El debut como director de Joe Talbot, estrenado en el festival de cine de
Sundance, no me suscita grandes emociones; de hecho me provoca somnolencia la
historia de los dos amigos afroamericanos que viven en miseria en las afueras
de San Francisco, aunque reconozco rápidamente una serie de planos bellamente
compuestos que evocan poesía visual en mis ojos con los diseños
arquitectónicos de las casas de San Francisco. El guion lo ha escrito el mismo
Talbot junto a Jimmie Fails (uno de los protagonistas) y está basado
parcialmente en la vida de Fails. Cuenta la historia de Jimmie Fails, un joven
afroamericano que vive prácticamente en la calle y en condiciones de pobreza
que sueña con regresar a la casa victoriana que su abuelo construyó en el
corazón de San Francisco. Con el paso de los días, Jimmie hace labores
comunitarias para ganarse la vida, y anda montando skateboard por todas partes
con su único amigo, un aspirante a dramaturgo llamado Montgomery (Jonathan
Majors). La casa representa para ellos una catarsis, un escape que les permite
liberarse del lóbrego entorno social en el que viven. Es en ese momento,
cuando inician el peregrinaje hacia la casa para tratar de conectar con sus
raíces del pasado, que me doy cuenta de la indulgencia calculada y me harto de
ver al muchacho y a su amigo siendo maltratado verbalmente por los malones del
barrio, por los vecinos prejuiciosos y por los vampíricos agentes
inmobiliarios. La narrativa carece de pulso dramático y me parece blanda
desarrollando los problemas de los dos negros en el barrio. Quizá la única
escena memorable es la de la obra teatral que refuerza el tratado sobre la
identidad racial y la inequidad social generada por la dicotomía del proceso
de gentrificación. Las actuaciones son correctas y la música casi no la
siento. Pudo haber sido mejor.
En mi crítica de esta semana analizo 'El irlandés', la nueva película de gánsteres dirigida por Martin Scorsese.
Mi interés por ver el The Irishman comenzó hace unos doce años. En
ese entonces todavía se encontraba en el infierno del desarrollo. Me enteré
de su anécdota leyendo artículos sobre gánsteres y escudriñando posibles
adaptaciones de libros similares. Inmediatamente quedé sorprendido al saber
que uno de mis directores favoritos, Martin Scorsese, quería llevar al cine
una adaptación de I Heard You Paint Houses, escrita por Charles
Brandt. El libro detalla el expediente de Frank Sheeran, un presunto asesino
a sueldo de la mafia que confiesa los crímenes que cometió trabajando para
la familia Bufalino, incluyendo los homicidios de Joe Gallo y el
sindicalista Jimmy Hoffa. Cuando leí la noticia que se produciría semejante
película de gánsteres dirigida por Scorsese y protagonizada por Robert De
Niro, el retirado Joe Pesci y Al Pacino no podía creerlo. Al ser abandonada
por la Paramount por exceder el presupuesto deseado de 100 millones, perdí
la esperanza de verla, aunque ella regresó a mí el día en que Netflix asumió
el proyecto y puso la financiación en marcha. Hoy en noviembre de 2019, mi
deseo se cumplió.
Después de esperar todos esos años, finalmente vi El irlandés,
estrenada recientemente en la plataforma de Netflix. La vi en las
profundidades de mi sala oscura. Y estoy tratando de disimular el impacto
que me ha causado. Es una obra monumental sobre la postrimería del gánster
norteamericano, la consagración culminante de la trilogía de Scorsese
iniciada por
Buenos muchachos
y continuada por
Casino, pero ligeramente diferente en la ejecución. Está ejecutada con un
estilismo imponente en el que todo parece afinadamente sincronizado con la
narrativa prodigiosa del guion de Steven Zaillian, la meticulosa
reconstrucción del período, las actuaciones formidables de tres actores
legendarios, el rítmico montaje de Thelma Schoonmaker, la belleza
fotográfica de Rodrigo Prieto y los increíbles efectos visuales de
rejuvenecimiento. Me divierte, me entristece y me deja desolado cuando
describe la naturaleza del poder a través de textos como el perdón, la
alevosía y la lealtad. En sus tres horas y media de metraje nunca me siento
cansado y la crónica de Frank Sheeran me intriga bastante, porque no solo
delinea la carrera de un matón en el ocaso que recuerda los tiempos en que
pintaba casas, sino también la moralidad corrompida de una nación que olvida
el pasado con facilidad.
Robert De Niro como Frank Sheeran. Imagen cortesía de Netflix.
La película comienza con el sutil plano secuencia de una cámara inquieta que
recorre los pasillos de un asilo de ancianos, con el que se encuadra a un
envejecido Frank Sheeran (Robert De Niro) postrado en silla de ruedas. Le
habla a la cámara casi rompiendo la cuarta pared, como si se tratara de una
confesión entre él y el espectador. Allí, recurriendo a prolongadas escenas
retrospectivas, narra su historia cubriendo varias décadas, desde que era un
soldado entrenado en el arte de matar hasta los tiempos en que, de caminero
de poca monta de Pennsylvania, pasa a convertirse en un asesino a sangre
fría contratado por una familia mafiosa liderada por el temido y prudente
Russell Bufalino (Joe Pesci), con quien desarrolla una fuerte confraternidad
que lo pone a prueba cuando, irónicamente, revela también una afanosa
simpatía por el líder sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino). A pesar de que
lo que cuenta es estremecedor, cuando no se encuentra “pintando casas”
(término codificado con el que los mafiosos designan la muerte de un hombre)
para los gánsteres enviciados, es un señor que cuida de su familia, aunque
le preocupa la lejanía de su hija Peggy.
Joe Pesci como Russell Bufalino y Robert De Niro como Frank
Sheeran. Imagen de Netflix.
