho. El horror se basa en jumpscares torpes que anuncian una violencia caricaturizada. Y los chistes adolecen de un timing fallido, como si Warden hubiera copiado sketches de Saturday Night Live sin entender el punch. Los personajes que muestra en la invasión domiciliaria son figuras huecas que, por añadidura, solo sirven para establecer un comentario de carácter progresista sobre la obsesión en la cultura de las celebridades y las fracturas de la sociedad norteamericana de la actualidad, evidenciado cutremente por la reunión climática de la boda que anuncia la ruptura irreconciliable entre dos facciones interculturales demasiado obvias. Entre todo esto, Ray Nicholson logra ofrecer algo de autenticidad cuando ejerce la mirada y la risa desquiciada de su padre para interpretar a un acosador psicótico que alucina con la rubia de sus sueños, a pesar de que su talento se desperdicia en un personaje enteramente unidimensional. Samara Weaving, por su parte, trata de aportar algo como la diva del pop vulnerable, aunque el guión la reduce al papel de una scream queen reactiva que solo grita y huye para cumplir con un gimmick rebuscado. El resto del elenco es demasiado olvidable como para tomarlo en serio. Al margen de todo esto, rescato las atmósferas que subrayan las subidas de tono en los escenarios, así como la banda sonora que incluye un par de canciones que me llegan al oído. Todo lo demás, en última instancia, es el producto de un ejercicio kitsch que cruza la línea hacia el territorio de los bodrios del direct-to-streaming.



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Ficha técnica
Título original: Borderline
Año: 2025
Duración: 1 hr. 34 min.
País: Estados Unidos
Director: Jimmy Warden
Guion: Jimmy Warden
Música: 
Fotografía: Michael Lloyd
Reparto: Samara Weaving, Ray Nicholson, Jimmie Fails, Eric Dane, Patrick Cox
Calificación: 3/10

A sus 87 años, Ridley Scott es entrevistado por el BFI, en una conversación en la que habla sobre publicidad, su carrera como director y el estado actual de la industria del cine.



Ridley Scott


En una fascinante entrevista del BFI, Ridley Scott, el visionario director de Alien, Blade Runner y Gladiador repasa su carrera de más de 60 años. Desde su infancia en áreas industriales del noreste de Inglaterra, su paso por la BBC y la publicidad (donde dirigió un comercial con David Bowie), hasta sus reflexiones sobre IA, monstruos cinematográficos y el futuro del cine. 


Scott comparte anécdotas divertidas, como su primer "flechazo" con Rita Hayworth a los 5 años, y enfatiza la importancia de la pasión y la eficiencia. Imperdible para fans del cine.




