En Pecadores, el director afroamericano Ryan Coogler intenta recuperar las
fórmulas básicas del cine de terror sobrenatural de vampiros, supongo, para
interrogar a través de significados el asunto sobre el racismo sistemático que
sufren las comunidades afroamericanas desde los tiempos de las leyes de Jim
Crow, pero, además, busca construirlo bajo los recovecos de la interseccionalidad
fatigosa que predican los comensales del wokismo. La amplia aclamación que ha
tenido desde su estreno, me induce a pensar, en las dos largas horas, que no se
trata de un gran evento, porque, a decir verdad, Coogler no le pone demasiada
fuerza al cuento de terror sobrenatural sobre vampiros sureños y, a pesar de sus
pretensiones estéticas, permanece en un terreno regular y previsible que nunca
abandona la obviedad de sus síntesis discursiva sobre el racismo y la
desigualdad social. Su trama se sitúa en el sur profundo de Estados Unidos en
1932 y sigue a Smoke y Stack Moore, unos gemelos idénticos y veteranos de la
Primera Guerra Mundial, que regresan a su pueblo en Misisipi tras años de haber
estado trabajando para la Chicago Outfit, donde compran el aserradero de un
terrateniente racista con el fin de contratar a antiguos colegas y abrir un
local de música para la comunidad negra. En términos generales, la narrativa se
esquematiza sobre las bases genéricas del terror gótico, el blaxploitation y el
cine gansteril para describir la travesía de los gemelos negros como una larga
escena retrospectiva montada desde la óptica del primo Sammie cuando llega
herido a una iglesia. En este sentido, en una primera mitad se muestra los
negocios turbios de los gemelos cuando contratan a sus amigos junto al primo que
toca blues con la guitarra, mientras visitan a los comerciantes chinos locales y
se reúnen con los amores del pasado. En una segunda mitad, en cambio, se
presenta el larga secuencia nocturna en la que los gemelos administran su
negocio mientras la gente baila a ritmo de blues en el escenario y, entre otras
cosas, se enfrentan a la amenaza de unos vampiros blancos del Ku Klux Klan
liderados por un inmigrante irlandés que llegan para sembrar el caos, donde los
pocos negros que quedan encerrados utilizan las armas para combatir la amenaza
exterior. El problema fundamental radica, no obstante, en que los personajes
carecen de desarrollo más allá de las descripciones anodinas que acentúan sus
motivaciones y, por añadidura, sus acciones se reducen al abanico de situaciones
predecibles de un conflicto que se resuelve sobre la base de facilismos y
diálogos banales. Debido a esto, soy incapaz de sentir algo porque los
personajes solo funcionan como estereotipos superficiales, colocados por Coogler
en ciertas escenas para responder a un comentario social sobre el racismo, la
opresión y las desigualdades sistémicas de los afroamericanos, entendido como la
lucha de unos negros furiosos que utilizan la violencia como el único camino
para erradicar el dominio del demonio blanco que bloquea su progreso hasta la
actualidad. La metáfora del vampirismo como alegoría de la discriminación racial
y de la apropiación cultural es evidente, así como los significados subtextuales
que se comunican con el folclore del blues, pero se presenta de manera tan obvia
que pierde sutileza, sintiéndose más como un sermón de interseccionalidad que
como una exploración profunda. Las actuaciones de Michael B. Jordan y Hailee
Steinfeld son competentes, pero no logran elevar un material que no les da
suficiente espacio para brillar. Coogler, por lo menos se preocupa, eso sí, por
añadirle algo de consistencia a la estética que se subraya sobre el vestuario,
los decorados que reproducen la época y las atmósferas absorbentes que reflejan
sobre un par de planos el panorama visual del período, fruto del correcto
trabajo fotográfico de Autumn Durald. La banda sonora de Ludwig Göransson, de
igual modo, tiene cierta eficacia. Estos elementos, por desgracia, no son
suficientes para fortalecer una película que, en última instancia, se siente
como dos mitades pegadas con torpeza.
Año: 2025 Duración: 2 hr. 17 min. País: Estados Unidos Director: Ryan Coogler Guion: Ryan Coogler
Música: Ludwig Göransson Fotografía: Autumn
Durald Reparto: Michael B. Jordan, Hailee
Steinfeld, Miles Caton, Wunmi Mosaku, Delroy
Lindo, Jack O'Connell
En el siguiente artículo, hablo sobre las 5 mejores plataformas de
streaming disponibles para ver películas gratuitas en familia en 2025. Toma
nota.
Con la creciente oferta de plataformas de streaming, elegir el servicio
adecuado para disfrutar de una película en familia puede ser una tarea
abrumadora. Afortunadamente, en 2025, varias plataformas ofrecen contenidos
ideales para todas las edades.
Ya sea que estés buscando comedias ligeras, aventuras emocionantes o
películas animadas, estos cinco servicios destacan por su calidad y variedad
de opciones para disfrutar en casa con tus seres queridos.
No es sorpresa que Disney+ encabece la lista cuando se trata de
entretenimiento familiar. En 2025, el servicio sigue siendo un favorito
indiscutible por su vasto catálogo que incluye clásicos animados como
El rey león,
Toy Story
y
Pinocho. Además, con los estrenos recientes y la creciente expansión del
universo de Star Wars, Disney+ garantiza horas de diversión sin
preocupaciones. Para aquellos que prefieren contenido educativo, hay
varias series para toda la familia que brindan lecciones de vida
con el característico toque Disney.
Aunque es conocido por su vasta oferta de contenido original,
Netflix sigue manteniendo su relevancia para el público familiar.
Películas como
El irlandés
o
Bestias sin nación
son perfectas para una noche de cine en casa. Además, Netflix ha
intensificado su enfoque en la producción de películas familiares,
estrenando títulos exclusivos que combinan humor, terror, crimen, drama
y aventuras. Los controles parentales personalizados también permiten a
los padres asegurarse de que los más pequeños vean contenido adecuado.
Apple TV+ ha emergido como una plataforma sólida para el
entretenimiento familiar, destacándose por sus producciones originales.
