En un principio esta película de Schlesinger, perteneciente al movimiento de la Nueva ola británica y al subgénero denominado como retrato de la clase obrera ('kitchen sink realism' ), se roba mi interés y me atrapa momentáneamente con la historia del muchacho, llamado Billy, que es un holgazán de primer orden y que recurre a su impertinente imaginación y a las mentiras para olvidarse de las responsabilidades que le impone la vida cotidiana en la localidad de Yorkshire. Para ese protagonista que todavía vive con sus padres y se rehúsa a madurar, los sueños son importantes, a pesar de que la realidad social, impresa en la esclavitud del trabajo y en la cultura del salario, le impide pensar adecuadamente en su futuro como guionista y lo mantiene acorralado en una cárcel de inseguridad, cosa que manifiesta frente a sus padres y a sus prometidas con un gesto de rebeldía. La falacia representa el escape de la presión ejercida por la cotidianidad de la sociedad moderna, y se metaforiza a plenitud con el recurso intrusivo de la falsa prolepsis cuando Billy imagina eventos para calmar su enfado y su decepción. Y el personaje está estupendamente interpretado por un joven Tom Courtenay. Pero noto que el realismo social enmascarado de comedia dramática no es suficiente para engancharme y pronto me canso de ver al protagonista enfrascado en la discusiones domésticas o dando vueltas en las calles discutiendo con las muchachas que le gustan y que engaña con gran placer. El discurso de las vicisitudes de la clase trabajadora es correcto, pero el argumento se vuelve muy reiterativo para desarrollarlo. Es un drama aceptable.



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Calificación: 6/10




Este western australiano dirigido por John Hillcoat cuenta con un reparto estelar encabezado por Guy Pearce, Danny Huston, Emily Watson, Ray Winstone y el gran John Hurt, además de poseer un estilo visual de carácter crepuscular que ilumina (usualmente en contraluz) las áridas planicies de un desierto enemistado con el sol, donde la moralidad se tiñe de sepia y de un rojo ensangrentado. Sin embargo, la narrativa me parece algo manida, roza los mecanismos más artificiosos del género, como la venganza y la redención, en el momento en que los protagonistas, unos bandidos de profesión, son capturados por un capitán de la guardia y uno de ellos se ve en la encrucijada moral de salvar a su hermano menor de una muerte segura en la horca a cambio de matar a su psicótico hermano mayor. Con esa propuesta en marcha, permanezco interesado en los problemas que presenta la trama mientras Charlie Burns recorre a caballo un terreno baldío para buscar a su violento hermano. Y me contenta ver las diligencias, los pueblos de madera, los aborígenes australianos, el salvaje oeste que se rige por la ley del revólver y los forajidos que tienen una sed de violencia incontenible. También un monólogo poético de John Hurt y la presencia amenazadora del elocuente hermano, Arthur Burns, que interpreta con mucho magnetismo Danny Huston. Pero de algún modo no logra impactarme lo que veo y me resulta previsible el conflicto moral entre los criminales, diseñado para corroborar un tratado sobre el valor de los vínculos familiares, la traición y la lealtad. El revisionismo de este western me lo sé de memoria.



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Calificación: 6/10




Me aburre enormemente esta película de Rob Letterman sobre Pokémon que adapta el videojuego Detective Pikachu de Nintendo 3DS, y no me afecta para nada que durante varios años haya sido seguidor de esos bichos extraños de Nintendo. Confesando mi gusto predilecto hacia algunos de esos famosos monstruos, no me asombra tanto el mundo que se crea en esta película y la historia del detective privado, Harry Goodman, que desaparece misteriosamente en lo que aparenta ser un ataque desmedido del incontrolable Mewtwo y su hijo, Tim, conoce a su compañero de equipo, Pikachu, con el fin de investigar lo que sucede. En esos instantes mis retinas tienen la paciencia de admirar un poco los efectos visuales que conciben a unos Pokemons increíblemente detallados e hiperrealistas (como Cubone, Charizard, Squirtle, Bulbasaur y hasta Mr. Mime), incluyendo el Pikachu parlante que interpreta la voz de Ryan Reynolds. Pero desgraciadamente no reconozco otra cosa que me importe. Me sorprende mi gigantesca capacidad para identificar la mediocridad que está presente en su argumento. Los personajes que recorren el guion son de plástico desechable, los supuestos diálogos del Pikachu de Reynolds me resultan pretenciosos, los giros no suponen ninguna sorpresa, las secuencias de acción son excesivamente cutres y la trama me parece muy previsible cuando ellos, Tim y el detective Pikachu, caminan por la lóbrega metrópolis de Ryme City para seguir unas pistas que están bien atadas a la desaparición de Harry y a los recovecos de las fórmulas triviales de los blockbusters. Se siente como estar atrapado en una pokébola de piedra durante una hora y media.



