Crítica de «Pobres criaturas»: fábula inerte sobre posfeminismo

 En su regreso al cine tras una ausencia de cinco años, Yorgos Lanthimos insiste en otra fábula sobre feminidad.


Pobres criaturas



Desde hace algunos años, específicamente desde el éxito conseguido en Hollywood, el cine del director griego Yorgos Lanthimos ha desarrollado algo que yo llamo la poética de la feminidad. Esta poética examina a fondo la condición de la mujer en los distintos aspectos de la vida cotidiana y, en su núcleo discursivo, utiliza a los personajes femeninos como herramientas textuales que deconstruyen el rol de la feminidad ampliamente aceptado como norma por los manuales establecidos por el patriarcado. Está presente con grado de ímpetu en La favorita, en la que erige un tríptico de las tres edades de la mujer a través del vínculo que desarrolla la obstinada reina Ana entre una duquesa y una cortesana; en un bizarro juego de celos, traición y poder que subvierte los estereotipos comúnmente representados del cine de época ubicado en el siglo XVIII. Sus personajes son mujeres fuertes, independientes, abúlicas, cuya transgresión se halla en los diálogos y, además, ejercen la autoridad en los entornos dominados por hombres inútiles para reponer los placeres terrenales que sirven como modelo de obsesión y de catarsis. De algún modo, parecería como si el señor Lanthimos tiene en mente una trilogía que está en marcha sobre esta materia.

En Pobres criaturas, Lanthimos recupera algunas de las variables de esa sustancia poética, sospecho, para encajar con esas tendencias feministas que llevan ya más de una década instaladas de facto en las oficinas del cine woke de Hollywood. Del pasado Festival de Cine de Venecia salió con una ovación de pie de varios minutos antes de conquistar el León de Oro que se otorga a la mejor película proyectada. Las loas que ha recibido desde entonces me obligan a verla para tratar de encontrar la presunta magnificencia que seduce a millones. Pero tras durar casi dos horas y media me doy cuenta de inmediato de que estoy en el polo opuesto. A lo justo tiene un arranque atrapante que se acentúa en mayúsculas con las florituras estéticas que añaden elegancia a la puesta en escena con los escenarios barroquistas de incisión retrofuturista, fruto de un diseño de producción elevado al cuadrado. Pero poco a poco su fábula sobre ascensión posfeminista abandona el lado provocador para caer en una inercia de momentos repetitivos que reducen la figura de Emma Stone a la de una muñeca de porcelana al servicio del fetichismo más obvio. La ausencia de emoción es notable mientras avanza hacia lo previsible.

Willem Dafoe como Godwin. Fotograma de Searchlight Pictures.



El argumento está basado en la novela de Alasdair Gray publicada en 1992 y se ambienta en un Londres victoriano extraído de una ucronía. El prólogo muestra a color primero el de suicidio de una mujer con vestido azul que se lanza al río. Luego pasa a un blanco y negro. La protagonista es Bella Baxter (Emma Stone), una joven con el comportamiento de una niña que es producto del experimento de un excéntrico cirujano llamado Godwin Baxter (Willem Dafoe). En medio de las sesiones del laboratorio, el doctor Baxter le dice a un estudiante de medicina, Max McCandles (Ramy Youssef), que él rescató a la mujer moribunda que saltó al río y, dándose cuenta de que estaba embarazada, para salvar a la criatura se dispuso a reemplazar el cerebro de la difunta madre por el del feto no nacido, con la finalidad de que la bebé habitará el cuerpo adulto de su madre. Tras la operación, Godwin se encarga de criar a Bella y de custodiar como padre su conducta anómala en el exterior (al principio ella actúa como una niña a pesar del exterior adulto, aunque después madura su propia expresividad). A medida que crece, Bella explora su propio cuerpo y descubre el placer que produce la masturbación, además de desarrollar una inteligencia que le permite aprender velozmente todas las cosas que le causan dudas. Antes de que Max le pida la mano para el matrimonio, Bella, impulsada por la curiosidad de explorar el mundo exterior, se escapa con Duncan Wedderburn (Mark Ruffalo), un abogado mujeriego (contratado para revisar el acuerdo nupcial) con el que tiene relaciones sexuales en una noche de fuegos artificiales.


Emma Stone como Bella. Fotograma de Searchlight Pictures.

