Logro sorprenderme viendo La ansiedad de Veronika Voss, la penúltima película del director alemán Rainer Werner Fassbinder y la tercera en su trilogía BRD. La razón por la que me cautiva, supongo, se debe a esa estética meticulosa que evoca en la puesta en escena el estilo visual de los melodramas clásicos de Hollywood, compensado de paso con actuaciones de lujo y un retrato agridulce sobre el ocaso de una actriz sumergida en la desesperación, la nostalgia y la melancolía. Se ambienta durante el milagro económico alemán en los años 50 y relata la vida de Robert Krohn, un periodista deportivo que conoce en medio de una noche lluviosa a Veronika Voss, una actriz reputada que gozó de un estrellato sin precedentes en los tiempos de la UFA del Tercer Reich y que ahora vive una vida amargada y trágica que la mantiene atada al pasado. Como Veronika es una diva adicta a los somníferos y a una neurosis que la pone a delirar en los interiores de una institución psiquiátrica, Robert se propone investigar sobre la existencia miserable que la atormenta. Con esa trama de la actriz hundida en la depresión y las drogas, basada parcialmente en la vida de Sybille Schmitz, Fassbinder captura el malestar de una sociedad posguerra manchada por el oportunismo y la corrupción, así como un discreto homenaje al cine. Lo ejecuta con mecanismos muy sutiles como la analepsis, el sobreencuadre, el picado-contrapicado, travellings laterales, la iluminación expresionista, los pomposos escenarios y la música diegética que se escucha fuera de campo. También me resulta muy creíble el rol de Hilmar Thate como el periodista convertido en detective y el de Annemarie Düringer como la siniestra doctora, pero me contagia con mayor grado la actuación orgánica de Rosel Zech como esa actriz alemana desilusionada. El desenlace anticlimático es insólito. Es una sólida película de Fassbinder.
- Por Yasser Medina
- En julio 31, 2020
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- Por Yasser Medina
- En julio 26, 2020
- Sin comentario
La película más reciente en el catálogo de Netflix, 'La vieja guardia', mezcla trivialmente la acción más convencional con la fantasía de superhéroes.
La sequía de películas contemporáneas me obliga a escudriñar los catálogos de las plataformas de streaming para poder reseñar algo que sea lo más actual posible. Cada día se hace más difícil. Cuando escasea el contenido acudo como un corsario a los rincones oscuros de la Internet para ver lo que consigo. Pero consumo tan rápido las listas de películas de la actualidad que ya puedo percibir el final. Las grandes cadenas de cine siguen cerradas y la industria paralizada se mantiene al margen de la situación, esperando a que ocurra algún milagro que extermine la pandemia y permita abrir las salas de cine para que el público asista en masa para consumir los usuales blockbusters que ponen en oferta. Pero hasta ahora todo parece una quimera. Solo me queda explorar los servicios de streaming. Aunque abundan las opciones, el proveedor más cercano por estos lados sin duda sigue siendo Netflix, donde cada semana hay estrenos que me permiten escoger los productos como si estuviera en un supermercado. Muchas veces encuentro películas muy entretenidas y hasta excelentes, pero tristemente en la mayoría de las ocasiones me topo con unos bodrios que me obligan a cuestionar el supuesto contenido de calidad que ofrece la plataforma.
La algarabía que se ha desatado por la entrada más reciente en el catálogo original de Netflix, me ha llevado a ver 'La vieja guardia', una película de acción y de aventura que dirige la directora Gina Prince-Bythewood. Está basada en la novela gráfica de Greg Rucka. Por los comentarios y el entusiasmo con el que ha sido recibida, la veo pensando que se trata de algo renovador cuando aborda premisas filosóficas tan desgastadas como la inmortalidad y el destino que, admito, despierta mi interés, a pesar de la aparente falta de profundidad. Desconozco si eso cuenta como originalidad. Pero todo lo que observo me decepciona cuando mezcla trivialmente la acción más convencional con la fantasía de superhéroes, con unos personajes de plástico tan vacíos como figuras de acción de juguete y una narrativa tan aburrida que ofende mi ingenuidad. Casi no me sorprendo mirando la odisea de esos inmortales que luchan contra el líder megalómano de una corporación farmacéutica. Ni siquiera la presencia de un reparto encabezado por Charlize Theron puede rescatar la hecatombe del argumento.
