Sinopsis: Karim (Reza Najie) trabaja en una granja de avestruces en las afueras de Teherán. Lleva una vida sencilla y feliz junto a su familia en su modesta casa, hasta que un día una de las avestruces se escapa y Karim es despedido. Poco después, viaja a la ciudad para reparar el audífono de su hija mayor y le confunden con un mototaxi. Así, empieza a ejercer la que será su nueva profesión: desplazar a la gente y transportar bultos en medio de un denso tráfico. El nuevo oficio irá transformando el generoso y honesto carácter de Karim.


Ficha técnica
Título original: The Song of Sparrows (Avaze gonjeshk-ha)
Año: 2008
Duración: 1 hr 37 min
País: Irán
Director: Majid Majidi
Guion: Majid Majidi, Mehran Kashani
Música: Hossein Alizadeh
Fotografía: Tooraj Mansouri
Reparto: Mohammad Amir Naji, Maryam Akbari, Kamran Dehghan,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


'El canto de los gorriones' es una película muy conmovedora del director iraní Majid Majidi. Su realismo me golpea con sutileza al presentarme un retrato sobre la pobreza, el trabajo infantil y los sacrificios paternales, a través de un formalismo mesurado que dota al encuadre de metáforas y símbolos para que el discurso sociopolítico tenga pujanza. Se ambienta en Teherán y me cuenta la historia de Karim, un hombre que labora en una granja de avestruces en las afueras de la ciudad, realizando tareas que incluye el cuidado de las mismas. En medio de la labor, es llamado de urgencia por su familia cuando su hija mayor, que es sorda, pierde sus audífonos en un pozo. Poco después, ahorra para comprarle unos aparatos auditivos nuevos. Pero cuando uno de los avestruces se escapa es despedido del empleo. Y no le queda más remedio que ganarse la vida como motoconchista, transportando a todo tipo de gente en medio del denso tránsito de la metrópoli. En esa moto veo a Karim enfrentándose a cosas como la bondad, la desilusión, el regocijo y el sufrimiento propiciado por una condición socioeconómica muy desequilibrada, porque en medio de la desesperación necesita el dinero para sustentar a su familia. El alejamiento del núcleo familiar se simboliza de una manera inteligente cuando Majidi recurre a la elipsis para reemplazar las acciones y los sentimientos de los personajes por los avestruces, las frutas y los peces. Su estética lo amplifica con el plano subjetivo, el primer plano, el plano panorámico, los ruidos, la música costumbrista y los significados del color. La actuación de Reza Najie es estupenda como el padre generoso y autoritario que lo sacrifica todo por el bienestar de su familia. La escena de los peces muertos me saca lágrimas. No hay nada que no me parezca convincente. Es, a mi parecer, una película muy humana del cine iraní. 



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Sinopsis: Dos jóvenes hermanas huérfanas quedan retenidas por su ama de llaves y un compinche que intentan hacerse con el dinero que estas habían recibido por la venta de parte de su herencia.


Ficha técnica
Título original: An Unseen Enemy
Año: 1912
Duración: 17 min
País: Estados Unidos
Director: D.W. Griffith
Guion: Edward Acker
Música: película muda
Fotografía: Billy Bitzer
Reparto:  Lillian Gish, Dorothy Gish, Elmer Booth, Robert Harron, Harry Carey
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


'El enemigo invisible' es un buen cortometraje de Griffith. No puedo negar que me quedo enganchado viendo lo que presenta durante 15 minutos que pasan volando. Me parece relevante porque se trata de la primera aparición escénica de las hermanas Dorothy y Lillian Gish. En su debut, interpretan a dos hermanas que se quedan huérfanas cuando su padre, un médico reputado, fallece repentinamente. Su hermano mayor decide ir al banco con el fin de convertir los bienes heredados en dinero en efectivo. Pero como es un poco tarde, el banco se encuentra cerrado, por lo que se ve obligado a guardar el dinero en la caja fuerte que hay en la sala de su padre. Cuando el hermano se va a la oficina, deja a las hermanas al cuidado de la ama de llaves, aunque desconocen que el peligro se avecina cuando esta última tiene la intención de robar el dinero con la ayuda de un colega criminal. Ese detonante le sirve a Griffith para configurar una tensión implacable en la puesta en escena, utilizando el montaje paralelo para distribuir cuatro acciones separadas por el tiempo y el espacio bajo un ritmo muy consistente. Mantiene la teatralidad con los mecanismos del melodrama clásico, casi siempre con el plano general y el plano medio largo, pero va un poco más allá al utilizar el fuera de campo, el primer plano (la pistola en la mano de la mucama) y los gestos para enfatizar el sonido inaudible de los disparos. Las actuaciones, con una calculada expresividad, me resultan creíbles, destacándose las hermanas Gish como las damiselas atemorizadas, Grace Henderson como la malvada criada y Harry Carey como el ratero. La escena en la que la sirvienta borracha amenaza a las hermanas disparando con un revólver a través de un agujero en la pared es inolvidable. Es una buena película del padre del cine moderno.




Mira la película completa 


Sinopsis: En los años sesenta, el neozelandés Burt Munro se pasa años perfeccionando una moto Indian de 1920 con el fin de batir un récord de velocidad en las llanuras de sal de Bonneville (Utah).


Ficha técnica
Título original: The World's Fastest Indian
Año: 2005
Duración: 2 hr 07 min
País: Nueva Zelanda
Director: Roger Donaldson
Guion: Roger Donaldson
Música: J. Peter Robinson
Fotografía: David Gribble
Reparto:  Anthony Hopkins, Bruce Greenwood, Diane Ladd
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Tenía un tiempo sin ver una película de Anthony Hopkins tan agradable como 'Burt Munro. Un sueño, una leyenda', del director australiano Roger Donaldson. Su interpretación es el corazón de la cinta. Me llevo una sorpresa porque no esperaba emocionarme con la historia del viejo que persigue su sueño de correr en una motocicleta a altas velocidades. No sé nada de motocicletas, pero lo que veo aquí me conmueve. Su relato me hace reír, me saca lágrimas y me pone a cavilar. Se ambienta en los años 60 y describe la vida de Burt Munro, un señor carismático y muy humilde que es una especie de héroe popular en su pueblo natal de Invercargill, Nueva Zelanda. Su personalidad amigable le hace llevarse bien con todo el mundo. La realidad es que Burt es un genio de la mecánica automotriz y trabaja los engranajes de su antigua motocicleta Indian de 1920 con el fin de viajar a los Estados Unidos y romper un récord de velocidad con su moto en la pista de carreras de Bonneville. Su aventura de carretera me divierte mucho cuando se topa con un montón de gente rara que representa la otra cara del sueño americano. Las secuencias de carrera en las llanuras saladas de Utah me entretienen cuando el anciano lo sacrifica todo para probar que su motocicleta es la más veloz. Hopkins consigue una de sus mejores actuaciones, es bien creíble interpretando a Munro como el hombre amable y tenaz que no tiene nada que perder. La música de J. Peter Robinson amplifica la empatía que siento por el personaje. El pulso se mantiene a toda marcha. Es una película muy divertida sobre la bondad, la vejez y la muerte. Cuando termina, me deja una sonrisa en la cara al saber que ese hombre existió. 



