Crítica de la película 'La muchacha del baño público' (1970)

La muchacha del baño público
La muchacha del baño público no es exactamente una película de Skolimowski que me emocione hasta el tope, pero consigo engancharme con lo que me cuenta en su hora y media, aprovechando de paso una edición restaurada. Su propuesta, elaborada con color y cierto erotismo, captura con mirada poética observaciones sobre el deseo, la rebeldía y el despertar sexual de la juventud londinense empobrecida y refugiada en Soho. Su argumento trata sobre Mike, un chico de 15 años que abandona la escuela para trabajar como asistente de conserje en un baño público, donde lentamente comienza a sentirse atraído por la bella compañera Susan, que es una mujer diez años mayor que él y habitualmente juega con sus sentimientos mientras coquetea con otros hombres del lugar. La relación de ellos tarda un tiempo en arrancar cuando se atraen en la cotidianidad de atender clientes y limpiar los pisos cerca de la piscina, a veces entre la calidez y el rechazo; sobre todo porque Skolimowski lo muestra todo desde la óptica de ese joven tímido e inseguro que trata de escapar del pasado de acoso escolar y de la disfuncionalidad familiar para encontrar su lugar en el mundo a través de un afecto que, poco a poco, se manifiesta como un impulso desenfrenado y obsesivo que no puede controlar. Esta metáfora es particularmente cierta tras la escena del primer beso en la sala de cine porno, donde se escucha de fondo la Cabalgata de las valquirias de Wagner para ampliar el dilema. A partir de la secuencia del prostíbulo, en la que un frustrado Mike se entera de la doble vida de Susan como prostituta y se esconde en la habitación de otra prostituta con el afiche de una Susan desnuda, la ingenuidad de este se esfuma para trasladar su comportamiento a las zonas adultas de la exaltación y de los celos que destruyen relaciones sentimentales. No solo se examina con ojo sociopolítico a la juventud de los 70 marcada por la pobreza, sino, también, la pérdida de la inocencia entendida como la liberación sexual que produce estímulos autodestructivos. La actuación de John Moulder-Brown me resulta creíble porque capta con su rostro la timidez, la confusión y la impulsividad típica de un adolescente rebelde en fase de maduración que hace tonterías para ganarse a la chica. También noto bien orgánica la de Jane Asher como la mujer atractiva, segura de sí misma, atrevida, que es poliédrica en medio de la miseria y que sueña con la seguridad de un matrimonio feliz que le garantice la estabilidad familiar que nunca tuvo a lo largo de su condición de huérfana. Skolimowski los encuadra en una puesta en escena de registro moderno que aprovecha el encuadre móvil, entre el drama y la comedia, con diálogos aterrizados, decorada por espacios decadentes que ocasionalmente subrayan la psicología interna de los personajes a través de la música anempática (de Can y de Cat Stevens) y de un uso constante de los colores verdes y rojos. Una parte minúscula de la trama es un poco seca, pero sus decisiones estéticas luego la llenan de emotividad hasta el trágico final, en el que se acentúa una pasión que, simbólicamente, se hunde en las profundidades del agua ensangrentada.

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Ficha técnica
Título original: Deep End 
Año: 1970
Duración: 1 hr 31 min
País: Reino Unido
Director: Jerzy Skolimowski
Guion: Jerzy Skolimowski, Jerzy Gruza, Boleslaw Sulik
Música: Cat Stevens, The Can
Fotografía: Charly Steinberger
Reparto: Jane Asher, John Moulder-Brown, Karl Michael Vogler,
Calificación: 7/10

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