La vaca

La vaca no tiene el pozo emocional de otras películas que he visto del cine iraní, pero es una obra valiosa de la Nueva ola iraní. Dariush Mehrjui, considerado uno de los arquitectos de la Nueva ola iraní, la ejecuta con un realismo que nunca pierde el horizonte para dialogar sobre la condición social de los campesinos. Su protagonista es Hassan, un campesino que vive en una aldea remota con su esposa y se siente muy feliz como propietario de una vaca preñada. Parte de la trama se desarrolla alrededor del vínculo entre la vaca y el protagonista, pero da un giro inesperado cuando Hassan se va en un viaje de negocios a la capital y, en medio de su ausencia, la vaca muere en circunstancias misteriosas en el establo, teniendo como consecuencia que los aldeanos la entierren y oculten la verdad alegando que ella se ha escapado. Por un lado, este hecho se amplifica cuando el pobre Hassan regresa cansado del viaje y luego enloquece al darse cuenta que la vaca ya no está. El argumento dialéctico no solo refleja el estado socioeconómico y las idiosincrasias de los campesinos iraníes, sino la manera en que la posición social de un individuo está intrínsecamente atada a su identidad. El campesino, Hassan, que depende de la vaca para alimentar a su familia y subsistir económicamente, pierde la cordura como resultado de no hallar a la vaca y lentamente se aliena como medida de escape de una realidad social que lo golpea tan duro como una piedra. La vaca necesita al campesino y el campesino a la vaca. La iconografía de la vaca simboliza la prosperidad, por lo tanto, sin la vaca el pueblo está condenado a morir de inanición. La alienación social del protagonista metaforiza la imposibilidad del campesino de encontrar una pizca de bienestar social en una sociedad donde, aparentemente, todos comparten el mismo destino: la miseria y el sufrimiento. Mehrjui, mediante un rico control compositivo, captura las inquietudes, las miradas y las costumbres campesinas mayormente con el sobreencuadre, el contracampo, las panorámicas, el fundido a blanco y el primer plano, con una sobriedad que a veces avanza a un ritmo parsimonioso. Lo más cautivante, supongo, es la interpretación de Ezzatolah Entezami como ese hombre desilusionado que cae en el abismo de la locura, con una expresividad que me parece muy orgánica. Entezami es, por así decirlo, el alma de este filme humano.



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Ficha técnica
Título original: The Cow (Gaav)
Año: 1969
Duración: 1 hr 44 min
País: Irán
Director: Dariush Mehrjui
Guion: Dariush Mehrjui
Música: Hormoz Farhat
Fotografía: Fereydon Ghovanlou
Reparto: Ezzatolah Entezami, Ali Nassirian, Jamshid Mashayekhi, Khosrow Shojazadeh,
Calificación: 7/10

Llamada para un muerto

Mi recorrido por la filmografía del maestro Sidney Lumet me ha quitado en el día de hoy casi dos horas con el visionado de Llamada para un muerto. Es una película bastante regular del director. A pesar del marcado estilo visual londinense, como thriller de espías su intriga se disuelve en la niebla y el rompecabezas apenas escapa de lo predecible. Su argumento, adaptado de la primera novela de Le Carré, se ambienta en el Londres de los Swinging Sixties durante la Guerra Fría y relata la misión de Charles Dobbs (George Smiley en la novela), un agente británico de inteligencia que investiga el suicidio de un funcionario del gobierno que era antiguo comunista. El arranque es más o menos tenso cuando el protagonista, como buen agente perspicaz, sigue las pistas y sospecha de que la esposa del individuo fallecido está detrás de la muerte y esconde una conspiración de doble espías rusos. Pero la trama, por así decirlo, no me causa ni frío ni calor y me mantiene en un estado de apatía cuando sigue al pie de la letra los mecanismos convencionales de la narrativa de espías, donde el protagonista conduce por las calles húmedas londinenses mientras mira por el retrovisor al hombre misterioso que lo sigue, o cuando llama por el teléfono rojo y toca las puertas para preguntar por nombres hasta tachar con un cotejo a todos los sospechosos del asesinato. La estética de Lumet encuadra la acción, mayormente, con una predisposición por el encuadre móvil y con ese estilismo atmosférico en el que la iluminación y la niebla añaden cierto realismo al escenario de espionaje en las locaciones exteriores. Todo es húmedo, grisáceo, oscuro, con una colorización en la que abunda la paleta apagada que satisface mis retinas en cada plano. El problema fundamental, supongo, es que los personajes que transitan por esos lugares carecen de fuerza para que el juego de espías sea equilibrado. Aunque son espías de carne y hueso, sin gadgets sofisticados ni pistolas Walther PPK, anticipo con mucha facilidad los pasos que da James Mason al lado del duro Harry Andrews para hallar al villano que se oculta tras las sombras, algo que sin mucho apuro es fácil de adivinar con la presencia de Maximilian Schell y de la siempre solvente Simone Signoret como esa señora atormentada por el pasado. Al menos se dejan ver, pero no quita el resultado de una propuesta mediana de espionaje.



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Ficha técnica
Título original: The Deadly Affair
Año: 1967
Duración: 1 hr 47 min
País: Reino Unido
Director: Sidney Lumet
Guion: Paul Dehn
Música: Quincy Jones
Fotografía: Freddie Young
Reparto: James Mason, Simone Signoret, Maximilian Schell, Harriet Andersson
Calificación: 6/10

Free Guy

Mi necesidad de consumir un producto que me haga pasar un rato entretenido me ha llevado a digerir Free Guy, una comedia de acción y ciencia-ficción que en su fórmula parece reciclar un catálogo de ideas de otras películas para diseñar su temática sobre videojuegos. Y es más o menos aceptable. Al principio tiene un arranque interesante que me mantiene pegado del asiento con el tipo de la camisa azul que interpreta el cómico Ryan Reynolds. Pero, como ya es habitual, pasada la media hora me asalta la dejadez y el hartazgo de ver su pirotecnia excesiva y el caos aparatoso de cada uno de los personajes artificiosos generados por ordenador que caminan por las avenidas con una sonrisa de idiota. Su protagonista es Guy, un hombre alegre y solidario que trabaja como cajero en un banco y vive una cotidianidad tranquila que se repite con la rutina de los días, pero que, tras un incidente, se coloca unas gafas por curiosidad y descubre, para sorpresa suya, que en realidad es un NPC dentro de Free City, un videojuego de mundo abierto de estilo sandbox. La trama muestra la aventura de Guy en la ciudad digitalizada repleta de jugadores locos, mientras de paso persigue a la chica que le gusta que está siendo controlada por una videojugadora y también lucha contra el control impuesto por unos devs que detrás del ordenador buscan parchearlo para corregir el error de programación de su código. Sin embargo, las secuencias de acción me resultan convencionales cuando el chico libre se enfrenta a los desarrolladores malvados para buscar su código fuente y lidiar con el estatus de celebridad de internet, presentado con ese tono paródico que evoca en todo momento un pastiche tonto entre Sobreviven, El show de Truman, Matrix y Ready Player One, con el ocasional guiño a videojuegos como Grand Theft Auto V  y Fortnite. La premisa, digamos, es bastante interesante cuando interroga el rol moral de los videojuegos en los videojugadores, la autoconciencia de la inteligencia artificial y las trampas de la identidad digital; pero desafortunadamente los trata de una manera acomodaticia y bastante superficial para complacer al buen público posmilenial que solo presiona un botón para calmar la ansiedad y fingir que son felices jugando videojuegos en plataformas de streaming como Twitch o YouTube Gaming. Los chistes pasados de moda de Reynolds no son suficientes para impedir el game over de esta propuesta aburrida sobre videojuegos.



