Las brujas

No tengo razón alguna para seguir las modas, pero reconozco que a veces me dejo llevar por las tendencias del momento para ver si encuentro algo de entretenimiento. Vi The Witches, la nueva película de Robert Zemeckis estrenada en la plataforma de HBO Max, pensando que lo encontraría, pero de inmediato me asalta el tedio y hago una labor casi titánica para llegar hasta el fatigoso final. La película de Zemeckis, que actualiza la clásica novela infantil de Roald Dahl, me parece tan aburrida que me da la sensación de estar tomando una poción desabrida y sin magia hecha por brujas con ratones generados por ordenador. Es la segunda adaptación del libro, luego de esa versión de 1990 de Roeg protagonizada Anjelica Huston. En esta, solo cambian unos cuantos detalles para contentar con mucha pretensión a la clase políticamente correcta. Cuenta la historia de un pequeño afroamericano que, después de quedar huérfano por un trágico accidente ocurrido en 1968, se va a vivir con su abuela al pueblo de Demopolis, Alabama. Todo transcurre normalmente en su cotidianidad, hasta que una fantasía oscura detona el problema que hace que el niño y su abuela, quienes se mudan a un hotel para escapar del suceso, sean testigos de los poderes de unas brujas absolutamente diabólicas que tienen la manía de transformar a los niños en animales, especialmente en roedores. No hay nada asombroso en esa trama. Todo luce rutinario, previsible, terriblemente superfluo cuando la abuela y los niños convertidos en ratones intentan por todos los medios revertir el hechizo de la Gran Bruja y acabar con el reinado de terror que ejercen sobre los infantes, algo que de alguna forma solo refleja una trillada parábola sobre el maltrato infantil y el temor a la maternidad, además del tonto maniqueísmo de los estereotipos. De alguna manera, solo me cautiva la histriónica actuación de Anne Hathaway como la bruja glamurosa con la boca ancha, aunque su desarrollo sea superficial. También hay un notable diseño de vestuario y una pomposa dirección de arte que se corresponde bien con el tono fabulesco del relato. Los efectos CGI me resultan espantosos. Por lo demás, todo lo otro es olvidable. Creo que es la película más desastrosa que he visto de Zemeckis.



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Calificación: 3/10
La burla del diablo

No sé lo que estaba pensando John Huston para dirigir La burla del diablo, pero a decir verdad su comedia de aventuras protagonizada por Humphrey Bogart me parece un poco aburrida. Una anécdota afirma que el guión, basado en la novela de Claud Cockburn, fue escrito por Huston y Truman Capote en el día a día durante el rodaje, con el fin de parodiar ciertos pasajes de El halcón maltés. Ni siquiera a Bogart, que actuó por última vez a las órdenes de Huston, le gustó el resultado. Yo pienso lo mismo. Al verla, me da la sensación de que no va a ninguna parte. Cuenta la historia de Billy Dannreuther, un adinerado y cínico norteamericano que, junto con su esposa María, presta sus servicios a cuatro estafadores que anhelan viajar a África para adquirir unas tierras ricas en uranio. Ellos se quedan en un pueblo italiano mientras esperan la reparación del barco para viajar. Durante ese momento, Billy y María conocen a Harry y Gwendolen Chelm, otra pareja que, discretamente, comparte la intención ir al continente africano a buscar el preciado químico. Pero rápidamente el vínculo de las dos parejas levanta las sospechas de los rateros que tienen otro plan para quedarse con el botín. Como es habitual en el cine de Huston, los personajes que presenta son unos aventureros que, lentamente, se convierten en prisioneros de las mentiras y de la codicia para obtener algo valioso que, a fin de cuentas, los destruye. Pero en esta ocasión, la narrativa ralentiza la acción para favorecer unos conflictos que surgen meramente de los diálogos irónicos, con unos golpes de efecto que me hacen pensar que la broma era en serio. Nada de lo que sucede consigue sorprenderme y los personajes insufribles solo me molestan; exceptuando, por supuesto, la presencia de Bogart como el sujeto rico con el pasado misterioso. De pronto me fatigo cuando veo al variopinto grupo planificando la estafa, conversando con doble sentido, engañándose unos con otros, cometiendo adulterio a discreción, traicionándose en las entrañas de un bote a vapor en ruta a Mombasa. Aprecio el sólido estilo visual de las exóticas locaciones, así como el manejo de la elipsis para revelar algunas cosas. Pero nada más. Me parece una de las películas de aventura más triviales que he visto de Huston. 



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Calificación: 5/10





The Flapper

The Flapper, de Alan Crosland, es una comedia muda que de alguna manera goza de una grata presencia de Olive Thomas, pero a mi parecer le falta un poco de fuerza expresiva a su cuento moral de la flapper. Pude ver una copia en muy buen estado, preservada por la George Eastman House. Actualmente se encuentra en el dominio público. La película es la primera de su género en retratar el estilo de vida flapper que era tan popular durante la década de los años 20. Con un guion escrito por Frances Marion, cuenta la historia de una adolescente de 16 años llamada Genevieve 'Ginger' King, la cual vive en el seno de una familia muy rica en la puritana ciudad de Orange Springs, Florida. Como es una muchacha con un comportamiento muy inquieto, su padre, el señor King, decide internarla en el instituto para señoritas de la estricta señora Paddles ubicado en Nueva York, con el objetivo de disciplinarla adecuadamente. Una vez allí, la trama la coloca en algunas situaciones que en un principio resultan algo bonitas, sobre todo cuando la joven traviesa y enamoradiza pasea por los idílicos campos de nieve con sus amigas e intenta coquetear con un hombre mayor que camina por allí todos los días; pero desafortunadamente la acción se vuelve terriblemente blanda y rutinaria cuando la protagonista, en su afán de conquistar al ricachón fingiendo su edad, se escapa de la escuela para escabullirse en el club de campo donde el tipo tiene una fiesta. Me aburre lo que sucede en la vida de esa muchacha que disfruta de las glamurosas fiestas de los años 20 y se involucra con criminales. La actuación de Thomas [una de sus últimas antes de su trágica muerte] me parece correcta como la joven espontánea y expresiva, aunque su hedonismo flapper dura muy poco tiempo en pantalla. Thomas fue la primera actriz en interpretar al personaje de una flapper. Los secundarios están sobrando. Además, el ritmo con el que el montaje cohesiona las escenas resulta algo irregular. Me importa muy poco la estética de Crosland. Pero reconozco que tiene un estilo visual acogedor y algunos escenarios pomposos. Solo los intertítulos me atrapan. Por lo demás, todo lo otro lo percibo como teatralidad redundante, una película torpe y sin gracia que nunca llega a entretenerme con su fábula moral.