En su actividad delictiva, Sheeran comete violentos crímenes disparando casi
siempre en la cabeza a las víctimas encargadas por Bufalino. En un principio
se muestra como un sujeto sin escrúpulos que ha abandonado la sensibilidad,
distanciado del remordimiento, teledirigido por un código conductual que le
impone seguir órdenes para ser recompensado por sus acciones. No es un tipo
de grandes aspiraciones dentro de la asociación criminal. Es más bien un
peón utilizado para ejecutar el trabajo sucio de los jefes. Sabe que ni es
italiano para llegar lejos, aunque el deber y la eficiencia que exhibe al
despachar a los enemigos señalados Bufalino facilita que escale rápidamente
en las filas de la mafia, ganándose el respeto de otras figuras poderosas
del hampa como Angelo Bruno (Harvey Keitel), Felix "Skinny Razor" DiTullio
(Bobby Canavale) y Anthony "Tony Pro" Provenzano (Stephen Graham), un
cabecilla gremial ligado al crimen organizado que se opone a las políticas
megalómanas de Hoffa luego de una riña con este en prisión. Ese mismo
ideario se propone conseguir al entablar amistad con Hoffa, haciendo de
guardaespaldas (que usualmente incluye asesinatos a punta de pistola a los
miembros de la unión sindical) a cambio de la condecoración inesperada de
obtener su propio sindicato. Al igual que Bufalino, Hoffa es muy cercano a
Sheeran y su familia. Pero en el largo plazo, la distinción de pintar las
paredes con sangre a las órdenes de esos señores se transforma en una
tragedia.
Al Pacino como Jimmy Hoffa y Robert De Niro como Frank Sheeran.
Imagen de Netflix.
Con triángulo formado por Sheeran, Bufalino y Hoffa, Scorsese traza un
estudio ingenioso de la corrupción y los límites de la autoridad desde la
óptica casi subjetiva de un individuo brutal que, insólitamente, se halla en
una encrucijada ética, pendiendo de un hilo muy delgado entre la lealtad y
la traición. En la primera parte de la película especifica el ascenso de
Sheeran bajo el amparo de Bufalino, y en la segunda mitad se trata de su
relación con Hoffa y el poderío que ejerce en el gremio de los
transportistas, cosa que se tambalea de la noche a la mañana por la
impulsividad de Hoffa, quien, al salir de la cárcel, intenta recuperar el
control de la Hermandad internacional de camioneros gobernada por Frank
“Fitz” Fitzsimmons (Gary Basaraba) y administrada secretamente por la mafia
de Bufalino. Sheeran asegura el éxito trabajando en ambos costados, pero las
resoluciones tomadas obligan a Sheeran a elegir entre una de las dos
facciones de sus mentores y en su rostro, por primera vez, se visualiza la
incertidumbre cuando Bufalino le ordena que pueda persuadir a Hoffa para que
renuncie a su cacería por el dominio sindical.
Stephen Graham como Tony Pro, Joe Pesci como Russell Bufalino
y Domenick Lombardozzi como Fat Tony.
El relato de Sheeran le permite a Scorsese, asimismo, edificar en segundo
plano trasfondos que examinan los acontecimientos más oscuros de la política
norteamericana del siglo XX y los posibles arquitectos de la mafia que se
involucraron en incidentes relacionados a la victoria electoral de John F.
Kennedy en las elecciones de 1960, la distribución de armas de la CIA para
los paramilitares anticastristas comandados por David Ferrie para la
invasión de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles en Cuba, el proceso
judicial contra Jimmy Hoffa al ser acusado de soborno, las luchas internas
entre el crimen organizado y los sindicatos de choferes, las confidencias de
Hoffa que garantizan su “protección” frente al inconveniente con el
irreverente Tony Pro, el asesinato de Jimmy Hoffa en manos de Sheeran en la
entrada de una casa solitaria, luego de una de las secuencias más tensas de
toda la película.
En la puesta en escena de la película, Scorsese despliega todo su arsenal
estético para concebir una especie de revisión al género gansteril que tanto
le gusta, pero que se abstiene a la glorificación. Su estilo adquiere un
sentido depuración sumamente controlado, alejado del frenesí que lo
caracteriza, valiéndose de la narración invertida distribuida durante varias
décadas, la voz en off muy recurrente de Sheeran que sirven de guía para
clarificar sus pensamientos, la música extradiegética de clásicos que cruzan
de una escena a otra, el concienzudo uso de la elipsis para representar los
delitos a través de símbolos, el plano general que casi siempre encuadra a
Sheeran en los momentos que dispara con su revólver, el ralentí de las
escenas, los planos congelados, la colorización absorbente de la fotografía de
Prieto que altera la tonalidad para corroborar el estado de ánimo de los
personajes con el paso de los años, los movimientos de cámara sutiles
producidos por travellings maravillosos, el color rojo omnipresente que
enuncia el peligro y la violencia que se aproxima (en los vehículos o en el
vestuario). El rasgo más notable son los efectos visuales de rejuvenecimiento
digital aplicado sobre los actores para que se vean más jóvenes con el paso
del tiempo.
Robert De Niro y Al Pacino.
Uno de los puntos fuertes de la película son las interpretaciones magistrales
de Al Pacino (colaborando por primera vez con Scorsese), Joe Pesci (se dice
que rechazó la oferta de actuar unas cincuenta veces) y Robert De Niro. Logran
un registro dramático camaleónico. Pacino consigue una actuación magistral
metiéndose en la piel de Hoffa, interpretándolo como un sindicalista
impulsivo, terco, megalómano y con una predilección sinigual para provocar a
sus enemigos al abrir la boca, quizá porque el vicio del poder le ha nublado
el juicio; aunque también demuestra ser compasivo y honrado hacia los suyos,
especialmente con Sheeran y su hija Peggy, por la cual siente un afecto
especial. Pesci regresa al cine renunciando al estereotipo del mafioso
psicopático para ponerse en los zapatos de un don sosegado y calculador que,
con la mirada y con el gesto más mínimo de expresión, me transmite una
sensación de turbación con su presencia amenazadora. De Niro, por otra parte,
no le falta nada personificando al irlandés alto de ojos azules que durante su
juventud no se arrepiente por sus actos, pero que con el paso de los años debe
lidiar con la irreversible secuela de una ancianidad, que evocan una y otra
vez, el dolor intrínseco que impide que la culpa se manifieste.
