Las 10 mejores películas de 2020


Llego a esa época del año en la que, como de costumbre, me uno a esa ola de mencionar las 10 mejores películas del año. En este caso me toca el 2020, un año marcado por la extensión de las guerras de streaming que amenaza con cambiar la exhibición en la salas de cine y por esa pandemia maldita que prácticamente ha paralizado a la industria del cine. Tengo suerte de haber sobrevivido para contarlo. Son las películas que, a mi juicio personal, tienen la mayor calificación recibida por mis criterios personales. 


Por causa de los efectos de la pandemia y de la decisión de cerrar las salas de cine comerciales, la mayor parte de las películas que comento las vi en mi casa gracias a la generosidad de San Internet. Por primera vez en muchos años no asisto a una sala de cine durante 365 días. Pero supongo que ha valido la pena el confinamiento.


Como no he visto tantas películas pertenecientes al 2020, no se trata de una lista definitiva. La voy a actualizar cada vez que evalúe películas correspondientes al 2020 que considere que puedan ingresar al ranking de las 10 mejores películas. Reitero que mi selección responde a mis criterios personales y no refleja la opinión de un grupo o de gente que busca una supuesta verdad objetiva.


A continuación, comparto mi listado.



10. Hater



Hater

La película de Komasa, que traza paralelismos notables con el asesinato del político polaco Paweł Adamowicz, me parece inquietante desde el principio hasta el insólito final en el que la antipatía se transforma en una fuente de falso heroísmo. Su descripción sobre los costados más oscuros de las redes sociales es un fiel reflejo de nuestros tiempos.


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Las 10 peores películas de 2020


Estas son las peores películas que he visto hasta ahora correspondientes al 2020. Son películas cuya calificación es menor a cinco puntos según mi sistema de evaluación. La lista se actualizará periódicamente a medida que añada películas con una puntuación similar.


A continuación, comparto mi listado.



10. Enola Holmes



Enola Holmes


La adaptación en Netflix de la novela de Nancy Springer sobre la hermana menor de Sherlock Holmes, se beneficia por momentos de la presencia de Millie Bobby Brown, pero desafortunadamente nunca llega a ser entretenida.


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9. Emma



Emma


No me considero muy entusiasta de algunas adaptaciones cinematográficas de la obra literaria de Jane Austen; por supuesto, con algunas excepciones notables que me agradan. Pero a decir verdad, de todas las que he visto, Emma, de la directora debutante Autumn de Wilde, me parece una de las más insufribles. 


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8. La vieja guardia



Póster de 'La vieja guardia'


No sé si me pierdo de algo porque nunca he leído el cómic. Tampoco creo que lo haga. Pero no me cabe la menor duda de que la cinta de Prince-Bythewood es un disparate que no aporta nada que sea novedoso al género de superhéroes. La fábula de los héroes anónimos es tan reiterativa como la rueda de la fortuna.


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7. Mujer Maravilla 1984



Mujer Maravilla 1984


No encuentro más que una cinta convencional de superhéroes poblada de explosiones, magia, persecuciones rutinarias y unos personajes tan vacíos como una funda de plástico de Sears. No hay nada que sea heroico en la nueva travesía de Mujer Maravilla.


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6. Capone



Capone


No sé lo que estaba pensando el director Josh Trank para dirigir una nueva biopic sobre la vida de Al Capone, pero su película sobre el infame gánster norteamericano, titulada simplemente Capone, es un drama biográfico con una narrativa tan anodina e inerte que ni siquiera la actuación meticulosa de Tom Hardy puede corregirla.


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5. Mulán 



Mulán


Es otro clásico cuento de Disney arruinado por la insistencia absurda de tomar la vía fácil del remake. El resultado es efectista, pobre, sin nada de gracia. Se nota claramente que es una película hecha de forma apresurada, sin ganas.


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4. Sonic, la película 



Sonic, la película


Es un disparate que me aburre durante una hora y media sin ninguna intención de abandonar el efectismo aparatoso y la trama rutinaria repleta de clichés de toda clase para poder avanzar por el carril más fácil.


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3. Las brujas


Las brujas


 La película de Zemeckis, que actualiza la clásica novela infantil de Roald Dahl, me parece tan aburrida que me da la sensación de estar tomando una poción desabrida y sin magia hecha por brujas con ratones generados por ordenador.


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Aves de presa


Casi no tengo palabras para describir semejante disparate.


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1. Proyecto Power



Proyecto Power


En todo el trayecto del fatídico 2020 no he visto todavía una película de Netflix más acartonada y soporífera que Proyecto Power, de los directores Henry Joost y Ariel Schulman. 


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La nueva aventura de Mujer Maravilla ofrece un paseo nostálgico por la década de los 80, pero ni eso impide que sea una cinta muy convencional de superhéroes. 


Mujer Maravilla 1984


Si no me equivoco, hace unos tres años, yo fui uno de esos pocos individuos dedicados a este ajetreo del comentario cinematográfico que se aburrió hasta bostezar viendo la primera aparición de Mujer Maravilla en la gran pantalla. Desconozco qué era lo genial que tenía más allá de los efectos dormitivos, pero recuerdo que la sala estaba llena y que mucha gente habló bien de ella, quizá por utilizar al personaje de DC para robustecer esas ideas feministas que tanto están de moda. A mí, por el contrario, me invadía una sensación de dejadez atestiguando sus efectos especiales mareantes y su narrativa defectuosa, a pesar de que la superheroína de Gal Gadot desprendía cierto carisma en unos instantes fugaces que preferí olvidar. Todavía pienso que es una película patética de superhéroes de la directora Patty Jenkins, uno de los tantos productos mediocres que se pueden extraer de la factoría del autodenominado DCEU y que se realizan de forma apresurada, supongo, para tratar de alcanzar a la competencia.