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En mi crítica de esta semana hago un análisis que abarca en resumen una explicación del final de 'El acusado y el espía', la nueva película de Roman Polanski.




Desde que tengo uso de raciocinio, siempre me he visto cautivado por el caso Dreyfus, uno de los procesos judiciales más polémicos de la historia francesa del siglo XIX. El caso comenzó a finales de 1894, cuando el capitán del ejército francés de origen judío, Alfred Dreyfus, fue acusado de espionaje y de alta traición por un tribunal militar, controlado en parte por unos militares nacionalistas de carácter antisemítico. El pobre hombre se declaraba inocente de todos los cargos, pero injustamente fue condenado a cadena perpetua en una cárcel aislada en la Isla del Diablo. Hasta ese momento, toda la clase política del colectivo francés se mostraba en contra del convicto. Al año siguiente, el coronel Georges Picquart descubrió algunas irregularidades al encontrar unas cartas dirigidas a la milicia alemana con el nombre de Esterházy, un oficial francés con fuertes rasgos antisemitas que, efectivamente, era el verdadero espía que compartía los secretos clasificados de los franceses. El hallazgo de las pruebas en manos de Picquart, que evidenciaba la inocencia del imputado, no solo dividió a Francia durante 12 años, sino también al panorama político internacional. Se convirtió en un todo un hito moderno sobre la xenofobia y la iniquidad estatal.


El caso de Dreyfus se ha llevado en varias ocasiones al cine, siendo la última El oficial y el espía, de Polanski, la cual tuve la oportunidad de ver y me ha conmovido bastante. Su película, ganadora del Premio del Jurado en el Festival de Cine de Venecia, se titula J’accuse en francés, tomando como referencia el artículo escrito por Émile Zola en 1898 que provocó una crisis sociopolítica sin precedentes en Francia. La protagoniza un puntual Jean Dujardin. Es un drama histórico que aborda el caso desde la óptica de Georges Picquart, el oficial honesto que intenta por todos los medios posibles esclarecer la verdad que se encuentra oscurecida por las falacias. Funciona casi como una narrativa de suspenso cuando el protagonista va construyendo las piezas del rompecabezas, adornada de paso por los mecanismos habituales del drama legal. Lo consigue con una auténtica reproducción del período, una buena música de Alexandre Desplat y con una historia que se aleja en cualquier instante del sentimentalismo.


Todo lo que veo me emociona, pero también me pone a pensar cuando observo una cuidadosa metáfora sobre la injusticia y la inmoralidad de un aparato jurídico, algo que de algún modo comparte ciertos paralelismos con los problemas legales que ha encarado al cineasta.




Louis Garrel como Alfred Dreyfus. Imagen cortesía de Gaumont. 


La película, firmada con un guion de Robert Harris (autor también de la novela del mismo título), inicia en el año 1895. Un gran plano general encuadra a unos soldados en un día nublado que simboliza la pesadumbre. Un ligero reencuadre los sigue hasta que llegan adonde están sus superiores. Montado en su caballo, el general desenvaina su sable y ordena a todas las facciones que presenten armas. Enseguida un oficial subalterno lee la sentencia hecha por el Consejo de Guerra del Gobierno militar de París, que es escuchada por los cientos de oficiales presentes en el campo. Por decisión unánime encuentran culpable al capitán Alfred Dreyfus (Louis Garrel) por traicionar al Estado, condenándolo a ser deportado a una prisión en un atolón remoto y a la degradación militar. Un plano medio corto muestra a Dreyfus, invadido por el rostro de la desilusión, aceptando su destino. La plebe pendenciera lo abuchea, diciendo cosas como “¡A la muerte! ¡traidor!”. Entre la muchedumbre aparece Georges Picquart (Jean Dujardin), que observa al penado “como un sastre judío, llorando por el oro que perdió”.


Jean Dujardin y Hervé Pierre. Fotograma de Gaumont.

Después de esa escena, Picquart es ascendido al rango de coronel y jefe de la sección de contraespionaje, convirtiéndose en el soldado más joven en adquirir dicha posición. En una reunión campestre, similar al lienzo del ‘Desayuno en la hierba’ de Manet, conversa con unos colegas y recuerda la época en que era profesor de Dreyfus, reconociendo sus aptitudes sin caer en el pecado de la discriminación antisemita y diciéndole en su cara que no le agradan los judíos. Más tarde, en un breve recorrido por su nueva oficina sospecha que sucede algo extraño con las correspondencias que son investigadas por sus subordinados. Le hace preguntas a todos, como si se tratara de Sherlock Holmes investigando una cloaca gubernamental. Múltiples pistas amplifican sus dudas, particularmente la dicotomía entre una carta que supuestamente pertenece a Dreyfus y los fragmentos de un telegrama enviado por el agregado militar alemán a un tal Esterházy (Laurent Natrella). Al realizar una minuciosa comparación tipográfica, comprueba que la escritura es la misma que la del documento atribuido a Dreyfus, por lo que concluye que el imputado es inocente y que el espía es Esterházy.


Jean Dujardin como Georges Picquart. Foto de Gaumont.

Picquart es un personaje que me resulta cautivador porque su honestidad y el sentido del deber amplían su motivación. Está desarrollado con ingenio. El bigote que adorna su cara y su personalidad fría y calculadora me recuerda al detective Hércules Poirot. Es un hombre reservado, de naturaleza meditabunda, motivado por el orden establecido por la justicia y la veracidad de los hechos. Mira todo con un ojo crítico. Y huele las mentiras de los subordinados a menos de un metro de distancia. Pero tampoco es que sea un santo. En sus ratos libres disfruta estar con su amante Pauline Monnier (Emmanuelle Seigner), una mujer casada con un burgués. La única explicación por la que ayuda a Dreyfus es para desentrañar la corrupción burocrática que prolifera en las altas esferas del poder procesal, cosa que evidencia con una multitud de contradicciones sembradas en el cuerpo militar por razones políticas e ideológicas. Su causa está sujeta a la ética. Como es incorruptible, no le tiene miedo a la suspensión de su carrera militar ni a las maquinaciones perversas de los arquitectos del escándalo que luego inician una caza de brujas en contra su figura para apartarlo de la investigación.


