Esta nueva película de Joseph Kosinski pone a Brad Pitt a conducir a toda velocidad los coches de carrera de Fórmula 1.
En F1: la película, Joseph Kosinski, intenta capturar la adrenalina y el glamour de la cultura de la Fórmula 1, un deporte que combina velocidad, tecnología y drama humano sobre los intensos peligros de las pistas de carrera y donde, dicho sea de paso, unos pilotos temerarios compiten con suficiente destreza para alcanzar la gloria. De alguna manera, persigue ese cine sobre el automovilismo que ha estado en apogeo desde hace algunos años en películas como Rush (Howard, 2013) y Ford v. Ferrari (Mangold, 2019). Se dice que, poco antes de entrar en producción, varios estudios de Hollywood comenzaron a pujar por ella no solo porque tenía a Brad Pitt en el rol protagónico, sino porque, además del mismo Kosinski, sabían que contaba con el productor Jerry Bruckheimer y el guionista Ehren Kruger, un grupo que tuvo una ecuación exitosa cuando trabaron en Top Gun: Maverick (Kosinski, 2022) en sus respectivos papeles. Y hasta cuenta con el mismísimo Lewis Hamilton como uno de los coproductores. Nada de esto evita, por desgracia, que sienta lo mismo que me sucedió cuando vi Ferrari (Mann, 2023).
Las dos horas y media que paso viéndola en una función especial me invitan a razonar lo necesario como para saber que es una película deportiva que demuestra la ambición técnica de Kosinski en algunas secuencias de carrera, pero, desafortunadamente, tengo la sensación de que su narrativa pierde kilometraje y se queda en la parrilla de salida, incapaz de acelerar hacia alguna meta emocional con su trama predecible sobre redención, crecimiento personal y espíritu de competencia. Básicamente, no logra aprovechar el potencial de su premisa. Y ni siquiera la presencia de Pitt ayuda a reducir el octanaje convencional que se filtra en sus escenas como el aceite de motor.
El argumento sigue la vida de Sonny Hayes (Brad Pitt), un antiguo piloto de Fórmula 1 que, luego de un accidente que lo obligó a retirarse en los años 90, dedica parte de su tiempo a competir en otras disciplinas automovilísticas de bajas categorías para satisfacer sus vicios como corredor solitario y apostador profesional; pero cuyo destino como nómada sin rumbo cambia cuando acepta el encargo de su amigo Rubén Cervantes (Javier Bardem), expiloto y excompañero de equipo, con el fin de salir del retiro para unirse a la escudería Apex Grand Prix (APXGP). En un intento de ser digno y recuperar los días perdidos, Hayes se dispone a utilizar para manejar de nuevo un monoplaza y tratar de contender en unas carreras de Fórmula 1 que ponen a prueba su experiencia frente a las nuevas generaciones de pilotos jóvenes; pero colisiona con la arrogancia del joven Joshua «Noah» Pearce (Damson Idris), un piloto británico muy prometedor que también corre para ApexGP y se convierte en su principal rival, a pesar de ser un novato.
En términos generales, la narrativa de la película se ensambla sobre las bases habituales del drama, la aventura y la acción deportiva que se ambienta en el mundo de las carreras automovilísticas, donde el protagonista es un piloto que maneja el monoplaza en pistas de distintos países mientras busca redimirse por las cosas del pasado. En este sentido, se muestra las dificultades del piloto experto que emplea sus habilidades de conducción para llevar al equipo ficticio a desafiar a gigantes como Ferrari y Mercedes; la fanfarronería del piloto novicio que conduce de forma impulsiva para obtener el reconocimiento a toda costa antes de rechazar los avisos del compañero experto; las discusiones a puerta cerrada en la sala de control donde el jefe observa los resultados al lado de la ingeniera brillante (Kerry Condon) que es la directora técnica del equipo que tiene como reto diseñar un automóvil capaz de acelerar en las curvas más peligrosas. En cierta medida, todo se muestra casi como si fuera un spin-off espiritual de Top Gun: Maverick, pero su fórmula traslada el barullo de los aviones a las carreras deportivas de Fórmula 1.
