Sinopsis: Un chico de los recados de una carnicería lleva una bandeja con una pierna de cordero. Un mendigo la agarra y sale corriendo. El chico lo persigue, y se le unen unos perros, mientras los vecinos contemplan el espectáculo.


'Stop Thief!' es una de las primeras películas de persecución realizadas en la historia del cine. Fue lanzada junto con Fire! (1901) en Reino Unido, según Michel Brooke, "indicando la dirección que tomaría Williamson en los próximos años, mientras refinaba esta nueva gramática cinematográfica para contar historias de sofisticación narrativa y emocional sin precedentes".


Ficha técnica
Título original: Stop Thief!
Año: 1901
Duración: 2 min 00 seg.
País: Reino Unido
Director: James Williamson
Guion: James Williamson
Música: Muda
Fotografía: James Williamson
Reparto: Sam Dalton
Calificación: 7/10

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La nueva película del director británico Mike Leigh, 'La tragedia de Peterloo', es un drama de carácter histórico que recrea los trágicos acontecimientos de la masacre de Peterloo, ocurridos en el año 1819 en la ciudad de Mánchester, Inglaterra, cuando unos manifestantes de clase trabajadora, que exigían sus derechos para una reforma parlamentaria, fueron atacados por la caballería de la milicia local de unos políticos conservadores que no estaban muy bien de la cabeza. La historia cuenta el génesis del incidente con un montaje paralelo que segmenta un amplio collage de personajes que incluye figuras ficticias e históricas (como Jorge IV, Samuel Bamford y Henry Hunt) para construir textos sobre la eterna lucha entre las clases sociales, la libertad de los individuos más desdichados y el abuso del poder de los burócratas esnobistas de verborrea aparentemente sofisticada que se han olvidado del sentido de la moral. Hay buenas actuaciones del reparto, así como diálogos cargados de una retórica atrayente, un vestuario muy auténtico y un meticuloso diseño de producción que reconstruye el período al pie de la letra. Pero percibo una evidente falta de cohesión y una indulgencia que pide a gritos que sienta algo por esos pobres infelices que van a ser masacrados, en unas escenas que ligeramente pierden el potencial dramático. No hay un punto de equilibro en el desarrollo de los personajes, sus acciones solo responden a un alegato sociopolítico que tiene su raíz en un didactismo histórico que me han contado cientos de veces y que fácilmente encaja en estos tiempos de incertidumbre. Incluso en el anticipado clímax del campo de batalla todo parece fríamente calculado para generar empatía por el movimiento obrero oprimido. Por más honesta que sea su intención populista, no puedo negar el hecho de que su narrativa pone a prueba mi capacidad de indiferencia. Al final el extenso metraje le pasa factura hasta que la narrativa histórica deja de ser interesante. Es una película menor de Leigh.



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Calificación: 6/10


Sinopsis: Un hombre que es atacado mientras camina solo por la calle (Jesse Eisenberg) decide apuntarse en un dojo de karate, donde un peculiar y carismático maestro (Alessandro Nivola) le enseña mucho más que a defenderse a sí mismo.


Ficha técnica
Título original: The Art of Self-Defense
Año: 2019
Duración: 1 hr 44 min
País: Estados Unidos
Director: Riley Stearns
Guion: Riley Stearns
Música: Heather McIntosh
Fotografía: Michael Ragen
Reparto: Jesse Eisenberg, Alessandro Nivola, Imogen Poots,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Me llevo una sorpresa al ver 'El arte de defenderse', la segunda película como director de Riley Stearns. Me parece una locura. Es extrañísima. Como una mezcla entre 'Fight Club' y 'Karate Kid'. Se trata de una comedia negra bien retorcida que conjunta minúsculamente el drama y el thriller criminal para contar algo ligeramente peculiar. Relata la historia de un hombre tímido llamado Casey, el cual aparentemente se encuentra decepcionado por los efectos de la esclavitud del salario, y, también, por una inseguridad que no le permite encajar adecuadamente en los círculos sociales. Es el típico perdedor, el débil al que nada le sale bien. Un día, caminando solo por la calle para comprar algo, es atacado por unos motociclistas misteriosos. Para remediarlo, se inscribe en un dojo de karate dirigido por un sensei muy siniestro que le enseña a defenderse con métodos muy sucios. Es a partir de ahí cuando la película verdaderamente funciona. Disfruto mucho al ver al pobre protagonista en las clases de karatecas adaptándose a las reglas, a las anécdotas y la autoridad del maestro, al adoctrinamiento falso de la virilidad, a la amistad con sus amigos Henry y Anna, a la ira soterrada a punto de hacer erupción, a las técnicas mortíferas para derrotar al oponente rápidamente. Cuenta con diálogos repletos de ironía, un uso inteligente del color, personajes espontáneos y una trama que, a pesar de que puede ser previsible, no deja de ser coherente. El ritmo es contagioso. Me río mucho con lo que sucede y me asombran los giros de tuerca. Se destacan las estupendas actuaciones de Jesse Eisenberg como el inseguro protagonista condenado a la cinta amarilla, Imogen Poots como la mujer karateca que exige sus derechos y Alessandro Nivola como el elocuente y machista jefe del dojo. En sus apuntes se preservan discursos sobre la redención, la intolerancia, los temores intrínsecos y las contradicciones de la masculinidad tóxica. Me resulta muy entretenida. 



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Sinopsis: 1913, Budapest. Después de pasar su infancia en un orfanato, Irisz Leiter llega a la capital húngara con 20 años y la esperanza de trabajar de sombrerera en la antigua tienda de sombreros de sus padres biológicos. Pero Oszkar, el nuevo propietario, la rechaza. A su vez, se tendrá que enfrentar a su pasado cuando descubre un hermano que nunca supo que tenía. Su misión de encontrarlo la lleva a descubrir oscuros secretos mientras el país se prepara para el caos de la guerra.