Para olvidarme del asunto, asisto a ver la secuela titulada Mujer Maravilla 1984, estrenada actualmente en la plataforma de HBO Max, nuevamente dirigida por Patty Jenkins y protagonizada por Gal Gadot. Por causa del avance indetenible de esa peste que tiene al mundo cuesta abajo retrasó su estreno en varias ocasiones, hasta que los señores de la Warner Bros. decidieron que se sería buena idea estrenarla sin falta en la víspera de navidad, simultáneamente en el servicio de streaming y en las salas de cine, en un intento por buscar alternativas para rescatar el negocio. Yo aprovecho su oferta, pensando que me podría dar algo de entretenimiento, la veo en la comodidad de mi hogar, esperando superar el estado de abulia que sufrí al ver el tráiler en YouTube, pero otra vez caigo víctima de un aburrimiento que ni siquiera puede ser mitigado por la presencia de Gadot o esa reproducción nostálgica de los 80. No veo nada sorpresivo en su cuento sobre el empoderamiento femenino y las consecuencias de la codicia, nada que sea remotamente entretenido. Es terriblemente efectista, insulsa. Me atrevo a decir que es incluso peor que la predecesora cuando observo una vez más a la Mujer Maravilla salvando al mundo de un megalómano desquiciado.




Gal Gadot como Mujer Maravilla. Foto de HBO Max.


La película comienza con un prólogo en el que una pequeña Diana Prince demuestra sus habilidades prodigiosas en unas pruebas celebradas en Themyscira contra unas Amazonas mayores que ella, pero es descalificada por tomar un atajo y recibe de su madre, la reina Hipólita (Connie Nielsen), y de su tía, Antíope (Robin Wright), una dura lección moral sobre el significado de la verdad. Le dicen: "ningún héroe verdadero nace de la mentira". Figuradamente recuerda eso años después, en 1984, cuando es adulta (Gal Gadot) y trabaja como antropóloga en el museo Smithsonian estudiando civilizaciones antiguas, y en su tiempo libre se la pasa rescatando mujeres de los maleantes masculinos que andan por las calles, manteniendo una especie de anonimato para que nadie descubra sus superpoderes como metahumana. En su empleo, entabla amistad con Barbara Ann Minerva (Kristen Wiig), una mujer insegura, inteligente y de aspecto descuidado que la llega a idolatrar por su sofisticación e inteligencia femenina, viéndola como un modelo a seguir. 



Gal Gadot y Chris Pine. Imagen de HBO Max.


Empleando los mecanismos más convencionales de la fórmula de superhéroes, la narrativa de Jenkins coloca a Diana en una trama previsible en la que todo sucede por inercia y las sorpresas parecen cosas de niños. La ingenuidad me hace pensar que se trata de una broma. La mayor parte del conflicto gira en torno a una piedra del sueño, un artefacto antiguo que concede los deseos de cualquier persona. Diana, desconociéndolo, interactúa con la gema pidiendo que reviva a su amante fallecido, el piloto Steve Trevor (Chris Pine), pero dejando que su alma posea el cuerpo de otro hombre. Juntos viven un amor fugaz en la cotidianidad de los 80. Pero el problema se complica, primero, cuando Barbara se deja contaminar por la envidia y, luego de ser rescatada por Diana de un acosador callejero, pide a la piedra ser como Diana, adquiriendo no solo su confianza, sino también sus superpoderes. En segundo lugar, se empeora, cuando Barbara le cede la joya de los anhelos a Max Lord (Pedro Pascal), un empresario codicioso que padece el síndrome de Gordon Gekko y que la utiliza para salvar a su compañía petrolera de la bancarrota, deseando controlar todas las reservas de petróleo del mundo para su propio beneficio y, también, para demostrarle a su pequeño hijo que es un padre ejemplar y no un fracasado, como piensan los socios a los que les debe dinero. El villano, como si fuese una caricatura de Wall Street, está tan obsesionado que hasta se traga la piedra para conceder deseos y manipular a su antojo a todo el mundo.

 

Gal Gadot y Kristen Wiig. Imagen de HBO Max.


Con unas secuencias de acción blandísimas y unos efectos especiales que parecen hechos con una Commodore 64, me someto a una redundancia interminable cuando la mujer estrella y su amado siguen por todo el planeta al magnate de los deseos para detener sus planes de conquistar al mundo. Ni siquiera me sorprende que vuelen en el famoso jet invisible o que la protagonista finalmente aprenda a volar por los cielos para reponerse de una despedida amorosa del novio que decide desaparecer para que ella recupere sus poderes. La persecución en Egipto es una tontería, al igual que el combate en los interiores de la Casa Blanca. Tampoco supone nada fuera de lo común que el malo use su poder para desatar el caos, la inestabilidad y la destrucción mientras cobra por los deseos de los infelices para fortalecer su fortuna, a cambio de sangrar por la nariz como si fuera un vicioso. O que la nerd tímida se transforme en una depredadora feroz para demostrar que puede luchar contra la heroína que admira. Los motivos, cuanto mucho, obedecen a la reiteración de una moraleja que es tan maniqueísta como trivial. 



Gal Gadot como Mujer Maravilla. Imagen de HBO Max.


