Crítica de 'Los dos papas': asuntos papales sin sutileza

En mi crítica de esta semana hablo de 'Los dos papas', la nueva película de Fernando Meirelles.



Para nadie es un secreto que en los últimos años el orden eclesiástico de la Iglesia Católica atraviesa un camino espinoso de críticas, desatado por las investigaciones que han sacado a la luz los múltiples casos de abuso sexual perpetrado por unos curas depredadores blindados por la impunidad, la postura ante la homosexualidad, la homofobia, el matrimonio del mismo género y la polémica planteada por la legalización del aborto. Desde la caída de vocaciones sacerdotales hasta el encubrimiento de injusticias infantiles, la lista de escándalos filtrados es enorme y a mi juicio no tiene fin. Los dos papas que se han enfrentado a esa porfía son Joseph Ratzinger, el antiguo papa Benedicto XVI, y, el más reciente pontífice, el papa Francisco, conocido secularmente como Jorge Bergoglio. Aunque ambos están marcados por sus respectivas diferencias ideológicas, han tenido que lidiar con esos temas delicados a lo largo de los años para impedir el derrumbe sistemático de la Santa Sede.

La nueva película estrenada en Netflix del director brasileño Fernando Meirelles (Ciudad de Dios) titulada Los dos papas, aborda precisamente ese vínculo entre los dos señores episcopales. La veo pensando en que se trata de un evento sin precedentes contando la historia del papa y del cardenal argentino que intercambian diálogos relacionados con la situación actual de la iglesia católica. Pero a la media hora me invade una sensación de fatiga al ver las escenas de sus coloquios en la Capilla Sixtina, en los jardines del Castel Gandolfo, en las estancias de Rafael, o cuando comen pizza y disfrutan del fútbol para sacar a relucir los artificios de la cotidianidad del papado. Me importa un bledo lo que sucede. Es aburrida en potencia. Desarrolla sin mucha profundidad textos sobre los recovecos de la fe, la corrupción y el manejo del poder en los altos círculos clericales. Aunque cuenta con dos actuaciones destacables de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, sufre de una narrativa blanda, carente de sustancia, en la que abunda el sentimentalismo barato y una indulgencia calculada al servicio del mercadeo que, en ocasiones, cede el paso al drama biográfico más convencional.


Anthony Hopkins y Jonathan Pryce. Foto de Netflix. 


Firmada por un guion de Anthony McCarten (autor del libro en que se basa), la historia de la película se ambienta en el año 2012 y examina el encuentro mantenido por el papa Benedicto XVI (Anthony Hopkins) y el arzobispo Jorge Bergoglio (Jonathan Pryce) cuando discuten a puertas cerradas los problemas desatados por el escándalo de las filtraciones del Vaticano, documentos clasificados que destapan cosas muy escabrosas sobre la Iglesia católica. Uno es un conservador que se ve empañado por las acusaciones en público sobre su férrea posición ante la barahúnda; el otro es un liberal que anhela un cambio que castigue a los culpables y que pueda blanquear la imagen del consorcio. A pesar de sus disparidades frente a las circunstancias, comparten motivos comunes por el hecho de que ambos desean renunciar a sus respectivos cargos dentro de la iglesia.

Aunque la película presenta a los personajes como dos opuestos, el relato está estructurado desde el punto de vista de Bergoglio, quien a través de varias escenas retrospectivas me traslada a sucesos de su existencia, como la crónica del sacrificio que hizo para dejar a su amante Amalia, su motivación para convertirse en sacerdote y las inclinaciones políticas que tomó siendo un joven (Juan Minujín) durante la dictadura militar de Videla en Argentina, su vida en el exilio sirviendo como un párroco entre las personas más pobres. Al inicio también recuerda el año 2005 cuando es requerido de urgencia en la ciudad del Vaticano para elegir un nuevo papa tras la muerte del papa Juan Pablo II, enfrentándose al favorito cardenal alemán Joseph Ratzinger, quien termina convirtiéndose en el papa Benedicto XVI.
   

Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio y Anthony Hopkins como Benedicto XVI. Foto de Netflix.