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Ficha técnica
Título original: Free Guy
Año: 2021
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Shawn Levy
Guion: Matt Lieberman, Zak Penn
Música: Christophe Beck
Fotografía: George Richmond
Reparto: Ryan Reynolds, Jodie Comer, Joe Keery, Lil Rel Howery, Taika Waititi,
Calificación: 5/10

Marea alta

Lejos de sus apuntes sobre las clases sociales, Marea alta es una película de Verónica Chen que, en mi opinión, no funciona ni como drama ni como thriller y rara vez consigue algún efecto de intriga con la protagonista que interpreta Gloria Carrá. La propuesta de Chen, estrenada en la plataforma de Netflix, elabora ciertas lecturas sobre el clasismo, la sexualidad y el poder de los privilegios en la sociedad argentina, pero la falta de profundidad de su narrativa los desvanece como las olas que se estacionan a orillas de la playa. Lo cuenta con la historia de Laura, una mujer rica que siente que su mundo se desmorona en pedazos tras acostarse con el obrero machista encargado de construir una barbacoa en su lujosa residencia al lado de la playa. A un ritmo calmoso, la trama presenta los problemas psicológicos de Laura cuando comienza a sentirse amenazada por la presencia de los trabajadores que repudia y que piensa que en cualquier instante pueden abusar sexualmente de ella. En cierta medida, la premisa tiene un arranque que despierta mi interés, pero poco a poco me harto de la rutinaria existencia de la protagonista cuando camina por los aposentos de la mansión preocupada por que le puedan hacer daño, llamando por el celular al marido y a gente que me importa muy poco, matando animales silvestres para calmar su ira femenina en estado latente. A pesar de todo, me parece creíble la interpretación de Gloria Carrá cuando emplea la expresividad de su rostro para evocar los sentimientos de culpa, la arrogancia y la rabia soterrada de una burguesa que espera estallar como un acto de violencia. Es a través de su personaje que Chen relata el calvario intrínseco de una mujer adinerada que se encuentra atrapada por las trampas de una vida privilegiada y la paranoia de los prejuicios clasistas que la lleva a interpretar la discriminación de clases como una forma de agresión y de invasión de la intimidad femenina (los miserables de clase trabajadora, por su condición, no merecen entrar en su propiedad y son violadores en potencia), por lo que busca la venganza para satisfacer sus delirios. Esa crónica de venganza feminista se encuadra con una puesta en escena más o menos sofisticada que mezcla el drama con el thriller de invasión de casa más convencional, donde cada habitación del hogar refleja la lucha de clases en la esfera capitalista. Pero desafortunadamente el resultado alcanza una conclusión dúctil y bastante previsible.



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Ficha técnica
Título original: Marea alta 
Año: 2020
Duración: 1 hr 43 min
País: Argentina
Director: Verónica Chen
Guion: Verónica Chen
Música: Juan Sorrentino
Fotografía: Fernando Lockett
Reparto: Gloria Carrá, Jorge Sesán, Cristian Salguero, Mariana Chaud,
Calificación: 5/10

Fitzcarraldo

Fitzcarraldo es una película que se mueve como un barco por el caudal de un río, donde Herzog ejerce la función de timonel, pero no como un capitán, sino más bien como un director poseído por el alma de un conquistador de lo inútil que está dispuesto a hundirlo para satisfacer sus exigencias personales. Su propuesta me parece ambiciosa más allá de la simplicidad narrativa y algunas contrariedades ideológicas. Se dice que la producción vivió un auténtico caos en la selva amazónica de Perú porque, además de los accidentes que dejaron múltiples heridos y una insurrección de los extras indígenas, el equipo tuvo que trasladar un barco de 320 toneladas sobre la cima de una colina, una hazaña de Herzog que, si no me equivoco, a la fecha nadie ha conseguido repetir. Su historia se sitúa a finales del siglo XIX y relata un fragmento de la vida de Fitzcarraldo, un empresario excéntrico y melómano de la ópera que, tras una mala racha en los negocios, desea construir un teatro de ópera en la jungla peruana a orillas del Amazonas; aunque para lograr semejante quimera tiene la idea de viajar en barco por el río y transportarlo por tierra hasta la cima de un monte con el fin de aprovechar el atajo y explotar una zona de caucho inexplorada para enriquecerse. La odisea del navío sobre la montaña es, por así decirlo, el gran espectáculo en el que Herzog encuadra la acción con una cámara que evoca ese estilo documental y naturalista de Aguirre, la ira de Dios, donde captura con el gran plano general a un hombre absorbido por la inmensidad de una jungla inquieta y descarnada. En la superficie su texto refleja los límites de la determinación del hombre y los sacrificios necesarios para alcanzar la gloria. Pero por debajo elabora una lectura antropológica bastante subrepticia sobre las idiosincrasias de los indígenas y la manera en que estos, a su vez, fueron explotados sin preocupación por el dominio poscolonial. Su tratado erige ciertos paralelismos entre los orígenes del capitalismo y los corolarios del poscolonialismo, aunque puede resultar un poco ambiguo cuando glorifica la explotación y establece que el hombre blanco puede conquistar sus sueños explotando a los nativos. Quizá lo más interesante de su aventura, basada en la figura del barón del caucho peruano Carlos Fitzcarrald, es la interpretación de Klaus Kinski, quien nuevamente a las órdenes del director interpreta a un hombre megalómano y lunático que sobrevive a un mundo hostil con los gestos imprevisibles y la inquietante expresividad de su rostro. La ópera de Kinski, en plena selva amazónica, es lo que me hace disfrutarla tanto como la música de Verdi y Puccini recitada por Caruso.



