El dilema de las redes sociales

El dilema de las redes sociales es un documental de Jeff Orlowski que yo, desafortunadamente, no puede ver cuando se estrenó en Netflix durante la pandemia del COVID-19 en 2020 y recuerdo, si no me equivoco, que su investigación tuvo una popularidad dentro de la plataforma porque recuperaba temas de actualidad que son de enorme influencia para los no-muertos que están sometidos a la esclavitud del teléfono inteligente. De alguna manera, ahora que he conseguido verlo razono con cuidado esa vieja idea mía de que las redes sociales, lejos de las cosas positivas que han brindado a la comunicación humana, obligan perpetuamente al usuario a crear contenido a cambio de una ilusión de éxito y encarcelan su psicología como el adicto que se refugia en las drogas. En pocas palabras, lo esclaviza hasta reducirlo a la imagen de un algoritmo, un simple proceso automatizado que adultera sus patrones de conducta. Este razonamiento está presente en la visión de Orlowski. El documental tiene un arranque interesante que alcanza su punto fuerte justamente al interrogar el impacto negativo de las redes sociales en el tejido social, pero cuya falta de respuestas, por lo regular, permanece sujeta a un horizonte tautológico y fútil en el que todo está demasiado colocado para señalar a los culpables sin conceptualizar más allá de lo necesario. El argumento, por una parte, se edifica a través de varias entrevistas a expertos en tecnología como Tristan Harris, Aza Raskin, Jeff Seibert, Justin Rosenstein, Shoshana Zuboff, Jaron Lanier, entre otros. Cada uno de los entrevistados ofrece una perspectiva distinta que examina, entre otras cosas, cómo las estructuras de las redes sociales construyen su modelo de negocio manipulando el comportamiento de las personas con una inteligencia artificial que es capaz de conducir los hábitos con unos cuantos algoritmos programados que se aseguran de que los usuarios regresen para consumir el contenido que, por la puerta trasera, está subyugado a una vigilancia permanente de gente que vende la información de privacidad entidades publicitarias, pero también el poder que tienen para convertirse en canales de difusión especializados en desinformación, noticias falsas, fraudes electorales, manifestaciones políticas, desestabilización gubernamental y las típicas teorías de conspiración que se divulgan por los capellanes digitales. Por el otro lado, adquiere el formato de un docudrama que analiza la salud mental de los adolescentes al mostrar a un joven esclavizado por el smartphone y completamente absorbido por la adicción del "me gusta" en las redes sociales que debilita sus vínculos familiares, agobiado por la ansiedad y las inseguridades que le impiden manifestar sus emociones, mientras su actividad en línea siempre es custodiada por tres modelos de IA con aspecto humano (compromiso, crecimiento y publicidad) que lo controlan como a un autómata para que no escape de Matrix y mantenga una vida familiar saludable en un mundo normal. Un poco más allá de esa dramatización manida, encuentro algo de interés en la discusión ofrecida por los invitados cuando subrayan a gigantes tecnológicos como Facebook y Google como causantes de utilizar métodos avanzados para atraer a los internautas a hacer clic en las aplicaciones que ellos diseñan para transformarlos en víctimas automatizadas. Pero pronto sospecho que los testimonios pierden su factor didáctico cuando se mantienen en una superficie básica, acomodaticia, que recicla los mismos tópicos sin ninguna consistencia o profundidad analítica, posponiendo el material relevante como si se tratara de una tarea para la clase de ética del bachillerato. Solo la música de Mark A. Crawford me ayuda a olvidar el tono irregular, con una banda sonora electrónica que me recuerda los sonidos de Trent Reznor y Atticus Ross en la extraordinaria The Social Network, de Fincher.



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Ficha técnica
Título original: The Social Dilemma
Año: 2020
Duración: 1 hr. 34 min.
País: Estados Unidos
Director: Jeff Orlowski
Guión: Davis Coombe, Vickie Curtis, Jeff Orlowski
Música: Mark A. Crawford
Fotografía: John Behrens, Jonathan Pope
Reparto: Tristan Harris, Aza Raskin, Jeff Seibert, Justin Rosenstein
Calificación: 6/10
Asesinato en el expreso de oriente

Asesinato en el expreso de oriente es una película que consigo ver, supongo, para sumarme a la tendencia que ha cobrado el misterio whodunit en los últimos años y que, de alguna manera, avanza a toda marcha en las salas de cine porque el público disfruta verlos por el morbo que siempre se origina del asesinato o de los casos sin solución en el escritorio de un detective amargado. Pero no me sirve ni siquiera para sacar comparaciones con el material adaptado de la novela homónima de Agatha Christie o de la estupenda película también titulada Asesinato en el expreso de oriente, que había dirigido Lumet en 1974 con un elenco de estrellas veteranas encabezado por Albert Finney como Hercule Poirot. Como remake tiene minúsculos instantes con el pintoresco papel de Branagh como el nuevo Poirot, pero me temo que carece de una intriga detectivesca que sea consistente durante la investigación y se vuelve bien aburrida con cada huella dejada en los interiores del tren a punto de descarrilarse, con un amplio reparto de personajes que me dejan de importar pasada la media hora. Su trama se sitúa en 1934 y sigue al famoso detective belga Hercule Poirot, en los momentos en que resuelve un robo en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén y luego, en busca de unas vacaciones que lo alejen de esos casos complicados, toma un tren a la hora equivocada que lo coloca en el epicentro del homicidio de un gánster disfrazado de empresario estadounidense que responde al nombre de Edward Ratchett, perpetrado en una noche oscura y nevosa por alguien que se esconde en cada uno de los vagones. El asunto capta mi atención al principio por la forma peculiar en que Branagh interpreta a Poirot como un hombre astuto y meticuloso que observa a su alrededor todas las posibilidades que esconden los pasajeros mientras utiliza la mirada, la verborrea sofisticada y su enorme bigote como una antena receptora que libera su estado de deducción para rastrear las pistas. Al verlo en pantalla, muchas veces llego incluso a olvidar que se queda sujeto a una capa artificiosa que lo convierte casi en una caricatura de historieta. Sin embargo, la narrativa del caso sin resolver (basado en algunos pasajes del insólito caso de secuestro en la vida real del hijo de los Lindbergh) atraviesa caminos demasiado facilones que limitan el radio de acción a conversaciones anodinas entre unos personajes patéticos que, por así decirlo, nunca escapan de las vías de las descripciones baladíes, de escenas retrospectivas que contestan las interrogantes sin ninguna relevación sustanciosa o una sorpresa que me atrape cuando menos lo espero. De nada sirven las caras conocidas de los secundarios que lidera Johnny Depp. Nunca hay un impulso o un grado de suspenso que me haga señalar a esos sospechosos del crimen que buscan la justicia por cuenta propia, aunque reconozco que se eleva un poco en la climática confrontación del tercer acto que saca a la luz un dilema ético algo interesante sobre los límites de la justicia. Solo alcanzo a ver los rastros de una puesta en escena en la que Branagh, eso sí, demuestra cierta pericia con el encuadre móvil, los decorados y el vestuario que añade una superficie de elegancia a lo que veo. Todo lo demás, sospecho, permanece sepultado bajo el clima frío.