Robert De Niro en un fotograma. Imagen cortesía de Netflix.
Me despido de la película bajo una profunda reflexión, convencido de que he
visto uno de los eventos cinematográficos más extraordinarios del siglo XXI.
Salgo conmovido con las memorias de ese irlandés avejentado sometido al desliz
de la soledad al final de su vida, incapaz de aguantar la carga emocional,
avergonzado por las oportunidades perdidas y por traicionar a un gran amigo,
agobiado por perder a su familia y por la hija que lo ha rechazado manteniendo
el silencio como arma de protesta, esperando a que la muerte toque la puerta
de su habitación para redimirse y desatenderse de los castigos impuestos por
guardar secretos delicados. Es casi una obra maestra sobre la vejez, el
significado del olvido y la mortalidad de los individuos. Está cargada de
diálogos ingeniosos, de personajes memorables y de un ritmo muy consistente.
Presenta las consecuencias del crimen organizado de forma compleja, épica y
parsimoniosa. Me pone a pensar en que las decisiones que tomamos siempre
estarán sujetas a los intereses personales de gente que ostenta la supremacía
a toda costa. No me cabe la menor duda de que es una de las mejores películas
de la historia del cine.
Ficha técnica Título original: The Irishman Año: 2019 Duración: 3 hr29 min País: Estados Unidos Director: Martin Scorsese Guion: Steven Zaillian Música: Robbie Robertson Fotografía: Rodrigo Prieto Reparto: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Stephen Graham,
Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Anna Paquin, Ray Romano, Calificación: 9/10
Sinopsis: En Leningrado, en un verano a principios de los 80, la
escena del rock de la ciudad está en pleno apogeo. Viktor Tsoï, un joven
músico que creció escuchando a Led Zeppelin, T-Rex y David Bowie, está
tratando de hacerse un nombre. El encuentro con su ídolo Mike y su esposa, la
bella Natasha, cambiará su destino. Juntos construirán una leyenda como
pioneros del rock ruso.
Ficha técnica Título original: Leto Año: 2018 Duración: 2 hr 06 min País: Rusia Director: Kirill Serebrennikov Guion: Lily Idov, Mikhail Idov, Kirill Serebrennikov Música: Roman Bilyk Fotografía: Vladislav Opelyants Reparto: Teo Yoo, Irina Starshenbaum, Roman Bilyk, Anton
Adasinsky, Calificación: 7/10
Crítica breve de la película
Este musical dramático logra conquistarme con la biografía de las leyendas
del rock soviético, Víktor Tsoi y Mike Naumenko. Lo que narra sobre estos
dos músicos es interesante. Lo dirige el director ruso Kirill Serebrennikov,
quien tuvo que terminar el montaje en circunstancias difíciles debido a su
arresto domiciliario. Estilizada con un blanco y negro algo melancólico, se
ambienta en un verano de la ciudad de Leningrado a principios de los años
80, donde la escena de rock underground florece, a pesar de la estricta
vigilancia impuesta por unas autoridades soviéticas que se cercioran de que
las bandas no causen alboroto y los espectadores permanezcan sentados en sus
sillas como gente supuestamente civilizada. En ese lugar, Viktor Tsoï, un
joven músico con ganas de superarse conoce al popular rockero Mike Naumenko
y a su esposa, Natasha, con los cuales entabla una amistad que cambia su
carrera profesional, cuando sus líricas son utilizadas como un medio de
crítica social que es muy popular entre la muchedumbre. El relato de Viktor
y Mike le sirve a Serebrennikov para construir una meticulosa parábola
política sobre la sociedad rusa, en la que los pasajes de musicales,
erigidos con música contagiosa de grandes artistas y una estética onírica de
videoclip, representan el medio de escape, las quimeras y el
librepensamiento de las personas que son silenciadas por el régimen que
censura el arte para cumplir con una agenda ideológica, algo visible con la
intromisión del escéptico anarquista que rompe la cuarta pared para
recordarnos que lo que vemos es una fantasía. El estilismo visual es más
sólido cuando recurre al sobreencuadre a color rodeado de intertítulos con
las letras de las canciones y a los cuidadosos plano secuencias que
encuadran a los personajes en las playas o por las frías calles de la Unión
Soviética. Las actuaciones son fenomenales. Es una película atractiva que he
disfrutado bastante.
La cuarta entrega de los famosos juguetes de Pixar me deja tan frígido como un
cubo de hielo recién sacado del congelador. Noto ausente la magia, el humor y
el sentido de asombro que caracteriza a las tres películas pasadas, porque no
hay que ser un tonto para darse cuenta de que esta nueva película animada en
manos del debutante director Josh Cooley apunta a que habrá más secuelas. En
esta ocasión, la aventura coloca a Woody, Buzz y sus amigos de plástico al
cuidado de Bonnie, una niña timorata e imaginativa que disfruta jugar mucho
con los juguetes que ha heredado. Un día en la escuela Bonnie utiliza su
imaginación para crear a Forky, un tenedor que no anda bien de la cabeza
(suponiendo que sus acciones se deben a la creatividad de la chiquilla).
Cuando Forky se pierde, el leal Woody asume la responsabilidad de rescatarlo
para impedir que la infelicidad y la decepción toquen la puerta de la pequeña
Bonnie. En esos instantes comienzo a experimentar la sensación de que se trata
de un capítulo innecesario que se repite, aunque reconozco el formidable
tratamiento visual derivado de un trabajo de animación que conquista mis ojos,
propenso a definir los detalles de la ambientación y la textura de los diseños
de los personajes. El montaje es acertado distribuyendo los tiempos
alternativos. Los secundarios de antaño apenas tienen presencia y se unen al
problema de forma muy pasajera, quizá para darle el protagonismo a los nuevos
secundarios de carácter políticamente correcto. La música empática deja
indiferente a mis oídos. Es interesante su comentario sobre la amistad, el
sacrificio, la lealtad y la independencia. Pero eso no me importa tanto. Al
final no es tan conmovedora como andan diciendo por ahí. Es una película
animada un poco aburrida.