El relato se describe desde el punto de vista de Picquart. Hay raccords sutiles que destacan lo que piensa, especialmente en los planos subjetivos de las misivas cargadas contra Dreyfus. Los silencios amplían sus deducciones. La analepsis lo invita a rememorar el pasado del caso de Dreyfus cada vez que mira el mensaje enmarcado y se acuerda de los testimonios durante el juicio. A medida que la investigación avanza, se establece una conexión entre los rudimentos del caso Dreyfus y el presente de Picquart, cuando este analiza las pruebas que legitiman la tropelía.



Mathieu Amalric y Jean Dujardin. Imagen de Gaumont.


Este mecanismo le permite a Polanski fabricar una alegoría sobre la moralidad de los individuos y la descomposición de las instituciones que administran el sistema legislativo. Presenta a Picquart, Dreyfus y sus partidarios (incluyendo a Zola) como los únicos sujetos honestos que se enfrentan a las injusticias y persiguen la verdad, en un país conservador donde por cuestiones xenófobas se prefiere sacrificar a un absuelto con tal de proteger los intereses nacionalistas. Los generales y los jueces, no obstante, son mostrados como burócratas inescrupulosos proclives a la trola, a los prejuicios y al antisemitismo. Son unos soeces condicionados por ideologías fascistas. Pero a mi parecer no todo termina ahí.



Jean Dujardin y Emmanuelle Seigner. Fotograma de Gaumont.


Hay una segunda lectura de índole intertextual entre el caso Dreyfus y las secuelas del caso de abuso sexual de Polanski. Es posible que el realizador, que también tiene ascendencia judía, emplea la crónica del caso Dreyfus para subrayar que el daño de su imagen y la persecución que hay en su contra se debe, en efecto, a la campaña de odio y de calumnias propagada por la prensa amarilla al servicio de la corrección política y por la gleba que exige un linchamiento público para adornar los encabezados de la posverdad. Hechos que parecen repetirse en dos épocas distintas por el antisemitismo que actualmente predomina en la sociedad francesa.


Esta es la raíz, presumo, de una polémica de gente que malinterpreta el discurso de la película, viendo el episodio de Dreyfus como el vehículo perfecto de una parábola de la biografía de Polanski y las acciones procesales que ha enfrentado al huir de la ley, como si se escudara detrás de la efigie de Dreyfus con el único propósito de señalar su propio victimismo y la entereza manipulativa del veredicto que lo persigue. Quizá sea una víctima de las farsas mediáticas, pero lo cierto es que es que sería contradictorio establecer un símil con Dreyfus, sobre todo porque Polanski se declaró culpable por el delito de tener sexo ilegal con una menor y al poco tiempo se escapó. Es un prófugo de la justicia que espera la condena. Nunca fue inocente del todo.



Jean Dujardin como el coronel Picquart. Fotograma de Gaumont.


Dejando de lado la controversia, creo que El oficial y el espía es la película más sólida dirigida por Polanski en más de una década. Es notable también el hecho de que es hasta la fecha la única representación cinematográfica del caso Dreyfus en el siglo XXI. Lo que narra me emociona, pero también me produce indignación al darme cuenta de que todavía le puede pasar a cualquiera. Su estilo visual es depurado, el ritmo prevalece durante dos horas de metraje y la actuación Dujardin es muy escueta cuando se separa de todo histrionismo para imprimirle credibilidad al protagonista. No creo que esté a la altura de sus grandes obras, pero el director de El pianista y El escritor fantasma logra sorprenderme con una trama que saca lo mejor del thriller detectivesco y el drama judicial.



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Ficha técnica
Título original: J'accuse
Año: 2019
Duración: 2 hr 06 min
País: Francia
Director: Roman Polanski
Guion: Roman Polanski, Robert Harris
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Pawel Edelman
Montaje: Hervé de Luze
Reparto: Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois,
Calificación: 7/10



Tráiler de la película


Justo ahora terminé de ver 'Jo Pil-ho: el despertar de la rabia', la nueva película del director surcoreano Lee Jeong-beom que se encuentra en Netflix. Es una cinta policial que tiene buenas intenciones con la trama del policía que intenta desmantelar una barahúnda corporativa, pero que de algún modo carece de la suficiente pujanza para sorprenderme. El protagonista de la historia es Jo Pil-ho, un detective de la policía que a veces camina sobre el fango para resolver los crímenes, recurriendo a métodos sucios para lograr sus objetivos. Es un oficial corrupto involucrado en un negocio inmobiliario. En medio de un robo a un depósito policial junto a un subalterno tonto, se da cuenta del siniestro plan de una corporación para cubrir un escándalo multimillonario de unos empresarios corrompidos. Lo que pasa lo he visto muchas veces con mejores resultados. Hay suspenso, violencia y secuencias de acción, pero se ejecutan de forma convencional. El montaje ensambla todo de manera precipitada. El manejo de la elipsis es un poco abrupto, al igual que la analepsis del protagonista para descifrar el pasado. Abundan los insertos. El rompecabezas carece de cohesión. Algunas escenas parecen repetirse cuando Jo avanza en el caso dando vueltas por los mismos lugares. Casi no me da tiempo a dilucidar lo que pasa en un plano. La trama del policía sumergido en la conspiración sirve para construir un texto sobre la corrupción y los límites del poder empresarial. Aunque la actuación de Lee Seon-gyun es sólida como el policía corrupto con una moral ambigua, los secundarios son algo blandos a la hora de elaborar los diálogos y el registro expresivo de sus personajes. Al rato me olvido de Park Hae-joon como el villano prepotente, o de Jeon So-nee como la adolescente problemática. Presiento que solo se repone en el clímax, cuando se emplea la brutalidad para solucionar el problema.



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Calificación: 6/10

Sinopsis: Un grupo de ladrones roba los fondos que una rica heredera tiene depositados en un banco. Pero, durante el atraco, uno de ellos resulta herido. El cabecilla de la banda debe enfrentarse al comisario Coleman, que es uno de sus mejores amigos.