Películas como
Wolfwalkers
y
Los asesinos de la luna
han recibido elogios tanto del público como de la crítica. Para el 2025,
Apple TV+ continúa lanzando nuevas series y películas que atraen tanto a
niños como a adultos. Además, la calidad de imagen y sonido de la
plataforma es sobresaliente, lo que hace que cada visualización se
sienta como una experiencia cinematográfica en casa.
A pesar de ser más conocida por su contenido para adultos, HBOMax ha estado apostando por su
oferta con títulos como
El origen,
Gravedad, y
Harry Potter y las reliquias de la muerte 2. La combinación de películas animadas y franquicias clásicas hace de
esta plataforma una excelente opción para ver en familia. Además, HBO
Max ofrece documentales y series animadas de calidad que son tan
atractivas para los padres como para los niños.
Amazon Prime Video destaca por su mezcla de producciones
originales y un extenso catálogo de películas de estudios reconocidos.
Las películas que ofrecen son ideales para toda la familia.
Además, la posibilidad de alquilar o comprar películas fuera del
catálogo le da una ventaja adicional, permitiendo acceso a los últimos
estrenos familiares sin necesidad de suscripciones adicionales.
Y, por último
En 2025, las familias tienen una amplia gama de opciones de streaming
para elegir, y cada plataforma ofrece algo único. Disney+ sigue siendo
el rey del contenido familiar, pero servicios como Netflix y Apple TV+
han elevado su oferta con películas y series originales que cautivan a
todos. HBO Max y Amazon Prime Video no se quedan atrás, ofreciendo
títulos variados y accesibles para distintos gustos y edades. Hay, desde
luego, otros servicios como Hulu, Paramount+, y hasta
Filmin y Mubicon sus respectivos catálogos de cine arte
para una audiencia más especializada, pero estos que he mencionado más
arriba son los principales al momento de escribir estas líneas. Así que,
la próxima vez que busques una película para ver en casa con los tuyos,
cualquiera de estas opciones será una excelente elección.
En La fuente de la juventud, Guy Ritchie intenta recrear ese cine de
aventuras exóticas sobre exploradores ambiciosos, como se ha visto infinidad de veces en otras películas que ni siquiera me tomo la molestia de
mencionar porque cualquiera con materia gris sabe cuáles son; pero partiendo,
supongo, de aquella vieja leyenda del manantial místico que supuestamente
restaura la juventud de cualquier persona que beba o se bañe en sus aguas. Se
nota claramente que hay un intento de establecerla como una franquicia, pero
lo que observo en sus dos largas horas me induce a pensar lo suficiente como
para saber que ningún productor en su sano juicio se molestaría en continuar
semejante truño. En cierta medida, encuentro que es una película de acción que
frecuenta demasiados lugares comunes y cuya aventura, por desgracia, se
estanca sobre fórmulas básicas que la vuelven increíblemente aburrida,
avanzando a un ritmo letárgico que me motiva a pausarla unas cuantas veces con
el control remoto para hacer otras diligencias. Su argumento sigue a Luke Purdue,
un arqueólogo con mala reputación que, junto a su grupo de especialistas y su
hermana Charlotte que es curadora de museo, viaja por el mundo para encontrar
la famosa fuente de la eterna juventud a partir del rastro codificado en unas
pinturas robadas, continuando el legado de la búsqueda de tesoros de su
difunto padre; pero cuya travesía lo pone en curso de colisión con un
inspector de la Interpol y una asesina profesional llamada Esme. En términos
generales, la narrativa suele mostrar el asunto de estos personajes sobre la
base genérica del cine de aventuras más tradicional, en el que el protagonista
y su equipo de expertos dialogan en unas cuantas escenas para resolver los
acertijos que conducen al artefacto antiguo, mientras se enfrentan a los tipos
malos con metralleta en mano que también buscan el mismo tesoro milenario. Hay
llaves, laberintos, secretos, magia, tiroteos, peleas, aventura con fines
turísticos. El problema central de todo esto, no obstante, es que detrás de
los personajes hay una ausencia notable de desarrollo que los mantiene, en más
de una ocasión, en un epicentro de descripciones inanes que solo funcionan
para estirar el conflicto de la trama y reducir sus acciones a un abanico de
situaciones predecibles que anticipo con mucha facilidad. En este sentido,
recibo todas las escenas con una abulia que se amplifica cuando veo el viaje
de exploración del aventurero que resuelve todos los problemas con su astucia
y escapa fácilmente de los peligros sin recibir un rasguño; las quejas de la
hermana que habla de su vida personal y solo ocupa el lugar de un accesorio
cosmético; la intervención de la mujer de la organización secreta que sirve
como villana acartonada y como interés romántico del protagonista; el
multimillonario que financia la operación antes de revelar sus planes como el
malvado villano que desea la juventud eterna. Hay una larga secuencia en la
que el grupo saca a la superficie una sección de primera clase hundida del
barco Lusitania, y un prolongado clímax en las catacumbas secretas debajo de
las Pirámides de Giza en Egipto. Sin embargo, nada de esto arregla los
facilismos del guión que perjudica a cada uno de los personajes. John
Krasinski interpreta de forma plomiza a un hombre sin carisma que trata de ser
cool, pero fracasa estrepitosamente porque parece una caricatura paródica de
otros héroes de aventura, como una réplica barata vendida en el mercado negro.
También veo desperdiciadas a Natalie Portman y a Eiza González. En definitiva,
Ritchie no le pone la fuerza necesaria como para que haya sorpresa o emoción
alguna, a pesar de que hay cierta ambición en los decorados y la dirección de
arte que aporta consistencia al mundo en el que se ambienta la historia. Todo
lo demás, desafortunadamente, no termina de encajar y se torna bastante
aburrido.
