Crítica de 'El hombre del norte': venganza de un nórdico furioso

El director Robert Eggers narra una epopeya vikinga que, con cierta solemnidad, enciende la mecha que se encontraba apagada del cine épico.


El hombre del norte


El director Robert Eggers cuenta que su idea para la realización de El hombre del norte comenzó con un pequeño viaje a Islandia en 2016, motivado principalmente por su esposa, que es una entusiasta de la mitología nórdica. Durante la travesía, Eggers, con ayuda de Björk, conoció al guionista Sjón y de inmediato surgió una lluvia de ideas alrededor de los tópicos de vikingos. Tomaron como fuente de inspiración el mito medieval escandinavo de Amleth, escrito a principios del siglo XIII por el historiador danés Saxo Grammaticus en los libros tercero y cuarto de su Gesta Danorum. Los manuscritos narran la odisea de un príncipe heredero de los jutos que es desterrado de su reino en la Edad de Hierro y desea vengarse por la muerte de su padre en manos de su tío. Y más tarde se convertirían en la base principal del personaje de Hamlet, el príncipe de la popular tragedia de William Shakespeare. Pero Eggers, también lo complementó con otros relatos emblemáticos de la literatura escandinava y algunos elementos prestados de la narrativa de Conan el Bárbaro.

No sé si la mezcolanza de esas piezas siempre sean las más adecuadas, sobre todo porque noto a veces una ligera carga de predictibilidad por los atributos shakespearianos que la componen, pero reconozco que me resulta atrapante la crónica de venganza del vikingo sanguinario, a lo largo de más de dos horas en las que nunca me siento cansado. Me recuerda mucho la brutalidad de Corazón valiente (1995), de Mel Gibson. Su tono atmosférico capta con crudeza y realismo los paisajes medievales de la época, en los que casi siempre se transmuta el plano simbólico con el esoterismo más iconográfico sobre brujas, rituales y exabruptos. Eggers la edifica como una épica visceral de espada y sandalia, que nunca pierde el ritmo de acción ni el sentido de la espectacularidad al retratar los tiempos de barbarie donde los ríos de sangre y las montañas de cadáveres se amontonan en medio de gritos y muertes, de gente con complejos animalísticos que por causa del destino esperan redimirse para pasar a una mejor vida en los palacios de Odín en Valhalla.


Alexander Skarsgård. Fotograma de Focus Features.


 
En el prólogo Amleth (Oscar Novak) es mostrado como un niño inocente y feliz que junto a su madre, la reina Gudrún (Nicole Kidman), recibe a su padre, el rey Aurvandill War-Raven (Ethan Hawke), cuando este llega con sus subordinados para celebrar las conquistas pasadas en el extranjero, en el interior de su reino de la isla Hrafnsey alrededor del año 895 d . C. Como príncipe sucesor que algún día será rey, Aurvandill entrena a Amleth en una ceremonia espiritual supervisada por el bufón de de Aurvandill, Heimir (Willem Dafoe), en la que danzan y aúllan como lobos rabiosos alrededor de una fogata. El ritual de iniciación le sirve al chiquillo no solo para perder los temores, sino también para abandonar la inocencia de la niñez que es necesaria para sobrevivir en un territorio hostil. Al terminarlo, Amleth observa cómo su padre es emboscado y decapitado por los hombres de su tío y hermano de su padre, Fjölnir (Claes Bang); mientras su madre es raptada y todos los habitantes de la villa son asesinados a sangre fría por el ejército de enmascarados. En medio de la hecatombe, Amleth sobrevive al ataque de un guardia cortándole la nariz y huye en un bote colocado de forma facilona por el guionista hacia aguas desconocidas, jurando vengar a su padre matando a su tío y salvar a su madre cuando sea adulto.