Sinopsis: Un niño mira, a través de la lupa de su abuela, los objetos de su alrededor a un tamaño descomunal.
Este cortometraje de presenta uno de los primeros ejemplos en el cine del primerísimo primer plano y el plano subjetivo. La película, según Michael Brooke de BFI Screenonline, "fue una de las primeras películas en cortar entre plano medio y primer plano del punto de vista. Fue destruida en un incendio en el estudio de Warwick Trading Company instalación en 1912.
Ficha técnica Título original: Grandma's Reading Glass Año: 1900 Duración: 2 min00 seg. País: Reino Unido Director: George Albert Smith Guion: Música: Muda Fotografía: George Albert Smith Reparto: Harold Smith Calificación: 7/10
En mi crítica de esta semana hago una reflexión de 'Cafarnaúm', película libanesa dirigida por la directora Nadine Labaki.
Un niño es examinado cuidadosamente por un médico forense que toma sus medidas
en el interior de una oficina. No posee documentos legales y por su apariencia
el doctor deduce que tiene unos 12 o 13 años de edad. Su rostro lleva impreso
el sello de la indigencia, del abandono, del estándar absoluto de la
marginalidad. Le ha pasado algo muy serio. Para olvidarlo el chico se hunde en
sus pensamientos, recordando los días en que se la pasaba jugando con sus
amigos en el entorno completamente marginal de una prisión para jóvenes. De
vuelta a la realidad se ve rodeado de camarógrafos y de una multitud de
periodistas que buscan respuesta a lo sucedido. El niño es custodiado por la
policía que lo ha esposado y lo lleva a la corte. De lejos, lo observa una
mujer sin papeles de etnia etíope. No muestra arrepentimiento alguno por el
crimen que ha cometido. Cuando se inicia la sesión, me doy cuenta de inmediato
de que los acusados son sus padres. El niño quiere demandar a sus papás. El
juez le pregunta: "¿Por qué has denunciado a tus padres?". El chiquillo, con
toda la sinceridad y el pesimismo que uno se pueda imaginar, le responde:
"Porque me trajeron al mundo".
Con esas palabras tan estremecedoras comienza Cafarnaúm, la película
libanesa premiada en el Festival de Cine de Cannes dirigida por Nadine Labaki.
Una película magnífica que toca mi tejido sensible con la historia de Zain, un
muchachito que vive sumido en el infierno de la desdicha. Me compadezco de su
posición, siento que su sufrimiento me pertenece. Lo interpreta, con una
convicción tridimensional, el joven novicio Zain Al Rafeea, quien en la vida
real ha sido refugiado y sabe mejor que nadie lo que es estar allí. Con el
conmovedor relato de Zain, Labaki narra verdades universales que iluminan mi
conciencia y me ponen a reflexionar sobre la sociedad al enunciar una relación
intertextual existente entre la desigualdad social y la condición de los
refugiados ilegales, comunicando que ambos grupos son víctimas de una
pobredumbre los mantiene en el mismo estado de deshumanización. Está realizada
con una pulsación dramática, cercana al documental, que en pocas escenas
abandona el realismo social cuando aborda las vicisitudes de los niños de la
calle que han sido entregados al desamparo por unos padres irresponsables.
Zain Al Rafeea como Zain junto a sus hermanas. Imagen cortesía de Sony
Pictures Classics.
La película relata la existencia de Zain al haber sido condenado a cinco
años en prisión por apuñalar a un hombre. Se narra a través de escenas
retrospectivas que describen la experiencia de Zain (Zain Al Rafeea)
paralelamente a los testimonios que ofrece durante el juicio. Zain es un
muchacho astuto, expresivo, franco y algo irreverente, con un sentido de
lealtad y de ética muy por encima de los adultos que lo rodean. Vive con sus
padres y con sus pequeñas hermanas en unos suburbios marginados en Beirut,
donde se regodean con la desgracia y con el desorden, en los interiores de
un apartamento sucio que se cae a pedazos. De día, transita las calles junto
a su hermana Sahar (Cedra Izzam) recogiendo basura, robando alimentos en los
supermercados y falsificando recetas para comprar pastillas de tramadol en
varias farmacias con las cuales, luego de un meticuloso proceso, su madre
vende a los drogadictos. También trabaja como repartidor para ganarse el
salario en el mercadito de un tal Assad. Un día, Zain intenta huir con su
hermanita Sahar para protegerla del peligro de un casamiento temprano
arreglado por sus padres con Assad para escapar de su lamentable etapa
socioeconómica, pero no puede impedirlo y huye enfadado en un autobús
dejando su angustiosa subsistencia por detrás.
Zain Al Rafeea como Zain. Imagen pertenece a Sony Pictures Classics.
A partir de ese instante, la narrativa de la película coloca a Zain en una
delicada balanza moral que endurece su conducta, casi como la de un adulto,
al desempeñar un rol patriarcal cuando conoce a una mujer indocumentada de
origen etíope llamada Rahil (Yordanos Shiferaw) que empleada como conserje
en un parque de diversiones y que tiene una hija de un año llamada Yonas
(Boluwatife Treasure Bankole). Sucede cuando Zain anda buscando trabajo y
Rahil lo acoge en su humilde vivienda a cambio de cuidar a su hija cuando se
va a laborar. Como la identificación falsificada de Rahil ha expirado es
encarcelada por las autoridades libanesas para ser deportada, permitiéndole
a Zain cuidar a Yonas, como si fuera el padre que ni él ni la bebé han
tenido, en unas escenas que me rompen el corazón iniciando con el sacrificio
de Zain para mantener a la inocente Yonas alejada de los peligros del
hambre, la impotencia de Rahil al no poder hacer nada para remediar su
situación migratoria, la intervención del manipulador villano Aspro (Alaa
Chouchnieh) que falsifica pasaportes y se dedica a actividades muy oscuras
que amenaza a los chiquillos indefensos, la introducción de Zain en la venta
de drogas para ganar dinero, la supervivencia en las circunstancias más
duras por los callejones de la penuria, el penoso intercambio de Yonas por
un sueño efímero, el regreso a casa de Zain para escuchar la revelación de
la muerte de su hermana Sahar a causa del embarazo, el intento de homicidio
que envía a Zain a la cárcel y el proceso penal en el cual demanda a sus
padres por su carencia de responsabilidad.