La carrera mortal

La carrera mortal, conocida también como El sobreviviente, es una película de Paul Michael Glaser que, dentro de sus limitaciones, trata de adaptar la novela homónima escrita por Stephen King bajo el pseudónimo de Richard Bachman. La hora y cuarenta minutos que tiene como metraje me induce a pensar que la excusa para adaptarla responde a la tendencia ochentera de Hollywood para capitalizar el éxito de Arnold Schwarzenegger como estrella de acción. A pesar de contener una sátira sobre la sociedad del espectáculo y el control mediático, en la superficie es solo una distopía de acción que a menudo transita por sectores predecibles cuando Schwarzenegger participa en el show sangriento con su musculatura y one-liners risibles, bajo una capa de efectos especiales baratos que se ejecutan con flojera. La trama, ambientada en 2017 en un futuro distópico donde Estados Unidos es un Estado policial totalitario, sigue a Ben Richards, un exmilitar acusado injustamente —por desobedecer las órdenes de abrir fuego contra un grupo de manifestantes— que es obligado a participar en un programa de televisión popular conocido como "The Running Man", en el que los convictos deben huir de cazadores letales para entretener a la audiencia y ganarse la libertad sobreviviendo como "corredores". En términos generales, la narrativa se ensambla sobre las fórmulas básicas del cine de acción que, por añadidura, se ajusta a la figura Schwarzenegger como el estereotipo del héroe con metralleta en mano que mata a todos los enemigos con su creatividad y se queda con la chica que conoce durante la peligrosa misión. El problema central, no obstante, es que el guión tropieza con un simplismo que desafía la lógica con la falta de desarrollo de unos personajes que solo ocupan descripciones huecas con sus motivaciones y, entre otras cosas, solo sirven para impulsar inútilmente el conflicto del reality show mortífero, habitualmente sobre una serie de situaciones rutinarias que nunca abandona la circularidad de facilismos que se apresura a dar vueltas sobre las trampas, las explosiones y los combates mortales. En este sentido, no me queda más remedio que mirar con cierta indiferencia la hazaña de Ben cuando escapa de un campo de trabajos forzados con los colegas de la resistencia; la participación de Ben en el reality show de la muerte donde mata con toda facilidad a los gladiadores de elementos; el plan de la mujer llamada Amber Méndez para ayudar a limpiar el nombre de Ben luego de haberlo traicionado; la megalomanía del jefe del programa televisivo que utiliza su poder para manipular al público y aumentar los estancados índices de audiencia. Los diálogos están compuestos por una recopilación de one-liners cutres que Schwarzenegger suelta como si estuviera en un comercial de cerveza, incluyendo incluso el reciclaje de la famosa frase "Volveré" en un momento determinado. Las actuaciones, de igual modo, son terriblemente mediocres dentro del contexto que se describe, a pesar de que Schwarzenegger demuestra su pericia física para algunas secuencias de combate, con un carisma que se basa en músculos hinchados, cejas arqueadas y cara de piedra. María Conchita Alonso tiene cierta química con Schwarzenegger, aunque se ve reducida a un rol de adorno sexual. El punto de solvencia se encuentra presente, supongo, en ese comentario social que explora tópicos sobre la propaganda televisiva, la manipulación mediática y la corrupción burocrática que distorsiona los hechos, casi como una mirada profética a las consecuencias políticas de la posverdad. Por desgracia, este discurso no se puede tomar en serio porque funciona solo como un accesorio cosmético, de una dirección errática de Glaser que ni se toma la molestia disimular el artificio que rellena las secuencias de acción repetitivas, las coreografías de lucha torpes y un clímax bastante flojo. Lo que ofrece tiene algo de autenticidad en los escenarios distópicos del espacio televisivo y una banda sonora synth-pop aceptable de Harold Faltermeyer. Todo lo demás, en última instancia, me parece un ejercicio que pierde la carrera frente a la pirotecnia y la violencia gratuita.