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Calificación: 5/10
María Candelaria

Como soy un entusiasta del cine de Emilio Fernández y ando estudiando sus orígenes, he tenido la oportunidad de ver María Candelaria, el melodrama mexicano de la época de oro protagonizado por Pedro Armendáriz y Dolores del Río que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes. Es la primera película mexicana en lograrlo. A decir verdad, me conmueve de inmediato su melodrama folclórico sobre amor, prejuicios e injusticias en el poblado indígena de Xochimilco. Relata la historia de un viejo pintor que describe la causa del retrato que pintó de una hermosa india desnuda. Su narración en racconto se desplaza a 1909 en el pueblo de Xochimilco para presentar a María Candelaria y Lorenzo Rafael, una pareja de campesinos indígenas que desea casarse siguiendo las tradiciones ancestrales, pero son golpeados por la pobreza y la desdicha, ganándose constantemente el odio de los pobladores por el pasado marginal de María (es la hija de una prostituta). Lentamente me veo cautivado por la historia de la dupla, especialmente cuando afrontan la codicia del malvado señor Damián que desea a María Candelaria, la ira de las campesinas feas que envidian la belleza natural de María, la imposibilidad de ganarse la vida como marchantes de flores, las deudas que no pueden saldar, la terrible enfermedad que amenaza con quitarle la vida a la pobre mujer. Hay ironía, desgracia y pesadumbre. Fernández los captura apoyándose de la destreza visual de Gabriel Figueroa, utilizando el gran plano general para magnificar los paisajes bucólicos y las costumbres rurales de los lugareños indígenas, la iluminación que amplía las emociones, el primer plano que refleja la culpa y el dolor, el picado-contrapicado que ilustra la vulnerabilidad y la dignidad de los protagonistas. Tiene actuaciones estupendas del reparto, pero particularmente me cautiva Del Río como la mujer humilde que es apedreada por la tragedia y el sufrimiento, Armendáriz como el esposo que lo sacrifica todo por su mujer, Miguel Inclán como el perverso villano que le hace la vida imposible a los protagonistas y Alberto Galán como el refinado pintor obsesionado con pintar a la mujer de sus sueños. Puede que el clímax sea un poco apresurado cuando los amantes se enfrentan a los hostiles moradores, pero no por eso deja de ser un melodrama muy entretenido sobre los caprichos del destino.



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Ficha técnica
Título original: María Candelaria
Año: 1944
Duración:  1 hr 42 min
País: México 
Director: Emilio Fernández
Guion: Emilio Fernández, Mauricio Magdaleno
Música: Francisco Domínguez, Rodolfo Halffter
Fotografía: Gabriel Figueroa
Reparto: Dolores del Río, Pedro Armendáriz, Alberto Galán, Margarita Cortés, Miguel Inclán
Calificación: 7/10

En esta secuela Sacha Baron Cohen vuelve a encarnar al alocado periodista de Kazajistán para elaborar una crítica satírica sobre la sociedad norteamericana en la época de Donald Trump.


Borat, siguiente película documental



Hace más de 14 años que se estrenó Borat: lecciones culturales de Estados Unidos para beneficio de la gloriosa nación de Kazajistán, la escandalosa comedia de carretera con estilo de falso documental protagonizada por Sacha Baron Cohen. La vi en 2006. Mi memoria me traiciona porque recuerdo vagamente algunas de las escenas de la película, pero me acuerdo perfectamente de las sensaciones que me causaba ver a Baron Cohen interpretando al corresponsal kazajo Borat Sagdiyev mientras anda de gira por los Estados Unidos junto a su colega Azamat Bagatov para producir un documental sobre la vida sociocultural del país y de paso intenta casarse con Pamela Anderson. Ninguna película estrenada en ese año me hizo reír tanto. La razón por la que no paraba de carcajear, supongo, se debe a esos sketches provocativos en los que Borat interactúa con varias personas a lo largo del viaje para burlarse de las idiosincrasias de la cultura estadounidense y de paso sacar a la luz una crítica social demoledora sobre el racismo, el antisemitismo, la homofobia, el sexismo y los prejuicios depauperados de algunos sectores de la sociedad. Baron Cohen retiró el personaje en el 2007 citando la controversial popularidad que alcanzó.


Sin embargo, el personaje ha sido resucitado por Baron Cohen en Borat, siguiente película documental, una secuela que en cierta medida es igual de divertida e irreverente que la antecesora y que no teme en ningún momento de atreverse a romper con los tabúes sociales para subrayar la decadencia política de una nación. Se ha estrenado en la plataforma de streaming de Amazon Prime Video. La dirige un tal Jason Woliner en su debut como director. Y me parece estupenda cuando mantiene el sentido del humor negro, las escenas atrevidas y esa estética de mockumentary con formato de road movie que le sirve a Baron Cohen para interpretar una vez más al periodista kazajo con el acento raro obsesionado con la cultura norteamericana y para satirizar, irónicamente, no solo las tontas ideas de los estereotipos predominantemente blancos, sino las falacias y el comportamiento dañino de los burócratas de saco y corbata que actualmente administran el territorio con su diatriba conservadora. Hay incorrección política por doquier. Por momentos lloro de la risa y casi se me descoloca la mandíbula de tanto reírme al ver las ocurrencias del escandaloso reportero extranjero.




Sacha Baron Cohen como Borat. Imagen de Amazon Prime Video.


La película se ambienta justamente catorce años después de la primera. Borat Sagdiyev (Sacha Baron Cohen) relata con una voz en off las experiencias previas que lo llevaron a estar encarcelado de por vida en un gulag, forzado a trabajos pesados por ridiculizar la imagen del gobierno de Kazajistán en la predecesora. Por un golpe de suerte, es puesto en libertad por órdenes del primer ministro del país, Nursultan Nazarbayev, con la finalidad de que cumpla con la misión de entregar al ministro de cultura de Kazajistán, Johnny el mono, al presidente estadounidense Donald Trump en un intento de restablecer los vínculos diplomáticos con los Estados Unidos. Borat acepta el encargo, pero de inmediato reconoce que la tarea no será posible por haber defecado en el jardín del Trump International Hotel and Tower en película pasada, por lo que opta por donar el mono al vicepresidente Mike Pence. 


Tiempo antes de viajar, visita su antigua aldea y descubre que casi nada ha cambiado, con la ligera excepción de que su vecino le ha robado su casa y su familia. También se asombra al saber que tiene una hija de quince años llamada Tutar (Maria Bakalova), a la cual descuida para partir hacia su destino. Recoge sus trastes y recorre el mundo en un barco de carga por una ruta tan extensa como irregular antes de llegar a la tierra del tío Sam.



