El orgullo de los Yanquis (1942)

Sinopsis: Biopic sobre Lou Gehrig, un legendario jugador profesional de béisbol norteamericano, al que, después de jugar muchos años sin perderse ni un solo partido, le diagnosticaron de repente una misteriosa enfermedad.

Ficha técnica
Título original: The Pride of the Yankees
Año: 1942
Duración: 2 hr 08 min
País: Estados Unidos
Director:  Sam Wood
Guion: Jo Swerling, Herman J. Mankiewicz
Música: Leigh Harline
Fotografía: Rudolph Maté
Reparto: Gary Cooper, Teresa Wright, Babe Ruth, Walter Brennan
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Me siento conmovido viendo 'El orgullo de los Yankees', el biopic dirigido por Sam Wood que cuenta la historia del legendario beisbolista Lou Gehrig. Tenía un tiempo queriendo verla. La protagonizan Gary Cooper y Teresa Wright, acompañados a la vez de figuras míticas del béisbol como Babe Ruth, Bob Meusel y Mark Koenig, interpretándose a sí mismos. La película describe la existencia de Lou y plastifica su trayectoria como la de un héroe cotidiano y humilde que recibe un gran afecto de su patria, en una escenas que me permiten conocerlo cuando es un niño que sueña con ser pelotero a pesar de la oposición de los padres conservadores, muestra un desempeño destacado en las ligas menores donde rápidamente se hace popular como bateador, asciende al estrellato en las Grandes Ligas del Béisbol como primera base y bateador de los New York Yankees, se enamora de la hermosa Eleanor, alcanza la gloria como jugador profesional y como esposo honesto. Todo es jovial y muy idealista hasta que la tragedia batea su vida con una enfermedad mortal, terminando, tristemente, el récord de jugar 2130 partidos consecutivos. La actuación de Cooper, otra vez como hombre íntegro, es muy sobria cuando se pone en la piel de Gehrig y me transmite un amplio rango de emociones con los gestos y la mirada, valiéndose además de la destreza física que exhibe en el campo de béisbol. Lo acompaña también una sólida actuación de Wright como la esposa que lo apoya en las buenas y en las malas. Por otra parte, destaco los diálogos irónicos de Mankiewicz y Swerling, el estilo visual que consigue la cámara de Rudolph Maté y el montaje que encadena las escenas con un ritmo consistente, sosteniéndose, casi siempre, de una elipsis muy escueta para encapsular el paso del tiempo. Es difícil que olvide el discurso final. Me despido de ella con los ojos aguados.




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