Crítica de 'El hombre invisible': el terror que no se ve

En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que abarca la explicación del final de 'El hombre invisible', la película de terror de Leigh Whannell que traza un comentario afilado sobre el acoso y el abuso doméstico.   





El hombre invisible, la novela de ciencia-ficción de H.G Wells fue publicada en 1897. Fue muy popular porque contaba la historia de un científico loco que en medio de una investigación focal inventa una manera de hacerse invisible. Supongo que a cualquiera le gustaría eso. Desde entonces ha sido adaptada a distintos medios. El cine no es una excepción. Se adaptó en unas cuantas ocasiones durante el siglo XX. Fue la época en que el estudio Universal adquirió los derechos y produjo numerosas películas partiendo de ese material, en la época en que también desarrollaba un universo cinematográfico constituido por monstruos como Drácula, Frankenstein y La momia. La más conocida fue El hombre invisible, la cinta pre-code de terror dirigida por James Whale y protagonizada por Claude Rains y Gloria Stuart. Se convirtió en la película más taquillera de la Universal en 1933 y fue aplaudida por los efectos visuales. A mí me resulta algo irregular, a pesar del rol de Rains como Griffin. Le siguieron otras secuelas y algunos films inspirados en la novela que no vienen al cuento. Después, pasaron muchos años sin que se estrenara una nueva versión.

Recientemente tuve la oportunidad de ver la nueva película inspirada en la obra. Es una especie de reboot que reinventa la leyenda. Se titula El hombre invisible y debo decir, sin temor a equivocarme, que se trata de una película de terror escalofriante, encadenada a un comentario social que la distingue del resto cuando sitúa a una mujer en la mira de un acosador invisible que la perturba hasta causarle un detrimento psicológico irreparable. El efectismo, a mi parecer, funciona en cada rincón de la puesta en escena que dirige el director australiano Leigh Whannell, luego de la soporífera Upgrade. Aquí es sutil. Opera con un terror que aprovecha los espacios vacíos para transmitir el peligro. Hay planos meticulosos que no dejan de inquietarme hasta que ruedan los créditos. Me da más miedo por lo que no se ve, que por lo que se ve. Aunque hay escenas que me resultan previsibles, así como el desarrollo de los personajes secundarios, todo se me olvida cuando siento la monomanía de esa mujer interpretada por Elisabeth Moss, en cuya psicosis observo cosas como la decepción, la ira, la culpa, el horror. Por momentos creo que realmente está loca en un hospital psiquiátrico imaginándose lo que sucede. No hay ni una sola escena en la que no me parezca creíble.


Elisabeth Moss como Cecilia Kass. Fotograma cortesía de Universal.


La película narra la existencia de Cecilia Kass (Elisabeth Moss), una mujer que aparentemente atraviesa un período difícil en la relación que tiene con su pareja, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen). Reside con él en una enorme mansión en California. Su novio es un hombre adinerado, que ha logrado su fortuna trabajando en el campo de la ingeniería óptica. Ella es rubia, pero no es la típica tonta que anhela ser reina del grito sometiéndose al abuso. Está cansada de ser la víctima de la masculinidad tóxica. Es posible que haya recibido maltratos en el pasado, por lo que su necesidad de escapar está justificada. Todo luce escabroso. La escena de apertura plantea el problema cuando droga a su consorte con diazepam y huye despavorida por el bosque para esperar ser recogida en un auto por su hermana Emily (Harriet Dyer), aunque Adrian casi la atrapa rompiendo el cristal del vehículo. Se refugia en la casa de su amigo James (Aldis Hodge), quien vive con su hija Sydney (Storm Reid). Unas semanas después siente un alivio al escuchar que Adrian se suicidó, dejándole una herencia de cinco millones de dólares.


Aldis Hodge, Elisabeth Moss y Storm Reid. Foto de Universal Pictures.


A partir de ese detonante la trama me intriga bastante, sobre todo porque Cecilia intenta seguir con su vida, olvidando el episodio fatal, independizándose y buscando trabajo en una firma de arquitectura (ella es arquitecta). Pero comienza a experimentar una paranoia que no la deja quieta, pensando que Adrian está vivo y que de alguna forma la persigue, aunque todavía no tiene evidencias para probarlo. Lo sospecha cuando se desmaya en una entrevista al ver su portafolio vacío y luego, al despertarse, los médicos de la clínica le dicen que hallaron altos niveles de diazepam en su organismo. Esa inquietud se agudiza cuando duerme, cuando recorre los pasillos de la casa, o al encontrarse con el frasco de diazepam con el que drogó a Adrian. Piensa que Adrian finge su muerte y está utilizando la tecnología ocular para volverse invisible y atormentarla sin que nadie se dé cuenta. Su conjetura se complica cuando sus seres queridos se alejan de ella al pensar que está delirando. Y como carece de pruebas para confirmar la identidad del hombre invisible, planifica una estrategia para atraparlo.


