Crítica de 'El último duelo': poder y violencia en la Edad Media

 A sus 84 años, Ridley Scott regresa a la épica histórica para reconstruir un polémico caso de agresión de la Edad Media mediante el efecto de Rashomon.


El último duelo



A lo largo de los años, ha sido una fuente de gran debate entre historiadores la violación de Marguerite Carrouges y el posterior duelo a muerte entre su esposo, el caballero francés Jean de Carrouges, y el hidalgo Jacques Le Gris, ocurrido en Francia en la Edad Media durante la Guerra de los 100 años. Toda la discusión se ha basado en la culpabilidad o la inocencia de las testificaciones que ofrecían ellos durante el famoso juicio, pero no se sabe con exactitud qué sucedió en realidad. Lo que se sabe es que Le Gris, tras la retirada de su antiguo amigo Carrouges y los sirvientes que acompañaban a la madre, irrumpió junto con un vasallo en el castillo de este donde se encontraba sola Marguerite (esposa de Jean) y, tras un intento fallido de seducción y proposiciones, procedió a violarla de forma salvaje en contra de su consentimiento. Al enterarse de los sucedido, Carrouges se dispuso a divulgar el atropello perpetrado hacia su esposa por todo el reino y solicitó al rey, ante una audiencia entre nobles y clérigos, un juicio por combate en contra de Le Gris, quien, a su vez, negaba vehementemente las acusaciones por violación. La tragedia ha sido documentada en enciclopedias, examinada por filósofos como Diderot y Voltaire, en libros de no ficción y, recientemente, ha sido adaptada al cine por Ridley Scott en una película que se titula El último duelo.

En El último duelo, basada en el libro de Eric Jager, Scott retorna de una manera espléndida a la épica dramática de carácter histórico, como lo había hecho en la estupenda Cruzada y la excelsa Gladiador, pero con un tratamiento más aterrizado y menos grandilocuente que me recuerda a Los duelistas y que busca narrar, desde distintos puntos de vista, el funesto episodio del matrimonio Carrouges y Le Gris. Tengo entendido que es la primera vez que se adapta dicha historia a la gran pantalla. También que es un fracaso de taquilla que, según Scott, se debe a la falta de interés de los posmilenials ensimismados en los teléfonos inteligentes. Lo cierto es que, fuera de la polémica, es bastante interesante. Su epopeya de espada y armadura en clave shakesperiana me parece sobria, rítmica y muy entretenida, durante dos horas y media que reproducen con bastante credibilidad el período medieval a través de un estilo visual soberanamente atmosférico y una puesta en escena por la que se pasean sólidas actuaciones de Matt Damon, Jodie Comer y Adam Driver. Su estructura narrativa es muy similar a lo que hizo Kurosawa en Rashomon, narrando la misma versión de los hechos desde la subjetividad de tres de personajes que cuentan lo que sucedió para subrayar tópicos relacionados a la dignidad, el honor y la justicia de una mujer.


Adam Driver y Matt Damon. Fotograma cortesía de 20th Century Pictures.

 

La citada estructura ejecuta el recurso in media res para narrar en un primer capítulo la verdad del asunto según Jean de Carrouges (Matt Damon), tiempo antes del litigio y el inicio del desafío final. La parte capta a Carrouges como hombre que lucha con valentía sosteniendo su espada y dirigiendo a centenares de caballeros en los campos de batalla de la beligerancia de los 100 años, donde al lado de ellos recorre a caballo praderas manchadas por ríos de sangre y cadáveres cercenados de los enemigos británicos. En un principio, Carrouges tiene una buena amistad con el escudero Jacques Le Gris (Adam Driver) y jura lealtad al conde Pierre d'Alençon (Ben Affleck), el primo del rey Carlos VI que es el poderoso dueño de las tierras que le corresponden a Carrouges por herencia paterna. Pero pronto atraviesa una dura crisis financiera cuando Le Gris le informa a Jean que el señor Pierre exige el pago de impuestos bélicos, implorando clemencia al no tener dinero. Para recobrar sus finanzas, Jean se casa con la bella y culta Marguerite de Thibouville (Jodie Comer) y adquiere los derechos de varias propiedades y una hacienda enorme. Un día, en plena festividad, Jean le presenta a su esposa a Jacques. El problema trasciende cuando Jean demanda que le entreguen el terreno que Pierre previamente le había regalado a Jacques y la disputa por la adquisición de la capitanía del fuerte familiar escala hasta romper su vínculo con Le Gris, al que ve como un traidor al servicio de Pierre. Tras una larga campaña militar, Jean regresa a su castillo enfermo y en bancarrota y, en medio de una discusión, su esposa Marguerite le dice que Jacques la violó mientras ella estaba sola en la residencia. El suceso tiene como consecuencia que Jean desafíe a Jacques en una pelea a muerte para resguardar el alma desflorada de su esposa.