Lilo y Stitch es una película que actualiza la primera entrega de
Lilo y Stitch
(Sanders y DeBlois, 2002) y que, además, supone otra entrada en el catálogo de
los remakes live-action de Disney que empezó como una tendencia hace ya
más de 15 años. El rato de más de hora y media que paso con ella no me causa
ni frío ni calor porque, a decir verdad, me parece un remake aburrido, que
suele navegar por aguas saladas y que, en ocasiones, carece de gracia en su
aventura tropical sobre hermandad, familia y sentido de pertenencia, incorporando una
serie de cambios adicionales que la vuelve incluso peor que la original cuando
ofrece algunos facilismos de último minuto. Así como la antecesora, la trama
se ubica poco después de que un extraterrestre conocido como 626 se escapa en
una nave espacial con destino a la Tierra para evadir su condena, donde es
perseguido por dos extraterrestres que lo buscan y, entre otras cosas, se hace
pasar por un perro para ser adoptado con el nombre de Stitch por una niña hawaiana llamada Lilo
Pelekai, con la que establece una amistad antes de adaptarse poco a poco a
convivir con ella y su hermana mayor, Nani, que lucha por mantener la custodia
frente a las exigencias de la trabajadora social que amenaza con llevársela.
En general, la narrativa se arregla sobre las fórmulas habituales que están
presentes en la predecesora, con la única diferencia de que ahora algunas de
las subtramas se desvían por lugares poco frecuentados. En este sentido, se
muestra con cierta ingenuidad la caótica travesía del extraterrestre azul que
le da dolor de cabeza a la hermana mayor mientras es protegido por la niña que
lo tiene de mascota; las travesuras de la niña solitaria que cuida a su
perrito y se preocupa por la hermana mayor que la protege como si fuera su
madre; las persecuciones iniciadas por los dos extraterrestres tontos que
intentan cazar al fugitivo con el cañón de portales y se disfrazan de humanos
para evitar ser descubiertos; las intervenciones del agente negro de la CIA
que sospecha que el asunto es un fenómeno de procedencia alienígena; las
preocupaciones de la hermana mayor que, inducida por la ética del deber
familiar, busca un trabajo desesperadamente para cubrir el mantenimiento de su
hermanita para honrar a sus padres fallecidos. Se exploran, asimismo, temas
como el duelo, la culpa, la resiliencia y la necesidad de aceptación de los
marginados que son "expulsados", desde la perspectiva de tres personas (dos
huérfanas y un fugitivo) que aprenden a valorar el vínculo de la familia como
una unión que se basa en la empatía y el apoyo mutuo. El problema central, no
obstante, es que observo que los personajes casi no tienen desarrollo fuera
del epicentro de descripciones formuladas y, dicho sea de paso, permanecen
estacionados en un abanico de situaciones predecibles que no logra arrojar
alguna escena que sea sorpresiva entre tanto caos, sol y arena. En pocas palabras, se opta por un
ritmo apresurado, deslavazado, que reduce la profundidad de los personajes
para favorecer secuencias de acción que no van a ninguna parte y se vuelven
enormemente rutinarias. A pesar de que hay algo de química entre la pequeña
Maia Kealoha y Sydney Agudong, los actores del reparto funcionan solo como
accesorios cosméticos para hacer que avance el argumento, quedando reducidos a
un telón de fondo exótico que integra elementos tradicionales de la cultura
hawaiana como una especie de decoración. Por lo menos, me resulta interesante
la mezcla de secuencias animadas en CGI con acción real, y, de igual modo,
encuentro que hay un trabajo eficaz en el diseño hiperrealista de Stitch. Todo
lo demás, por desgracia, luce desequilibrado. Esta versión, en última
instancia, oscila entre un humor infantil forzado y momentos dramáticos que
disipan su escasa energía como las olas de la playa.
Año: 2025 Duración: 1 hr. 48 min. País: Estados Unidos Director: Dean
Fleischer-Camp Guion: Chris Kekaniokalani Bright,
Mike Van Waes
Música: Dan Romer Fotografía: Nigel
Bluck Reparto: Maia Kealoha, Sydney
Agudong, Zach Galifianakis, Billy Magnussen, Courtney
B. Vance, Hannah Waddingham (voz), Tia Carrere
En Rescate implacable, David Ayer retorna al cine de acción, con la
finalidad supongo, de colocar de nuevo a Jason Statham en el estereotipo habitual del
hombre que por sí solo es una máquina de matar y necesita salir del
retiro para aleccionar con plomo a los tipos malos, como sucede en la anterior
colaboración de ambos que lleva el título de Beekeeper: sentencia de muerte.
Las dos horas que paso viendo sus escenas me invitan a razonar los suficiente
como para saber que, en cierta medida, no tengo problemas con ver a Statham
repartiendo dosis de letalidad y conteo de cuerpos como un hombre trabajador,
pero, la narrativa es demasiado anodina como para ser tomada en serio y, por
lo regular, repite con gratuidad las fórmulas de acción, frecuentando a veces
lugares comunes de esos que están adornados de facilismos. La trama
parte de una premisa simple: Levon Cade, un exsoldado de élite que trabaja
como obrero de la construcción y debe lidiar con la custodia legal de su hija
pequeña, acepta recuperar a la hija de su jefe que es secuestrada por una red
de traficantes de personas, tomando la justicia en sus manos como gesto de
solidaridad porque se trata de gente muy cercana a él que lo rescataron
cuando era un veterano desempleado. En términos generales, la narrativa se
construye sobre las bases genéricas más habituales del cine de acción, donde
el antihéroe con el pasado violento emplea todas las habilidades que tiene a
su disposición para convertirse en un ejército de un solo hombre y matar a
decenas de criminales con el fin de rescatar a la joven desaparecida. El
arranque es funcional porque este argumento lo he visto cientos de veces y,
entre otras cosas, me obliga a quedarme para saber, al menos, cómo el
protagonista va resolver el conflicto. El problema fundamental, no obstante,
es que el guion de Ayer y Sylvester Stallone no se toma la molestia de
desarrollar a los personajes lejos de las descripciones artificiosas que
justifican sus motivaciones y sus acciones se reducen, en general, a un
abanico de situaciones previsibles que adivino hasta con los ojos vendados,
sin detenerse a rellenar algunos huecos argumentales que se quedan
irresolubles hasta el final de los créditos. De esta manera, simplemente
permanezco anestesiado en mi asiento mientras miro la cacería del proletario
con el pasado militar que usa todo un arsenal para liquidar brutalmente a los
matones y rastrear la ubicación de la agresiva muchacha raptada; el melodrama
familiar forzado del padre que busca obtener la custodia de su hija y visita a
su amigo ciego para pedir asistencia antes de la operación de rescate; la
presencia de los villanos estereotipados de la mafia rusa que carecen de
amenaza real y se parecen más bien a caricaturas planas que funcionan como
rellenos de último minuto. Las secuencias de acción, ensambladas sobre
combates, persecuciones y tiroteos, me deja con la sensación de que reciclan
clichés ochenteros sin aportar nada nuevo, además de que la trama sufre de una
falta notable de impulso y cohesión. A pesar de todo, reconozco que Statham me
resulta eficaz como héroe de acción porque interpreta otra vez, a sus 57 años, a un
individuo inexpresivo y duro que demuestra su pericia física para las artes
marciales al neutralizar las amenazas durante las balaceras y las peleas
cuerpo a cuerpo. Este estereotipo, que Statham ha edificado a lo largo de su
carrera, ha tenido algunos momentos emblemáticos con su actitud pragmática,
pero aquí lo veo desperdiciado en un papel algo facilón que le pone
limitaciones y no le suma complejidad a su carácter. Por desgracia, él solo no
puede sostener una película de acción que se siente innecesariamente larga y,
dicho sea de paso, no va a ninguna parte en medio del caos más genérico.
