En esta nueva entrega de Misión: imposible, Tom Cruise se despide en lo que posiblemente sea el capítulo final de la saga de acción que inició el 22 de mayo de 1996.
Las películas de Misión: Imposible, a lo largo de los años, me han entretenido en un par de ocasiones porque se construyen sobre una fórmula genérica que resulta simple: el agente Ethan Hunt, interpretado por Tom Cruise, acepta una misión de la FMI que, en apariencia, es “imposible” antes de que el mensaje se autodestruya en cinco segundos, donde el MacGuffin de la operación funciona como un catalizador para impulsar la trama y ver cómo él, como héroe, resuelve los conflictos que surgen por el villano megalómano de turno que debe combatir, habitualmente asistido con un grupo de especialistas que intervienen en distintas disciplinas de espionaje. Esto ha sido así desde aquel estreno que supuso la primera película el 22 de mayo de 1996. La entrada para ir al cine a verlas se justifica para ver a Cruise corriendo con urgencia por las calles, escalando el edificio más alto del mundo, exponiendo su cuerpo a peligros extremos, colgando en la puerta de aviones, conduciendo motos en persecuciones frenéticas, ejecutando saltos HALO, lanzándose en motocicleta por un acantilado, recuperando objetos valiosos para impedir el fin del mundo. Y nadie lo hace mejor que él, porque, en efecto, es el último héroe de acción de Hollywood, uno que tiene como hobby desafiar a la muerte cuando asume sus propias escenas de riesgo.
En Misión: Imposible – La Sentencia Final, el director Christopher McQuarrie rastrea esta fórmula establecida justo como lo ha hecho en Misión imposible: nación secreta (2015), Misión imposible: repercusión (2018) y Misión imposible: sentencia mortal (2023), dejando que Cruise haga todo tipo de maniobras arriesgadas para que el asunto nunca deje se ofrecer algo novedoso. Las casi tres horas que dura me invitan a razonar lo suficiente como para saber que, en sus mejores momentos, es una secuela entretenida que entrega secuencias de acción trepidantes y, además, supone un final adecuado para el legado de Cruise como Ethan Hunt que empezó hace tres décadas atrás. Su ritmo mantiene un grado notable de consistencia narrativa para cohesionar la aventura final de Hunt.

La trama, situada poco después de la predecesora, presenta a Ethan Hunt (Tom Cruise) en una misión a contrarreloj en la que busca al ciberterrorista Gabriel (Esai Morales) con la finalidad de detener a la superinteligencia artificial conocida como “La Entidad” y evitar un apocalipsis nuclear programado por ella para que las naciones del mundo se destruyan entre sí, mientras recibe la ayuda habitual de los otros agentes de la FMI (Fuerza Misión Imposible), entre los que se encuentran el técnico Benji Dunn (Simon Pegg), el hacker Luther Stickell (Ving Rhames) y los nuevos reclutas, la asesina Paris (Pom Klementieff), el agente Theo Degas (Greg Tarzan Davis) y la ladrona Grace (Hayley Atwell). El hilo conductor establece el conflicto principal sobre el MacGuffin de “La Entidad” y los dispositivos necesarios para apagarla, en tres actos en los que Hunt y su equipo se enfrentan a un enemigo invisible que está en todas partes desde el ciberespacio.

En la primera mitad, se muestran unos cuantos tiroteos, persecuciones y combates cuerpo a cuerpo, pero, mayormente, hay una serie de diálogos expositivos que tienden a sobreexplicar el barullo más de lo necesario cuando Hunt, luego de ser capturado y de escapar de Gabriel, intenta recuperar el módulo central que le puede dar el control del código fuente de La Entidad, mientras discute con los altos mandos del gobierno estadounidense para convencerlos de que puede frenar la llave maestra la catástrofe que se avecina y envía a su cuadrilla por separado a la isla de San Mateo, en el mar de Bering, para rastrear las coordenadas del submarino hundido bautizado con el nombre de Sebastopol, poco antes de recibir la noticia de que Gabriel se ha robado un malware (Píldora Venenosa) diseñado específicamente por Luther para infectar el sistema de la IA renegada que controla a nivel global los sistemas nucleares de las superpotencias.
En la segunda mitad, en cambio, se intensifica la cuota de suspenso desde las escenas en que Hunt se une a un portaaviones estadounidense en el Océano Pacífico Norte para bucear hacia los restos del Sebastopol y recobrar el código fuente, antes de revelar que su plan maestro es cargar el virus sobre La Entidad en una unidad física que la mantenga aislada del mundo exterior, aunque, más adelante, debe viajar al búnker sudafricano en el que se hallan los servidores de la IA y la Píldora Venenosa en manos de Gabriel para iniciar las negociaciones (se entiende que Hunt tiene el código fuente y Gabriel, por el contrario, tiene el dispositivo viral que detiene a La Entidad).