Zain Al Rafeea y Boluwatife Treasure Bankole. Imagen cortesía de
Sony Pictures Classics.
Labaki consigue que sus actores, en su mayoría no profesionales, se sientan
orgánicos interpretando a los olvidados del sistema que viven a la
intemperie. Se destaca Yordanos Shiferaw como la madre que por las
precariedades es obligada a abandonar a su hija, Alaa Chouchnieh como el
malvado de mirada amenazante, Kawthar Al Haddad como la mamá de Zain y,
especialmente, Zain Al Rafeea como el protagonista que encarna la efigie de
la injusticia, de la honradez y de la dignidad. El naturalismo de ese crío
logra contagiarme en todos los planos cuando denuncia la miseria a través de
sus ojos, cuando solloza por la ausencia de cariño de los padres que nunca
tuvo, cuando se frustra por las arduas condiciones en las que se encuentra,
cuando es solidario con los más débiles, cuando sonríe frente a la luz
esperanzadora de la cámara que le devuelve la voluntad de vivir. Es una
actuación formidable.
Nadine Labaki y Zain Al Rafeea. Foto de Sony Pictures Classics.
Se me hace imposible no subrayar la importancia que tiene el título de la
película con los textos que presenta. El epígrafe Capernaum,
traducido al español como Cafarnaúm, significa ‘caos’ en árabe. Señala
también aquella localidad bíblica que fue condenada por Jesús por el hecho
de que se negaron a arrepentirse por sus pecados, a pesar de los "milagros"
que practicó allí. En este caso, la metáfora de Labaki suplanta Cafarnaúm
por una ciudad olvidada de Beirut (aunque fácilmente aplica a cualquier
nación del mundo) para condenar los males vigentes impuestos por la pobreza,
las consecuencias nefastas del matrimonio infantil, el tráfico humano, los
efectos colaterales de la inmigración ilegal, los corolarios de la
explotación infantil y las secuelas de la irresponsabilidad paternal,
cartografiando el desconcierto y el dolor insostenible al que se someten
esos pobres niños todos los días. Dado el contexto social, el material se
puede abordar desde ópticas diversas.
Zain Al Rafeea como Zain. Foto de Sony Pictures Classics.
Puede que la película de Labaki sea ficción, pero lo que documenta con la
tragedia del chaval desfavorecido tiene, en mi opinión, un ojo crítico que
se sale de la pantalla. Para lograrlo se vale de algunos elementos estéticos
destacables, como el gran plano general de los barrios rodado con la
panorámica lente de los drones, la psicología de los colores azul y rojo en
el vestuario de Zain y Yonas para enfatizar el choque entre la inocencia y
la contingencia, la cámara en mano que encuadra a Zain en un plano medio por
todos los rincones del distrito, el diseño de producción que recurre a
locaciones reales para construir el desbarajuste del arrabal, la música
empática que perfora mi sensibilidad creada por la banda sonora Khaled
Mouzanar, la mezcla sutil entre el drama judicial y el cine de autor de
carácter sociológico, el montaje que preserva la coherencia interna sin
perder el ritmo en ninguna escena. Todo luce afinadamente sincronizado. Se
me hace muy difícil observar el plano final en el que Zain pretende sonreír
sin que se me escapen las lágrimas, es poderosísimo y esperanzador. Es un
retrato impresionante, crudo y muy agridulce sobre los más vulnerables.
Pocas películas del año me han conmovido como esta.
Sinopsis: Un hombre realiza una exhibición en la cual juega con sus múltiples cabezas.
Este cortometraje de Méliès presenta uno de los primeros usos conocidos de la exposición múltiple de objetos sobre un fondo negro en la película, un efecto especial que Méliès utilizó prolíficamente.
Ficha técnica Título original: The Four Troublesome Heads (Un homme de têtes) Año: 1898 Duración: 1 min00 seg. País: Francia Director: Georges Méliès Guion: Música: Muda Fotografía: Georges Méliès Reparto: Georges Méliès Calificación: 8/10
Asisto muy entusiasmado a ver este remake de 'Aladino' de Ritchie, pensando en
que viviría una vez más las sensaciones que me transmitía aquella película
animada de Disney de 1992. Pero a la media hora me doy cuenta de que es un
disparate que pone a prueba mi cuota de paciencia durante dos horas
eternamente aburridas. La película trata la historia que me sé de memoria,
pero ahora los personajes son de carne y hueso y Will Smith es el genio
azulado generado por ordenador. Sitúa la acción ambientándose en un país árabe
donde Aladino es un joven empobrecido, gandul y con una habilidad incomparable
para robar lo que sea, que se enamora de la hija de un sultán, la hermosa
princesa Jasmine. Para conquistarla asume el reto de ir a una cueva bien
siniestra ubicada en el desierto para obtener una lámpara mágica que concede
cualquier tipo de deseo. A partir de ese momento inicia una aventura tan seca
y desabrida como la arena del desierto por el que transitan, en la que no me
preocupo por otra cosa que no sea la hora de mi reloj. Quizá se destaca Smith
como el genio encantador, pero me parecen de plástico desechable los
personajes de Mena Massoud, Naomi Scott y Marwan Kenzari. No veo química
alguna entre Aladino y Jasmine. Todo es apresurado, convencional, carente de
emoción. El argumento es demasiado torpe y solo extiende una exposición
mecánica en una aventura al servicio de lo previsible, de lo nimio, de lo
superficial. Los decorados y el vestuario al menos son portentosos para mis
ojos, aunque no puedo decir lo mismo de las canciones que me resultan
molestas. Encierra en su interior un comentario ligero sobre el racismo, las
diferencias de clases y la emancipación de la mujer. Es un producto rutinario
sin nada de gracia.