En Thunderbolts*, me encuentro con una película de Marvel que busca poner sobre
el mapa a esos antihéroes menos conocidos de su catálogo que consiste en un
grupo de villanos reformados que se pasan al lado de los buenos, que trata de
venderse como una respuesta diferente a lo que había hecho su competencia
directa. Pero lo que veo en unas dos horas, por desgracia, no me causa frío ni
calor. A pesar de que aborda tópicos maduros raramente encontrados en el UCM
como la depresión, la culpa y las inseguridades, su narrativa me parece algo
predecible y, a menudo, la falta de gancho arroja al vacío a su grupo de
antihéroes renombrados como Los Nuevos Vengadores para justificar la campaña de
mercadeo. Su argumento sigue Yelena Belova, Bucky Barnes, Red Guardian, Ghost y
John Walker (U.S. Agent), un grupo de supervillanos que son reclutados por el
gobierno para hacer las misiones sucias, pero que después de verse traicionados
por la directora de inteligencia estadounidense Valentina Allegra de Fontaine
(que busca atar cabos sueltos), ponen a prueba sus habilidades cuando se ven en
la difícil tarea de aprender a trabajar en equipo y de olvidar el pasado que les
impide avanzar con la finalidad de enfrentarse a la amenaza de Bob Reynolds, un
individuo con superpoderes que sufre de amnesia y que resulta ser producto de un
experimento científico conocido como Sentry, que se cree que es más fuerte que
todos los Vengadores juntos y tiene un lado oscuro que atrapa a la gente en
dimensiones basadas en sus peores recuerdos. En general, la narrativa de este
grupo de antihéroes tiene un arranque que me llama la atención por la forma en
que se colocan algunas escenas retrospectivas que funcionan, dicho sea de paso,
para añadirle alguna que otra capa de desarrollo a las motivaciones de los
personajes que explica, en más de una ocasión, las razones por las que todos
comparten el abismo de sufrimiento por las decisiones del paso y el
arrepentimiento que los condujo al camino del mal. El problema que hallo con su
narrativa, no obstante, es que las acciones de los personajes permanecen
estacionadas en una serie de situaciones superficiales que se reducen, en mayor
o menor medida, a diálogos inanes a puerta cerrada y a combates predecibles a la
hora pautada, bajo una cuota de circularidad que le pasa factura al conflicto
central con las fórmulas básicas del UCM y la malevolencia de una villana
estereotipada que luce como un intento políticamente correcto de aprovechar las
características de Val de los cómics para parodiar la imagen de Tulsi Gabbard
por cuestiones más que obvias. Hay peleas cuerpo a cuerpo, tiroteos y caos de
proporciones apocalípticas en la ciudad de Nueva York, pero todo se resuelve
sobre la base de facilismos y clichés de manual. El humor blando tampoco me
alcanza. Por lo menos, el reparto posee química cuando son mostrados en ciertas
escenas sobre la dinámica grupal, destacándose ante todo Florence Pugh como la
mercenaria rubia de pocas palabras que sufre una crisis depresiva y demuestra
sus pericias físicas para el combate con los enemigos. Lewis Pullman también
tiene unos cuantos momentos como el sujeto de psique atormentada que lucha
contra los demonios internos del abuso paternal y de las drogas y que es, de
hecho, una de las entidades más poderosas de todo el canon de Marvel en su
faceta doble de Sentry y Void (Dark Sentry). Con todos ellos, Jake Schreier
intenta ofrecer un cortocircuito de todo lo que se ha visto en Marvel hasta ahora,
pero, desafortunadamente, su apuesta por introducir a estos Nuevos Vengadores
frecuenta lugares comunes sin añadir sorpresas y casi no tiene pujanza emocional
más allá de la última escena poscrédito. Me atrevo a decir, sin temor a
equivocarme, que su película cierra la fase 5 del UCM con una nota bastante regular.
Año: 2025 Duración: 2 hr. 07 min. País: Estados Unidos Director: Jake Schreier Guion: Eric Pearson, Joanna Calo
Música: Son Lux Fotografía: Andrew Droz
Palermo Reparto: Florence Pugh, David
Harbour, Sebastian Stan, Hannah John-Kamen, Wyatt
Russell, Lewis Pullman, Julia Louis-Dreyfus, Geraldine
Viswanathan, Olga Kurylenko
En esta nueva entrega de Misión: imposible, Tom Cruise se despide en lo que
posiblemente sea el capítulo final de la saga de acción que inició el 22 de
mayo de 1996.
Las películas de
Misión: Imposible, a lo largo de los años, me han entretenido en un par de ocasiones
porque se construyen sobre una fórmula genérica que resulta simple: el
agente Ethan Hunt, interpretado por Tom Cruise, acepta una
misión de la FMI que, en apariencia, es “imposible” antes de que el
mensaje se autodestruya en cinco segundos, donde el MacGuffin de la
operación funciona como un catalizador para impulsar la trama y ver cómo
él, como héroe, resuelve los conflictos que surgen por el villano
megalómano de turno que debe combatir, habitualmente asistido con un grupo
de especialistas que intervienen en distintas disciplinas de espionaje.