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Ficha técnica
Título original: The Running Man
Año: 1987
Duración: 1 hr. 40 min.
País: Estados Unidos
Director: Paul Michael Glaser
Guion: Steven E. de Souza
Música: Harold Faltermeyer, Vassal Benford
Fotografía: Thomas Del Ruth
Reparto: Arnold Schwarzenegger, Maria Conchita Alonso, Richard Dawson, Yaphet Kotto, Jesse Ventura, Jim Brown
Calificación: 5/10
El despertar del diablo
El despertar del diablo es una película independiente que supone, entre otras cosas, el debut de Sam Raimi como director de cine, estrenada luego de su experimentación con el cortometraje conceptual Within the Woods de 1978, que garantizó la financiación necesaria para la filmación con un presupuesto de apenas $375 mil dólares. Con el paso de los años ha sido catalogada como una de las obras de culto más importantes del cine de terror, pero la hora y media que duro absorbiendo su metraje me induce a pensar lo suficiente como para poner en duda las presuntas virtudes que han encontrado otros. Particularmente creo que es una película de terror de serie B en la que Raimi demuestra su pericia técnica para construir atmósferas sangrientas en la cabaña del bosque, pero me temo que su narrativa es irregular y tropieza a menudo en una circularidad de clichés que le quitan escalofríos al show de gore sobre posesiones demoníacas, donde no queda otra cosa que el susto prefabricado de gente poseída de la que se sabe muy poco. La trama sigue a cinco estudiantes universitarios —Ash Williams, su novia Linda, su hermana Cheryl y su amigo Scott junto a su novia Shelly— que estacionan su auto en una zona rural de Tennessee para pasar sus vacaciones en una cabaña aislada durante la noche, poco antes de activar una entidad demoníaca al leer una versión del Libro de los muertos y reproducir una grabación de conjuros. En general, la narrativa intenta subvertir las fórmulas de ese cine slasher sobre posesiones sobrenaturales, en el que un grupo de jóvenes decide pasar la noche en una casa maldita solo para darse cuenta de sus propios miedos al ser perseguidos y castigados brutalmente por entidades malignas de origen desconocido. El arranque tiene algunos escalofríos que se solidifican, primero, en la secuencia en la que Cheryl es violada por ramas y raíces del bosque poseído, y, segundo, en el descenso infernal de Ash para sobrevivir al ataque sangriento de los demonios. El problema fundamental, no obstante, es que aquí los jóvenes en cuestión no son más que personajes unidimensionales que rellenan las descripciones obvias del guión para impulsar el conflicto sobre inseguridad juvenil, sin motivaciones complejas que dimensionen su construcción psicológica, cuyas acciones más básicas se disuelven en un epicentro de situaciones previsibles que dejan el rastro de la redundancia entre los gritos, el miedo y la violencia explícita. Los pocos diálogos que tienen son cutres y funcionan solo para subrayar exposiciones que carecen de profundidad. Hay pánico, maldad, desmembramientos, decapitaciones, demonios grotescos, vísceras salpicadas. Pero, por alguna extraña razón, casi no siento el impacto espeluznante porque las actuaciones del reparto son bastante flojas en su registro expresivo, a pesar de que Bruce Campbell repara su rigidez expresiva en los momentos finales, y los otros solo muestran algo de credibilidad con el maquillaje prostético y los gestos histriónicos de los monstruos deformes. El punto de mayor solvencia se encuentra, dicho sea de paso, en las pericias estéticas que suministra Raimi para evocar la desesperación de los personajes a través del decorado del escenario, el primer plano, la elipsis, el picado-contrapicado, el desencuadre, la iluminación atmosférica y, sobre todo, las puntualidades del encuadre móvil que mantienen su nivel de consistencia en las panorámicas de la casa siniestra y en el uso del plano subjetivo de una cámara en movimiento de Tom Philo que a veces se mueve a ras de suelo como si fuera una entidad poseída en el bosque persiguiendo a los personajes. Los efectos prácticos, como explosiones de fluidos corporales y animaciones stop-motion para los demonios, superan las limitaciones presupuestarias. Estos elementos incorporados, incluyendo la banda sonora de sintetizadores y el sonido diegético para transferir los sobresaltos, señalan la eficacia de Raimi para manejar el terror slasher de bajo presupuesto con atmósfera opresiva y cierta claustrofobia, pero, en última instancia, son insuficientes para proporcionar una experiencia visceral que permanezca en mi retina. 


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Ficha técnica
Título original: The Evil Dead
Año: 1981
Duración: 1 hr. 25 min.
País: Estados Unidos
Director: Sam Raimi
Guion: Sam Raimi
Música: Joseph LoDuca
Fotografía: Tom Philo
Reparto: Bruce Campbell, Ellen Sandweiss, Betsy Baker, Richard DeManincor, Theresa Tilly
Calificación: 6/10
Seis mujeres para el asesino

