Crítica de la película «Gladiador» (2000)

Gladiador
Tras pasar cerca de 24 años recupero las imágenes que me ofrece Gladiador, la épica histórica de Ridley Scott que me cautivó enormemente en aquel entonces cuando la vi por primera vez en un cine al aire libre de mi pueblo. Lo que veo de nuevo me cautiva con la misma fuerza que sentí durante su estreno inicial o en el segundo visionado. Como epopeya de espada y sandalia, todavía a día de hoy retiene el pulso emocionante con la actuación magnífica de Russell Crowe y su emotiva historia sobre el gladiador romano que lucha como libertador contra un emperador corrupto, durante casi tres horas que avanzan como un carruaje en el coliseo a plena luz del día y donde, además, todas las escenas acentúan un grado notable de autenticidad al reproducir con detalle al antiguo Imperio romano. Pocas cosas se escapan de su radio de acción. La trama se desarrolla a partir del año 180 d.C. y sigue la vida de Máximo Décimo Meridio, un general romano que, luego de llevar a su ejército a la victoria contra las tribus germánicas en nombre del emperador Marco Aurelio, pasa a convertirse en un esclavo tras ser testigo del asesinato de su esposa y de su hijo por negarse a ser leal a Cómodo (de quien sospecha también que es el asesino de Marco Aurelio), en los días posteriores en que el emperador autoproclamado se niega a seguir el plan de su padre de reestablecer la República y ejerce una autoridad despótica con su guardia pretoriana. En términos generales, la narrativa del gladiador transcribe ese manual básico de venganza del hombre sin nada que perder que busca vengarse de alguien como acto final de liberación, como sucede a menudo en el cine péplum más clásico. Sin embargo, Scott sabe muy bien cómo jugar sus cartas y suelta unos cuantos golpes de efecto que añaden profundidad a las acciones de los personajes que se distribuyen entre los combates en el coliseo y el complot político que se organiza para derrocar al emperador. Los personajes tienen un desarrollo afinado y en cada escena lo justifican con unos diálogos que apelan al recurso de la ironía para agudizar las situaciones. De esa manera para mí no es muy difícil sentirme atrapado por lo que sucede en pantalla, especialmente en las secuencias del coliseo donde Máximo pelea como gladiador para ganarse el voto popular; el golpe de Estado que planifica Lucila con algunos senadores; la megalomanía a puerta cerrada del emperador que se obsesiona como sociópata con el sufrimiento ajeno. El ritmo mantiene su registro de consistencia por el montaje de Pietro Scalia, que cohesiona el ensamblaje de las escenas con un equilibrio finamente ajustado. En su núcleo, el conflicto de los personajes es utilizado por Scott para esquematizar un comentario sobre la lealtad, la traición y el poder político entendido como la búsqueda de redención de un hombre que emplea la venganza como un mecanismo de representación popular. Esto es específicamente cierto porque Máximo no solo lucha junto a otros esclavos en el coliseo para oponerse al dictador y vengar a su familia, sino, además, para continuar el legado de Marco Aurelio de suprimir el imperio para restaurar la república en la que la gente elija a sus gobernantes como democracia. Los gladiadores esclavizados simbolizan la contienda por la independencia de un pueblo oprimido. De las actuaciones del reparto destaco primero la de Crowe cuando este recurre a su mirada, el silencio y los gestos sutiles para comunicar la determinación de un héroe desafiante que enfrenta a los demonios internos de la culpa y la pérdida, pero sin renunciar a su amplio sentido de lealtad; en un rol bastante creíble que intensifica, además, al mostrar una pericia física enorme cuando se vale de su corpulencia para los combates con espadas, lanzas y escudos. Junto a este hay una interpretación convincente de Joaquin Phoenix, que subraya con la voz, sus ojos oscuros y el rostro inexpresivo la malevolencia de un emperador ambicioso, perverso, incestuoso, caprichoso, inseguro, volátil, que se autodestruye cuando planifica sus juegos sangrientos para torturar a su rival y obtener la aprobación del pueblo romano. También la de Connie Nielsen como la madre viuda y antigua amante secreta de Máximo que planea matar a su hermano por miedo que maten a su hijo Lucio (el hijo que tuvo con Máximo poco antes de casarse con su esposo, Lucio Vero). Con todos ellos, Scott agrega un valor añadido a un espectáculo que es visualmente impresionante cuando reproduce el período de la Roma del siglo II con el vestuario y los decorados ampulosos, alcanzando su punto más sólido en las emocionantes corografías que hay detrás de las secuencias de combate en el coliseo. La experiencia se vuelve incluso más inmersiva con la banda sonora de Hans Zimmer y Lisa Gerrard, que añade una capa adicional de emotividad al asunto con su música melancólica. Se trata, sin temor a equivocarme, de una ucronía colosal y entretenidísima sobre la voluntad del espíritu humano en la batalla por la libertad y la justicia, una de las mejores películas en la filmografía de Scott.

 Ficha técnica
Título original: Gladiator
Año: 2000
Duración: 2 hr. 50 min.
País: Estados Unidos
Director: Ridley Scott
Guion: David Franzoni, John Logan, William Nicholson
Música: Hans Zimmer, Lisa Gerrard
Fotografía: John Mathieson
Reparto: Russell Crowe, Joaquin Phoenix, Connie Nielsen, Oliver Reed, Richard Harris, Djimon Hounsou, Derek Jacobi
Calificación: 8/10


Crítica breve de la película Gladiador, dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Russell Crowe y Joaquin Phoenix.







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