En esta nueva película, el director británico Edgar Wright vuelve a jugar con los géneros a ritmo de música y luces para ilustrar los claroscuros del distrito de Soho de los Swinging Sixties.
Se dice que a Edgar Wright se le ocurrió la idea de Last Night in Soho mientras estrenaba Hot Fuzz: super policías’ en 2007. Su intención era homenajear, a través de un viaje de nostalgia, las luces del showbiz del distrito de Soho en Londres y la estética pop de los Swinging Sixties, pero también tratar de capturar los callejones sombríos como si se tratara de una alucinación de esas que aniquilan el idealismo a punta de cuchillo. Tras el rodaje de Una noche en el fin del mundo en 2013, presentó el proyecto a los productores. Y más tarde en 2019 comenzó a escribir el guión junto a la guionista Krystin Wilson-Cairns, arrastrándola hasta los bares del sótano de Soho donde le contó la historia que salió de su cabeza. Como es cinéfilo y, además, melómano (como lo exhibe en muchas de sus películas donde la música es narración), escribió el guión en colaboración con Wilson-Cairns y formó el híbrido partiendo de las anécdotas de mayoría de edad que le contaban sus padres y la colección de discos de canciones populares del período, tomando además como fuente de inspiración unas cuantas películas británicas de la década de 1960. Tras la posproducción, estaba pautada para estrenarse en el 2020, pero a causa de la peste tuvo que mover su fecha de estreno.
En la actualidad El misterio de Soho se ha estrenado en las salas de cine de mi país y he tenido la oportunidad de ir a verla para analizar el nuevo producto de Wright. Y debo decir que me ha cautivado. La película no solo refleja de nuevo las preocupaciones de Wright para revisar los géneros cinematográficos con giros enérgicos como ya lo había hecho en la trilogía del Cornetto, Scott Pilgrim vs. the World y posteriormente en Baby Driver, sino que, además, construye un ejercicio de terror psicológico bastante estilizado en el que abunda el frenesí y las pesadillas laberínticas para señalar el lado oscuro del Soho del Swinging London, casi como una mezcolanza referencial entre Suspiria y Repulsion. Está ensamblada con ritmo, colores, música y vitalidad. Su trama, consciente en todo momento de los artificios del horror giallo y el misterio, me resulta contagiosa cuando menos lo espero y me provoca un par de sobresaltos por la simbiosis de las dos heroínas que interpretan con mucho entusiasmo Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy.
El misterio de Soho relata la historia de Eloise Turner (Thomasin McKenzie), una joven introvertida que ama la moda de los años sesenta y como melómana disfruta de la música del periodo, habitualmente encerrada en su cuarto mientras baila muy entusiasmada y se cubre con los vestuarios hechos por ella con el papel de los periódicos. Un ligero raccord entre la música del tocadiscos detenida por la caída de una fotografía de su madre y su abuela frente a Criterion, señala la fragmentación que se avecina. Ellie, llamada por su apodo, desea convertirse en diseñadora de moda, quizá para seguir los pasos de su madre, que también fue una diseñadora, pero que se suicidó cuando ella era pequeña, marcándola para siempre hasta el punto en que frecuentemente ve su fantasma cuando se mira en los espejos. Se acerca a lograrlo cuando obtiene una beca para estudiar en el London College of Fashion, pero antes de partir tiene un diálogo casi profético con su abuela.
Durante el coloquio, su abuela habla un poco sobre las experiencias regocijantes que tuvo con su hija en aquellos años como diseñadoras de moda, pero también de la gentuza y de los “peligros” que asechan en Londres, advirtiéndole a Ellie que tenga cuidado porque, a diferencia de su madre (a la cual le pasó algo estando allí), ella tiene un don que le permite “ver” y “sentir” cosas de una manera distinta. Ellie responde: “quizá ahí no me acuerde tanto de mi madre”. El diálogo en cuestión saca a la luz que la motivación, o mejor dicho, la ambición de Ellie como diseñadora de moda se debe a que anhela redimir la memoria de su madre, pero también que la partida de su madre la afecta psicológicamente, anunciado de forma temprana su fraccionamiento identitario.