El problema central, no obstante, radica en que su narrativa no está a la altura de sus ambiciones. El desarrollo de los personajes es uno de los puntos más débiles. El guion de Kruger arroja unos cuantos diálogos para añadirle sustento a las motivaciones de los personajes, pero, en general, solo los mantiene como estereotipos superficiales que estiran inútilmente el conflicto con sus descripciones, además de que reduce sus acciones a una serie de situaciones rutinarias que nunca escapa del epicentro estacionario que surge entre el drama fuera de la pista y la acción en las carreras, apoyándose en una trama previsible que suele reciclar los clichés del género deportivo con ciertos facilismos. Las motivaciones de Hayes, vinculadas a un trauma del pasado, se abordan de una manera apresurada que deja interrogantes abiertas que nunca se llegan a responder, y las escenas que intentan profundizar en su psicología carecen de dimensiones dramáticas; dejándolo solo como el veterano del automovilismo que debe superar sus demonios personales y las limitaciones de un equipo a punto de ser descalificado. Joshua, por su parte, es un personaje unidimensional que solo cumple el rol de ser rebelde, arrogante, competitivo y seguro de sí mismo, montado sobre el arco de relleno del inmigrante que trata de vencer los obstáculos del prejuicio racial y las barreras sociales en el deporte de la Fórmula 1 (casi como si estuviera basado en el propio Hamilton). Lo mismo sucede con el jefe que viste elegante o con la ingeniería que sirve de interés romántico. Todo me resulta familiar con estos personajes que se mueven sobre redención, rivalidad y trabajo en equipo, todo envuelto en una sucesión de entrenamientos y discursos motivacionales a los que les falta originalidad.
A pesar de que la película falla en equilibrar las rivalidades deportivas con conflictos personales, por lo menos encuentro decente las secuencias de carrera que reflejan el panorama de los circuitos de Fórmula 1 a través del vestuario, los decorados, el product placement y el diseño de los monoplazas. Por el lado visual, Kosinski utiliza el primer plano, el plano-contraplano, el plano subjetivo, la elipsis y algunas modalidades puntuales del encuadre móvil para comunicar la presión subjetiva que sienten los conductores que conducen a altas velocidades en circuitos icónicos como Silverstone o Mónaco, producto de una eficaz fotografía de Claudio Miranda que aprovecha las posibilidades de las cámaras IMAX. Esto capta la elegancia aerodinámica de los monoplazas, los accidentes imprevistos y el caos controlado de las competencias. Por el lado sonoro, en cambio, amplifica la impresión de velocidad con una consistente edición de sonido que evoca el ruido de los motores y las vibraciones producidas por la aceleración. La banda sonora, compuesta por Hans Zimmer, es otro elemento que es competente la complementar las carreras vertiginosas. Estos elementos aportan cierta autenticidad.
Estas secuencias, entre otras cosas, funcionan como un vehículo de lucimiento para Pitt. Su rol protagónico hace lo que puede con un papel que no le exige mucho más allá de su carisma habitual al interpretar a Sonny como un tipo experimentado, cínico, audaz, que desea superarse a sí mismo; pero demuestra su pericia física para conducir monoplazas a altas velocidades sin dobles de riesgo en algunos planos. Se puede decir que está comprometido en demostrar que es un actor que puede derrumbar murallas físicas incluso con 61 años en el cine de acción.
Esta película de Kosinski es una de las pocas que conozco ambientada en la contemporaneidad de la Fórmula 1. Su enfoque ficcionalizado, a modo de referencias, presenta equipos reales de la FIA como Red Bull Racing y Scuderia Ferrari y pilotos populares como Max Verstappen y Charles Leclerc, algo que sin duda el confiere una mirada auténtica con los deportistas de la actualidad que protagonizan los eventos. Sin embargo, tropieza con frecuencia en muchos lugares comunes y opta por glorificar la competición sin cuestionarla. El primer acto se extiende demasiado al presentar personajes y conflictos de manera redundante, mientras que el clímax llega un poco tarde para compensar la falta de combustible. Con una duración de más de dos horas, podría haberse beneficiado de un montaje más ajustado para mantener un pulso que casi no se siente ni con los asientos móviles de la sala 4DX. Se trata de un episodio promocional y poco emocionante de la principal competición de automovilismo internacional, uno que cruza la meta, pero, en última instancia, no alcanza la pole position.
Streaming en:
País: Estados Unidos
Director: Joseph Kosinski
Fotografía: Claudio Miranda
Reparto: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon
Calificación: 6/10
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