Crítica de la película 'La gran belleza'

La gran belleza

Jep Gambardella ha seducido a su manera a través de la lujosa vida nocturna de Roma desde hace décadas, pero después de su cumpleaños número 65 y un choque del pasado, Jep se ve más allá de los clubes nocturnos y fiestas de encontrar un paisaje intemporal de absurdo, una belleza exquisita.


Duración: 2 hr. 20 min.
País: Italia
Director: Paolo Sorrentino
Guion: Paolo Sorrentino, Umberto Contarello
Reparto: Toni Servillo, Carlo Verdone, Sabrina Ferilli, Serena Grandi, Isabella Ferrari,

Crítica de la película 

Me ha producido una enorme catarsis atestiguar la vida de Jep Gambardella (Toni Servillo), protagonista de La grande belleza. Este señor gusta celebrar de todas las fiestas hipocresía esnobista que hay en la decadencia de Roma, Italia. Y soy testigo de su estilo de vida, uno que, en efecto, esconde la trágica verdad de que la vida, como tal, no tiene sentido. Es un hueco, un abismo. Me dice que debo vivirla para sentirla. El ocaso de su mundo es la efigie de una sociedad de máscaras.

Es así como el director italiano Paolo Sorrentino, imprime una película alentadora, fulgurante, de trises breves que invitan a la reflexión. Me estruja en la cara la elegancia cinematográfica de esta gran película con un resultado ampuloso, evidenciado por la riqueza de su valor artístico, pues en cada plano consigue enamorarme con lo que hacen los personajes. Su estética chispea de una grandilocuencia que se deja sentir en todas las escenas.

El modus vivendi de Jep Gambardella me pasea por el mundo de la élite de Roma, donde los orgasmos festivos nunca se terminan de consumar. Es un escritor bohemio que tiene un ritmo de vida apresurado. Vive solo. Por las noches es un dandi que disfruta del lujo, del buen sexo, del alcohol y de las fiestas de una clase aburguesada. En su juventud escribió una novela muy famosa de la que ha sacado provecho. A veces odia ser lacónico, disfrutando ser el cínico de su círculo de amigos. Pero cuando cumple 65 años, queda empañado por la nostalgia de un pasado que lo pone a replantearse su vida. Sabe que la muerte se avecina. Y sabe que la preciosidad de los paisajes mundanos es el acto más efímero de la sociedad en la que vive.

Esta cinta me recuerda a Marcello Mastroianni recorriendo el declive de las calles romanas en La dolce vita, de Federico Fellini. Hay similitudes. El estilo actoral de Toni Servillo, fiel colaborador de Sorrentino, demuestra bravura interpretando a Jep Gambardella. Sus extravagantes trajes, la elocuente forma de expresarse, las caminatas solitarias y la vanidad imponente logra que el personaje sea más interesante de la cuenta. Es una actuación que se puede enaltecer, sobre todo porque ha cristalizado la vida de una persona vacía, frívola, que piensa que la búsqueda de las respuestas a sus preguntas se halla en la jactancia.

El relato de Jep Gambardella bien puede ser una metáfora del temor a envejecer, de la declinación de nuestras mentes, de buscarle significado a una vida desilusionada. Todo lo que no pudo ser ya pasó. El simbolismo me confirma que detrás de esa festividad extraña se encuentra la cortina errada de una existencia desanimada. "Algún día escribiré un libro sobre nada", dice Jep a un amigo. Ciertamente porque eso es vivir, un libro trivial con menos de cien páginas en blanco.

El lirismo que brota de los planos de esta película es fascinante. Su rica textura del encuadre, fotografiada por Luca Bigazzi, captura los escenarios romanos con claroscuros y con una iluminación prodigiosa que adorna cada rincón de la puesta en escena. Es muy difícil no enamorarse de la belleza que imprime.

Sorrentino ejecuta la película con simpleza, pero también con una nostalgia que es profunda y que le puede pertenecer a cualquiera. Hay drama, deleite visual y una sátira que, por momentos, se vuelve tragicómica. Dota la historia del circo de los burgueses con una energía que ha hecho que vea la película varias veces. Hay gallardía para rato. Mi boleto está casi comprado, me voy a Roma.



8/10




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