El debut como director de Joe Talbot, estrenado en el festival de cine de Sundance, no me suscita grandes emociones; de hecho me provoca somnolencia la historia de los dos amigos afroamericanos que viven en miseria en las afueras de San Francisco, aunque reconozco rápidamente una serie de planos bellamente compuestos que evocan poesía visual en mis ojos con los diseños arquitectónicos de las casas de San Francisco. El guion lo ha escrito el mismo Talbot junto a Jimmie Fails (uno de los protagonistas) y está basado parcialmente en la vida de Fails. Cuenta la historia de Jimmie Fails, un joven afroamericano que vive prácticamente en la calle y en condiciones de pobreza que sueña con regresar a la casa victoriana que su abuelo construyó en el corazón de San Francisco. Con el paso de los días, Jimmie hace labores comunitarias para ganarse la vida, y anda montando skateboard por todas partes con su único amigo, un aspirante a dramaturgo llamado Montgomery (Jonathan Majors). La casa representa para ellos una catarsis, un escape que les permite liberarse del lóbrego entorno social en el que viven. Es en ese momento, cuando inician el peregrinaje hacia la casa para tratar de conectar con sus raíces del pasado, que me doy cuenta de la indulgencia calculada y me harto de ver al muchacho y a su amigo siendo maltratado verbalmente por los malones del barrio, por los vecinos prejuiciosos y por los vampíricos agentes inmobiliarios. La narrativa carece de pulso dramático y me parece blanda desarrollando los problemas de los dos negros en el barrio. Quizá la única escena memorable es la de la obra teatral que refuerza el tratado sobre la identidad racial y la inequidad social generada por la dicotomía del proceso de gentrificación. Las actuaciones son correctas y la música casi no la siento. Pudo haber sido mejor.



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Calificación: 6/10



En mi crítica de esta semana analizo 'El irlandés', la nueva película de gánsteres dirigida por Martin Scorsese.


The Irishman



Mi interés por ver el The Irishman comenzó hace unos doce años. En ese entonces todavía se encontraba en el infierno del desarrollo. Me enteré de su anécdota leyendo artículos sobre gánsteres y escudriñando posibles adaptaciones de libros similares. Inmediatamente quedé sorprendido al saber que uno de mis directores favoritos, Martin Scorsese, quería llevar al cine una adaptación de I Heard You Paint Houses, escrita por Charles Brandt. El libro detalla el expediente de Frank Sheeran, un presunto asesino a sueldo de la mafia que confiesa los crímenes que cometió trabajando para la familia Bufalino, incluyendo los homicidios de Joe Gallo y el sindicalista Jimmy Hoffa. Cuando leí la noticia que se produciría semejante película de gánsteres dirigida por Scorsese y protagonizada por Robert De Niro, el retirado Joe Pesci y Al Pacino no podía creerlo. Al ser abandonada por la Paramount por exceder el presupuesto deseado de 100 millones, perdí la esperanza de verla, aunque ella regresó a mí el día en que Netflix asumió el proyecto y puso la financiación en marcha. Hoy en noviembre de 2019, mi deseo se cumplió.


Después de esperar todos esos años, finalmente vi El irlandés, estrenada recientemente en la plataforma de Netflix. La vi en las profundidades de mi sala oscura. Y estoy tratando de disimular el impacto que me ha causado. Es una obra monumental sobre la postrimería del gánster norteamericano, la consagración culminante de la trilogía de Scorsese iniciada por Buenos muchachos y continuada por Casino, pero ligeramente diferente en la ejecución. Está ejecutada con un estilismo imponente en el que todo parece afinadamente sincronizado con la narrativa prodigiosa del guion de Steven Zaillian, la meticulosa reconstrucción del período, las actuaciones formidables de tres actores legendarios, el rítmico montaje de Thelma Schoonmaker, la belleza fotográfica de Rodrigo Prieto y los increíbles efectos visuales de rejuvenecimiento. Me divierte, me entristece y me deja desolado cuando describe la naturaleza del poder a través de textos como el perdón, la alevosía y la lealtad. En sus tres horas y media de metraje nunca me siento cansado y la crónica de Frank Sheeran me intriga bastante, porque no solo delinea la carrera de un matón en el ocaso que recuerda los tiempos en que pintaba casas, sino también la moralidad corrompida de una nación que olvida el pasado con facilidad.




Robert De Niro como Frank Sheeran. Imagen cortesía de Netflix.


La película comienza con el sutil plano secuencia de una cámara inquieta que recorre los pasillos de un asilo de ancianos, con el que se encuadra a un envejecido Frank Sheeran (Robert De Niro) postrado en silla de ruedas. Le habla a la cámara casi rompiendo la cuarta pared, como si se tratara de una confesión entre él y el espectador. Allí, recurriendo a prolongadas escenas retrospectivas, narra su historia cubriendo varias décadas, desde que era un soldado entrenado en el arte de matar hasta los tiempos en que, de caminero de poca monta de Pennsylvania, pasa a convertirse en un asesino a sangre fría contratado por una familia mafiosa liderada por el temido y prudente Russell Bufalino (Joe Pesci), con quien desarrolla una fuerte confraternidad que lo pone a prueba cuando, irónicamente, revela también una afanosa simpatía por el líder sindicalista Jimmy Hoffa (Al Pacino). A pesar de que lo que cuenta es estremecedor, cuando no se encuentra “pintando casas” (término codificado con el que los mafiosos designan la muerte de un hombre) para los gánsteres enviciados, es un señor que cuida de su familia, aunque le preocupa la lejanía de su hija Peggy.



Joe Pesci como Russell Bufalino y Robert De Niro como Frank Sheeran. Imagen de Netflix.


