La nueva película de Darren Aronofsky es una comedia negra que intenta ser un thriller criminal en Nueva York.
En Atrapado robando, Darren Aronofsky retoma de nuevo su poética del trauma con la finalidad, supongo, de interrogar los abismos más oscuros de la psique humana al adaptar el material de la primera novela de Charlie Huston sobre el personaje de Hank Thompson. Se puso en marcha hace apenas un año, cuando los señores de Sony anunciaron que Aronofsky produciría y dirigiría el proyecto con el mismo Huston adaptando su propia obra. Y se nota claramente que Aronofsky pretende, además, transitar por las rutas comerciales de ese cine de "enredos y matones" que, dicho sea de paso, fácilmente encajaría como algo fabricado por el estilo de Guy Ritchie, en un intento de hacer un film accesible que pueda satisfacer al público y a los ejecutivos del estudio que esperan ansiosos algún retorno de inversión desde los interiores de sus oficinas lujosas.
Al margen de todo esto, lo que observo en una hora y cuarenta y tantos minutos me induce a pensar lo necesario como para saber que esta película representa un paso atrás en la carrera de un cineasta que alguna vez fue innovador en filmes como Pi (1998), Réquiem por un sueño (2000), El luchador (2008), El cisne negro (2010) y Noé (2014). La cuelgo en la misma categoría de otras bagatelas de su filmografía como La fuente de la vida (2006), ¡Madre! (2017) y La ballena (2022). Esto se debe a que, francamente, me parece un thriller de comedia negra que es aburrido y genérico en la superficie, desprovisto de profundidad, en el que Aronofsky recicla fórmulas convencionales para ofrecer una trama predecible sobre dinero, traumas y violencia gratuita en la ciudad de Nueva York de finales de los 90, con una actuación protagónica de Austin Butler que no tiene nada de especial más allá de ponerse en la piel de un fracasado que quiso ser beisbolista. Lo que me cuenta simplemente lo he visto en otras partes con mejores resultados.
La trama narra las experiencias de Hank Thompson (Austin Butler), un exjugador de béisbol de preparatoria que, tras un accidente automovilístico que le arruinó la carrera, vive una existencia mediocre como bartender en un bar de mala muerte en el East Village neoyorquino. Hank aparenta tenerlo todo bajo control: una novia atrevida llamada Yvonne (Zoë Kravitz), un gato que cuidar por encargo de su vecino post-punk Russ (Matt Smith) y una afición por seguir los partidos de su equipo de los Gigantes de San Francisco, poco antes de recordar los episodios traumáticos de una vida marcada por el alcoholismo y los excesos. Pero de la noche a la mañana se mete en una espiral de caos cuando se cruza en el camino de mafiosos rusos, un gánster puertorriqueño, un par de asesinos jasídicos, traficantes de drogas y una detective de narcóticos corrupta que intentan encontrar una llave que abre un almacén con poco más de 4 millones de dólares que se debe repartir entre las partes involucradas en el negocio turbio.
En términos generales, esta narrativa despierta mi interés, en un principio, al esquematizar el barullo sobre las bases genéricas de la comedia negra y el thriller criminal, donde el protagonista se ve envuelto en una red de gángsters rusos, judíos y otros rateros que lo persiguen por un objeto misterioso que no entiende por qué quieren. La construcción de Hank posee, hasta cierto punto, una complejidad psicológica que es consistente dimensionando sus vicios personales a través de la abstinencia al alcohol y las heridas del pasado que regresan para atormentarlo a modo de pesadillas. El problema fundamental, sin embargo, es que el guión formulaico de Huston se conforma con adoptar un collage de clichés del cine gangsteril sin añadir algo que sea sorpresivo a las escenas, utilizando a menudo la motivación del protagonista —junto al gato del vecino— como un catalizador rebuscado que solo sirve para impulsar la trama sobre los facilismos de un MacGuffin, donde todos los personajes no son más que estereotipos manidos que permanecen suspendidos en una circularidad de situaciones previsibles.