El argumento presenta a Ellie como una muchacha tímida, reservada, ambiciosa y muy solitaria, cuya travesía a Londres se dificulta por la compañía detestable de una compañera de cuarto esnob y envidiosa que lidera un grupo de chismosas más o menos igual que ella. Como no parece encajar en ese círculo de toxicidad, y solo John (Michael Ajao), un estudiante negro parece entenderla, se muda sola a una habitación en la propiedad de la anciana Alexandra Collins (Diana Rigg). A partir de su estadía en la residencia de la señora, varios golpes de efecto sueltan pistas discretas que señalan los problemas psicológicos de la identidad fragmentada de Ellie cuando tiene alucinaciones de personas desconocidas a través de los espejos. El detonante se amplía en una secuencia nocturna en la que Ellie tiene un sueño vívido que la traslada en vivo y en directo al sector de Soho de la década de los 60. El plano de los tocadiscos, las luces intermitentes de rojo y azul que bombardean el aposento y la música diegética de “You’re my World” de Cilla Black, simbolizan la entrada de Ellie a su mundo deseado: los sesenta ya no huelen a nostalgia, sino que, ahora, se convierte en la irrealidad. Y Ellie, como una sonámbula agradecida por el sueño hecho realidad, se da cuenta de que la protagonista de su aventura (que es ella misma) es una joven rubia llamada Sandie (Anya Taylor-Joy), una aspirante a cantante que, a diferencia de ella, es decidida, extrovertida, y en el Café de Paris, coquetea con el apuesto Jack (Matt Smith) e inmediatamente comienza una relación con su James Bond.
Aunque esta premisa de la chica encarcelada en el sueño no es novedosa, Wright emplea una serie de dispositivos diegéticos que funcionan para dimensionar el espacio de intimidad que se gesta en la mente de Ellie cuando ella espera a que termine su día aburrido en la escuela de moda para ir por las noches al mundo de los sueños a observar a la rubia de Soho. Por medio de la música, la elipsis, el encuadre móvil, el uso psicológico del color (rojo y azul) y, especialmente, el sobreencuadre presente en muchísimos planos (sobre todo en las ventanas y los espejos) establece una narración subjetiva que se construye con los datos de la experiencia de individuación de la heroína y que, por así decirlo, dota de espesor a los acontecimientos de su mundo y las percepciones más intrínsecas que poco a poco transforman su motivación porque, al refugiarse en el sueño del pasado protagonizado por Sandie, ella adquiere la inspiración que la dura realidad le ha quitado para reemplazarlo por su fragilidad emocional (la pérdida de la madre, los atropellos, las burlas, etc.). Por una parte estructura los episodios felices de la cotidianidad idealizada por el sueño y, por el otro, muestra cómo la ensoñación real lentamente se muta en una pesadilla.
La narrativa revela que el proceso de sustracción que aísla a su protagonista de la realidad ajena del mundo es ocasionado porque, secretamente, ella ve a Sandie como una modelo a seguir y por eso mimetiza parte de su personalidad. Por esa razón Ellie sueña varias veces con Sandie, y en el mundo real adopta su seguridad, tiñendo su cabello de rubio, cambiando su estilo para vestir a la moda de los sesentas, ganando fama en el instituto con los diseños de sus vestidos por encima de las envidiosas y consiguiendo un trabajo en un pub para sustentarse y pagar la renta, donde ocasionalmente también se topa con un misterioso anciano canoso con la cara de Terence Stamp que piensa que ella le resulta familiar. El pasaje de ida y vuelta a los sueños que tiene Ellie la pone a mirar desde lejos la audición que Sandie tiene con éxito en un club nocturno de Soho organizado por Jack, los encuentros apasionados en el mismo cuarto de Ellie, los bailes exóticos en un espectáculo burlesque en el Rialto donde un montón de caballeros ensacados le aplauden a las piernas de las bailarinas, pero también las malas noches de Sandie en la que prima las discusiones de pareja, el engaño que ilustra la cara malvada de Jack, la decepción engendrada por la prostitución que la hacen acostarse con hombres despreciables que comparten los mismos rostros deformes. El viaje de autodescubrimiento de Ellie, que un principio era paradisíaco por su amor a los años 60, es ahora, en su estado de vigilia, la manifestación de alucinaciones perturbadoras de Jack y de los hombres sin rostros que abusan de Sandie.