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Ficha técnica
Título original: Fitzcarraldo
Año: 1982
Duración: 2 hr 38 min
País: Alemania
Director: Werner Herzog
Guion: Werner Herzog
Música: Popol Vuh
Fotografía: Thomas Mauch
Reparto: Klaus Kinski, Claudia Cardinale, Paul Hittscher, Miguel Ángel Fuentes,
Calificación: 7/10

Miedo y deseo

Rodada poco después de sus documentales cortos que sirvieron como escuela, Miedo y deseo supone la ópera prima de Stanley Kubrick como director de cine. Se dice que Kubrick, con tan solo 24 años, la dirigió con un presupuesto mínimo formado con el dinero de familiares y con un equipo de producción de tan solo quince personas. Quizá por esas limitaciones presupuestarias es que se trata de una película antibelicista tan blanda como una balsa de plástico a orillas del río, pero a mi parecer tiene minúsculos instantes en su ejecución que demuestran, casi como un experimento, el talento latente de su director. Empleando la narrativa clásica de los soldados en una misión, relata la historia de cuatro soldados norteamericanos atrapados detrás de las líneas enemigas que buscan escapar en la noche a través del río antes de ser rastreados por el enemigo que acecha detrás de los arbustos, pero poco a poco se convierten en prisioneros de la paranoia, del miedo, de la locura, de las pugnas internas de liderazgo y de los deseos reprimidos que destruyen lo que ellos conocen como moralidad. Kubrick captura la agonía de esos soldados y le añade profundidad psicológica con el encuadre, el primer plano, la elipsis, la iluminación barroquista, la voz en off, el plano subjetivo y un uso modesto del sonido diegético, aunque a veces la proeza estética de su puesta en escena presenta fallos de raccord clarísimos y una ruptura de eje que en ocasiones desequilibran el ritmo. Si bien, a pesar de la coherencia de colocar a los soldados en una situación de peligro ineludible, a veces las acciones lucen demasiado previsibles y las interpretaciones del reparto, exceptuando a Frank Silvera como el soldado duro que sabe que está condenado al infierno, carecen de tacto dramático y expresivo para evocar la desesperación laminada por la contienda, siendo muy poco creíbles debajo del uniforme prestado que llevan puesto. Lo más interesante es la manera en que Kubrick los pone a recitar unos monólogos internos que no solamente ilustran un trato más o menos filosófico sobre los corolarios de la guerra, sino que, además, reflejan con mucha fuerza un discurso antibélico sobre cómo el conflicto armado despoja al hombre de su humanidad hasta dejarlo vacío como una isla desierta. Para Kubrick, todos los rostros de la guerra son iguales, como lo demostraría más adelante. Desde luego, con un mejor presupuesto el resultado de este primer largometraje de Kubrick hubiese sido otro. Pero esa es otra historia.



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Ficha técnica
Título original: Fear and Desire
Año: 1952
Duración: 1 hr 01 min
País: Estados Unidos
Director: Stanley Kubrick
Guion: Howard Sackler
Música: Gerald Fried
Fotografía: Stanley Kubrick
Reparto: Frank Silvera, Kenneth Harp, Paul Mazursky, Steve Coit,
Calificación: 6/10
Horas de angustia

Rodada poco después de su irregular debut Los amantes de la noche, Horas de angustia es la tercera película de Nicholas Ray. Como todo el catálogo inicial de Ray, se trata de una película de cine negro. Aquí Ray mezcla el cine negro y el drama judicial para ilustrar con cierto pesimismo apuntes sobre la delincuencia juvenil y la manera en que la misma sociedad produce antisociales. Pero ni siquiera su discurso social sobre la delincuencia juvenil o la actuación de peso de Humphrey Bogart puede impedir que se desplome al vacío con una narrativa dúctil y superficial en la que todo sucede de la forma más convencional posible, durante una hora y media que avanza sin ningún tipo de ritmo. En la trama, basada en la novela homónima de Willard Motley, Bogart interpreta a un intrépido abogado que toma un caso para defender en la corte a un delincuente italoamericano de cara angelical que es acusado de asesinar a un policía en medio de una balacera. Su arranque es más o menos interesante cuando, por medio de las escenas retrospectivas intermitentes, el abogado con la verborrea de acero relata durante el juicio la actividad delictiva de ese joven díscolo e impulsivo con el rostro de niño que tiene como lema "Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver." Pero entre idas y vueltas, tengo la sensación de que no va a ninguna parte el relato del abogado que intenta reformar al delincuente desgraciado probando su inocencia, y la materia se extiende innecesariamente con diálogos baladíes y situaciones redundantes que solo le restan sustancia a las acciones de unos personajes que, desgraciadamente, son colocados en la superficie con la única intención de extender la óptica moralista del texto aleccionador. Con la historia condescendiente del rebelde con causa interpretado de manera blanda por John Derek, Ray elabora un comentario social que cuestiona en todo momento las raíces de la delincuencia juvenil y culpa a la sociedad más que al individuo al subrayar que el comportamiento antisocial es el producto de los daños psicológicos inducidos por la procedencia social, en este caso la pobreza. Su moraleja izquierdosa, que encaja en la corriente categórica de cine gris, adquiere coherencia con el clímax nihilista y los picados que anuncian la imposibilidad de misericordia. Pero ni el cuidado compositivo de su puesta en escena corrige los efectos de un melodrama que no deja de ser deslavazado y unidimensional.



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Ficha técnica
Título original: Knock on Any Door
Año: 1949
Duración: 1 hr 45 min
País: Estados Unidos
Director: Nicholas Ray
Guion: John Monks Jr., Daniel Taradash
Música: George Antheil
Fotografía: Burnett Guffey
Reparto: Humphrey Bogart, John Derek, George Macready,
Calificación: 5/10

En esta película, el veterano Clint Eastwood se despide con un neowestern que, a pesar de la sencillez, no siempre funciona como debería y en el camino pierde combustible como una camioneta averiada.


Cry Macho


Originalmente la idea de “Cry Macho” iba a ser llevada al cine desde hace más de 45 años, pero hubo una serie de problemas que dificultaron el proceso de producción. Durante la década de los 70, el autor N. Richard Nash escribió un guión titulado “Macho” y lo intentó vender al estudio de la 20th Century Fox, pero su oferta fue rechazada dos veces. Decepcionado por no poder vender el guión, Nash reescribió el material y lo convirtió en una novela que se publicó en 1975 con el título de “Cry Macho”. La recepción de la publicación fue un tanto mixta, aunque las valoraciones positivas superaban con creces a las negativas, por lo que Nash, aprovechando el ojo mediático, trasladó la novela al formato de guión sin cambiar ni una sola palabra y finalmente se la vendió a la Fox y a otros estudios antes de su muerte. El productor Albert S. Ruddy intentó adaptarla desde que se publicó por primera vez, en producciones canceladas que incluían nombres como Roy Scheider, Burt Lancaster, Arnold Schwarzenegger y Clint Eastwood, el cual previamente rechazó protagonizarla en 1988. Tras varios años de retrasos, su preproducción comenzó en 2020, cuando el mismo Eastwood informó que iba a producir, dirigir y protagonizar la película para la Warner Bros. Pictures con el mismo guion de Nash.