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Ficha técnica
Título original: Murder on the Orient Express
Año: 2017
Duración: 1 hr. 54 min.
País: Estados Unidos
Director: Kenneth Branagh
Guión: Michael Green
Música: Patrick Doyle
Fotografía: Haris Zambarloukos
Reparto: Kenneth Branagh, Daisy Ridley, Michelle Pfeiffer, Olivia Colman, Judie Dench, Johnny Depp, Willem Dafoe, Penélope Cruz, 
Calificación: 5/10
Una tormenta perfecta

Una tormenta perfecta es una película de Wolfgang Petersen que sigue el rastro de ese cine de desastre que tuvo un resurgimiento desde la década de los 90. En el momento de su estreno yo no tuve la oportunidad de verla en las salas de cine y me limitaba solo a ver el póster colgado en el cine Broadway de Plaza Central, pero recuerdo que fue muy taquillera y siempre me topaba con sus imágenes en television por cable. Ahora que la he visto no sé si haya valido la pena esperar durante tanto tiempo. La dramatización de Petersen sobre la tragedia del Andrea Gail ofrece unas minúsculas secuencias en altamar que a veces me dejan enganchado del asiento, pero, desafortunadamente, es un drama de desastres que se termina hundiendo en el océano de las fórmulas convencionales y pocas veces hay espacio para que los personajes abandonen la capa del artificio que los cubre durante las dos horas que dura el relato. La trama, basada en hechos reales, se desarrolla en las costas de Gloucester en Massachussets en 1991 y narra un fragmento de la vida de Billy Tyne, un pescador experimentado que navega como capitán en el barco Andrea Gail junto a seis hombres con la esperanza de pescar una cantidad considerable de pescados que le permita salir de la mala racha, pero en su odisea pronto se aproxima a la zona de peligro de un huracán que pone a prueba sus instintos de navegación en medio de la tempestad. El comienzo de este hombre de mar me atrapa en unas cuantas secuencias que me quitan una fuerte abulia con el grado de pulso que se muestra con ese típico tono heroísmo de Hollywood (como la del rescate del colega que cae al mar enredarse con el anzuelo y la de los oficiales de la guardia costera que rescatan en su helicóptero a la familia del capitán terco de un yate), junto a un tercer acto que alcanza su punto de mayor solidez en el clímax que coloca en el epicentro de una tormenta peligrosa que golpea la embarcación con unas olas enormes generadas por un ordenador noventero. Sin embargo, lejos del accidente calculado, las situaciones de aprieto se vuelven previsibles y los personajes, dicho sea de paso, apenas rellenan las casillas de las descripciones y permanecen, casi siempre, en un horizonte demasiado artificioso que nunca interroga sus personalidades más allá del comentario sobre las decisiones éticas en tiempos de crisis y la avaricia que destruye hombres (se entiende que moralmente el capitán decide poner en riesgo a la tripulación con el fin de atravesar la tormenta y llegar al lugar de pesca señalado que proporcionaría las ansiadas riquezas a los pescadores con mala suerte). Por lo menos, me parece creíble la actuación de George Clooney como el marinero heroico de aspecto descuidado, y la secundaria de Diane Lane como la novia que espera a que Mark Wahlberg regrese a casa. También los efectos especiales que evocan la dimensión de destrucción del vendaval y una banda sonora muy eficaz de James Horner. Todo lo otro no es más que un producto biográfico bastante desequilibrado del cine de desastres.



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Ficha técnica
Título original: The Perfect Storm
Año: 2000
Duración: 2 hr. 06 min.
País: Estados Unidos
Director: Wolfgang Petersen
Guión: Bill Wittliff
Música: James Horner
Fotografía: John Seale
Reparto: George Clooney, Mark Walhberg, Diane Lane, John C. Reilly, William Fichtner
Calificación: 6/10

Arma secreta

Arma secreta, de Roland Joffé, es posiblemente una de las películas bélicas más aburridas e insustanciales que he visto sobre el proyecto Manhattan. Muestra los rastros más débiles del guion cadavérico que firma Joffé al lado de Bruce Robinson, en el que las acciones de los personajes se reducen a conversaciones anodinas y a un núcleo de situaciones previsibles en las que, por lo regular, no sucede nada revelador en las dos largas horas que dura el experimento secreto. El argumento se sitúa desde 1942 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial y narra las peripecias de Leslie Groves, un general del ejército al que gobierno le asigna la tarea de dirigir el proyecto ultrasecreto conocido como Manhattan, que tiene como objetivo principal desarrollar una bomba atómica que sirva como eje transversal para acabar con los japoneses que se niegan a rendirse detrás de las líneas enemigas. El asunto tiene un arranque que despierta mi interés desde las escenas iniciales en las que Groves elige al físico Robert Oppenheimer como encargado del equipo científico del laboratorio en Los Álamos en Nuevo México y, entre otras cosas, se exterioriza las discrepancias de ambos sobre la viabilidad de producir un arma de destrucción masiva a base de uranio y plutonio (metafóricamente se da entender que la mezcla entre un militar y un científico produce una reacción en cadena similar a la de la bomba). Pero la trama se vuelve demasiado pesada porque, de una escena a otra, el radio de acción lastra el desarrollo de unos personajes superficiales que permanecen en un línea de horizonte transparente, cutre, terriblemente predecible, en la que se debaten muchas cosas a puerta cerrada sin alcanzar jamás un golpe de efecto que me sorprenda por su contexto histórico. Los personajes, por así decirlo, carecen de conflictos internos o de algún registro psicológico que los haga interesantes. Muchos de ellos se tornan prescindibles en subtramas innecesarias. Solo las actuaciones centrales de Paul Newman y Dwight Schultz, por lo menos, cumplen con una cuota de descripción que los hace creíbles incluso sin ningún grado de relieve dramático. En el tercer acto me atrapa la escena del accidente radioactivo en el que un joven John Cusack sufre envenenamiento por radicación al interactuar con un componente radiactivo para evitar una explosión catastrófica en la instalación. También la climática secuencia de los problemas técnicos que retrasan la prueba Trinity que concluye con el estallido exitoso de la primera bomba atómica en el desierto de Alamogordo, donde todos observan perplejos la nube en forma de hongo que ilumina los cielos y ruge con vientos huracanados. La habilidad de Joffé, a diferencia de su extraordinario trabajo en Los gritos del silencio, pierde la consistencia al narrar los sucesos históricos de las bombas atómicas sin ningún tipo de intensidad o de propósito a la hora de mostrar a los actores de la investigación, prefiriendo, en cambio, el terreno facilón de la cotidianidad con alma patriotera que señala a los buenos sin interrogar sus miserias. La música de Morricone, que ofrece un leitmotiv contagioso, es lo único que se queda conmigo cuando ruedan los créditos.



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Ficha técnica
Título original: Fat Man and Little Boy
Año: 1989
Duración: 2 hr 07 min
País: Estados Unidos
Director: Roland Joffé
Guión: Bruce Robinson, Roland Joffé
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Vilmos Zsigmond
Reparto: Paul Newman, Dwight Schultz, John Cusack, Laura Dern, Bonnie Bedelia, 
Calificación: 5/10

Tras su ruptura comercial con la Warner Bros., Christopher Nolan regresa a sus experimentos cinematográficos para mostrar la radiografía del padre de la bomba atómica.



