
En Rescate implacable, David Ayer retorna al cine de acción, con la finalidad supongo, de colocar de nuevo a Jason Statham en el estereotipo habitual del hombre que por sí solo es una máquina de matar y necesita salir del retiro para aleccionar con plomo a los tipos malos, como sucede en la anterior colaboración de ambos que lleva el título de Beekeeper: sentencia de muerte. Las dos horas que paso viendo sus escenas me invitan a razonar los suficiente como para saber que, en cierta medida, no tengo problemas con ver a Statham repartiendo dosis de letalidad y conteo de cuerpos como un hombre trabajador, pero, la narrativa es demasiado anodina como para ser tomada en serio y, por lo regular, repite con gratuidad las fórmulas de acción, frecuentando a veces lugares comunes de esos que están adornados de facilismos. La trama parte de una premisa simple: Levon Cade, un exsoldado de élite que trabaja como obrero de la construcción y debe lidiar con la custodia legal de su hija pequeña, acepta recuperar a la hija de su jefe que es secuestrada por una red de traficantes de personas, tomando la justicia en sus manos como gesto de solidaridad porque se trata de gente muy cercana a él que lo rescataron cuando era un veterano desempleado. En términos generales, la narrativa se construye sobre las bases genéricas más habituales del cine de acción, donde el antihéroe con el pasado violento emplea todas las habilidades que tiene a su disposición para convertirse en un ejército de un solo hombre y matar a decenas de criminales con el fin de rescatar a la joven desaparecida. El arranque es funcional porque este argumento lo he visto cientos de veces y, entre otras cosas, me obliga a quedarme para saber, al menos, cómo el protagonista va resolver el conflicto. El problema fundamental, no obstante, es que el guion de Ayer y Sylvester Stallone no se toma la molestia de desarrollar a los personajes lejos de las descripciones artificiosas que justifican sus motivaciones y sus acciones se reducen, en general, a un abanico de situaciones previsibles que adivino hasta con los ojos vendados, sin detenerse a rellenar algunos huecos argumentales que se quedan irresolubles hasta el final de los créditos. De esta manera, simplemente permanezco anestesiado en mi asiento mientras miro la cacería del proletario con el pasado militar que usa todo un arsenal para liquidar brutalmente a los matones y rastrear la ubicación de la agresiva muchacha raptada; el melodrama familiar forzado del padre que busca obtener la custodia de su hija y visita a su amigo ciego para pedir asistencia antes de la operación de rescate; la presencia de los villanos estereotipados de la mafia rusa que carecen de amenaza real y se parecen más bien a caricaturas planas que funcionan como rellenos de último minuto. Las secuencias de acción, ensambladas sobre combates, persecuciones y tiroteos, me deja con la sensación de que reciclan clichés ochenteros sin aportar nada nuevo, además de que la trama sufre de una falta notable de impulso y cohesión. A pesar de todo, reconozco que Statham me resulta eficaz como héroe de acción porque interpreta otra vez, a sus 57 años, a un individuo inexpresivo y duro que demuestra su pericia física para las artes marciales al neutralizar las amenazas durante las balaceras y las peleas cuerpo a cuerpo. Este estereotipo, que Statham ha edificado a lo largo de su carrera, ha tenido algunos momentos emblemáticos con su actitud pragmática, pero aquí lo veo desperdiciado en un papel algo facilón que le pone limitaciones y no le suma complejidad a su carácter. Por desgracia, él solo no puede sostener una película de acción que se siente innecesariamente larga y, dicho sea de paso, no va a ninguna parte en medio del caos más genérico.
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Título original: A Working Man
Duración: 1 hr. 56 min.
País: Estados Unidos
Director: David Ayer
Guion: Sylvester Stallone, David Ayer
Fotografía: Shawn White
Reparto: Jason Statham, David Harbour, Michael Peña, Jason Flemyng, Arianna Rivas
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