Ficha técnica
Título original: Sunset (Napszállta)
Año: 2018
Duración: 2 hr 22 min
País: Hungría
Director: László Nemes
Guion: László Nemes, Clara Royer, Matthieu Taponier
Música: László Melis
Fotografía: Mátyás Erdély
Reparto: Juli Jakab, Vlad Ivanov, Susanne Wuest, Uwe Lauer
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


'Atardecer', el segundo largometraje del director húngaro Laszlo Nemes me conmueve con su estilismo visual, evoca un clasicismo intachable en cada escena con el claustrofóbico manejo de cámara y el contexto histórico en el que se desarrolla la historia. El argumento se ambienta en el Budapest de 1913 (poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial) y relata la vida de la solitaria Irisz Leiter, una muchacha que ha pasado su infancia en un orfanato y regresa siendo adulta a la capital húngara anhelando trabajar como sombrerera en la antigua tienda de sombreros de sus padres. Pero es rechazada por el señor Oszkar, el propietario actual que esconde un secreto siniestro ligado a su pasado. Ese detonante le sirve a Nemes para encuadrar la angustia y la ira soterrada de Irisz, desplegando su ejercicio de estilo: plano secuencias con cámara en mano que siguen a la protagonista encuadrada de espalda (como si se tratara de un lienzo de Hammershoi) y de frente, casi siempre, con un primer plano o un plano medio corto, cuando se pasea por las calles de la ciudad buscando respuestas que puedan desentrañar su turbio pasado, además de colocar bajo el telón de la profundidad de campo un caos desenfocado en segundo plano. El tono es melancólico, desgarrador, misterioso.  Los decorados que reconstruyen el periodo son preciosos, al igual que el auténtico diseño de vestuario. La actuación de la desconocida Juli Jakab es muy sólida cuando transmite con su rostro emociones diversas y cosas tan agridulces como la decepción, la venganza, el miedo y su obsesivo sentido de independencia. También la del secundario Vlad Ivanov como el elegante y despiadado dueño de la tienda. El sombrero simboliza la determinación de la protagonista para escapar de la oscuridad y poder ver la luz. Se elabora asimismo metáforas discretas sobre la diferencia de clases sociales, el abuso del poder monárquico y el génesis sociopolítico que desencadenó una pesadilla bélica. No hay ni una escena desperdiciada. Es una película estremecedora.  



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En mi crítica de esta semana hago un análisis breve y una explicación de '1917', la nueva película bélica de Sam Mendes.




Me da la impresión de que en este lado del mundo el cine sobre la Primera Guerra Mundial se encuentra varado en un terreno estático. Los titanes de Hollywood no tienen la mínima intención de seguir contando historias ambientadas en ese período particular. Para ellos el género se halla tan vacío como la cantimplora sin agua de un soldado, exceptuando, por supuesto, unos cuantos documentales distribuidos para celebrar los 100 años desde el final de la contienda. Es más recurrente ver ese tipo de cine bélico en el panorama internacional, como en Francia y Reino Unido (no creo que los alemanes se animen a contar su versión). Las últimas que recuerdo haber disfrutado fueron Largo domingo de noviazgo, de Jeunet, y la trágica Caballo de guerra, de Spielberg. Aparte de esas dos películas, casi nada me agrada de lo que he visto rodado en los últimos años sobre la Gran Guerra. Ni me atrevo a mencionar las que son fatigosas. Pero me intriga el cuento de los héroes de las trincheras del Frente Occidental, hasta el punto en que me veo en la necesidad de ir a mi biblioteca de clásicos para refugiarme viendo películas excelentes del género como Alas, Senderos de gloria, y la obra maestra Sin novedad en el frente. Se me hace imposible olvidarlas por el realismo intenso que retrata las experiencias de los oficiales horrorizados por la conflagración. 


Recientemente, una nueva película sobre la Primera Guerra Mundial ha logrado conmoverme y se suma a mi catálogo personal. La dirige Sam Mendes (Belleza americana, Camino a la perdición, Skyfall) y se titula 1917. Es un drama bélico que me coloca en vivo y en directo en los horrores de la guerra cuando relata la historia de dos jóvenes militares que tienen la misión, casi suicida, de abandonar las trincheras para transferir un mensaje a sus aliados cerca de territorio enemigo, con el fin de evitar que caigan en la trampa de los alemanes que fingen la retirada para atacarlos. Puede que me moleste un poco el discurso patriótico, pero me absorbe de inmediato el virtuosismo técnico, de una poderosa lente de Roger Deakins que encuadra el desasosiego de los protagonistas cuando transitan por los sórdidos paisajes atestados de cadáveres, con unos planos secuencia impresionantes que evocan la sensación de que todo sucede en una sola toma continua. Ni percibo los cortes gracias al minucioso trabajo de montaje de Lee Smith. El ritmo es puntual. Su ejercicio de estilo también estimula mis sentidos con el diseño de producción que añade una autenticidad intachable a la época capturada, los estruendosos efectos de sonido, el vestuario de los reclutas y la música empática del metódico Thomas Newman. 




Blake (Dean-Charles Chapman) y Schofield (George MacKay). Imagen cortesía de Universal.


Basado parcialmente en una anécdota contada por el abuelo paterno de Mendes, Alfred Mendes, el argumento de la película narra la travesía de dos combatientes británicos, Schofield (George MacKay) y Blake (Dean-Charles Chapman), el día 6 de abril de 1917. Están en pleno apogeo de la Primera Guerra Mundial en el norte de Francia. Un plano detalle de unas flores amarillas que simbolizan la amistad hace un moderado zoom hacia atrás, reencuadrando a un plano medio que pasa a ser un plano de dos. Ambos son encuadrados disfrutando de un efímero momento de descanso. La profundidad de campo enuncia que Schofield es el protagonista. Están uniformados y esperando las órdenes que un superior les hace llegar cuando los despierta. 


Caminando por el campo, Schofield y Blake hablan de las cartas recibidas por sus seres queridos y los alimentos. Un travelling los sigue fluidamente mientras se adentra en las enlodadas zanjas congestionadas de individuos heridos y otros que esperan pacientemente en la fila de la defunción. Llegan a los interiores de la sala del general Erinmore (Colin Firth), quien les asigna la tarea de entregar un aviso en mano al 2. º Batallón del Regimiento de Devonshire. Con ese objetivo proyectan detener el ataque planeado contra las fuerzas alemanas, las cuales preparan una estrategia, fingiendo retirarse a la línea Hindenburg para emboscar a ese batallón británico de 1600 hombres, entre los que se ubica el hermano de Blake. No tienen idea de lo que le espera. Como el oponente ha cortado el cableado de telegrama tienen que ir contrarreloj para eludir a toda costa la embestida mortífera.



George MacKay. Imagen cortesía de Universal.