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Calificación: 4/10




Dolor y gloria



El cine es un arte extraño. Siempre he pensado que abre las puertas a una dimensión paralela que, en ocasiones, les sirve de refugio a los cineastas que intentan utilizarlo para elaborar una síntesis revisionista de su trayectoria profesional. A lo largo de la historia se hallan ejemplos notables, como la inmensa Ocho y medio de Fellini, la estupenda La noche americana de Truffaut, la fenomenal Ed Wood de Burton, Viviendo en el olvido de DiCillo y hasta la aceptable Cautivos del mal de Minnelli (la lista es muy grande). Son muchos los que han recurrido al testimonio delante y detrás de cámara, como si el medio audiovisual fuese el único espejo disponible para transmitir las dudas instauradas cuando el ocaso se avecina para revestir sus vivencias. Mediante el metacine y otros componentes textuales, rinden homenaje a un cineasta específico de la historia del cine, junto con el arduo proceso que significa realizar una película. Y en otras simplemente recurren a la autoficción con el fin de que sus protagonistas sean ellos mismos, ocultándose bajo una máscara de celuloide con el fin de mostrar su desoladora existencia.


Sumándose a ese grupo, Pedro Almodóvar recoge una idea similar en su más reciente película, Dolor y gloria, en la que presenta una especie de revisión de su ocupación como cineasta y, también, de su vida personal; poniendo en el tapete la crisis creativa, los sentimientos despojados por las cosas añejas, los deseos perdidos en los mares de la nostalgia, las enfermedades que presagian la muerte y las adicciones que parecen apaciguar el día a día de un protagonista que es muy semejante a él, el cual interpreta su actor predilecto, Antonio Banderas, habitando la piel de un director de cine en el crepúsculo de su carrera (incluso hasta tienen el mismo peinado). Su cinta posee la estética que siempre caracteriza su estilo y algunos momentos de afectividad, pero carece de fuerza emocional y percibo de inmediato que se vuelve autoindulgente con la historia del director de cine ensimismado en la inseguridad, el desasosiego y los pecados que regresan en forma de recuerdo impertinente.


El director interpretado por Banderas se llama Salvador Mallo y es un hombre de mediana edad que atraviesa unas dificultades que lo mantienen atado al pasado y revaluando el presente. Tiene un problema severo en la columna vertebral y está enfermo. Antes era aclamado. Y su película “Sabor” inauguró sus días de gloria y sentó las bases de su profesión. En la actualidad lo busca una filmoteca para hacer una retrospectiva de la película. Pero la realidad es que es un individuo introspectivo que no tiene ánimos de nada. Se ha dejado abrazar por el miedo, la incomunicación y los fantasmas de la memoria que le recuerdan su infancia en el pueblo valenciano de Paterna, los instantes en los que era feliz junto a su madre (una sólida interpretación secundaria de Penélope Cruz).



El señor Mallo transita por el estilismo visual y narrativo de Almodóvar, usualmente rodeado de un intenso color rojo que adorna cada rincón de la casa y los lugares que frecuenta y, paralelamente, una analepsis engañosa que anuncia la pasión de los abrazos rotos comprimidos en un pasado lleno de amores en secreto, los vínculos familiares golpeados por la pobreza, el temor de un eminente abuso infantil en las siniestras escuelas católicas, la identidad sexual sostenida con diálogos y encuentros casuales que suceden fuera de campo para agudizar su quebranto psicológico, como el reencuentro con su actor fetiche, Alberto Crespo (Asier Etxeandia), y, con Federico (Leonardo Sbaraglia), uno de sus antiguos amantes. Sin mencionar las referencias a la música, a las grandes estrellas, los melodramas del cine clásico de Hollywood y películas del mismo Almodóvar como La mala educación, Todo sobre mi madre, Volver y Hable con ella.


La actuación de Banderas como Salvador Mallo se siente orgánica para lo que se describe en la puesta en escena. La gestualidad, la expresividad y las manías que proyecta son correctas. Interpreta a un individuo egocéntrico, aquejado por un profundo desconsuelo y un pasatiempo de consumir heroína, mientras es torturado internamente por el sufrimiento y la culpa. Es posiblemente una de las actuaciones más ilustres de su carrera como actor. Pero reconozco que me quedo indiferente ante los eventos que le suceden a su protagonista y la introspección que me pasea por los tormentosos pensamientos. No me cautiva su aislamiento, ni la soledad abrumadora, ni la anhelada redención. Coloco a su personaje en una línea delgada entre lo baladí y lo plausible.


La historia de ese director famoso sumido en el olvido es una excusa de Almodóvar para autorretratarse, aunque la narración no permite que pasen muchas crónicas interesantes fuera de la supuesta subjetividad. El argumento entero se resume en encontronazos con los amores del pasado que regresan para que sepamos que le han arrebatado la sensibilidad, los episodios de la infancia al lado de la madre que se inmola y las contrariedades de la adultez en las que debe lidiar con drogas como el caballo, el decaimiento que amenaza con acelerar su vacío, las conversaciones con la asistente que le resuelve todo y la imposibilidad de terminar de escribir un guion para rodar una nueva película.