En su actividad delictiva, Sheeran comete violentos crímenes disparando casi siempre en la cabeza a las víctimas encargadas por Bufalino. En un principio se muestra como un sujeto sin escrúpulos que ha abandonado la sensibilidad, distanciado del remordimiento, teledirigido por un código conductual que le impone seguir órdenes para ser recompensado por sus acciones. No es un tipo de grandes aspiraciones dentro de la asociación criminal. Es más bien un peón utilizado para ejecutar el trabajo sucio de los jefes. Sabe que ni es italiano para llegar lejos, aunque el deber y la eficiencia que exhibe al despachar a los enemigos señalados Bufalino facilita que escale rápidamente en las filas de la mafia, ganándose el respeto de otras figuras poderosas del hampa como Angelo Bruno (Harvey Keitel), Felix "Skinny Razor" DiTullio (Bobby Canavale) y Anthony "Tony Pro" Provenzano (Stephen Graham), un cabecilla gremial ligado al crimen organizado que se opone a las políticas megalómanas de Hoffa luego de una riña con este en prisión. Ese mismo ideario se propone conseguir al entablar amistad con Hoffa, haciendo de guardaespaldas (que usualmente incluye asesinatos a punta de pistola a los miembros de la unión sindical) a cambio de la condecoración inesperada de obtener su propio sindicato. Al igual que Bufalino, Hoffa es muy cercano a Sheeran y su familia. Pero en el largo plazo, la distinción de pintar las paredes con sangre a las órdenes de esos señores se transforma en una tragedia.



Al Pacino como Jimmy Hoffa y Robert De Niro como Frank Sheeran. Imagen de Netflix. 


Con triángulo formado por Sheeran, Bufalino y Hoffa, Scorsese traza un estudio ingenioso de la corrupción y los límites de la autoridad desde la óptica casi subjetiva de un individuo brutal que, insólitamente, se halla en una encrucijada ética, pendiendo de un hilo muy delgado entre la lealtad y la traición. En la primera parte de la película especifica el ascenso de Sheeran bajo el amparo de Bufalino, y en la segunda mitad se trata de su relación con Hoffa y el poderío que ejerce en el gremio de los transportistas, cosa que se tambalea de la noche a la mañana por la impulsividad de Hoffa, quien, al salir de la cárcel, intenta recuperar el control de la Hermandad internacional de camioneros gobernada por Frank “Fitz” Fitzsimmons (Gary Basaraba) y administrada secretamente por la mafia de Bufalino. Sheeran asegura el éxito trabajando en ambos costados, pero las resoluciones tomadas obligan a Sheeran a elegir entre una de las dos facciones de sus mentores y en su rostro, por primera vez, se visualiza la incertidumbre cuando Bufalino le ordena que pueda persuadir a Hoffa para que renuncie a su cacería por el dominio sindical.



Stephen Graham como Tony Pro, Joe Pesci como Russell Bufalino y Domenick Lombardozzi como Fat Tony.


El relato de Sheeran le permite a Scorsese, asimismo, edificar en segundo plano trasfondos que examinan los acontecimientos más oscuros de la política norteamericana del siglo XX y los posibles arquitectos de la mafia que se involucraron en incidentes relacionados a la victoria electoral de John F. Kennedy en las elecciones de 1960, la distribución de armas de la CIA para los paramilitares anticastristas comandados por David Ferrie para la invasión de Bahía de Cochinos, la crisis de los misiles en Cuba, el proceso judicial contra Jimmy Hoffa al ser acusado de soborno, las luchas internas entre el crimen organizado y los sindicatos de choferes, las confidencias de Hoffa que garantizan su “protección” frente al inconveniente con el irreverente Tony Pro, el asesinato de Jimmy Hoffa en manos de Sheeran en la entrada de una casa solitaria, luego de una de las secuencias más tensas de toda la película. 


En la puesta en escena de la película, Scorsese despliega todo su arsenal estético para concebir una especie de revisión al género gansteril que tanto le gusta, pero que se abstiene a la glorificación. Su estilo adquiere un sentido depuración sumamente controlado, alejado del frenesí que lo caracteriza, valiéndose de la narración invertida distribuida durante varias décadas, la voz en off muy recurrente de Sheeran que sirven de guía para clarificar sus pensamientos, la música extradiegética de clásicos que cruzan de una escena a otra, el concienzudo uso de la elipsis para representar los delitos a través de símbolos, el plano general que casi siempre encuadra a Sheeran en los momentos que dispara con su revólver, el ralentí de las escenas, los planos congelados, la colorización absorbente de la fotografía de Prieto que altera la tonalidad para corroborar el estado de ánimo de los personajes con el paso de los años, los movimientos de cámara sutiles producidos por travellings maravillosos, el color rojo omnipresente que enuncia el peligro y la violencia que se aproxima (en los vehículos o en el vestuario). El rasgo más notable son los efectos visuales de rejuvenecimiento digital aplicado sobre los actores para que se vean más jóvenes con el paso del tiempo.



Robert De Niro y Al Pacino.


Uno de los puntos fuertes de la película son las interpretaciones magistrales de Al Pacino (colaborando por primera vez con Scorsese), Joe Pesci (se dice que rechazó la oferta de actuar unas cincuenta veces) y Robert De Niro. Logran un registro dramático camaleónico. Pacino consigue una actuación magistral metiéndose en la piel de Hoffa, interpretándolo como un sindicalista impulsivo, terco, megalómano y con una predilección sinigual para provocar a sus enemigos al abrir la boca, quizá porque el vicio del poder le ha nublado el juicio; aunque también demuestra ser compasivo y honrado hacia los suyos, especialmente con Sheeran y su hija Peggy, por la cual siente un afecto especial. Pesci regresa al cine renunciando al estereotipo del mafioso psicopático para ponerse en los zapatos de un don sosegado y calculador que, con la mirada y con el gesto más mínimo de expresión, me transmite una sensación de turbación con su presencia amenazadora. De Niro, por otra parte, no le falta nada personificando al irlandés alto de ojos azules que durante su juventud no se arrepiente por sus actos, pero que con el paso de los años debe lidiar con la irreversible secuela de una ancianidad, que evocan una y otra vez, el dolor intrínseco que impide que la culpa se manifieste.



