Crítica de 'Retrato de una mujer en llamas': amor a fuego lento

En mi crítica de esta semana hago un análisis que incluye en resumen la explicación del final de 'Retrato de una mujer en llamas', la película de la directora Céline Sciamma.





Como artista plástico, siempre he pensado en el carácter expresivo que posee el retrato. Me produce mucho placer retratar una cara que contiene mucho peso visual y que esconde interrogantes. El retrato bien ejecutado de un rostro humano refleja su esencia, lo que piensa, lo que siente, revelando en el lienzo sus sensaciones más profundas. Hay una cualidad casi hipnótica en los rasgos físicos del ser humano. Un rostro puede decir mil cosas con la mirada. Los ojos nunca mienten, como una sola imagen. Son los que se encargan de registrar la verdad de las cosas. Y el lienzo es el puente para manifestarlo. Puede haber alegría, decepción, miedo, enfado, tristeza, acompañados de una belleza sinigual como en los cuadros de Ingres, o de impresiones poco ortodoxas como las figuras que retrataba Ducreux. Es la llamada fisionomía de las emociones, que busca desentrañar los sentimientos humanos. Pero en la mayoría de los casos, como en las pinturas del rococó y el neoclasicismo, lo que prevalece en el retrato es la mirada fija, serena, con los labios apretados, de una persona que aparentemente tiene toda una historia por contar detrás de la seriedad que transmite. 

Ese pensamiento me ha invadido al ver Retrato de una mujer en llamas, la película francesa galardonada al mejor guion en el festival de cine de Cannes. Es el cuarto largometraje de la directora de Céline Sciamma. Ha sido elogiada por toda la crítica como una obra maestra, como si estuvieran asistiendo en vivo y en directo al descubrimiento del fuego. Yo digo, por el contrario, que es una película muy placentera, palpablemente feminista, edificada con un formalismo que me permite construir capas de lectura sobre la condición de la mujer y los derechos que le pertenecen dentro de una estructura social que rechaza cualquier nomenclatura heteropatriarcal. El argumento que traza es inteligente al equilibrar el drama y el romance. Cuenta con un amplio diseño de vestuario y con un estilo visual que le imprime una plasticidad rigurosa al encuadre. Su textura compositiva es meticulosa, academicista. Por momentos me confundo y pienso que cada plano se compone de varios lienzos. Me conmueve, además, porque relata la historia de una pintora y de una aristócrata que tienen un romance a puertas cerradas en los interiores de una casa en la que abundan los silencios que guardan verdades.


Noémie Merlant como Marianne. Imagen cortesía de Pyramide Films.


Con una auténtica reproducción de la época, la película se ambienta a finales del siglo XVIII. Una sucesión de primeros planos encuadra las manos y los rostros de varias jóvenes que dibujan lo que observan mientras una voz fuera del cuadro señala las indicaciones. Un plano medio encuadra a una mujer vestida de azul que sirve de modelo delante de una cortina con el patrón de la bandera francesa teñida de ese color. Se trata de la profesora de las muchachas. Se llama Marianne (Noémie Merlant) y es una artista reputada. Marianne detiene la clase para preguntar sobre una de sus pinturas que alguien ha colocado en la parte trasera del salón. De repente, se siente conmovida al ver el cuadro, sumida en los recuerdos. Una de las chicas pregunta por el nombre de la pintura. Ella, sollozando en un plano medio corto, le dice que se llama ‘Retrato de una dama en llamas’. Y comienza a recordar.


Noémie Merlant como Marianne. Imagen cortesía de Pyramide Films.


El racconto la coloca en un bote que navega hacia una isla en Bretaña. Una de sus telas se cae al mar y ella se lanza para recuperarla, comunicando que está dispuesta a morir por su arte. Ella es la única mujer en una barca rodeada de hombres, ubicada en la popa a espalda de ellos (indicando su estado de discriminación). Llega a la costa acompañada de un hombre en segundo plano que carga con sus materiales y luego la deja sola. Camina hasta la casa a pie cargando con su caballete donde espera ser recibida por la señora que le ha encargado pintar el retrato de una joven llamada Héloïse (Adèle Haenel), quien va contraer matrimonio con un noble milanés. Una criada la guía hasta su habitación. Se desviste frente al fuego para secarse mientras destapa los lienzos con los que va a pintar a la joven. Se le ve agachada de perfil fumando una pipa, atendida en el fondo por el lumbre y rodeada de dos lienzos en blanco que esperan secarse para ser pintados con el óleo del amor. Esa misma noche Marianne se entera de que Héloïse se ha negado previamente a posar para retratos, ya que no quiere casarse y que el antiguo artista no la pudo pintar completamente.


Noémie Merlant y Adèle Haenel. Imagen de Pyramide Films.


A partir de ese instante, el argumento se encarga de colocar a Marianne en el trayecto adecuado para pensar en la misteriosa joven, sobre todo cuando finge ser la compañera contratada de Héloïse para pintarla a escondidas usando a la sirvienta de modelo. Puede parecer indulgente, pero recordemos que es la narradora diegética y, por coherencia, debe estar presente en todas las escenas. El detonante, presumo, se evidencia cuando Marianne visualiza el cuadro inacabado que retrata a Héloïse con un vestido verde y la cara borrosa, un significado que indica que a Héloïse le han arrebatado la inocencia, y que anhela la esperanza y el cariño. Claramente necesita sanación para curar la soledad y el dolor más íntimo, cosa que Marianne reconoce de inmediato antes del primer acercamiento, en la escena en que conversa con la madre de Héloïse en la sala.


Noémie Merlant y Adèle Haenel. Imagen de Pyramide Films.


