
Título original: The Sandlot
Año: 1993
La strada es una película italiana de 1954 producida por Dino De Laurentiis y Carlo Ponti, Es un ejemplo clásico del período neorrealista del director y esta película es la que le otorgaría un sólido prestigio internacional.
Cuando Zampanó, un artista ambulante, enviuda, compra a Gelsomina, la despreocupada hermana de su mujer, sin que la madre de la chica oponga la menor resistencia. Pese al carácter violento y agresivo de Zampanó, la muchacha se siente atraída por el estilo de vida nómada, siempre en la calle (la strada en italiano), sobre todo cuando su dueño la incluye en el espectáculo.
La Strada lleva consigo, de manera sublime y triste, el espíritu neorrealista que caracterizó a Federico Fellini durante una parte de su carrera. O sea, mostrar través de sus filmes la situación social marginada de una Italia devastada en un periodo posguerra. Solo que en esta película es asombroso cómo logra relatar dicha condición social con unos personajes brillantemente desarrollados.
Puedo decir que Fellini era una especie de artista abstracto, porque expresaba su sentimiento artístico obsesionándose con muchos de los temas excéntricos que formaban parte de su mundo visual. Es decir, se puede apreciar una compañía de circo ambulante, los actos frente al público, el maquillaje de payaso, la melancolía de una situación inestable y muchos otros elementos visuales que lo acompañaron toda su vida como director.
El argumento es bastante atractivo, y dentro del mismo, seguimos a Gelmosina (Giulietta Masina); una muchacha despreocupada, ingenua y con cara de melancólica que es vendida por su madre a un artista ambulante llamado Zampanó (Anthony Quinn) con el propósito de que lo acompañe formando parte de su espectáculo como una asistente; tomando así el puesto que ocupaba su hermana fallecida.
Zampanó es el típico artista impulsivo, se irrita por cualquier hecho y abusa emocionalmente de la inocencia de Gelmosina. A pesar de eso, ella se siente muy atraída por ese estilo de vida en la strada (la calle). A medida que avanza de acto tras acto, Zampanó enseña a Gelmosina a tocar la caja y la trompeta, así como a vestirse de payaso para entretener. De cierto modo, ella se siente orgullosa de sus logros a lo largo de la trama, y a pesar de los maltratos que Zampanó le propicia, le demuestra una lealtad inquebrantable.
En una ocasión Gelmosina se encuentra con varios personajes que influyen directamente en su vida, tal es el caso de The Fool; un artista de cuerda floja que trabaja para un circo ambulante que está pausado en una ciudad. Como si fuera fulminada por un rayo se siente atraída por la personalidad de The Fool, la cual inspira un aire de confianza y libertad que se asimila rápidamente a la persona ingenua y desprevenida de Gelmosina. Pero las cosas se complican mucho más cuando el temperamental Zampano decide unirse al circo donde trabaja The Fool, lo que conlleva a que se desarrollen una serie de malentendidos entre los dos, ya que son polos opuestos. The Fool provoca a Zampano y esa acción generará una reacción decisiva en el desenlace de la trama que se hace sentir con un final triste e impactante.
Lo que me llamó la atención en este filme es la poderosa interpretación de Giulietta Masina como Gelmosina. Es tan inocente, tan melancólica, tan ingenua que uno se siente atraído por las horrendas circunstancias que rodean su tormentosa vida. Ella, además de parecer una payasa pintada con cara de Chaplin Femenina, es lo que yo llamaría un mujer bondadosa purificada, porque uno siente que no se merece ese tipo de vida al ser tan especial. Y eso es lo que Fellini nos quiere transmitir con la inocencia de este personaje.
Zampanó y The Fool los veo solo como herramientas para el desarrollo emocional de Gelmosina, ya sean positivas o negativas. Aunque se podría alabar a Anthony Quinn, quien interpreta a Zampanó con un carácter único, en donde uno puede sentir su sadismo y su volcánica personalidad, pero sólo para mostrar que su descontrol emocional será parte de su caída.
La Strada tiene un estilo único, donde la cámara de Fellini refleja el pensamiento italiano de la época, junto a las condiciones de vida de la clase trabajadora, marginada por la difícil situación económica del periodo. Lo que significa que dado a la configuración de su historia y de sus personajes dentro de los planos, la película se hunde en la tragedia del neorrealismo.