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Charlize Theron como Andy. Imagen de Netflix. |
La historia comienza luego de una breve escena donde los protagonistas se muestran moribundos con múltiples heridas de bala sobre sus rostros. Un tiempo antes, se presenta la protagonista, Andrómaca de Escitia (Charlize Theron), también conocida como Andy, una mujer enigmática y fría que se reúne con Booker (Matthias Schoenaerts), Joe (Marwan Kenzari) y Nicky (Luca Marinelli) para discutir los asuntos relacionados a una misión ultrasecreta encomendada por el ex agente de la CIA, Copley (Chiwetel Ejiofor). Todos son soldados de élite que aparentemente pueden completar las tareas más peligrosas. Andy los convence para que acepten la propuesta de Copley: un encargo que consiste en liberar a un grupo de niños que han sido secuestrados en Sudán del Sur por unos paramilitares armados hasta los dientes. Un helicóptero los transporta al lugar de la operación. Se infiltran con sus tácticas y de paso matan a unos cuantos soldados. Además de las ametralladoras, portan armas como espadas y hachas antiguas.
Sin embargo, el escuadrón es emboscado y todos mueren acribillados por unos soldados. En esa escena, insólitamente logran revertir el deceso, curan sus lesiones y matan a sus agresores, revelando que sus habilidades curativas y regenerativas se debe en parte a que son inmortales. Al darse cuenta de que la trampa fue programada por Copley para evidenciar frente a la cámara su inmortalidad, Andy y los guerreros centenarios deciden ocultar sus rastros para seguir viviendo en el anonimato y que nadie descubra sus destrezas sobrehumanas.
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Charlize Theron y KiKi Layne. Fotograma de Netflix. |
Mi problema con esos personajes es que detecto un desarrollo que añade motivaciones superficiales a los conflictos internos para que la trama no pierda la coherencia, pasándose la mayor parte del metraje lamentándose del pasado a través de una analepsis que hace que recuerden los períodos ancestrales que marcaron sus tragedias personales.
Algunos como Joe y Nicky se regocijan por ser de los pocos que gozan de la vida eterna para amarse por siempre y combatir juntos. Book no supera la desgracia de haber sido testigo de la muerte de su familia a medida que ellos envejecían y él no, viendo el don de la inmortalidad como una maldición. Y la misteriosa Andrómaca, quien posiblemente tiene miles de años y proviene de la antigua Grecia, no revela los episodios trágicos que la desilusionaron, pero al tratar a Nile Freeman (Kiki Layne), la nueva integrante inmortal proveniente del ejército norteamericano, reconoce que se vio frustrada al no lograr salvar en la antigüedad a su compañera Quynh (Van Veronica Ngo), una inmortal que fue capturada por sacerdotes y fue sepultada en un sarcófago de hierro debajo del mar para ahogarse indefinidamente. Como son inmortales que llevan años transitando por la historia de la humanidad están cansados de intervenir.
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Charlize Theron como Andrómaca. Foto de Netflix. |
Todas las escenas me resultan trilladas y terriblemente previsibles. Y pronto me invaden los bostezos cuando miro unas secuencias de acción sin ningún tipo de sorpresa, como el entrenamiento de la novata Nile Freeman al conocer el resto del equipo, la aparatosa captura de los protagonistas por las fuerzas del antagonista, el insistente y simulado romance gay de Joe y Nicky en medio de militares homofóbicos, la inseguridad de Nile al negarse a unirse a los inmortales para no abandonar a su familia, la tonta traición del herido Booker hacia Andy al enfrentar a Copley, la labor de rescate en el edificio corporativo que termina en un tiroteo ligero en el que los malos son exterminados por los buenos con los facilismos más habituales. Me sorprende que cambien de opinión apresuradamente al descubrir los planes malévolos de Steven Merrick (Harry Melling), el villano artificial que como ejecutivo farmacéutico desea dominar al mundo utilizando el material genético de los inmortales para contrarrestar los efectos del envejecimiento celular en la gente. La climática confrontación contra los agentes de seguridad es tan anodina que casi no le pongo atención cuando los héroes pelean para salvar a los suyos y la policía ni siquiera llega a tiempo a la escena del crimen.
