Crítica breve de 'Los condenados no lloran' (1950)

Los condenados no lloran
Los condenados no lloran es una película que encuentro dirigida con cierta elegancia por Vincent Sherman, pero no ofrece nada intrigante como pieza de cine negro por el palabreo artificial que le quita fuerza a las acciones de Joan Crawford en su rol central como la trepadora. Está basada libremente en la vida de Virginia Hill y el romance que sostuvo con el gánster Bugsy Siegel, en medio del desierto que fundó a Las Vegas. Su trama sigue la vida de una mujer llamada Lorna Hansen Forbes, una socialité que es perseguida por los agentes de la ley y el orden bajo la sospecha de ser cómplice del asesinato de un pez gordo de la mafia. En términos estructurales, el argumento se construye alrededor de un largo racconto que evoca en retrospectiva la trayectoria de la protagonista desde que es una ama de casa llamada Ethel Whitehead, que experimenta la tragedia, la pobreza y el matrimonio infeliz en un pequeño pueblo de Texas al borde de los campos petroleros; hasta los días en que se independiza y seduce a varios hombres poderosos del hampa para escalar unos cuantos peldaños en la jerarquía social, alcanzando una cuota considerable de influencia a base de la codicia y del oportunismo explícito, cambiando su nombre para omitir el pasado al que no quiere regresar. No hay muchas sorpresas que digamos. Todo avanza de una manera mecánica y predecible cuando las acciones de la protagonista se desarrollan alrededor de discusiones superfluas sobre negocios turbios; el coqueteo a puertas cerradas con los adinerados mafiosos; la necesidad de trepar con los beneficios de la persona de al lado; la típica guerra de pandillas por controlar los territorios de los rivales. Poco o nada cambia. El melodrama pierde el brío por la abundancia de palabrerías innecesarias que reemplazan cualquier rastro de acción o momento de intriga. A pesar de todo, me resulta creíble la actuación de Crawford como esa mujer de carácter fuerte, determinada, egoísta, que manipula a los hombres del crimen organizado con sus encantos para obtener lo que desea y satisfacer sus caprichos más inmediatos sobre un estilo de vida elegante y el amor imposible, como ya lo había hecho en otros melodramas del mismo período. El reparto masculino, compuesto por Steve Cochran, Richard Egan y David Brian permanece en el terreno de los estereotipos gansteriles, los tipos blandos y duros colocados artificialmente para ser subordinados a las órdenes de Crawford. Por otro lado, Sherman la encuadra en una puesta en escena artesanal y considerablemente sofisticada en la que abunda, en ciertas ocasiones, el encuadre móvil, el primer plano que extrae verdades y una iluminación que resalta el lado más expresivo de las inquietudes de los personajes. Hay también una partitura bastante melodiosa de Daniele Amfitheatrof que, en algunas escenas, ayuda a acentuar el tono trágico del asunto. Lo demás se mantiene en una medianía, en un lapso convencional que me impide emocionarme por lo que sucede.

Streaming en:



Ficha técnica
Título original: The Damned Don't Cry
Año: 1950
Duración: 1 hr 43 min
País: Estados Unidos
Director: Vincent Sherman
Guion: Harold Medford, Jerome Weidman
Música: Daniele Amfitheatrof
Fotografía: Ted D. McCord
Reparto: Joan Crawford, David Brian, Steve Cochran, Kent Smith,
Calificación: 6/10

0 comments:

Publicar un comentario