Crítica de 'Silencio': el santuario espiritual de Scorsese

SilencioSegunda mitad del siglo XVII. Dos jesuitas portugueses viajan a Japón en busca de un misionero que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben a los cristianos.

Ficha técnica
Año: 2016
Duración: 2 hr 41 min
País: Estados Unidos
Director: Martin Scorsese
Guion: Jay Cocks, Martin Scorsese (Novela: Shusaku Endo)
Música: Kim Allen Kluge, Kathryn Kluge
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Andrew Garfield, Adam Driver, Liam Neeson, Ciarán Hinds, Issei Ogata, Tadanobu Asano

Crítica de la película


Nos cuentan por ahí que el desarrollo de esta película religiosa, Silence, había durado más de 25 años. Durante ese tiempo, el reputado director Martin Scorsese consideraba adaptar nuevamente al cine la novela del mismo nombre de Shūsaku Endō, sobre todo porque estaba fascinado con las historias de misionarios católicos (él mismo pensaba ser un clérigo). Sin embargo, el film se quedó estancado una y otra vez por las disputas legales.

Ahora que el lío se ha resuelto para que pudiéramos ver esta ambiciosa película, decimos que la iglesia de Scorsese sigue en racha, pues de nuevo nos ofrece una buena película que, además de estar bellamente filmada, contiene un contemplativo ejercicio dramático que captura sutilmente las dicotomías entre las religiones organizadas y la condición humana.

La película completa lo que sería la trilogía espiritual de Scorsese que comenzó con la onírica The Last Temptation of Christ y continuó con Kundun, sustentadas mayormente con los temas de la fe y de la intolerancia. Es un drama histórico cuyas escenas están destinadas a cuestionar las idiosincrasias de la fe a través de la historia de un creyente atormentado por el sufrimiento que le ha provocado atestiguar la brutalidad de la persecución de los cristianos en la época feudal de Japón.

Esta carnicería de la Inquisición japonesa comienza en la segunda mitad del siglo XVII con la visita del sacerdote portugués Cristóvão Ferreira (Liam Neeson), quien tiene la misión de imponer el dogma católico por la fuerza para colonizar a los budistas de la zona. Para la mala suerte de este señor, en Japón, cuyas religiones principales son el sintoísmo y el budismo, descartan la indiscutible intención que busca implantar el catolicismo con una ola de castigo que solo tiene el fin de martirizar a los practicantes hasta que cometan apostasía.

Es así como el joven Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) narra la angustiada vida del padre Ferreira, su mentor, cuando termina convirtiéndose en apóstata para salvar su torturado pellejo. Rodrigues junto al padre Francisco Garupe (Adam Driver) tiene la misión de encontrar a Ferreira y difundir las enseñanzas del cristianismo en medio de los conflictos de la era Tokugawa, a pesar de que se enfrentan a la cacería violenta empleada por los señores feudales para censurarlos.

Siendo su proyecto de pasión, Scorsese, un católico romano, usa este relato de jesuitas portugueses, quienes existieron en vida real, como una parábola de la identidad religiosa de los individuos que cuestionan la fe cuando su Dios solo responde con silencios. Es un retrato personal de las preocupaciones espirituales que lo gobiernan. Su narración se mantiene frugal, palpitante, escueta, durante más de dos horas y media que pasan volando para exhibir a los cristianos como “víctimas” y a los sintoístas como los defensores de su cultura.

Scorsese también ejecuta la travesía del padre Rodrigues como una alegoría simbólica de los estragos de Jesucristo, quien en la ficción bíblica se sacrificó por los suyos. Hay una escena recurrente en la que Rodrigues se queda fascinado por el rostro de Cristo que visualiza en la forma del retrato de El Greco. La situación se intensifica cuando Rodrigues ve a Kichijiro (Yōsuke Kubozuka) como un Judas que lo persigue en casi todas las escenas.

Las escenas de la película, hermosamente fotografiadas por la lente de Rodrigo Prieto, consiguen planos bellísimos que han seducido mis ojos con un prodigioso uso de la atmósfera y de la luz natural. Se vuelve más contemplativa cuando encuadra la violencia del período a través de las excelentes actuaciones de Garfield, Neeson y el carismático Tadanobu Asano.

En el estado más puro, Scorsese evoca las películas clásicas del cine japonés de Kurosawa y de Ozu para cristalizar las metáforas de los choques ideológicos con los que las religiones alteran los dilemas morales de las personas que se sacrifican por sus creencias. Su simbolismo religioso habla del mutismo de un Dios invisible que solo se comunica usando la fe. La elegancia épica de “Silence” es su máxima confesión.


7/10




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