Quizá lo único interesante que descubro en el film son los temas sobre el sufrimiento ancestral, las trampas de la memoria, las causalidades del destino y las consecuencias de la inmortalidad, representado por la existencia de unos individuos adoloridos por los corolarios psicológicos de la decepción, los engaños y los horrores históricos, sometidos a ver el fallecimiento de sus seres queridos en primera fila a lo largo de los años. Aunque los protagonistas desconocen los orígenes de la inmortalidad y el hecho de que sus acciones han alterado el curso de los acontecimientos más importantes de la historia, anhelan recuperar la mortalidad para liberarse del desasosiego que los atormenta desde hace siglos. Para ellos la mortandad es la última de las redenciones. El comentario, además, implanta una lectura un poco desencajada del vínculo de los estereotipos de la sociedad que son ignorados por su raza, su preferencia sexual y su condición física.
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Marwan Kenzari, Matthias Schoenaerts, Charlize Theron, Luca
Marinelli y KiKi Layne. Imagen de Netflix |
No sé si me pierdo de algo porque nunca he leído el cómic. Tampoco creo que lo haga. Pero no me cabe la menor duda de que la cinta de Prince-Bythewood es un disparate que no aporta nada que sea novedoso al género de superhéroes. La fábula de los héroes anónimos es tan reiterativa como la rueda de la fortuna. No les otorga nada de brío a los actores que pone en pantalla y sufre el impacto prolongado de una narración baladí al servicio de la corrección política y de unas coreografías de acción excesivamente flojas. Los cambios de tono le pasan factura, al igual que la ausencia de algún golpe de efecto que sea sorpresivo. Es otra de esas películas de acción vacías que abundan en la estantería de Netflix. Creo que de entretenida no tiene absolutamente nada.
Título original: The Old Guard
Año: 2020
Duración: 2 hr 05 min
País: Estados Unidos
Director: Gina Prince-Bythewood
Guion: Greg Rucka
Música: Volker Bertelmann, Dustin O'Halloran
Fotografía: Barry Ackroyd
Montaje: Terilyn A. Shropshire
Reparto: Charlize Theron, Chiwetel Ejiofor, KiKi Layne, Chico Kenzari, Matthias Schoenaerts
Calificación: 4/10
Tráiler de la película
- Por Yasser Medina
- En julio 26, 2020
- 2 comentarios

De esas películas exóticas que se encuentran en Netflix pude ver Ya no estoy aquí, del director mexicano Fernando Frías de la Parra. Me resulta muy cautivadora cuando Frías de la Parra elabora un comentario socioantropológico esclarecedor sobre la inmigración, la transculturación y la identidad juvenil a través de un adolescente que se refugia en la música para olvidarse de la miseria y de la violencia que mancha su entorno social. Ese joven protagonista, Ulises, vive en un barrio marginado en Monterrey, donde pasa su tiempo liderando a una pandilla que se hacen llamar 'Los terkos', adoptando las señas y la jerga coloquial del pandillerismo, vistiendo la ropa característica de los cholos, adornando su cabeza con un raro peinado que resalta sus rasgos aztecas y bailando la cumbia rebajada en los espacios públicos. La estructura del relato describe la vida de Ulises en dos períodos. Primero, su estadía en México cuando es víctima de la delincuencia, deja a su familia y es obligado a escapar por la frontera tras recibir amenazas de muerte de un cártel local. Y, segundo, al emigrar hacia los Estados Unidos para enfrentarse a la dura realidad del inmigrante ilegal, incapaz de adaptarse, viéndose afectado por el desempleo, la discriminación, la incomunicación y la amenaza constante de deportación. Ulises está espléndidamente interpretado por Juan Daniel García Treviño y me parece muy orgánico cuando transmite la desilusión del personaje con los silencios, las miradas y la danza. Es encuadrado casi siempre con un plano general para señalar la soledad que enfrenta. Hay riqueza visual en las imágenes, colores descriptivos, diálogos auténticos y un ritmo placentero. Los mecanismos, supongo, reflejan el fenómeno de la hibridación cultural y la psicología de un individuo encarcelado en el pasado para olvidar el presente. Y no había visto nada semejante sobre la cultura urbana de los cholombianos. Es un drama desgarrador sobre la desaparición de una subcultura.