 

Cry Macho, que se ha estrenado recientemente en las salas de cine y en la plataforma de streaming de HBO Max, es una película que dialoga con los tópicos habituales en la filmografía del nonagenario Eastwood, pero se acerca más a trabajos suyos como Gran Torino y La mula, ambas escritas con un guión de Nick Schenk, quien también coescribe esta. Eastwood, con más de 90 años, la dirige como un neowestern en el que habla sobre la pérdida, la inmigración, la familia y la redención, pero incluso encajando más o menos bien en el rol del viejo roble con alma de vaquero, su drama de carretera da tantas vueltas como caballo de rodeo y rara vez posee un instante que sea conmovedor con su cuento de lecciones morales. A pesar de la tibieza que observo en el viaje por la autovía, me veo obligado a quedarme hasta el final porque tengo la sensación de que esta es la última película de ese vaquero legendario de Hollywood llamado Clint Eastwood, aunque quiero pensar que estoy equivocado.




Clint Eastwood y Eduardo Minett. Fotograma de HBO Max.


 

La película se sitúa en 1979 y trata sobre Mike Milo (Clint Eastwood), un viejo vaquero que se retiró del rodeo tejano debido a una grave lesión en la espalda. Un año después, Mike acepta a regañadientes el mandato de su antiguo jefe, Howard Polk (Dwight Yoakam), quien le encarga viajar en su camioneta a través de la frontera con México para traer de regreso al hijo de 13 años de este llamado Rafo (Eduardo Minett). Al cruzar el borde, Mike llega a México y conoce a la madre del chiquillo, Leta (Fernanda Urrejola), quien es una mujer ligada al narcotráfico que afirma que su hijo Rafo se dedica a las peleas de gallo clandestinas y a la delincuencia juvenil. Poco después, Mike recorre las calles del pueblo y encuentra a Rafo apostando en una pelea de gallos que es interrumpida por la policía local. 


A través de un breve coloquio, Rafo acepta ir a Texas junto a Mike y su gallo Macho porque desea ver el rancho de su padre. Tras una discusión con Leta por el niño (Leta no quiere que Mike se lo lleve tras negarse a acostarse con ella), Mike es amenazado por los tipos peligrosos y se va por la frontera en su automóvil, pero de pronto se da cuenta de que el niño se ha escabullido en el asiento trasero como un inmigrante ilegal. Después de una larga conversación, ambos se hacen amigos. Pero en el camino pasan unas cuantas cosas inesperadas que, como es de esperar, complica el regreso a casa.



Clint Eastwood como Mike


 

El vínculo que se desarrolla entre Mike y Rafo se debe a que ambos comparten la pena de la soledad y la ausencia de una familia. Uno es un joven díscolo y astuto que se encuentra desorientado por la falta de educación producida por un núcleo familiar disfuncional (su madre no lo quiere) y los constantes abusos físicos (se ostenta que Rafo tiene cicatrices en el cuerpo). El otro es un viejo vaquero aleccionador y cínico afectado por una desilusión profunda originada por su pasado trágico que, de alguna manera, lo obliga a realizar la misión. Ambos se relacionan como abuelo y nieto. Y en el trayecto se enfrentan a calamidades ocasionadas por algunos golpes de efecto del guión, como los secuaces del cartel que envía la borracha Leta para intimidar a Mike y obligar que Rafo se quede en México, las conversaciones en el interior del carro sobre el gallo y la palabra “macho”, el extravío de la furgoneta en manos de unos bandidos que los fuerza a robar otro auto sucio y abandonado en las periferias, la presencia de los agentes federales que de lejos vigilan la autopista para que ellos no crucen la frontera, la visita a un restaurante en el que reciben la hospitalidad de la afable Marta (Natalia Traven) y se quedan a pasar la noche, la labor en un rancho cercano donde Mike atiende los animales de los lugareños y se gana la vida domando los caballos salvajes de un ganadero que los vende. La ristra de situaciones entre el cowboy y el muchacho se presenta con cierta simplicidad, pero, francamente, me parece que hay pocas cosas reveladoras y todas las acciones suceden de una manera blanda y previsible.



Clint Eastwood como Mike. Imagen de Warner Bros Pictures.


Como si se tratara de un híbrido entre Gran Torino y La mula, Eastwood ilustra un discurso sobre la pérdida, las heridas del pasado y la redención formada por los lazos familiares. Muestra a Mike como un hombre de tercera edad que traba amistad en la pista con un chaval extranjero al que orienta con sus anécdotas y, como todo un vaquero, rescata de matones que desean raptarlo. Debajo de las botas con espuelas, los jeans azules, la chaqueta de cuero marrón y el sombrero, su personaje anhela redimirse por causa de una tragedia familiar. Los matices y la motivación de su personaje lo revela por medio de una plática con Rafo, al que le relata que la razón por la que ha aceptado la tarea de llevarlo hasta donde su padre es porque, en el pasado, antes de ser una estrella de rodeo, su esposa y sus hijos murieron en un accidente de tránsito, y este luego cayó en una vida de excesos y alcoholismo para tratar de olvidar la dura pérdida. Y Howard, el padre de Rafo, fue el único que rescató a Mike del abismo del alcohol y le dio trabajo en el mundo del rodeo y la ganadería.

 

Esta revelación incrustada en los diálogos hace que se entienda el llamado del deber del protagonista: reunir al chico con el padre para saldar la deuda. Pero, también saca a la luz que Howard contrató a Mike porque anhela obtener dinero de la custodia del niño, aunque es una cuestión secundaria. Por otro lado, Mike halla la redención cuando lentamente se enamora de Marta, porque además de ser una viuda y una señora mexicana típicamente humilde, ella también comparte el dolor de perder a sus seres queridos. O sea, a fin de cuentas es el cuento de un vaquero que quiere rehacer su vida formando una familia.