Elisabeth Moss. Foto de Universal. 


Con la figura invisible y la mujer acorralada, Whannell construye un argumento sobre las relaciones tóxicas y la violencia contra la mujer, así como las consecuencias inmediatas del acoso que pasa desapercibido. Es la invisibilidad del acoso. Casi siempre coloca fuera de campo al victimario para subrayar la impotencia y el trauma de la protagonista. Ingeniosamente ofrece pocos elementos que acentúen la conducta del agresor para que las acciones de la protagonista tengan mayor repercusión textual. La metáfora es, a mi juicio, bien sutil. Al ocultar al sociópata narcisista con una invisibilidad simbólica, subraya la idea de que en la sociedad, la mujer maltratada que no tiene pruebas para validar la agresión por desconocer las intenciones del monstruo invisible, no puede hacer que su voz sea escuchada por las autoridades, quedándose, irónicamente, invisible en el círculo de violencia doméstica sin la posibilidad de que se haga justicia por su condición. Ese es el verdadero pánico, en especial cuando el hostigador oculta los hechos de un crimen para culpar a la víctima del escándalo y a esta no le queda de otra que recurrir a la venganza para exigir sus derechos. Muestra el daño psicológico del ímpetu doméstico en ambos lados del espectro, tanto de la mujer como del hombre, aunque se amplifica desde el punto de vista de una mujer sometida al maltrato.


Elisabeth Moss. Imagen de Universal Pictures.


Esta capa de lectura se manifiesta, presumo, cuando el hombre invisible oprime a Cecilia por todas partes como una entidad obsesionada, causándole trastornos y perjudicando el vínculo que ella tiene con sus allegados. Lo contemplo en la escena en que Cecilia conversa con Sydney y esta última es golpeada por una fuerza invisible, consiguiendo que un enfadado James asuma que lo hizo Cecilia. También en la escena del restaurante cuando Cecilia le confiesa sus planes a Emily para tratar de reconciliarse y el hombre invisible, que se encuentra allí, le corta la garganta a Emily con un cuchillo y lo planta en la mano de Cecilia, incriminándola delante de una multitud de testigos y depositándola, en vivo y en directo, en los interiores de un sanatorio mientras espera la sentencia. En ese lugar llego a pensar que verdaderamente está desquiciada, pero se me pasa cuando se revela que está embarazada y se enfrenta al hombre invisible en una impactante secuencia en el pabellón del asilo.


Elisabeth Moss. Universal Pictures. 


La actuación de Moss es la vértebra de la película, y es tan convincente que me causa un espanto cuando arrastra todas las cosas horribles que le hacen a Cecilia. Su carga expresiva es equilibrada. Se vale del físico, la mirada y el lenguaje corporal para añadirle sustancia al personaje en las escenas de riesgo. Su autenticidad me transmite emociones como el júbilo, la rabia y la melancolía. Me convence cualquier escena en la que es doblegada, es lanzada por las paredes, llora al lado de gente que cree que perdió la cordura, al combatir al hombre visible con el traje invisible. En su interpretación no hay nada fuera de orden. Interpreta a Cecilia como una mujer fuerte, vulnerable, inteligente, que acarrea el amargo sabor de la desilusión y se ve obligada a endurecerse para poder liberarse de las ataduras patriarcales. Pienso que es uno de sus mejores roles desde Reina de la Tierra.

La película completa me parece el capítulo de terror de una unión disfuncional, en la que el hombre posesivo es el asesino y la mujer tolerante que es hostigada se resiste a ser la chica final al pagarle con el gélido precio de la ley del talión. Es aterradora, tensa y muy retorcida al mezclar la estética clásica del terror con la ciencia-ficción minimalista y un suspense hitchcockiano del que De Palma estaría orgulloso. Emplea mecanismos audiovisuales para que el horror sea de tres dimensiones, principalmente con el uso del plano subjetivo, el campo-contracampo, las atmósferas, la banda sonora agobiante de Benjamin Wallfisch que amplía considerablemente los estados de ánimo y el montaje que despliega el ritmo para mantener el encadenamiento. Lo que veo se sale de la pantalla y me eriza la piel. Tenía tiempo sin ver una película de terror tan provocadora. 


Ficha técnica
Título original: The Invisible Man
Año: 2020
Duración: 2 hr 04 min
País: Estados Unidos
Director: Leigh Whannell
Guion: Leigh Whannell
Música: Benjamin Wallfisch
Fotografía: Stefan Duscio
Montaje: Andy Canny
Reparto: Elisabeth Moss, Storm Reid, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Oliver Jackson-Cohen,
Calificación: 7/10



Tráiler de la película



Crítica de la película 'El hombre invisible', dirigida por Leigh Whannell y protagonizada por Elisabeth Moss.

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