Crítica breve de 'Duelo en la alta sierra' (1962)

Duelo en la alta sierra
Tras unos cuantos años sin revisar la filmografía de ese rebelde de Hollywood llamado Sam Peckinpah, regreso a ella con el visionado de Duelo en la alta sierra, su segunda película como director. Se trata de un western revisionista en el que Peckinpah solidifica su estilo desmitificando los códigos del género para dialogar sobre la amistad, la lealtad y la traición de los vaqueros decadentes, pero al que le falta un poco de pólvora narrativa para ser emocionante. Su trama se ambienta a principios del siglo XX y sigue a Steve Judd, un antiguo agente de la ley, hombre duro y honesto, que es contratado por los banqueros de un poblado para transportar oro desde un campamento minero en las montañas de la Sierra Nevada hasta la ciudad de Hornitos en California, ya que los mineros anteriores murieron asesinados por unos bandidos. La travesía del vaquero, que cabalga por las llanuras al lado de su mejor amigo y un joven vaquero, tiene un arranque interesante cuando dialogan sobre versos de la biblia, montan a caballo esperando la desconfianza y se detienen a descansar en el rancho de un granjero religioso que vive con una hija que anhela escapar de su autoridad. Pero me temo que el viaje se vuelve algo predecible cuando Peckinpah utiliza el MacGuffin del oro y la damisela en peligro para colocar a los vaqueros protagonistas en el trayecto de la confrontación con los hermanos forajidos estereotipados que asedian un pueblo decadente y metaforizar, además, cómo la codicia destruye la confianza y la amistad. Las acciones de sus personajes me resultan un poco blandas, a pesar de ese tono desmitificador que los muestra a plena luz del día como héroes crepusculares, sórdidos, cínicos, derrotistas, agobiados por el pasado, alejados de la ley, que esperan encontrar la última redención en medio de la violencia más explícita de un salvaje oeste que ha perdido todos los valores morales. En términos proxémicos, me agrada la manera en que el espacio del terreno acentúa la tranquilidad, pero también la brutalidad inesperada de los que transitan por ahí. También la estética empleada por Peckinpah que le añade identidad propia a su estilo al usar, en ocasiones, el primer plano, el encuadre móvil de una cámara que busca constantemente rostros e inquietudes y, sobre todo, el gran plano general que captura en CinemaScope panorámicas hermosísimas a lo largo de la transitoriedad de las locaciones. Solo la tensa escena la cantina de la prostitución (que presagia la crueldad de Perros de paja) consigue engancharme cuando los cowboys rescatan a la muchacha ingenua recién casada con el rufián antes de recibir una violación grupal de los hermanos borrachos. Desafortunadamente, ni eso logra evitar mi indiferencia en el tiroteo del monte o en la climática balada final donde los pistoleros enemistados, interpretados decentemente por Joel McCrea y Randolph Scott, se redimen desenfundado sus revólveres para matar a tiro limpio a los bandoleros, recuperando así el honor perdido por el paso del tiempo, tal y como sucede en La pandilla salvaje.

Ficha técnica
Título original: Ride the High Country
Año: 1962
Duración: 1 hr 34 min
País: Estados Unidos
Director: Sam Peckinpah
Guion: N.B. Stone Jr.
Música: George Bassman
Fotografía: Lucien Ballard
Reparto: Randolph Scott, Joel McCrea, Mariette Hartley, Ron Starr, Edgar Buchanan,
Calificación: 6/10

Crítica breve de la película 'Pistoleros al atardecer', dirigida por Sam Peckinpah y protagonizada por Randolph Scott y Joel McCrea.

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