A sus 90 años, Eastwood ya no interpreta a ese señor duro y peligroso que escupe sobre cualquier cosa que huela a vejez, como lo hizo al ponerse en la piel del veterano Walt Kowalski que se negaba a aceptar la petición de la familia de retirarse a un asilo de ancianos en Gran Torino, o como el anciano traficante de drogas Earl Stone en La mula, donde emplea el fuera de campo para darle una paliza a unos matones del cartel (antológico el plano donde mira a la cámara dentro de la camioneta). Aquí muestra todo lo contrario a esa figura imponente que lo hizo un ícono del cine y que todavía demostraba en su vejez. Su caminata lenta, su aspecto escuálido y los gestos temblorosos hasta para quitarse el sombrero y agarrar la taza de café, anuncia que hasta para un vaquero de su calibre el tiempo le ha pasado por encima, mostrando la vulnerabilidad de la ancianidad sin adornos ni exageraciones. El personaje que interpreta, Mike, es un vaquero anciano que, a pesar de la fragilidad de la vejez, se compromete moralmente a ayudar al prójimo y dar lecciones sobre la familia como último testamento, sustituyendo la rudeza por la solidaridad, pero sin renunciar, en ningún momento, a la valentía que le permite defender a los suyos como un héroe en los momentos de peligro.



Clint Eastwood y Eduardo Minett.



El problema fundamental de este western de carretera, creo, es la clarísima falta de pujanza con la que  Eastwood acomoda a sus personajes y los coloca durante una hora y media por las vías facilonas de la rutina y el cliché, como si por su avanzada edad lo hiciera a desganas para cerrar definitivamente una carrera de más de 50 años en la silla de director. Se agradece, por supuesto, el esfuerzo de dirigirla con 90 años (actualmente tiene 91 años), pues muy pocos directores pueden agarrar una taza de café a esa edad sin que le tiemblen las manos, además de encuadrar al vaquero retirado con un estilo visual austero y grisáceo que parece casi como un anuncio comercial de Marlboro. Su drama termina encendido con el significado de que la única fortaleza del hombre bueno es hacer lo correcto, simbolizado quizá por el gallo Macho que Rafo le regala a Mike (el gallo refleja su coraje para proteger, su fuerte temperamento y anuncia la prosperidad que ilumina su camino como los cantos matutinos) en la climática escena de la despedida tras haberlo ayudado a tomar sus propias decisiones en la vida. En la gran pantalla Eastwood siempre ha encarnado a ese gallo de pelea que se hace pasar por macho. Pero desafortunadamente este episodio en la gallera supone, al menos para mí, una despedida regular y algo más que olvidable en su carrera como actor y director. Se apaga tan rápido como la ceniza de un cigarrillo.



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Ficha técnica
Título original: Cry Macho
Año: 2021
Duración: 1 hr 43 min
País: Estados Unidos
Director: Clint Eastwood
Guión: N. Richard Nash, Nick Schenk
Música:  Mark Mancina
Fotografía: Ben Davis
Reparto: Clint Eastwood, Eduardo Minett, Natalia Traven, Dwight Yoakam,
Calificación: 6/10




La fiera y la fiesta

El viernes por la noche, explorando el catálogo de la edición de este año del Festival internacional de cine de Fine Arts, consumo durante hora y media las imágenes de La fiera y la fiesta, la nueva película de Israel Cárdenas y Laura Amelia Guzmán. Por lo que me habían contado pensaba que se trataba de una obra mayúscula del cine dominicano, pero por lo visto vi otra cosa. La película de los directores de la insulsa "Dólares de arena", digamos, muestra una especie de homenaje póstumo al cine de Jean-Louis Jorge, ese oscuro cineasta dominicano que murió trágicamente asesinado a principios de este siglo. Pero, incluso contando con un estilo visual que mezcla el onirismo kitsch y la transgresión vampírica de tintes tropicales, me parece un ejercicio anodino y terriblemente indulgente que pone sobre la mesa una serie de personajes que son tan huecos como el fondo de una piscina. Su protagonista es Vera, una actriz en el ocaso que viaja a República Dominicana para realizar una película a partir del guión inconcluso de su difunto amigo, Jean-Louis Jorge. La trama de Vera tiene un arranque más o menos interesante cuando ella hace turismo interno mientras evoca los recuerdos perdidos de los filmes de Jorge y discute detrás de cámaras con el director colombiano Luis Ospina y el vampírico Udo Kier. Pero a la media hora, el trato innecesariamente arrítmico de su narrativa, me produce efectos dormitivos al observar que la rutina de la protagonista se repite cuando camina desilusionada por los platós y asiste a fiestas de esnobs culturales que solo hablan de arte kitsch y bailan semidesnudos en los jardines a merced de la luna llena. La Vera que interpreta Geraldine Chaplin es un poco olvidable cuando emplea su expresividad para capturar la melancolía de la actriz septuagenaria absorbida por los recuerdos y el fantasma del cineasta que busca apuñalar a los que chupan la sangre de los que hacen cine como acto de redención. A modo subrepticio, Guzmán y Cárdenas no solo encuadran la acción de la protagonista para esquematizar un discurso sobre el olvido y los pasajes recónditos de la memoria, sino también sobre la identidad sexual y la naturaleza del cine como una puerta para reflejar el dolor producido por la crisis creativa de un cineasta. Pero de nada sirve la estética del metacine, los bailes exóticos y el aroma a melodrama cabaretero de los 70 que, en efecto, solo busca señalar una y otra vez el universo excéntrico e irrealista del cine de Jorge con películas como La serpiente de la luna de los piratas y Mélodrame. Su resultado luce algo adocenado y mecánico con esos personajes de plástico, consciente en todo momento del artificio camp que, a fin de cuentas, no dice nada revelador.



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Ficha técnica
Título original: La fiera y la fiesta
Año: 2019
Duración: 1 hr 28 min
País: República Dominicana
Director: Israel Cárdenas, Laura Amelia Guzmán
Guion: Israel Cárdenas, Laura Amelia Guzmán
Música: Leandro De Loredo
Fotografía: Israel Cárdenas
Reparto: Geraldine Chaplin, Udo Kier, Jaime Piña, Jackie Ludueña
Calificación: 5/10