Y no me extraña que La strada sea considerada una obra maestra dentro del catálogo "Fellinesco". La misma nos sumerge durante su trayecto con interpretaciones inolvidables, comprende perfectamente el periodo neorrealista que catapultó a Fellini al reconocimiento mundial y posee una temática excepcional que abarca la belleza, la tristeza y la comprensión humanista como su principal provecho. Si buscas cine de "Fellini" después de "I Vitelloni" éste es el lugar para comenzar. Definitivamente una verdadera joya del cine que hay que ver por obligación.
El séptimo sello es una película sueca de 1957, galardonada con varios premios cinematográficos europeos. Marco el reconocimiento internacional de su director, Ingmar Bergman.
Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la muerte y la existencia de Dios.
Siempre nos ha aterrado la idea de que la muerte vendrá encapuchada con una guadaña en su mano derecha dispuesta a llevarnos a la otra vida. Pero bueno, en las películas, esa idea mística, religiosa, que desafía la realidad, tuvo su origen en la mente de Ingmar Bergman; uno de los más grandes maestros de la cinematografía mundial.
En su cine vemos temas como la vida, la muerte, el destino y el existencialismo. Tópicos que siempre jugaron un papel esencial en la carrera del director y, ciertamente, “The Seventh Seal” no es la excepción. Es una película formidable en la que Bergman, con símbolos y metáforas, edifica un tratado filosófico que señala la imposibilidad del hombre para vencer a la muerte. Estimula nuestros sentidos con un simbolismo referente a las santas escrituras que prácticamente muestra el pensamiento existencial de un hombre frente a una deidad (Dios) incomprensible para un ser inferior.
Ese ser en busca de lo enigmático es Antonious Block (Max Von Sydow), un caballero de las Cruzadas que regresa con su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand) a su pueblo natal en Suecia. Después de diez años de ausencia en las Cruzadas (sí, están en la Edad Media) se encuentran con un pueblo devastado por la peste negra. Block mientras hace una parada en la playa se encuentra cara a cara con la figura de La Muerte (Bengt Ekerot). Sin embargo, antes de que La Muerte le diga que todos en el pueblo están destinados a morir, decide retarla a una partida de ajedrez para consumir tiempo y buscarle sentido a la vida antes de que muera.
Hasta ese punto queda claro que la partida de ajedrez continúa durante la trama completa, y en medio de las pausas argumentales el caballero y su escudero se encuentran con varias personas en el camino, incluyendo a una pareja viajera de artistas llamados Mary y Joseph que tienen un hijo pequeño. Esta pareja juega un papel pequeño e importante, porque muestra por qué Bergman creía en el misticismo de ver personas muertas, intervenciones divinas y fantasmas. Y es lo que hace con Joseph. El simbolismo cristiano es evidente.
A medida que avanza, Block sigue cuestionando los misterios de la vida como el dilema moral del bien y el mal, Dios y Satanás y el porqué la muerte llega de forma sobrenatural antes sus ojos. Un ejemplo es la escena que están quemando cadáveres plagados por la peste negra; eso hace que él confirme algunas dudas sobre el vacío de su existencia y que siga cuestionado que si Dios realmente existe por qué permite que el mundo se llene de maldad.
Bergman presenta algunos de los tópicos históricos y simbólicos sobre la vida y la muerte, aunque lo muestra indirectamente y de forma metafórica. Se puede decir que a lo largo de su carrera siempre trató de descifrar esas preguntas sin respuestas aparentes sobre la existencia y el sentido de la vida frente a lo sobrenatural; expresándolas a través de sus películas como si fuera una especie de travesía espiritual cinematográfica.
Y esa simbología de la película está ambientada en la Europa de la Edad Media durante el desastre epidémico de la plaga negra, pero con el propósito de relacionarlo con la idea de la mortalidad. Y al final sale triunfando por todas partes al recrear la atmósfera de la época y el pensamiento del mundo en el siglo XIV con precisión.
Por eso sentí la conexión con "The Seventh Seal", porque me retó intelectualmente; y está brillantemente detallada con unos personajes secos y provocativos que están ahí para expresar algunas dudas sobre la existencia humana en general: algo así como si fueran personajes bíblicos dentro de un sermón religioso pero sin un Dios al cual alabar.