Se trata, por lo tanto, de un diario de confesión, una terapia interiorizada, en la que, en efecto, Almodóvar toca las teclas de su propia existencia a modo de ficción para transmitir los traumas que lo agobian y el inmenso amor que le provoca el arte cinematográfico, comunicando que es el artefacto más íntimo para acercarse a la realidad de las personas. Lo elabora con temas como el desamparo, la muerte, las reminiscencias. Consigue momentos de solidez, en los que salgo conmovido, como el poético monólogo de Alberto ante el público del teatro, y cada una de las evocaciones de la infancia gandul en la que los sacrificios de una madre para cuidar a su hijo se hacen palpables. El resto me huele a pastiche autorreferencial, como el desaforado y poco sorpresivo giro del final que pretende otorgar coherencia metaficcional a las coincidencias calculadas. Tampoco se destaca la música empática de Alberto Iglesias. Es una película pasable. No le veo la gloria, tampoco siento su dolor.




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Ficha técnica
Año: 2019
Duración: 1 hr 53 min
País: España
Director: Pedro Almodóvar
Guion: Pedro Almodóvar
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: José Luis Alcaine
Reparto: Antonio Banderas,  Asier Etxeandia,  Penélope Cruz,  Leonardo Sbaraglia, Julieta Serrano,  Nora Navas
Calificación: 6/10



Sinopsis: Chihiro es una niña de diez años que viaja en coche con sus padres. Después de atravesar un túnel, llegan a un mundo fantástico, en el que no hay lugar para los seres humanos, sólo para los dioses de primera y segunda clase. Cuando descubre que sus padres han sido convertidos en cerdos, Chihiro se siente muy sola y asustada.


Ficha técnica
Título original: Spirited Away (Sen to Chihiro no kamikakushi)
Año: 2001
Duración: 2 hr 05 min
País: Japón
Director: Hayao Miyazaki
Guion: Hayao Miyazaki
Música: Joe Hisaishi
Fotografía: Atsushi Okui
Reparto (voces): Rumi Hiiragi, Miyu Irino, Mari Natsuki
Calificación: 7/10

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La película de Rodríguez, adaptada del popular manga 'GUNNM' de Yukito Kishiro (conocido en occidente como 'Battle Angel Alita'), aborda conceptos interesantes como la naturaleza de la inteligencia artificial (Alita es una clara alegoría de Pinocho), los vínculos establecidos entre los humanos y los cyborgs y la desigualdad abismal entre las clases sociales (simbolizado con la gente de Ciudad de Hierro y la misteriosa ciudad aérea de Zalem). Pero el problema fundamental es que esas ideas son tratadas con ligereza, y la narrativa está sujeta a una predictibilidad que jamás se separa de lo convencional cuando presenta a sus personajes de plástico. Me aburre hasta el infinito la trama de la chica robótica y algo ingenua que se libera de las ataduras patriarcales para luchar contra fuerzas hostiles desatadas por un poder siniestro que reside en los cielos de la riqueza, en un claro discurso sobre la identidad y la independencia de la mujer. Las secuencias de acción me parecen efectistas, triviales, poco sorpresivas. Siento que las cosas que veo son demasiado familiares, predigo fácilmente las acciones de la heroína cibernética interpretada por Rosa Salazar y las contrariedades mostradas en su cotidianidad una vez que es reconstruida por el compasivo doctor de Christoph Waltz. Se ambienta en la típica distopía de ciencia-ficción 'cyberpunk', dibujada con efectos visuales que en diminutas ocasiones son vistosos, de los que se destaca un diseño de personaje generado por ordenador (Alita) que honra las raíces del anime con sus características faciales, sobresaliendo sus enormes ojos. Es una película sin muchas luces, muy lejos de ser entretenida.



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Calificación: 4/10


Me acerco a este remake de la aceptable película chilena de Lelio de 2013, 'Gloria', con cierta prudencia, pensando en que se trataría de algo distinto que me va a ayudar a olvidar el aburrimiento que sentí con la original. Y por momentos me parece jovial, vitalista y propenso a la simplicidad. Lo disfruto hasta cierto punto con el argumento de la cincuentona divorciada que transita por los bares más coloridos de la ciudad de Los Ángeles para sentirse viva y libre de las ataduras emocionales impresas como un tatuaje en la piel de su pasado. Pero pierde ritmo y rápidamente me aburro. En esta ocasión, la heroína homónima la interpreta la siempre magnética Julianne Moore, otorgándole un placentero desarrollo a una protagonista fuerte, decidida y, sobre todo independiente de las amenazas masculinas que la rodean (incluso con las canciones que describen su estado de ánimo); hasta que conoce un fanfarrón, inseguro y tímido manipulador 'de facto' interpretado por John Turturro. Ahí comienzo a percibir la trivialidad cuando se coloca un discurso que está al servicio de la cultura de la víctima en la época de la corrección política y la dictadura del feminismo. La narración toma el camino de la réplica barata, de lo previsible, de lo condescendiente, para que doña Gloria sufra una vez más las consecuencias de una relación tóxica y se compense una metáfora soterrada sobre la emancipación de la mujer posmoderna. Es un remake que está demasiado sujeto a los subterfugios y a las fórmulas convencionales.