Tierra de policías

Tierra de policías, la segunda película de James Mangold en la silla de director, tiene una intriga que mantiene enganchado en todo momento con su trama sobre la corrupción policial. Es una película que emplea de una manera solvente las convenciones del cine policial, donde nunca faltan los tipos malos que se ensucian las manos con los revólveres calibre .38 y el policía honesto motivado por la ética del deber que intenta sacar la verdad a flote. Su protagonista es Freddy Heflin, el alguacil de un pequeño pueblo que es testigo ocular de las acciones de unos agentes corruptos de la policía de la ciudad de Nueva York que viven en la comunidad y que, tras cansarse de tolerar humillaciones de ellos por su condición (sordo de un oído) y su aparente torpeza, se dispone a cooperar con otro oficial de Asuntos Internos para investigar el caso de un oficial desaparecido muy conectado a los corruptos que, en una noche de borrachera, mató a dos afroamericanos. Su argumento, firmado por un guión de Mangold, tiene situaciones tensas en la que abundan los tiroteos, las sospechas y las persecuciones por las calles neoyorquinas, además de unos diálogos que son tan sólidos como la munición de una pistola cuando el protagonista íntegro y fracasado se da cuenta que los policías que idolatra son tan sucios como el fango de los contenes. La interpretación de Stallone, que ganó unas 40 libras para el cambio físico del personaje, me parece bastante creíble como el sheriff derrotista e ingenuo de Garrison que se enfrenta a sus temores intrínsecos combatiendo a policías corruptos, alejado diametralmente del estereotipo de hombre de acción que siempre ha interpretado a lo largo de su carrera. Está acompañado por un buen reparto de secundarios encabezado por Robert De Niro, Ray Liotta, Robert Patrick y Harvey Keitel. Mangold los encuadra con un estilo que bebe de los elementos del neo-noir para reflejar, con cierta audacia, la manera en que la corrupción policial y el racismo sacuden las calles peligrosas de la ciudad de Nueva York, además de que dialoga con cierta simplicidad sobre el ejercicio del deber moral que motiva a los policías a combatir esas prácticas delictivas. El tiroteo climático, en el que usa mayormente el ralentí y el sonido interno subjetivo para evocar la vulnerabilidad del personaje (su sordera), tiene la potencia de un revólver. Su cinta policial es rítmica, consistente y entretenida.



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Ficha técnica
Título original: Cop Land
Año: 1997
Duración: 1 hr 45 min
País: Estados Unidos
Director: James Mangold
Guion: James Mangold
Música: Howard Shore
Fotografía: Eric Alan Edwards
Reparto: Sylvester Stallone, Harvey Keitel, Ray Liotta, Robert De Niro, Peter Berg, Robert Patrick
Calificación: 7/10

Carterista

Rodada en 16mm con presupuesto diminuto en tan solo 21 días y compuesta por un elenco de actores no profesionales, Carterista es una película que supone, a mi parecer, una sólida ópera prima del cineasta chino de cabecera de sexta generación, Jia Zhangke. Yo tenía unos cuantos años tratando ubicarla, pero finalmente la he podido ver en una edición restaurada por The Film Foundation’s World Cinema Project. Y se ve genial. En su debut, Jia ofrece un retrato bastante sobrio sobre la falta de oportunidades y la miseria en un pequeño pueblo chino que atestigua el inicio de la transformación socioeconómica motorizada por el capitalismo y el desplazamiento urbano. Su protagonista es Xiao Wu, un carterista de poca monta que deambula por las calles sucias de un poblado pobre sin ánimos de progresar, como un ser solitario adicto a la nicotina, decepcionado cuando ve con sus anteojos que sus otros colegas, también antiguos rateros, ahora son comerciantes de relativo éxito y, él, por el contrario, vive atrapado en la inopia y en la imposibilidad de adaptarse. A un ritmo pausado, la narración de Jia me resulta conmovedora cuando el díscolo Xiao conversa con el mejor amigo que se va a casar y se niega a invitarlo a su boda, saluda a los amigos hipócritas que la dan espalda, establece una relación efímera con una prostituta de un burdel con karaoke, visita a su familia disfuncional y empobrecida en una comunidad rural y, sobre todo, cuando camina a ninguna parte como un auténtico derrotista por los callejones oscuros donde solo se respira polvo y sordidez, mientras de paso un policía le sigue los rastros por su historial delictivo. Jia, que filma la acción en su ciudad natal de Fenyang, encuadra la vida de ese delincuente perdido y desilusionado con una amplia economía de recursos estéticos que reflejan, tempranamente, sus habilidades para narrar, como el empleo de los colores rojos y verdes para señalar el peligro y la serenidad del protagonista, el uso acertado del sonido diegético, el fuera de campo, el fundido a negro y diversos travellings de seguimiento ejecutados con una cámara en mano bastante realista que encuadra los exteriores empobrecidos que azota al protagonista. Y consigue una actuación muy orgánica de Wang Hongwei como ese ladrón desesperanzado y alienado que parece condenado a un ostracismo social que lo consume como la ceniza de un cigarrillo. Su personaje es una efigie del propio director. Y en ese sentido, su película es tan intimista como desgarradora.



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Ficha técnica
Título original: Pickpocket (Xiao Wu)
Año: 1997
Duración: 1 hr 50 min
País: China
Director: Jia Zhangke
Guion: Jia Zhangke
Música: 
Fotografía: Nelson Yu
Reparto: Wang Hongwei, Hao Hongjian, Zuo Baiato, Ma Jinrei,
Calificación: 7/10

El último magnate

El lunes por la noche paso un rato más que aburrido consumiendo las imágenes de El último magnate, la última película de Elia Kazan como director. Está adaptada, irónicamente, de la última novela de F. Scott Fitzgerald, quien tristemente la dejó inacabada cuando murió de un infarto en 1944. Como drama ofrece un discreto homenaje al cine clásico de Hollywood de los años 30, pero me resulta tan plana como una cinta de nitrato que se quema a fuego lento con el protagonista inerte que interpreta Robert De Niro, durante dos horas carentes de ritmo que exigen con carácter de urgencia unos cuantos cortes en la sala de montaje. Su protagonista, inspirado claramente en Irving Thalberg, es un productor de un estudio de cine en Hollywood llamado Monroe Stahr. Toda la trama gira alrededor de Stahr en el Tinseltown de los años 30, donde ejerce su poder como cabeza de producción, despidiendo del plató a directores ineptos que no toleran a las actrices pedantes, mirando con ojo crítico las películas producidas en una sala oscura para garantizar el estándar de calidad, enseñando a guionistas borrachos y díscolos a escribir diálogos que sean orgánicos, y sobre todo, enamorándose obsesivamente de una bella joven que le recuerda a una diva del espectáculo que murió años atrás. Kazan encuadra la vida de ese personaje con una reproducción de la época que es bastante vivaz y auténtica cuando muestra la labor en los sets de rodaje y tiñe de blanco y negro las escenas que, a modo de metacine, metaforizan el proceso de realización y la idealización de las estrellas del cine, además de capturar el glamour típico de la época dorada de Hollywood. Pero como tapiz sobre el suelo, mantiene las acciones del personaje en la superficie cuando presenta su auge y caída a través de los tópicos sobre el amor no correspondido, el poder efímero y la ambición suplantada por la tragedia. Todos los personajes que muestra parecen figuras de cera de museo: son estáticos, huecos y artificiosos. Parece casi una pasarela de estrellas desperdiciadas. De Niro, a pesar de que asume con cierta credibilidad el papel del productor arrogante y obsesivo que sacrifica su carrera por una rubia de platino, consigue una interpretación de una sola dimensión, alejada de matices que profundicen los conflictos intrínsecos de su personaje. Su actuación como el magnate que construye la fábrica de sueños es tan floja como olvidable.



