Crítica de la película 'El gran hotel Budapest'

El gran hotel Budapest

Las aventuras de Gustave H, un conserje legendario en un famoso hotel de Europa entre las dos guerras; y Zero Moustafa, el chico del lobby que se convierte en su amigo más confiable.


Crítica de la película 


No tuve que pensarlo dos veces para darme cuenta de que esta película, The Grand Budapest Hotel, es lo más Wes Anderson que haya visto. Es un pastel de cine tan original que, después de comerlo, termina siendo una experiencia totalmente sibarítica. Y si pensamos detenidamente, es un iconoclasta que siempre lo ha hecho. Desde Rushmore y The Royal Tenenbaums hasta Moonrise Kingdom, vemos que Anderson construye todo un universo de personajes cínicos, en los que van descubriendo situaciones inesperadas para enfrentarse a una incertidumbre que siempre se vuelve memorable, cómica, alérgica a la pesadez. En esta ocasión, lo hace con un reparto casi tan grande como la imaginación de su cabeza. 
 
Todo comienza cuando un viejo escritor (Tom Wilkinson) cuenta que en su juventud (Jude Law) visitó el Grand Budapest Hotel y se encontró con un señor llamado Mustafá (F. Murray Abraham), quien le dice que el hotel no es tan decadente como se ve, sino que tiene miles de historias que respiran la exuberancia del pasado. Y es ahí, en ese entonces, donde Mustafá narra la fábula del Monsieur Gustave H. (Ralph Fiennes), el gerente, dandi y seductor de ancianas que tuvo la aventura de su vida en el Grand Budapest Hotel durante una “Europa” en guerra. 

En esta ucronía, ambientada en continente europeo ficticio, notamos que la historia es el producto, la dirección de arte es el sabor y el ingrediente son las actuaciones descerebradas, especialmente la de Ralph Fiennes como el risible Monsieur Gustave. El guion, escrito por el mismo Anderson, estructura la historia dentro de la historia dentro de la historia sin la necesidad de exigir subtramas que se salgan de los tres actos. Hace que el transcurso de las escenas sea fluido y que los personajes adornen en escenarios atestados de un descabellado humor negro, convirtiéndose en caricaturas del absurdo que me han sacado lágrimas de la risa. El absurdo estrafalario de esta farsa es lo que despierta la magia que caracteriza el colorido estilo de Anderson.

Anderson elabora la película recurriendo a la metaficción y a la fantasía, adaptados de las raíces literarias de Stephan Zweig. Ver su cine [lleno de colores extravagantes] es como jugar con juguetes y volver a ser niño de nuevo. Su película es un estudio sobre esa ilusión que produce la transición hacia la tercera edad, aquellos momentos fugaces que nunca se olvidan, en los que el valor de los objetos del pasado se preserva de una generación a otra para mantenerlos vivos. El énfasis a la nostalgia de regresar y de recordar los viejos tiempos es una alegoría de las películas del mismo Anderson, una oda a su estilo. Por esto diría que a sus 45 años de edad (en el tiempo que escribo esto) la metáfora de Wes Anderson llega a su pico y sigue siendo más polimorfa que nunca. The Grand Budapest Hotel es otra excentricidad de su mundo, donde la tragicomedia se arropa de sueños sin la necesidad de despertar.

Ficha técnica:
Duración: 1 hr. 39 min.
País: Estados Unidos
Director: Wes Anderson
Guion: Wes Anderson
Reparto: Ralph Fiennes, Edward Norton, Jude Law, Saoirse Ronan, Lea Seydoux, Bill Murray, Tilda Swinton, Owen Wilson, Adrien Brody, Willem Dafoe, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Jeff Goldblum, Tom Wilkinson
8/10




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