Crítica de la película «Crash: extraños placeres» (1996)

Crash
Alcanzo a ver una versión remasterizada de Crash: extraños placeres, una película en la que el director canadiense, David Cronenberg, continúa su exploración por las vías del cuerpo humano como instrumento de espanto, como lo ha demostrado en casi todas las obras de su filmografía. De alguna, su arranque me engancha con su premisa original extraída del motor ficcional de J.G. Ballard, pero me temo que su vehículo erótico de sinforofilia pierde combustible y se accidenta en carreteras repetitivas, donde continuamente el tópico manoseado me deja de impactar y, dicho sea de paso, me veo asaltado por la extraña sensación de que no va a ninguna parte en específico. La trama, adaptada de la novela homónima de Ballard con guión de Cronenberg, sigue a James Ballard, un productor de cine que atraviesa una crisis matrimonial con su esposa Catherine y tiene sexo con ella sin ningún tipo de entusiasmo, pero cuyo destino da un giro cuando tiene un accidente automovilístico que lo lleva luego a tener relaciones con la esposa del pasajero muerto, la Dra. Helen Remington, y a conocer a Robert Vaughan, el jefe de una secta siniestra de personas que son adictas al fetiche de las colisiones de tránsito y el sexo en automóviles. El asunto me atrapa, al menos al principio, por la originalidad que se muestra ante mis ojos cuando el protagonista, motivado por el líder sociopático del Lincoln convertible, consume por las noches la droga de observar los accidentes automovilísticos y folla a las mujeres que se suben en la parte de atrás como en un episodio de posesión. Pero por alguna razón, Cronenberg mantiene a los personajes en una superficie demasiado rutinaria que se desgasta como un neumático cada vez que las acciones se reducen al show de automóviles donde casi nunca se interroga la psicopatología más allá de las descripciones superfluas que los presenta como maniquíes para ensayos de choque al servicio del thriller erótico más convencional. La falta de impulso me parece más notable en la segunda mitad donde todos los caminos conducen a la fetichización de ver carros accidentados como rasgo de erotismo, en la que Cronenberg utiliza la sinforofilia como una parábola casi profética que examina, ante todo, cómo las nuevas formas de tecnología modifican el placer y alienan los deseos humanos en las autopistas de la experimentación, donde la sexualidad y los cuerpos no son más que objetos mecánicos artificiales que solo responden a obsesiones inmediatas. De los actores me olvido rápido de la presencia blandengue de James Spader, pero encuentro interesantes, primero, la de Deborah Kara Unge como la amante rubia con la mirada de femme fatale y, segundo, la de Elias Koteas como el perverso conductor que persigue a sus víctimas en la carretera perdida de la excitación. Cronenberg se toma la molestia de encuadrarlos en una puesta en escena que goza de algunas señas visuales y de planos que evocan con cierta consistencia las atmósferas urbanas adornadas de coches, luces y autopistas congestionadas. Pero, desafortunadamente, el material pornográfico que ofrece no tiene suficiente sustancia y muchas veces se desvía hacia el barranco previsible. 

Ficha técnica
Título original: Crash
Año: 1996
Duración: 1 hr 40 min
País: Canadá
Director: David Cronenberg
Guión: David Cronenberg
Música: Howard Shore
Fotografía: Peter Suschitzky
Reparto: James Spader, Deborah Kara Unger, Holly Hunter, Elias Koteas
Calificación: 6/10

Crítica breve de la película 'Crash: extraños placeres', dirigida por David Cronenberg y protagonizada por James Spader y Deborah Kara Unger.

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