Ficha técnica
Título original: Un flic
Año: 1972
Duración: 1 hr 38 min
País: Francia
Director: Jean-Pierre Melville
Guion: Jean-Pierre Melville
Música: Michael Colombier
Fotografía: Walter Wottitz
Reparto:  Alain Delon, Richard Crenna, Catherine Deneuve,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


'Crónica negra', la última película de Melville, no está a la altura de sus mejores obras como El confidente, El samurái y El círculo rojo, pero a mi parecer su trama de policías y ladrones es tan escueta que disfruto cada minuto de su puesta en escena. La protagoniza Alain Delon, haciendo esta vez de inspector. Le acompaña también Richard Crenna en un rol secundario como el bandido profesional. Ambos representan los bandos de la ley que colisionan. La historia narra las labores de Edouard Coleman, un policía de París con un sentido de deducción agudo, cansado de llevar una vida entera investigando crímenes violentos que no paran de entrar en su oficina. Paralelo al quehacer investigativo de Coleman, un grupo de maleantes roba un banco, pero durante el atraco uno de ellos resulta herido de bala. Coleman inicia la investigación para atraparlos, aunque desconoce que el cabecilla de la banda, Simón, es su amigo, dueño del club nocturno que siempre visita y novio de Cathy, la bella rubia con la que mantiene un romance. La narrativa emplea los mecanismos usuales del neo-noir a la hora de describir la odisea del policía que intenta atrapar al ladrón, aunque la estética de Melville consigue un estilismo que hace que el relato sea contagioso. Hay atmósferas urbanas, música de jazz, gabardinas, mujeres fatales, silencios, miradas, tiroteos, hurtos sofisticados, intriga fatalista. Ejecuta mucho el primer plano, el campo-contracampo, picado-contrapicado y los planos subjetivos para amplificar las intenciones, las sospechas y las emociones intrínsecas de los personajes. Las actuaciones son sobrias, destacándose Delon como el oficial perspicaz, Crenna como el maleante inescrupuloso y Catherine Deneuve como la amante fatal. La secuencia del robo del banco es bien tensa, así como la magistral secuencia de casi 20 minutos del hurto en el tren. Debajo de la simpleza, veo una sólida película policial sobre el significado ambiguo de la traición y el deber moral. 



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'Las aventuras de Dollie' es un cortometraje mudo que supone el debut como director de D.W. Griffith para la Biograph Company. La filma junto a su director de fotografía predilecto, Billy Bitzer. Tuve la oportunidad de verlo en el catálogo en línea de la Librería del Congreso de los Estados Unidos. Y vale la pena analizarlo por cuestiones de carácter histórico. Aunque encuentro correcta la forma en la que narra el relato, no me parece que tenga la pujanza que está presente en otros cortos del período y, sobre todo, de la filmografía temprana de Griffith. Lo protagonizan Arthur V. Johnson y Linda Arvidson, la esposa de Griffith. Ellos interpretan a un padre y a una madre que un día de verano cualquiera se van de paseo con su hija, Dollie, para disfrutar de la naturaleza a orillas de un río. El padre sale un momento fuera de campo para buscar algo, dejando solas a su esposa y a Dollie. En ese momento, un vendedor ambulante gitano intenta aprovecharse de la situación para robarle las pertenencias, pero es detenido por el padre, que llega justo a tiempo para golpearlo. Tiempo después, Dollie juega con su padre, pero al dejarla sola nuevamente, es secuestrada por el gitano y su esposa, quienes ahora la esconden en un barril que, para colmo, termina cayendo al río con la pequeña en el interior. La narrativa es, a mi entender, ligeramente previsible, funcionando casi siempre con los mecanismos teatrales y melodramáticos comunes de la época, añadiendo la moraleja como hilo conductor de la trama. Griffith encuadra la acción con el gran plano general, y preserva el ritmo en un metraje de doce minutos con una acertada continuidad. Emplea el montaje de tiempos alternativos con cierta timidez, pero se nota claramente la técnica que luego se convertiría en maestría. Es una película aceptable del padre del cine moderno.


Calificación: 6/10




Sinopsis: Un magnate codicioso que intenta acaparar el mercado mundial de trigo, destruyendo las vidas de las personas que ya no pueden permitirse el lujo de comprar pan.


Ficha técnica
Título original: A Corner in Wheat 
Año: 1909
Duración: 14 min
País: Estados Unidos
Director: D.W. Griffith
Guion: D.W. Griffith y Frank E. Woods
Música: película muda
Fotografía: Billy Bitzer
Reparto:  Frank Powell, Grace Henderson, James Kirkwood
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Continuando con el catálogo de cortometrajes de Griffith vi 'El valor del trigo', una película que, a mi parecer, es muy importante por dos razones. La primera es por implementar tempranamente el montaje paralelo con dos acciones que se describen simultáneamente separadas por tiempo y espacio, añadiendo cierta solidez y cohesión a la continuidad del relato. La segunda es en parte porque se trata de una de las primeras películas de carácter político del director, pues al principio Griffith evitaba coquetear con el material de denuncia en sus trabajos. Aquí consigue un discurso sociopolítico componiendo una metáfora sobre las consecuencias de la avaricia y las desigualdades sociales que están presentes en los campesinos desamparados que no tienen ni para comprar el pan que ellos mismos producen con sus manos trabajando al servicio de los magnates caprichosos. Narra la historia de un hombre adinerado y codicioso al cual apodan "El rey del trigo", el cual decide monopolizar el mercado mundial de trigo para que su fortuna crezca desmedidamente. Sus acciones duplican el precio del pan, obligando a los miserables y a los pobres a formar líneas de caridad para comprar el pan a un precio altísimo, algunos de ellos incluso son granjeros que trabajan como productores de granos de trigo, cosa que se amplifica en la escena de la panadería con un simbólico tableau vivant donde los personajes se quedan encuadrados casi como si estuvieran congelados. Es muy sorpresivo el contraste entre los de abajo que laboran para cultivar el trigo y la gente de rica de arriba que vive una acomodada. De los intérpretes destaco la expresiva actuación de Frank Powell como el magnate del trigo que es víctima de la codicia. No creo que sea una de las mejores películas de Griffith, pero es una disfrutable que invita a reflexionar sobre la sociedad.



Mira la película completa 


En mi crítica de esta semana comento 'First Love', la nueva película de Takashi Miike.



