Crítica de la película «Asesinato en el expreso de oriente» (2017)

Asesinato en el expreso de oriente
Asesinato en el expreso de oriente es una película que consigo ver, supongo, para sumarme a la tendencia que ha cobrado el misterio whodunit en los últimos años y que, de alguna manera, avanza a toda marcha en las salas de cine porque el público disfruta verlos por el morbo que siempre se origina del asesinato o de los casos sin solución en el escritorio de un detective amargado. Pero no me sirve ni siquiera para sacar comparaciones con el material adaptado de la novela homónima de Agatha Christie o de la estupenda película también titulada Asesinato en el expreso de oriente, que había dirigido Lumet en 1974 con un elenco de estrellas veteranas encabezado por Albert Finney como Hercule Poirot. Como remake tiene minúsculos instantes con el pintoresco papel de Branagh como el nuevo Poirot, pero me temo que carece de una intriga detectivesca que sea consistente durante la investigación y se vuelve bien aburrida con cada huella dejada en los interiores del tren a punto de descarrilarse, con un amplio reparto de personajes que me dejan de importar pasada la media hora. Su trama se sitúa en 1934 y sigue al famoso detective belga Hercule Poirot, en los momentos en que resuelve un robo en la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén y luego, en busca de unas vacaciones que lo alejen de esos casos complicados, toma un tren a la hora equivocada que lo coloca en el epicentro del homicidio de un gánster disfrazado de empresario estadounidense que responde al nombre de Edward Ratchett, perpetrado en una noche oscura y nevosa por alguien que se esconde en cada uno de los vagones. El asunto capta mi atención al principio por la forma peculiar en que Branagh interpreta a Poirot como un hombre astuto y meticuloso que observa a su alrededor todas las posibilidades que esconden los pasajeros mientras utiliza la mirada, la verborrea sofisticada y su enorme bigote como una antena receptora que libera su estado de deducción para rastrear las pistas. Al verlo en pantalla, muchas veces llego incluso a olvidar que se queda sujeto a una capa artificiosa que lo convierte casi en una caricatura de historieta. Sin embargo, la narrativa del caso sin resolver (basado en algunos pasajes del insólito caso de secuestro en la vida real del hijo de los Lindbergh) atraviesa caminos demasiado facilones que limitan el radio de acción a conversaciones anodinas entre unos personajes patéticos que, por así decirlo, nunca escapan de las vías de las descripciones baladíes, de escenas retrospectivas que contestan las interrogantes sin ninguna relevación sustanciosa o una sorpresa que me atrape cuando menos lo espero. De nada sirven las caras conocidas de los secundarios que lidera Johnny Depp. Nunca hay un impulso o un grado de suspenso que me haga señalar a esos sospechosos del crimen que buscan la justicia por cuenta propia, aunque reconozco que se eleva un poco en la climática confrontación del tercer acto que saca a la luz un dilema ético algo interesante sobre los límites de la justicia. Solo alcanzo a ver los rastros de una puesta en escena en la que Branagh, eso sí, demuestra cierta pericia con el encuadre móvil, los decorados y el vestuario que añade una superficie de elegancia a lo que veo. Todo lo demás, sospecho, permanece sepultado bajo el clima frío.

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Ficha técnica
Título original: Murder on the Orient Express
Año: 2017
Duración: 1 hr. 54 min.
País: Estados Unidos
Director: Kenneth Branagh
Guión: Michael Green
Música: Patrick Doyle
Fotografía: Haris Zambarloukos
Reparto: Kenneth Branagh, Daisy Ridley, Michelle Pfeiffer, Olivia Colman, Judie Dench, Johnny Depp, Willem Dafoe, Penélope Cruz, 
Calificación: 5/10

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