Aunque un ligero desarrollo me impide obtener un poco de información sobre el trasfondo de los personajes (solo revelan su pasado a través de algunos diálogos), y momentáneamente son utilizados como títeres para sustentar un comentario político, me veo cautivado por los golpes de efecto de las heroicas escenas que recorren para repartir la orden, como en la que se presenta el estado de abandono y de decepción en las trincheras, la lóbrega tierra de nadie adornada de alambrados y de fosas de restos, los búnkeres desocupados donde acechan las “ratas alemanas” que han minado el suelo, un siniestro cementerio de municiones, el combate aéreo presenciado desde la granja que termina con un piloto alemán accidentado al que bondadosamente salvan de un avión en llamas y luego apuñala fatalmente a Blake, la arremetida de un francotirador en el pueblo bombardeado de Écoust-Saint-Mein en el que Schofield recibe un disparo, la huida nocturna en la ciudad de la muerte poblada de soldados alemanes ocultos entre las sombras, el acto de solidaridad de Schofield al ayudar a una mujer francesa y un bebé que se esconden, la llegada tardía al segundo batallón donde Schofield se arma de valentía para cruzar el campo de batalla desarmado para suministrar la correspondencia.  



Imagen cortesía de Universal Pictures.


Las actuaciones de George MacKay y de Dean-Charles Chapman me resultan creíbles en cualquier escena cuando se meten en la piel de esos soldados novatos que intentan sobrevivir a la hecatombe y que son víctimas de la inseguridad y del miedo. Mayormente son encuadrados en planos generales y planos medios. Entregan interpretaciones de un sólido valor gestual, de demanda física, moviéndose libremente al compás de una cámara que está en constante movimiento, algo que supone un reto para cualquier actor. Pero no están solos. Están acompañados por reparto secundario grandioso encabezado por brevemente por Mark Strong, Colin Firth y Benedict Cumberbatch. 



Schofield en la ciudad infernal. Foto de Universal Pictures. 


Mi único problema es el subtexto patriotero que acentúa el heroísmo y condena a los enemigos (llamados casi siempre ‘bastardos’ o representándolos como ratas), cosa reiteran banalmente para subrayar que su gente tiene la capacidad para paralizar la lucha, tal y como dice el coronel Mackenzie que interpreta Benedict Cumberbatch cerca del clímax: “la única forma de terminar la guerra es hasta que quede el último hombre de pie”. Dicha prédica tiene coherencia porque se comunica desde la óptica del pueblo británico, sin embargo, lo he analizado muchísimas veces y pienso que, en esta ocasión, es un alegato chauvinista que está sobrando. Cuando lo quito de la ecuación, una segunda lectura me parece más importante y añade cierta variación al género. Se trata de una soterrada metáfora antibelicista sobre el significado de la comunicación para solventar un conflicto, simbolizada de manera omnipresente por la carta que lleva Schofield, diciéndonos que la diplomacia y el tiempo son las armas más efectivas para frenar la beligerancia. En ese sentido, es una película que formula la importancia de impedir una guerra superflua. Envía mensajes de paz en tiempos de guerra a través de un sujeto que rehúye del enfrentamiento por una amplia lógica del deber y que las pocas veces que enfrenta al adversario es para asegurar su supervivencia.   



George MacKay como Schofield. Imagen cortesía de Universal.


El verdadero héroe de la película, a mi juicio, es la puesta en escena que crea Mendes acompañado del prodigioso estilismo visual de Deakins. Inventan una experiencia cinematográfica que sacude mis sensaciones para trasladarme al infierno de una guerra que está constantemente amenazada por la luz y la oscuridad. El tono es pesadillesco, caótico, hermosísimo. Algunas secuencias son tan asombrosas que atentan con luxar mis mandíbulas. Siento que ando atemorizado, bajo una tensión implacable, recorriendo las praderas grisáceas junto a esos cabos que marchan hacia la incertidumbre segura. Lo que observo es espectacular, sobrio, emocionante, dejándome inmerso en una refriega que me pone en primera fila en los crudos labrantíos de una batalla que es real durante dos horas que fluyen como el caudal de un río.  No creo que sea una de las mejores películas del año ni de la obra magna del director, pero la proeza formal es más que suficiente para sentirme satisfecho. Es, desde luego, una buena película de guerra. 



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Ficha técnica
Título original: 1917
Año: 2019
Duración: 1 hr 58 min
País: Estados Unidos / Reino Unido
Director: Sam Mendes
Guion: Sam Mendes, Krysty Wilson-Cairns
Música: Thomas Newman
Fotografía: Roger Deakins
Reparto: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Richard Madden, Benedict Cumberbatch, Colin Firth,
Calificación: 7/10



Tráiler de la película 


Sinopsis: Christian (Franz Rogowski) es nuevo en el supermercado. Se adentra en este universo desconocido con la ayuda de su compañero Bruno (Peter Kurth), que le enseña todos los trucos de la profesión y se convierte en su amigo. En poco tiempo se enamora de Marion (Sandra Hüller), que trabaja en el departamento de dulces y siempre bromea con él. Pero Marion está casada, aunque no es feliz en su matrimonio.


Ficha técnica
Título original: In the Aisles (In den Gängen)
Año: 2018
Duración: 2 hr 05 min
País: Alemania
Director: Thomas Stuber
Guion: Clemens Meyer, Thomas Stuber
Música: variada
Fotografía: Peter Matjasko
Reparto: Sandra Hüller, Franz Rogowski, Peter Kurth, Ramona Kunze-Libnow,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Hay algo que me conmueve en cada plano de 'En los pasillos', la película más reciente del director alemán Thomas Stuber. Es un drama, con minúsculos semblantes de romance que de inmediato son rechazados para favorecer el realismo y metáforas muy soterradas que encienden la bombilla de mi cerebro. Su historia me cautiva porque describe un vínculo afectivo entre una mujer y un hombre en el lugar menos pensado: en los rincones de un gigantesco supermercado. Así me lo narra lentamente con una voz en off, Christian Gruvert, el joven protagonista con un pasado escabroso (antes era un delincuente de tiempo completo) que para reinsertarse en la sociedad consigue trabajo en un mercado enorme, donde es asistido por su amigo Bruno para aprender a manejar el montacargas. En poco tiempo Christian se enamora de Marion, una mujer que trabaja en el departamento de dulces y que siempre bromea con él cuando se lo encuentra en el comedor. Son tres personajes infelices que me transmiten su empatía, dejándome ver sus vidas y las situaciones duras que son colocadas fuera de campo, como las vicisitudes laborales de los trabajadores de cuello azul que viven encarcelados para servir a los esclavos del consumo, la depresión causada por los fracasos y la infelicidad, el matrimonio disfuncional de una mujer que anhela escapar del maltrato, la libertad que resuena como las olas del mar. Me parecen muy acertadas las actuaciones de Franz Rogowski, Sandra Hüller y Peter Kurth, sobre todo cuando comunican cosas como la introspección, la confianza, la soledad y el afecto. También los significados del color azul, el control compositivo que captura la belleza en los espacios cerrados y abiertos con el plano general, la iluminación que subraya estados anímicos y la banda sonora que cuenta con una música diegética de Donizetti, Strauss y Bach. Es una película encantadora y muy poética. 