Las actuaciones de Tessa Thompson y Lily James me convencen en este drama con
pinceladas de crimen y de neowestern que representa el debut como directora de
Nia DaCosta, aunque la narrativa no tenga tanta pujanza. Ambas le aportan
barrizal dramático a sus respectivas actuaciones como las hermanas que, debido
a su inestable condición socioeconómica, se hallan atrapadas en el inframundo
del tráfico de drogas y del aborto en una ciudad petrolera de Dakota del
Norte. Interpretan a Deb y a Ollie. Una debe lidiar con la crianza de su
pequeño hijo, la sorpresa de un embarazo no deseado y con la intervención del
inútil exesposo que solo se la pasa bebiendo cerveza en el bar; la otra, por
el contrario, se siente arrastrada hacia el abismo de la desesperación
propiciada por el desempleo y su aparente libertad condicional, cosa que viola
sin ningún problema vendiendo ilícitamente medicamentos canadienses a los
residentes del pueblo. Deb depende de Ollie y la ve como una figura
matriarcal. Las dos subsisten ante los infortunios de la vida. Mi problema con
el argumento de esa historia es que, a pesar de que se trata la desdicha con
un realismo social que es creíble, algunas decisiones narrativas lucen algo
mecánicas anticipando las contrariedades de las muchachas. El brío y la
tensión se esfuman. En la segunda mitad se me hace más previsible cuando la
problemática se soluciona con una exposición artificial que resta importancia
a la crisis de las protagonistas. Es, a mi juicio, muy acertado el estilo
visual de la lente de Matt Mitchell, sobre todo al comunicar estados de ánimo
con unos planos muy atmosféricos; aunque no puedo decir lo mismo de la
desacertada y molesta música anempática de Brian McOmber cuando logra el
efecto contrario. Es una película mediana sobre las dolencias sociales de la
sociedad norteamericana.
Sinopsis: Santa Claus entra por la chimenea de una casa mientras unos niños están durmiendo. Ambas imágenes se muestran simultáneamente, en un considerable logro técnico para la época.
Este cortometraje está considerado como una de las obras clave de la llamada escuela de Brighton. Es posiblemente la primera película sobre la Navidad. Según Michael Brooke de BFI Screenonline, "se cree que es el primer ejemplo conocido de acción paralela del cine y, cuando se combina con técnicas de doble exposición que Smith ya había demostrado en The Mesmerist (1898) del mismo año y Photographing a Ghost (1898), el resultado es una de las películas británicas más visual y conceptualmente sofisticadas realizadas hasta entonces.
Ficha técnica Título original: The Visit of Santa Claus Año: 1898 Duración: 1 min16 seg. País: Reino Unido Director: George Albert Smith Guion: Música: Muda Fotografía: George Albert Smith Reparto: Dorothy Smith, Harold Smith, Laura Bayley Calificación: 7/10
Sinopsis: En Estados Unidos, en la época de la Gran Depresión, en
medio de un ambiente de terrible miseria, gentes desesperadas, de toda edad y
condición, se apuntan a una maratón de baile con la esperanza de ganar el
premio final de 1500 dólares de plata y encontrar, al menos, un sitio donde
dormir y comer. Mientras los concursantes fuerzan los límites de su
resistencia física y psíquica, una multitud morbosa se divierte contemplando
su sufrimiento durante días.
Ficha técnica Título original: They Shoot Horses, Don't They? Año: 1969 Duración: 2 hr 09 min País: Estados Unidos Director: Sydney Pollack Guion: James Poe, Robert E. Thompson Música: Johnny Green Fotografía: Philip H. Lathrop Reparto: Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susannah York, Red Buttons,
Gig Young, Calificación: 8/10
Crítica breve de la película
Quedo totalmente desgarrado al ver esta película de Sydney Pollack, como si
hubiese sido atropellado por un caballo en una pista de baile. El material que
presenta, filmado en una sola locación, me parece triste, lóbrego, impactante.
Adaptada de la novela del mismo título de Horace McCoy, narra la historia de
un grupo de personas en la época de la Gran Depresión que, para huir de la
pobreza, participan en un espectáculo que consiste en que varias parejas
bailen continuamente de día y de noche hasta que los pies se lo permitan. Hay
más de mil dólares en juego. Los protagonistas son Gloria y Robert, quienes
aparentemente han tocado el fondo de la desdicha y deciden probar su suerte
bailando. Ella, que aspiraba a ser actriz y que ha sido maltratada por la
vida, tiene una personalidad cínica, irreverente y honesta; él, es un donnadie
que soñaba con ser un director de cine. En un principio, el ambiente que se
respira en el salón del bailoteo es optimista, pero a medida que avanza la
competición me comienzo a sentir tan desesperado como ellos y me doy cuenta de
que el show está montado para jugar con las quimeras de los infelices que lo
han perdido todo y no tienen ni siquiera para comprar comida, los olvidados
que viven en una atmósfera sórdida y claustrofóbica, con rostros pálidos y
depresivos, angustiados y fatigados en casi todos los planos. Destaco el
montaje frenético de Fredric Steinkamp cuando distribuye secuencias vigorosas
en el escenario de danza, raccords inteligibles y un uso meticuloso de la
prolepsis; el sonido diegético de una bocina que a modo de leitmotiv enuncia
los estados de ánimo de los personajes; la magnífica banda sonora de Johnny
Green. Encuentro formidables las actuaciones de Michael Sarrazin, Susannah
York, Gig Young y, sobre todo, Jane Fonda en lo que posiblemente sea su mejor
interpretación al ponerse, de manera metódica, en la piel de un ser humano que
ha abandonado la esperanza. Con un estilo visual magistral, Pollack construye
un retrato estremecedor, casi existencial, sobre los límites de la condición
humana y las contrariedades socioeconómicas de los individuos que no pueden
escapar del círculo de la miseria. Es una película excepcional. Quizá dure
semanas pensando en lo que vi.