Maria Bakalova y Sacha Baron Cohen



La narrativa de la película conjunta la comedia de carretera con la forma de un pseudodocumental, colocando en la ruta de Borat unos cuantos golpes de efecto para amplificar la dimensión sorpresiva de su historia y la improvisación que escupe cuando conversa con los ciudadanos que se encuentra en el camino, en su mayoría vendedores de tiendas o tutores. La primera sorpresa es que ha ganado el estatus de celebridad entre la gente, por lo que debe disfrazarse constantemente para mantener un perfil bajo y que no lo reconozcan durante la travesía. La segunda es la compañía que supone la custodia de su hija Tutar, quien se hallaba oculta dentro del equipaje y, para colmo, se ha comido al pobre mono. Borat, astutamente, envía un fax a su jefe para buscar la aprobación de su nuevo plan: usarla a ella como ofrenda en lugar el simio.


Quizá lo más importante del viaje de Borat y Tutar, además de las actitudes absurdas y de los comportamientos vulgares, es que el vínculo se transforma a lo largo de varias escenas para transmitir un comentario muy escueto sobre la adolescencia, la independencia femenina y los deberes de la paternidad, además de los componentes subtextuales que abordan tópicos de la actualidad que son considerados polémicos, como el aborto, la cosificación de la mujer, el acoso sexual y el odio que cosechan las ideologías políticas de la alt right. Tutar es una adolescente rebelde con un aspecto descuidado que se halla anclada a tradiciones arcaicas patriarcales que, de alguna manera, la ponen a pensar que el rol tradicional de la mujer depende del dominio masculino y que no tiene derecho ni siquiera a conducir un auto. Borat, por su lado, sigue siendo un individuo sexista, antisemita, misógino e impertinente, con una aparente fobia a las responsabilidades paternales, algo visible en las escenas que busca deshacerse de su hija como si fuera un paquete o al mantenerla encerrada en una jaula. No obstante, la alteración de sus hábitos se manifiesta a través de los problemas que se extraen de las conversaciones que sostienen con algunos habitantes y que, imagino, sirven asimismo para modificar la conducta moral de ambos. 



Maria Bakalova y Sacha Baron Cohen



Por una parte, Tutar comienza a madurar y a contaminarse de los valores superficiales de las jóvenes influencers de Instagram, viendo fábulas animadas (que parodian a Disney) muy morbosas sobre el romance de Donald y Melania Trump, tiñéndose el pelo de rubio, maquillándose en los salones de belleza, haciéndole creer a un pastor cristiano [con doble sentido] que está embarazada y que desea abortar, bailando con su padre y manchando su vestido de sangre menstrual para provocar a unos burgueses de la alta sociedad (símbolo de su maduración), visitando un centro de estética para hacerse unos implantes en los senos. Cuando Borat la libera de la celda, en una evidente metáfora de la liberación, se muestra más decidida que antes. Su emancipación se termina de sintetizar, primero, cuando conversa con la niñera afroamericana que es utilizada como guía moral y que le enseña a valerse por sí misma y, segundo, al escabullirse en una reunión de mujeres republicanas, en la que aprende que en las sociedades occidentales las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres. De ese modo sabe que estaba equivocada, oprimida por las mentiras, y va a conseguir lo que anhela sin el soporte de su egocéntrico padre, decidiendo tener una carrera como reportera.




Sacha Baron Cohen como Borat



La metamorfosis moral de Borat inicia, en cambio, cuando se decepciona con los líderes políticos que tanto admira y reconoce el verdadero significado de ser un padre. Le pasa, primero, en la hilarante secuencia en la que se disfraza de Trump para infiltrarse en la Conferencia de Acción Política Conservadora para entregarle a Tutar a Mike Pence, aunque es expulsado por los agentes de seguridad. El fracaso de ese evento le hace replantear su motivación. Se le ocurre la idea de entregársela a otro colega de confianza de Trump, Rudy Giuliani. Desafortunadamente, una discusión resquebraja el lazo que tiene con su hija, porque ya ella considera que no necesita ser obsequiada a un hombre para valer algo y también le dice que descubrió un sitio en Facebook que afirma que el Holocausto nunca pasó, lo que deja a Borat en un estado depresivo por su tendencia antisemita. La busca por todos lados, pero descubre una ciudad desolada por la pandemia del COVID-19. 


En el trayecto, Borat convive en una casa con dos simpatizantes de Trump que tienen la mente muy jodida. Y hasta abandona su antisemitismo al visitar una sinagoga (vestido con un atuendo que satiriza la caricatura negativa de los judíos) y conversa con una comprensible anciana judía que lo convence de la existencia del Holocausto, además de que los mitos de los males del judaísmo son puras patrañas conspirativas. Luego, conversando con la señora afroamericana, la única que sana las heridas morales, finalmente se da cuenta de que quiere a su hija y se propone ir hasta el hotel donde ella está realizándole una entrevista a Giuliani, interviniendo abruptamente en la entrevista para rescatarla, en una de las escenas más polémicas de toda la película, en la que el ex alcalde de Nueva York encarna la efigie de un depredador en potencia cuando revela un proceder inapropiado delante de la joven. Desde entonces, termina convirtiéndose en un padre responsable.



Maria Bakalova y Sacha Baron Cohen. Fotograma de Amazon Prime Video.



A pesar del evidente sesgo político de carácter progresista que observo durante todo el metraje, la película marcha estupendamente por la manera tan descabellada y cómica en que Baron Cohen interpreta a Borat, llevando las manías del personaje hasta los extremos con su inexpresividad, su pericia física, la variedad de acentos y los múltiples disfraces que escoge para asumir roles diversos. Para mí es como si fuese el Groucho Marx del siglo XXI. No hay filtro ni censura en las cosas que hace y que dice. Sus bromas son sutiles porque nunca sale del personaje mientras la cámara documental que lo sigue deja un espacio abierto para la improvisación y las reacciones inesperadas cuando dialoga con los pobladores ignorantes que desconocen el carácter sarcástico que se esconde detrás del kazajo bigotudo del traje gris. Cada una de sus entrevistas revela comportamientos y hábitos de gente que tiene la moralidad por el suelo, así como de otras personas que, por el contrario, son sinceras. Su comedia improvisada es tan afilada como auténtica. Y funciona todavía más con la química maravillosa que desarrolla con la desconocida Maria Bakalova, quien hace una actuación bien contagiosa como la hija subversiva.


A mí parecer la película del debutante Woliner es tan audaz y ofensiva como la anterior. Pero se toma su debido tiempo para ilustrar, con una comicidad inescrupulosa, la pudrición política que actualmente prevalece en el año electoral de una sociedad norteamericana que, lentamente, se agrieta cada vez más por las contrariedades de una pandemia y por gente que no anda muy bien de la cabeza al sabotear la buena administración de Trump. El material de denuncia de la sátira me pone a pensar, pero también me saca una sonrisa hasta en los instantes más insólitos. Es una secuela tan necesaria como relevante.



