Crítica de la película «El vídeo de Benny» (1992)

El vídeo de Benny
Tras unos cuantos años sin revisar la filmografía de Michael Haneke (siendo Un final feliz la última que recuerdo haber visto), consumo durante casi dos horas las imágenes de El vídeo de Benny y, para mi sorpresa, no encuentro en ellas nada que me remueva las vísceras o que me altere los estados de ánimo. Tiene a lo justo un arranque tenso y perturbador en el que Haneke implementa algunos códigos del cinéma vérité para examinar el impacto de la violencia en una sociedad posmoderna alienada por la imagen, pero sus efectos se pierden entre grabaciones parpadeantes y pretensiones estéticas más allá de la media hora, en donde por momentos tengo la sensación de que los personajes repiten inútilmente las mismas acciones a puertas cerradas y permanecen en una zona demasiado higienizada para que el video ensayo tenga justificación textual. Su argumento se sitúa en Austria y sigue a Benny, un chico introvertido que tiene el pasatiempo de grabar videos caseros con una cámara a la que lleva a todas partes (incluyendo el disparo a quemarropa de un cerdo en una granja que rebobina con cierto morbo) y que suele frecuentar un videoclub para alquilar videocasetes, pero cuya naturaleza perversa y psicopática sale a la superficie un día en el que, aprovechando la ausencia de sus padres durante un fin de semana, invita a su casa a una jovencita de su edad a la que termina asesinando de varios disparos luego de mostrarle sus cintas de video, sin mostrar ningún rastro de empatía humana mientras ella se desangra en el suelo y ocultando más tarde su cadáver en un armario de la habitación (se entiende que antes de esto practica la necrofilia sobre la occisa). En la parte más transparente el acto gráfico de homicidio funciona para esquematizar un comentario de mayoría de edad sobre los impulsos sexuales y la rebeldía adolescente ocasionada por la falta de afecto paternal, sin embargo, en su lado más oscuro Haneke interroga el poder transgresor de las imágenes televisivas y la forma en que esta manipula a los espectadores, entendido también como la insensibilidad de un joven provocada por el visionado obsesivo de violencia sin filtro que se ofrece en las programaciones habituales de los canales de televisión. Esta mirada, casi profética, es especialmente cierta cuando Benny muestra su comportamiento errático, cruel, desprovisto de emociones, absorbido a perpetuidad por el trastorno de desrealización que lo mantiene atrapado en los marcos limítrofes de las pantallas que ve (para él la realidad experimentada es percibida ya como un medio televisivo del que no hay escapatoria y donde no hay distinción entre lo real y lo ficticio). El caso es que, lejos de los subrayados sobre el carácter destructivo de la imagen, la trama pierde el grado de pulso cuando emplea a los personajes solo como autómatas con el único fin de sostener su discurso, donde todo luce demasiado repetido en el juego de complicidad y destrucción de evidencias entre el padre, la madre y el hijo; como si se tratara de un video de advertencia rebobinado hasta el paroxismo para alertar al público sobre los efectos nocivos de la violencia televisiva. Nada de lo que veo me causa frío o calor. Solo me entusiasma, eso sí, la manera en que Haneke utiliza mecanismos estéticos como el sobreencuadre, el plano subjetivo y el fuera de campo para señalar el cuadro psicológico de ese chico obsesionado con mirar que interpreta soberbiamente Arno Frisch, en un rol que sirve como antesala de Funny Games.

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Ficha técnica
Título original: Benny's Video
Año: 1992
Duración: 1 hr 50 min
País: Austria
Director: Michael Haneke
Guion: Michael Haneke
Música: 
Fotografía: Christian Berger
Reparto: Arno Frisch, Angela Winkler, Ulrich Mühe, Ingrid Strassner
Calificación: 5/10




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