Sinopsis: Un anciano está cada vez más animado y borracho a medida que se bebe su botella de cerveza.
Este cortometraje está considerado como una de las obras clave de la llamada escuela de Brighton. La película de un solo plano muestra a Tom Green, según Bryony Dixon de BFI Films, "interpretando lo que se conoce como 'facial', que es una pieza directa a la cámara que muestra expresiones faciales cambiantes. La capacidad de acercarse a la estrella fue una gran ventaja que la película tenía sobre el escenario y los primeros cineastas estaban ansiosos por explotarla ".
Ficha técnica Título original: Old Man Drinking a Glass of Beer Año: 1897 Duración: 35 seg. País: Reino Unido Director: George Albert Smith Guion: Música: Muda Fotografía: George Albert Smith Reparto: Tom Green Calificación: 7/10
En mi crítica de esta semana comento 'La lavandería', película de Netflix dirigida por Steven Soderbergh.
Hay algo que me causa cierta impresión en la nueva película de Steven
Soderbergh estrenada en la plataforma de Netflix titulada
The Laundromat. Comienza como un falso documental. Dos hombres bien
vestidos rompen la cuarta pared y le hablan a la cámara. Uno es de procedencia
alemana con un acento inglés, el otro es latino. Lo que tienen en común es que
son abogados que narran, con mucho cinismo, los problemas del engranaje del
sistema financiero. Yo observo cuidadosamente lo que dicen y me doy cuenta de
que, a pesar de que se burlan del asunto, resulta que es una de las cosas más
serias que siempre he pensado: los negocios escabrosos, la avaricia desmedida
propiciada por el poder y el dinero sucio del lavado de activos están
incrustados en la genética del homo sapiens desde tiempos inmemoriales. Ahora
solo vemos las secuelas. Son los supuestos lobos que escalan la estratósfera
de la competitividad capitalista caminando sobre las ovejas mansas que toleran
la corrupción en todos los niveles de la sociedad.
Basada en hechos reales, concretamente con el escándalo de los famosos Papeles
de Panamá, La lavandería, como se titula la película en español, recurre
ese dúo de legistas engañosos llamados Jürgen Mossack y Ramón Fonseca para
concebir una antología de cuentos que tiene como propósito único destapar un
comentario sobre la podredumbre socioeconómica de los órganos financieros y de
las personas corrientes que sufren los efectos colaterales, abordando entre la
ironía y la crítica social la descompostura con la que las figuras adineradas
se valen de la artimañas financieras para escapar de las compromisos fiscales
y burlarse de las vulnerabilidades de la estructura hacendística. Se narra
repartiendo momentos entre la comedia y el drama biográfico, con un amplio
collage de personajes, con diálogos locuaces, preservando el estilo particular
de Soderbergh que he atestiguado en películas como
Erin Brockovich,
Traffic
o
Contagion, aunque llega a perder el ritmo en algunas anécdotas inconsistentes.
Meryl Streep en un fotograma de la película. Foto cortesía de
Netflix.
El guion de la película está firmado por Scott Z. Burns (usual colaborador de
Soderbergh) y describe, bajo una narrativa episódica, una serie de ocurrencias
de personajes que están ligados a los fraudes de seguros. El primero es el de
Ellen Martin (Meryl Streep), una viuda que pierde a su esposo Joe (James
Cromwell) en el súbito naufragio de un bote en las cercanías del lago George
en Nueva York y que, con mucha impotencia, intenta investigar la compañía de
seguros dirigida por un tal Malchus Boncamper (Jeffrey Wright) que le niega la
compensación porque, aparentemente, está siendo investigada por fraude. En el
segundo un multimillonario africano soborna a su hija con la adquisición de
una empresa tras descubrirse el romance extramarital que tiene con su amiga.
El tercero dramatiza parte del incidente de Wang Lijun en China, donde un
ejecutivo de negocios que lava dinero en el extranjero para unos chinos
adinerados que laboran en el gobierno, es envenenado en una habitación del
hotel de Chongqing, luego de exigir un precio bastante elevado por el blanqueo
de dinero a través de una de las compañías imaginarias de Mossack.
Meryl Streep como Ellen Martin y Jeffrey Wright como Malchus
Boncamper. Imagen de Netflix.
El extenso mosaico de personajes me parece adecuado para lo que delinea el
argumento de coral y me coloca en estado de gracia cuando veo a la
vulnerable Ellen Martin de la siempre fenomenal Meryl Streep enfrentarse a
los zorros de saco y corbata que se han robado el derecho que le pertenece
para proteger intereses oscuros. También la dupla interpretada por Gary
Oldman y Antonio Banderas, quienes interpretan a los carismáticos Jürgen
Mossack y Ramón Fonseca con una gallardía que se sale de la pantalla cuando
elaboran los monólogos enriquecedores rompiendo la cuarta pared, defendiendo
su posición amoral frente a sus víctimas y declarando, con un sentido de
ironía sin precedentes, las precariedades del sistema económico asumida por
la gente rica que conoce las reglas del juego de los impuestos y que usa el
dinero como un producto en abundancia sin fecha de caducidad para su propio
beneficio. La intervención de ambos es intermitente y muy necesaria. Sin
embargo, cuando Mossack y Fonseca desaparecen fuera de campo para seguir
administrando sus empresas fantasmas, me aburro al instante viendo
chacharear a unos personajes secundarios que son innecesarios y que llegan a
causarme una ligera distracción con los relatos salvajes del capitalismo
narrados por los protagonistas.
Gary Oldman como Jürgen Mossack y Antonio Banderas como Ramón
Fonseca. Imagen cortesía de Netflix.