Robert De Niro en un fotograma. Imagen cortesía de Netflix.


Me despido de la película bajo una profunda reflexión, convencido de que he visto uno de los eventos cinematográficos más extraordinarios del siglo XXI. Salgo conmovido con las memorias de ese irlandés avejentado sometido al desliz de la soledad al final de su vida, incapaz de aguantar la carga emocional, avergonzado por las oportunidades perdidas y por traicionar a un gran amigo, agobiado por perder a su familia y por la hija que lo ha rechazado manteniendo el silencio como arma de protesta, esperando a que la muerte toque la puerta de su habitación para redimirse y desatenderse de los castigos impuestos por guardar secretos delicados. Es casi una obra maestra sobre la vejez, el significado del olvido y la mortalidad de los individuos. Está cargada de diálogos ingeniosos, de personajes memorables y de un ritmo muy consistente. Presenta las consecuencias del crimen organizado de forma compleja, épica y parsimoniosa. Me pone a pensar en que las decisiones que tomamos siempre estarán sujetas a los intereses personales de gente que ostenta la supremacía a toda costa. No me cabe la menor duda de que es una de las mejores películas de la historia del cine. 



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Ficha técnica
Título original: The Irishman
Año: 2019
Duración: 3 hr 29 min
País: Estados Unidos
Director: Martin Scorsese
Guion: Steven Zaillian
Música: Robbie Robertson
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Robert De Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Stephen Graham, Harvey Keitel, Bobby Cannavale, Anna Paquin, Ray Romano,
Calificación: 9/10

Tráiler de la película 

Sinopsis: En Leningrado, en un verano a principios de los 80, la escena del rock de la ciudad está en pleno apogeo. Viktor Tsoï, un joven músico que creció escuchando a Led Zeppelin, T-Rex y David Bowie, está tratando de hacerse un nombre. El encuentro con su ídolo Mike y su esposa, la bella Natasha, cambiará su destino. Juntos construirán una leyenda como pioneros del rock ruso.


Ficha técnica
Título original: Leto
Año: 2018
Duración: 2 hr 06 min
País: Rusia
Director: Kirill Serebrennikov
Guion: Lily Idov, Mikhail Idov, Kirill Serebrennikov
Música: Roman Bilyk
Fotografía: Vladislav Opelyants
Reparto: Teo Yoo, Irina Starshenbaum, Roman Bilyk, Anton Adasinsky,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Este musical dramático logra conquistarme con la biografía de las leyendas del rock soviético, Víktor Tsoi y Mike Naumenko. Lo que narra sobre estos dos músicos es interesante. Lo dirige el director ruso Kirill Serebrennikov, quien tuvo que terminar el montaje en circunstancias difíciles debido a su arresto domiciliario. Estilizada con un blanco y negro algo melancólico, se ambienta en un verano de la ciudad de Leningrado a principios de los años 80, donde la escena de rock underground florece, a pesar de la estricta vigilancia impuesta por unas autoridades soviéticas que se cercioran de que las bandas no causen alboroto y los espectadores permanezcan sentados en sus sillas como gente supuestamente civilizada. En ese lugar, Viktor Tsoï, un joven músico con ganas de superarse conoce al popular rockero Mike Naumenko y a su esposa, Natasha, con los cuales entabla una amistad que cambia su carrera profesional, cuando sus líricas son utilizadas como un medio de crítica social que es muy popular entre la muchedumbre. El relato de Viktor y Mike le sirve a Serebrennikov para construir una meticulosa parábola política sobre la sociedad rusa, en la que los pasajes de musicales, erigidos con música contagiosa de grandes artistas y una estética onírica de videoclip, representan el medio de escape, las quimeras y el librepensamiento de las personas que son silenciadas por el régimen que censura el arte para cumplir con una agenda ideológica, algo visible con la intromisión del escéptico anarquista que rompe la cuarta pared para recordarnos que lo que vemos es una fantasía. El estilismo visual es más sólido cuando recurre al sobreencuadre a color rodeado de intertítulos con las letras de las canciones y a los cuidadosos plano secuencias que encuadran a los personajes en las playas o por las frías calles de la Unión Soviética. Las actuaciones son fenomenales. Es una película atractiva que he disfrutado bastante.  



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La cuarta entrega de los famosos juguetes de Pixar me deja tan frígido como un cubo de hielo recién sacado del congelador. Noto ausente la magia, el humor y el sentido de asombro que caracteriza a las tres películas pasadas, porque no hay que ser un tonto para darse cuenta de que esta nueva película animada en manos del debutante director Josh Cooley apunta a que habrá más secuelas. En esta ocasión, la aventura coloca a Woody, Buzz y sus amigos de plástico al cuidado de Bonnie, una niña timorata e imaginativa que disfruta jugar mucho con los juguetes que ha heredado. Un día en la escuela Bonnie utiliza su imaginación para crear a Forky, un tenedor que no anda bien de la cabeza (suponiendo que sus acciones se deben a la creatividad de la chiquilla). Cuando Forky se pierde, el leal Woody asume la responsabilidad de rescatarlo para impedir que la infelicidad y la decepción toquen la puerta de la pequeña Bonnie. En esos instantes comienzo a experimentar la sensación de que se trata de un capítulo innecesario que se repite, aunque reconozco el formidable tratamiento visual derivado de un trabajo de animación que conquista mis ojos, propenso a definir los detalles de la ambientación y la textura de los diseños de los personajes. El montaje es acertado distribuyendo los tiempos alternativos. Los secundarios de antaño apenas tienen presencia y se unen al problema de forma muy pasajera, quizá para darle el protagonismo a los nuevos secundarios de carácter políticamente correcto. La música empática deja indiferente a mis oídos. Es interesante su comentario sobre la amistad, el sacrificio, la lealtad y la independencia. Pero eso no me importa tanto. Al final no es tan conmovedora como andan diciendo por ahí. Es una película animada un poco aburrida.