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Calificación: 5/10




Sinopsis: Un equipo de rodaje llega a un pueblo del norte de Irán, en la región de Koker, devastado por un temblor de tierra, para realizar una película. Hossein, un muchacho del lugar, es contratado como ayudante del equipo y, además, se le asigna la interpretación de un pequeño papel. Casualmente, también colabora en la película una muchacha del vecindario, de la que Hossein está locamente enamorado, pero los padres de ella lo rechazan porque carece de recursos económicos.


Ficha técnica
Título original: Zire darakhatan zeyton
Año: 1994
Duración: 1 hr 43 min
País: Irán
Director: Abbas Kiarostami
Guion: Abbas Kiarostami
Música: 
Fotografía: Hossein Jafarian, Farhad Saba
Reparto: Hossein Rezai,  Tahereh Ladanian,  Zariefh Shiva
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Este film de Kiarostami, que supone la última entrega en la trilogía de Koker ambientada durante los eventos subsecuentes al terremoto en Irán de 1990, me impresiona cuando divide la línea existente entre la realidad y la ficción para narrar una historia de amor y, a la vez, mapear un estudio sobre la condición socioeconómica y las costumbres de las clases rurales más desfavorecidas, la gente afectada por el seísmo que ha sido golpeada como los árboles de olivo que se mantienen firmes ante los vendavales. Su estética florece por esos terrenos cuando, de una forma naturalista y casi cercana al estilo de un falso documental, captura la cotidianidad y las sacrílegas tradiciones de los desamparados que viven en las montañas desde la óptica de un director de cine (el espejo del mismo Kiarostami al viajar a la región para documentar los hechos) interpretado por Mohamad Ali Keshavarz y su equipo de rodaje, quienes intentan filmar escenas de la segunda película de la trilogía con los actores no profesionales, Hossein Rezai y Tahereh Ladanian. Utiliza la flora presente dentro de los marcos del encuadre para simbolizar las inquietudes de los protagonistas (las oliveras representan a los que partieron y también a los que todavía se enfrentan a la miseria), usualmente con los grandes planos generales que encuadran la belleza de las montañas, el plano secuencia que da un sentido de desplazamiento al panorama y el típico sonido diegético fuera de campo cuando los protagonistas entablan los coloquios en las carreteras. También habla de las dificultades impresas en los procesos de filmación, de una cámara omnipresente que parece manipular la realidad para contar las verdades que otros callan. Es una película de metacine muy poética. El plano final es hermoso y algo triste.



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Sinopsis: Un hombre atrapado en el Ártico después de un accidente aéreo debe decidir si permanecer en la relativa seguridad de su campamento improvisado o embarcarse en un viaje mortal a través de lo desconocido.


Ficha técnica
Título original: Arctic
Año: 2018
Duración: 1 hr 38 min
País: Islandia
Director: Joe Penna
Guion: Joe Penna, Ryan Morrison
Música: Joseph Trapanese
Fotografía: Tómas Örn Tómasson
Reparto: Mads Mikkelsen, Maria Thelma Smáradóttir
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Este drama de supervivencia, que representa el debut del director y 'youtuber' brasileño Joe Penna, me atrapa con la historia del hombre perdido en un desierto helado que intenta sobrevivir a unas condiciones infrahumanas. Ese hombre es Overgård y lo interpreta un magnífico Mads Mikkelsen, quien lleva su físico al límite y transforma su rostro en una catarsis de angustia cuando el personaje se halla varado en algún lugar del Ártico junto a su único refugio: el avión accidentado que pilotaba. En ese lugar tan inhóspito, permanece en su campamento improvisado, y observo la cuidadosa rutina que consiste en pescar unos peces escondidos en las profundidades del glaciar para tener algo de comida, mapear su entorno para saber el sitio exacto en el que se encuentra, ejecutar una baliza de emergencia con una dínamo y tallar en las rocas congeladas la típica señal SOS. Y aunque conozco muy bien los subterfugios narrativos que están presentes en el argumento, me cautiva lo que veo cuando el protagonista lucha contra una naturaleza que lo maltrata durante el frío trayecto. La puesta en escena aprovecha la utilidad del gran plano general, el plano entero, algunas modalidades del plano medio, una gélida tonalidad de color, una partitura estridente y, sobre todo, los silencios, para crear una atmósfera agobiante que comunica el aislamiento Overgård y la densa hostilidad climática a la que se enfrenta. También un retrato sobre el significado de la fuerza de voluntad y la esperanza en esos momentos críticos en los que todo parece perdido. Es intimista, angustiosa, conmovedora. Una sólida película de supervivencia humana.



