Crítica breve de 'C'mon C'mon. Siempre adelante' (2021)

C'mon C'mon. Siempre adelante
El visionado de C'mon C'mon, la nueva propuesta del realizador independiente Mike Mills (Beginners, Mujeres del siglo XX) para la productora A24, me recuerda la idea de que no todo lo que lleva el sello de los festivales de cine es sinónimo de "calidad". Desde el año pasado ha sido elogiada por muchos de los culturetas de la crítica que religiosamente transitan por esos lugares. Yo, desafortunadamente, me veo en el reducido sector de la oposición que cuestiona el paroxismo innecesario. Me parece una película agónica e infinitamente plana, que transita demasiado por las rutinarias calles de la indulgencia en blanco y negro para dialogar sobre la niñez, la búsqueda de afecto y las responsabilidades preestablecidas de la adultez. El protagonista es Johnny, un periodista de radio que suele viajar por varias ciudades estadounidenses para entrevistar con su grabadora a niños de distintas edades, preguntándoles lo que piensan sobre sus vidas y el futuro incierto. Una parte sustancial del argumento se desarrolla cuando Johnny reconecta con la hermana a la que había dejado de hablarle desde que falleció su madre por demencia y se dispone a cuidar al hijo pequeño de esta, su sobrino Jesse, ya que ella tiene que desplazarse hasta Oakland para cuidar al esposo del que se divorció y sufre una enfermedad mental. A través del vínculo del niño y el tío obligado a convertirse en padre, Mills no solo examina la manera en que la ausencia de responsabilidad afecta las relaciones familiares hasta colocarla en el vacío de la ruptura, sino, además, el poder de la empatía como ejercicio curativo de consuelo y autodescubrimiento. Johnny, que había roto la conexión que tenía con su hermana por su actitud irresponsable y se lamenta por haberse separado de la mujer que una vez amó, se descubre a sí mismo conversando con su sobrino; y Jesse, como niño solitario y curioso, encuentra en el tío el modelo paterno que le garantiza la seguridad que cura su dolor y el trauma soterrado de crecer sin padre. Hay, en mi opinión, una química natural entre Joaquín Phoenix y el chiquillo Woody Norman. Pero el problema fundamental de la narrativa habitada por ellos es que todo parece reducirse a conversaciones triviales sobre las decisiones de la adultez, las escenas retrospectivas sobre crisis familiares, entrevistas a niños como manifestación social y caminatas reiterativas por algunas ciudades, especialmente Nueva York. Y nunca sale de ese círculo de confort. La demasía de sobriedad por la que apuesta Mills, quizá en su afán de buscar realismo, le resta profundidad dramática al patetismo del sobrino y el tío, sobre todo porque pocas veces interroga la gravedad de sus problemas más allá de lo presentado en la superficie y prefiere mantenerlos en el terreno indulgente de las descripciones más higienizadas, donde todo está calculadamente puesto a favor de las pretensiones de intimismo. El tono monocromático evoca correctamente la melancolía del relato y las atmósferas urbanas, pero tengo la sensación de que el estilo de documental está sobrando en la ecuación, al igual que la música clásica de carácter anempático. No sucede nada afectuoso o algo que me conmueva. Las dos horas que dura, por momentos, se me hacen interminables.

Ficha técnica
Título original: C'mon C'mon
Año: 2021
Duración: 1 hr 49 min
País: Estados Unidos
Director: Mike Mills
Guion: Mike Mills
Música: Aaron Dessner, Bryce Dessner
Fotografía: Robbie Ryan
Reparto: Joaquin Phoenix, Woody Norman, Gaby Hoffmann, Brandon Rush,
Calificación: 5/10

Crítica breve de la película 'C'mon C'mon. Siempre adelante', dirigida por Mike Mills y protagonizada por Joaquin Phoenix y Woody Norman. 

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