En este sentido, no me queda más remedio que permanecer en un estado de abulia que se prolonga, entre otras cosas, cuando observo los encuentros de Hank con la novia enfermera que lo ayuda con un poco de sexo en los instantes de crisis; las amenazas de los gánsteres rusos caricaturizados; la intervención de la policía corrupta estereotipada que presiona a Hank para dar con el dinero escondido; los asesinos profesionales judíos que matan a quemarropa antes de celebrar las tradición ancestral del Shabat. Los personajes secundarios se quedan casi siempre en las descripciones banales que conducen a los tiroteos, las persecuciones absurdas, los malentendidos y la gratuidad de violencia, en unas secuencias de acción que carecen de cualquier impacto visceral. Y Hank es el típico "hombre común" atrapado en un mundo de violencia, que permanece estático como perdedor alcohólico y, además, tropieza de escena en escena sin una evolución real que profundice las implicaciones de su adicción al alcohol, alcanzando incluso sus objetivos mediante unos golpes de efecto y giros argumentales que anticipo con facilidad. Todo huele a remake de bajo presupuesto de Ritchie.

El elenco, por otro lado, es un desperdicio de talento. Austin Butler arroja algo de magnetismo con la mirada, los gestos y su pericia física para algunas secuencias de riesgo. Este interpreta a Hank como un hombre sinuoso que, traumatizado por la culpa del alcoholismo y los recuerdos trágicos, busca ahora la redención personal en medio de un epicentro de brutalidad y corrupción en la metrópolis neoyorquina; aunque aquí a veces se ve reducido a un protagonista genérico. Zoë Kravitz, como la novia de Hank, tiene química con él en unas cuantas escenas románticas, pero su rol no sale del cliché de la "chica rebelde" que motiva al héroe sin agencia propia. Y Regina King es una agente corrupta de la que se sabe poco. Vincent D'Onofrio y Liev Schreiber, al contrario de los otros, aportan algo peso actoral al interpretar a unos hermanos jasídicos que, debajo de la barba larga y el acento ortodoxo, esconden la virulencia típica de los asesinos a sueldo. Todos los otros están en piloto automático y sin abrocharse el cinturón.
Como es de esperar, Aronofsky encuadra a estos actores en una puesta en escena que, dentro de sus limitaciones, por los menos me resulta algo competente al emplear una serie de recursos estéticos que, por la parte visual, funcionan para ampliar la psicología fracturada de Hank a través del uso del primer plano, la escena retrospectiva, la elipsis, algunas modalidades del encuadre móvil y las panorámicas que evocan con nostalgia las atmósferas urbanas de Nueva York a finales de los años 90, fruto de un trabajo de fotografía acertado de su colaborador Matthew Libatique. Su estilismo logra encuadrar a Nueva York con un amor nostálgico —el East Village de 1998, el multiculturalismo, las multitudes, los rastros del hip-hop y el grafiti, los locales de música, los bares nocturnos, las Torres Gemelas—, en unas las locaciones que se ven como postales vivientes de la sordidez y de la soledad de una urbe en la era previa al Y2K. También sintetiza la suciedad que se origina de la violencia abrupta: vómitos en cristales, inodoros rebosantes de heces fecales, sangre en el piso y muertes repentinas que buscan shock value, pero que terminan siendo repetitivos y efectistas, sin la destreza poética de sus películas anteriores. Además, por el lado sonoro, se preocupa por incorporar una música ecléctica de Rob Simonsen, en un playlist con covers de la cultura popular y canciones originales de la banda post-punk Idles que abarcan la electrónica, el pop y el rock.

Este abanico de autenticidad, por desgracia, sólo revela los tropiezos de un director cuando abandona su esencia por cuestiones netamente comerciales. Aronofsky se distancia de su reputación de "bicho raro" para encajar en el mainstream. Mencionó en entrevistas que quería "compartir Nueva York" y hacer algo "entretenido", pero en el proceso, olvida que el entretenimiento verdadero no depende sólo de fórmulas prestadas de otros. Aquí opta por elementos superficiales que, a pesar del montaje rítmico, son colocados sobre el encuadre para formar una especie de comedia criminal que se aleja, diametralmente, de esa estética provocadora que me hacía cuestionar la realidad con gente psicológicamente dañada. No tiene carga simbólica. El toque de humor negro que ofrece es inofensivo para mi gusto, y el tal Hank es un arquetipo que he visto cientos de veces en otros filmes que no valen la pena mencionar. Es como si Aronofsky hubiera diluido su visión para complacer a productores de Sony Pictures, sacrificando la confrontación intelectual por un producto de consumo rápido con potencial de franquicia. En una era donde el cine de autor lucha por sobrevivir, esto es, en última instancia, una traición a su legado.
Streaming en:
País: Estados Unidos
Director: Darren Aronofsky
Fotografía: Matthew Libatique
Reparto: Austin Butler, Zoë Kravitz, Matt Smith, Regina King, Liev Schreiber, Vincent D'Onofrio, Laura Dern,
Calificación: 5/10