Oppenheimer



A menudo Robert Oppenheimer suele ser acreditado como el padre de la bomba atómica. El titulo indiscutible se lo concedió la portada de la revista Times poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial y, de alguna manera, corroboraban sus contribuciones como físico teórico que impulsaron el programa detrás del Proyecto Manhattan y su culminación exitosa en la Prueba Trinidad en Los Álamos donde se llevó a cabo la primera detonación de este tipo. Pero su papel en la producción de dicho experimento monstruoso le trajo una serie de adversarios poderosos en la esfera gubernamental y militar que, entre otras cosas, se oponían a las posturas éticas que él tomó sobre los peligros de esas armas y su utilización sobre civiles inocentes en la guerra, recordándoles la infamia cometida por Truman en Hiroshima y Nagasaki en Japón. Sobre su biografía se han rodado documentales, series para la televisión, representaciones en el docudrama El principio o el fin (Taurog, 1947) donde es interpretado por Hume Cronyn y una interpretación secundaria de Dwight Schultz en la película Arma secreta (Joffé, 1989), así como se han escrito un puñado de libros, pero por la polémica que lo rodeó nunca se había llevado a la gran pantalla con el tratamiento apropiado que corresponde a un protagonista.

 

En Oppenheimer, Christopher Nolan cubre un fragmento de esos hechos sobre la vida del famoso científico para otorgarle el protagonismo que se le había negado, adaptando el material biográfico firmado por Kai Bird y Martin J. Sherwin que se titula American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer. No creo que lo que ofrece sea de lo mejor de este año como he escuchado en algunos lugares, pero es un biopic aterrizado, emotivo en el que Nolan emplea su pirotecnia calculada para examinar, a ritmo palpitante, los triunfos y las tragedias de Oppenheimer como el conteo regresivo de una bomba de tiempo a punto de estallar. En las tres horas que dura, incluso en los momentos en que se extiende más allá de lo necesario, se ensambla de una manera diametralmente opuesta a lo que se ve en los biopics convencionales de Hollywood porque, ante todo, equilibra bastante bien el drama con el suspenso para el lucimiento de un elenco fenomenal que encabezan Cillian Murphy y Robert Downey Jr.




Cillian Murphy como Robert Oppenheimer.


 

En términos generales, la narrativa de Nolan estructura el asunto a través de la poética del tiempo no lineal que se ha convertido en su estampa profesional, pero ahora presentado como los componentes esenciales de la física nuclear que, simbólicamente, reflejan el colapso interior del protagonista, mostrando en dos puntos de vista las diversas reacciones en cadena que suceden en dos corrientes tan contrapuestas como la ciencia y la política. La primera línea temporal es “Fisión” y una segunda es “Fusión”.

 

En Fisión, la acción se sitúa en el período siguiente a la posguerra y muestra a J. Robert Oppenheimer (Cillian Murphy) como un hombre dubitativo, introspectivo, que se encuentra en una habitación a puerta cerrada en la que es interrogado por unos funcionarios que pretenden manchar su reputación por sus vínculos con la izquierda comunista, mientras unas escenas retrospectivas que se dividen como partículas atómicas rememoran, poco a poco, el pasado de su trayectoria en varias fases de su vida a partir de los estudios universitarios que ilustran su brillantez para las teorías y su torpeza para la práctica; los cursos como profesor de física cuántica en la Universidad de California; la relación romántica con su amante con Jean Tatlock (Florence Pugh), una simpatizante del Partido Comunista de Estados Unidos; el barullo matrimonial con Katherine "Kitty" Oppenheimer (Emily Blunt) y la reconciliación afectiva. La parte más cautivante comienza en las escenas en que el general Leslie Groves (Matt Damon) se acerca a Oppenheimer para pedirle que participe en el desarrollo de la bomba atómica en 1942 y este acepta por las inquietudes que lo impulsan a poner en evidencia todas sus teorías en el Proyecto Manhattan de la instalación de los Álamos en Nuevo México.



Robert Downey Jr. y Cillian Murphy.


 

En el episodio de Fusión, Oppenheimer no es precisamente el protagonista, sino que es visto desde la óptica del empresario estadounidense Lewis Strauss (Robert Downey Jr.) antes y después de que este se convirtiera en el jefe de la CEA (Comisión de Energía Atómica). En las escenas retrospectivas, en blanco y negro, Strauss es mostrado como un hombre de negocios algo sinuoso que está íntimamente atado a las simpatías conservadoras y que, perspicazmente, introduce a Oppenheimer en los círculos del poder político y le otorga un grado de autoridad en la Comisión de Energía Atómica antes de ingresar al Proyecto Manhattan (Oppenheimer se ve obligado a confiar en él, aunque sospecha de sus segundas intenciones), custodiando de cerca el progreso de su investigación. Pero más adelante Strauss impulsa una caza de brujas contra Oppenheimer para reducir su estela de influencia en la administración pública y de suspender sus credenciales de seguridad porque, en efecto, este se opone al ensamblaje de la bomba de hidrógeno y propone cambios en materia de protección nuclear para impedir que el gobierno utilice las armas de destrucción masiva para fines bélicos, en una audiencia celebrada en 1954 ante una junta de seguridad del personal de la CEA. Strauss es, por lo tanto, un villano de turno que, de forma hostil, ejerce todo su poder burocrático como republicano conservador para revelar las asociaciones comunistas de Oppenheimer y destruirlo moralmente con el fin de continuar su plan de desarrollar artefactos termonucleares en nombre de la política de energía nuclear estadounidense.



Emily Blunt y Cillian Murphy


 

De entrada para mí la película de Nolan se vuelve entretenida en las dos líneas temporales, sobre todo porque excava en la personalidad de Oppenheimer casi a un nivel subatómico para buscar respuestas a las interrogantes que lo perturbaban como científico y adquiere, además, una tensión considerable que me mantiene adherido a la butaca con un registro de suspenso que es muy consistente cuando se esquematiza entre los conflictos centrales de los personajes que preparan la bomba atómica en el desierto y los diálogos sobrios de fondo político del guion que él mismo escribió después de la pandemia. Su ecuación, formulada con algunos de los elementos habituales del drama biográfico y del thriller histórico, consigue sintetizar en la superficie el calvario de un hombre de ciencias entendido como la lucha de un individuo liberal que descubre, en menos de una década, la hipocresía de los sectores conservadores para falsificar la verdad a favor de los intereses geopolíticos de una potencia mundial. Esto es especialmente verdadero en el capítulo de Fisión cuando exterioriza las experiencias subjetivas de Oppenheimer para subrayar la enorme presión intrínseca que deconstruye sus ideas frente a una rígida burocracia que lo manipula como peón sin que él lo sepa y celebra sus logros como si fuera un héroe nacional; pero en Fusión, en cambio, acentúa con claridad objetiva la culpa de Oppenheimer ocasionada por el dilema ético de producir una calamidad que tiene la capacidad de destruir el planeta en manos equivocadas, en medio de una conspiración política auspiciada por un antagonista, que se amplía drásticamente por la transformación del mapa geopolítico donde los antiguos aliados se convierten en enemigos durante la Guerra Fría.



Robert Downey Jr. como Lewis Strauss. Fotograma de Universal.