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Recientemente vi 'Rocketman', el biopic musical basado en la vida del cantante, compositor y pianista británico, Elton John. O sea, uno de los grandes artistas de la historia. Lo dirige Dexter Fletcher y trata la historia de Elton John, quien relata su biografía a los colegas en el internado de rehabilitación, a través de escenas retrospectivas que describen sus inicios como un niño prodigio llamado Reginald Dwight que tiene una habilidad inigualable para tocar el piano y que termina en la Royal Academy of Music y luego cantando rock en los pubs locales, así como su amistad con el letrista Bernie Taupin, la revelación de su homosexualidad, los vínculos tóxicos y las consecuencias de estar en la cima del estrellato que lo colocan en una espiral de drogas, sexo y alcohol, ya saben, la típica vida de un famoso promedio en los años 70 y en los 80. El hilo conductor que lleva al personaje a cubrir sus inseguridades, la soledad y sus miedos internos con esas sustancias incontroladas aparentemente es la falta de afecto que atestigua con sus familiares y amigos, que termina colocándolo en primera fila en el concierto de la autodestrucción. Los actos musicales, sustentados por el uso meticuloso de la elipsis, describen los estados emocionales de Elton y las situaciones en las que se involucran. La actuación de Taron Egerton es aceptable y algo histriónica cuando se mete en la piel de Elton copiando su forma de hablar, sus gestos y sus movimientos. Contando todo eso, no me cabe la menor duda de que la película es un producto publicitario sin muchas luces. Es un biopic puramente convencional, previsible y frívolo que apenas roza la superficie del protagonista, con unos personajes secundarios acartonados que solo impulsan conflictos baladíes sobre la autoaceptación, la redención y los vicios de la fama. No me emociona para nada durante dos horas que se me hacen eternas.



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Calificación: 6/10



Muy pocas cosas se pueden extraer de la primera película como directora de Brie Larson titulada 'Tienda de unicornios'. Es una comedia fantasiosa que contiene rastros diminutos de drama, pero carece de fuerza expresiva y de personajes que sean divertidos. Tiene buenas intenciones con su discurso sobre la inseguridad, la madurez y las quimeras de los millennials inadaptados que viven anclados al miedo producido por la esclavitud del salario que los mantiene sentados frente a un escritorio durante ocho horas en el infierno de la monotonía de cuello blanco. Eso lo entiendo claramente. Pero no por eso deja de ser una porquería, una comedia dramática con una narrativa pobremente estructurada que sufre de unos personajes huecos sin nada de gracia, de un ritmo fatigoso que no logra cohesionar las ideas planteadas en cada escena, de una trama convencional que pone a prueba mi paciencia con cada golpe de efecto que despliega. Cuenta la historia de una muchacha que se llama Kit, la cual fracasa en cumplir su sueño de ser pintora neoexpresionista abstracta y regresa a casa de sus padres, donde luego se siente invadida por la decepción y consigue un empleo todavía más decepcionante para tratar de olvidar el hecho de que desea aspirar todos los temores intrínsecos que le impiden progresar en la vida, cosa que aparentemente se esclarece por la ayuda del amigo imaginario afroamericano que vende unicornios interpretado por Samuel L. Jackson. El unicornio simboliza el optimismo y otras cuestiones que no vienen al caso. Las actuaciones de Larson y del joven Mamoudou Athie apenas son correctas por la química que poseen, el resto del reparto es un desperdicio actoral. El leitmotiv de la banda sonora me estimula ligeramente y quizá lo escuche en YouTube para olvidarme del aburrimiento que me produce esta película.



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Calificación: 3/10


En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que incluye la explicación del final de 'El faro', la nueva película de Robert Eggers.




Mi experiencia con el cine del cineasta estadounidense Robert Eggers no comenzó tan bien que digamos. Su ópera prima, ‘La bruja’, me pareció infumable relatando la crónica horrífica de la familia en Nueva Inglaterra en el año 1630 que es despedazada por las fuerzas malignas de la brujería, la magia negra y la posesión, aparentemente desarrollado con el único propósito de transformarlo en una diatriba feminista. Era un film que para mi gusto resultaba convencional. Perdí la cuenta de las veces que bostezaba mientras la veía. Fue un naufragio seguro. Estando asaltado por la decepción, abandoné toda ilusión de seguir la supuesta trayectoria de este señor que ya está catalogado como el nuevo profeta del género de terror contemporáneo. Pero me sucedió algo muy extraño que me hizo recapacitar para darle una oportunidad. Me pasó al ver su segunda película como director, titulada El faro. La veo sintiéndome como un náufrago perdido en las aguas de un mar neblinoso, iluminado por un halo de luz muy brillante mientras me seducen los cantos de hermosas sirenas que llevan mi navío extraviado a tierra firme.


Desde la hipnótica apertura, El faro me mantiene pegado a mi asiento durante casi dos horas sin darle ningún tipo de tregua a las exigencias de mi vejiga urinaria. Es una película tensa, escueta y visualmente atmosférica que logra sorprenderme con la historia de los dos fareros confinados en el faro de un atolón distante que, paulatinamente, los condena a la cárcel de la locura. Aunque su impacto emocional no me parece tan fulminante, permanezco cautivado por su proeza estética que alinea diálogos cargados de retórica melvilliana, las múltiples referencias alegóricas de la mitología griega y de la pintura simbólica de Arnold Böcklin y Jean Delville, la meticulosa ambientación del período, la absorbente fotografía en blanco y negro de Jarin Blaschke que con una relación de aspecto cuadrada transmite en cada plano una claustrofobia irreversible en unos espacios muy reducidos, un ritmo muy fluido que cohesiona las escenas, los estruendosos bramidos de un faro que grita casi como un individuo perturbado. También dos actuaciones fabulosas de Willem Dafoe y de Robert Pattinson cuando interpretan a los dos guardianes del farol que reparten sus días entre la culpa, la demencia y los graves efectos del aislamiento prolongado.