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Calificación: 6/10



Sinopsis: Un niño mira, a través de la lupa de su abuela, los objetos de su alrededor a un tamaño descomunal.


Este cortometraje de presenta uno de los primeros ejemplos en el cine del primerísimo primer plano y el plano subjetivo. La película, según Michael Brooke de BFI Screenonline, "fue una de las primeras películas en cortar entre plano medio y primer plano del punto de vista. Fue destruida en un incendio en el estudio de Warwick Trading Company instalación en 1912.


Ficha técnica
Título original: Grandma's Reading Glass
Año: 1900
Duración: 2 min 00 seg.
País: Reino Unido
Director: George Albert Smith
Guion: 
Música: Muda
Fotografía: George Albert Smith
Reparto: Harold Smith
Calificación: 7/10

En mi crítica de esta semana hago una reflexión de 'Cafarnaúm', película libanesa dirigida por la directora Nadine Labaki.


Cafarnaúm



Un niño es examinado cuidadosamente por un médico forense que toma sus medidas en el interior de una oficina. No posee documentos legales y por su apariencia el doctor deduce que tiene unos 12 o 13 años de edad. Su rostro lleva impreso el sello de la indigencia, del abandono, del estándar absoluto de la marginalidad. Le ha pasado algo muy serio. Para olvidarlo el chico se hunde en sus pensamientos, recordando los días en que se la pasaba jugando con sus amigos en el entorno completamente marginal de una prisión para jóvenes. De vuelta a la realidad se ve rodeado de camarógrafos y de una multitud de periodistas que buscan respuesta a lo sucedido. El niño es custodiado por la policía que lo ha esposado y lo lleva a la corte. De lejos, lo observa una mujer sin papeles de etnia etíope. No muestra arrepentimiento alguno por el crimen que ha cometido. Cuando se inicia la sesión, me doy cuenta de inmediato de que los acusados son sus padres. El niño quiere demandar a sus papás. El juez le pregunta: "¿Por qué has denunciado a tus padres?". El chiquillo, con toda la sinceridad y el pesimismo que uno se pueda imaginar, le responde: "Porque me trajeron al mundo".


Con esas palabras tan estremecedoras comienza Cafarnaúm, la película libanesa premiada en el Festival de Cine de Cannes dirigida por Nadine Labaki. Una película magnífica que toca mi tejido sensible con la historia de Zain, un muchachito que vive sumido en el infierno de la desdicha. Me compadezco de su posición, siento que su sufrimiento me pertenece. Lo interpreta, con una convicción tridimensional, el joven novicio Zain Al Rafeea, quien en la vida real ha sido refugiado y sabe mejor que nadie lo que es estar allí. Con el conmovedor relato de Zain, Labaki narra verdades universales que iluminan mi conciencia y me ponen a reflexionar sobre la sociedad al enunciar una relación intertextual existente entre la desigualdad social y la condición de los refugiados ilegales, comunicando que ambos grupos son víctimas de una pobredumbre los mantiene en el mismo estado de deshumanización. Está realizada con una pulsación dramática, cercana al documental, que en pocas escenas abandona el realismo social cuando aborda las vicisitudes de los niños de la calle que han sido entregados al desamparo por unos padres irresponsables.

 
 

Zain Al Rafeea como Zain junto a sus hermanas. Imagen cortesía de Sony Pictures Classics.


La película relata la existencia de Zain al haber sido condenado a cinco años en prisión por apuñalar a un hombre. Se narra a través de escenas retrospectivas que describen la experiencia de Zain (Zain Al Rafeea) paralelamente a los testimonios que ofrece durante el juicio. Zain es un muchacho astuto, expresivo, franco y algo irreverente, con un sentido de lealtad y de ética muy por encima de los adultos que lo rodean. Vive con sus padres y con sus pequeñas hermanas en unos suburbios marginados en Beirut, donde se regodean con la desgracia y con el desorden, en los interiores de un apartamento sucio que se cae a pedazos. De día, transita las calles junto a su hermana Sahar (Cedra Izzam) recogiendo basura, robando alimentos en los supermercados y falsificando recetas para comprar pastillas de tramadol en varias farmacias con las cuales, luego de un meticuloso proceso, su madre vende a los drogadictos. También trabaja como repartidor para ganarse el salario en el mercadito de un tal Assad. Un día, Zain intenta huir con su hermanita Sahar para protegerla del peligro de un casamiento temprano arreglado por sus padres con Assad para escapar de su lamentable etapa socioeconómica, pero no puede impedirlo y huye enfadado en un autobús dejando su angustiosa subsistencia por detrás.

 

Zain Al Rafeea como Zain. Imagen pertenece a Sony Pictures Classics.


A partir de ese instante, la narrativa de la película coloca a Zain en una delicada balanza moral que endurece su conducta, casi como la de un adulto, al desempeñar un rol patriarcal cuando conoce a una mujer indocumentada de origen etíope llamada Rahil (Yordanos Shiferaw) que empleada como conserje en un parque de diversiones y que tiene una hija de un año llamada Yonas (Boluwatife Treasure Bankole). Sucede cuando Zain anda buscando trabajo y Rahil lo acoge en su humilde vivienda a cambio de cuidar a su hija cuando se va a laborar. Como la identificación falsificada de Rahil ha expirado es encarcelada por las autoridades libanesas para ser deportada, permitiéndole a Zain cuidar a Yonas, como si fuera el padre que ni él ni la bebé han tenido, en unas escenas que me rompen el corazón iniciando con el sacrificio de Zain para mantener a la inocente Yonas alejada de los peligros del hambre, la impotencia de Rahil al no poder hacer nada para remediar su situación migratoria, la intervención del manipulador villano Aspro (Alaa Chouchnieh) que falsifica pasaportes y se dedica a actividades muy oscuras que amenaza a los chiquillos indefensos, la introducción de Zain en la venta de drogas para ganar dinero, la supervivencia en las circunstancias más duras por los callejones de la penuria, el penoso intercambio de Yonas por un sueño efímero, el regreso a casa de Zain para escuchar la revelación de la muerte de su hermana Sahar a causa del embarazo, el intento de homicidio que envía a Zain a la cárcel y el proceso penal en el cual demanda a sus padres por su carencia de responsabilidad.