 
De entrada, en la narración Bella es mostrada como una mujer atrevida, curiosa, apática, desvergonzada, de pelo negro, que no teme para nada en decir lo que piensa y, en su estela de ingenuidad, colisiona frontalmente con las normas prefabricadas de la sociedad civilizada, mientras desenmascara vilipendios asociados a los hombres como la masculinidad tóxica, el machismo, el sexismo, el acoso sexual, la violencia de género. Ella en un principio es una especie de mujer-autómata, asexuada, que quiere vivir a su manera, pero que, en su mecánica de aprendizaje, se ve controlada por ideal femenino inducido por las doctrinas patriarcales y se limita solo a mimetizar conductas específicas que encarcelan su libertad. Esto es especialmente cierto durante el largo viaje de autodescubrimiento en el que Bella, desde del interior de un crucero que salió de Lisboa, mantiene relaciones sexuales con Duncan como si fuera una ninfómana y luego, al adquirir nuevas experiencias, se vuelve difícil de controlar hasta el punto de que el libertino abogado la mete de contrabando en una maleta. La lectura y la adquisición de nuevos conocimientos, inducidos por un amigo afroamericano y algunas de las mujeres que conoce, incluyendo un episodio en el muelle de Alejandría en el que es testigo del sufrimiento de los esclavos pobres, convierten a Bella en una dama indómita que aprende a pensar por sí misma y que no depende del lujurioso abogado que se hunde en el alcohol y el juego.


Emma Stone y Mark Ruffalo

 
No voy a negar que lo que veo me agrada, al menos, durante la primera mitad en la que observo que Lanthimos, con una precisión quirúrgica, me invita a razonar sobre el destino de Bella con un extraño híbrido entre el drama erótico, la comedia negra y la ciencia-ficción de tinta gótica, estructurado con un tono fantástico que en su engranaje de alteridad desentraña algunos mecanismos cercanos al realismo mágico. Respiro una atmósfera opresiva en los pasillos de la enigmática mansión de Godwin. Y me intereso al rato de ver a Bella y a Duncan estacionados en las calles de París con frío y sin dinero, mientras ella se las ingenia para conseguir empleo en un burdel de una madame que le sirve de refugio para ganar dinero ejerciendo la prostitución y satisfacer sus necesidades sexuales con hombres vulgares. La desnudez gráfica tiene un carácter asexuado que se abstiene a cosificar a la mujer. Pero tengo la sensación de que su narrativa no va a ninguna parte. 

Al alcanzar la segunda mitad, me vuelvo prisionero de una abulia que se prolonga, ante todo, por la rutina aburrida que reduce las acciones de Bella a un automatismo artificioso que obedece a un discurso militantemente posfeminista sobre la emancipación femenina entendida como la rebeldía de una mujer moderna que crece sin condicionamientos sociales y rechaza los valores convencionales que se suelen asociar al rol tradicional de feminidad impuesto por el orden patriarcal en una sociedad de clases. Esto responde a la forma en que cierta fórmula, unida a una intención ideológica, cambia por completo la naturaleza de la persona.




El renacimiento de Bella, en términos generales, simboliza la ruptura de una mujer que se niega a someterse de nuevo a las presiones sociales y a la discriminación sistemática (violencia doméstica, opresión sexista, tabúes sexuales) que es ejercida por algunos hombres que ven a las mujeres como objetos del deseo sexual, algo esquematizado desde la secuencia inicial que señala que la madre de Bella se suicidó porque pensaba abortar su embarazo para impedir darle una hija al general aristocrático y misógino que la laceraba su dignidad al abusar de ella. El texto en cuestión, con un repaso abiertamente misándrico, puntualiza las miserias internas de los hombres en el contexto de las clases sociales (posesión, sexo, dinero, lujo, etc.) de la época victoriana, pero también ilustra la manera en que la mujer es capaz de asumir una nueva identidad para señalar los males morales de los hombres y formarse lo suficiente como para tomar decisiones que la obliguen a salir de la circularidad heteronormativa. El problema, supongo, es que la metáfora posfeminista cae en un espacio reiterativo que me fatiga.