Me parece muy poética la manera en que se conocen. No hay prisa. Todo transcurre con parsimonia. La narrativa ejecuta las escenas con sutileza. Puedo citar algunas que me cautivan. La secuencia del encuentro en la que Marianne se da cuenta de la agonía de Héloïse al perseguirla, en un campo-contracampo, cuando esta pretende suicidarse lanzándose por el acantilado en representación de sus ansias de libertad, terminando la atracción instantánea con un discreto intercambio de miradas. La confianza que crece cuando Marianne toca el órgano como acto de confesión de los sentimientos que empiezan a manifestarse hacia Héloïse, dejando que el sonido de las notas musicales exteriorice lo que piensan al mirarse. La simbología en la que Marianne, manipulando el fuego de una vela, quema el retrato anterior (pintado por el hombre) para reafirmar los sentimientos hacia Héloïse extinguiendo su pasado.

Hay otras muy poéticas, como la recitación del mito de Orfeo y Eurídice que se superpone al amor naciente entre Marianne y Héloïse y el sacrificio que están dispuestas a afrontar. También, el paseo de Marianne, Héloïse y la criada, Sophie (Luàna Bajrami), a una reunión de mujeres que cantan y bailan, como un ritual de iniciación alrededor de una fogata, durante la cual el ropaje de Héloïse se incendia brevemente, al tiempo que intercambia una ojeada con Marianne que enuncian el capricho más pasional. El primer beso de Marianne y Héloïse en el interior de una cueva. Las noches apasionadas en la que hacen el amor frente a la chimenea incandescente. Las fantasmagóricas visiones que tiene Marianne sobre Héloïse vestida de novia, que describe su temor a perderla. Y, finalmente, el retrato terminado de Héloïse que sella el vínculo eterno entre ambas.


Adèle Haenel. Imagen de Pyramide Films.


Sciamma acomoda el simbolismo del color, primero, para enmarcar la psicología de Marianne y de Héloïse una vez que se enamoran en secreto, y, segundo, para edificar un discurso muy actual sobre lo que significa ser mujer en la sociedad francesa. Lo resalta con el guardarropa para subrayar el carácter dramático de los personajes que habitan el encuadre.

Héloïse, al igual que su madre, lleva puesto una indumentaria de color azul prusiano que denota características de personalidad como la dureza, la madurez, el entendimiento, la tolerancia, la independencia y la autoridad. Las pocas veces que su vestuario cambia para enfatizar su desarrollo interno, es en las escenas donde se pone el atuendo verde para ser retratada por Marianne, lo cual explica el optimismo repentino, la estabilidad afectiva, la dicha de ser feliz junto a su amante, llegando incluso a mostrar una sonrisa. Sophie, por su parte, es un personaje secundario que viste de color blanco para representar las causas nobles, su pureza, la existencia precaria de su fragilidad socioeconómica, mostrada, con mayor gravedad, en la escena en la que una mujer le practica un aborto, irónicamente, al lado de unos niños. Marianne, en cambio, se halla asociada a un color rojo que, así como el fuego, simboliza el calor, la pasión, el atrevimiento y el amor. Es el resorte emocional de todo el asunto. Y el color rojo no se separa de ella hasta que regresa al tiempo presente, donde viste del mismo azul que llevaba Héloïse como un gesto noble para recordar a la amada que perdió.


Adèle Haenel y Noémie Merlant. Imagen de Pyramide Films.


Con estos tres personajes, Sciamma construye un universo femenino basado en la comprensión mutua, el afecto y la solidaridad, estableciendo un principio de igualdad que fragmenta las clases sociales y que refuta las jerarquías de poder del hombre. El taller es su refugio. Su historia de amor es un tratado militantemente feminista sobre la identidad de la mujer, la filosofía del amor y las etapas del deseo. Cada una de ellas, representa una procedencia social dentro de la sociedad francesa. Sus colores constituyen la bandera de Francia. Son mujeres que tienen sueños, aunque desafortunadamente se ven oprimidas por el orden patriarcal (fuera de campo) que restringe sus quimeras de ser libre.

Admito que no me emociono al tope viendo el idilio de las protagonistas, porque me resulta algo dúctil, pero la película de Sciamma me obliga a reflexionar con todos los dispositivos narrativos que emplea en su puesta en escena. Está dotada de un lirismo etéreo, con imágenes de vigorosa factura que hablan sobre el amor, el arte y el recuerdo. Hay planos bellísimos, compuestos como un lienzo pintado alla prima. Y empatizo con las actuaciones orgánicas de Noémie Merlant y Adèle Haenel cuando su registro se pone en la piel de esas dos mujeres que se aman a fuego lento, transfiriendo un manantial de emociones con los gestos, los silencios y las miradas. Casi no tiene música, aunque rescato el movimiento de El verano, de Las cuatro estaciones, de Vivaldi, que metaforiza la tragedia de las dos mujeres. No creo que sea la película extraordinaria que muchos afirman que es. A veces, soy ajeno a sus sensibilidades. Es una película que me contagia más por su sólida estética.


Ficha técnica
Título original: Portrait of a Lady on Fire (Portrait de la jeune fille en feu)
Año: 2019
Duración: 2 hr 02 min
País: Francia
Director: Céline Sciamma
Guion: Céline Sciamma
Música: Para One, Arthur Simonini
Fotografía: Claire Mathon
Montaje: Julien Lacheray
Reparto: Noémie Merlant, Adèle Haenel, Luàna Bajrami,
Calificación: 7/10



Tráiler de la película



Crítica de la película 'Retrato de una mujer en llamas', dirigida por Céline Sciamma y protagonizada por Noémie Merlant, Adèle Haenel.

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