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Con esta película, Shyamalan aparentemente cierra la trilogía del universo que ha creado de humanos con habilidades sobrenaturales que piensan que pertenecen a una especie de cómic materializado en la realidad. Lo consigue narrando, con un moderado paralelismo, la conexión existente entre los personajes desarrollados en la irregular "Unbreakable" y la fastidiosa "Split", quienes se pasan la mayor parte del metraje componiendo un estudio algo trivial sobre las repercusiones psicológicas del trauma. Son unos individuos desesperanzados, sumidos en el miedo, en la oscuridad, que se hallan tan rotos como los pedazos de un cristal y que se sienten excluidos de una sociedad iluminada que los ignora. Y me quedo perplejo al saber que con una temática tan interesante como esa no sucede absolutamente nada que sea emocionante en la historia de los protagonistas. Esos personajes puede que estén interpretados correctamente por Bruce Willis, James McaVoy, Samuel L. Jackson y Sarah Paulson, pero noto cierta ductilidad en los resultados que manifiestan. Son personajes paupérrimos, sin textura psicológica, que solo sirven de marionetas para que Shyamalan pueda emplear los subterfugios convencionales de siempre con el fin de que la narración luzca coherente. Es una película ejecutada con una molicie narrativa que la hace tropezar por los caminos de las fórmulas baladíes, carente de fibra visual o de algún golpe de efecto que sea sorpresivo cuando los personajes entablan su lucha en el sanatorio psiquiátrico de la negación con el fin subsanar las heridas del pasado y probar que los superhumanos (o gente que simplemente anhela escapar de la oscuridad que supone la exclusión para ver la luz al final del túnel) realmente existen.



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Calificación: 4/10



Sinopsis: En octubre de 1962, una serie de fotografías aéreas obtenidas por aviones norteamericanos revelaron que los soviéticos estaban instalando en la isla de Cuba misiles que podrían alcanzar gran parte de los Estados Unidos. Para obligar a la URSS a desmantelarlos, el presidente John F. Kennedy y sus colaboradores decidieron el bloqueo de la isla.


Ficha técnica
Título original: Thirteen Days
Año: 2000
Duración: 2 hr 25 min
País: Estados Unidos
Director: Roger Donaldson
Guion: David Self
Música: Trevor Jones
Fotografía: Andrzej Bartkowiak
Reparto: Kevin Costner, Bruce Greenwood, Steven Culp, Dylan Baker, Michael Fairman,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Me parece vertiginoso y muy palpitante lo que sucede en este thriller político, dirigido por Roger Donaldson, sobre uno de los momentos de mayor tensión de la administración de Kennedy: la crisis de los misiles de Cuba. El suspenso que siento en todas las escenas no me da tiempo ni para respirar cuando veo a los burócratas de saco y corbata encerrados, mayormente, en el Despacho Oval de la Casa Blanca tomando decisiones diplomáticas para impedir que la Guerra Fría termine en una catástrofe nuclear de proporciones incalculables. Son intrigantes las discusiones que esos hombres sostienen en la oficina, utilizadas por Donaldson para desarrollar un comentario político sobre los choques de poder en los altos círculos burocráticos (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia), representado con los encontronazos que tienen los seguidores de Kennedy con los tercos generales de raíces conservadoras que están obsesionados con la guerra a toda costa. Los personajes están bien interpretados por un reparto estupendo encabezado por Kevin Costner como el asesor político de Kennedy, Kenny O'Donnell, y, también, por Bruce Greenwood como el presidente John F. Kennedy. El diseño de producción concibe una autenticidad del período que deja a mis retinas muy convencidas de lo que ven. La música acrecienta la moderada carga patriótica, la cual tolero porque se trata de la policía del mundo. Puede que el montaje desequilibre un poco el ritmo en el tercer acto y que se vuelva previsible porque se sabe de antemano el resultado, pero es una película que logra sostenerse sutilmente durante dos horas y media que pasan volando. Es vibrante, tensa y muy entretenida.



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Sinopsis: Val es una trabajadora doméstica que se toma su trabajo muy en serio. Sirve a un adinerado matrimonio de São Paulo día y noche, y cuida a su hijo adolescente, al que ha criado desde su infancia y con el que tiene una relación muy especial. El orden de este hogar parece inquebrantable, hasta que un día llega desde su ciudad de origen la inteligente y ambiciosa hija de Val, Jessica, a la que había dejado al cuidado de unos familiares en el norte de Brasil trece años atrás. La presencia de la joven pone en peligro el balance de poder en la casa. Esta nueva situación pondrá en tela de juicio las lealtades de Val y le obligará a valorar lo que está dispuesta a perder.