A través de las acciones de esos personajes, Jenkins fabrica un discurso algo dúctil sobre los corolarios de la avaricia y las trampas del éxito, así como de la integridad femenina. Ambientarla en la época de Reagan, en la cúspide de la Guerra Fría, le sirve de resorte para exteriorizar los malestares de una sociedad estadounidense superficial en la que las mentiras, la cultura de las apariencias y la necesidad de tener más es lo único que importa, de gente que se toma el rechazo muy en serio. Muestra las causas de renunciar a la moralidad para satisfacer deseos superfluos como la envidia, la ambición y el egoísmo, pero también las secuelas de estos cuando son llevados hasta los límites que descomponen los valores morales y el bienestar de los demás. Su tratado propone, asimismo, que solo una mujer tan brillante como el oro es capaz de empoderarse para sacar la verdad a la luz y curar los males intrínsecos de una ciudadanía que se cae a pedazos con una chispa de bondad y honestidad. Y fin de cuentas ni siquiera llega a una conclusión que sea relevante cuando señala, a modo de alegoría, que esos mismos atributos están "presentes" en la sociedad norteamericana en la era de Trump.


Creo que lo único notable de la película es ese estilo visual que evoca una nostalgia artificiosa de los años 80 con el vestuario y los decorados. Cuando me olvido de la fantasía pseudoorwelliana, no encuentro más que una cinta convencional de superhéroes poblada de explosiones, magia, persecuciones rutinarias y unos personajes tan vacíos como una funda de plástico de Sears. No hay nada que sea heroico en la nueva travesía de Mujer Maravilla. Todavía no comprendo cuál es la necesidad de que un bodrio así dure dos horas y media. Solo gente que no anda bien de la cabeza puede tomar una decisión así. Ahora mismo lo único que deseo es que la tercera entrega no se llegue a realizar.



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Ficha técnica
Título original: Wonder Woman 1984
Año: 2020
Duración: 2 hr 31 min
País: Estados Unidos
Director: Patty Jenkins
Guión: Patty Jenkins, Geoff Johns, Dave Callaham
Música: Hans Zimmer
Fotografía: Matthew Jensen
Reparto: Gal Gadot, Chris Pine, Kristen Wiig, Pedro Pascal, Robin Wright, Connie Nielsen,
Calificación: 4/10

Tráiler de la película


La espada del mal

No puedo evitar sentirme impactado, embriagado por la catarsis, como si hubiese sido cortado por el filo de una katana bendita, cuando veo el cuento de un samurái perverso en La espada del mal, de Kihachi Okamoto. Creo que se trata, no solo de una de las mejores películas de samuráis de Okamoto, sino también de una de las más impresionantes del cine chambara que he visto hasta ahora, a la altura de las obras magníficas de Kurosawa y Kobayashi del mismo subgénero. Está basada en la novela del mismo título escrita por Kaizan Nakazato. Relata la historia de Ryonosuke, un samurái sin gloria que transita los senderos solitarios del período Edo acumulando cadáveres y cortando con su espada a todo aquel que se cruce en su camino. Un día su vida da un giro cuando una mujer, Ohama, le ruega que se rinda y no mate a su marido durante una competencia de kendo para que su familia no caiga en desgracia, ofreciendo su cuerpo a cambio de que no suceda nada. Pero como Ryonosuke carece de ética, mata al pobre hombre y se queda con su mujer. Con un tratamiento eficaz de la elipsis, atestiguo la travesía de Ryonosuke cuando, aparentemente, su espada mortal solo le trae miseria y un tormento que resquebraja su psicología hasta transformarlo en un ser amoral y sociopático, condenado a trabajar como mercenario en diversos clanes para alimentar a una esposa y un hijo que le importan muy poco, matando samuráis que buscan vengarse por puro placer, visitando dojos para probar sus habilidades como espadachín. A mi parecer el personaje está sublimemente interpretado por Tatsuya Nakadai cuando emplea a fondo su pericia física, los silencios, sus expresiones corporales y esa mirada paranoica y vidriosa que señala el descenso hacia la locura del rōnin malvado. No hay ni una sola escena en la que no me parezca convincente la furia, la desilusión, el miedo, la sociopatía y la adicción a la maldad de su personaje. Está acompañado de actuaciones secundarias muy notables de Yūzō Kayama, Michiyo Aratama y Toshiro Mifune como un maestro samurái intocable. La estética de Okamoto, así como lo muestra en El samurái asesino, encuadra las acciones de los personajes con una escenografía acertada que recrea la época de una manera muy poética, el primer plano que subraya las emociones recónditas, planos ambiguos que se ejecutan con movimientos de cámara muy rítmicos, la iluminación expresionista y los sonidos diegéticos que amplifican las intenciones. Tiene asimismo una música magistral de Masaru Sato. Adopta un estilo en el que las secuencias de acción son filmadas con un riguroso cuidado compositivo, tan afilado como una espada caliente sacada de la caldera de un herrero. No hay desperdicio alguno. Es una película jidaigeki fascinante, tensa y brutal sobre un samurái que pierde la cordura por ser tratado como un peón político.