Con una filmografía de más de 100 películas, el cine del prolífico director japonés Takashi Miike es uno que a mi parecer todavía se sigue reinventando. Miike es conocido por un estilo transgresor que imagino que a los espectadores más sensibles les podría provocar desmayos, o en el peor de los casos, una sucesión de infartos. En una entrevista Miike afirmó que su madre fue a ver Ichi the Killer junto a unos amigos sin saber de qué se trataba y al salir de la proyección le dijo: “pero ¿qué has hecho?” La realidad es que es un cineasta que no se anda con pendejadas. Va al grano. Su estética empuja la censura hasta lo limítrofe. Puede contener violencia extrema, un sentido del humor retorcido, perversiones sexuales, realismo mágico y una acción que es tan potente como caricaturesca, además de caracterizarse por mezclar los géneros como el crimen, el suspenso, el terror y la comedia. Sus personajes por lo general son criminales extranjeros y miembros de la yakuza atrapados en un círculo de coincidencias, alevosía y resarcimiento, impulsados casi siempre por un ambiguo sentido del honor. Algunas veces me aburre con películas que prefiero no recordar, pero en otras logra entretenerme cuando se mantiene fiel a sus raíces formales.


El realizador de películas como Fudoh: the New Generation y Cementerio Yakuza regresa al territorio que le pertenece en First Love, su película más reciente. La quería ver desde hace un tiempo. Se ha estrenado en diversos festivales de cine de todo el mundo, pero como me desespero fácilmente me vi obligado a rastrearla por los callejones más oscuros del Internet para verla en la comodidad de mi casa. Y valió la pena. Me entretiene durante más de una hora y media que arranca con una apertura trepidante que no me alcanza ni para pensar en otra cosa que no sea la historia que veo en pantalla. Es hilarante, caótica, ultraviolenta. Establece una fusión genérica muy novedosa entre el romance, la comedia, el thriller y la acción. En su narración pasan cosas rarísimas que me sorprenden mucho cuando un boxeador, una prostituta, un policía, unos chinos de la tríada y unos yakuza se cruzan por el camino y se ven implicados en un anillo de brutalidad desatado por un tráfico ilícito de drogas. Lo que sucede ya lo he visto antes, pero Miike me ayuda a olvidarlo porque, con esa plétora de personajes motivados por la ética más turbia, evoca el estilismo visual de sus clásicos del cine yakuza sin agotar en ningún momento su fuselaje rítmico.




Masataka Kubota como Leo. Foto cortesía de Signature. 


El guion lo firma el usual colaborador de Miike, Masa Nakamura. La trama al principio se me hace un poco complicada de seguir, pero cuando los detonantes establecen el conflicto inteligentemente, me acomodo y la disfruto. Cuenta el periplo de Leo (Masataka Kubota), un joven boxeador que anhela la gloria. Leo se gana la vida trabajando en un restaurante chino en Kabukichō para costear su carrera de boxeo. Ha ganado unas cuantas peleas, pero luce indiferente ante los triunfos. Un día pasa por una dificultad cuando es noqueado del cuadrilátero por un tumor cerebral descubierto recientemente por un doctor, el cual le dice que no tiene esperanzas de sobrevivir y que su profesión como boxeador se ha terminado. La noticia lo coloca en un estado meditabundo por las calles de Tokio.


Paralelamente a las acciones de Leo, una muchacha llamada Yuri usa el seudónimo de Mónica (Sakurako Konishi) y se ve forzada a prostituirse y a consumir drogas para saldar las deudas de su padre abusivo. Es mantenida como prisionera en un apartamento que también es utilizado como un centro para el intercambio de drogas por un yakuza llamado Yasu (Takahiro Miura) y su novia Julie (Becky). Pero Yuri no sabe que está en peligro, pues un yakuza, Kase (Shota Sometani), y un policía corrupto, Ōtomo (Nao Omori), planean utilizarla como carnada para esquematizar un contrabando de drogas. Ōtomo saca a Yuri de la vivienda por la fuerza. Ella huye despavorida mientras Ōtomo la persigue, pero se encuentra por coincidencia con Leo, quien en seguida golpea a Ōtomo en la cara al dilucidar que este intenta hacerle daño a la chica desconocida. Leo decide acompañarla, aunque desconoce que le espera una noche enormemente salvaje.



Shôta Sometani y Nao Ohmori. Imagen de Signature. 


Los personajes, sospecho, reflejan las inquietudes habituales del cine de Miike cuando sus decisiones se construyen a partir de la venganza, la traición, la codicia y el honor. Son estereotipos que coexisten en un mundo alevoso y desolador. Y están sólidamente interpretados. Kubota interpreta a Leo como el hombre correcto guiado por sus ideales, desilusionado por las trampas del destino, que se siente atraído hacia Yuri precisamente porque comparte el dolor del desamparo, al haber sido abandonado por su familia desde que era un niño. Konishi convierte a Yuri en la muchacha sensible resquebrajada por el pasado y una crisis de identidad que es su único refugio para olvidar las penas, reflejado en parte por sus demonios internos (la drogadicción), las alucinaciones que tiene de su padre en pantaloncillos (un simbolismo de que comunica que fue abusada física y psicológicamente) y de un antiguo compañero de clase que fue su primer amor. El romance entre Leo y Yuri florece en medio de una noche enredada que funciona para amplificar sus sentimientos cuando son perseguidos a tiro limpio por las tríadas y los yakuza.



Los yakuza de Gondō. Imagen de Signature. 


Hay otros secundarios que me parecen contagiosos. El primero es Sometani como Kase, quien representa al yakuza mentiroso y avaricioso alejado de cualquier norma de la organización, como si fuera una víbora que solo busca traicionar a todos, robando las drogas para instaurar su propio negocio; su impulsividad desmedida es la catarsis de todo el problema. El segundo es Omori como Ōtomo, el policía corrompido que no mide las consecuencias y es un poco torpe. Y el tercero es Seiyo Uchino como Gondō, el yakuza que es el líder imperturbable, frío y apegado a las reglas del deber y al código de justicia de su katana, cosa que justifica en la persecución cerca del clímax cuando se sacrifica para que Leo y Yuri puedan escapar, consiguiendo así la redención por los crímenes que cometió años atrás.



Sakurako Konishi y Masataka Kubota. Imagen de Signature.


