Crítica breve de 'Historia del hampa' (1950)

Historia del hampa
Historia del hampa, de Cy Endfield, es una película de cine negro algo olvidada que no supone para mí nada fuera de lo ordinario. Como cine negro de serie B, tiene un arranque interesante con su trama sobre corrupción y asesinato en la prensa sensacionalista, pero ni siquiera presentando el rol de Dan Duryea como el cínico periodista puede corregir una segunda mitad pobre. Cuenta la historia de Mike Reese, un periodista que es despedido del periódico donde trabaja por publicar un artículo sobre un testigo asesinado por la pandilla de un mafioso local, dándose cuenta de que nadie lo contrata por la influencia de los peces gordos que manejan el negocio periodístico de la ciudad. La trama le añade un detonante al asunto cuando el protagonista toma un préstamo con un capo de la droga y se hace socio de Catherine Harris, la dueña del periódico de un pequeño pueblo a la que convence para que su medio, The Lakeville Sentinel, venda a varios periódicos rivales la primicia del asesinato de la nuera de un magnate de los periódicos y los rastros de sospecha de una mujer afroamericana injustamente inculpada por la policía. A partir de ahí empieza la carencia de cohesión. La falta de sustancia de los personajes, los diálogos apresurados y una redundancia programada se encarga de quitarme el interés cuando veo al periodista tirando la ética por la ventana para exponer a los corruptos de la prensa y ganar dinero a toda costa con el circo mediático. El ritmo de las escenas se pierde como las cenizas de un cigarrillo. Ni siquiera la actuación regular de Duryea como el periodista inescrupuloso puede rescatar el aparato de acción previsible. En la misma línea que la irregular 'Cadenas de roca', de Wilder, el argumento del periodista sin escrúpulos le sirve a Endfield para elaborar una crítica un poco blanda sobre el poder que ejercen los jefes de la prensa para tapar la corrupción y, en cierta medida, el papel ético que desempeñan los periodistas para sacar una verdad a la luz que pueda iluminar a los inocentes de las injusticias que se publican a diario en primera plana. Solo destaco ese estilismo visual de la cámara de Stanley Cortez cuando encuadra los callejones desolados y los interiores de las oficinas con unos claroscuros fascinantes que magnifican el halo de crimen del relato. Lo demás, me tiene sin cuidado.

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Calificación: 6/10



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