En términos generales, la narrativa me parece atrapante porque, entre otras cosas, profundiza en la premisa de la inteligencia artificial descontrolada que amenaza con dominar el mundo al manipular información, presentando a La Entidad como una fuerza casi mitológica que desafía a Hunt y su conjunto hasta atraparlos en serios dilemas éticos que los obliga a cuestionar sus métodos y valores. También aborda temas como el sacrificio y la redención, con Ethan enfrentándose a las consecuencias de sus elecciones pasadas mientras lucha por salvar el futuro. Cuando esto sucede me olvido de los clichés porque los estereotipos están colocados con sutileza y las acciones de los personajes responden, a menudo, a las decisiones éticas en tiempos de guerra.
Además, su guion teje un tapiz que conecta las ocho películas de la saga, utilizando el leitmotiv de “nuestras vidas son la suma de nuestras elecciones” para explorar la travesía de Hunt durante todos estos años. Su capacidad para cerrar una era sin caer en la nostalgia fácil es de agradecer porque cada referencia a las películas anteriores se siente orgánica, sirviendo para enriquecer la historia en lugar de depender de ella. Este enfoque retrospectivo no solo homenajea toda la franquicia, sino que también dota a la película de una profundidad emocional que es rara en el thriller de acción de la actualidad.
Un aspecto destacado de Sentencia Final es su comentario sobre las contingencias de la inteligencia artificial y el globalismo. La Entidad, entendida como una IA capaz de distorsionar información y sabotear el poder, metaforiza los temores contemporáneos sobre la tecnología desenfrenada que puede socavar la confianza en instituciones y controlar el relato de la posverdad. Más allá de esto, la película insinúa una alegoría incluso más profunda: La Entidad simboliza el avance del globalismo, una ideología que, al homogeneizar la política y la cultura, puede dividir el tejido social y erosionar la soberanía de los Estados nacionales. Esta síntesis discursiva es bastante sutil y especialmente insólita (considerando que se trata de la película producida en una industria como Hollywood, que está controlada por globalistas) porque resuena en un mundo actual donde las tensiones entre los soberanistas y los globalistas son cada vez más evidentes, haciendo de la película, desde la superficie, un thriller con cierta relevancia sociopolítica.
Lo más interesante, quizás, es que Cruise, a sus 62 años, todavía es el corazón de la saga. Su interpretación como Hunt demuestra que, para él, la edad no es un factor que ponga barreras en el cine de acción, realizando personalmente acrobacias de alto riesgo que desafían los límites humanos, como colgarse de un biplano a 3000 metros de altura y una intensa secuencia submarina con riesgo de hipoxia en aguas heladas. En algunas escenas también presenta peleas cuerpo a cuerpo, saltos acrobáticos en paracaídas, carreras a pie por las calles nocturnas y sitios subterráneos. Su compromiso con el entrenamiento riguroso y la ejecución de escenas sin dobles, combinando efectos prácticos con una condición física impecable, consolida su reputación como un ícono de acción, destacando en un contexto apocalíptico donde la exigencia física y mental es máxima. A todo esto se añade la vulnerabilidad emocional cuando interpreta a Ethan como un héroe honesto, determinado, que se sacrifica por sus amigos incluso en los instantes de peligro incalculable. El reparto secundario que le acompaña es decente demostrando las pericias físicas de los personajes cuando tienen apariciones breves que complementan el curso de los eventos y aportan algo de frescura, con un par de diálogos de una línea que equilibran la tensión con momentos de humor y camaradería en medio de las peleas y los tiroteos.
Como la octava y posiblemente última de la saga de Ethan Hunt, esta película es para mí, al menos, un cierre espectacular y conmovedor de una de las franquicias de acción más influyentes. Las secuencias de acción llevan el sello distintivo de la fórmula, y se sienten emocionantes porque combinan efectos prácticos con un uso acertado del CGI, creando momentos que amplifican el suspenso por la manera eficaz en que McQuarrie utiliza elementos estéticos como el desencuadre, la elipsis, los flashbacks, la prolepsis, la iluminación, el encuadre móvil y un montón de planos meticulosamente encuadrados en materia compositiva, fruto de una correcta fotografía de Fraser Taggart. Desde persecuciones urbanas en Londres hasta acrobacias en locaciones exóticas como Sudáfrica, cada escena está diseñada para maximizar la experiencia en pantalla grande. De igual modo, la banda sonora de Lorne Balfe, que reinterpreta el icónico tema de Lalo Schifrin, impulsa la narrativa con una energía palpitante. Me despido de ella pensando en aquellos días en que tenía 10 años y veía a Tom Cruise corriendo en las películas. Ahora que tengo casi 40, Tom Cruise sigue corriendo en las películas como si no hubiera un mañana para él. Es el mejor héroe de acción y verlo entregar todo a sus casi 63 años es una recompensa valiosa por casi tres décadas de lealtad.
Streaming en:
País: Estados Unidos
Director: Christopher McQuarrie
Fotografía: Fraser Taggart
Reparto: Tom Cruise, Hayley Atwell, Ving Rhames, Simon Pegg, Esai Morales, Pom Klementieff
Calificación: 7/10
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