Crítica de la película «Dos mulas para la hermana Sara» (1970)

Two Mules for Sister Sara
Dos mulas para la hermana Sara es un western de Siegel que se rodó en Mexico durante solo 65 días con muchos percances y supuso la segunda de las cinco colaboraciones de Eastwood a las órdenes del director. Habiendo consumido sus imágenes ahora, tras más de 50 años de su estreno, no sé si se trate de algo fuera de serie dentro del género, pero por alguna extraña razón en las casi dos horas que dura paso un rato placentero y no deja parecerme un western entretenido, de sólida factura de Siegel, cuyo viaje siempre cabalga por territorios seguros con la química espléndida entre Clint Eastwood y Shirley MacLaine. Los papeles de ambos me recuerdan a Robert Mitchum y a Deborah Kerr en la amena Solo dios lo sabe (se dice que en un principio Boetticher escribió el guion para que ellos dos la protagonizaran, pero Siegel desaprobó la idea), aunque ahora la acción se sitúa en pleno apogeo de la Revolución mexicana. Y durante ese periodo cuenta la historia de Hogan, un mercenario con un pasado oscuro asociado a la Guerra Civil que, en medio del páramo mexicano, mata a unos bandidos para rescatar a una mujer vestida de monja que se hace llamar la hermana Sara, con la que forma un vínculo muy cercano a medida que transitan a caballo y burro por los pueblos afectos por la guerra para ayudar a los revolucionarios mexicanos que luchan contra los militares de la ocupación francesas. La narrativa del vaquero con nombre y de la monja profana pone de manifiesto un puñado de situaciones que son ligeramente previsibles cuando Siegel toma prestado ciertos elementos del spaguetti western de carácter revisionista para reflejar, con su poética de la violencia, la lucha de los campesinos revolucionarios al servicio de los juaristas que, como mexicanos, buscan independizarse del dominio aristocrático francés, casi en la misma vena que en Vera Cruz (Aldrich, 1954). Pero el registro de acción nunca pierde el tono y el ritmo ágil para narrar lo que sucede con consistencia, particularmente en conflictos que me toman por sorpresa, como el ataque de los indios en el que Hogan es herido por una flecha y Sara atiende sus heridas para simbolizar el flechazo amoroso de ambos; la dinamita que Hogan le pasa a Sara para detonarla en el puente por el que pasa un tren de municiones francés; las escenas de intimidad en la que Hogan coquetea y la monja bebe whisky para disimular sus intenciones; la climática emboscada nocturna de Hogan y la tropa de revolucionarios juaristas a un fuerte custodiado por oficiales franceses en el que se desata un infierno de balas y explosiones. Incluso en las partes más facilonas, el rol de Eastwood me resulta creíble porque evoca de nuevo la personalidad de ese pistolero duro, cínico, solitario, moralmente ambiguo, de pocas palabras que, como cazarrecompensas, recurre a la astucia para matar a los enemigos con su cigarro, el revólver y un par de one-liners. La de MacLaine, por igual, es bastante agradable como esa monja extravagante, decidida, que debajo del hábito esconde las heridas de la prostitución. En su conjunto, es un western bastante elegante, que eleva su devoción con las panorámicas del oeste de la lente de Gabriel Figueroa y, sobre todo, con esa música de Ennio Morricone que seduce mis oídos con su leitmotiv melodioso compuesto de silbidos y flautas.

Ficha técnica
Título original: Two Mules for Sister Sara
Año: 1970
Duración: 1 hr. 56 min.
País: Estados Unidos
Director: Don Siegel
Guión: Albert Maltz
Música: Ennio Morricone
Fotografía: Gabriel Figueroa
Reparto: Clint Eastwood, Shirley MacLaine, Manolo Fábregas
Calificación: 7/10


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