Crítica de la película «La muerte de vacaciones» (1934)

La muerte de vacaciones

La muerte de vacaciones me parece una película pre-Code de Mitchell Leisen que, en algunos episodios fugaces, contiene una premisa algo original, basada en la obra italiana de Alberto Casella que, más adelante, fue adaptada al inglés para Broadway por Walter Ferris. Como melodrama se sustenta, en cierta medida, por una actuación notable de Fredric March como la Muerte vestida de aristócrata, pero, por desgracia, encuentro que su narrativa se pierde entre las conversaciones superfluas y los escenarios opulentos, sin que haya nunca una escena que amplifique el espectro emocional de la historia que trata de narrar con tono irónico. Su argumento se ambienta en medio de una celebración de alta sociedad y sigue a la Muerte, una entidad de un espacio metafísico que adopta la forma humana de un enigmático noble llamado Príncipe Sirki antes de decidir, en medio de su rutina, tomar un descanso de sus labores para experimentar la vida y comprender por qué los mortales temen su destino inevitable, durante tres días en los que es invitado a la mansión de un duque en la que se enamora de la bella y joven Grazia. En general, este relato tiene un arranque que despierta mi interés cuando mezcla el drama romántico con la comedia fantástica para mostrar, a través de una densa capa de ironía, el dilema ético de la Muerte cuando es testigo del amor, el sacrificio, los valores y la felicidad que se encuentra en el terreno de los vivos que viven entre la opulencia. Este concepto filosófico de la Muerte que explora lo humano promete una reflexión profunda, arraigado en principio sobre el contexto de las clases sociales norteamericanas afectadas por las secuelas de la Gran Depresión —se entiende que la Muerte aquí simboliza de alguna manera aquellas personas ricas que lo perdieron todo hasta "morir"—, abandona su profundidad porque, dicho sea de paso, se conforma con respuestas simplistas que nunca van más allá de la superficialidad de las escenas. El otro problema que surge, además de su síntesis discursiva, es que los personajes carecen de desarrollo porque permanecen estacionados sobre los recovecos descriptivos del guión que los mantiene, entre otras cosas, en una serie de situaciones predecibles que se reparten entre las discusiones a puerta cerrada sobre los caprichos mundanos de la élite aristocrática y el romance forzado del condecorado caballero mortecino con la dama tierna de sociedad. Los diálogos tienen vocación por lo poético, pero tienden a ser grandilocuentes y artificiales, reflejando las limitaciones de una adaptación que no logra trascender su origen teatral. De igual forma, no veo que haya química entre Sirki y Grazia. Pero reconozco, a pesar de esto, que la interpretación de March, como es habitual durante su etapa del cine de los años 30, ofrece algunas escenas de mucha autenticidad por su solemnidad contenida y el histrionismo ligero. A través de la mirada, la voz y los gestos de su rostro, March demuestra su talento indiscutible para dotar de humanidad a un personaje tan abstracto como la Muerte, con una presencia que simplemente eclipsa a todos los otros integrantes del reparto. Evelyn Venable, en particular, no aporta nada para que Grazia sea más que un accesorio cosmético. Y el resto del elenco queda atrapado en personajes secundarios que funcionan solo como arquetipos para rellenar escenas. La dirección de Leisen, eso sí, se destaca más por algunos de los elementos estéticos que utiliza para dimensionar los caprichos de los personajes a través del diseño de vestuario elegante, los decorados ampulosos, la elipsis y, ante todo, el uso de la sobreimpresión que acentúa los efectos especiales sobre el halo fantasmagórico de la sombra de la Muerte en un par de planos. La música, de igual modo, se integra adecuadamente en los instantes melodramáticos de mayor obviedad. Nada esto, sin embargo, evita que su melodrama se desplome con su enfoque teatral excesivo y la ausencia de emoción necesaria para dejar una impresión duradera.



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Ficha técnica
Título original: Death Takes a Holiday
Año: 1934
Duración: 1 hr. 20 min.
País: Estados Unidos
Director: Mitchell Leisen
Guion: Maxwell Anderson, Gladys Lehman, Walter Ferris
Música: Bernhard Kaun, John Leipold, Milan Roder
Fotografía: Charles Lang
Reparto: Fredric March, Evelyn Venable, Guy Standing, Katharine Alexander, Gail Patrick
Calificación: 6/10


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