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Ficha técnica
Título original: The Last Tycoon
Año: 1976
Duración: 2 hr 03 min
País: Estados Unidos
Director: Elia Kazan
Guion: Harold Pinter
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Victor J. Kemper
Reparto: Robert De Niro, Robert Mitchum, Theresa Russell, Ingrid Boulting, Jack Nicholson, Jeanne Moreau, Dana Andrews, Tony Curtis, Ray Milland, Donald Pleasence, Anjelica Huston,
Calificación: 5/10

En esta película, McCarthy presenta sus tópicos recurrentes sobre el dolor, la culpa y la reconciliación, pero con una trama bastante convencional de un padre al rescate de su hija. 


Cuestión de sangre


Con el paso de los años, me he dado cuenta de que el cine de Tom McCarthy, con algunas excepciones notables, no es exactamente de mi agrado y cada vez noto más que sus películas se construyen reciclando viejas ideas de sus trabajos anteriores. Sus películas tratan temas como el dolor, la culpa, la pérdida y los traumas del pasado, pero con unos personajes ilustrados con un desarrollo artificioso que carece de golpes dramáticos y que tira por la ventana ese componente llamado emotividad. No puedo decir nada bueno de su regular debut en Vías cruzadas, donde un enano solitario se hace amigo de un vendedor cubano de perros calientes y de una mujer con tendencias suicidas. Tampoco de Visita inesperada, en la que se aborda el interculturalismo y la inmigración con la tibia historia de un profesor angustiado que entabla amistad con unos inmigrantes. Y mucho menos de la insulsa Ganar Ganar, en la que un abogado y entrenador de lucha libre desgraciado se dispone a entrenar al nieto del cliente que ha traicionado. Insólitamente solo En primera plana me parece su obra cumbre cuando presenta, de manera orgánica e inolvidable, la tarea de unos periodistas de investigación para sacar a la luz los escándalos de abusos sexuales de la Iglesia Católica.


Quizá por esa última es que acudo con cierto entusiasmo a ver Stillwater, también titulada por estos lados como Cuestión de sangre, la película más reciente de McCarthy que tuvo su estreno en la pasada edición del Festival de Cine de Cannes celebrada en el mes de julio, donde tengo entendido que obtuvo de parte del público una ovación de pie durante cinco minutos. No sé en lo absoluto si la supuesta lluvia de aplausos era parte de una campaña mercadológica (como es ya usual en los festivales de cine internacional) para vender la película al distribuidor de al lado, pero a decir verdad no creo que merezca ni siquiera un segundo de elogios. Su propuesta, basada libremente en el caso de Amanda Knox, tiene un arranque más o menos interesante tratando las materias habituales de McCarthy, pero desafortunadamente a la media hora su drama pierde los registros emotivos y se seca como un pozo petrolífero en el desierto cuando Matt Damon interpreta a un héroe ordinario perdido en Marsella que, como padre, busca redimirse por las tragedias personales del pasado para reconciliarse con la hija involucrada en un asesinato, narrada con un ritmo torpe que me produce serios efectos dormitivos y una duración excesiva que pide a gritos unos cuantos cortes.




Matt Damon como Bill Baker. Fotograma de Focus Features.



La trama siegue a un trabajador petrolero llamado Bill Baker (Matt Damon), el cual abandona su puesto de trabajo en Stillwater, Oklahoma, y viaja a Marsella, en el sur de Francia, para visitar a su hija Allison (Abigail Breslin), quien lleva cinco años cumpliendo una sentencia de prisión de nueve años por un crimen que supuestamente no cometió. A través de los coloquios que Bill sostiene con Allison en sus visitas a la cárcel se revela que mientras ella asistía a la universidad de Marsella, fue condenada por el homicidio de su compañera de cuarto y amante infiel, Lina. Allison le pide Bill que le pase una carta a su abogada defensora, en la que afirma que uno de sus profesores llegó a escuchar el nombre del hombre que asesinó a Lina. Tras una reunión fallida con la abogada que ignora la correspondencia y se niega a reabrir el caso por pura especulación, Bill, confiado en la inocencia de su hija, recorre las avenidas de los suburbios marselleses para investigar por sí solo.


Como es habitual en algunas de las películas de McCarthy que mencioné más arriba, el protagonista es un hombre reservado y duro con un pasado trágico que intenta olvidar para adquirir la tarjeta de redención, aunque esta ocasión cumple con el estereotipo común de la clase social conocida como white trash. Baker no solo es mostrado como un hombre blanco de clase obrera que ha pagado las facturas del alcoholismo, la cárcel y el matrimonio disfuncional que terminó con el suicidio de su esposa y la ruptura con su hija Allison; sino, además, como uno motivado por el deber paterno que lo obliga a mentirle a su hija para tomar la justicia en sus propias manos y encontrar al prófugo que las autoridades dejaron huir. Su motivación lo convierte casi en un detective cuando transita los callejones sórdidos, pregunta por nombres y lucha contra la barreras lingüísticas para que su indagación tenga algún tipo de resultado y puede reconciliarse con su hija. Esto es visible, primero, cuando Bill se estaciona en Marsella por varios meses y conoce a Virginie (Camille Cottin), una actriz francesa de teatro que lo ayuda a traducir y le permite hospedarse en una habitación alquilada de su casa mientras este investiga y trabaja en la construcción, donde también hace de figura paternal de la hija pequeña de esta llamada Maya (Lilou Siauvaud). Y, segundo, cuando restablece su vínculo afectivo con Allison aprovechando el único día libre del año que ella tiene fuera de la prisión.



Matt Damon y Lilou Siauvaud. Fotograma de Focus Features.


La narrativa de ese personaje, en cierta medida, me resulta demasiado unidimensional y cansina por la manera en que sus acciones parecen repetirse a lo largo de dos horas interminables, además de que en algunos pasajes se torna previsible cuando se emplea con torpeza el recurso de la casualidad. De ese modo no me sorprende para nada que Bill salga caminando como Jason Bourne por las calles de los barrios para tocar puertas, soborne a un ex policía para adquirir una muestra de ADN y pregunte por gente sin importarle el peligro al que se pueda enfrentar. Tampoco cuando una mujer de un barrio le dice que el homicida se llama Akim, ni cuando imprime unas cuantas fotos de Instagram de los círculos sociales de Allison para que ella lo identifique y él, guiado por la fotografía, salga a localizarlo por los arrabales de día y de noche con toda la intención de secuestrarlo y de golpearlo hasta que escupa la verdad, cosa que consigue en una tonta y predecible secuencia del estadio de fútbol donde Bill se topa con Akim por segunda vez (en la primera lo vio de lejos en un distrito pero fue golpeado por pandilleros y lo dejó escapar) y finalmente lo secuestra, dejándolo amarrado en el sótano del edificio de Virginie.