Soderbergh, apoyado de la pluma de Burns y del libro de Jake Bernstein,
entreteje la urdimbre del enredo financiero conectando la narración de todos
esos personajes para formar un círculo de prontitudes fraudulentas, como si
los vicios del dinero impúdico fuera una especie de broma infinita que se
repite a escala internacional en cualquier país del mundo. Es el dinero que
hace que el poseedor se vuelva loco y se olvide de esa palabra tan delicada
que llaman moral. La sátira evocada por su discurso político puede lucir
algo divertida (el crimen se glorifica de alguna manera), pero los delitos
que relata me ponen a reflexionar seriamente porque le puede pasar a
cualquiera, a los pobres infelices que se ganan el dinero honradamente
sentados en una oficina y son manipulados vilmente hasta el día en que
mueran por profesionales del engaño bancario. En el peor de los escenarios,
dictamina que el dinero es el culpable de controlar nuestras vidas y de
amplificar gran parte de los dilemas económicos existentes en la sociedad
contemporánea.
Mi problema con esta película que se rodó en tan solo trece días no está de
ninguna forma vinculado al texto político que, admito, es muy ecuánime
retratando la crónica periodística de una farsa legal, sino por la falta de
brío que percibo con la multitud de subtramas poco satisfactorias que solo
buscan ampliar el panorama turístico cosmopolita sobre los actos ilícitos
con personajes de relleno. La demasía de exposición luce trivial. Tengo la
sensación de que la diatriba extravagante que veo ya me la han contado
anteriormente. El mismo Soderbergh es un experto en relatar acciones
escandalosas y estafas maestras, pero aquí la ligereza y la comicidad
absurda apunta para otro lado cuando su dispersión metaficcional termina
diciéndome que solo los individuos más íntegros tienen la capacidad de
preservar la democracia ante los sucesos más impunes, cosa que noto de
inmediato al ver un meticuloso plano secuencia que encuadra a Streep
desplazándose hasta el plató para transformarse, simbólicamente, en la
Estatua de la Libertad. Quizá la idea que comunica en su colección de
historias de lavandería no está muy lejos de la realidad. Al final el
encanto se esfuma.
Ficha técnica Título original: The Laundromat Año: 2019 Duración: 1 hr 35 min País: Estados Unidos Director: Steven Soderbergh Guion: Scott Z. Burns Música: David Holmes Fotografía: Steven Soderbergh Reparto: Meryl Streep, Gary Oldman, Antonio Banderas, Jeffrey
Wright, Calificación: 6/10
Se me hace inevitable no ver con los ojos de la comparación esta película
surcoreana de acción y de ciencia-ficción dirigida por Kim Jee-woon que se ha
estrenado en la plataforma de Netflix, sobre todo porque se trata de una
especie de remake del lóbrego y estilizado film de anime japonés 'Jin-Roh: la
brigada del lobo', escrito por Oshii. Me animo. Enciendo la TV para ver de qué
va la movida, sin olvidar de paso mi inseparable fundita de Doritos y una rica
Coca-Cola. Enseguida me percato de que Kim toma los elementos visuales de la
versión japonesa y traslada el argumento a un futuro distópico no muy lejano
en Corea del Sur para contar la historia de un soldado solitario,
perteneciente a unos escuadrones de la muerte que, aparentemente, ha perdido
las emociones humanas al atestiguar los asesinatos en masa de gente inocente
que exige sus derechos y se queda atrapado en un amplio conflicto burocrático
que tiene como raíz la inestabilidad geopolítica de la zona. El asunto es que
carece de sorpresas la trama del soldado acorralado por facciones policiales
del gobierno y terroristas sectarios. Lentamente apunta para otro lado.
Abandona el amplio material psicológico y filosófico presente en la original
para ceder el paso a lo hueco, lo pueril, lo insustancial. Me resulta mecánico
el desarrollo de la acción, con unos personajes de plástico que desecho
enseguida cuando son víctimas de la traición, del poder y de los cuentos de
Caperucita Roja, usualmente comunicándose con unos diálogos deslavazados. No
obstante, subrayo las minúsculas secuencias de acción, la autenticidad del
perturbador batallón del lobo y el soterrado discurso político sobre la
posibilidad de la reunificación de Corea. Cuando me olvido de esos componentes
me doy cuenta de que es un remake aburrido, convencional y excesivamente
largo.
Con 'La chica que saltó a través del tiempo', Hosoda aborda uno de los
conceptos más desgastados del cine y lo transforma en una idea que, a mi
parecer, se convierte en una tonta reiteración, un dialelo que agota mi
paciencia como la arena de un reloj con la historia de la muchacha bondadosa e
imaginativa que salta en el tiempo para su beneficio personal. Comienza en un
instituto de preparatoria, donde la joven de nombre Makoto y sus amigos,
Chiaki y Kosuke, se la pasan de maravilla invirtiendo su tiempo jugando
béisbol después de las clases y haciendo tonterías que me dejan impávido.
Ellos se preocupan por el futuro incierto que llegará cuando se separen y se
marchen a estudiar a otras partes. Makoto se olvida de esas vicisitudes cuando
misteriosamente recibe una extraña habilidad que le permite ir hacia atrás en
el tiempo a la hora de brincar, cosa que utiliza para resistirse a los
problemas típicos de la adolescencia y tener aventuras insólitas alrededor de
sus seres queridos. Las acciones de Makoto, a pesar de que en algunas escenas
son previsibles, funcionan para establecer un comentario de mayoría de edad
sobre las decisiones basadas en las experiencias pasadas, el valor de los
vínculos afectivos y el temor a la madurez. No encuentro tan ingenioso el
argumento que encasilla los problemas de la joven, la narrativa es incapaz de
resolver algunas paradojas internas laminadas por el bucle temporal de Makoto,
los personajes acartonados son marionetas expositivas y el giro romántico del
tercer acto es muy ligero para mi sensibilidad, aunque valoro el trabajo de
montaje, la animación que me resulta bellísima delineando los contornos de los
personajes y la ambientación que logra transmitirme cierta armonía. Lo peor de
todo es que no puedo regresar en el tiempo para revertir mis horas perdidas.