 
A partir de ese evento, la narrativa arranca en piloto automático para ostentar, a través de varios capítulos, las hazañas vikingas de Amleth (Alexander Skarsgård) en su etapa de adultez. Primero es presentado como un vikingo corpulento, cruel, despiadado, de mirada fría, que se gana la vida como un berserker en una banda de vikingos que asalta pueblos y asesina a los enemigos vecinos con su hacha ensangrentada sin ningún tipo de escrúpulos morales. Su motivación de venganza, que se encontraba dormida durante un tiempo, se renueva como la llama al conversar en una cueva con una pitonisa (Björk) en el templo de Svetovit, que vaticina que pronto se vengará de Fjölnir, y que en la vereda se encontrará con una mujer que será madre de los reyes descendientes. 

Al principio Amleth se muestra incrédulo por la profecía, pero una vez que se entera de que su tío fue derrocado por Harald de Noruega y vive exiliado en Islandia con su familia, se hace pasar por un prisionero y viaja a bordo de una embarcación que se dirige a ese lugar para cumplir sus objetivos de castigarlo, donde de paso conoce a una esclava rubia llamada Olga (Anya Taylor-Joy). Al arribar en el pueblo, Fjölnir, que no lo reconoce, lo elige como esclavo porque su fortaleza tiene utilidad para las tareas pesadas; así como también se escoge a Olga como sirvienta y posible objeto sexual para complacer la lujuria secreta del rey. Mientras planifica el magnicidio y se enamora de Olga (a la que le relata todo como confidente), Amleth realiza trabajos en la granja sin ningún tipo de descanso y descubre que su madre ha engendrado un hijo con el monarca megalómano, pero también es testigo las costumbres rudimentarias de las isla que incluye, entre otras cosas, la competencia de equipos en el duro juego de pelota de knattleikr donde salva a su hermanastro de un bruto y obtiene la confianza del rey; el ritual orgiástico en el que todos bailan desnudos y finalmente hace el amor con Olga bajo la luz de la luna; el maltrato hacia las esclavas que sudan gotas de sufrimiento y piden a pompas una libertad.


Alexander Skarsgård y Anya-Taylor Joy.



En cada uno de los apartados, se examina cómo el poder de la creencia manipula la fuerza de voluntad que hay detrás de las acciones de un individuo, sobre todo cuando Amleth, como fiel creyente en las divinidades escandinavas, tiene espejismos sobre brujos, hechiceras, valquirias y seres místicos que fungen como una luz que ilumina el camino nublado de su juicio. Luego de una conversación espiritual con la cabeza del difunto Heimir en la gruta de un brujo, conoce la ubicación de una espada legendaria que solo se puede desenvainar de noche llamada Draugr, con la que piensa decapitar a su oponente. Obtiene la espada Draugr después de derrotar en una cripta a un guerrero no muerto llamado Mound Dweller, pero se da cuenta de que su lucha era el resultado de una alucinación. Lo que impulsa a Amleth a buscar la vía fácil de la venganza, por lo tanto, son las constantes alucinaciones que pueblan su cerebro y transmutan su realidad cuando discute con las apariciones esotéricas en lugares cerrados. La fe ciega en la superstición complementa su fortaleza bruta, y los miedos que ha superado a modo de pruebas son utilizados en su misión como armas psicológicas para sembrar el terror en la psiquis del rey y sus súbditos. Pero Amleth no lo concibe de forma apresurada, al contrario, se toma su debido tiempo para actuar, aprovechando los hongos psicodélicos cocinados por la brujería de Olga como una distracción para luego matar durante las noches a varios de los hombres drogados de Fjölnir, decorando el recinto con los cuerpos mutilados que simbolizan la llegada del Ragnarok sobre la aldea, sin mostrar ningún tipo de misericordia al extirpar el corazón del hijo mayor del rey que duerme en la cama para intercambiarlo luego por su esposa cuando es secuestrada.