 
 

De cierto modo, las lecturas políticas conservan el enlace textual cuando hablan del potencial liberal para “cambiar el mundo” frente a las amenazas de los retrógrados conservadores, porque encaja con el epicentro del discurso actual de Hollywood que está contaminado de ideologías liberales disfrazadas. Y quizá por eso profundiza más en las dicotomías científicas y políticas que preocupaban a Oppenheimer, que en la crisis de identidad de sus orígenes judíos. Pero esto, a decir verdad, tiene poca relevancia porque incluso sin ser un actor judío Cillian Murphy me parece la elección adecuada para el papel y, en su sexta colaboración con Nolan (siendo la primera como protagonista), entrega la mejor actuación de su carrera como actor.

 

Se dice que el mismo Murphy consumió una cantidad notable de libros sobre el científico para prepararse para el rol y esto es evidente desde el minuto cero en que su interpretación mimetiza, con mucho intimismo y credibilidad, los gestos, la mirada y la manera de expresarse del personaje. Interpreta a Oppenheimer como un sujeto atribulado, carismático (hasta mujeriego), oscuro, con una inteligencia superior que utiliza para resolver las ecuaciones más complicadas y vencer los contratiempos en la preparación de la bomba atómica (a la que ha accedido a crear para combatir a los nazis que maltrataron al pueblo judío durante la guerra), cuyo liderazgo en las áreas científicas es fundamental para la victoria aliada; pero también como alguien que asume la responsabilidad moral de su creación y es víctima de una persecución política instaurada por burócratas traicioneros que no toleran su predisposición para controlar las armas nucleares. A su lado hay actuaciones creíbles de todo el reparto secundario en sus respectivos segmentos, pero de todas solo consigo destacar la de Damon como el correcto general motivado por el deber patriótico, la de Blunt como la esposa independiente y directa que se separa del estereotipo de ama de casa típica de los años 50, y, específicamente, la soberbia actuación de un maquillado Downey Jr. como el magnate perverso que anhela hundir a Oppenheimer para prolongar sus planes de enriquecerse en el sector armamentístico con la exportación de isótopos.





 

Aunque la película avanza con mucha consistencia durante tres largas horas, sospecho que en el tercer acto se produce un vacío que pesa como el hierro y ralentiza el tono ágil con el que está narrada, particularmente a partir de las secuencias que adquieren la estética del drama judicial más básico. Pero me olvido rápido de ello cuando atestiguo de nuevo el virtuosismo de Nolan que me causa placer estético en algunas de las escenas, ensambladas por el montaje de Jennifer Lame, en las que aprovecha la anchura del formato IMAX de 70mm. Por la parte visual, el rasgo más significativo es que las escenas de Oppenheimer son mostradas a color mientras que, paralelamente, las escenas de Strauss son en blanco y negro monocromático que describen los claroscuros del protagonista.


El conjunto se edifica, además, con un trabajo fotográfico luminoso de Hoyte van Hoytema que encuadra el estado mental de Oppenheimer con el primer plano, el plano subjetivo, los insertos (el reino cuántico y las descargas de energía), el encuadre móvil y las panorámicas que magnifican el clima tenso de esas dos épocas que se reproducen con la autenticidad ofrecida por los decorados y el vestuario. Por el lado sonoro, al contrario, Nolan maneja con mucha fidelidad el diseño de sonido para evocar los ruidos, las explosiones y las ondas de choque, además de utilizar el sonido interno-subjetivo y los dispositivos de silencio para traducir la desilusión que siente Oppenheimer tras la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki (la secuencia de la sordera en la que da su diatriba a la multitud extasiada por la conquista). El puntaje más sólido es la banda sonora de Ludwig Göransson que está finamente ajustada para amplificar el volumen de intriga en las secuencias más fibrosas y dimensionar las emociones de los personajes en la zona trágica de la historia.





 

Al final de la proyección de Oppenheimer el público de la sala en la que yo estaba aplaudió durante unos cuantos segundos después el inicio de los créditos. Yo no aplaudí. Pero, desde luego, no me sorprende que lo hayan hecho porque, supongo, al igual que yo, ellos se pasaron las tres horas suspendidos en el asiento para manifestar esa reacción emocional que surge del suspense de cada escena como una fusión de átomos. En su núcleo hay un espacio de solemnidad que exhuma la imagen de Robert Oppenheimer del ostracismo historiográfico para retratarlo como un héroe incomprendido. Hubo dos secuencias que permanecieron en mi memoria una vez que terminó todo: la secuencia de la bomba atómica de la prueba Trinidad (con extensos efectos prácticos que incluyen el estallido de una bomba real) y los planos finales en los que Oppenheimer se imagina, con lupa profética, un mundo devastado por un apocalipsis nuclear. Incluso con sus minúsculas falencias, es un biopic memorable de Nolan.



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Ficha técnica
Título original: Oppenheimer
Año: 2023
Duración: 3 hr 00 min
País: Estados Unidos
Director: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan
Música: Ludwig Göransson
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Reparto: Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt, Matt Damon, Florence Pugh, Josh Harnett, 
Calificación: 7/10

Tráiler de la película

 




Adiós a Matiora

Adios a Matiora es una película soviética de Elem Klimov, adaptada de la novela homónima del escritor ruso Valentín Rasputin y rodada apenas dos años antes de su obra maestra Ven y mira (su último film como director de cine). En un principio, su material iba a ser dirigido por Larisa Shepitko, la directora original y esposa del director que murió en un trágico accidente automovilístico mientras buscaba locaciones para el rodaje junto con cuatro miembros del equipo, pero tiempo más tarde fue completado por Klimov luego de varios retrasos. Me pregunto cómo hubiese sido el producto final con el estilo personal de Shepitko, pero tras el visionado de dos largas horas de esta visión ofrecida por Klimov no creo que hubiera importado tanto. Klimov la ensambla como un drama rural que adquiere una fuerza visual muy notable en la carga simbólica y en los paisajes atmosféricos de capa naturalista, pero cuya narración pierde gradualmente su lado emotivo en su crónica previsible de injusticia y resistencia campesina, debilitada por unos personajes que solo sirven como tablas de madera colocadas en la superficie para que el comentario sociocultural tenga cierta coherencia textual. El argumento se desarrolla en una isla situada en medio de un gran río en la parte central de Rusia que lleva el nombre de Matiora y sigue, entre otras cosas, las peripecias de un grupo variopinto de campesinos que se preparan para desalojar la aldea por órdenes de las autoridades soviéticas que planean inundar el lugar para facilitar la construcción de un embalse. En una primera mitad, se muestra la cotidianidad de los campesinos a través de la anciana que se niega a abandonar las costumbres familiares, el viejo decrépito que suele andar malhumorado, el soviet hijo de la señora que se encarga del proceso de desalojo, las mujeres que con sus manos cosechan el trigo, el jefe de inspección que lanza su alegato para que los habitantes se despidan de su hogar. En la segunda, todo consiste en la tarea de mudanza de los oficiales que concentran sus esfuerzos para sacar a los campesinos de sus casas (incluso quemando las viviendas con combustible para asegurarse de que no regresen jamás) antes de la inundación planificada. El caso es que la existencia de esos pueblerinos no me causa ni frío ni calor porque están esquematizados de una forma demasiado transparente que los mantiene sujetos, casi siempre, a una serie de situaciones rutinarias en la que se ausenta la profundidad psicológica y el tacto dramático, donde solo funcionan como instrumentos diegéticos para subrayar un discurso sobre la injusticia social entendida como la lucha de unos campesinos humildes que se oponen al desplazamiento y a la pérdida de las tradiciones que constituyen su esencia moral, con ligeros subtextos ecológicos de carácter poético. Solo alcanzo a destacar la actuación creíble de Stefaniya Stanyuta como la vieja que se convierte una mártir campesina por defender sus valores. Tambien el placer estético que encuentro en algunos dispositivos que Klimov coloca en la puesta en escena casi como preámbulo de Ven y mira, entre los que se destaca el plano subjetivo, el primer plano, la ruptura ocasional de la cuarta pared, el simbolismo del fuego, algunos soliloquios poéticos, las panorámicas que evocan realismo, el leitmotiv de música triste, las atmósferas brumosas con iluminación natural que añaden un tono pesadillesco al tercer acto y un uso del encuadre móvil de una cámara en constante movimiento. Todo lo demás pasa ante mis ojos sin ningún rastro de emoción.



