El dramatismo paranoide de Black Swan es un ejemplo moderno de lo que
sería un thriller psicológico orientado a la obsesión, pues en cuestión de
segundos lo que examina el preámbulo de Darren Aronofsky (Réquiem por un sueño,
Pi,
El luchador) es un desborde de obsesión contraproducente entre dos cisnes —uno negro y
el otro blanco— cuando pierden el control y se observan ante el espejo de las
mentiras para buscar las verdades.
Desde luego, hay una incógnita que nos dice que los dos cisnes son una misma
persona que se pierde dentro de su propia psicodelia. Y esa persona es una
mujer; una mujer llamada Nina Sayers (Natalie Portman). Nina es una bailarina
de ballet que baila para una prestigiosa academia de danza en la ciudad de
Nueva York. Esa compañía está preparando a todas las danzadoras para una
función especial del “Lago de los Cisnes” de Tchaikovski, por lo que Nina se
enfoca en ensayar lo más duro posible para tener una actuación impecable como
cisne blanco y cisne negro (que es la misma persona en la obra). Pero cuando
el director de la obra, Thomas Leroy (Vincent Cassel) advierte a Nina que las
características de su papel como cisne negro no convencen y, en última
instancia, decide reemplazarla con Lily (Mila Kunis) [otra bailarina recién
ingresada], las cosas se convierten en un juego maligno de obcecación que
pondrá a prueba los límites de la mente de Nina en todas las escenas. Esto no
es más que la dualidad oculta que la naturaleza humana no puede controlar: el
bien y el mal, verdad o mentira, negro y blanco, luz y oscuridad. Es decir, el
equilibrio dialéctico de lo prohibido. Todo lo que la trama retorcida
simboliza es el doppelgänger que Nina desarrolla en una desalineada búsqueda
de la perfección, algo que usualmente seduce a las personas que la buscan.
Nina pasa de ser una persona frágil e inocente a una persona errática e
impulsiva. La interpreta Natalie Portman, quien transmitiendo estas
peculiaridades otorga la credibilidad necesaria para dar la mejor actuación de
toda su carrera. En la película de Aronofsky hay un derrame de energía poética
que se troca con una exploración mesurada sobre dualidades y demencia. Su
dialéctica psicológica es tan aterradora como paranoide con la actuación
formidable de Portman. Consigue que la desesperación y la provocación del
suspenso nos emocione sin la necesidad de recurrir al histrionismo.
Fotografía: Matthew Libatique
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