Robert Pattinson y Willem Dafoe en un fotograma. Imagen cortesía de A24.

Escrita por un guion de Eggers y su hermano Max e inspirada parcialmente en una tragedia ocurrida en el siglo XIX, la película narra el argumento del veterano marinero Thomas Wake (Willem Dafoe) y de su ayudante Ephraim Winslow (Robert Pattinson) cuando navegan hacia una remota isla vapuleada por la cólera de los siete mares. El contracampo de un plano general anuncia la llega en el barco. Un plano medio corto los encuadra desenfocados frente a la lejana luminosidad del faro del arrecife al que se dirigen. En la pequeña costa el paisaje es atmosférico, lúgubre, brumoso, inundando por una calma que espera despertar a la tormenta. El cielo gris está abarrotado de unas gaviotas inquietas que se pasean por los techos de la estación. Wake y Winslow se alojan e inmediatamente se ponen a realizar las respectivas labores de mantenimiento del faro hermético durante cuatro semanas hasta que llegue el nuevo relevo. Uno es anciano; el otro es joven. Claramente se presenta la dicotomía. Winslow es el peón que debe obedecer las órdenes del estricto Wake, quien usualmente recurre a unos soliloquios de verborrea agresiva, casi shakesperiana, para reprochar las tareas mal realizadas.


Willem Dafoe y Robert Pattinson. Imagen de A24.

Como es de esperar, las pugnas internas ocasionadas por el control de la jerarquía y las consecuencias de la reclusión dilatada hacen que Wake y Winslow comiencen a delirar como un vendaval que arrasa con el litoral parsimonioso. A veces con breves intervalos de descanso.


Las escenas describen la cotidianidad de esos dos seres extraviados en el núcleo de las tinieblas, como las conversaciones en la mesa a la hora de cenar acompañados por monólogos inteligentes y por un fuerte alumbrado, las labores forzadas de Winslow cargando barriles de queroseno hasta la cumbre del faro y deshacerse de los orinales con las heces fecales de ambos, el onanismo desmesurado de Winslow ante la figura de una sirena para apaciguar los deseos sexuales reprimidos, la extraña sala de los faroles donde Winslow contempla cómo Wake se convierte en un monstruo con tentáculos, la intervención simbólica de una gaviota tuerta a la que Winslow mata a golpes contra la cisterna en un ataque rabia para supuestamente atraer la mala suerte. Ese detonante empeora las cosas cuando Winslow experimenta visiones y sueños relacionados a las extremidades de la bestia, los tocones de árboles flotando en el agua, un hombre muerto y la imagen erótica de una sirena (Valeriia Karaman).


Willem Dafoe y Robert Pattinson. Foto de A24. 

Con un tenebrismo fabulesco, la película edifica la conflagración entre el senil autoritario y el hombre atormentado para reflejar, en primera instancia, una parábola recóndita sobre la esclavitud de los individuos y la naturaleza corrosiva del poder, un aparente dialelo que corrompe el alma y se repite una y otra vez. Es la clásica tragedia de los oprimidos frente al opresor. Pero trasladada al terreno de la mitología griega y transformando a los personajes, metafóricamente, en “dioses” que simbolizan el eterno dilema. Wake puede ser visto como Proteo, el dios homérico que puede predecir el futuro y que altera su apariencia insistentemente para así evitar la obligación de profetizar a quien llegase atraparlo. En cambio, Winslow representa al humano esclavizado que cae en desgracia, una especie de Prometeo que anhela robar la llama de fuego (la luz del faro) que posee el dictatorial viejo del mar, Wake, en la cúspide del faro para iluminar la lobreguez que rodea su vida con la lente de Fresnel, cosa que consigue en el clímax al matar violentamente a Wake cuando este revela su “forma monstruosa”. Como dioses y hombres, están condenados a compartir el destino trágico que siempre se repite. Los significados alegan que son dos caras de la misma moneda.


Willem Dafoe. Imagen cortesía de A24.

La superficie pesadillesca del relato también desarrolla otra lectura que, a mi juicio, es muy interesante, por el hecho de que muestra un viaje desolado al corazón de la oscuridad humana al tratar textos como la ansiedad, la aprensión y la soledad, justificado por el paranoico Thomas Howard (el nombre verdadero de Winslow) cuando gradualmente pierde la cordura y exhibe un cuadro clínico adyacente a un trastorno de despersonalización, propiciado por el maltrato mental de trabajar para Wake y por el remordimiento que evoca a Ephraim Winslow, el antiguo capataz al que terminó ahogando para asumir su identidad.


Por esa razón Howard vive en un estado de alucinación perpetuo que lo mantiene anclado a alucinaciones sobre sirenas, gaviotas tuertas, cabezas cercenadas, cadáveres arrastrados por la orilla, y, posiblemente a una imagen mistificada del irascible Thomas Wake. Está acorralado en el laberinto psicológico de la enajenación. Se destruye a sí mismo paradójicamente por estar condenado a una forma de encadenamiento, cayendo lentamente por el abismo de la escalera de caracol, en el que se venga asumiendo la identidad del tiránico patriarca, a quien termina tratando como a un perro. Y, al igual que Prometeo, termina siendo castigado por las águilas transmutadas en gaviotas que devoran su hígado hasta el final de los días.


Robert Pattinson. Imagen de A24.

El lenguaje visual acrecienta esas lecturas cuando encuadra a los actores mayormente en planos generales, plano-contraplano, picados-contrapicados, travellings laterales y verticales, adornando los exteriores diurnos de una espesa niebla que subraya una humedad agobiante y los interiores de las escenas nocturnas por linternas colgadas en el suelo que iluminan los rostros de los personajes con un notable contraste que me recuerda los claroscuros tenebristas. Se muestra filmada con un grisáceo blanco y negro de 35mm, bajo una relación de aspecto cuadrado en la que la altura y la anchura del encuadre es la misma en cualquier dirección, consiguiendo que los planos de dos refuercen el vínculo simbiótico de los dos sujetos al borde la autodestrucción, además de la iluminación desde abajo y desde los lados que golpea su cara constantemente para ampliar el horror que los perturba. En ese sentido, la potente fotografía de Jarin Blashke, inspirada quizá por los trabajos visuales del cine Tarr y Tarkovsky, imprime un estilo clasicista, cercano a la película ortocromática de finales del siglo XIX, que se funde correctamente entre la poesía, la fantasía y el misterio.


Robert Pattinson y la lente de Fresnel. Fotograma de A24.