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Ficha técnica
Título original: Farewell (Proshchanie)
Año: 1983
Duración: 2 hr 06 min
País: Rusia (Unión Soviética)
Director: Elem Klimov
Guión: German Klimov, Larisa Shepitko, Rudolf Tyurin
Música: Vyacheslav Artyomov, Alfred Shnitke
Fotografía: Vladimir Chukhnov, Aleksei Rodionov, Yuri Skhirtladze, Sergei Taraskin
Reparto: Stefaniya Stanyuta, Lev Durov, Aleksei Petrenko, Leonid Kryuk
Calificación: 6/10

El caso de Thomas Crown

El caso de Thomas Crown es una película de Norman Jewison que sigue el manual del cine de atraco que estaba de moda en los años 60, donde el dinero no es más que un simple MacGuffin que sirve como dispositivo para que el ladrón luzca su audacia y su sofisticación en los lugares elegantes que le permiten seducir a la chica hermosa (como en Charada y Cómo robar un millón). También recupera esa vieja idea del millonario que, irónicamente, se aburre de tenerlo todo. Pero me temo que, incluso con el arranque trepidante, es una cinta de robos que carece del impulso necesario para escapar de la rutina aburrida que solo muestra el lado cool de Steve McQueen como si se tratara del anuncio comercial de una revista de estilo de vida millonario, en una hora y cuarenta que avanza a la velocidad de un cortejo fúnebre y me roba todo el interés de ver lo que sucede. En la trama McQueen interpreta a Thomas Crown, un empresario multimillonario, apuesto, impasible, seductor, que aprovecha su tiempo libre para planificar un crimen perfecto, con cuatro hombres desconocidos que contrata para robar un botín de $2.6 millones de dólares depositados en un banco de Boston. La secuencia del asalto me mantiene pegado del asiento cuando los ladrones toman a los rehenes, someten a los policías de seguridad y luego escapan por sus respectivas vías al conducir en un automóvil, donde al terminar la jornada arrojan las bolsas con dinero en un bote de basura del cementerio que más tarde es recogido por el magnate sinuoso. Sin embargo, todo lo que sigue a partir de ahí es una bagatela de situaciones facilonas, de las que no consigo extraer otra cosa que una abulia notable cuando el protagonista se relaciona con la investigadora independiente que es contratada por la policía para investigar los autores intelectuales del robo y, entre otras cosas, este permanece sujeto a una inercia de episodios que parecen repetirse entre las visitas al banco suizo para depositar el dinero robado, los juegos de golf, las competencias de polo en el Country Club, las subastas de objetos valiosos, la diversión de manejar un buggy a altas velocidades por la playa de Massachusetts, la partida de ajedrez como preámbulo del acto sexual, la investigación de los policías ineptos. La detective Vicki Anderson, que interpreta Faye Dunaway en modo "atrapa al ladrón", deduce el plan de una forma muy fácil con su intuición femenina y, el Crown que interpreta McQueen, por el contrario, tiene todos sus asuntos arreglados porque para él los robos planificados no son más que un juego para divertirse. No hay muchas complicaciones o conflictos difíciles que impulsen la acción. Son personajes demasiado cutres en su jueguito del gato y el ratón, de los que solo puedo destacar, moderadamente, la química romántica que se acentúa entre los gestos, las miradas y los diálogos de coqueteo (se nota claramente que McQueen y Dunaway pasan un rato agradable). Lejos del vehículo de lucimiento de la pareja, al menos me produce cierto placer estético la manera en que Jewison emplea el sobreencuadre de pantallas divididas como enlace de continuidad en algunas escenas, los decorados suntuosos de algunas locaciones por las que pasea el rico y su amante, el uso del sonido diegético para señalar acciones concretas y una música espléndida de Michel Legrand que, ocasionalmente, reproduce jazz sesentero y el leitmotiv contagioso de la canción The Windmills of Your Mind. Solo eso, digamos, impide que mi valoración sea más baja de la cuenta.



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Ficha técnica
Título original: The Thomas Crown Affair
Año: 1968
Duración: 1 hr 42 min
País: Estados Unidos
Director: Norman Jewison
Guión: Alan R. Trustman
Música: Michel Legrand
Fotografía: Haskell Wexler
Reparto: Steve McQueen, Faye Dunaway, Paul Burke
Calificación: 5/10
La taberna del camino

La taberna del camino es la segunda película que Jean Negulesco estrenó en el año 1948, apenas unos pocos meses después de la excelente Johnny Belinda. Su arranque es más o menos interesante con la presencia de Ida Lupino, de Cornel Wilde y de Richard Widmark, pero en la hora y media que dura soy asaltado por esa sensación de que se trata de una obra menor de cine negro, que carece del pulso necesario para sostener su melodrama predecible sobre celos, chantaje y triángulos amorosos. Su relato se sitúa, mayormente, en los interiores de un bar ubicado en un bosque y cuenta la historia de Pete Morgan, un hombre de pocas palabras que administra el negocio y, además, mantiene una relación secreta con Lily Stevens, la nueva cantante traída desde Chicago por su viejo amigo y dueño del local, Jefferson "Jefty" Robbins. Incluso sabiendo los caminos habituales que toma la narrativa del guion de Edward Chodorov, en una primera instancia el asunto capta mi interés por la manera en que se desarrolla el largo ritual de cortejo entre la femme fatale que encarna Lupino y el hombre honesto de Wilde, en un romance que se siente genuino desde la escena del boliche en la que cruzan miradas, la pelea del bar en la que el macho alfa salva a la dama en peligro de un borracho y, ante todo, la cita en bote por un lago donde unos cuantos diálogos entre ambos revelan el pasado trágico (la de un veterano desilusionado y la de una mujer solitaria que escapa de una tragedia familiar). Sin embargo, me parece que el melodrama pierde el efecto deseado cuando atraviesa esa ruta conocida del triángulo amoroso entre dos hombres y una mujer, donde el mecanismo de acción suele reducirse a situaciones acomodaticias en la que abundan las mentiras, la obsesión y los celos autodestructivos como unos episodios momentáneos que solo funcionan para obstaculizar de manera fútil el idilio inevitable de los protagonistas que se aman y desean escapar por la carretera hacia la frontera que está fuera del margen de la ley. La actuación de Lupino es bastante orgánica cuando interpreta a esa mujer decidida, independiente, con el cigarrillo en la mano, que anhela amar al hombre sencillo que la ignora y que, entre otras cosas, canta con su propia voz las canciones "Again" y "One for My Baby (and One More for the Road)". También me resulta creíble la interpretación secundaria de Widmark como ese sujeto posesivo, manipulador, violento, que tiene una racha de aprovecharse de las mujeres y se vuelve loco una vez que prueba el rechazo de una que lo obliga a apretar el gatillo en su cacería por el bosque neblinoso, volviendo de nuevo a ese estereotipo de villano psicótico que había instalado desde El beso de la muerte (Hathaway, 1947). A Wilde lo olvido con facilidad porque es demasiado blando en el papel de individuo correcto. Ellos son encuadrados en una puesta en escena en la que Negulesco aprovecha un trato fotográfico bastante acertado de Joseph LaShelle, que acentúa las inquietudes de los personajes a través de las atmósferas, la iluminación expresiva y un puñado de planos ambiguos; pero que, desafortunadamente, no es suficiente para oxigenar una intriga que se desvanece con cada paso dado en el bosque brumoso.