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Ficha técnica
Título original: Borat Subsequent Moviefilm: Delivery of Prodigious Bribe to American Regime for Make Benefit Once Glorious Nation of Kazakhstan
Año: 2020
Duración: 1 hr 35 min
País: Estados Unidos
Director: Jason Woliner
Guion: Sacha Baron Cohen, Anthony Hines, Dan Swimer, Peter Baynham, Erica Rivinoja, Dan Mazer, Jena Friedman, Lee Kern
Música: Erran Baron Cohen
Fotografía: Luke Geissbuhler
Reparto: Sacha Baron Cohen, Maria Bakalova, Dani Popescu, Manuel Vieru, Alin Popa, Rudy Giuliani, Mike Pence,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película



La Red Avispa

No sé lo que pensaba Olivier Assayas para manchar su filmografía con las trampas del encargo, pero por lo visto la nueva película suya estrenada en Netflix, 'La Red Avispa', es un thriller de espías verdaderamente decepcionante que termina siendo tan plano como el ala de una avioneta cuando muestra su tediosa narrativa de espionaje y sus múltiples personajes huecos. Basada en hechos reales, cuenta la historia de René González, un piloto cubano que se roba un avión, abandona a su familia y huye de cuba para comenzar una nueva vida en Miami. Al igual que él se suman otros desertores y consiguen trabajar como pilotos de avionetas para los Hermanos al Rescate, una organización anticastrista que tiene la intención de dar ayuda humanitaria a los cubanos exiliados en altamar. Sin embargo, en un giro de eventos poco sorpresivo, se revela que el verdadero propósito de su misión es infiltrarse como agentes de contraespionaje para desmantelar los planes de algunos grupos anticastristas que operan desde Miami y son responsables de planificar atentados terroristas para desestabilizar el régimen castrista. Esa trama puede sonar interesante, pero de hecho se encuentra remotamente lejos de serlo. Me parece un producto rutinario hecho a desganas, con una dejadez que se refleja de inmediato con el flojo repertorio de personajes y unos golpes de efecto muy débiles que no suponen nada revelatorio o mínimamente intrigante con las acciones presentadas. Mi paciencia se agota cuando los observo lidiando con los dilemas familiares, dialogando en los restaurantes, maniobrando los aviones auxiliares sobre el mar Caribe, destapando complots paramilitares. La fastidiosa narrativa está elaborada visualmente con el típico estilo de Assayas que en ocasiones busca añadirle sustancia al episódico argumento de los espías cubanos: cámara en mano, constantes fundidos a negro, paralelismos innecesarios, mezcla de géneros, imágenes de documental. Desafortunadamente, no hay tensión ni brío dramático. Las actuaciones de Edgar Ramírez, Wagner Moura, Penélope Cruz y Gael García Bernal carecen de fuerza expresiva en todas las escenas. El comentario sociopolítico raya en un maniqueísmo burdo que, visto desde una concepción ideológica, parece casi panfleto para un anuncio comercial inacabado. Es aburrida a perpetuidad, carente de cohesionar el conjunto. Creo sinceramente que se trata de una de las peores películas en la carrera del reputado cineasta francés.



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Calificación: 3/10

Saratoga

Saratoga, de Jack Conway, es una comedia romántica bien divertida que, atrevidamente, consigue hacerme reír con la química maravillosa que hay entre Clark Gable y Jean Harlow. De alguna manera, también me asalta una ligera melancolía al saber que presenta la última actuación en la carrera de Harlow, pues cuando la película estaba casi terminada colapsó en el plató y falleció trágicamente una semana después a los 26 años a causa de la uremia. A pesar del percance, la narrativa mantiene la coherencia y, gracias al montaje, la ausencia de Harlow en el tramo final es casi imperceptible. Escrita con un guion de Anita Loos, cuenta la historia de Duke Bradley, un apostador compulsivo que se la pasa apostando en las carreras de caballo y que está endeudado hasta el tope. Pero su relato da un giro cuando secretamente se ve atraído por Carol Clayton, la hija de un gran amigo suyo que llega desde Inglaterra junto con su prometido rico, Hartley Madison. Casi todas las escenas de esa trama se concentran exclusivamente en el triángulo amoroso de ellos y en la manera en que el protagonista utiliza su astucia, no solo para seducir a la rubia de platino, sino también para engañar al ingenuo cónyuge de la muchacha, obligándolo a que apueste grandes sumas de dinero en la pista de los corceles. Aunque el ritmo con el que se desarrolla es un poco paulatino estableciendo la cohesión interna, me entretengo espléndidamente por la ironía de los diálogos y las acciones divertidas de algunos personajes. El reparto completo es estupendo. Pero particularmente me encanta la interpretación de Gable como el galán intrépido que apuesta para ganar la mujer que ama, Lionel Barrymore como el abuelo gruñón obsesionado con los caballos, Hattie McDaniel como la jocosa sirvienta y Harlow como la rubia indecisa. Conway los captura con el estatismo del plano general, a veces con diminutos reencuadres y el uso discreto del plano medio corto, para transmitir dudas y segundas intenciones, además de ejecutar sólidas secuencias en la competición de caballos y un acto musical muy pegajoso. Puede que algunas cosas no encajen adecuadamente en el clímax apresurado, pero eso me importa muy poco cuando me cautiva lo que veo. Es una entretenida película de la Metro Goldwyn Mayer.



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Ficha técnica 
Título original: Saratoga
Año: 1937
Duración:  1 hr 32 min
País: Estados Unidos
Director: Jack Conway
Guion: Anita Loos, Robert E. Hopkins
Música: Edward Ward
Fotografía: Ray June
Reparto: Clark Gable, Jean Harlow, Lionel Barrymore, Frank Morgan, Hattie McDaniel, Una Merkel
Calificación: 7/10
Fuerza bruta

