Crítica de 'Los caballeros': enredos en la selva de concreto

En mi crítica de esta semana comento 'Los caballeros', la nueva película de Guy Ritchie.




Tenía mucho tiempo sin ver una película de Guy Ritchie que me resultara entretenida, como esas comedias criminales de sus inicios que retratan los bajos fondos con un humor descabello, violencia slapstick y personajes peculiares que están dispuestos a matarse por plata o por cualquier cosa que sea valiosa. Son filmes que se hallan en la cima de su pirámide y representan una renovación del cine gansteril británico que se encontraba apagado desde los años 80. Nunca más ha estado a la altura. Supongo que se debe a que lleva más de una década instalado en Hollywood, realizando encargos para los estudios con películas que por así decirlo se escapan de los mecanismos de su estética. Algunas de ellas me intrigan, como en el caso de ‘Sherlock Holmes’ y ‘Sherlock Holmes: un juego de sombras’, esos misterios de época sobre el detective más perspicaz de la literatura, pero el resto me parece una bazofia que en el peor de los casos supera con creces a sus peores trabajos como director.

No obstante, me alegro muchísimo al ver ‘Los caballeros’, porque es una película con la que Ritchie finalmente regresa al estilo que lo caracteriza. La veo y de inmediato asocio todo lo que sucede con Juegos, trampas y dos armas humeantes, RocknRolla y Cerdos y diamantes’ por el tratamiento autorreferencial que adorna cada rincón de la frenética puesta en escena. Su crónica de maleantes me hace reír, me sorprende cuando menos lo espero y me pone a pensar con un juego de enredos, engaños, persecuciones, policías, periodistas, ladrones, matones y sujetos desleales que buscan enriquecerse ilícitamente en unas situaciones que se resuelven a tiro limpio bajo una capa de ferocidad estilizada. Es una película que conjunta el crimen, la comedia y la acción de una forma muy emocionante, contada hábilmente a través de un collage de gánsteres, giros de tuerca y diálogos ingeniosos que jamás se despegan del sentido de ironía ni del sarcasmo más elaborado. Está protagonizada por reparto estelar encabezado por Matthew McConaughey, Charlie Hunnam y Hugh Grant, quienes interpretan magnéticamente a unos individuos tan elegantes como caballeros que se enfrentan a lo inesperado en la jungla de asfalto en la que todos desean los ladrillos para construir rascacielos.


Charlie Hunnam como Raymond y Hugh Grant como Fletcher. Imagen cortesía de STX Entertainment.


La película comienza en los interiores de una casa donde un detective privado, Fletcher (Hugh Grant), se aparece para conversar con Raymond (Charlie Hunnam), el colega de un magnate norteamericano de la marihuana llamado Mickey Pearson (Matthew McConaughey) que controla el comercio en todo el Reino Unido. Con una verborrea muy expresiva, Fletcher le narra su versión de la historia a Raymond, describiendo los comienzos de Mickey como traficante de drogas vendiendo la sustancia en las universidades a los chiquillos de la alta sociedad, hasta establecer un imperio que quiere vender para borrar su pasado y solidificar su imagen en los círculos de la burguesía.

La razón por la que Fletcher le dice todo esto a Raymond se debe a que su investigación es financiada por Big Dave (Eddie Marsan), el editor del tabloide Daily Print que tiene la misión de imprimir un reportaje para hundir a Mickey, luego de que este lo rechazara en una fiesta de burgueses. Fletcher destapa el nexo que tiene Pearson con los miembros de la aristocracia como Lord Pressfield (Samuel West), un duque real con una hija adicta a la heroína, y Matthew Berger (Jeremy Strong), otro hombre adinerado que necesita comprar su obra. Pretende entregar esa primicia a Big Dave por £150 mil. Pero se le ocurre una mejor idea y se propone, en cambio, chantajear a Raymond por £20 millones para no revelar nada del escándalo.


Jeremy Strong y Matthew McConaughey. Foto de STX Entertainment. 


La trama, narrada por Fletcher a través de un prolongado racconto, se complica por las motivaciones personales de los protagonistas cuando cada uno es víctima del hilo conductor que los sujeta a los vicios de la avaricia. Todos anhelan un pedazo del bizcocho. En su mundo solo existe el negocio, la riqueza y la codicia. Pearson es un jefe inteligente que solo desea subastar su compañía clandestina multimillonaria a Matthew por la suma de £400 millones para escapar de la suciedad y resurgir como un empresario honorable. La bella Rosalind Pearson (Michelle Dockery) es la empresaria independiente que anhela que organiza las estrategias de su esposo Mickey. Dry Eye (Henry Golding) es el antagonista que aspira obtener también el proyecto de Mickey, pero cuando este último se rehúsa, piensa desestabilizar el cultivo de cannabis de Mickey para adueñarse de las propiedades. Matthew es el amanerado esnob que tiene pensado engañar a Mickey para apuñalarlo por la espalda y apropiarse de su industria. Coach (Colin Farrell) es el entrenador de un gimnasio de boxeo que secretamente entrena a chicos boxeadores y se une a Raymond y Mickey para saldar una deuda. Fletcher es el investigador que coloca el chantaje para lucrarse con las consecuencias y celebrar su astucia. Y Raymond, digamos, es una especie de matón educado, leal, que oculta la brutalidad más imprevista debajo de la ropa elegante y del aparente estoicismo.