La película me hace sentir tan desquiciado como esos dos adversarios atrapados por la ventisca del frenesí. Ofrece una clase magistral de actuación, primero, con Robert Pattinson como el torturado subalterno y, segundo, con Willem Dafoe como el imponente y megalómano patrón que habla con una elocuencia sofisticada mientras sostiene su pipa de espuma de mar, como si estuviera invadido por el espíritu del capitán Ahab en una noche de borrachera (antológica la escena en la que lo entierran vivo en el pozo de raciones). Disfruto de sus encontronazos cuando se emborrachan con el alcohol y la mezcla de aguarrás y miel, cuando presagian la muerte en las habitaciones del edificio, o cuando luchan bajo la mirada omnipresente del faro que los observa con su luminiscencia amenazadora. También subrayo los ruidos diegéticos de la torre enloquecida, los símbolos incrustados en los rincones de las entrañas mecánicas del recinto, el valor compositivo de la textura de sus imágenes, las atmósferas opresivas en el islote de la calamidad, la elipsis que enuncia estados anímicos. Cuando ruedan los créditos me quedo pensando como un marino en el océano de la incertidumbre. Es una buena película psicológica. 



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: The Lighthouse
Año: 2019
Duración: 1 hr 48 min
País: Estados Unidos
Director: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers, Max Eggers
Música: Mark Korven
Fotografía: Jarin Blaschke
Reparto: Willem Dafoe, Robert Pattinson
Calificación: 7/10



Tráiler de la película 

Sinopsis: Luo Hongwu regresa a Kaili, su ciudad natal, de la que huyó hace varios años. Comienza la búsqueda de la mujer que amaba, y a quien nunca ha podido olvidar. Ella dijo que su nombre era Wan Quiwen.


Ficha técnica
Título original: Long Day's Journey Into Night (Di qiu zui hou de ye wan)
Año: 2018
Duración: 2 hr 18 min
País: China
Director: Bi Gan
Guion: Bi Gan
Música: Lim Giong, Point Hsu
Fotografía: David Chizallet, Hung-i Yao
Reparto: Tang Wei, Sylvia Chang, Vivien Li, Huang Jue, Chen Yongzhong,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Consigo quedar hipnotizado por la deslumbrante puesta en escena de 'Largo viaje hacia la noche', la segunda película del director chino Bi Gan. Se trata de un drama con minúsculos subterfugios genéricos del romance, con el que se cuenta la historia de Luo Hongwu, un detective misterioso que regresa a su ciudad natal en la localidad de Kaili con el fin de reencontrarse con Wan Qiwen, la mujer que una vez amaba y por la que sacrificó todo, incluyendo una relación efímera y unos dilemas bien peligrosos. Cuando veo al hombre con un pasado buscando a la enigmática mujer del vestido verde, tolero la ligera exposición que desarrolla el trasfondo de los protagonistas para dejarme llevar por el periplo hacia los sentimientos internos de dos personas, sobre todo de un individuo que se siente engañado por las trampas colocadas por la memoria. Son dos personajes sutilmente interpretados por Huang Jue y Tang Wei, con una química muy natural que alimenta a los personajes de los pensamientos, los gestos y las miradas calculadas. Su estructura narrativa es un tanto novedosa cuando divide la trama en dos partes: una en la que el montaje recurre a la analepsis y a la elipsis cuidadosa para describir las reflexiones del protagonista cuando lee el libro verde (como si fueran recuerdos fragmentados), y una segunda en la que todo se cuenta en tiempo real a través de un meticuloso plano secuencia en 3D de casi una hora. Los diálogos respiran poesía en todas las escenas, la banda sonora compensa los estados de ánimo.  El ejercicio estético también utiliza unos raccords muy escuetos para describir acciones espacio-temporales, discretos atrezzos y unos colores hermosísimos que aportan valor simbólico a cada plano, entre los que se destacan el verde esperanzador y el rojo pasional. Es una experiencia sensorial, atmosférica, casi subjetiva sobre los sueños, el cine, el amor y los miedos más intrínsecos.



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Sinopsis: Los bomberos responden a un llamado de ayuda, y se llevan la carroza con la escalera de rescate, la cual enganchan a un caballo. Un segundo camión tirado por caballos se une al primero, y se dirigen calle abajo al incendio de una casa. Dentro de un hombre duerme, se despierta entre llamas y se arroja de nuevo a la cama. Entra un bombero, limpiando el fuego. Él carga a la víctima, bajando por una escalera hacia un lugar seguro. Otros bomberos entran a la casa para guardar sus pertenencias, y sale uno con un bebé. El hombre salvado se regocija, pero aún no ha terminado. Otro residente aparece arriba, pero termina saltando.


Fue una de las primeras películas en utilizar múltiples tomas editadas juntas para crear una secuencia cronológica que impulsara una narración coherente. Williamson también crea suspenso al mostrarle a la audiencia la extensión del incendio en el primer disparo, lo que aumenta el sentido de urgencia cuando el equipo de bomberos (que carece de esta información privilegiada) abandona la estación y se apresura a apagarlo". Fue estrenada junto a Stop Thief! (1901), "indicando la dirección que tomaría Williamson en los próximos años, mientras refinaba esta nueva gramática cinematográfica para contar historias de sofisticación narrativa y emocional sin precedentes". Brooke también afirma que fue una importante influencia en una película estadounidense pionera, 'La vida de un bombero estadounidense' (1903) de Edwin S. Porter, que tomó prestado el modelo narrativo de Williamson y lo desarrolló aún más mediante la introducción de primeros planos.