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Ficha técnica 
Título original: The Sword of Doom (Dai-bosatsu tôge)
Año: 1966
Duración:  2 hr 00 min
País: Japón
Director: Kihachi Okamoto
Guion: Shinobu Hashimoto
Música: Masaru Satô
Fotografía: Hiroshi Murai
Reparto: Tatsuya Nakadai, Yûzô Kayama, Michiyo Aratama, Toshirô Mifune,
Calificación: 8/10

Ayer, hoy y mañana

Me llevo una decepción rotunda viendo Ayer, hoy y mañana, del gran Vittorio De Sica. No sé en qué estaba pensando Carlo Ponti para producirla en aquel entonces, pero es una comedia antológica algo aburrida y poco divertida que, a mi modo de verlo, solo funciona como una excusa trivial para juntar a la eterna pareja conformada por Marcello Mastroianni y Sophia Loren. Tampoco comprendo cómo ganó en 1964 el Oscar a la Mejor Película Extranjera, aunque entiendo que a veces el favoritismo tiene sus frutos. Cuenta tres viñetas separadas por tiempo y espacio y construidas alrededor de un hilo conductor. El primero se sitúa en un barrio pobre de Nápoles y cuenta la historia de Adelina y su esposo Carmine mientras esquivan a las autoridades para no perder su hogar. El segundo, quizá el más placentero de todos, presenta la discusión en formato de carretera entre una mujer rica de sociedad llamada Anna y su amante, el periodista de clase media llamado Renzo, mientras se pasean por las avenidas en un lujoso Roll Royce. El último, al cual llego en un estado de abulia incalculable, es un episodio que describe la vida de Mara, una prostituta bondadosa que se acuesta con clientes de alta sociedad en su apartamento, mientras aconseja moralmente al joven Umberto que estudia para convertirse en sacerdote en seminario y lidia con el torpe y adinerado Augusto. Aunque la estética de De Sica emplea moderadamente herramientas en su puesta en escena que, de alguna manera, subrayan los sentimientos intrínsecos y los dilemas sociales de los protagonistas, sus personajes se mantienen en una superficie en la que ni los diálogos ni las situaciones pintorescas ni las acciones suponen algo sorpresivo o remotamente entretenido. Son personajes vacíos. Todo sucede por inercia, por la necesidad aparente de dar vueltas alrededor de problemas redundantes que, a fin de cuentas, resultan baladíes y que solo sirven para enunciar un comentario ligero sobre las diferencias de clases sociales y la forma en que las relaciones de pareja se construyen alrededor de la óptica femenina. Ni siquiera me provoca risa el humor de los personajes. El tono es demasiado ingenuo para mi gusto. A pesar de todo, reconozco de inmediato esa química inmediata que hay entre Mastroianni y Loren cuando interpretan a esas parejas condenadas a repetir las disyuntivas sobre el amor. Solo por ellos me quedo hasta el final.



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Calificación: 5/10

La edad de oro

En muchas ocasiones, a lo largo de mi trayectoria cinéfila, desaproveché la oportunidad de ver La edad de oro, de Luis Buñuel, pero recientemente he tenido la dicha de saldar la deuda al tener en mis manos una copia en excelentes condiciones de la edición restaurada. Es la segunda película y el primer largometraje de Buñuel como director, así como la tercera película sonora en la historia del cine francés. Como película experimental de corte surrealista me ha encantado, aunque no necesariamente concuerdo en que se trate de una obra maestra. Cuentan que Buñuel, que al momento de terminarla formaba parte ya del movimiento surrealista de París, recibió duras críticas de diversos sectores conservadores, hasta el punto en que los productores se vieron obligados a retirar la distribución. Estuvo prohibida durante casi 50 años porque el material que presenta, para la época, era moralmente inconcebible. Y entiendo por qué. Escrita con un guión de Buñuel y Salvador Dalí, utiliza una historia de amor entre un hombre y una mujer que no se pueden unir para ilustrar, mediante un collage de episodios surrealistas muy satíricos, una crítica demoledora a la vacuidad de la burguesía, la putrefacción institucional de los sistemas religiosos católicos y las periferias de las normas sociales establecidas, en una sociedad decadente que, aparentemente, se refugia en la locura para escapar de las trampas de la vida moderna. Todo luce absurdo, onírico, eminentemente poético y surrealista, construido con un ritmo muy placentero que se preserva durante una hora mágica. Hay secuencias que me hacen reír y también me colocan en un estado meditabundo con las viñetas surrealistas que esconden diversas capas de significados, como la del documental de los escorpiones que anuncia la ruptura amorosa de la pareja, los maltratados bandidos que tropiezan con la miseria, los obispos que mueren cantando el Dies Irae hasta convertirse en esqueletos, los amantes que hacen el amor tirados en el fango frente a una muchedumbre burguesa que hipócritamente reprocha la sexualidad, las fantasías sexuales del hombre capturado por las autoridades que sueña con masturbar a su novia tras ver el cartel de unas piernas femeninas en forma de vagina, una vaca lechera acostada en una cama, la fiesta en la mansión de unos aristócratas abúlicos con moscas en el rostro, unos campesinos montados en una carreta que pasan por la sala bebiendo vino, un niño pequeño asesinado a quemarropa por un guardabosques, los cónyuges que reaniman su pasión frente a estatuas de mármol en medio de un alboroto que amenaza con separarlos a cambio de felaciones, adulterio, sangre, vejez y vesania. Se trata de la simple historia de dos amantes que se rebelan ante la imposibilidad de amarse por una sociedad que cercena sus conductas morales. Las actuaciones de Gaston Modot y Lya Lys me parecen muy atrayentes cuando recurren a su gestualidad y al histrionismo para comunicar la frustración, los deseos y los estímulos repulsivos producidos por la represión moral y social. Son encuadrados por una estética en la que Buñuel emplea, ocasionalmente, la atemporalidad espacial del relato con falsos raccords, la elipsis para sustituir los sentimientos sexuales reprimidos que se manifiestan como violencia, la sobreimpresión que asocia la necesidad de amar con la defecación, el sobreencuadre que señala la imposibilidad de libertad, los intertítulos mudos que describen fuera de campo las acciones más depravadas, los grandes planos generales que encuadran las multitudes, la voz en off que evoca los pensamientos ocultos de los amantes; el sonido diegético que sintetiza los ruidos y los diálogos. Tiene asimismo una banda sonora muy melodiosa de Armand Bernard. Pocas cosas se salen de lugar. Me parece una película formalista, de vanguardia, con una plasticidad rigurosa, una obra muy provocativa de ese eterno director de Un perro andaluz.