Esto ha sido así desde aquel estreno que supuso la primera película el
22 de mayo de 1996. La entrada para ir al cine a verlas se
justifica para ver a Cruise corriendo con urgencia por las calles,
escalando el edificio más alto del mundo, exponiendo su cuerpo a peligros
extremos, colgando en la puerta de aviones, conduciendo motos en
persecuciones frenéticas, ejecutando saltos HALO, lanzándose en
motocicleta por un acantilado, recuperando objetos valiosos para impedir
el fin del mundo. Y nadie lo hace mejor que él, porque, en efecto, es el
último héroe de acción de Hollywood, uno que tiene como hobby desafiar a
la muerte cuando asume sus propias escenas de riesgo.
En Misión: Imposible – La Sentencia Final, el director
Christopher McQuarrie rastrea esta fórmula establecida justo como
lo ha hecho en
Misión imposible: nación secreta
(2015),
Misión imposible: repercusión
(2018) y
Misión imposible: sentencia mortal
(2023), dejando que Cruise haga todo tipo de maniobras arriesgadas para
que el asunto nunca deje de ofrecer algo novedoso. Las casi tres horas que
dura me invitan a razonar lo suficiente como para saber que, en sus
mejores momentos,
es una secuela entretenida que entrega secuencias de acción trepidantes
y, además, supone un final adecuado para el legado de Cruise como Ethan
Hunt
que empezó hace tres décadas atrás.
La trama, situada poco después de la predecesora, presenta a Ethan Hunt
(Tom Cruise) en una misión a contrarreloj en la que busca al
ciberterrorista Gabriel (Esai Morales) con la finalidad de detener
a la superinteligencia artificial conocida como “La Entidad” y evitar un
apocalipsis nuclear programado por ella para que las naciones del mundo se
destruyan entre sí, mientras recibe la ayuda habitual de los otros agentes
de la FMI (Fuerza Misión Imposible), entre los que se encuentran el
técnico Benji Dunn (Simon Pegg), el hacker Luther Stickell (Ving Rhames) y los nuevos reclutas, la asesina Paris (Pom Klementieff), el agente
Theo Degas (Greg Tarzan Davis) y la ladrona Grace (Hayley Atwell).
El hilo conductor establece el conflicto principal sobre el MacGuffin de
“La Entidad” y los dispositivos necesarios para apagarla, en tres actos en
los que Hunt y su equipo se enfrentan a un enemigo invisible que está en
todas partes desde el ciberespacio.
En la primera mitad, se muestran unos cuantos tiroteos, persecuciones y
combates cuerpo a cuerpo, pero, mayormente, hay una serie de diálogos
expositivos que tienden a sobreexplicar el barullo más de lo necesario
cuando Hunt, luego de ser capturado y de escapar de Gabriel, intenta
recuperar el módulo central que le puede dar el control del código fuente
de La Entidad, mientras discute con los altos mandos del gobierno
estadounidense para convencerlos de que puede frenar la llave maestra la
catástrofe que se avecina y envía a su cuadrilla por separado a la isla de
San Mateo, en el mar de Bering, para rastrear las coordenadas del
submarino hundido bautizado con el nombre de Sebastopol, poco antes de
recibir la noticia de que Gabriel se ha robado un malware (Píldora Venenosa) diseñado específicamente por Luther para infectar el sistema de la IA
renegada que controla a nivel global los sistemas nucleares de las
superpotencias.
En la segunda mitad, en cambio, se intensifica la cuota de suspenso desde
las escenas en que Hunt se une a un portaaviones estadounidense en el
Océano Pacífico Norte para bucear hacia los restos del Sebastopol y
recobrar el código fuente, antes de revelar que su plan maestro es cargar
el virus sobre La Entidad en una unidad física que la mantenga aislada del
mundo exterior, aunque, más adelante, debe viajar al búnker sudafricano en
el que se hallan los servidores de la IA y la Píldora Venenosa en manos de
Gabriel para iniciar las negociaciones (se entiende que Hunt tiene el
código fuente y Gabriel, por el contrario, tiene el dispositivo viral que
detiene a La Entidad).
En términos generales, la narrativa me parece atrapante porque, entre
otras cosas,
profundiza en la premisa de la inteligencia artificial descontrolada
que amenaza con dominar el mundo al manipular información, presentando a
La Entidad como una fuerza casi mitológica que desafía a Hunt y su
conjunto hasta atraparlos en serios dilemas éticos que los obliga a
cuestionar sus métodos y valores. También aborda temas como el sacrificio
y la redención, con Ethan enfrentándose a las consecuencias de sus
elecciones pasadas mientras lucha por salvar el futuro. Cuando esto sucede
me olvido de los clichés porque los estereotipos están colocados con
sutileza y las acciones de los personajes responden, a menudo, a las
decisiones éticas en tiempos de guerra.
Además, su guion teje un tapiz que conecta las ocho películas de la saga,
utilizando el leitmotiv de “nuestras vidas son la suma de nuestras
elecciones” para explorar la travesía de Hunt durante todos estos años. Su
capacidad para cerrar una era sin caer en la nostalgia fácil es de
agradecer porque cada referencia a las películas anteriores se siente
orgánica, sirviendo para enriquecer la historia en lugar de depender de
ella. Este enfoque retrospectivo no solo
homenajea toda la franquicia, sino que también dota a la película
de una profundidad emocional que es rara en el thriller de acción de la
actualidad.
Un aspecto destacado de Sentencia Final es su comentario sobre las
contingencias de la inteligencia artificial y el globalismo. La Entidad,
entendida como una IA capaz de distorsionar información y sabotear el
poder, metaforiza los temores contemporáneos sobre la tecnología
desenfrenada que puede socavar la confianza en instituciones y controlar
el relato de la posverdad. Más allá de esto, la película insinúa una
alegoría incluso más profunda: La Entidad
simboliza el avance del globalismo, una ideología que, al
homogeneizar la política y la cultura, puede dividir el tejido social y
erosionar la soberanía de los Estados nacionales. Esta síntesis discursiva
es bastante sutil y especialmente insólita (considerando que se trata de
la película producida en una industria como Hollywood, que está controlada
por globalistas) porque resuena en un mundo actual donde las tensiones
entre los soberanistas y los globalistas son cada vez más evidentes,
haciendo de la película, desde la superficie, un thriller con cierta
relevancia sociopolítica.
