Luego de un par de años, decido pasar la tarde de un domingo viendo por completo a Perfume de mujer, una película de Martin Brest que solía ver en la televisión por cable, aunque, por alguna extraña razón, siempre consumía sus escenas de una manera esporádica que me impedía recordarle a plenitud, en una época en la que ni siquiera sabía que se trataba de un remake de una película italiana de Dino Risi. Al margen de la actuación estelar de Al Pacino, salgo con la sensación de que su fragancia no es demasiado fuerte y, por desgracia, su esencia dramática es algo convencional al tratar los asuntos sobre la soledad, la angustia y la aceptación, volviéndose incluso innecesariamente larga en las dos horas y media que tiene de metraje. Su argumento cuenta la historia de Charlie Simms, un estudiante becado de una exclusiva escuela preparatoria que, en medio del fin de semana de Día de Acción de Gracias, acepta un trabajo como asistente de Frank Slade, un teniente coronel retirado del ejército que se ha quedado ciego y tiene una personalidad cínica que se suele confundir con irritabilidad. En general, la narrativa se esboza sobre las fórmulas habituales de las comedias dramáticas de mayoría edad sobre el mundo estudiantil, pero trasladando el conflicto a las inseguridades de un estudiante que aprende a valerse por sí mismo con un coronel cascarrabias que ocupa el lugar de un profesor. El arranque es, desde luego, interesante cuando se presenta el problema escolar de Charlie al ser objeto de escrutinio del comité de disciplina; la estancia de Frank y Charlie en el hotel Waldorf-Astoria de Nueva York; la visita de Frank a la casa del hermano mayor que revela un pasado de irresponsabilidad y disfuncionalidad familiar; las movidas de Frank al conducir un Ferrari rojo siguiendo las indicaciones de Charlie; los lapsos depresivos en los que Frank amenaza con quitarse la vida con su pistola calibre .45 en la habitación. El problema fundamental, sin embargo, es que la tragicomedia permanece casi siempre en una zona acomodaticia que nunca se desprende de los clichés ni de las situaciones predecibles de la trama que siempre frecuentan lugares comunes, a pesar de que unos cuantos diálogos funcionan adecuadamente para dimensionar las inquietudes intrínsecas de los personajes. Las conversaciones no solo sirven para ampliar el desarrollo de los personajes, sino, además, para construir un mensaje moralista sobre el clasismo, la autoaceptación, las inseguridades juveniles y, ante todo, la depresión de una persona que sufre en silencio la dura realidad de la ceguera. Aunque algunos de estos temas son tratados con ligereza, proporcionan un sustento sólido para el lucimiento actoral de Pacino, quien eleva su registro expresivo para interpretar, a través de los gestos y la mirada perdida, a un hombre invidente con bastón en mano que pierde la voluntad de vivir y se niega aceptar el sufrimiento provocado por la ceguera antes de su intento de suicidio con uniforme y pistola, alcanzando su punto más memorable en la escena en que baila tango con una mujer mientras suena "Por una cabeza" de Carlos Gardel. La presencia de Pacino, ampliada con la voz áspera y los insultos, me atrapa por unos cuantos monólogos que invitan a reflexionar, y, además, desarrolla una buena química al lado del joven Chris O'Donnell. Con ellos, Brest cumple con el objetivo de mostrar la típica historia de superación personal, del chaval que viene de abajo y consigue cumplir el sueño americano al cambiar la vida de alguien, en este caso de un militar rudo, bruñido y cínico del que obtiene lecciones valiosas para el futuro como si fuera su propio padre. Pero, no obstante, nunca se preocupa por sacar el asunto de los facilismos de guion. Se trata, sin temor a equivocarme, de una película bastante regular de su corta filmografía.
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Título original: Scent of a Woman
Duración: 2 hr. 36 min.
País: Estados Unidos
Director: Martin Brest
Guion: Bo Goldman
Fotografía: Donald E. Thorin
Reparto: Al Pacino, Chris O'Donnell, James Rebhorn, Philip Seymour Hoffman