Miike le imprime una energía implacable a cada secuencia de la película. La más significativa es, la climática confrontación que tiene lugar en los interiores de un supermercado cerrado, donde Leo y Yuri intentan salir vivos de una guerra a muerte entre las dos pandillas y su primera cita termina en un baño de sangre con la llegada de los agentes policiales. Hay persecuciones, tiroteos sangrientos, duelos de espadas, decapitaciones, desmembramientos con un toque cómico y hasta una escena de escape ejecutada con una animación muy colorida. Con una metáfora pone al amor por encima de la violencia. El montaje es muy acertado cuando emplea los tiempos alternativos y el tratamiento de la elipsis para contar las contrariedades de esos individuos en tan solo un día, así como la analepsis que acentúa los traumas remotos. Quizá por tratarse de una historia de amor nunca llega a alcanzar la cuota de violencia exagerada de sus otras obras, pero lo cierto es que no deja de impactarme en ninguna escena por el carácter absurdo y frenético de su relato pulp. Tomando el título de forma literal, se trata más bien de un homenaje al cine yakuza que es, más que nada, el primer amor del director japonés. 



Streaming en:



Ficha técnica
Título original: Hatsukoi
Año: 2019
Duración: 1 hr 48 min
País: Japón
Director: Takashi Miike
Guion: Masa Nakamura
Música: Kôji Endô
Fotografía: Nobuyasu Kita
Montaje: Jonathan Morris
Reparto: Masataka Kubota, Shôta Sometani, Nao Omori, Jun Murakami
Calificación: 7/10



Tráiler de la película


Buscando una película ligera que me entretenga para olvidarme del encarcelamiento domiciliario, me puse a ver 'Sonic la película', la adaptación de la popular saga de videojuegos de Sega que vengo jugando desde que tenía cabello y que trata las aventuras de un erizo azul que es tan veloz como un rayo. Pero he vuelto a meter la pata. No sé quién es que me dice que vea estas películas. Lo único que sé es que la dirige un tal Jeff Fowler. Es un disparate que me aburre durante una hora y media sin ninguna intención de abandonar el efectismo aparatoso y la trama rutinaria repleta de clichés de toda clase para poder avanzar por el carril más fácil. Cuenta la historia de Sonic, un erizo alienígena de pelaje azul que es enviado a la Tierra por circunstancias trágicas y tiene que acostumbrarse a vivir en el anonimato. Como posee la habilidad de poder correr a velocidades supersónicas se adapta a la cotidianidad terrestre en el pueblo de Green Hills. Por diversos problemas, se une al alguacil local, Tom Wachowski, para escapar de las fuerzas secretas del gobierno lideradas por Ivo Robotnik, el científico loco que anhela robar sus poderes. Cuando todo eso sucede, la acción avanza tan rápido como un maratonista y no me da tiempo ni para simpatizar por el héroe raudo de los tenis rojos. Los chistes y los diálogos sarcásticos de Sonic no me producen gracia, al igual que la mayoría de los personajes secundarios. Tampoco me divierten las referencias de los juegos ni el diseño del protagonista. No puedo ni contar una escena que sea entretenida. Lo que rescato, no obstante, es la alocada presencia de Jim Carrey como el villanesco Dr. Eggman y la canción original 'Speed Me Up', la cual me resulta contagiosa. El producto luce apresurado. Es otra película fallida de videojuegos.



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Calificación: 3/10




Para tratar de celebrar el aniversario de Charlie Chaplin me puse a ver ‘Kids Auto Races at Venice’, el cortometraje mudo dirigido por Henry Lehrman que marca la primera aparición de Chaplin como el legendario Charlot y la segunda vez que lo personificó (la película fue filmada después de ‘Mabel's Strange Predicament’, pero se estrenó dos días antes). Se hace notar desde el primer fotograma, luciendo las características especiales como el pequeño bombín sobre su cabeza, el bastón elástico, los pantalones anchos, el abrigo ajustado, el par de zapatos enormes y el bigote de cepillo de dientes que adorna su rostro. La historia coloca a The Tramp en la celebración de una carrera de autos para niños en Venice, California, donde le hace la vida imposible al camarógrafo que filma la corrida, situándose en el centro de la cámara cada vez que este intenta filmar el evento. Aunque las acciones del personaje parecen repetirse constantemente durante los seis minutos de metraje, la actuación de Chaplin logra hacerme reír minúsculamente cuando sus travesuras lo convierten en un impertinente profesional y se pone en el medio de cada composición. No lo encuentro a la altura de sus mejores obras, quizá por tratarse de su origen, pero destaco su registro cuando desarrolla los gestos clásicos del personaje, logrando una simbiosis entre la ingenuidad y la rebeldía que me resulta contagiosa. La película es más interesante, no obstante, por la aparente continuidad del relato y la manera en la que Lehrman utiliza una economía de recursos visuales como el campo-contracampo, el reencuadre, el plano general y el plano subjetivo para amplificar la mirada del camarógrafo omnisciente. Puede que no sea uno de los grandes cortometrajes protagonizado por el genio, pero se trata, sin temor a equivocarme, de una película con un amplio valor histórico.



Calificación: 6/10


La segunda película de Pablo Larraín, ‘Tony Manero’, tiene un arranque tan enérgico como las piernas de un bailarín, pero en el trayecto resbala hasta quedar sembrada en el suelo. Su narrativa me aburre al presentar la existencia de un sociópata atormentado. El protagonista es Raúl Peralta, un hombre de unos 50 años que está obsesionado con el personaje Tony Manero que interpreta John Travolta en ‘Fiebre de sábado por la noche’. Raúl va al cine constantemente para ver la película y robarse las técnicas de danza, con la única intención de participar en el concurso de un programa televisivo que busca al doble de Manero. Al rato me doy cuenta de que se refugia en su ídolo ficticio para olvidar su realidad miserable y manifestar su desencanto por las calles solitarias y militarizadas de la ciudad de Santiago, cometiendo crímenes de todo tipo y bailando con los marginados de la pensión donde vive. La psicología del protagonista le sirve a Larraín, supongo, para ponderar una radiografía política del régimen a través del Tony Manero falsificado y sus seguidores, quienes conforman, también, el reflejo de una sociedad desilusionada que ha perdido su identidad a causa de la opresión, la pobreza y la violencia. Es decir, Tony Manero representa una alegoría de la dictadura de Pinochet y la manera en que esta era teledirigida por un poder superior (simbolizada con el Tony Manero original que es Estados Unidos). Hay autenticidad cuando recrea la decadencia de la época. Y me parece creíble la actuación de Alfredo Castro como ese hombre perturbado por el pasado y defraudado por el sueño americano, transmitiendo diversos pensamientos con la mirada y valiéndose del físico para bailar. Mi problema, no obstante, es que las acciones del personaje carecen de brío, además de que el ritmo le pasa factura hasta volverlas redundantes. Larraín captura su vida con una cámara en mano que busca estremecer con unos planos que me producen el efecto contrario. No encuentro nada relevante en los diálogos o en los personajes secundarios. Es una obra algo patética del director chileno.