Visto desde la superficie los personajes de Lanthimos son solo figuras subordinadas a un didactismo rebuscado y no hay mucha profundidad más allá de las descripciones aparentes. Sin embargo, encuentro interesante algunas de las actuaciones del reparto. Dafoe es el primero en mi lista cuando se apoya del maquillaje prostético para interpretar a Godwin como el prototipo de un científico loco, de rostro desfigurado, que quiere a Bella como si fuese su hija y experimenta con mujeres en su laboratorio como si fuera una versión renovada de Frankenstein, destacándose con soliloquios cientificistas que tienen un agudo sentido del humor. A Ruffalo lo olvido como el galán caprichoso, oportunista y malvado que rapta a la joven inmadura para aprovecharse de sus servicios sexuales. Stone, por otra parte, tiene una actuación que me interesa hasta cierto punto cuando aprovecha el acento, la voz peculiar, la mirada de sus ojos grandes y los gestos histriónicos para interpretar a Bella como una mujer automatizada, en plena transformación, sedada por la lobotomía para evadir el trauma, que detecta con su cuerpo el poder de la sexualidad femenina y se empodera con sus propios métodos de crueldad con el fin de suprimir las injusticias de género organizada por la dictadura masculina. Cuando Stone está en pantalla demuestra su pericia física para el movimiento y un poco de carisma en su forma de expresarse, pero muchas veces queda reducida a la imagen fetichizada de una muñeca sexual, en un registro que reitera inútilmente las mismas manías artificiosas sin ningún rigor cómico o dramático.



 
Con estos personajes, Lanthimos encuadra el asunto del cuento de hadas victoriano con unas cualidades estéticas que representan el punto más sólido de la película. Para empezar, le presta especial atención al detalle a unos escenarios que reproducen el período con una autenticidad que, a veces, construye la arquitectura con un estilo que toma elementos prestados de la novela gótica y del retrofuturismo steampunk, donde los edificios victorianos se contrastan con tecnología anacrónica de algún futuro lejano. En adición a eso, noto que goza de un estilo visual hipnótico de la lente de Robbie Ryan que amplía los marcos compositivos con algunas panorámicas de ojo de pez con el intento de evocar el hemisferio surrealista en cada plano, con una solvente colorización e iluminación, a menudo bajo un uso recurrente del sobreencuadre, aunque en algunos rincones su mapeo convexo del gran angular adquiere una apariencia que me resulta mareante. En los interiores que encuadra hay un nivel de pomposidad en los decorados, pero también un diseño de vestuario de Holly Waddington que refleja la evolución Bella a través de los vestidos monocromáticos que se pone, en un guardarropa que está en estrecha sintonía con el uso psicológico del color para describir sobre las texturas de la ropa los estados de ánimo de los personajes. Los vestidos de Bella son extravagantes, pero no sexualizados. Lo mismo sucede con la banda sonora de Jerskin Fendrix, compuesta mayormente de instrumentos de aire y de cuerda para captar en esencia las presuntas complejidades del personaje central.



 
Desde su estreno, esta película de Lanthimos ha causado una polémica producida por la multiplicidad de temas que encierra en su médula argumental, de gente que habla de agencia, feminismo, male gaze y hasta aborto. Si bien estos tópicos están implícitos en su horizonte subtextual, creo que se confunde el hecho de que, en general, lo que se narra son las etapas de transición de una mujer adulta que “cobra vida” con el cerebro infantil de su propia hija, una a la que el cerebro le crece lo suficientemente rápido como para desafiar los diferentes sistemas de opresión patriarcal de hombres engañosos que optan por poseerla para cumplir con sus propios deseos egoístas (experimentales, sexuales, sentimentales, etc.). La liberación sexual de Bella manifiesta, en su marco de empoderamiento, los vicios de los hombres opresores y expone, a su vez, la necesidad de construir una utopía posfeminista en la que las mujeres dominan en todos los segmentos del espectro sociocultural, mostrado con brío en esa secuencia climática en que Bella cobra venganza trasplantándole el cerebro de chivo al general sádico que la maltrataba, antes, por supuesto, de adueñarse de su propiedad; en la que seguirá su agenda monolítica para castigar a hombres junto a la prostituta negra socialista. Pero, desafortunadamente, todo ese barullo permanece situado en una envoltura cosmética que se debilita con cada minuto de metraje. De nada sirve el uso de la elipsis para sintetizar un relato ensamblado sin ritmo. Su reinvención del mito de Frankenstein es una bagatela a la que le falta mucho pulso emocional.


Ficha técnica
Título original: Poor Things
Año: 2023
Duración: 2 hr. 21 min.
País: Reino Unido
Director: Yorgos Lanthimos
Guion: Tony McNamara
Música: Jerskin Fendrix
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Emma Stone, Mark Ruffalo, Willem Dafoe, Ramy Youssef, Christopher Abbott
Calificación: 5/10

Tráiler de Pobres criaturas







Crítica de la película Pobres criaturas, dirigida por Yorgos Lanthimos y protagonizada por Emma Stone y Mark Ruffalo.

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