Las digresiones persistentes y recurrentes de desrealización que experimenta la protagonista a partir de esos sueños horribles evocan sobre mí una sensación de claustrofobia que es tan perversa como placentera y me recuerdan a Deneuve agobiada en esos pasillos infernales de Polanski donde la realidad y el sueño son el producto de una misma cosa. En el tercer acto se intensifica cuando Ellie, tras una salida a una fiesta de Halloween con John, tiene grotescas visiones de hombres sin rostros que aparecen por todas partes y una en la que Jack asesina con un cuchillo a Sandie en su dormitorio, y luego hace de detective para investigar si el homicidio pasó de verdad, acudiendo a la policía que no la toma en serio, leyendo periódicos de la época sobre personas que desaparecieron sin dejar rastros, pensando que el homicida es el señor que a veces la seguía, corriendo como una desquiciada por las calles londinenses, y, finalmente, llegando a la climática confrontación en la casa del terror donde duerme y la señora Collins le dice que ella es Sandie y ha matado con su cuchillo a todos esos hombres con los que se acostaba como represalia, esperando matarla a ella también para que no revele la verdad que, como ya he mencionado, carece de lógica porque es solo fruto de su imaginación. El plano final, en el que luego del episodio escabroso la exitosa Ellie mira en el espejo a su madre y a Sandie (implicando que ambas en realidad son la misma persona), corrobora el dialelo con las letras de la canción icónica de Dave Dee, Dozy, Beaky, Mick & Tich.
Parecería como si el fondo de la película solo retrata en la superficie un enfoque punitivo hacia los personajes femeninos que era común en algunas películas británicas de los 60, en la que la chica soñadora que desea triunfar en los escenarios es duramente castigada por el entorno cruel administrado por los hombres, pero el discurso sobre el pasado de Soho apunta para otro lado. Soho es una zona exclusiva de Londres en la que el ocio es la principal fuente de comercio. Durante los Swinging Sixties del siglo XX, era conocida popularmente por los lugares de entretenimiento de vida nocturna como los pubs, los cines, los clubes nocturnos y los cabarets que iluminaban las calles con letreros con luces de neón, pero también contenía un sector lóbrego donde predominaban los sex shops, las ventas ilegales de drogas y los prostíbulos. Hoy es predominantemente un distrito saturado de tiendas de moda y restaurantes caros.
Por lo tanto, en el exterior Wright utiliza el espacio de esa área multicultural no solo para rendir tributo al pasado, sino, también, para intentar reflejar las corolarios de la nostalgia como forma de escape, comunicando que el pasado, por más interesante que parezca, tiene sus demonios y hay que dejarlo descansar. Pero de una manera recóndita también ostenta a través de su heroína la cosificación sexual de la mujer que es tratada por los hombres como muñeca de porcelana, de la mujer que se ha cansado de ser la víctima y ahora sostiene con su mano el cuchillo marca slasher de la justicia feminista para acabar con el dominio masculino sin rostro que la oprime en los locales de mala muerte. Aunque el texto responde a los temas que tanto están de moda actualmente, nunca deja de ser sutil.
No creo que se trate de la película más significativa de filmografía variopinta de Wright, a vece algunos elementos están sobrando, pero me parece endiabladamente entretenida cuando avanza a un ritmo bastante ágil de colores y música para narrar las peripecias psicológicas de esa joven atrapada por los sueños pesadillescos de los fantasmas de Soho que nunca existieron. Su reproducción del período de los Swinging Sixties es maravillosa. Destaco la actuación de Taylor-Joy como la chica rubia glamurosa e independiente que asesina hombres, y la de McKenzie como la modista quimérica y ciclotímica que no anda bien de la cabeza. Todo se reduce al juego de duplicidad entre esas dos jóvenes actrices que, si no me equivoco, tienen un futuro muy brillante. Cuando ellas están en la pantalla las noches de Soho se tornan divertidas, pero también bastante siniestras, como si fueran pesadillas en clave de nostalgia. Una locura total.
Ficha técnica
Título original: Last Night in Soho
Año: 2021
Duración: 1 hr 56 min
País: Reino Unido
Director: Edgar Wright
Guión: Krysty Wilson-Cairns, Edgar Wright
Música: Steven Price
Fotografía: Chung Chung-hoon
Reparto: Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith, Terence Stamp
Calificación: 7/10
Título original: Last Night in Soho
Año: 2021
Duración: 1 hr 56 min
País: Reino Unido
Director: Edgar Wright
Guión: Krysty Wilson-Cairns, Edgar Wright
Música: Steven Price
Fotografía: Chung Chung-hoon
Reparto: Thomasin McKenzie, Anya Taylor-Joy, Matt Smith, Terence Stamp
Calificación: 7/10
Crítica de la película 'El misterio de Soho', dirigida por Edgar Wright y protagonizada por Thomasin McKenzie y Anya Taylor-Joy.
0 comments:
Publicar un comentario