 

Zain Al Rafeea y Boluwatife Treasure Bankole. Imagen cortesía de Sony Pictures Classics.


Labaki consigue que sus actores, en su mayoría no profesionales, se sientan orgánicos interpretando a los olvidados del sistema que viven a la intemperie. Se destaca Yordanos Shiferaw como la madre que por las precariedades es obligada a abandonar a su hija, Alaa Chouchnieh como el malvado de mirada amenazante, Kawthar Al Haddad como la mamá de Zain y, especialmente, Zain Al Rafeea como el protagonista que encarna la efigie de la injusticia, de la honradez y de la dignidad. El naturalismo de ese crío logra contagiarme en todos los planos cuando denuncia la miseria a través de sus ojos, cuando solloza por la ausencia de cariño de los padres que nunca tuvo, cuando se frustra por las arduas condiciones en las que se encuentra, cuando es solidario con los más débiles, cuando sonríe frente a la luz esperanzadora de la cámara que le devuelve la voluntad de vivir. Es una actuación formidable.

 

Nadine Labaki y Zain Al Rafeea. Foto de Sony Pictures Classics.


Se me hace imposible no subrayar la importancia que tiene el título de la película con los textos que presenta. El epígrafe Capernaum, traducido al español como Cafarnaúm, significa ‘caos’ en árabe. Señala también aquella localidad bíblica que fue condenada por Jesús por el hecho de que se negaron a arrepentirse por sus pecados, a pesar de los "milagros" que practicó allí. En este caso, la metáfora de Labaki suplanta Cafarnaúm por una ciudad olvidada de Beirut (aunque fácilmente aplica a cualquier nación del mundo) para condenar los males vigentes impuestos por la pobreza, las consecuencias nefastas del matrimonio infantil, el tráfico humano, los efectos colaterales de la inmigración ilegal, los corolarios de la explotación infantil y las secuelas de la irresponsabilidad paternal, cartografiando el desconcierto y el dolor insostenible al que se someten esos pobres niños todos los días. Dado el contexto social, el material se puede abordar desde ópticas diversas.



Zain Al Rafeea como Zain. Foto de Sony Pictures Classics.


Puede que la película de Labaki sea ficción, pero lo que documenta con la tragedia del chaval desfavorecido tiene, en mi opinión, un ojo crítico que se sale de la pantalla. Para lograrlo se vale de algunos elementos estéticos destacables, como el gran plano general de los barrios rodado con la panorámica lente de los drones, la psicología de los colores azul y rojo en el vestuario de Zain y Yonas para enfatizar el choque entre la inocencia y la contingencia, la cámara en mano que encuadra a Zain en un plano medio por todos los rincones del distrito, el diseño de producción que recurre a locaciones reales para construir el desbarajuste del arrabal, la música empática que perfora mi sensibilidad creada por la banda sonora Khaled Mouzanar, la mezcla sutil entre el drama judicial y el cine de autor de carácter sociológico, el montaje que preserva la coherencia interna sin perder el ritmo en ninguna escena. Todo luce afinadamente sincronizado. Se me hace muy difícil observar el plano final en el que Zain pretende sonreír sin que se me escapen las lágrimas, es poderosísimo y esperanzador. Es un retrato impresionante, crudo y muy agridulce sobre los más vulnerables. Pocas películas del año me han conmovido como esta.



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Ficha técnica
Título original: Capernaum (Capharnaüm)
Año: 2018
Duración: 2 hr 06 min
País: Líbano
Director: Nadine Labaki
Guion: Nadine Labaki
Música: Khaled Mouzanar
Fotografía: Christopher Aoun
Reparto: Zain Al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Boluwatife Treasure Bankole, Kawthar Al Haddad, Fadi Kamel Youssef,
Calificación: 8/10


Tráiler de la película 


Sinopsis: Un hombre realiza una exhibición en la cual juega con sus múltiples cabezas.


Este cortometraje de Méliès presenta uno de los primeros usos conocidos de la exposición múltiple de objetos sobre un fondo negro en la película, un efecto especial que Méliès utilizó prolíficamente.


Ficha técnica
Título original: The Four Troublesome Heads (Un homme de têtes)
Año: 1898
Duración: 1 min 00 seg.
País: Francia
Director: Georges Méliès
Guion: 
Música: Muda
Fotografía: Georges Méliès
Reparto: Georges Méliès
Calificación: 8/10

Mira la película completa


Asisto muy entusiasmado a ver este remake de 'Aladino' de Ritchie, pensando en que viviría una vez más las sensaciones que me transmitía aquella película animada de Disney de 1992. Pero a la media hora me doy cuenta de que es un disparate que pone a prueba mi cuota de paciencia durante dos horas eternamente aburridas. La película trata la historia que me sé de memoria, pero ahora los personajes son de carne y hueso y Will Smith es el genio azulado generado por ordenador. Sitúa la acción ambientándose en un país árabe donde Aladino es un joven empobrecido, gandul y con una habilidad incomparable para robar lo que sea, que se enamora de la hija de un sultán, la hermosa princesa Jasmine. Para conquistarla asume el reto de ir a una cueva bien siniestra ubicada en el desierto para obtener una lámpara mágica que concede cualquier tipo de deseo. A partir de ese momento inicia una aventura tan seca y desabrida como la arena del desierto por el que transitan, en la que no me preocupo por otra cosa que no sea la hora de mi reloj. Quizá se destaca Smith como el genio encantador, pero me parecen de plástico desechable los personajes de Mena Massoud, Naomi Scott y Marwan Kenzari. No veo química alguna entre Aladino y Jasmine. Todo es apresurado, convencional, carente de emoción. El argumento es demasiado torpe y solo extiende una exposición mecánica en una aventura al servicio de lo previsible, de lo nimio, de lo superficial. Los decorados y el vestuario al menos son portentosos para mis ojos, aunque no puedo decir lo mismo de las canciones que me resultan molestas. Encierra en su interior un comentario ligero sobre el racismo, las diferencias de clases y la emancipación de la mujer. Es un producto rutinario sin nada de gracia.