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Ficha técnica
Título original: Road House
Año: 1948
Duración: 1 hr 35 min
País: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guión: Edward Chodorov
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: Joseph LaShelle
Reparto: Ida Lupino, Richard Widmark, Cornel Wilde, Celeste Holm
Calificación: 6/10

Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1

Misión imposible: Sentencia mortal - Parte 1 es una película que sigue la misma fórmula de acción que se ha establecido en esta franquicia desde aquel verano de 1996 que me dejó con la boca abierta, donde el héroe principal que encarna Tom Cruise se enfrenta a villanos poderosos que desean conquistar al mundo con algún dispositivo valioso disfrazado de MacGuffin. No veo que haya mucha variación en términos narrativos, incluso en comparación con la penúltima que se titula Misión imposible: repercusión, pero me atrevo a decir que es una secuela igual de entretenida que las antecesoras y ofrece, ante todo, algunas secuencias de acción espectaculares que prueban, una vez más, la pericia física de Cruise para aceptar las misiones arriesgadas que suele completar corriendo a contrarreloj, incluso a sus 60 años. En esta ocasión, la trama muestra a Ethan Hunt en los momentos en que acepta la misión de recuperar una llave que permite obtener el acceso al código fuente de una Inteligencia Artificial llamada Entidad, cuyo potencial ilimitado le ha permitido adquirir conciencia propia y rebelarse contra las autoridades de las grandes potencias que buscan adueñarse de ella para controlar el globo desde el ciberespacio digital. A un ritmo trepidante que se reparte en más de dos horas y media, permanezco enganchado del asiento a partir de las escenas en que Hunt, junto a su equipo (Luther y Benji) busca la llave para destruir la IA que se encuentra encerrada en un lugar secreto dentro un submarino nuclear, mientras se relaciona con una ladrona experta que tiene el mismo motivo y es perseguido por agentes de la CIA que funcionan como alivio cómico, además de combatir contra el villano megalómano que desea vengarse para ajustar las cuentas del pasado. Por lo general, hay ligeros instantes previsibles que puedo señalar con los dedos, pero el aparato de acción casi siempre conserva un registro de consistencia que se edifica a través de las infiltraciones, el sabotaje de sistemas informáticos, los tiroteos y las persecuciones que, a modo de turismo, distribuyen la aventura por locaciones exóticas como el desierto de Abu Dabi, las calles de Roma, la fiesta de gala en Venecia y los bellos paisajes de los Alpes en Innsbruck. Hay unas cuantas sorpresas, un comentario sobre el impacto negativo de la IA en la burocracia gubernamental y giros inesperados que surgen durante las situaciones tensas en las que, por lo regular, Cruise demuestra su destreza física para correr, saltar y pelear contra los rufianes que obstaculizan su objetivo de evitar una catástrofe mundial, alcanzando su mayor punto de riesgo en la secuencia en la que salta en paracaídas por un acantilado para llegar hasta el tren que está a punto de descarrilarse. A su lado, hay un reparto secundario con mucha química encabezado por Hayley Atwell, Simon Pegg, Ving Rhames, Rebecca Ferguson, Vanessa Kirby, Esai Morales y Pom Klementieff (como una villana silenciosa y perversa). Con ellos, McQuarrie logra un pulso que se eleva en una puesta en escena vertiginosa que goza de una música tensa, de planos ambiguos con cierto sentido compositivo (como el de la lucha en el callejón estrecho y los interiores de los vagones del tren colapsado) y de las modalidades del encuadre móvil para dinamizar las acciones más inmediatas entre los diálogos de descanso que se configuran con algunos fragmentos de humor y varias escenas de prolepsis que anuncia el futuro inesperado. Su visión es lo que, por lo visto, mantiene encendida la mecha de esta saga de espionaje que tiene ya 27 años y no muestra signos de apagarse, dejando bien claro que Cruise seguirá haciendo sus hazañas acrobáticas hasta más allá de los 80 años.



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Ficha técnica
Título original: Mission: Impossible - Dead Reckoning - Part One
Año: 2023
Duración: 2 hr 43 min
País: Estados Unidos
Director: Christopher McQuarrie
Guión: Christopher McQuarrie, Erik Jendresen
Música: Lorne Balfe
Fotografía: Fraser Taggart
Reparto: Tom Cruise, Hayley Atwell, Simon Pegg, Ving Rhames, Rebecca Ferguson, Vanessa Kirby, Esai Morales, Pom Klementieff
Calificación: 7/10