Dentro de las normas básicas del género épico, encuentro algo convincente la interpretación de Alexander Skarsgård como el vikingo furioso. No se trata de algo fuera de serie o que vaya a ganar premios, pero opino que es acertada la manera en que emplea su gestualidad para comunicar la ira soterrada de ese bárbaro voluminoso que anhela liberar su angustia y está inquietado por las visiones del más allá que controla sus impulsos, así como la pericia física que demuestra cuando corre, salta, lucha en combates, blande su espada y grita como un lobo feroz sediento de sangre. Su personaje es un tipo conflictivo que se ha hecho fuerte atravesando la senda espinosa del dolor y la decepción, la cual se agrieta mucho más en la escena en que su madre le revela que realmente era una esclava infeliz de su padre y que su nacimiento fue producto de una violación (ella fue que convenció a su amado Fjölnir para que matara a Aurvandill y Amleth), por lo que nunca lo quiso como su hijo. Al lado de Skarsgård, noto actuaciones tibias de Kidman como la madre seductora que es una femme fatale manipuladora. También la de Anya-Taylor Joy como la esclava rubia adicta a la hechicería que hace de interés romántico para que el héroe asegure su descendencia. Las dos desperdician su potencial.




 
Eggers los encuadra en una puesta en escena que recrea con solemnidad la fisonomía turbia y mística de la tierra medieval de los vikingos, con vocación para el gran espectáculo, garantía de autenticidad, diálogos shakespearianos y violencia gratuita. En pocas palabras, le devuelve el virtuosismo a la épica de espada y sandalias que se hallaba malograda por el manoseo de ideas clónicas en Hollywood, edificándola con un buen equilibrio entre las secuencias de acción y las atmósferas contemplativas. Por el lado sonoro, toma decisiones atinadas que colocan a mis oídos en un modo de tensión constante cuando escucho la banda sonora Robin Carolan en los pasajes más impactantes, además de emplear un sonido de mucha fidelidad acústica reproduciendo las voces guturales, los enfrentamientos violentos, los alaridos barbáricos, los espectros tenebrosos. Por la parte visual, aprovecha la cámara móvil de su colega Jarin Blaschke para capturar, con iluminación natural y colorización grisácea, el panorama nórdico ilustrado a través de las praderas verdosas, los poblados enlodados, las cavernas repletas de esqueletos, los ritos a contraluz. Hay atención a los detalles del contexto histórico. Tanto de día como de noche, todo se ve sórdido, oscuro, mortuorio y considerablemente siniestro. El uso del plano simbólico, presente en muchas escenas, funciona como catarsis para ampliar, anagógicamente, la subjetividad de ese héroe criado por cuervos que, confiando en sus futuros vástagos, abandona a su mujer embarazada para dejarse capturar y asumir su rumbo final asesinando a su enemigo en la cumbre del estratovolcán Hekla que, en cierta medida, metaforiza la violenta naturaleza de los vikingos.

En términos generales, esta epopeya me parece un tanto similar a La bruja, la ópera prima anodina de Eggers sobre el aquelarre de las brujas feministas. Pero una diferencia significativa es que invierte los roles, apostando a una fábula vikinga de masculinidad wagneriana. Aquí el hombre solo encuentra la redención a través del sacrificio, recuperando simbólicamente, la vieja idea de que los vikingos creían que si morían luchando, serían llevados por las valquirias hasta las puertas de Valhalla para ser reclutados como un einherjar y así ayudar a los dioses de Odín en su lucha contra las entidades del caos en la batalla decisiva del Ragnarök. La secuencia final, en la que un moribundo Amleth mira de lejos a la valquiria del caballo blanco que se lleva su alma, recupera ingeniosamente ese semblante mitológico y, a la vez, añade una capa de lectura que redimensiona las posibilidades fantásticas de su diégesis. No creo que se trate de la más sólida de Eggers, pero, desde luego, me resulta igual de estremecedora y estimulante que El faro.


Ficha técnica
Título original: The Northman
Año: 2022
Duración: 2 hr 17 min
País: Estados Unidos
Director: Robert Eggers
Guión: Robert Eggers, Sjón Sigurdsson
Música: Robin Carolan, Sebastian Gainsborough
Fotografía: Jarin Blaschke
Reparto: Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Claes Bang, Ethan Hawke, Willem Dafoe,
Calificación: 7/10



Crítica de la película 'El hombre del norte', dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Alexander Skarsgård y Anya Taylor-Joy.



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