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Calificación: 3/10



Las actuaciones de Tessa Thompson y Lily James me convencen en este drama con pinceladas de crimen y de neowestern que representa el debut como directora de Nia DaCosta, aunque la narrativa no tenga tanta pujanza. Ambas le aportan barrizal dramático a sus respectivas actuaciones como las hermanas que, debido a su inestable condición socioeconómica, se hallan atrapadas en el inframundo del tráfico de drogas y del aborto en una ciudad petrolera de Dakota del Norte. Interpretan a Deb y a Ollie. Una debe lidiar con la crianza de su pequeño hijo, la sorpresa de un embarazo no deseado y con la intervención del inútil exesposo que solo se la pasa bebiendo cerveza en el bar; la otra, por el contrario, se siente arrastrada hacia el abismo de la desesperación propiciada por el desempleo y su aparente libertad condicional, cosa que viola sin ningún problema vendiendo ilícitamente medicamentos canadienses a los residentes del pueblo. Deb depende de Ollie y la ve como una figura matriarcal. Las dos subsisten ante los infortunios de la vida. Mi problema con el argumento de esa historia es que, a pesar de que se trata la desdicha con un realismo social que es creíble, algunas decisiones narrativas lucen algo mecánicas anticipando las contrariedades de las muchachas. El brío y la tensión se esfuman. En la segunda mitad se me hace más previsible cuando la problemática se soluciona con una exposición artificial que resta importancia a la crisis de las protagonistas. Es, a mi juicio, muy acertado el estilo visual de la lente de Matt Mitchell, sobre todo al comunicar estados de ánimo con unos planos muy atmosféricos; aunque no puedo decir lo mismo de la desacertada y molesta música anempática de Brian McOmber cuando logra el efecto contrario. Es una película mediana sobre las dolencias sociales de la sociedad norteamericana.



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Calificación: 6/10



Sinopsis: Santa Claus entra por la chimenea de una casa mientras unos niños están durmiendo. Ambas imágenes se muestran simultáneamente, en un considerable logro técnico para la época.


Este cortometraje está considerado como una de las obras clave de la llamada escuela de Brighton. Es posiblemente la primera película sobre la Navidad. Según Michael Brooke de BFI Screenonline, "se cree que es el primer ejemplo conocido de acción paralela del cine y, cuando se combina con técnicas de doble exposición que Smith ya había demostrado en The Mesmerist (1898) del mismo año y Photographing a Ghost  (1898), el resultado es una de las películas británicas más visual y conceptualmente sofisticadas realizadas hasta entonces.


Ficha técnica
Título original: The Visit of Santa Claus
Año: 1898
Duración: 1 min 16 seg.
País: Reino Unido
Director: George Albert Smith
Guion: 
Música: Muda
Fotografía: George Albert Smith
Reparto: Dorothy Smith, Harold Smith, Laura Bayley
Calificación: 7/10

Sinopsis: En Estados Unidos, en la época de la Gran Depresión, en medio de un ambiente de terrible miseria, gentes desesperadas, de toda edad y condición, se apuntan a una maratón de baile con la esperanza de ganar el premio final de 1500 dólares de plata y encontrar, al menos, un sitio donde dormir y comer. Mientras los concursantes fuerzan los límites de su resistencia física y psíquica, una multitud morbosa se divierte contemplando su sufrimiento durante días.


Ficha técnica
Título original: They Shoot Horses, Don't They?
Año: 1969
Duración: 2 hr 09 min
País:  Estados Unidos
Director: Sydney Pollack
Guion: James Poe, Robert E. Thompson
Música: Johnny Green
Fotografía: Philip H. Lathrop
Reparto: Jane Fonda, Michael Sarrazin, Susannah York, Red Buttons, Gig Young,
Calificación: 8/10

Crítica breve de la película


Quedo totalmente desgarrado al ver esta película de Sydney Pollack, como si hubiese sido atropellado por un caballo en una pista de baile. El material que presenta, filmado en una sola locación, me parece triste, lóbrego, impactante. Adaptada de la novela del mismo título de Horace McCoy, narra la historia de un grupo de personas en la época de la Gran Depresión que, para huir de la pobreza, participan en un espectáculo que consiste en que varias parejas bailen continuamente de día y de noche hasta que los pies se lo permitan. Hay más de mil dólares en juego. Los protagonistas son Gloria y Robert, quienes aparentemente han tocado el fondo de la desdicha y deciden probar su suerte bailando. Ella, que aspiraba a ser actriz y que ha sido maltratada por la vida, tiene una personalidad cínica, irreverente y honesta; él, es un donnadie que soñaba con ser un director de cine. En un principio, el ambiente que se respira en el salón del bailoteo es optimista, pero a medida que avanza la competición me comienzo a sentir tan desesperado como ellos y me doy cuenta de que el show está montado para jugar con las quimeras de los infelices que lo han perdido todo y no tienen ni siquiera para comprar comida, los olvidados que viven en una atmósfera sórdida y claustrofóbica, con rostros pálidos y depresivos, angustiados y fatigados en casi todos los planos. Destaco el montaje frenético de Fredric Steinkamp cuando distribuye secuencias vigorosas en el escenario de danza, raccords inteligibles y un uso meticuloso de la prolepsis; el sonido diegético de una bocina que a modo de leitmotiv enuncia los estados de ánimo de los personajes; la magnífica banda sonora de Johnny Green. Encuentro formidables las actuaciones de Michael Sarrazin, Susannah York, Gig Young y, sobre todo, Jane Fonda en lo que posiblemente sea su mejor interpretación al ponerse, de manera metódica, en la piel de un ser humano que ha abandonado la esperanza. Con un estilo visual magistral, Pollack construye un retrato estremecedor, casi existencial, sobre los límites de la condición humana y las contrariedades socioeconómicas de los individuos que no pueden escapar del círculo de la miseria. Es una película excepcional. Quizá dure semanas pensando en lo que vi.  