Tenía un tiempo sin ver una película de cine negro carcelario tan emocionante como 'Fuerza bruta', del director norteamericano Jules Dassin. Si no me equivoco, es la primera incursión de Dassin en los terrenos del film noir. La intriga que evoca me entretiene durante una hora y media por la manera en que Dassin combina astutamente el cine negro con otros géneros para crear un explosivo, oscuro y violento melodrama carcelario sobre unos prisioneros que están al límite y que buscan la redención a toda costa para reconciliarse con las tragedias del pasado. Escrita por un guion de Richard Brooks, cuenta la historia de Joe Collins, un prisionero que sale del calabozo de aislamiento en la penitenciaría Westgate con el único propósito de planificar un escape de la prisión juntos con sus compañeros de celda. Sospecho de inmediato que el plan se complica, cuando Collins y su pandilla deben lidiar con el capitán Munsey, el tiránico y nefasto regente de la cárcel que disfruta torturar a los presos. Uno de los aspectos que destaco es que Dassin le añade cierta textura a las motivaciones de los personajes con unas escenas retrospectivas que, narradas con una voz en off y con un estilo visual que abarca géneros diversos (drama doméstico, romance melodramático, cine bélico, cine gansteril, etc), describe sus dilemas existenciales. Son unos individuos desdichados que han sido apresados por enamorarse de mujeres fatales. Su estética emplea también el primer plano, el picado-contrapicado y la iluminación expresionista que en algunas escenas vitales reflejan el furor, las sospechas y la desilusión de esos infelices que desean escapar. Construye atmósferas claustrofóbicas y muy sórdidas en los interiores de la prisión. Y consigue estupendas actuaciones del reparto, destacándose Burt Lancaster como el temerario y calculador prisionero que se enfrenta a la fuga de la incertidumbre, Charles Bickford como el experimentado colega y Hume Cronyn como el despiadado jefe que somete a los presos a golpizas extremas mientras escucha la música de Wagner. Quizá la intromisión del código le resta un poco de coherencia en el último acto, pero ni eso impide que el clímax fatalista sea sorpresivo. El plano final, que encuadra a un hombre tras los barrotes, erige una poderosa metáfora de una cárcel aún mayor de la que nadie puede escapar. Es una sólida película de cine negro.



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Ficha técnica 
Título original: Brute Force
Año: 1947
Duración:  1 hr 38 min
País: Estados Unidos
Director: Jules Dassin
Guion: Richard Brooks
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: William H. Daniels 
Reparto: Burt Lancaster, Hume Cronyn, Charles Bickford, Sam Levene, Howard Duff, Yvonne De Carlo, Art Smith, Jeff Corey, Ella Raines,
Calificación: 7/10

La segunda película dirigida por Aaron Sorkin, estrenada en Netflix, es un drama legal que revisa la historia de los ocho de Chicago para elaborar una crítica social demoledora. 


El juicio de los 7 de Chicago


El caso de los ocho de Chicago es uno que siempre me ha llamado la atención por la manera tan injusta en que las autoridades gubernamentales de los Estados Unidos trataron de censurar políticamente a unos activistas sociales de diversas procedencias ideológicas que protestaban en contra de la guerra de Vietnam en la ciudad de Illinois, Chicago. Pasó en el convulso año de 1968. Varias personas de la contracultura se reunieron pacíficamente durante la Convención Nacional Demócrata oponiéndose a la beligerancia innecesaria, llevando los símbolos representativos del movimiento con camisetas, carteles, panfletos y en conciertos musicales para exigir sus derechos civiles. Pero desafortunadamente la causa terminó en un enfrentamiento entre los manifestantes indefensos y unos policías que empleaban la fuerza bruta para ejercer la ley de la porra y el gas lacrimógeno. Tras el contratiempo, un gran jurado acusó a ocho cabecillas del grupo por cargos de conspiración e incitación de disturbios. El asunto causó tanta indignación que se han escrito multitudes de libros, se han filmado documentales y hasta unas cuantas películas de ficción.


Aaron Sorkin es el encargado de dirigir una nueva película sobre el incidente, la cual se ha estrenado recientemente en la plataforma de streaming de Netflix bajo el título de El juicio de los 7 de Chicago y que he podido ver gracias a la generosidad de la Internet. Se supone que se iba a distribuir por Paramount Pictures en las salas de cine, pero debido a la grave crisis desatada por la pandemia los derechos de distribución fueron vendidos a Netflix. A decir verdad, si la hubiese visto en el cine mi valoración sería la misma. Me parece una película cautivadora, un drama judicial de relevancia histórica que dramatiza, desde distintos puntos de vista, la manera tan fascinante en que unos activistas luchan a puertas cerradas contra las injusticias sociales, las contrariedades del sistema judicial y los abusos del poder político, incluyendo el racismo sistemático y la brutalidad policial que maltrata los derechos civiles en tiempos en que todo el mundo observa una revolución social. Hay escenas bien sólidas, un montaje eficaz, diálogos sutiles y personajes interesantes. Y no hay ni un solo momento en que no me vea conmovido ni indignado por las acciones de esos héroes que se enfrenta a una especie de caza de brujas del gobierno.




Sacha Baron Cohen y Jeremy Strong. Imagen de Netflix.



Como preámbulo, la película comienza presentando un collage de sucesos históricos que marcaron a la sociedad estadounidense en la segunda mitad del siglo XX, como el anuncio del presidente Lyndon B. Johnson sobre el aumento de tropas en la guerra de Vietnam, la alocución de Martin Luther King antes de su muerte y hasta el último discurso y posterior asesinato de Robert Kennedy. Eso se vincula inmediatamente a unos individuos que se oponen a la prolongación de las hostilidades. Los primeros son Reenie Davis (Alex Sharp) y Tom Hayden (Eddie Redmayne), los líderes de los Estudiantes por una Sociedad Democrática que viajan a Chicago a protestar para reflejar su enojo sobre el conflicto. Separadamente se suman también el carismático Abbie Hoffman (Sacha Baron Cohen) y el reservado Jerry Rubin (Jeremy Strong), los líderes del Partido Internacional de la Juventud, cuyos partidarios eran conocidos como "yippies"; John Froines (Daniel Flaherty) y Lee Weiner (Noah Robbins), dos agitadores sociales; David Dellinger (John Carroll Lynch), el líder pacifista del Comité Nacional de Movilización para Poner Fin a la Guerra de Vietnam. Asimismo, se une Bobby Seale (Yahya Abdul-Mateen II), el presidente nacional del Partido Pantera Negra.


Todos esos personajes, a pesar de vivir en diferentes Estados, van a Chicago con el propósito de cubrir un dietario social y político. Sus acciones provocan un altercado con los policías locales. Pero cinco meses después de la fatídica convención, los ocho insurrectos son acusados por el gobierno federal de atentar contra la seguridad nacional. La administración de Nixon contrata a dos fiscales generales, Richard Schultz (Joseph Gordon-Levitt) y Richa Tom Foran (J. C. MacKenzie), para que se encarguen de demoler moralmente a los imputados en el juicio. Los abogados defensores son Leonard Weinglass (Ben Shenkman) y el honesto William Kunstler (Mark Rylance), quien es un abogado radical que reyerta por los derechos cívicos y por lo que es correcto. El reputado juez Julius Hoffman (Frank Langella) da por iniciada la sesión.