Ficha técnica
Título original: Que Horas Ela Volta?
Año: 2015
Duración: 1 hr 52 min
País: Brasil
Director: Anna Muylaert
Guion: Anna Muylaert
Música: Fabio Trummer, Vitor Araújo
Fotografía: Barbara Alvarez
Reparto: Regina Casé, Camila Márdila,  Karine Teles,  Lourenço Mutarelli,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


La narración de esta película brasileña dirigida por Anna Muylaert me resulta contagiosa con la historia de la señora de clase trabajadora que lo sacrifica todo por su hija y por una familia aburguesada que la mantiene aprisionada en un denso aparato de servidumbre, aunque a pesar de todo es querida por toda la familia. Esa señora se llama Val y es una empleada doméstica que vive en Sao Paulo trabajando para una familia rica y disfuncional conformada por José Carlos (el padre), Bárbara (la madre) y Fabinho, el adolescente que ella ha criado desde su infancia como si fuese una segunda madre. El orden establecido por la labor de Val se quebranta cuando se aparece su hija Jessica, la cual había dejado al cuidado de unos familiares hace algunos años y que ha llegado para estudiar. Y allí comienzan unos problemas bien gordos cuando la presencia de Jessica despierta una tensión sexual que se halla fuera de campo, la antipatía de la matriarca del hogar, el vínculo maternofilial que anhela la reconciliación, las quimeras inalcanzables, la lealtad que pende de un hilo socioeconómico. Esos elementos discursivos se acrecientan por una puesta en escena en la que se recurre mayormente al plano general, a las tres modalidades del plano medio y al sobreencuadre para componer una interesante crítica sobre la desigualdad existente entre las clases sociales. Cuenta con actuaciones maravillosas de Regina Casé como la madre noble y humilde, y, también, de la joven actriz Camila Márdila como la muchacha terca y ambiciosa que desea una independencia económica a base de sacrificios. Muylaert consigue que sea muy conmovedora con su observación sobre las relaciones maternofiliales.



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Pájaros de verano


En los últimos años el tema del narcotráfico ha cobrado una legítima popularidad que, aparentemente, es difícil de borrar dentro de la cultura popular. Tanto en el cine como en la televisión, esa popularidad despierta el morbo de la gente que admira la imagen del santo patrón de la cocaína, cuando este se rodea de un ejército de hombres armados hasta los dientes dentro de su mansión en las profundidades de una selva sudamericana. En incontables ocasiones he visto que repiten esa ecuación. Y casi todas provienen de Hollywood. Esa empresa, experta en la explotación de fórmulas, adultera el producto de la ficción de los narcotraficantes para mantener contentos a los consumidores y que estos controlen su adicción con el placer que le producen los tiroteos violentos, la cultura del dinero rápido y la presencia de algún zar de la cocaína que consume la sustancia blanca para sentir un poder que le corre por las venas. Pero recientemente me he topado con una producción latinoamericana muy diferente que trata la materia desde una óptica antropológica. Se trata de "Pájaros de verano", una película colombiana que dirige Ciro Guerra (La sombra del caminante, Los viajes del viento) en conjunto con la debutante Cristina Gallego (productora de sus películas). 


La película me intriga mucho cuando presenta, como una especie de epopeya, la espiral de violencia desatada por dos familias campesinas, en lo que aparenta ser una crónica muy elíptica sobre los orígenes del narcotráfico en Colombia y los individuos que sentaron las bases de esa profesión delictiva. Su saga del crimen, basada en una historia real, está estilizada. Cuenta con personajes muy bien interpretados (algunos son actores no profesionales) y una estética visual, casi naturalista, que encuadra con una belleza poética los paisajes rurales y, sobre todo, las tradiciones de los grupos étnicos wayuú que habitan un mundo donde la tranquilidad coloca el exabrupto fuera de campo para componer, de forma implícita, una soterrada metáfora política sobre cómo los norteamericanos son, en parte, responsables de que esas comunidades aborígenes se destruyan a causa de la ambición laminada en el negocio de las drogas. El tono en el que lo imagina es sosegado, crudo, realista, propenso a evitar los excesos con un ritmo que captura un intervalo de más de diez años gracias al ensamblaje derivado de una estupenda labor de montaje. En su narración se visualiza la traición, la venganza, la muerte, de gente que cae rendida ante los vicios del poder que deshumaniza un pueblo baldío que ya de por sí se halla sumido en la miseria y la ignorancia. 



Ambientada en el período colombiano de la bonanza marimbera a finales de la década de los años 60 y principios de los 70, la historia de la película relata el ascenso y la caída de un clan wayuú a través de cinco capítulos o cantos, en los que se describe la cotidianidad de su sociedad tribal. Son personas pacíficas que reparten sus días entre las celebraciones folclóricas, las danzas indígenas de cortejo, los rituales que buscan limpiar las impurezas del cuerpo, las conversaciones sobre las prácticas milenarias que se pasan de una generación a otra. Viven en el corazón de la árida península de la Guajira, poblada de aldeanos que hablan varios dialectos indígenas. Una región con un clima cálido, seco e inhóspito, bañada en los alrededores de una selva tropical que divide los establecimientos de los pueblerinos.