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Calificación: 6/10




Sinopsis: Anna Moore es una joven que va a visitar a su acaudalada tía de Boston para que ayude a su familia a salir de la pobreza, pero una vez allí un hombre rico la engaña con un matrimonio falso para aprovecharse de ella. Cuando Anna se queda embarazada es abandonada a su suerte.


Ficha técnica
Título original: Way Down East
Año: 1920
Duración: 2 hr 25 min
País: Estados Unidos
Director: D.W. Griffith
Guion: Anthony Paul Kelly, D. W. Griffith
Música: Louis Silvers
Fotografía: G. W. Bitzer, Charles Downs, Hendrik Sartov
Reparto: Lillian Gish, Richard Barthelmess, Lowell Sherman, Burr McIntosh,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película 


Aunque encuentro que ‘Las dos tormentas’ no está a la altura de otras películas mudas de Griffith como Intolerancia o Lirios rotos, confieso que logra cautivarme por el virtuosismo técnico y, sobre todo, con el melodrama de la damisela en peligro condenada a la tragedia y a las calumnias. Hay triángulos amorosos, mentiras y desilusión. Es una adaptación de la obra de Lottie Blair Parker. La protagonizan Lillian Gish y Richard Balthermess, quienes consiguen unas interpretaciones de calculada expresividad al comunicar diversas emociones con los gestos, el lenguaje corporal y las miradas, sin mencionar que son llevados hasta los límites físicos en las escenas de riesgo. La historia es un cuento moral sobre la injusticia, los prejuicios y las diferencias de clases sociales. Narra la vida de Anna Moore, una joven que por órdenes de su madre visita a una tía rica en Boston con el fin de solicitar una ayuda económica para la familia. Una vez allí comienzan los problemas cuando es engañada con el matrimonio falso arreglado por un mujeriego adinerado. A pesar del infortunio, Anna no pierde la esperanza y en su destino se enamora de un humilde campesino llamado David Bartlett. La trama me hace reír y me saca lágrimas cuando los protagonistas se decepcionan por la intolerancia de un pueblo. Griffith los encuadra con un control formal que, en ocasiones, reemplaza la teatralidad del plano general cuando, de golpe, emplea el primer plano o el plano medio para amplificar los sentimientos de los protagonistas. Hay un sutil manejo de la elipsis simbólica, los raccords y los planos que evocan el sonido inaudible. Su ritmo nunca decrece en dos horas y media de metraje. Está ensamblada con un montaje que distribuye los tiempos adecuadamente para desarrollar a los personajes. Y es quizá más notable por el montaje paralelo de la climática secuencia en el río helado. A mi parecer, es una película imperdible del legendario director.



Mira la película completa 


Sinopsis: Jack Baker y su hermano Frank trabajan desde hace muchos años como pianistas en salas de fiestas. Como todos los músicos han pasado por buenos y malos momentos, pero una noche su actuación es un fracaso tan estrepitoso que acaban siendo despedidos. Es entonces cuando se les ocurre la idea de contratar a una cantante para relanzar su espectáculo.


Ficha técnica
Título original: The Fabulous Baker Boys
Año: 1989
Duración: 1 hr 53 min
País: Estados Unidos
Director: Steve Kloves
Guion: Steve Kloves
Música: Dave Grusin
Fotografía: Michael Ballhaus
Reparto: Jeff Bridges, Michelle Pfeiffer, Beau Bridges, Jennifer Tilly
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


No puedo negar que paso un rato muy agradable viendo a Los fabulosos hermanos Baker, la película que marca el debut como director de Steve Kloves y que protagonizan Jeff Bridges, Beau Bridges y Michelle Pfeiffer. No hay una escena que no disfrute cuando escucho la música de jazz o al ver la fantástica química del trío protagónico. La historia narra las desventuras de Jack Baker y su hermano Frank, dos músicos que se ganan la vida como pianistas en los lounge de los hoteles. Uno es frío y cínico; el otro, por el contrario, es introvertido y algo crédulo. La realidad es que, a pesar de haber probado un éxito minúsculo hace unos años, son dos músicos fracasados que una mala noche terminan siendo despedidos del espectáculo porque son aburridos para el público. Para remediarlo contratan a una bella cantante llamada Susie Diamond, con el fin de reanimar su acto y que puedan vender unas cuantas entradas. Ellos me resultan contagiosos con sus diálogos y es muy divertido verlos cuando empiezan el coqueteo sutil con la rubia de la voz dorada, mostrando la atracción con los gestos y las miradas, aunque como es de esperar, la chica desestabiliza el vínculo entre los hermanos. Encuentro magnéticas las actuaciones de los intérpretes principales, especialmente la de Jeff Bridges como el pianista talentoso atrapado por la frustración, la de Beau Bridges como el hermano dependiente y, principalmente, la de Michelle Pfeiffer como la cantante con el pasado oscuro que cuando abre la boca seduce a cualquiera (inolvidable la escena en que canta "Makin' Whoopee" encima del piano y vestida de rojo). Es notable el estilo visual de Ballhaus al capturar la atmósfera nocturna de la ciudad, y la maravillosa banda sonora de Grusin. Se me hace emocionante, agridulce, exótica. Andaba buscando un buen film de los ochenta y di en el blanco.



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En mi crítica de esta semana comento 'Lazos de familia', la nueva película de Ken Loach.