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Sinopsis: Un anciano está cada vez más animado y borracho a medida que se bebe su botella de cerveza.


Este cortometraje está considerado como una de las obras clave de la llamada escuela de Brighton. La película de un solo plano muestra a Tom Green, según Bryony Dixon de BFI Films, "interpretando lo que se conoce como 'facial', que es una pieza directa a la cámara que muestra expresiones faciales cambiantes. La capacidad de acercarse a la estrella fue una gran ventaja que la película tenía sobre el escenario y los primeros cineastas estaban ansiosos por explotarla ".


Ficha técnica
Título original: Old Man Drinking a Glass of Beer
Año: 1897
Duración: 35 seg.
País: Reino Unido
Director: George Albert Smith
Guion: 
Música: Muda
Fotografía: George Albert Smith
Reparto: Tom Green
Calificación: 7/10

En mi crítica de esta semana comento 'La lavandería', película de Netflix dirigida por Steven Soderbergh.


The Laundromat



Hay algo que me causa cierta impresión en la nueva película de Steven Soderbergh estrenada en la plataforma de Netflix titulada The Laundromat. Comienza como un falso documental. Dos hombres bien vestidos rompen la cuarta pared y le hablan a la cámara. Uno es de procedencia alemana con un acento inglés, el otro es latino. Lo que tienen en común es que son abogados que narran, con mucho cinismo, los problemas del engranaje del sistema financiero. Yo observo cuidadosamente lo que dicen y me doy cuenta de que, a pesar de que se burlan del asunto, resulta que es una de las cosas más serias que siempre he pensado: los negocios escabrosos, la avaricia desmedida propiciada por el poder y el dinero sucio del lavado de activos están incrustados en la genética del homo sapiens desde tiempos inmemoriales. Ahora solo vemos las secuelas. Son los supuestos lobos que escalan la estratósfera de la competitividad capitalista caminando sobre las ovejas mansas que toleran la corrupción en todos los niveles de la sociedad.


Basada en hechos reales, concretamente con el escándalo de los famosos Papeles de Panamá,  La lavandería, como se titula la película en español, recurre ese dúo de legistas engañosos llamados Jürgen Mossack y Ramón Fonseca para concebir una antología de cuentos que tiene como propósito único destapar un comentario sobre la podredumbre socioeconómica de los órganos financieros y de las personas corrientes que sufren los efectos colaterales, abordando entre la ironía y la crítica social la descompostura con la que las figuras adineradas se valen de la artimañas financieras para escapar de las compromisos fiscales y burlarse de las vulnerabilidades de la estructura hacendística. Se narra repartiendo momentos entre la comedia y el drama biográfico, con un amplio collage de personajes, con diálogos locuaces, preservando el estilo particular de Soderbergh que he atestiguado en películas como Erin Brockovich, Traffic o Contagion, aunque llega a perder el ritmo en algunas anécdotas inconsistentes.




Meryl Streep en un fotograma de la película. Foto cortesía de Netflix.


El guion de la película está firmado por Scott Z. Burns (usual colaborador de Soderbergh) y describe, bajo una narrativa episódica, una serie de ocurrencias de personajes que están ligados a los fraudes de seguros. El primero es el de Ellen Martin (Meryl Streep), una viuda que pierde a su esposo Joe (James Cromwell) en el súbito naufragio de un bote en las cercanías del lago George en Nueva York y que, con mucha impotencia, intenta investigar la compañía de seguros dirigida por un tal Malchus Boncamper (Jeffrey Wright) que le niega la compensación porque, aparentemente, está siendo investigada por fraude. En el segundo un multimillonario africano soborna a su hija con la adquisición de una empresa tras descubrirse el romance extramarital que tiene con su amiga. El tercero dramatiza parte del incidente de Wang Lijun en China, donde un ejecutivo de negocios que lava dinero en el extranjero para unos chinos adinerados que laboran en el gobierno, es envenenado en una habitación del hotel de Chongqing, luego de exigir un precio bastante elevado por el blanqueo de dinero a través de una de las compañías imaginarias de Mossack.



Meryl Streep como Ellen Martin y Jeffrey Wright como Malchus Boncamper. Imagen de Netflix.


El extenso mosaico de personajes me parece adecuado para lo que delinea el argumento de coral y me coloca en estado de gracia cuando veo a la vulnerable Ellen Martin de la siempre fenomenal Meryl Streep enfrentarse a los zorros de saco y corbata que se han robado el derecho que le pertenece para proteger intereses oscuros. También la dupla interpretada por Gary Oldman y Antonio Banderas, quienes interpretan a los carismáticos Jürgen Mossack y Ramón Fonseca con una gallardía que se sale de la pantalla cuando elaboran los monólogos enriquecedores rompiendo la cuarta pared, defendiendo su posición amoral frente a sus víctimas y declarando, con un sentido de ironía sin precedentes, las precariedades del sistema económico asumida por la gente rica que conoce las reglas del juego de los impuestos y que usa el dinero como un producto en abundancia sin fecha de caducidad para su propio beneficio. La intervención de ambos es intermitente y muy necesaria. Sin embargo, cuando Mossack y Fonseca desaparecen fuera de campo para seguir administrando sus empresas fantasmas, me aburro al instante viendo chacharear a unos personajes secundarios que son innecesarios y que llegan a causarme una ligera distracción con los relatos salvajes del capitalismo narrados por los protagonistas.



Gary Oldman como Jürgen Mossack y Antonio Banderas como Ramón Fonseca. Imagen cortesía de Netflix.