El protagonista es Rapayet (una tremenda actuación del desconocido José Acosta), un hombre reservado, frío, pasivo que intenta casarse con la joven Zaida (Natalia Reyes) durante la ceremonia de galanteo, luego de que ella fuera sometida a un rito de aislamiento para probar que estaba apta para el matrimonio. Rapayet representa la figura del líder imponente que puede liderar la manada, a pesar de que su tribu está capitaneada por una señora de nombre Úrsula (Carmiña Martínez), la matriarca a la que todos le muestran una señal de respeto y cuya sabiduría es una cosa irrefutable. Allí, como está pasando por aprietos económicos, Rapayet, con la ayuda de su inseparable amigo Moisés (Jhon Narváez), comienza a hacer negocios ilícitos con los alijunas (término con el que designa al hombre tez blanca), vendiendo cantidades inmensas de marihuana cultivada por algunas familias de la etnia wayuu. Pronto Rapayet y Moisés ganan mucho dinero vendiéndoles los cargamentos de marihuana a los norteamericanos, transportándola en avionetas y beneficiándose también del microtráfico. Pero el comercio que supone el contrabando se pone agrio cuando es manchado por la inquina, el orgullo, la enemistad y la represalia que tiene su origen en la apetencia capitalista más desaforada y en los códigos éticos de una civilización ancestral. 


Los personajes son seres intransigentes que transitan esa delgada línea entre los hábitos etnográficos indígenas y la avaricia enchapada por el mercado de la competitividad. Hay un simbolismo (incluso una secuencia muy onírica) que anuncia su pesadumbre. Tanto Rapayet, como Úrsula, el traicionero Moisés y el impulsivo de Leónidas forman parte de un relato costumbrista en el que coexisten los problemas cotidianos de cualquier sociedad: la disensión entre familias, las disputas por el control territorial, las contiendas a muerte entre clanes vecinos forrados de armas de alto calibre. En el trayecto ellos se olvidan de sus costumbres a medida que la preponderancia engendrada por el lucro del narcotráfico les nubla el raciocinio y solo piensan en la pobreza en la que se encuentran cuando atraviesan el camino del dolor, la desgracia y la sangre familiar que se derrama para preservar la codicia efímera del dinero fácil (los planos de los cadáveres tendidos en el suelo). Simbolizan un aspecto de la condición humana que es irrenunciable y que se origina en cualquier tipo colectividad, la naturaleza del conflicto.


Con ese argumento que se estructura en tres actos y que se divide con la elipsis a través de los cinco cantos, Guerra y Gallego conciben una narración un tanto similar a lo que hizo el mismo Guerra con El abrazo de la serpiente, en el sentido de que utiliza el cuento del narcotráfico para componer una mirada antropológica de una idiosincrasia indígena que se autodestruye al colisionar con factores externos (simbolizados con los alijunas) que corrompen sus valores tradicionales, colocándolos en un amplio aparato de coacción que los deja atascados entre la lluvia de disparos y las tumbas ancestrales inundadas de cadáveres de ametralladoras. Muestra las contrariedades del narcotráfico con una sutileza que jamás cede el paso a la glorificación superficial de la actividad.


La película exhibe la vida de esas comunidades indígenas con un estilismo visual portentoso que satisface mis retinas cada vez que se recurre al gran plano general para encuadrar el panorama desértico, las selvas impenetrables y la convivencia en los asentamientos de los clanes wayúu, como si se tratara de una mezcla sutil entre el western y el drama gansteril (con referencias muy claras a “Scarface” de De Palma). Se beneficia también de una música cautivante de Leonardo Heiblum. Llega a ser frugal, contemplativa, impactante. Puede que algunas subtramas y los golpes de efecto por momentos sean previsibles, pero he visto pocas películas de género que retraten el génesis del narcotráfico desde un enfoque antropológico como lo hace esta, sobre todo al desmitificar los estereotipos con los que esos criminales son expuestos en el cine. El resultado es muy cautivante.



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Ficha técnica
Año: 2018
Duración: 2 hr 05 min
País: Colombia
Director: Ciro Guerra,  Cristina Gallego
Guion: Maria Camila Arias, Jacques Toulemonde
Música: Leonardo Heiblum
Fotografía: David Gallego
Reparto: Carmiña Martínez, José Acosta, Natalia Reyes, Jhon Narváez,
Calificación: 7/10