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Ficha técnica 
Título original: The Golden Age (L'Âge d'or)
Año: 1930
Duración:  1 hr 02 min
País: Francia
Director: Luis Buñuel
Guion: Luis Buñuel, Salvador Dalí
Música: Georges Van Parys
Fotografía: Albert Duverger
Reparto: Gaston Modot, Lya Lys, Max Ernst, Pierre Prévert
Calificación: 8/10

Emma

No me considero muy entusiasta de algunas adaptaciones cinematográficas de la obra literaria de Jane Austen; por supuesto, con algunas excepciones notables que me agradan. Pero a decir verdad, de todas las que he visto, Emma, de la directora debutante Autumn de Wilde, me parece una de las más insufribles. Me he sentado a verla pensando que se trataría de una cosa maravillosa para pasar un buen rato atestiguando los dilemas amorosos de una heroína georgiana, pero pasada la media hora me doy cuenta del fiasco cuando me invade una sensación de abulia que me quita todas las ganas de seguir viendo lo que presenta. La encuentro demasiado novelesca y superficial para mi gusto, aunque aprecio mínimamente la actuación pintoresca de Anya Taylor-Joy y esa recreación del período pomposa en la que todo se ve modestamente decorado. Con un guion de Eleanor Catton, narra la historia de Emma Woodhouse, una joven burguesa que vive con su padre en una casa gigantesca en la Inglaterra del siglo XVIII, a través de varias estaciones del año, en la que junto a su amiga Harriet se pasea por las salas del castillo mientras conversa sobre tontearías amorosas y la manipula a su antojo para obtener lo que desea y satisfacer sus querencias más intrínsecas sobre los caballeros que le gustan, aunque en el fondo su corazón se muestra indeciso. Como protagonista, Emma es una muchacha caprichosa, petulante y algo egoísta que, como dama de sociedad de su época, solo le preocupa el matrimonio, a pesar de que no lo manifiesta directamente hasta que se forma una especie de triángulo amoroso entre ella, Frank Churchill y George Knightley. Los sucesos entrelazados y el amplio repertorio de personajes superfluos me dejan de importar en tiempo récord cuando andan disfrutando del picnic por los bellos jardines, guardan secretos triviales en sus círculos sociales, viven del chisme, celebran en un baile en el que se revela el afecto recíproco y los sentimientos recónditos. De Wilde no consigue que el sermón sobre amor, clasismo y caprichos tenga algún tipo de sustancia que me permita conocer a los personajes más allá de la superficie. Parece más preocupada por el sentido visual que por las sensibilidades narrativas. Ni siquiera me causa risa lo que sucede y con frecuencia miro mi reloj anhelando que se termine el asunto. Su cuento de la burguesita inmadura me resulta anodino, efectista, sin nada de gracia. 



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Calificación: 4/10


Sin techo ni ley

Luego de ver Sin techo ni ley, de Agnès Varda, regresa a mi mente algo que siempre he pensado: detrás de cada vagabundo hay toda una historia por contar. Es algo que percibo de inmediato con la historia de una vagabunda que anda a la deriva en una región vinícola durante el invierno francés, desplazándose como el viento de un lugar a otro, libre de responsabilidades, alejada de las normas sociales opresivas y acercándose a una libertad efímera. En la apertura esa hippie errante, llamada Mona, es encontrada muerta en una zanja por unos hombres, aparentemente por causa del frío. No se sabe nada de ella. Pero como si se tratara de un documental, sus últimos meses de vida son contados a través de varios testimonios de gente que se encontró con ella en la calles. La cámara se transforma en investigador. Las escenas retrospectivas me permiten conocer el alma rebelde de Mona cuando se topa con transeúntes oportunistas, mujeres que se solidarizan con ella dándole techo y comida, campesinos que le ofrecen trabajo, extranjeros bondadosos, drogadictos, antisociales, la condición humana que la hace cuestionar si su viaje de emancipación vale la pena. Como protagonista es una mujer terca, independiente, con un carácter fuerte, de aspecto descuidado, vestida con una ropa sucia, viviendo en la miseria mientras transita por los bosques y las carreteras solitarias. La estructura es episódica, no lineal, como recuerdos fragmentados. Ni siquiera hay trama. Varda prefiere encapsular los momentos de esa vida por medio de los recuerdos de terceros. Y su estética es eficaz. Encuadra las acciones de Mona con planos generales que la diluyen para señalar su soledad, travellings sutiles que capturan la belleza campestre, el ritmo parsimonioso, el color verde sobre su atuendo que simboliza su renacer, el rojo que enuncia la imposibilidad de escapar y el peligro de quedarse. Los diálogos evocan filosofía. También son notables los personajes que rompen la cuarta pared para referirse a ella. Con el comportamiento nihilista de esa protagonista sometida al azar, Varda, apoyada de un estilo austero y realista, elabora un tratado feminista muy profundo sobre la libertad de la mujer y la manera en que esta es percibida por ciertos círculos sociales. Nada de eso fuera posible, supongo, sin esa actuación estupenda de Sandrine Bonnaire que transmite de forma muy orgánica el miedo, la infelicidad y la incertidumbre. Ella es el espíritu de esta poética película de la directora de Cleo de 5 a 7.