Lo más interesante, quizás, es que
Cruise, a sus 62 años, todavía es el corazón de la saga. Su
interpretación como Hunt demuestra que, para él, la edad no es un factor
que ponga barreras en el cine de acción, realizando personalmente
acrobacias de alto riesgo que desafían los límites humanos, como colgarse
de un biplano a 3000 metros de altura y una intensa secuencia submarina
con riesgo de hipoxia en aguas heladas. En algunas escenas también
presenta peleas cuerpo a cuerpo, saltos acrobáticos en paracaídas,
carreras a pie por las calles nocturnas y sitios subterráneos. Su
compromiso con el entrenamiento riguroso y la ejecución de escenas sin
dobles, combinando efectos prácticos con una condición física impecable,
consolida su reputación como un ícono de acción, destacando en un contexto
apocalíptico donde la exigencia física y mental es máxima. A todo esto se
añade la vulnerabilidad emocional cuando interpreta a Ethan como un héroe
honesto, determinado, que se sacrifica por sus amigos incluso en los
instantes de peligro incalculable. El reparto secundario que le acompaña
es decente demostrando las pericias físicas de los personajes cuando
tienen apariciones breves que complementan el curso de los eventos y
aportan algo de frescura, con un par de diálogos de una línea que
equilibran la tensión con momentos de humor y camaradería en medio de las
peleas y los tiroteos.
Como la octava y posiblemente última de la saga de Ethan Hunt, esta
película es para mí, al menos, un cierre espectacular y conmovedor de una
de las franquicias de acción más influyentes.
Las secuencias de acción llevan el sello distintivo de la fórmula,
y se sienten emocionantes porque combinan efectos prácticos con un uso
acertado del CGI, creando momentos que amplifican el suspenso por la
manera eficaz en que McQuarrie utiliza elementos estéticos como el
desencuadre, la elipsis, los flashbacks, la prolepsis, la iluminación, el
encuadre móvil y un montón de planos meticulosamente encuadrados en
materia compositiva, fruto de una correcta fotografía de
Fraser Taggart, que dinamiza la experiencia desde las persecuciones urbanas en Londres hasta las acrobacias en locaciones exóticas como Sudáfrica. De igual modo,
la banda sonora de Lorne Balfe, que reinterpreta el icónico tema de
Lalo Schifrin, impulsa la narrativa con una energía palpitante. Me despido
de ella pensando en aquellos días en que tenía 10 años y veía a Tom Cruise
corriendo en las películas. Ahora que tengo casi 40, Tom Cruise sigue
corriendo en las películas como si no hubiera un mañana para él. Es el
mejor héroe de acción y verlo entregar todo a sus casi 63 años es una
recompensa valiosa por casi tres décadas de lealtad.
Luego de la muerte reciente del antiguo terrorista, exguerrillero y
expresidente uruguayo José "Pepe" Mujica, accedo al visionado de una película
titulada La noche de 12 años. La dirige el director uruguayo Álvaro
Brechner y se basa, en gran medida, en la experiencia de tres presos políticos
tupamaros entre los que, además de Mujica, también se encontraban Mauricio
Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro. En sus dos horas, deduzco que es un
drama carcelario que logra captar el aislamiento y la brutalidad carcelaria,
pero, por desgracia, su narrativa se me hace convencional y algo reiterativa
cuando frecuenta lugares comunes para colgar su comentario político de
carácter maniqueo, donde me asalta la sensación de que solo me están contando
un costado de la historia. Su argumento se sitúa a partir de 1973, en el
contexto histórico donde Uruguay se encontraba gobernado por una dictadura
militar que erosionó la democracia. La trama sigue a los tres hombres cuando
son retenidos como prisioneros en una prisión estatal, mostrando los días en
que son torturados repetidamente por los guardias y sufren en silencio la
agonía derivada de los daños psicológicos, durante doce años en los que son
reubicados en distintas bases militares. En este sentido, la narrativa me
parece aceptable porque se arregla sobre los parámetros habituales del cine
carcelario al narrar el calvario psicológico y el desgaste físico de los tres
presidiarios cuando son fustigados por los militares, con los típicos
intertítulos que arrojan una idea del paso de los años. Se muestran, entre
otras cosas, las escenas retrospectivas que reconstruyen el pasado de cada uno
de ellos; las condiciones sanitarias deplorables de las prisiones y los abusos
de los militares; los días de psicosis de Pepe que se amplifican cuando es
encerrado en una celda aislada, tiene alucinaciones sobre su madre y rememora
el incidente del bar en el que mata de un disparo a un policía. El problema
fundamental, no obstante, es que adolece de una falta de desarrollo de
personajes que limita el impacto narrativo cuando sus acciones se reducen, por
lo regular, a un abanico de situaciones previsibles que le quita complejidad a
los conflictos internos y a las motivaciones repetidas que piden a gritos que
se derrame alguna lágrima por los supuestos mártires encarcelados, quedando a
menudo en una zona de confort en la que apenas se exploran más allá de las
descripciones superfluas de sufrimiento físico y psicológico. Los diálogos
tienen vocación por la inanidad. La circularidad del asunto se repite
inutilmente, bajo cierto patetismo, para mostrar a los personajes más bien
como símbolos de resistencia banales que responden a un discurso sociopolítico
sobre la condición humana, entendido como el dolor de tres hombres que
resisten el castigo de militares violentos para justificar su presunta lucha
revolucionaria que se oculta fuera de campo. Sin embargo, el horizonte
ideológico de esta síntesis discursiva es rudimentario porque, dicho sea de
paso, Brechner solo se preocupa por la denuncia política y, en efecto,
prefiere prescindir del rol protagónico de los tres convictos en la ola de
secuestros, robos, atentados y violencia que ocasionaron como miembros de la
guerrilla izquierdista del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Su
texto inofensivo pierde credibilidad cuando señala con tinta moral a los
"malos" y beatifica a los "buenos". Por lo menos, me resulta creíble la
actuación de Antonio de la Torre cuando comunica las penurias del preso Mujica
con el silencio, la mirada y los gestos. También alcanzo a valorar algunos
elementos estéticos que aportan consistencia visual a las cárceles herméticas
a través de la elipsis, el vestuario, el maquillaje, los decorados, la
iluminación, la analepsis, el montaje paralelo, el plano simbólico y el uso
del sonido diegético. Con estos elementos se pretende aunar en la profundidad
psicológica y el drama de los personajes, pero quedan solo como accesorios
cosméticos. Todo lo demás, en su afán cansino de reiterar las obviedades, me
parece haberlo visto en otras partes con mejores resultados.
