Como me ha pasado con algunas de las películas irregulares de Robert Altman, no encuentro nada que sea emocionante o decididamente novedoso viendo Los vividores. Tampoco entiendo su aclamación. Quizá vi otra película y estoy equivocado. Como western revisionista ofrece una visión austera de la vida en la frontera salvaje norteamericana, con un estilo visual depurado, pero me temo que ni siquiera eso puede revertir los efectos de una narrativa tan vacía como una Colt sin balas. Con una auténtica recreación de la época, me relata la historia de John McCabe, un misterioso forastero que llega a un frío y solitario pueblo minero a principios del siglo XX, donde monta un prostíbulo junto a la madame del burdel y socia, Constance Miller, ganando notoriedad por la rapidez en que crece su negocio. La narración, que invierte los parámetros del género a su antojo, en un principio despierta mi interés cuando observo al protagonista jugando al póquer y fumando su cigarro junto con los holgazanes de la taberna, hablando de negocios con su socia y amante, rechazando el trato de los forajidos enviados para matarlo. Sin embargo, el conjunto pierde fuerza con la simple historia del hombre que pudo prosperar. Sus diálogos se extienden innecesariamente. Se me hace previsible en la segunda mitad. Solo destaco la escena de la negociación entre McCabe y los cazarrecompensas en los interiores de la cantina, así como la reconstrucción metódica del período y ese sobrio panorama captado con planos ambiguos por la cámara Vilmos Zsigmond; con el fin, supongo, de desmitificar la figura del vaquero norteamericano y las acciones típicas halladas en las narrativas del lejano oeste. La estética de Altman, amparada en un simbolismo blando, construye un anti-western para interrogar de una manera pesimista los engranajes del capitalismo desde la perspectiva de la explotación minera y la prostitución organizada, señalando los caminos oscuros del sueño norteamericano con esa gente condenada a vivir en la miseria a cambio de la prosperidad de otros. Aunque no percibo tanta dinámica entre los protagonistas y sus descripciones carecen de dimensiones dramáticas, me parece decente la actuación de Warren Beatty como ese vaquero carismático con un pasado violento, y la de Julie Christie como la cabaretera inteligente de carácter cosmopolita. Lo otro, incluyendo el anticipado tiroteo en la nieve y las canciones soporíferas de Leonard Cohen, me causa abulia durante dos horas que avanzan como una diligencia sin caballos.
Calificación: 6/10
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