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Ficha técnica 
Título original: Sans toit ni loi
Año: 1985
Duración:  1 hr 45 min
País: Francia
Director: Agnès Varda
Guion: Agnès Varda
Música: Joanna Bruzdowicz
Fotografía: Patrick Blossier
Reparto: Sandrine Bonnaire, Macha Méril, Yolande Moreau,
Calificación: 7/10

Visión. La historia de Hildegard Von Bingen

Yo no conocía para nada la vida de Hildegarda de Bingen, pero al ver Visión. La historia de Hildegard Von Bingen, de la directora alemana Margarethe von Trotta me intereso moderadamente por su biografía, a pesar de que yo no sea un creyente ni nada por el estilo. Como drama religioso, me cautiva cuando Von Trotta captura de forma austera, absorbente y muy realista un retrato sobre las ansias de independencia femenina de una santa que utiliza sus visiones del más allá para oponerse al dominio patriarcal que abunda en las órdenes monásticas de la Iglesia Católica. Se ambienta en la Edad Media, en pleno siglo XII, y relata la vida de Hildegarda de Bingen desde que es una niña desamparada que sobrevive al suicidio colectivo de un culto, hasta que siendo adulta se convierte en una monja al servicio de unas visiones sobrenaturales que supuestamente Dios le pide que transmita a los fieles devotos que lo escuchan, en un monasterio mixto albergado tanto por clérigos como por enclaustradas. A un ritmo parsimonioso me dejo llevar por su historia y me resulta placentera la manera en que la observo discutiendo sus visiones con unos sacerdotes ortodoxos de Disibodenberg que la catalogan como una hereje, luchando contra los capellanes impiadosos para exigir un trato igualitario para las monjas que están bajo su protección, teniendo revelaciones que la hacen colapsar en los pasillos del convento, asumiendo el liderazgo de su comunidad de monjas, logrando establecer su consorcio en el monasterio de la colina de san Ruperto, sintiendo una fuente atracción hacia la joven hermana Richardis. Von Trotta, con un guión basado en los propios escritos de Hildegarda, encuadra el calvario interno y espiritual de la protagonista con una meticulosa reproducción del período medieval, primeros planos eficaces, una iluminación barroquista, un poco de subjetividad, unos desencuadres inesperados, un melodioso leitmotiv y la elipsis que dibuja la vejez en los rostros. Hay diálogos poéticos, filosóficos, narrados a veces con una voz en off. Y un estilo visual que me traslada a la época. Pero nada de eso fuera posible sin la estupenda actuación de Barbara Sukowa como esa profetisa honesta y determinada que lucha por el rol de la mujer dentro del orbe eclesiástico dominado por hombres. Es una película muy interesante sobre fe, sororidad y emancipación femenina, de la cineasta feminista de cabecera del cine alemán. 



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Ficha técnica 
Título original: Vision: From the Life of Hildegard von Bingen (Vision Aus dem leben der Hildegard von Bingen)
Año: 2009
Duración:  1 hr 50 min
País: Alemania
Director: Margarethe von Trotta
Guion: Margarethe von Trotta
Música: Christian Heyne, Hildegard von Bingen
Fotografía: Axel Block
Reparto: Barbara Sukowa, Heino Ferch, Hannah Herzsprung
Calificación: 7/10

El cineasta de la Escuela de Berlín colabora nuevamente con Paula Beer y Franz Rogowski para presentar un melodrama que traslada el mito de Ondina a la modernidad alemana. 


Ondina


Yo no conocía a fondo la leyenda de Ondina hasta que mi curiosidad por los mitos me llevó a leer un poco sobre ella. Es una figura folclórica de una vieja leyenda alsaciana. Su origen se remonta a la época del renacimiento, en los tiempos en que Paracelso asignaba el término al elemento del agua, pero no fue sino hasta el romanticismo en que algunos escritores alemanes empezaron a embellecer sus obras literarias transformándolas en ninfas de agua, sumergidas en una desdicha irreparable. Según la leyenda, Ondina es una mujer subacuática que suele habitar los manantiales de los bosques esperando enamorarse de un hombre para obtener un alma humana que le conceda la mortalidad, aunque cuando lo consigue recibe una maldición que la castiga condenándola a perder a su amante por una infidelidad. El mito, como tal, pocas veces se ha llevado al cine, a pesar de que se encuentran muchos rastros derivados y similitudes compartidas con las historias de sirenas. Sin embargo, recientemente pude ver una película alemana que, a modo de metáfora, traslada el mito a la contemporaneidad con un resultado tan audaz como emotivo. 


Ondina. Un amor para siempre, la nueva película del director alemán Christian Petzold, toma prestada a la heroína fabulesca para presentar algo novedoso que me pone a pensar y me impresiona moderadamente. El guion lo escribe Petzold. Y está protagonizada por los nuevos usuales del director, Paula Beer y Franz Rogowski, dos jóvenes promesas del cine europeo contemporáneo. Se estrenó este año en el Festival Internacional de Cine de Berlín, donde su estrella, Beer, consiguió el Oso de Plata a la mejor actriz. No es que se trate necesariamente de una especie de secuela espiritual de Tránsito, esa ucronía estupenda y dualística de Petzold sobre el amor atemporal y la inmigración generacional estrenada hace dos años. Pero es a través de ellos que Petzold, apoyado de una estética meticulosa y de metáforas tan volubles como el agua, aborda el mito de una ninfa urbana llamada como las ondinas románticas, con la finalidad, supongo, de dialogar sobre cuestiones relacionadas al pasado sociopolítico de Alemania por medio del vínculo amoroso de una pareja. 