Jeremy Strong y Gabrielle Perrea. Foto de Netflix.


Como en muchas de las otras películas escritas por Sorkin como ‘Cuestión de Honor’, se evidencia los mecanismos genéricos del drama legal, pero se distancia en el sentido de que, con algunas excepciones notables en exteriores paralelos como la oficina de Kunstler, casi todas las escenas transcurren en los interiores de la corte y se enriquecen a lo largo de metraje de dos horas con extensas conversaciones entre los ocho denunciados, los fiscales, los abogados de la defensa y el incompetente juez que muestra rasgos severos de intolerancia y de prejuicios raciales. Son diálogos sorkinianos propensos a la ironía y a un humor provocador que, en ocasiones, me produce mucha risa cuando, a modo de raccords, se establece una continuidad en la que el diálogo de un personaje en particular es concluido por otro, como si todo lo que ellos piensan de alguna manera está ideológicamente encadenado.


En un principio algunos de los acusados se muestran despreocupados, pero la capa de pasividad de casi todos se va agotando a medida que las discusiones se vuelven acaloradas y constantemente comenten desacatos que resquebrajan el orden del juicio, rebelándose contra la autoridad conservadora de una forma sutil, como los cuestionamientos sobre la ética procesal expresados por Tom Hayden, los chistes irreverentes de Abbie Hoffman, la integridad de Kunstler para desenmascarar el carácter politizado del proceso y, especialmente, Bobby Seale, quien al no contar con asistencia legal por ser afroamericano (espera un abogado que nunca llega) mantiene su dignidad y exige sus derechos constitucionales como ciudadano tenazmente frente al testarudo juez Hoffman, contestándole sin temor con fuertes ataques verbales y exponiendo la naturaleza arbitraria en el juzgado. 



Sacha Baron Cohen, Danny Flaherty, Jeremy Strong, Eddie Redmayne y Mark Rylance



Estructuralmente, el ejercicio de estilo de Sorkin también despliega herramientas estéticas que le añaden profundidad a la dramatización de la revuelta de Chicago. Emplea la elipsis para señalar la amplitud del juicio con el paso de los días y el plano de inserto con el material encontrado de los actos verídicos que le imprime un tono documental al relato. El montaje edifica paralelismos que en ningún segundo permiten que la narrativa pierda el engranaje del ritmo ni de las situaciones espaciotemporales que detallan varios eventos simultáneos. Prevalece, asimismo, un riguroso uso de la analepsis y de la prolepsis para construir secuencias estupendas que retratan los corolarios del suceso desde distintas perspectivas. Una música in crescendo amplifica la tensión de la secuencia de la protesta.


Esto es notable, primero, cuando los testigos de la policía suben al estrado para rememorar su versión de los hechos en el instante en que interactuaron con los procesados, catalogando los actos de ellos como un sinónimo de rebeldía cuando marchan exigiendo la excarcelación de Tom Hayden, quien es apresado por desinflar el neumático de la patrulla de un oficial. Y segundo, cuando Hoffman hace de comediante stand-up vestido con la camisa de una bandera norteamericana y narra los acontecimientos de una tarde violenta en la que los efectivos de la policía con cascos azules de Chicago arremeten contra los manifestantes a macanazos limpios y gases lacrimógenos, hiriendo a una docena de ellos para mantener el orden público.



Kelvin Harrison Jr., Yahya Abdul-Mateen II y Mark Rylance. Fotograma de Netflix.

A pesar de una ligera exposición, los personajes de Sorkin son densos y se presentan con una espontaneidad que me resulta contagiosa. Hay una buena química del reparto. Pero admito que algunos de los actores tienen mayor repercusión expresiva que otros. Particularmente me parecen muy creíbles las actuaciones de Eddie Redmayne como el intelectual que utiliza el activismo social como arma de liberación, Sacha Baron Cohen como el bromista yippie contracultural que se burla de los medios de una estructura política, Jeremy Strong como el parsimonioso compañero, Yahya Abdul-Mateen II como el furioso líder de las Panteras Negras que demanda una pizca de igualdad para que sus derechos sean reconocidos y Frank Langella como el insufrible juez conservador que atropella la moral de los inculpados con todos los poderes que le facilita el régimen legislativo. Son interpretaciones atrayentes. Cada vez que uno de ellos expresa su furor o entabla una acción específica, consigo reírme y reflexionar con lo que veo.


Sacha Baron Cohen como Abbie Hoffman


Con la narrativa de esos personajes, Sorkin revisa cuidadosamente los episodios que condujeron a los disturbios de Chicago de 1968 con la finalidad, supongo, de que funcione como testimonio progresista sobre el racismo, las trampas de la justicia, la violencia policial y los vicios del poder político de burócratas perversos que conspiran contra los ciudadanos censurando la libertad civil, en una sociedad norteamericana que, aparentemente, está condenada a repetir en el presente los mismos errores del pasado. Lo que observo ahí, es solamente un espejo de lo que pasa hoy en día. La parábola es visible, no solo en la climática secuencia de los altercados en las afueras del hotel Hilton provocada por Tom Hayden, sino por la poderosa escena en la que Bobby Seale se revela ante la ilegalidad del juez y este último ordena que lo golpeen, lo esposen en una silla y lo amordacen durante resto del juicio, con una venda blanca sobre su boca que simboliza palpablemente la barbarie ejercida por el hombre blanco sobre el afroamericano injustamente discriminado, cuyos derechos son negados por cuestiones raciales y políticas.


Si bien la película de Sorkin evita a toda costa caer en terrenos maniqueos planteando su tesis, a veces abarca más de lo necesario, pero a pesar de todo siempre me parece convincente y muy entretenida al mostrar los dilemas de ocho hombres en pugna que se esfuerzan trabajosamente para que sus ideas progresistas le hagan frente a un establishment que los oprime para seguir una agenda política. Su crítica sociopolítica es tan relevante que encaja fácilmente en la sociedad contemporánea. Pocas cosas se salen de lugar. Creo que es la versión revisionista más acogedora sobre el hecho histórico. Tenía mucho tiempo sin ver un drama judicial de semejante factura.