Soderbergh, apoyado de la pluma de Burns y del libro de Jake Bernstein, entreteje la urdimbre del enredo financiero conectando la narración de todos esos personajes para formar un círculo de prontitudes fraudulentas, como si los vicios del dinero impúdico fuera una especie de broma infinita que se repite a escala internacional en cualquier país del mundo. Es el dinero que hace que el poseedor se vuelva loco y se olvide de esa palabra tan delicada que llaman moral. La sátira evocada por su discurso político puede lucir algo divertida (el crimen se glorifica de alguna manera), pero los delitos que relata me ponen a reflexionar seriamente porque le puede pasar a cualquiera, a los pobres infelices que se ganan el dinero honradamente sentados en una oficina y son manipulados vilmente hasta el día en que mueran por profesionales del engaño bancario. En el peor de los escenarios, dictamina que el dinero es el culpable de controlar nuestras vidas y de amplificar gran parte de los dilemas económicos existentes en la sociedad contemporánea.


Mi problema con esta película que se rodó en tan solo trece días no está de ninguna forma vinculado al texto político que, admito, es muy ecuánime retratando la crónica periodística de una farsa legal, sino por la falta de brío que percibo con la multitud de subtramas poco satisfactorias que solo buscan ampliar el panorama turístico cosmopolita sobre los actos ilícitos con personajes de relleno. La demasía de exposición luce trivial. Tengo la sensación de que la diatriba extravagante que veo ya me la han contado anteriormente. El mismo Soderbergh es un experto en relatar acciones escandalosas y estafas maestras, pero aquí la ligereza y la comicidad absurda apunta para otro lado cuando su dispersión metaficcional termina diciéndome que solo los individuos más íntegros tienen la capacidad de preservar la democracia ante los sucesos más impunes, cosa que noto de inmediato al ver un meticuloso plano secuencia que encuadra a Streep desplazándose hasta el plató para transformarse, simbólicamente, en la Estatua de la Libertad. Quizá la idea que comunica en su colección de historias de lavandería no está muy lejos de la realidad. Al final el encanto se esfuma.



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Ficha técnica
Título original: The Laundromat
Año: 2019
Duración: 1 hr 35 min
País: Estados Unidos
Director: Steven Soderbergh
Guion: Scott Z. Burns
Música: David Holmes
Fotografía: Steven Soderbergh
Reparto: Meryl Streep, Gary Oldman, Antonio Banderas, Jeffrey Wright,
Calificación: 6/10


Tráiler de la película 


Se me hace inevitable no ver con los ojos de la comparación esta película surcoreana de acción y de ciencia-ficción dirigida por Kim Jee-woon que se ha estrenado en la plataforma de Netflix, sobre todo porque se trata de una especie de remake del lóbrego y estilizado film de anime japonés 'Jin-Roh: la brigada del lobo', escrito por Oshii. Me animo. Enciendo la TV para ver de qué va la movida, sin olvidar de paso mi inseparable fundita de Doritos y una rica Coca-Cola. Enseguida me percato de que Kim toma los elementos visuales de la versión japonesa y traslada el argumento a un futuro distópico no muy lejano en Corea del Sur para contar la historia de un soldado solitario, perteneciente a unos escuadrones de la muerte que, aparentemente, ha perdido las emociones humanas al atestiguar los asesinatos en masa de gente inocente que exige sus derechos y se queda atrapado en un amplio conflicto burocrático que tiene como raíz la inestabilidad geopolítica de la zona. El asunto es que carece de sorpresas la trama del soldado acorralado por facciones policiales del gobierno y terroristas sectarios. Lentamente apunta para otro lado. Abandona el amplio material psicológico y filosófico presente en la original para ceder el paso a lo hueco, lo pueril, lo insustancial. Me resulta mecánico el desarrollo de la acción, con unos personajes de plástico que desecho enseguida cuando son víctimas de la traición, del poder y de los cuentos de Caperucita Roja, usualmente comunicándose con unos diálogos deslavazados. No obstante, subrayo las minúsculas secuencias de acción, la autenticidad del perturbador batallón del lobo y el soterrado discurso político sobre la posibilidad de la reunificación de Corea. Cuando me olvido de esos componentes me doy cuenta de que es un remake aburrido, convencional y excesivamente largo.



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Calificación: 5/10


Con 'La chica que saltó a través del tiempo', Hosoda aborda uno de los conceptos más desgastados del cine y lo transforma en una idea que, a mi parecer, se convierte en una tonta reiteración, un dialelo que agota mi paciencia como la arena de un reloj con la historia de la muchacha bondadosa e imaginativa que salta en el tiempo para su beneficio personal. Comienza en un instituto de preparatoria, donde la joven de nombre Makoto y sus amigos, Chiaki y Kosuke, se la pasan de maravilla invirtiendo su tiempo jugando béisbol después de las clases y haciendo tonterías que me dejan impávido. Ellos se preocupan por el futuro incierto que llegará cuando se separen y se marchen a estudiar a otras partes. Makoto se olvida de esas vicisitudes cuando misteriosamente recibe una extraña habilidad que le permite ir hacia atrás en el tiempo a la hora de brincar, cosa que utiliza para resistirse a los problemas típicos de la adolescencia y tener aventuras insólitas alrededor de sus seres queridos. Las acciones de Makoto, a pesar de que en algunas escenas son previsibles, funcionan para establecer un comentario de mayoría de edad sobre las decisiones basadas en las experiencias pasadas, el valor de los vínculos afectivos y el temor a la madurez. No encuentro tan ingenioso el argumento que encasilla los problemas de la joven, la narrativa es incapaz de resolver algunas paradojas internas laminadas por el bucle temporal de Makoto, los personajes acartonados son marionetas expositivas y el giro romántico del tercer acto es muy ligero para mi sensibilidad, aunque valoro el trabajo de montaje, la animación que me resulta bellísima delineando los contornos de los personajes y la ambientación que logra transmitirme cierta armonía. Lo peor de todo es que no puedo regresar en el tiempo para revertir mis horas perdidas.



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Calificación: 5/10