Paula Beer como Undine. Foto de Golem Distribución.


La historia de Undine (Paula Beer), como se llama nuestra dama, comienza cuando está sentada en un café situado en Berlín, con el rostro desilusionado, mientras discute con su novio, Johannes (Jacob Matschenz). La conversación termina en la disolución de la relación. Su prometido la abandona para irse con otra. Decepcionada por el hecho de que Johannes rompió su promesa de amarla para siempre, corre hacia su trabajo como historiadora y guía turística en el Departamento de Urbanismo del Ayuntamiento, en el cual suele impartir conferencias sobre el desarrollo histórico y urbano de Berlín frente a unas maquetas de la ciudad que exhiben los edificios construidos antes de los años 90 en color blanco y los posteriores en color marrón. Los prototipos también contienen una dicotomía entre el Berlín Occidental y el Berlín Oriental. Unos breves planos subjetivos dan la sensación de que alguien la observa desde lejos. Durante el recorrido, en un discreto pero efectivo plano-contraplano, un acercamiento rápido a un primerísimo primer plano refleja su estado de decepción cuando una turista le señala el sitio en la maqueta donde recién ocurrió su ruptura amorosa. Ella trata de olvidar, pero no puede. 



Franz Rogowski y Paula Beer.


La vida del personaje da un giro inesperado cuando se encuentra con Christoph (Franz Rogowski) en los interiores del bar en el que entra a buscar a Johannes. Christoph es un buzo industrial que labora bajo el agua en una presa. Justo en el momento en que ella observa a la figura de un buzo en una pecera, Christoph se introduce cordialmente para felicitarla por la exposición. Se miran discretamente. A ella se le cae el celular al piso. Christoph lo recoge y se lo entrega. Como ella no dice nada, él se va tímidamente, pero tropieza accidentalmente con vitrina. La vibración generada por el golpe causa que la pecera se resquebraje. Ella se percata de que la pecera amenaza con romperse frente a Christoph y rápidamente lo salva. Parte del local queda inundado, aunque ambos terminan en el piso empapados y rodeados de peces. Los dos se miran apasionadamente. Y él la ayuda a remover los pequeños pedazos de vidrio incrustados en su abdomen. La atracción es recíproca. La escena simboliza, sutilmente, la catarsis emocional de Undine y el nuevo amor que golpea su vida tan duro como las olas de una playa.



Franz Rogowski y Paula Beer.


A partir de esa escena específica, la estética de Petzold utiliza herramientas que le permiten ampliar el amorío entre Undine y Christoph, usualmente valiéndose de un riguroso control de la elipsis y de los colores, además de un simbolismo que saca de los fondos al mito de Ondina. Lo exterioriza, primero, cuando Christoph trabaja con su traje de buzo realizando tareas de reparaciones debajo del agua y tiene un encuentro cercano con un pez siluro que lo mira fijamente (clara alegoría de que el pez es Undine). Luego extiende la elipsis en cada una de las escenas en la que se reúnen para subrayar significados que predicen cosas como la adversidad, la muerte y la felicidad efímera, como en la que Undine bucea agarrada de un siluro casi muere ahogada (preludio de que será iluminada por las profundidades del agua), el tren pintado de rojo que augura la pasión y el peligro que se avecina, el color negro mortuorio en el vestuario de Undine que comunica el agonía, los trenes que colisionan para metaforizar el lazo conyugal, el juguete del buzo que se rompe al caer al suelo para enunciar el infortunio de Christoph, el intento de Undine para reparar con pegamento la pierna rota del muñeco (estampando la privación que está dispuesta a pagar para salvar a su amado), la copa de vino tinto derramada sobre la pared que interrumpe el instante de pasión entre Undine y Christoph. También el primer plano, el plano subjetivo que robustece las miradas desde lejos y la música extradiegética compuesta mayormente con un leitmotiv del adagio de Bach. 



Paula Beer como Ondina.


A mí en un principio me parece muy apresurada la manera en que Petzold emplea los mecanismos habituales del melodrama para establecer el idilio entre Undine y Christoph, pero aun así me cautiva verlos cuando se abrazan cariñosamente en la estación del tren, disfrutan desnudos de la calidez de sus cuerpos arropados en un océano de sábanas, bucean a merced de la oscuridad para hallar en la laguna el cofre perdido del amor naciente, conversan sobre el diseño arquitectónico de Berlín. Todo es placentero, mesurado, fabulesco. 


La narrativa alcanza un punto de giro en la escena en que Undine y Christoph, encuadrados con un meticuloso travelling, caminan abrazados por las calles y cruzan por al lado con Johannes y su pareja, a quien Undine observa disimuladamente. Eso da por iniciada la hecatombe. Como Johannes es un manipulador, intenta reconciliarse con Undine, pero esta lo rechaza al darse cuenta de sus verdaderas intenciones. Fuera de campo, Christoph conversa por teléfono con Undine y manifiesta los celos que paulatinamente debilitan la unión.  Al día siguiente, Undine se entera de que Christoph queda en coma tras sufrir un accidente debajo del agua en el casi pierde la pierna. Furiosa y desilusionada, Undine se venga del antiguo amante ahogándolo en una piscina como si estuviera invadida por le espíritu de una ondina, culpándolo por ser el responsable de su angustia. Derrotada por la desasosiego, Undine recurre al suicidio como acto de penitencia, condenada a morir en las profundidades del lago. Y su simbólico sacrificio marítimo le devuelve la vida a Christoph. 