Seis mujeres para el asesino es una película de Mario Bava que constituye, por lo que sé, una de las primeras películas de terror giallo en incorporar los elementos estilizados del color y violencia gráfica como causa de misterio. En particular, tiene un arranque que se beneficia, entre otras cosas, de una estética depurada por Bava para encuadrar lo macabro, pero, en general, como ejercicio vacío de terror giallo divaga demasiado en redundancias narrativas y personajes unidimensionales que dejan el rastro de una ausencia notable de suspenso, dejándome con la sensación de que no estoy viendo nada sustancioso que me obligue a aplaudir las presuntas virtudes que han encontrado otros. Su trama, ubicada mayormente en los interiores de un salón de moda, sigue a un grupo de personajes que levantan las sospechas de los inspectores de la policía cuando algunas de las jóvenes modelos son asesinadas brutalmente por un asesino en serie vestido con máscara, sombrero y gabardina negra; mientras salen a flote los secretos desvelados a través de un diario dejado por una de las modelos asesinadas. En términos generales, la narrativa se establece sobre las fórmulas convencionales que se harían habituales en el cine giallo, donde el enigma de asesinato que reside en la identidad del asesino serial funciona como antesala para mezclar el thriller y el terror psicológico sobre escenas de violencia gráfica estilizada. El problema principal, no obstante, es que esta narrativa de terror se construye en base a un guión defectuoso que mantiene a los personajes solo como arquetipos banales para impulsar la trama con motivaciones poco desarrolladas, a menudo arrojados sobre una serie de situaciones previsibles que se disuelven en la circularidad de clichés, facilismos y gritos de horror. En este sentido, permanezco completamente anestesiado de indiferencia con la falta de gancho que hay en la rutina de asesinato del asesino enmascarado que mata modelos de forma sádica en medio del griterío y el silencio; la investigación del policía que aparece siempre a la hora equivocada para hacer interrogatorios y confiscar la evidencia; la sospecha colectiva de los modistas burgueses que esconden un círculo de corrupción en el atelier de moda en Roma. Los personajes se reparten las descripciones entre ser víctimas o sospechosos, sin profundidad ni un desarrollo que los justifique en el clima sangriento, retorcido y erótico. Los diálogos expositivos solo sirven para puntualizar las obviedades del contexto de los personajes cuando se habla sobre lujuria, chantaje, droga y engaños. La identidad del asesino, que es el eje del misterio, tiene una presencia misteriosa que me invita a saber quién se oculta detrás de la máscara y los guantes negros, pero la intriga se diluye cuando solo frecuenta lugares comunes. Y la resolución del misterio, por su parte, me resulta insatisfactoria porque se edifica sobre una revelación final que carece de impacto y parece solo una excusa para cerrar el episodio de brutalidad a la medianoche. Las actuaciones del reparto, entre otras cosas, son aceptables dentro del contexto de la producción de bajo presupuesto, aunque cerca del clímax Eva Bartok se roba unas cuantas escenas con su histrionismo calculado. El lado más robusto se encuentra, por añadidura, en la estética densamente ajustada que Bava utiliza para subrayar la psicología de los personajes a través del primer plano, el plano subjetivo, la elipsis, el fuera de campo, el sonido diegético, las modalidades el encuadre móvil y, ante todo, la iluminación expresiva que se manifiesta en claroscuros sobre atmósferas siniestras atravesadas por luces de color rojo y verde. También hay algo de pericia en los decorados elegantes que sintetizan ese extraño mundo de maniquíes y muebles antiguos. La obsesión de Bava por crear imágenes estilizadas, como los cuerpos dispuestos artísticamente o los juegos de luces y sombras, le conceden cierta tonalidad en la superficie, pero son sólo ornamentos que, en resumen, no añaden ninguna sustancia a su cuento giallo sobre modelos en crisis y violencia fetichizada.



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Ficha técnica
Título original: Blood and Black Lace (6 donne per l'assassino)
Año: 1964
Duración: 1 hr. 28 min.
País: Italia
Director: Mario Bava
Guion: Mario Bava, Marcello Fondato, Giuseppe Barilla
Música: Carlo Rustichelli
Fotografía: Ubaldo Terzano
Reparto: Dante DiPaolo, Eva Bartok, Arianna Gorini, Thomas Reiner, Cameron Mitchell
Calificación: 5/10