Abigail Breslin y Matt Damon. Fotograma de Focus Features.


Damon, en su primera colaboración a las órdenes de McCarthy, ofrece una interpretación más o menos creíble como ese roughneck temerario, obstinado, honesto, de acento sureño y de modales brutos que, por su condición social y escasa educación, se rehúsa a contactar a la policía a medida que esclarece las pistas y afronta explícitamente el reto de hallar al culpable por la vía de la violencia clandestina. El estudio psicológico de su personaje tiene un tacto orgánico cuando evoca la ira soterrada, el desconsuelo y la preocupación del padre con la mirada y los gestos estoicos. Pero desgraciadamente su efigie de héroe común estadounidense se desploma al vacío cuando ciertas acciones lo ponen a caminar por las mismas rutas y rara vez demuestra una pujanza dramática que alcance a plenitud las tres dimensiones. Las circunstancias que atraviesa su personaje se olvidan tan rápido como ruedan los créditos.



Matt Damon.

 

En el fondo, el argumento está basado parcialmente en la odisea de Amanda Knox, pero McCarthy sustituye Italia por Francia, le cambia el nombre a Allison y añade el discurso del sacrificio paternofilial para ficcionalizar los hechos verídicos y evitar cualquier demanda potencial. En un principio muestra a Allison casi como una malvada, aunque a lo largo de la narración limpia su nombre. Propone que todo el barullo se origina porque en el pasado Allison, cansada de las infidelidades de Lina, le ordenó a Akim que la desalojara de la casa tras su separación y le pagó con un collar de oro con la palabra "Stillwater”, pero el muchacho recibió el mensaje equivocado y terminó asesinándola, fruto de que Allison confundió algunas palabras en francés. Y ahora, como Allison, cayó en la cárcel por ser la principal sospechosa, está desesperada por que Akim sea arrestado (porque la policía marsellesa es tan inepta que no puede hallarlo por ninguna parte), aunque se ve obligada a mentir sobre lo sucedido para que su condena no sea extendida. Esto se evidencia en dos escenas fundamentales. Primero en la escena en la que Bill dialoga a puertas cerradas con Akim en el sótano y este le cuenta su versión hasta hacerlo dudar de la inocencia de su propia hija, y, segundo, en el epílogo donde Bill recibe una condecoración en Oklahoma y Allison le cuenta la verdad de lo que realmente pasó.


Quizá la única escena que me provoca algún tipo de tensión es el clímax en el que Bill es detenido e interrogado por la policía y piensa, con mucho temor, que va a ser arrestado irónicamente por mantener cautivo en el sótano al asesino de la joven, pero da un respiro de alivio al enterarse de que los agentes no encuentran nada porque Virginie, que ya sospecha fuera de campo tras la conversación con el policía que finge inspeccionar la morada, deja que Akim escape. Todo lo demás me parece pura bagatela y no hay ni un solo momento que me resulte conmovedor o decididamente revelador cuando efectúa su desequilibrada mezcolanza entre el drama, el crimen y el thriller sobre el padre que quiere sacar a su hija de la cárcel. Del cine de McCarthy ya no espero nada, y esta entrega solo confirma mis dudas.



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Ficha técnica
Título original: Stillwater
Año: 2021
Duración: 2 hr 19 min
País: Estados Unidos
Director: Tom McCarthy
Guión: Tom McCarthy, Thomas Bidegain, Noé Debré, Marcus Hinchey
Música:  Mychael Danna
Fotografía: Masanobu Takayanagi
Reparto: Matt Damon, Camille Cottin, Abigail Breslin, Lilou Siauvaud,
Calificación: 5/10



Descuida, yo te cuido

Buscando en el catálogo de Netflix me he topado con Descuida, yo te cuido, la nueva propuesta del director J Blakeson, una de las películas aclamadas de la pasada temporada de premios en la cual Rosamund Pike ganó el Globo de Oro a mejor actriz en la categoría de comedia. Por razones que se me escapan en aquel entonces no pude verla, pero ahora, tras el visionado, cuestiono dicha aclamación. Cuenta con una actuación sofisticada de Pike como la estafadora con la sonrisa de muñeca, pero como thriller de comedia negra atraviesa varios caminos comunes que la vuelven aburrida cuando prepara su trama satírica a la orden del feminismo de papel que tanto anda de moda. La trama sigue a Marla Grayson, una mujer cínica y elegante que, como buena trabajadora ambiciosa al servicio del capitalismo más voraz, se gana la vida como una timadora que blanquea la tutela legal de los ancianos, aprovechando que son vulnerables para colocarlos en un asilo por órdenes de un tribunal mientras de paso se roba y pone a la venta las posesiones de ellos junto a su pareja y compañera, Fran. Como es de esperar, el conflicto del argumento detona circunstancias inesperadas para la protagonista cuando una señora a la que ella intenta estafar metiendo en el asilo resulta ser la madre querida de un gánster ruso. Y tiene sus momentos de intriga cuando la estafadora inescrupulosa que se aprovecha de los jubilados colisiona con los hombres del gánster hasta sacar su lado sociopático. Pero todo permanece en la superficie, en una narrativa sin profundidad donde todo se resuelve de manera facilona a través de los mecanismos usuales de la comedia negra de venganza y del thriller gansteril. Solo la actuación de Pike impide que se ahogue en un río cuando emplea la mirada desquiciada y la sonrisa siniestra para añadirle matices a la personalidad volátil de Marla, algo que de alguna manera me recuerda la perversidad que mostró en Perdida hace unos años. Peter Dinklage me parece que pisa algunos clichés del libro como el gánster peligroso y reservado. Blakeson los encuadra en una puesta en escena que presenta un estilo visual bastante colorido donde prima la elegancia pop y la música electrónica. Su propuesta realiza ligeros apuntes sobre la corrupción de las tutelas legales y el precio de la codicia en la esfera capitalista, pero a fin de cuentas como sátira carece de vigor.



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Ficha técnica
Título original: I Care a Lot
Año: 2020
Duración: 1 hr 58 min
País: Reino Unido
Director: J Blakeson
Guion: J Blakeson
Música: Marc Canham
Fotografía: Doug Emmett, Mike Valentine
Reparto: Rosamund Pike, Peter Dinklage, Eiza González, Dianne Wiest,
Calificación: 6/10