Operación Avalancha es una película de Matt Johnson que intenta
abordar, en clave paródica, aquella teoría conspirativa, ampliamente
difundida, sobre la idea de que el hombre nunca pisó la Luna porque, entre
otras cosas, el famoso alunizaje de la misión Apolo 11 en 1969 fue una
falsificación montada por la NASA en un plató ultrasecreto con el único
propósito de ganar la carrera espacial frente a la Unión Soviética. Su estilo
de falso documental tiene algunos momentos que evocan, en tono paródico, el
sentido de paranoia y conspiración propio de los años 60, pero, en general, su
trama sobre el alunizaje falsificado a veces resulta rutinaria y demasiado
circunstancial, sobre todo cuando se pierde entre filmaciones parpadeantes y
personajes superficiales que apenas rellenan una casilla de descripción. El
argumento se ambienta en 1967 y sigue a Matt Johnson, un agente de la CIA que
convence a sus superiores para infiltrarse en la NASA, haciéndose pasar como
director de un documental sobre la misión Apolo 11, con la finalidad de
descubrir a un topo soviético dentro de la organización, pero cuyo esfuerzo de
espionaje, junto a sus colegas infiltrados, se pone cuesta abajo cuando
descubre, por el teléfono intervenido de James Webb, que el módulo de
alunizaje no puede estacionarse en la Luna y la NASA lo mantiene en secreto.
En términos generales, la narrativa se sostiene sobre una base novedosa que
mezcla la comedia absurda y el thriller conspirativo con los códigos del falso
documental de material encontrado, en el que los personajes actúan como
reporteros que cubren los acontecimientos en tiempo real mientras los
camarógrafos filman obsesivamente cada una de las escenas de los lugares que
visitan. El problema de esta premisa, incluso con su arranque interesante, es
que pierde fuerza porque los personajes carecen de desarrollo y, a menudo,
frecuentan lugares comunes que reducen el conflicto a una rutina de
situaciones previsibles, en la que se revela poca cosa lejos de los diálogos a
puerta cerrada y las referencias culturales. De esta forma, me quedo
simplemente anestesiado por la tarea de los agentes para encubrir la
incapacidad del módulo de aterrizaje sobre una simulación del alunizaje en los
interiores de un escenario; la investigación de Johnson para robarse la
técnica de proyección en pantalla frontal que utiliza Stanley Kubrick en el
set de
2001: Odisea del espacio; las discusiones de los agentes para hacer que los videos falsos del
alunizaje se vean convincentes para el público; la paranoia de los agentes
cuando son vigilados de cerca por hombres misteriosos de la CIA que planean
eliminarlos para atar cabos sueltos. A partir de la segunda mitad, se empieza
a notar la falta de ritmo porque los personajes, en más de una ocasión, hablan
más de lo necesario dentro de sus motivaciones absurdas. Al menos me resulta
algo convincente la actuación Johnson, quien interpreta a una versión ficticia
de sí mismo y usa correctamente su registro expresivo para comunicar la misión
absurda de un espía gubernamental que, sin saberlo, se convierte en conejillo
de indias de la CIA para falsificar el alunizaje. De igual modo, Johnson se
ocupa de ejercer las funciones de director a través de elementos estéticos que
le otorgan consistencia visual a las escenas con el uso del plano subjetivo,
el sobreencuadre, el vestuario de época, la decoración de los escenarios, el
encuadre móvil de una cámara en mano y, ante todo, el estilo de falso
documental que tiene el aspecto de un material encontrado de los años 60,
alcanzando su punto más ambicioso en las breves escenas que recrean el
alunizaje con los trajes de astronauta, la arena gris, la bandera y el módulo
lunar. Nada de esto evita que su propuesta, vista como un experimento de
metacine, termine siendo regular y un poco aburrida cuando suben los créditos
con la canción "Fortune Son" de Creedence Clearwater Revival.
En este encuentro, Tom Cruise sostiene una conversación interesante en BFI
sobre su trayectoria como actor.
Tom Cruise, actor y productor de Hollywood, recibió la Beca BFI, el mayor honor del BFI, y visitó el BFI Southbank para conversar con Edith Bowman sobre su carrera.
El actor reflexionó sobre su trayectoria, que incluye películas icónicas como Top Gun, Jerry Maguire y la saga Misión: Imposible, compartiendo experiencias y su enfoque para crear cine impactante en una clase magistral.