Ficha técnica
Título original: Fire!
Año: 1901
Duración: 5 min 00 seg.
País: Reino Unido
Director: James Williamson
Guion: James Williamson
Música: Muda
Fotografía: James Williamson
Reparto: varios
Calificación: 7/10

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'Anna', la película más reciente del director Luc Besson, me parece una decepción rotunda que solo sirve como una excusa para retornar a la estética de espionaje por la que es conocido. La observo pensando inicialmente que se trata de algo espectacular, como lo que vi una vez con esa maravillosa película de Besson titulada 'Nikita'. Pero me equivoco durante dos horas de metraje en la que los bostezos invaden mi cuerpo a la velocidad de un cartucho de fogueo. Es un thriller de espionaje aburrido, autoparódico, en el que abundan los clichés, los personajes huecos y unas secuencias de acción que me coloca en un estado de indiferencia absoluta. Narra la historia de una tal Anna, una mujer que vive en Rusia bajo cierto anonimato porque, aparentemente, lo perdió todo y por situaciones diversas, además de ser modelo, trabaja como una espía para la KGB, realizando las tareas sucias de la agencia, como una brutal asesina que disfruta matar de un disparo en la cabeza a muchos tipos malos mientras practica el gun fu para intentar comprar su libertad. Hasta manipula a los agentes de ambos bandos para comunicar que ella tiene el control. No le veo nada de chispa a la Anna que interpreta Sasha Luss, es una protagonista que luce como una matrioshka que se deja cosificar como un objeto erótico. El montaje excesivo abusa de la analepsis para contar lo que sucede en distintos períodos de tiempo, con el fin de construir unos giros torpes. Se destaca la ambientación y el rol secundario de una siniestra Helen Mirren. Todo lo otro me resulta innecesario, incluyendo el reiterativo comentario sobre la independencia femenina al servicio de esa corrección política que está de moda. No me importan para nada los supuestos tiroteos sofisticados ni los asesinatos violentos ni la captura de la protagonista. Es tan vacía como una pistola sin cargador.



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Calificación: 4/10




Sinopsis: Dos policías, uno veterano (Gibson) y el otro más joven y volátil (Vaughn), son suspendidos cuando un vídeo de sus duras tácticas de detención de delincuentes se convierte en la noticia del día en los medios de comunicación.


Ficha técnica
Título original: Dragged Across Concrete
Año: 2018
Duración: 2 hr 39 min
País: Estados Unidos
Director: S. Craig Zahler
Guion: S. Craig Zahler
Música: Jeff Herriott, S. Craig Zahler
Fotografía: Carlos Rossini
Reparto: Mel Gibson, Vince Vaughn, Tory Kittles, Laurie Holden, Jennifer Carpenter
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


El tercer largometraje del director estadounidense S. Craig Zahler, titulado 'Dragged Across Concrete', tiene un arranque algo parsimonioso, así como un extenso metraje que obstaculiza cualquier intento de reducir la cohesión interna de la narrativa, pero reconozco que me contagia mucho las situaciones esperpénticas de su relato criminal, los giros inesperados, los diálogos repletos de cinismo y los personajes correctamente delineados que no tienen nada que perder. El guión lo firma el mismo Zahler. Es una película que me intriga bastante con la historia de los dos policías que se ven arrastrados por la suciedad de la jungla de asfalto, en la que lentamente abandonan la ética y el sentido del deber para escapar de su aparente estado socioeconómico, ya que el sueldo de policía es insuficiente para saldar las deudas. En su camino se cruzan con unos psicopáticos ladrones de bancos vestidos de negro, el siniestro jefe de la pandilla y un afroamericano exconvicto que anhela sacar a su familia de la pobreza; personajes secundarios que añaden cierta sustancia a la narración. Me parecen sólidas las actuaciones de Tory Kittles, Vince Vaughn y Mel Gibson (nuevamente haciendo de policía duro). La trama despliega elegantemente los mecanismos genéricos del neo-noir y el cine de policía en parejas, sin perder en ningún momento la tensión desatada por las confrontaciones violentas que se resuelven a tiro limpio. El tono es lóbrego, propenso a la violencia y a la acción de serie B que prácticamente componen la estética de Zahler. A veces recurre al plano general para aminorar el fatalismo de los hechos. Las escenas y las secuencias son largas, incluyendo el climático tiroteo de casi treinta minutos, a pesar de que mantiene el ritmo adecuadamente. La banda sonora, compuesta por Zahler en conjunto con Jeff Herriott, es satisfactoria. Es muy acertado su comentario sobre la honestidad, la brutalidad policial y los males del capitalismo. Es un buen film policíaco, uno muy impredecible.



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En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que incluye la explicación del final de 'Jojo Rabbit', la nueva película de Taika Waititi.





Con el paso de los años, me doy cuenta de que el cine bélico todavía tiene muchas historias por contar de la Segunda Guerra Mundial. He visto muchísimas películas del género, pero particularmente las que logran conmoverme con mayor impacto emocional son las que retratan las vicisitudes de los niños indefensos atrapados por los horrores de la guerra iniciada por el Tercer Reich, los hijos de nadie que cargan con las consecuencias penosas de abandonar la inocencia bajo una lluvia de disparos y bombardeos, anhelando por encima de todo una pizca de humanización. Se me hace imposible borrarlas de mi memoria. Sus imágenes son tan poderosas que no consigo olvidarlas. Entre ellas se encuentran El tambor de hojalata, La balada de un soldado, Europa EuropaLa infancia de Iván, La vida es bella, Alemania, año cero y la obra maestra Ven y mira. Son filmes que subrayan los eventos con un realismo descomunal y, a veces, con los semblantes genéricos de una tragicomedia, aunque lo cierto es que todas coinciden con el hilo conductor que refuerza la idea de que el odio puede destruirnos a todos. 


A ese grupo se suma la nueva película del director neozelandés Taika Waititi (Hunt for the Wilderpeople, Thor: Ragnarok). Se titula Jojo Rabbit y está basada en Caging Skies, la novela de Christine Leunens. Es una sátira fabulesca sobre la Segunda Guerra Mundial que me conmueve cuando condena el odio y la deshumanización en tiempos de beligerancia para celebrar el amor, la amistad y el redescubrimiento, a través de un niño que se enfrenta dolorosamente a unas circunstancias que modifican su moral y su forma de pensar. Su fábula de mayoría de edad se equilibra entre el drama y la comedia negra. Es gratificante, edulcorada, mordaz y por momentos puede ser previsible en unas cuantas escenas. Pero no por eso deja de ser novedosa. Me hace reír y minúsculamente humedece mis ojos. Se presenta con una narración sutil que nunca abandona la jovialidad ni los personajes contagiosos, unas actuaciones placenteras, una dirección de arte que reconstruye meticulosamente los escenarios alemanes de la época, un diseño de vestuario satisfactorio, una banda sonora muy empática de Michael Giacchino, el colorido estilo visual de la fotografía de Mihai Mălaimare Jr. y los diálogos elocuentes que recurren a una ironía que me pone a reflexionar cuando su fondo sociopolítico se apoya en el niño para escarmentar las enajenaciones históricas del nazismo.



Taika Waititi como Adolf Hitler y Roman Griffin Davis como Jojo Rabbit. Imagen cortesía de Fox Searchlight.