Adam Driver como Le Gris



Este primer apartado no solo introduce a Jean como un hombre temperamental, serio y temerario, sino, además, como un individuo más preocupado por sus finanzas personales que por el estado emocional de su esposa, aunque a fin de cuentas la trata con afecto y compasión. Como alguien que es un damnificado de la traición y de los engranajes del poderío de la realeza que lo ha dejado en la ruina arrebatándole la tierra que su familia había mantenido durante generaciones. La motivación de Jean se concentra, primordialmente, en reconquistar el territorio heredado y mejorar su estatus social para llevar una vida acomodada propia de la nobleza medieval. Pero ve la violación hacia su esposa (omitida porque, en efecto, él no estaba ahí) como el punto culminante de las maquinaciones políticas de Pierre y Le Gris para dejarlo arruinado porque lo ven como una amenaza, por lo que decide proteger lo que le queda en un reto a muerte que, de resultar victorioso, le permitiría recuperar todo la respetabilidad y las riquezas de los privilegios perdidas en un santiamén.




Matt Damon y Jodie Comer. Fotograma de 20th Century Pictures.

 

El segundo trata sobre la verdad según Jacques Le Gris y estampa cómo este se gana la confianza de Pierre gracias a su astucia y los conocimientos de contabilidad que mejoran notablemente el capital del conde, donde por las noches celebra a puertas cerradas en los festines del monarca que terminan en orgías, alcohol y juegos sexuales. En su relato suceden dos cosas fundamentales. Primero, bajo órdenes de Pierre, Le Gris presiona a un endeudado Robert Thibouville para que pague la deuda pendiente cediendo la propiedad que ya es de Jean y su esposa. Y ve a Jean como un hombre iracundo, intolerante, analfabeto y cegado por la envidia causada por los méritos que le ha otorgado la protección de Pierre, por lo que secretamente conspira para hundirlo moral y financieramente. Por otra parte, durante una fiesta Jean le presenta a Marguerite y luego de que ella lo besa en la boca, se enamora de ella confundiendo el amor con una cuota de bondad, tratando de conquistarla a espaldas de Jean utilizando sus dotes de seductor y su inteligencia.

A diferencia de su rival, Jacques no disimula sus delirios oportunistas y su deseo insaciable del pecado de la carne que lo tatúa como un mujeriego. El comportamiento lujurioso de Le Gris y su necesidad de vapulear al impertinente Jean, es la causa elemental que lo lleva a mentir con ayuda de su criado para entrar en el castillo inhabitado y seducir por la fuerza a su esposa Marguerite. En su versión distorsionada del suceso, Jacques verdaderamente cree que Marguerite se siente atraída hacia su persona y por eso la persigue desesperadamente por los pasillos del castillo hasta llegar a la habitación donde antes de subir por las escaleras ella se quita los zapatos y este, con cierta discreción, interpreta la señas negativas de ella como un coqueteo indirecto que da luz verde al acto sexual más intenso. Desde su perspectiva no se trata de una violación, sino de un caso de adulterio en el que la esposa de su competidor se ha enamorado de él por voluntad propia. Por eso demanda la absolución con un sacerdote por el pecado adúltero y, un intervalo después, niega todos los cargos en su contra manteniendo su exculpación, amparándose en la autoridad aristocrática que lo protege y, sobre todo, preparándose para demostrar su carta de la verdad ante el tribunal y defender su pellejo aceptando el desafío de Jean.


Jodie Comer como Marguerite.

 

En el tercer y último capítulo, Scott ilustra la acción desde el punto de vista de la heroína atormentada: la dama Marguerite. Pero la fortaleza de su heroína predomina en su lucha taciturna por la ecuanimidad que le niega sus derechos. Muestra a Marguerite como una mujer delicada, inteligente, que sufre en silencio la imposibilidad de quedar embarazada por su marido y las duras imposiciones del dominio patriarcal del medievo que la desvalorizan al tratarla como un simple objeto mercantil, cansada de la rutina matrimonial para satisfacer en la cama al marido machista de modales brutos que no le produce placer. A pesar de todo, ello respeta a su marido y lo ve como una figura protectora (amplificada en la secuencia del caballo negro indomable), confesando el orgullo que siente al estar a su lado antes de que parta hacia la conflagración. También, en ausencia de su marido, se encarga de custodiar sabiamente el patrimonio realizando labores administrativas sobre los bienes y el ganado, manteniendo las cuentas en orden y compadeciéndose de los más pobres que no pueden pagar las cuotas. Su historia es la de una mujer en perpetuo estado de resistencia frente a una sociedad patriarcal muy opresiva que la castiga por su feminidad y su solidaridad.