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Ficha técnica
Título original: The Trial of the Chicago 7
Año: 2020
Duración: 2 hr 10 min
País: Estados Unidos
Director: Aaron Sorkin
Guion: Aaron Sorkin
Música: Daniel Pemberton
Fotografía: Phedon Papamichael
Reparto: Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen, Mark Rylance, Frank Langella, Joseph Gordon-Levitt, Jeremy Strong, John Carroll Lynch, Alex Sharp, Yahya Abdul-Mateen II, Michael Keaton,
Calificación: 7/10

Tráiler de la película




Waiting for the Barbarians

Desconozco a fondo lo que estaba pensando el director colombiano Ciro Guerra para realizar una película fuera de su país natal como Waiting for the Barbarians, pero imagino que era muy tentadora la oferta del encargo, además de tener el privilegio de dirigir estrellas como Johnny Depp, Mark Rylance y Robert Pattinson. Quiero pensar que mi especulación está en lo cierto, porque a decir verdad la veo como una propuesta tan innecesaria como desastrosa. Siendo su primera película anglosajona, me produce una incuria que me lleva hasta los límites de la apatía cuando Guerra repite inutilmente los temas habituales de su catálogo como la opresión, la injusticia y los efectos barbáricos del colonialismo. Ni siquiera la pluma de J. M. Coetzee, quien escribe el guion de su aclamada novela 'Esperando a los bárbaros', puede rescatar una narrativa que se hunde como un camello en arenas movedizas. Cuenta la historia de El Magistrado, un soldado que administra un puesto de avanzada en las fronteras de un Imperio sin nombre, cuya regencia transcurre con cierta tranquilidad hasta el día de verano en que llega el coronel Joll, el siniestro militar de las gafas de sol que intenta poner el orden en la fortaleza a base de la fuerza totalitaria y de una brutalidad que se oculta fuera de campo, torturando a los prisioneros de guerra nómadas para obtener información sobre el enemigo y acusando al encargado de negligencia. Al principio me causa una buena impresión el choque entre el coronel que busca aplastar a los nativos y el intendente con alma de libertador que cae en desgracia, pero luego percibo una redundancia que hace que me aburra. Sus acciones solo se construyen para trazar una parábola trillada sobre las consecuencias deshumanizantes del imperialismo y el poder que aplasta la moral de los pueblos aborígenes, simbolizado con los perversos soldados imperiales que, según Guerra, son los verdaderos bárbaros. Los momentos revelatorios escasean como agua en el desierto. Y me parece un poco plana la actuación de Rylance como el hombre justo condenado por alta traición; prefiero la secundaria de Depp como el coronel del mal. Al final, nada me resulta ni remotamente conmovedor. Es una película que, a mi parecer, da demasiadas vueltas alrededor de un conjunto de necedades maniqueístas.



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Calificación: 4/10


Las trillizas de Belleville

Como soy un entusiasta del cine de animación en todas sus vertientes, me causa una estupenda impresión lo que observo en 'Las trillizas de Belleville', la película animada francesa con la que debuta el director Sylvain Chomet. Me arrepiento de no haberla visto antes. Relata la historia de Madame Souza, una señora que vive en un pequeño barrio francés junto a su nieto adoptivo Champion y su perro Bruno, con los que solitariamente mira dibujos animados de los años 30 sobre unas famosas trillizas de music-hall. Un día, la existencia de doña Souza se complica cuando su nieto, Champion, participa en una carrera de ciclistas en el Tour de Francia y es secuestrado por dos hombres misteriosos vestidos de negro, por lo que sale a buscarlo junto a su obeso perro bruno. Durante la aventura, me veo cautivado por las acciones de la bondadosa anciana cuando se topa con gente apática, obsesa, mezquina y de algún modo, olvidada, en una ciudad de Belleville que claramente caricaturiza la decadencia de Nueva York. La trama es decididamente simple, pero es muy interesante por los mecanismos estéticos que despliega Chomet. Como si se tratara de un film mudo, contiene pocos diálogos, recurre a los ruidos para darle profundidad a las emociones, emplea la música diegética para señalar pensamientos, utiliza la pantomima para que los personajes pronuncien sus intenciones, dibuja el agitado entorno urbano de la metrópoli como un lugar sórdido y decadente, y los personajes en ocasiones simbolizan a distintos animales y estereotipos norteamericanos con el fin, supongo, de enunciar diversos subtextos sobre las consecuencias del consumismo, la falsa felicidad, la avaricia desmedida, la diferencia de clases sociales, las trampas de la fama, el paso del tiempo y los efectos de la vejez. El ritmo me resulta placentero cuando preserva las sorpresas. El estilo visual es absurdo, con minúsculos momentos surrealistas. Y me agrada bastante el tierno diseño de la abuela, del perro Bruno y de las trillizas que parecen unas brujas. También hay múltiples alusiones a películas de Tati, a Lino Ventura, a Buster Keaton y figuras musicales como Josephine Baker y Django Reinhardt. Es una película de animación entretenida, ingeniosa, oscura, poblada de personajes peculiares y de un comentario social muy sutil sobre el sacrificio materno y los excesos del capitalismo.



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Ficha técnica 
Título original: Les triplettes de Belleville
Año: 2003
Duración:  1 hr 20 min
País: Francia
Director: Sylvain Chomet
Guion: Sylvain Chomet
Música: Benoît Charest
Fotografía: Animación 
Reparto (voces): Michèle Caucheteux, Jean-Claude Donda, Michel Robin
Calificación: 7/10

La adaptación en Netflix de la novela de Nancy Springer sobre la hermana menor de Sherlock Holmes, se beneficia por momentos de la presencia de Millie Bobby Brown, pero desafortunadamente nunca llega a ser entretenida.


Enola Holmes



No conozco casi para nada la obra de la escritora Nancy Springer, pero lo poco que sé, se debe a unos cuantos datos triviales del Internet que me dan una idea de su oferta literaria. Alcanzó un éxito considerable en el 2006 tras publicar Las aventuras de Enola Holmes, una serie de novelas policíacas para jóvenes adultos que retrata las andanzas de la hermana pequeña del detective Sherlock Holmes, el mítico detective victoriano creado por la ficción de Sir Arthur Conan Doyle. Se llama Enola Holmes y es una adolescente que tiene una inteligencia tan aguda como su hermano mayor. Aunque el personaje es una creación de Springer, hay muchas referencias sobre el detective de las novelas clásicas de Doyle, el cual aparentemente adquiere un rol secundario para que el cuento de la muchacha que quiere ser detective se actualice con mayor rapidez a estos tiempos de corrección política. Y supongo que es la raíz de su popularidad. El primer libro de su serie de seis novelas,"El caso del marqués desaparecido", se ha adaptado recientemente al cine en una película estrenada en la plataforma de Netflix, la cual afortunadamente he tenido la oportunidad de ver.