Esta secuela tiene propiedades estéticas que la acercan al mítico clásico de Disney de 1964, sobre todo en el apartado musical, en las coreografías de danza y en los coloridos escenarios londinenses por los que se pasea la estrambótica niñera voladora que ahora interpreta Emily Blunt. Se ambienta durante los años de la gran depresión y hay personajes conocidos que vienen de la antecesora y otros que son relativamente nuevos. Trata la historia de Mary Poppins cuando arriba nuevamente en Londres para encargarse del cuidado de los niños y ayudar a la nueva generación de la familia Banks, quienes pasan por una situación económica muy grisácea. Lo insólito es que, a pesar de lo hermoso que es su tratamiento visual y de algunas interpretaciones correctas, como la de la irregular Emily Blunt como Mary Poppins y la de una efímera Meryl Streep (nuevamente mostrando su destreza para los acentos), no me contagia lo que veo, siento que la narración es poco imaginativa y pierde el encanto cuando sus personajes transitan los lugares consabidos de la fábula optimista y esperanzadora producida en los almacenes del género. Su magia se esfuma para favorecer una temática repetitiva sobre las responsabilidades parentales y la imaginación de los niños. La dirige el director Rob Marshall (cuyas películas aborrezco y esta es otra más en el catálogo), el cual parece tan desesperado en reproducir la cinta de Stevenson y la memorable Julie Andrews, que se olvida de otorgarle algún tipo de emotividad al asunto. Es melindrosa, aburrida y por momentos excesivamente ingenua.



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Calificación: 6/10



Sinopsis: En una prisión en Turquía, cinco prisioneros reciben permiso para viajar a sus casas durante una semana. Los difíciles viajes para llegar hasta sus familias nos conducen a las regiones más alejadas de Turquía. Cada uno de ellos tiene sus propios problemas, preocupaciones y nostalgias. Rigurosas leyes, escritas y no escritas, y un sistema brutal son una carga que pesa sobre ellos. Sufren violencia y ejercen violencia. Las vacaciones, comenzadas con esperanza, terminan con dolor.


Ficha técnica
Título original: Yol
Año: 1982
Duración: 1 hr 54 min
País: Turquía
Director: Yilmaz Güney, Serif Gören
Guion: Yilmaz Güney
Música: Sebastian Argol Kendal
Fotografía: Erdoan Engin
Reparto: Tarik Akan, Serif Sezer, Halil Ergün, Meral Orhonsoy,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Esta película turca, escrita y dirigida por el director turco, Yilmaz Güney, en el momento en que estaba encarcelado (su asistente, Serif Gören, completó la filmación siguiendo las instrucciones que le dejó), me conmueve por su carácter contestatario y de denuncia social, en el que ofrece una panorámica visión de la sociedad turca en los tiempos en que se halla sumida en la inestabilidad económica, el tradicionalismo más ortodoxo y un régimen autoritario que suprime cualquier tipo de libertad. Se ambienta poco después del golpe de estado de 1980. Lo cuenta con la historia de cinco prisioneros que reciben una semana de permiso para visitar sus hogares. Esos personajes, interpretados muy bien por el reparto, en su mayoría son kurdos que viven en la miseria con sus familiares y que han sido arrestados por ser víctimas del agitado clima político. Cuando llegan allí, se enfrentan a la imposibilidad de adaptarse al mundo exterior y lo único que obtienen es un sufrimiento incluso más agudo que el de la prisión. Valiéndose mayormente del gran plano general, del plano medio y del primer plano, Güney encuadra el camino incierto de esos personajes cuando transitan por las costumbres, los miedos y el radicalismo religioso que se olvida de esa cosa llaman moral. Y todos ellos me cautivan. Hay una escena devastadora en la nieve, y otra en el tren de la intolerancia. Su metáfora comunica que la misma sociedad en la que viven esos reclusos es también una especie de cárcel que deshace la condición humana. Es un drama con un realismo desgarrador.



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Esta película de la saga de los Transformers dirigida por Travis Knight, que es una especie de precuela y de spin-off de las cinco cintas anteriores dirigidas por Bay, en un principio supone para mí una ligera bocanada de aire fresco cuando noto de inmediato que la historia de mayoría de edad que presenta se ambienta en la memorable época de los 80, con una protagonista muy bien interpretada por Hailee Steinfeld, una banda sonora repleta de canciones ochenteras inolvidables, las referencias de la cultura pop y hasta los sonidos clásicos de los Autobots y los Decepticons cuando se transforman. Sin embargo, en el trayecto me invade un aburrimiento prolongado cuando se desarrolla la trama de la joven solitaria, rebelde y dominante que entabla una amistad con el pequeño hermano de los Autobots que cae del cielo, a pesar de que eso funciona en parte para componer una lectura interesante sobre la amistad, la independencia femenina y los vínculos familiares. De nada sirve que cambien algunos factores de la fórmula, pues atraviesa los mismos terrenos narrativos que estoy cansado de ver; como el patético soldado de cabecera de John Cena, el estúpido amigo de aventuras interpretado por Jorge Lendeborg (me irrita su ingenuidad), los combates estruendosos entre Bumblebee y los Decepticons, la predictibilidad recalcitrante que borra cualquier rastro de sorpresa. Sufre demasiado del síndrome Spielberg. Es un blockbuster con buenas intenciones, pero se queda corto a la hora de ofrecer un producto que sea emocionante.



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Calificación: 5/10