La verdad según Marguerite revela que Jacques, aprovechando que la madre de Jean se ha ido con todos los plebeyos, se aparece con su ayudante y engaña a la ingenua Marguerite para entrar en el castillo, donde le confiesa repetidamente su amor y, en vista del rechazo inminente, ocasionado en parte porque durante el primer encuentro Jacques malinterpretó las miradas y la gentileza de Marguerite, como depredador malsano se abre paso bruscamente hasta llegar al aposento en el que la viola salvajemente como un león a su presa. Como mujer del medievo más retrógrado, Marguerite se convierte más adelante en la víctima que acusa a los hombres de la ignominia que solo cosifica a la mujer y que recibe, paulatinamente, el repudio de la gentuza clerical del proceso judicial que cuestiona con fuertes palabras su versión del incidente.





Cada uno de esos tres segmentos me mantiene sujeto a una tensión hilvanada por la potencia audiovisual de Scott que, como ya es habitual en algunas de sus películas ambientadas en la antigüedad (como por ejemplo la aburrida Robin Hood que también se sitúa en la Edad Media), le confiere un toque breve de epicidad a las secuencias de batalla y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo con espadas y escudos, asistido por la lente de Dariusz Wolski que captura panorámicas espectaculares en los bosques abiertos constituidos de paisajes helados manchados de brutalidad y neblina. Pero también las atmósferas oscuras de los interiores de los castillos a veces iluminadas con luces naturales de candelabros y velas. Aunque su puesta en escena posee en todo momento el sello de la autenticidad con la transcripción de la época a través de los decorados y el vestuario, disminuye la turbiedad derivada de los combates épicos para esbozar de una manera intimista las perspectivas de los tres personajes principales que narran las mismas vicisitudes, especialmente en discusiones a puertas cerradas que dialogan con temas sobre el machismo, el abuso sexual, la misoginia sistematizada de las políticas de género medievales, y, sobre todo, los intereses ambiguos que siempre se esconden detrás de las dinámicas del poder monárquico que pervierten las verdades con unas cuantas falacias.


Matt Damon como Jean de Carrouges. Fotograma de 20th Century Pictures.

 

No creo en lo absoluto que se trate de una obra cumbre en esta etapa de la carrera de Scott, pero me resulta cautivante lo que consigue esquematizar con esta épica histórica a sus 84 años, sobre todo por ese juego de percepciones en la que el marido, la mujer vulnerada y el violador cartografían sus testimonios en la corte judicial del rey Carlos VI de una manera en que cualquiera de las interpretaciones es razonablemente posible, a pesar de que solo la mujer honesta sostiene el veredicto decisivo. Pueden ser falsas, pero también verdaderas. Los personajes me parecen creíbles y están interpretados con elegancia por Damon, Driver y Comer cuando comunican sus inquietudes a través de los diálogos, la pericia física, las miradas y los impulsos gestuales. Y hay mucho ímpetu en ese duelo climático en el que los caballeros de la armadura oxidada combaten a muerte en un cuadrilátero ensangrentado para decidir con sus armas a quién le pertenece la verdad, mientras la mujer embarazada vestida de un negro fúnebre observa de lejos esperando un veredicto que no la envíe a la hoguera por perjurio para ver a su hijo nacer. Su reconstrucción meticulosa del notorio caso de violación de la Edad Media es, sencillamente, maravillosa.


Ficha técnica
Título original: The Last Duel
Año: 2021
Duración: 2 hr 31 min
País: Estados Unidos
Director: Ridley Scott
Guión: Ben Affleck, Matt Damon, Nicole Holofcener
Música: Harry Gregson-Williams
Fotografía: Dariusz Wolski
Reparto: Matt Damon, Adam Driver, Jodie Comer, Ben Affleck, Harriet Walter,
Calificación: 7/10






Crítica de la película 'El último duelo', dirigida por Ridley Scott y protagonizada por Matt Damon y Adam Driver.


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