El argumento sitúa la acción en Alemania durante la etapa culminante de la Segunda Guerra Mundial y trata la historia de Jojo “Rabbit” Betzler (Roman Griffin Davis), un muchacho solitario de unos diez años de edad que asiste junto con su compinche Yorki (Archie Yates) al entrenamiento de las Juventudes Hitlerianas para demostrar la valentía y la admiración hacia la imagen de Adolf Hitler. Es un niño curioso, tímido y es muy sincero manifestando sus inseguridades frente a los colegas que se burlan de su ingenuidad en medio del ejercicio militar administrado por el complaciente capitán Klenzendorf (Sam Rockwell). Dice que ha perdido contacto con su padre porque este se encuentra sirviendo en el frente italiano, y su hermana mayor, Inge, murió a causa de la gripe.


Lo único que le queda a Jojo es su madre, Rosie (Scarlett Johansson), la cual siempre lo aconseja y oculta el hecho de que pertenece a la resistencia alemana, además de que esconde en el ático a una joven judía de nombre Elsa (Thomasin McKenzie), a quien protege para que los hombres de negro de la Gestapo no la capturen. A menudo, asimismo, habla con su colega irreal, Adolf Hitler (Taika Waititi), al que le confiesa todo lo que piensa.



Roman Griffin Davis, Taika Waititi y Scarlett Johansson. Foto de Fox Searchlight Pictures.


Vestido con su uniforme de camisa parda y pantalón de pana negro, Jojo camina por las avenidas de la ciudad junto a su camarada inventado Adolf Hitler, permitiéndome ver escenas que describen su cotidianidad y que incluyen, modestamente, algunas muy plácidas, como en la que se niega a matar a un conejo indefenso frente a los superiores de las Juventudes Hitlerianas que se mofan de él y que luego lo apodan “Rabbit”, la conversación con Hitler que lo motiva a lanzar un stielhandgranate sin permiso que termina explotando en sus pies y dejándolo con cicatrices, la madre soltera que golpea al nazi machista y afeminado para pedir que le asignen tareas adecuadas a su maltratado hijo, los recorridos de Jojo disfrazado de robot rojizo difundiendo folletos de propaganda nazi por las calles del poblado, las poéticas conversaciones entre Elsa y Jojo en la que comparten las características de los judíos, la dramática escena de la madre que se disculpa con el hijo enojado por encubrir a una muchacha judía para simbolizar sus sacrificios como silueta materna, el tenso episodio de casi diez minutos en los interiores de la casa en el Jojo confronta a los miembros de la Gestapo del capitán Deertz (Stephen Merchant) que buscan a la adolescente judía.



Taika Waititi, Sam Rockwell y Roman Griffin Davis. Foto de Fox Searchlight Pictures. 


El relato está estructurado desde la óptica subjetiva de Jojo, por lo que el aparente infantilismo de los personajes adultos que lo rodean tiene cierta coherencia narrativa. Se destacan grandemente los coloquios que sostiene con la versión de Adolf Hitler que adorna su conciencia y le sirven para reemplazar, en cierta medida, al padre que evidentemente perdió fuera de campo en la guerra, aunque ignora la generosidad de la madre que se sacrifica, Rosie, quien es la auténtica estampa paternal del hogar. Como es víctima de la manipulación ideológica y el lavado psicológico del nazismo, en su imaginación ve a Hitler como la figura patriarcal que necesita su núcleo familiar y su patria germana, pero como no lo conoce en vida real lo ve como un consejero. Después de atestiguar el ahorcamiento público de su madre en la plaza del pueblo en la que metafóricamente todas las viviendas lo miran guardando el silencio, rechaza gradualmente los discursos del Hitler ilusorio porque se siente engañado por sus ideas.



Thomasin McKenzie, Roman Griffin Davis y Taika Waititi. Imagen de Fox Searchlight Pictures.


A partir de ese momento el tono de la película se vuelve más lóbrego, dejando de lado el estilismo pintoresco y cómico para pasar a la tragedia que endurece la psicología del pequeño Jojo, colocándolo en primera fila como testigo del hundimiento de Alemania, donde ve a Fraulein Rahm (Rebel Wilson) sacrificando niños armados en la contienda. También exterioriza su decepción cuando se entera del suicidio del Hitler que anhelaba conocer. Por primera vez observa el costo humano de la conflagración, en una secuencia ralentizada y con una música sensible que lo pone a ver a los soldados heridos, las aceras emponzoñadas de cadáveres, el estruendo de las explosiones. Vive el infierno sobre la tierra. Pero al final de todo transita hacia la pubertad, reconociendo el valor de los seres queridos que se sacrificaron por él, como su madre Rosie y su amor platónico, Elsa. También el capitán Klenzendorf, que lo salva de un fusilamiento seguro del ejército aliado.


Las interpretaciones de la película me parecen maravillosas y añaden cierta autenticidad a lo que se describe con la gestualidad y los diálogos de sus personajes. Destaco la de Roman Griffin Davis como el niño inocente manipulado por las doctrinas políticas del período, la de Scarlett Johansson como la madre optimista que cuida a su hijo de la moralidad corrompida del nacionalismo y la de Sam Rockwell como el capitán honesto que oculta su bondad. Me convencen en cualquier escena.



Roman Griffin Davis como Jojo "Rabbit". Imagen de Fox Searchlight Pictures.


No podía esperar menos de la atrevida estética de Waititi. Su película consigue hacerme reír y entristecerme con los personajes caricaturescos que presentan el afecto como la única solución disponible para disipar los efectos de la antipatía (simbolizado en el clímax con el plano-contraplano de Jojo y Elsa), un montaje muy correcto de Tom Eagles que preserva adecuadamente el ritmo y la cohesión de las escenas. Lo que más me intriga son las pláticas entre el niño y el amigo imaginario llamado Adolf Hitler, con las que de algún modo se elabora un poderoso discurso sobre los horrores de la guerra, el proceso de madurez de un chiquillo y los corolarios del fanatismo fecundado por los extremos de las ideologías fascistas que algunos progresistas tienden a señalar de forma apresurada para descalificar a todo aquel que no coincida con su agenda. Aunque tolero el discreto patriotismo que acentúa a los héroes, no deja de ser una sátira revisionista muy agradable. Es una película muy entretenida.  



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Ficha técnica
Título original: Jojo Rabbit
Año: 2019
Duración: 1 hr 48 min
País: Estados Unidos
Director: Taika Waititi
Guion: Taika Waititi
Música: Michael Giacchino
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Reparto: Roman Griffin Davis, Taika Waititi, Scarlett Johansson, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película