Y siempre nos mantiene pensando. El séptimo sello es como Don Quijote en su versión cinematográfica seria, que se embarca en la búsqueda de la verdad espiritual y filosofal y que, gracias a ello, queda catalogada como una de las grandes obras maestras del cine universal.
Midnight in Paris es una comedia romántica escrita y dirigida por Woody Allen, que se presentó en la apertura del Festival de Cannes de 2011.
Un escritor norteamericano algo bohemio (Owen Wilson) llega con su prometida Inez (Rachel McAdams) y los padres de ésta a París. Mientras vaga por las calles soñando con los felices años 20, cae bajo una especie de hechizo que hace que, a medianoche, en algún lugar del barrio Latino, se vea transportado a otro universo donde va a conocer a personajes que jamás imaginaría iba a conocer...
El mundo de Woody Allen nunca se cansa de producir ideas encantadoras, como esas que reflejan su propia visión del cine dentro de los guiones que está acostumbrado a escribir y que, de cierta forma, también difunde a través del ojo de su cámara. Y esto, precisamente, es lo que se observa en Midnight In Paris, una comedia fantasiosa que, desde este preciso momento, se podría catalogar como una de sus mejores obras.
Quizá esto se debe a que difiere de sus trabajos anteriores porque introduce una narrativa de alusión metaficcional que rompe la frontera entre lo real y lo irreal (dentro de la realidad diegética). Y su aparato argumental funciona en forma de fábula hiperrealista para restarle mucho a lo poco y sumarle poco a lo mucho.
En el preámbulo seguimos a un guionista de Hollywood llamado Gil (Owen Wilson) y a su prometida Inez (Rachel McAdams). Ambos conforman una pareja comprometida que está pasando unas vacaciones en la ciudad del amor: París. Gil es un hombre flemático, ingenuo e idealista que se encuentra anquilosado con la novela que está escribiendo sobre un vendedor de antigüedades en una tienda de nostalgia. Una de las razones por la que está en París es para buscar la inspiración necesaria para terminar su relato de ficción.
Gil demuestra una pasión inexcusable por el arte, la literatura, el ilusionismo de París y varios autores de la Generación perdida, aunque sus suegros e Inez ignoran todo eso. Inez es terca, la típica mujer despótica que ignora las opiniones con poca molestia. Gil, con su aire de pureza liberal, se aparta esas discusiones. Una noche Gil decide dar un paseo a solas por la ciudad para disfrutar de la vista de la medianoche, pero al estar medio borracho, se pierde, y, eventualmente, no puede distinguir el episodio inexplicable que le sucede.
Al escuchar la campana de la medianoche ve pasar un Peugeot de los años 20 que se detiene, y las personas que están adentro le invitan a una fiesta. Pero aquí viene lo bueno. Ya en la verbena, siente que algo raro está pasando al encontrarse nada más y nada menos que con Zelda y Scott Fitzgerald; más adelante con Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Cole Porter, Gertrude Stein, T.S. Eliot, Luis Buñuel, Salvador Dalí y otros artistas famosos que pasaron por París durante La Belle Époque.
Allen ha utilizado la fantasía metanarrativa anteriormente en películas de realismo mágico como en “The Purple Rose of Cairo”, pero por alguna razón nos deja encerrados en la inquietud al no revelar los sucesos que acontecen la vida de Gil. Porque, si lo que le sucede a Gil no es un hechizo, si no es un delirio, si no es un viaje en el tiempo (que es lo que parece), entonces es indescriptible, y es mejor dejarlo en incógnita para mantener el encanto.
Los personajes están bien interpretados, especialmente Gil, quien es el punto clave de la historia. Wilson le concede al personaje características balanceadas entre humor y puerilidad. Su personaje es tan pasivo y carismático que, aunque se encuentra con escritores del pasado que le resultan quiméricos, convive con ellos. Y ellos mismos consideran que se encuentra en una posición totalmente normal, por lo que no ven nada extraño su venida desde el futuro (si es lo que en realidad ocurre).
En sus últimas cintas, Allen se ha convertido en un fanático filmando el entorno metropolitano de las grandes ciudades europeas. En esta ocasión captura la gallardía de las calles parisinas sin quitarle el encanto a la historia que está contando. Su panorama fantasioso es un homenaje a los artistas que han pasado por la ciudad del amor. Y la magia de Allen nos sumerge en la nostalgia y la ilusión romántica durante dos horas de puro entretenimiento.
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