La mujer en la luna

Durante casi tres horas, consumo las imágenes de una edición restaurada de La mujer en la luna, una película muda en la que Fritz Lang continúa su interés personal en la ciencia-ficción tras el éxito de su obra maestra, Metrópolis, estrenada apenas dos años antes. En su tiempo, fue una de las películas alemanas más costosas rodadas por la UFA y contó, además, con la asesoría del científico Hermann Oberth para las interrogantes del espacio. No creo que se trate de uno de los trabajos ejemplares del realizador, así como tampoco considero que sea una de las obras de envergadura del género, pero incluso en el contexto de su astrofísica limitada de 1929, Lang edifica su viaje a la luna con algunas secuencias espectaculares y una intriga que se conserva con los rasgos estéticos que son habituales del cine mudo del expresionismo alemán, aunque en algunos pasajes se suele extender más allá de lo necesario con la sobreexplicación en materia de ciencia. El argumento, escrito como una adaptación de la novela homónima de Thea von Harbou (que también ejerció la tarea de coguionista), se sitúa en Alemania y sigue la historia de Helius, un empresario idealista que sueña con viajar al espacio y que, con ayuda de su asistente Windegger y los consejos del profesor Mannfeldt (tildado de loco por la comunidad científica al afirmar que hay oro en la superficie de la Luna), ha utilizado los planos de su colega para la construcción secreta de un cohete que lo lleve a la Luna para comprobar la hipótesis del oro; mientras guarda en su corazón fuertes sentimientos por la bella Friede, una mujer que ama en secreto y se ha comprometido con su ayudante. En una primera mitad, la narrativa se esquematiza a través de los componentes del thriller de espías y me cautivo, mínimamente, por la manera en que Lang muestra, primero, los diálogos a puerta cerrada sobre los peligros de la misión que incluyen unas cuantas escenas retrospectivas y, segundo, la subtrama del malvado sofisticado que se roba los informes de la investigación para entregárselo a unos burócratas poderosos que desean apoderarse de la reserva aurífera del terreno lunar y que, además, amenaza con sabotear y destruir el cohete si no es llevado en la nave como pasajero; en unos episodios que se reparten entre la mentira, el chantaje y la codicia corporativista. El asunto alcanza, supongo, su mayor grado de espectacularidad en la segunda mitad que se origina a partir de la secuencia del lanzamiento del cohete y el viaje por el espacio de los tripulantes con destino a la Luna que se someten a las enormes fuerzas gravitatorias que gobiernan el espacio, donde Lang emplea una serie de efectos especiales que, a modo profético y con notable nivel de detalle, señalan el reto mayúsculo de colocar humanos en el suelo lunar y añaden una pequeña capa de originalidad al mostrar las distintas etapas del despegue (desde la gigantesca plataforma que traslada el cohete en el área hasta el largo viaje en una nave sometida a la ingravidez) y las panorámicas que captan los decorados del paisaje inhóspito y polvoriento de los horizontes lunares. Su montaje rítmico tiene una tensión considerable que ensambla las escenas con cohesión y me mantiene sujeto del asiento con las peripecias de unos personajes que, a pesar del desarrollo superfluo y del melodrama al servicio del triángulo amoroso más previsible, poseen cierta densidad moral y motivaciones idealistas de gran calidez humana que funcionan, subterráneamente, para metaforizar la voluntad del deber en beneficio de la ciencia y, ante todo, la avaricia que destruye a los hombres en los momentos desesperados. Es, sin dudas, una película bastante entretenida de su período mudo.



Ficha técnica
Título original: Woman in the Moon (Frau im Mond)
Año: 1929
Duración: 2 hr 49 min
País: Alemania
Director: Fritz Lang
Guión: Thea von Harbou, Fritz Lang
Música: N/A
Fotografía: Curt Courant, Oskar Fischinger, Otto Kanturek 
Reparto: Willy Fritsch, Gerda Maurus, Fritz Rasp, Gustav von Wangenheim
Calificación: 7/10

Guardianes de la Galaxia Vol. 3

Guardianes de la Galaxia Vol. 3 es una película que emplea la fórmula establecida ya por las predecesoras (Guardianes de la Galaxia y Guardianes de la Galaxia Vol. 2) para escapar, de manera airosa, del reciclaje fatigoso que ofrece el catálogo de la quinta fase del UCM. Tiene, desde luego, ligeros instantes previsibles que se pueden señalar con los dedos, pero me parece una secuela entretenida de James Gunn que, en sus mejores momentos, muestra otra vez el lado cósmico de Marvel con una aventura acelerada en un espacio habitado por acción, humor y héroes excéntricos que escuchan un soundtrack de grandes éxitos para salvar la galaxia, en dos horas y medias en las que nunca me siento cansado y siempre me mantengo atento a las ocurrencias más insólitas. En esta ocasión, el argumento se sitúa en los confines del espacio exterior y sigue a Star-Lord, Gamora, Drax, Mantis, Groot y Nebula, en una misión interestelar para salvar Rocket antes de que se muera por las heridas recibidas en un ataque sorpresa de Adam Warlock en los interiores de la nave Knowhere (su nueva base de operaciones), donde se enfrentan además al poder corporativista de Alto Evolucionador, un científico megalómano que busca evolucionar y antropomorfizar formas de vida animal para crear una utopía que lleve su nombre en todo el universo. En términos generales, la narrativa se estructura siguiendo las normas básicas de ciencia-ficción en tres actos, en la que los personajes avanzan a contrarreloj por el cosmos para superar los obstáculos que le impiden rescatar al amigo malherido con los golpes de efecto, pero está cohesionada con un ritmo trepidante que ensambla, con cierta espectacularidad, las batallas galácticas y las peleas con extraterrestres en las que nunca faltan los paseos por mundos extraños, los diálogos contagiosos de una sola línea, los efectos visuales que acentúan el grado de caos, los escenarios decorados con mucha creatividad y una música que reproduce en todo momento canciones de rock legendarias, además de que funciona a diferencia de las otras para establecer metáforas puntuales sobre el compañerismo, la esclavitud infantil y el cuidado de los animales en los ecosistemas. Hay algunas secuencias predecibles que salen a la velocidad de la luz con el villano acartonado y convencional que interpreta Chukwudi Iwuji, pero me olvido rápido de ellas en las escenas retrospectivas en las que, por primera vez, se amplía el espectro de desarrollo detrás de las motivaciones de Rocket y, ante todo, el aparato de acción que distribuye de manera equilibrada el protagonismo de ese reparto interpretado por Chris Pratt, Zoe Saldana, Bradley Cooper (voz), Vin Diesel (voz), Dave Bautista y Pom Klementieff. Ellos ofrecen en pantalla una química que se aleja, diametralmente, de las ecuaciones más estandarizadas de Marvel y que, dicho sea de paso, Gunn explota con ingenio en un cúmulo de situaciones que nunca bajan el volumen subversivo ni las sorpresas inesperadas. No sé si se trate de la mejor de la trilogía, pero consigue cerrar de forma estupenda el ciclo de este grupo de inadaptados espaciales que no tenía ningún futuro en el nicho ocupado por héroes de mayor envergadura. Ciertamente, se van a echar de menos.



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Ficha técnica
Título original: Guardians of the Galaxy Vol. 3
Año: 2023
Duración: 2 hr 30 min
País: Estados Unidos
Director: James Gunn
Guión: James Gunn
Música: John Murphy
Fotografía: Henry Braham
Reparto: Chris Pratt, Zoe Saldana, Bradley Cooper (voz), Vin Diesel (voz), Dave Bautista, Sean Gunn, Pom Klementieff, Will Poulter
Calificación: 7/10

