Crítica de la película «El lobo del mar» (1941)

El lobo del mar
El lobo del mar es una película de Michael Curtiz que rastrea ese cine sobre aventuras marítimas que él mismo estableció como modelo de seguimiento en las regulares El capitán BloodEl halcón de los mares (1940). Pero, a diferencia de esas predecesoras, en esta ocasión su acercamiento al género funciona adecuadamente porque está escrita con guion de Robert Rossen que, insólitamente, desmitifica a los héroes capa y espada del barco para mantener su línea de adaptación sacada de la novela de Jack London. En su horizonte más cercano, es una aventura marítima que Curtiz mantiene a flote en todo momento con atmósferas brumosas y una tensión atrapante que alcanza su mayor punto de virtud en la actuación formidable de Edward G. Robinson como el malvado capitán del barco fantasmagórico. La trama se sitúa a comienzos del siglo XX y sigue a tres personas (un fugitivo, un escritor y una convicta) que, por causas del destino, se suben al Fantasma, un barco que está bajo el dominio de Wolf Larsen, un capitán perverso que ejerce el liderazgo con las manías típicas de un tirano y somete a todos los hombres de la tripulación a la dictadura del miedo. En términos generales, en cubierta hay una sensación de pánico y de crueldad que se prolonga, con cierta consistencia, en cada una de las escenas en que el capitán sádico dialoga con los nuevos pasajeros sometidos a la servidumbre voluntaria y, además, abusa de una tripulación compuesta en su mayoría de criminales; mientras la única mujer a bordo planea escapar por su cuenta y el fugitivo tiene la intención de encabezar un motín que acabe con la tiranía del capitán. A un ritmo contemplativo, Curtiz, consciente del mal que ocupaba las potencias del Eje en Asia y Europa durante la Segunda Guerra Mundial, muestra la odisea del Fantasma y su capitán como una parábola del totalitarismo que destruye la dignidad de los oprimidos, pero desde la perspectiva de un fascista que ve en la violencia el medio idóneo para borrar los errores del pasado e imponer su compás ético hacia el trayecto de la autarquía, mientras se suprime las libertades individuales que suponen una amenaza para el régimen. En pocas palabras, utiliza al capitán Wolf como la representación de un dictador, y la gente bajo su mando son mostrados como víctimas de la opresión sistémica. Esto es especialmente cierto cuando Wolf conserva la estabilidad de su autocracia sobre la base de mentiras, demagogia y la retórica shakespeariana que adormece a los borregos para evitar que se rebelen en una revuelta. En ese sentido, la interpretación de Robinson me parece creíble cuando emplea la mirada, el soliloquio y los gestos histriónicos para encarnar, casi como un prototipo del capitán Ahab, los rasgos de un hombre cruel, cínico, virulento, culto, sin brújula moral, que alimenta su odio pisoteando la dignidad de los súbditos y se refugia en la embarcación fantasmal en el océano para olvidar un pasado marcado por el dolor, la culpa y las desdichas familiares (se entiende que Wolf también es un exiliado del mar y en el fondo es inseguro, pero cuyo comportamiento pérfido es solo el producto de las disputas con el hermano fallecido que lo persigue como un espectro); llegando a su grosor culminante en las escenas en que los dolores de cabeza y la ceguera subrayan la decadencia moral del personaje. Al lado de Robinson observo también actuaciones bastante orgánicas, primero, de John Garfield como el rebelde amotinado, y, segundo, de Ida Lupino como la dama que anhela huir de la cueva de los lobos; dejando un tercer puesto a Barry Fitzgerald como el cocinero traicionero que prepara el alivio cómico. Para mí sorpresa, Curtiz los encuadra en una puesta en escena que adquiere un grado notable de fuerza en el uso del relato no iconógeno, las modalidades puntuales del encuadre móvil, los planos subjetivos, los decorados que añaden autenticidad al interior sórdido del navío, la iluminación expresionista de marcado contraste que evoca intenciones y en unos paisajes lóbregos del mar que magnifican el lado siniestro a través de la niebla que captura la cámara de Sol Polito; así como una banda sonora de mucha sensibilidad acústica arreglada por Erich Wolfgang Korngold. Todos esos elementos consiguen que el viaje por el océano sea tan oscuro como inolvidable.

Ficha técnica
Título original: The Sea Wolf
Año: 1941
Duración: 1 hr. 39 min.
País: Estados Unidos
Director: Michael Curtiz
Guion: Robert Rossen
Música: Erich Wolfgang Korngold
Fotografía: Sol Polito
Reparto: Edward G. Robinson, Ida Lupino, John Garfield, Barry Fitzgerald
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película El lobo del mar, dirigida por Michael Curtiz y protagonizada por Edward G. Robinson e Ida Lupino.

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