Colin Farrell y Charlie Hunnam. Imagen de STX Entertainment.


Ese mosaico de personajes logra que la trama sea muy espontánea cuando sus acciones despliegan los golpes de efecto que agudizan los problemas una vez que son introducidos, en unas escenas que aligeran la violencia con un tono cómico muy negro, como la llegada de Rosalind Pearson al taller controlado por mujeres mecánicas, la falsa escena retrospectiva en la que Mickey se reúne con Dry Eye a la hora del desayuno y se niega a traspasar su conglomerado por el precio que le ofrecen, el robo perpetrado en el local subterráneo de Mickey por los muchachos del gimnasio de Coach que solo quieren grabar videos de rap para su canal de YouTube, la persecución en que Raymond hostiga a los chicos que grabaron con su teléfono la caída mortal del muchacho ruso que se estaba en el apartamento adonde fueron a rescatar a la hija heroinómana de Pressfield, el secuestro de Big Dave cuando es drogado y grabado practicando zoofilia con un cerdo y recibe la advertencia de que abandone su periodismo si no quiere ver el vídeo publicado en línea.


Michelle Dockery como Rosalind. Imagen de STX Entertainment.


Como todo el relato está siendo narrado por Fletcher mientras lee el guion que tiene preparado para una película (titulada “Bush”), la mayor parte de la trama es producto de su imaginación y de las pocas pruebas que recopiló al husmear los movimientos de Pearson, Raymond, Dry Eye y los otroS rufianes que pretenden apoderarse del oficio del tráfico de drogas. Por lo tanto, lo que vemos es lo que él imagina. Solo en la segunda mitad la diégesis le confiere un punto de vista a Raymond, en la escena en que confiesa que también espía a Fletcher para seguir los pasos de Matthew. Elementos como la elipsis o el montaje de tiempos alternativos ayudan a cohesionar el conjunto. Y nada de lo que puntualizan pierde el ritmo ni por un segundo por la manera tan atrapante en que se distribuyen los monólogos y las circunstancias esperpénticas para solucionar el embrollo del rey de la selva.


Colin Farrell como Coach y The Toddlers. Imagen de STX Entertainment.


Con el argumento de esos malhechores del hampa londinense, Ritchie desarrolla temas que son vigentes en la sociedad contemporánea y que a veces pasan desapercibidos porque reflejan las contradicciones de dos sistemas de clases sociales que colisionan. El primero es la corrupción aristocrática, revelada cuando Mickey establece vínculos comerciales con aristócratas que heredan una fortuna y pierden la mitad en manos del Estado, pagándoles un alquiler por grandes cantidades de dinero para poder mantener sus operaciones en esos dominios inaccesibles y cultivar toneladas de marihuana sin que las autoridades se enteren de nada. El segundo sería la manipulación mediática de la prensa amarilla, señalado cuando Big Dave procura usar su influencia para destruir a Mickey y a Lord Pressfield con una primera plana de su periódico. En cierta medida aparecen otros que son minúsculos pero que por igual son importantes, como las preferencias culturales de la generación posmilenials que están presente con los jóvenes luchadores del gimnasio (The Toddlers) y los pandilleros que se sacan selfies frente a cadáveres que caen de los cielos.


Matthew McConaughey como Mickey. Foto de STX Entertainment.


Al pensarlo detenidamente me doy cuenta de que es la película más metaficcional de Ritchie. Su estructura está consciente de ser una película de ficción. En los momentos climáticos me saca una sonrisa en la cara cuando Fletcher le describe todo el guión de la película a un productor de Miramax y todo el lío se resuelve con emboscadas inadvertidas, tiroteos muy estilísticos y una banda sonora que estampa estupendamente la algarabía descrita. Disfruto ver ese elenco de estrellas repartiendo coloquios sutiles, personajes memorables y secuencias antológicas que se remontan a los orígenes formales del director. Pocos atributos se salen de lugar. Es una cinta repleta de adrenalina. Este es el cine de Ritchie que necesito en mi vida.


Ficha técnica
Título original: The Gentlemen
Año: 2019
Duración: 1 hr 53 min
País: Estados Unidos
Director: Guy Ritchie
Guion: Guy Ritchie
Música: Christopher Benstead
Fotografía: Alan Stewart
Montaje: Paul Machliss
Reparto: Matthew McConaughey, Charlie Hunnam, Hugh Grant, Colin Farrell, Eddie Marsan, Henry Golding
Calificación: 7/10



Tráiler de la película

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