Quizá para quedar bien con los guardianes de la corrección política, Meirelles coloca a Benedicto XVI indirectamente como un villano a discreción cuando subraya sus gustos excesivos (prendas de oro, vestuario exuberante, viajes en carros de lujo, en helicóptero, etc.), su autoridad inflexible para tapar los crímenes efectuados por los capellanes pedófilos y la intolerancia que le imposibilita abandonar el tradicionalismo de la Iglesia católica. Por otra parte, retrata a Bergoglio como el héroe progresista, parsimonioso, de gran sabiduría, bondadoso con los suyos y con los desdichados, arropado por una cuota de humildad considerable que le permite rechazar las trivialidades protocolares de la iglesia y los asuntos mundanos. Las dicotomías entre ambos se acentúan también en el trato hacia los demás, su forma de vestirse, sus preferencias por la música y los deportes y hasta por la comida. Y al final uno ellos, Benedicto XVI, se somete a la genuflexión del otro para lograr escapar de la vicisitud.

Las conversaciones entre el hermético Benedicto XVI y el persuasivo Bergoglio cuando hablan de las cuestiones teológicas de la pérdida de la fe, la mea culpa insoportable por la crisis institucional y la preservación de las tradiciones del catolicismo son subterfugios textuales que, en efecto, sirven como distracciones para esclarecer su contienda ideológica y oscurecer el desarrollo de sus personalidades.


Jonathan Pryce y Anthony Hopkins. Imagen de Netflix.


Es por esa razón que la película carece de matices delineando a los personajes. Solo nos muestran la superficie. Todo luce rutinario y abusivamente expositivo, apuntando a una única subjetividad. Asistimos simplemente a lo que piensa Jorge Bergoglio de las ideas de Benedicto XVI antes de que se convirtiese en el papa Francisco.

El argumento se desentraña como una excusa fabulesca para presentar la travesía que supuestamente lo ha llevado hasta la silla de san Pedro, poniendo de entredicho que el impedimento de su renuncia al puesto de cardenal se debe a las decisiones morales que toma para corregir los males ocultados por la administración permisiva del papa Benedicto XVI, dádiva que lo mantiene atado para responsabilizarse por los menoscabos ocasionados, representado en la escena de la Sala de las Lágrimas, en la que Benedicto consuela a Bergoglio y le da la absolución por su rol en el régimen dictatorial de Argentina, y luego inicia su propia confesión con un silencio metafórico (hablando de los abusos de Marcial Maciel, el clérigo fundador de los Legionarios de Cristo) que sorprende a Bergoglio y que corrobora sus deseos de abdicar, cosa que Bergoglio acepta cuando lo absuelve.


Anthony Hopkins como Benedicto XVI y Jonathan Pryce como Jorge Bergoglio. Imagen cortesía de Netflix.


El duelo interpretativo entre Anthony Hopkins y Jonathan Pryce es acertado cuando retratan las preocupaciones y los pensamientos de esos líderes religiosos a través de las miradas, la gestualidad mesurada y los movimientos físicos, pero no consiguen convencerme del todo. Parecen figuras de plástico con un interior repleto de aire.

La película de Meirelles, alejada de cualquier rastro de sutileza, fabrica un discurso político sobre los claroscuros del conservadurismo y el liberalismo dentro de la Iglesia Católica, con el cual enuncia que la única manera en que la organización puede progresar es imponiendo las doctrinas del segundo, simbolizado a la vez por el puente de comunicación de los dos papas que interpretan Hopkins y Pryce, uno vestido de blanco y otro de negro. Tiene asimismo un aceptable trabajo de montaje, unos decorados correctos y escenas minúsculas de cavilación que se quedan inconclusas. Sin embargo, me parece insignificante y muy naíf examinando la polarización del poder en la jerarquía católica, escondiendo las contrariedades con una neblina narrativa y personajes acartonados que fingen estar humanizados, como si se tratara de un producto de publicidad religiosa diseñado para ocultar la verdad de las cosas. Aunque cuando milagrosamente ruedan los créditos, me acuerdo de que es ficción y se me pasa. Es una fábula edulcorada sobre la amistad y la banalización del perdón que no termina de engancharme. 

Ficha técnica
Título original: The Two Popes
Año: 2019
Duración: 2 hr 05 min
País: Reino Unido
Director: Fernando Meirelles
Guion: Anthony McCarten
Música: Bryce Dessner
Fotografía: César Charlone
Reparto: Jonathan Pryce, Anthony Hopkins, Juan Minujín, Cristina Banegas,
Calificación: 4/10


Tráiler de la película 


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