Los Fabelman

Los Fabelman es una película en la que Steven Spielberg recupera ese ciclo que, sospecho, ha estado de moda en los últimos años sobre cineastas que de alguna manera registran su propia memoria biográfica en clave ficcional (como ya lo han hecho Anderson, Branagh, Cuarón, Gerwig, Iñárritu, Linklater, Sorrentino, Tarantino, entre otros), donde el corpus de la historia se ensambla a través recuerdos de la juventud y las vivencias personales. Me atrevo a decir que, en las dos horas y media que dura, es un film emotivo de mayoría de edad, en el que Spielberg entrega su carta de amor al cine y, a la vez, encuadra un retrato muy personal, semi-autobiográfico, de un chico que busca su propia voz en el camino de la realización cinematográfica, sin nunca caer en el terreno de la indulgencia calculada ni de la nostalgia cutre. La trama se sitúa, primero, en los años 50 en Nueva Jersey y sigue la vida de Sammy Fabelman, un niño curioso e inocente que se enamora del cine desde la noche en que sus padres, Mitzi y Burt Fabelman, lo llevan a una sala a ver el estreno de The Greatest Show on Earth, de Cecil B. DeMille, cuyas imágenes lo dejan deslumbrado y pronto se acostumbra a rodar escenas con sus hermanas menores utilizando la cámara de 8mm de su papá. Con un ritmo placentero, la narrativa me cautiva con más fuerza en una segunda mitad en la que es mostrado como un adolescente con vocación de director que filma cortometrajes del oeste y del cine bélico usando a los amigos del barrio como actores principales, mientras, dicho sea de paso, es testigo de las crisis familiares, el divorcio de los padres, el acoso antisemita en la escuela, el primer amor y los obstáculos que se colocan en su etapa de formación temprana. A ratos el relato me parece divertido, triste y demasiado transparente, pero de alguna forma Spielberg le añade a cada escena un trato idealizado y melancólico que le sirve para interrogar, con cierta honestidad apodíctica, no sólo los dilemas de una familia judía al borde de la ruptura, sino, además, la enorme curiosidad que origina la pasión por el oficio de realizar películas entendida como la búsqueda de un joven que descubre el poder de la imagen para contar historias y reflejar los momentos agridulces de la realidad que permanecen embalsamados en una cápsula atemporal. La actuaciones del reparto elevan el material y destaco, ante todo, la del desconocido Gabriel LaBelle como ese chico dubitativo que tiene el pasatiempo de filmar y editar películas para olvidar los encontronazos familiares; también la de Michelle Williams que ilustra, con toda su pericia expresiva, la madre alegre y depresiva que se sacrifica por sus hijos y desea encontrar la felicidad que no le da su marido y, además, la de Paul Dano como el padre comprensivo y reservado que comunica, con su mirada serena y los silencios, la decepción de poner su profesión por encima de los sentimientos con el único fin de mejorar la calidad de vida de sus hijos. Spielberg los encuadra en una puesta en escena que alcanza sus valores más notables en la autenticidad con la que se reproduce la época a través de los decorados y de la dirección de arte, aprovechando también la música sensible de John Williams y un estilo visual bastante agradable de la lente del veterano Janusz Kaminski que acentúa las inquietudes de los personajes con las dinámicas del encuadre móvil, la colorización azulada, el sobreencuadre de las películas proyectadas y el sólido sentido compositivo con signos autorreferenciales. No se trata, desde luego, de uno de los mejores trabajos del realizador, pero reafirma aquella idea de que su maestría por el cine la adquirió, sobre todo, rodando películas, como si estuviera atrapado en un sueño eterno detrás de la línea de horizonte.



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Ficha técnica
Título original: The Fabelmans
Año: 2022
Duración: 2 hr 30 min
País: Estados Unidos
Director: Steven Spielberg
Guión: Tony Kushner, Steven Spielberg
Música: John Williams
Fotografía: Janusz Kaminski
Reparto: Gabriel LaBelle, Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen, Judd Hirsch
Calificación: 7/10
Babylon

Durante más de tres horas, consumo las imágenes de Babylon, la película más reciente de Damien Chazelle que en su estreno polarizó a mucha gente y, además, se convirtió en un fracaso de taquilla para la Paramount Pictures. Y lejos de la polarización sospechosa, su propuesta me engancha y no me suelta hasta que ruedan los créditos finales, aunque en algunos de los episodios detecto ligeros rastros de superficialidad en el desarrollo interno de los personajes. Chazelle la encuadra como un ejercicio tragicómico que subraya las dinámicas de poder y el proceso de filmación en una época dorada de Hollywood arropada por frenesí, elegancia y estrellas en decadencia al borde del abismo, como si se tratara de una crónica de aquellos años salvajes en que los grandes nombres de las celebridades que poblaban los estudios subían y bajaban en el carrusel de la popularidad. La trama se sitúa en pleno apogeo de los furiosos años 20 y muestra, por separado, a un grupo variopinto de personajes de la industria del cine de Hollywood; entre los que se halla un inmigrante mexicano que trabaja como asistente de producción en busca del sueño americano; un actor elegante y carismático de la MGM que organiza orgías festivas adornadas de desnudez, alcohol, copulación y cocaína; y una rubia ambiciosa, decidida, adicta a los vicios, que se autoproclama actriz con el fin de demostrar a los ejecutivos del ficticio Kinoscope Studios que tiene lo necesario para triunfar como una nueva estrella, donde alcanza el estrellato tras rodar películas exitosas que la convierten de la noche a la mañana en la nueva It Girl del cine mudo. Las peripecias de estos personajes está narrada con pulso en su estructura circular y me atrapa desde el alocado preámbulo porque, de alguna manera, se involucran en una estela de excesos que los coloca en el sendero de la autodestrucción entre los rodajes y las fiestas ampulosas, además de que le sirven a Chazelle para examinar, con la lupa del metacine, el duro trabajo de realización cinematográfica durante el período transición hacia el cine sonoro que dejó sin empleo a muchos actores que no se adaptaron, sino, también, eso que planteaba varias veces Anger en los dos volúmenes de Hollywood Babilonia: el lado siniestro detrás del ascenso y caída de las estrellas de Tinseltown, donde el impulso detrás de sus acciones se reduce a la necesidad de trepar a toda costa en un mundo controlado por élites que manipulan desde la sombra el destino final de las estrellas. Hay momentos de desenfreno y humor con algunas referencias históricas, pero también instantes de tragedia, dolor, escándalos, muertes, decepciones, que se gestan con un puñado de actuaciones cautivantes entre las que destaco, sin mucho apuro, la de Brad Pitt como el actor mujeriego al que el tiempo le ha pasado por encima y desea recuperar la gloria pasada; la de Margot Robbie como la actriz escandalosa con el pasado trágico que es consumida por la adicción al juego que destruye su carrera; y, sobre todo, la del desconocido Diego Calva como ese discreto mexicano que escala sin cesar hasta convertirse en un director reconocido durante las primeras talkies. Con un montaje trepidante de Tom Cross, que pocas veces pierde el ritmo cohesionando las escenas e instalando la elipsis como engranaje descriptivo de ciertas situaciones de los personajes, Chazelle los captura en una puesta en escena extravagante que tiene su punto de mayor solidez, supongo, en los decorados que reproducen con gran nivel de detalle las distintas épocas que ilustra (particularmente mediado de los años 20 y principio de los 30) y una fotografía clasicista de Linus Sandgren que ilumina con colores hermosos el exotismo hollywoodense acentuado por las panorámicas y el encuadre móvil de una cámara inquieta en constante estado de movimiento, además de emplear adecuadamente una banda sonora de Justin Hurwitz que contagia mis oídos con las trompetas de jazz y la música clásica. No diría que se trata de una carta de amor al cine, sino, más bien, un homenaje electrizante en el que, ante todo, Chazelle pondera los ciclos evolutivos del negocio del cine y el dominio escatológico de la imagen para inmortalizar figuras.



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Ficha técnica
Título original: Babylon
Año: 2022
Duración: 3 hr 09 min
País: Estados Unidos
Director: Damien Chazelle
Guión: Damien Chazelle
Música: Justin Hurwitz
Fotografía: Linus Sandgren
Reparto: Margot Robbie, Diego Calva, Brad Pitt, Li Jun Li, Jean Smart, Jovan Adepo, Tobey Maguire
Calificación: 7/10