En Nuestra pequeña hermana, el director japonés Hirokazu Koreeda recupera su poética de la familia para interrogar, supongo, los lazos que unen a unas hermanas desde la simplicidad de lo cotidiano, adaptando el material del manga de Akimi Yoshida. Las dos horas que tiene de metraje me invitan a razonar lo suficiente como para deducir de inmediato que se trata de una película tierna y condescendiente sobre la hermandad, pero, por desgracia, termina siendo ingenua en su declaración de intenciones, sin una fuerza dramática que le añada dimensiones al dilema moral que teje el conflicto. Su argumento sigue el día a día de tres hermanas, Sachi, Yoshino y Chika Kōda, mientras viven en la casa de sus abuelos en Kamakura y, entre conversaciones, reciben la noticia del fallecimiento de su padre, a quien no han visto en quince años; pero cuyo destino, luego del funeral, cambia cuando establecen un vínculo con su media hermana, Suzu Asano, de catorce años, a la que deciden cuidar porque se ha quedado sola con su madrastra y su hermanastro. En términos generales, la narrativa se monta sobre la base de las fórmulas del cine de Koreeda que plantea reflexiones sociales sobre el núcleo familiar y la vida cotidiana de la gente corriente en la sociedad japonesa, cercana en algunos registros al género shomin-geki que se encuentra presente en la obra de Ozu. En este sentido, Koreeda se dispone a mostrar las inseguridades de la hermana mayor que sufre en silencio por la necesidad de independizarse y de abandonar el trabajo que repudia mientras asume la responsabilidad de ser la cabeza de la casa; las aventuras románticas de la extrovertida hermana del medio que disfruta salir a pasear con el novio y dar consejos amorosos a sus hermanas; las travesuras de la hermana adolescente que suele visitar un restaurante y una tienda deportiva con sus amigos del colegio; la ingenuidad de la hermana más pequeña que se adapta a su nueva familia con sus hermanastras. El problema fundamental, no obstante, es que el tono dulce se va perdiendo porque los personajes están medianamente desarrollados para encajar con descripciones superfluas y, a menudo, sus acciones se reducen a una serie de diálogos a puerta cerrada que suelen repetir, en más de una ocasión, los dilemas morales que surgen del conflicto central. Hay personajes que son completamente prescindibles. La profundidad simplemente se pierde entre caminatas al aire libre, discusiones banales en la mesa y la cotidianidad más corriente, en un trato higienizado en el que se ausenta el brío dramático. Koreeda abraza el drama familiar con la finalidad de esbozar, en su síntesis discursiva, un comentario social sobre las consecuencias de la disfuncionalidad familiar en los hijos, entendido como la unión de cuatro hermanas que encuentran la felicidad en la convivencia familiar que, entre otras cosas, les permite superar los traumas del pasado provocados por el divorcio de sus padres y la irresponsabilidad maternal. Su texto habla sobre el impacto que tiene la ruptura conyugal en el desarrollo emocional, social y psicológico de las hijas, pero siempre queda en una zona demasiado limpia, en la que se ausentan las grandes revelaciones en su epicentro sobre la pérdida, la muerte y las relaciones familiares. Por lo menos, las actuaciones de las actrices son decentes comunicando las desdichas personales de cada una de las hermanas, destacándose especialmente Haruka Ayase como la hermana mayor. Y me parece algo sobria la manera en que Koreeda, como es habitual, refleja las inquietudes de sus personajes a través del control compositivo del encuadre y de recursos estéticos particulares como la elipsis, el relato no iconógeno, los decorados tradicionales, el plano simbólico, la psicología del color y el uso del gran plano general que presenta la vida cotidiana con marcado realismo. El resto, desafortunadamente, me deja en un estado abulia.
En Metal y hueso, el director francés Jacques Audiard vuelve a recurrir a su
poética del romance oscuro para mostrar una relación de pareja entre una mujer
discapacitada y un hombre violento con un pasado turbio. En cierta medida,
comparte algunas similitudes con
Lee mis labios
(Audiard, 2001), aunque, por lo visto, no llega a alcanzar jamás sus niveles.
Esto se debe a que Audiard la dirige con su sello estilístico para ensamblar
el melodrama sobre dos personas rotas frente a la playa, pero,
desgraciadamente, su narrativa es superficial y, por lo regular, permanece
fracturada en partes dispersas que nunca terminan de unirse en su epicentro
sobre culpa, sufrimiento y redención, donde ni siquiera la química entre
Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts puede sacar el asunto de la zona de
confort. Su argumento se ambienta en la localidad de Antibes y sigue la
existencia de Alain "Ali" van Versch, un padre soltero que se aloja en la casa
de su hermana mientras busca un trabajo para salir del abismo del desempleo y
mantener a su hijo pequeño; pero cuya destino lo lleva a tener una relación
con Stéphanie, una mujer a la que le amputan las piernas luego de un accidente
y con la que, dicho sea de paso, descubre el poder curativo del amor
inesperado. Esta narrativa, en términos generales, despierta sobre mí cierto
interés cuando percibo que se monta sobre las fórmulas del romance oscuro al
explorar una relación amorosa con dos personajes moralmente ambiguos que,
entre otras cosas, desafían las normas sociales al tocar los tabúes del deseo
en las personas discapacitadas. El problema fundamental, no obstante, es que
estos personajes carecen de desarrollo lejos de las escenas que describen sus
desdichas personales y, a menudo, sus acciones solo responden a una serie de
situaciones predecibles que funcionan como catalizador, en su lado más obvio,
para sintetizar el conflicto que hay detrás de las duras circunstancias que
atraviesan frente al mar. La circularidad de las escenas tiene diálogos
superfluos y pretensiones de intimismo que le quitan espesor dramático a la
repetición de encuentros entre los amantes. De esta manera, recibo con tibieza
el infortunio de Ali cuando deja el empleo de guardia de seguridad y transita
por un negocio ilegal de lucha callejera para ganar el dinero suficiente del
mantenimiento de su hijo; la relación abierta de Ali y Stéphanie que los
coloca en una rutina de conversaciones en la playa y sexo explícito en la
cama; los días de depresión de Stéphanie cuando intenta adaptarse a una vida
con piernas prostéticas con el fin de aliviarse de la experiencia traumática
que debilita su autoestima. La síntesis discursiva, en su registro de
obviedades, explora con lupa social los lados más sombríos del amor y el
deseo, pero visto desde la perspectiva de un hombre posesivo y una mujer
discapacitada que, en medio de un entorno peligroso, se unen para subsanar una
crisis ocasionada por la falta de consentimiento, los estados depresivos y el
vacío afectivo que les quita una parte de sí mismos. En este sentido, al
menos, la química entre Schoenaerts y Cotillard se siente algo
orgánica cuando se miran entre gestos y miradas, pero la supuesta complejidad
de sus personajes está ausente en casi todas las escenas. Por donde ellos
pasan, logro escuchar una banda sonora notable de Alexandre Desplat, que
incluye además algunas canciones populares. Y noto, asimismo, algunas de las
pericias estéticas que Audiard utiliza para dimensionar la psicología de los
personajes a través de la elipsis, el primer plano, el encuadre móvil de una
cámara en mano y los escenarios mediterráneos que le añaden consistencia al
barullo entre el mar, el sol y la arena. Todo lo demás, por desgracia, es
anodino y se pierde como las olas de la playa en un domingo de verano.