Paula Beer y Franz Rogowski.


En la superficie uno pensaría que se trata solamente de un romance entre dos personas y de las vicisitudes que atraviesan para fortificar su conexión, pero la estructura de la película contiene dos capas de lectura que se superponen una encima de la otra y añaden cierta complejidad a la sencillez del relato. La primera modela una revisión invertida de una de las tantas versiones del mito de la tragedia de Ondina para señalar el dualismo inseparable que hay entre el amor y la muerte. Esto es más que visible cuando la protagonista fallece pensando que su cónyuge ha fallecido, aunque una ligera adición de realismo mágico pondera que, en efecto, sus acciones le devuelven la inmortalidad. La segunda, elabora un comentario social y político muy subterráneo sobre la historia de los dos bloques de Alemania (Alemania del Este y Alemania del Oeste). Undine representa la primera y Christoph la segunda. La sobreimpresión de la arquitectura berlinesa sobre sus rostros corroboran la parábola. Para Petzold, ellos dos son Berlín. La intertextualidad es evidente. Y su atadura evidencia las contrariedades que atravesaron las dos facciones para lograr un estado reunificado, olvidando el trágico pasado y siguiendo unidos hasta una eternidad incierta, expresado quizá con mayor rigor en la climática y onírica secuencia en la que Christoph sigue con su vida, espera ser padre e, invadido por la desilusión de no tener a Undine a su lado, piensa suicidarse en el río, pero en un gesto noble, Undine, transformada ya en una sirena fantasmagórica que vive en el río, lo rescata para que este sea feliz por el resto de sus días. Un primer plano encuadra detenidamente la forma en la que se toman de las manos antes de la despedida, bajo un colorización azul que acentúa el equilibrio. 


No esperaba llevarme una sorpresa, pero esta película me hace pasar un rato muy agradable con la fábula moderna de la ondina de agua dulce apaleada por la malaventuranza. A decir verdad, funciona plácidamente por esa química maravillosa que hay entre Beer y Rogowski y por ese planteamiento figurativo sobre los dilemas del amor. Cuando ellos están juntos, se dibuja una sonrisa en mi cara que me sumerge en sus problemas. Su emparejamiento a las órdenes de Petzold parece algo sacado de un cuento de hadas. Desconozco si algún día volverán a colaborar juntos, pero espero que sí. Mi regocijo se incrementa hasta que se funde a negro. Es un film poético, onírico y muy conmovedor de ese cineasta de cabecera de la Escuela de Berlín.



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Ficha técnica
Título original: Undine
Año: 2020
Duración: 1 hr 29 min
País: Alemania
Director: Christian Petzold
Guión: Christian Petzold
Música: 
Fotografía: Hans Fromm
Reparto: Paula Beer, Franz Rogowski, Maryam Zaree, Jacob Matschenz,
Calificación: 7/10

Tráiler de la película


The Assistant

Admito que The Assistant, de Kitty Green, no es una película que consiga cautivarme durante una hora y media, pero tiene un comentario interesante sobre la vida laboral y el acoso sexual dentro de la industria del cine que, en lugar de causarme indignación, me mantiene, digamos, indiferente por la manera tan blanda en que se ejecuta. Entiendo que hoy en día es una de las cosas mencionadas en la esfera pública y sobre todo denunciadas a cada rato por las legionarias del movimiento MeToo, pero no creo que lo que trata alcance una relevancia necesaria si no se llega a una conclusión determinada y la narrativa carece de golpes de efecto que sean sorpresivos. Green apuesta por el lado acomodaticio de la ambigüedad. Y lo presenta con la historia de Jane, una joven que aspira a ser productora de cine y que, por casualidad de la vida, trabaja como asistente en la productora cinematográfica de un poderoso ejecutivo de la industria del entretenimiento. Durante un día de su rutina laboral, la veo sacándole fotocopia a los guiones, preparando el café, recibiendo llamadas de gente indeseable, organizando la agenda de viaje, leyendo mensajes de correo, aburriéndose frente al ordenador, escuchando los chismes de los colaboradores, compartiendo el ascensor con Patrick Wilson. Y casi no pasa nada en los interiores de la claustrofóbica oficina, hasta que ella empieza a sospechar que hay un comportamiento inapropiado de alguien que acecha a las víctimas detrás de las paredes e intenta manifestar su queja con el superior inmediato de Recursos Humanos. Green la encuadra en una puesta en escena seca en la que predomina ese color grisáceo que resalta el estado de ánimo de la muchacha, el fuera de campo en el que se hallan los acosadores y los cómplices, algunos reencuadres y travellings delicados, los sonidos diegéticos que amplifican las dudas, los silencios y las miradas contemplativas, los diálogos minimalistas, el ritmo parsimonioso concebido por planos de larga duración. La actuación de Julia Garner es algo efectiva comunicando la fatiga y la indignación silente con los gestos y la mirada, de esa protagonista reservada que desenmascara la masculinidad tóxica y la cultura del acoso en una empresa. Desafortunadamente, ni siquiera eso pueda impedir un resultado previsible que no supone nada relevante.



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Calificación: 6/10