Tengo varios años disfrutando el cine de Ken Loach. El realizador logra conmoverme a la hora de capturar la pesadumbre de la clase trabajadora a través del realismo social más sólido. Su estilo es irremediablemente político. Es un director comprometido con sacar a la luz las vicisitudes de los pobres del Reino Unido que se mueren de hambre, que buscan empleo para sustentar a su familia, individuos vulnerables que exigen sus derechos y están dispuestos a defender una causa proletaria, aunque sea rebelándose en contra de los opresores y de las normas establecidas por el gobierno que los ignora. Sus personajes usualmente son sujetos de abajo. Lo viene realizando desde los años sesenta y ha rodado diversos documentales sobre el asunto, aunque es más conocido por los largometrajes de ficción en conjunto con su guionista de cabecera, Paul Laverty. A veces lo que filma me impacta en películas como Kes, Felices dieciséis y su obra maestra El viento que acaricia el prado, con la cual ganó la Palma de Oro en Cannes; hazaña que luego repetiría con la trágica Yo, Daniel Blake. Pero reconozco que en otras ocasiones me aburro con facilidad cuando apela al facilismo. Me pasó una vez con La cuadrilla. Y ahora lo vuelvo a experimentar viendo su más reciente película, Lazos de familia


La película de Loach tiene intenciones nobles retratando las contrariedades de una familia golpeada por las consecuencias de la crisis económica, pero por desgracia es demasiado reiterativa subrayando su discurso y abusando de una indulgencia calculada que lastra el argumento hasta dejarlo en la superficie. Todo luce mecánico y me temo, previsible, cuando el sentimentalismo pone a los protagonistas en la silla de las víctimas sin ninguna intención de ampliar los horizontes dramáticos ni el perfil psicológico de sus descripciones. Sé que sufren mucho, pero me muestro indiferente ante su angustia. En muy pocas escenas siento empatía por lo que sucede, a pesar de que en el clímax observo algunos golpes de efectos que minúsculamente intensifican la narración. No obstante, las actuaciones son aceptables. El ritmo es adecuado distribuyendo la cohesión interna de las escenas, y el uso de la elipsis es consistente para resaltar los episodios más relevantes de cada uno de los miembros de la familia que se enfrenta a la desigualdad institucional que está presente en el sector de servicios de entrega.  




Kris Hitchen como Rick. Imagen cortesía de Entertainment One.


El protagonista es Rick (Kris Hitchen), un hombre que junto a su familia lleva un tiempo luchando contra los corolarios del colapso financiero de 2008. Está endeudado hasta el tope y apenas ha trabajado en empleos pequeños. Le preocupa que solo su esposa Abbie (Debbie Honeywood) soporta económicamente a la familia trabajando como enfermera de atención domiciliaria al cuidado de ancianos y enfermos. También la rebeldía de su hijo Seb (Rhys Stone), el cual falta al colegio para andar por las calles haciendo grafiti junto con sus colegas. La única hija que no le da problemas es la pequeña Liza (Katie Proctor). Una oportunidad toca su vida cuando es contratado por una franquicia como conductor de reparto independiente bajo la supervisión de un rígido encargado llamado Maloney (Ross Brewster), quien no tolera ningún tipo de violación a la ética laboral. Como no puede pagar la camioneta para empezar a trabajar, persuade a Abbie para que venda el carro que usa para laborar y así pueda garantizar el pago del vehículo nuevo. Demuestra un desempeño óptimo para las entregas que hace en la furgoneta, sin dejarse afectar por el estrés de entregar los paquetes a tiempo, pero su vínculo familiar se desestabiliza con cada kilómetro que recorre. 



Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Katie Proctor y Rhys Stone. Imagen cortesía de Entertainment One.


Mi problema con el infortunio de Rick y su familia radica en el hecho de que sus acciones, deduzco, solo son utilizadas por Loach para imponer por la fuerza un alegato sobre la condición socioeconómica de la clase obrera que es magullada por la inequidad que se encuentra incrustada en el capitalismo y la industria del comercio de transporte. La metáfora denuncia las políticas de explotación de las empresas de envío de mercancías (mejor conocidas como courier) y la manera en que son abusados los mensajeros que cargan con las cajas felices. Pero la crítica es algo blanda. No propone una solución para las circunstancias que se plantean. Se queda en el señalamiento, en el maniqueísmo burdo. Los exhibe como seres honestos que son invisibles para la sociedad y que están condenados a la desdicha interminable. Y casi nada de lo que pasa supone una sorpresa para mí al revelar que los buenos son los ciudadanos del proletariado y los malos son los empleadores tiránicos al servicio del neoliberalismo más despótico. 


De ese modo, Ricky es presentado como el explotado que es engañado por los cuentos de empoderamiento del jefe Maloney cuando, a cambio de un salario, vende su esfuerzo para recibir una ilusión de autonomía en su travesía como repartidor de productos, viviendo en carne propia el cansancio propiciado por una jornada exigente de más de 14 horas y un trato inhumano que lentamente amenaza con debilitar su núcleo familiar y de paso lacerar sus sueños de saldar las deudas. La mayoría de las escenas muestra las preocupaciones que afectan su rendimiento, hasta el punto perder la paciencia con los destinatarios del envío. Paralelamente a eso, la bondadosa Abbie también es maltratada por la fatiga, ya que como no puede desplazarse con libertad por tener un automóvil, comienza a incumplir con su agenda habitual para cuidar a los pacientes. Ambos soportan la humillación y las injusticias del sistema capitalista. Y aceptan el resultado sin muchas quejas. Su ausencia en el hogar resquebraja la relación que tienen con sus hijos, especialmente con el adolescente Seb, que poco a poco abandona la escuela y rechaza la autoridad parental con una indisciplina que lo coloca en el abismo del vandalismo. O sea, que la ocupación de recadero es la culpable de la calamidad de la familia.  



Debbie Honeywood, Katie Proctor, Rhys Stone y Kris Hitchen. Foto de Entertainment One.


Aunque Loach no se toma tantos riesgos narrando la esclavitud del transportista que se sacrifica para distribuir los artículos, prefiriendo encuadrar parte del relato con el plano general, algunos elementos de la puesta en escena me resultan indispensables para acentuar el calvario, principalmente la grisácea ambientación de la casa de la familia, donde huele a miseria en cada rincón, así como los típicos fundidos a negros que clausuran las escenas más desesperanzadoras como las bombillas que se apagan a merced de la noche. El realismo es escueto estampando la ruina de la familia. Pero los actores que usa casi no le aportan pujanza a las situaciones mostradas, parecen algo tímidos. Noto una inercia muy aparente en su lenguaje corporal. Las pocas escenas interesantes las tiene Ricky dialogando con su supervisor. Por momentos la fórmula le funciona cerca del tercer acto, pero a mi juicio eso no impide que sea una película mediana del cineasta británico. 



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Ficha técnica
Título original: Sorry We Missed You
Año: 2019
Duración: 1 hr 43 min
País: Reino Unido
Director: Ken Loach
Guion: Paul Laverty
Música: George Fenton
Fotografía: Robbie Ryan
Montaje: Jonathan Morris
Reparto: Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor,
Calificación: 6/10



Tráiler de la película