Enola Holmes, como se titula, es una película de misterio que veo con entusiasmo durante media hora cuando se introduce la detective idealista que interpreta Millie Bobby Brown. La dirige un tal Harry Bradbeer, director que desconozco pero que asumo que goza de una reputación destacable por su trayectoria de TV. Originalmente estaba pautada para estrenarse en las salas de cine, pero Warner Bros. Pictures vendió los derechos de distribución a Netflix por causa de la pandemia que tiene a medio mundo confinado. Y, a decir verdad, no creo que eso hubiese cambiado el resultado de mi valoración. Pasada la media hora comienzo a mirar mi reloj obsesivamente y deduzco de manera elemental que se trata de otro disparate más del catálogo de Netflix, una fábula de mayoría de edad aburrida y sin gracia sobre una Sherlock Holmes femenina que intenta por todos los medios disponibles liberarse de las trampas tradicionales de la feminidad para intensificar su comunicado baladí sobre el feminismo que está de moda. Ni siquiera abandona la pretenciosidad para enunciar semejante discurso, con algunos personajes secundarios tan sosos como olvidables.




Millie Bobby Brown y Helena Bonham Carter. Imagen de Netflix.


El preámbulo se ambienta en la era victoriana y relata la existencia de Enola Holmes (Millie Bobby Brown), una adolescente inquieta y perspicaz que rompe la cuarta pared para relatar la historia de su familia y el vínculo afectivo que ha desarrollado con su madre Eudoria (Helena Bonham-Carter), quien le ha enseñado artes marciales para que pueda defenderse y además es la maestra que la educa para que pueda ser una mujer fuerte e independiente que no dependa de la ayuda de los hombres. Su madre le ha inculcado todos los valores que necesita para oponerse al rol tradicionalista que se puede esperar de una mujer de la sociedad victoriana. Su padre falleció hace muchos años, dejándola al cuidado de su madre. Tiene dos hermanos mayores, el impulsivo Mycroft (Sam Claflin) y el agudo Sherlock (Henry Cavill), quien se ha convertido en toda una leyenda como detective al resolver los casos más complejos de Inglaterra. Al igual que Sherlock, su capacidad deductiva es bastante elevada, de modo que siempre se la pasa resolviendo acertijos y descifrando códigos. 


Sin embargo, su felicidad se acaba un día, al cumplir los dulces 16, cuando se entera de la desaparición de su madre y ella, invadida por un sentido del deber que rechaza la opresora custodia de su hermano Mycroft, se propone buscarla por todo Londres utilizando su destreza investigativa. Ese detonante funciona, digamos, para que la heroína ponga en práctica las enseñanzas de su madre y conozca el verdadero significado de la independencia femenina cuando se adapta a la agitada vida de una sociedad conservadora. La ironía es que su madre la guía secretamente tras bastidores al dejarle las pistas en el periódico que conducen a dinero escondido que le sirve para escapar disfrazada y sustentar su aventura. Y su rebeldía colisiona con las decisiones de Myrcroft, quien desea internarla en una escuela tradicional para niñas para que adquiera ciertos modales y se comporte como una dama respetable del siglo XIX.




Sam Claflin y Henry Cavill. Foto de Netflix.



A partir de ese momento, la narrativa de la película me parece convencional y previsible cuando la protagonista sale en búsqueda de la madre perdida y casi todos los golpes de efecto suceden sin muchas sorpresas con los barullos que se le presentan en el camino. Se complica con la innecesaria subtrama de Tewkesbury, un marqués de la aristocracia londinense al que Enola rescata de las garras de un siniestro individuo en los interiores de un tren y que, como ella, se ha escapado de la casa de su familia. El caso del marqués desvanecido la da un giro al asunto cuando ella, además de investigar los mensajes crípticos de Eudoria, también se motiva para ayudar al fugitivo aristócrata porque se siente atraída hacia él. Y pasan muchas cosas. Pero me importa poco que la protagonista descubra que la madre es parte de un grupo radical de sufragistas, que el débil Tewkesbury es perseguido por su familia por razones políticas, que Mycroft contrate al inspector Lestrade (Adeel Akhtar) para rastrear a Enola, que Sherlock la ayude con la investigación, que se disfrace constantemente para ingresar a los sitios, que sea encarcelada en un instituto para señoritas, que Tewkesbury la rescate para saldar la deuda, que se enfrente a los malvados familiares que intentan asesinar a Tewkesbury, que se reencuentre con su madre para conocer la verdad. Todo luce artificial y, en el peor de los casos, descaradamente rutinario.




Burn Gorman and Millie Bobby Brown

 

Si bien Bradbeer ejecuta la película con algunos mecanismos que la añaden una fidelidad notable, como el color azul que marca la seguridad y el anhelo de la protagonista, el vestuario y los escenarios detallados que recrean el período; en algunas ocasiones atraviesa terrenos irregulares que me hacen pensar que su película es un pastiche de las versiones de Sherlock Holmes de Ritchie, sobre todo cuando su estilo visual abusa de las escenas retrospectivas para acentuar las deducciones de Enola, y también cuando insiste nimiamente en el recurso de la cuarta pared para ponderar lo que ella piensa de su entorno, además de emplear una mezcla de géneros como la acción, el misterio y la aventura con unas cuantas secuencias muy débiles que olvido una vez que ruedan los créditos. La falta de ritmo le pasa factura a lo que narra en pantalla. Las dos horas que se toma para contar el lío de la joven detective es completamente innecesario. El tono que utiliza es demasiado ligero para mi gusto.




Henry Cavill, Millie Bobby Brown y Sam Claflin. Imagen de Netflix.



La idea esa de introducir una hermana de Sherlock Holmes es interesante, pero la pretensión en que la película la presenta me lleva a deducir que al director no le interesa otra cosa que no sea utilizar la historia de origen del personaje para integrar por la fuerza y de manera apresurada conceptos sobre la liberación de la mujer de las etiquetas conservadoras de la sociedad, en un intento de actualizar lo que en ese entonces era anticuado, con un carácter de urgencia que oscurece el desarrollo los personajes secundarios (aunque se trate del punto de vista de una joven). Es una pena que se desperdicien los roles de Cavill, Claflin y Bonham-Carter. Y Millie Bobby Brown asume el protagonismo de una forma carismática y espontánea, pero a veces llega a ser tan sofisticada y competente que pienso que se trata de una versión patética de Mary Sue cuando resuelve las situaciones más complicadas sin mucho esfuerzo, además de que casi no tiene defectos. Creo que hubiera encajado mejor de secundaria en una hipotética tercera entrega de Sherlock Holmes con Robert Downey Jr. Como andan las cosas, no dudo para nada que esta tontería se convierta en una franquicia.



Streaming en:




Ficha técnica
Título original: Enola Holmes
Año: 2020
Duración: 2 hr 09 min
País: Estados Unidos
Director: Harry Bradbeer
Guion: Jack Thorne
Música: Daniel Pemberton
Fotografía: Giles Nuttgens
Reparto: Millie Bobby Brown, Henry Cavill, Helena Bonham-Carter, Sam Claflin,
Calificación: 5/10

Tráiler de la película