- Por Yasser Medina
- En julio 23, 2020
- Sin comentario

No me cabe la menor duda de que Jinete de ballenas es una película sumamente conmovedora de la directora Niki Caro. No esperaba que fuera así, pero me llevo una agradable sorpresa observando su cuento de inclusión, tradiciones ancestrales y heridas familiares. Se ambienta en el pequeño pueblo de una comunidad maorí de Nueva Zelanda, y relata la historia de una niña de once años llamada Paikea Apirana, quien nació bajo trágicas circunstancias y al crecer lucha contra la exclusión propiciada por su abuelo Koro, el patriarca de la familia que se mantiene sujeto al tradicionalismo ortodoxo más intolerante. Ella vive con sus abuelos. La chiquilla se siente excluida y confundida debido a las costumbres de la tribu Whangara, los cuales han mantenido durante miles de años un linaje entre los jefes que impide la inclusión de la mujer porque, según la regla, el descendiente que lleva el nombre de Paikea debe ser obligatoriamente un primogénito varón. El conflicto imprime una sutileza contagiosa cuando observo las discusiones familiares originadas por la autoridad del abuelo, la cotidianidad de la gente que preserva su identidad cultural, el vínculo poderoso que transforma la falta de afecto en una catarsis que disuelve la culpa, el destino de una persona elegida para borrar la desigualdad y preservar una tradición. Es muy acertado el uso del ralentí para ampliar los momentos de desesperación, del color para describir las emociones intrínsecas de los personajes y del simbolismo de la ballena que representa la esperanza de una generación que aprende el valor sanatorio del cambio y la reconciliación. Hay un comentario antropológico muy didáctico. Escucho, además, una banda sonora muy empática de Lisa Gerrard. Pero la verdadera revelación es la expresiva actuación de Keisha Castle-Hughes, quien logra cautivarme cuando transmite la cuota de dolor de Pai con la voz, la mirada y los gestos.
Título original: Whale Rider
Año: 2002
Duración: 1 hr 37 min
País: Nueva Zelanda
Director: Niki Caro
Guion: Witi Ihimaera
Música: Lisa Gerrard
Fotografía: Leon Narbey
Reparto: Keisha Castle-Hughes, Rawiri Paratene, Vicky Haughton, Cliff Curtis,
Calificación: 7/10
- Por Yasser Medina
- En julio 21, 2020
- Sin comentario
Como conozco los mecanismos del thriller psicológico de misterio como si fuera la palma de mi mano, encuentro algo convencional la ejecución de 'Transsiberian: expreso de medianoche', a pesar de que la premisa tiene un arranque prometedor que me pone a cuestionar, casi como un detective, las acciones de unos personajes que son víctimas de las mentiras, del miedo y de los impulsos irracionales. La película, dirigida por Brad Anderson, imprime un suspense hitchcockiano que se despliega modélicamente en los interiores de un tren que se dirige a las frígidas regiones de Rusia para presentar a unos turistas norteamericanos, Roy y Jessie, en el momento en que se relacionan con Carlos y Abby. Todo transcurre con normalidad mientras viajan en el ferrocarril por varias provincias rusas y se regocijan junto a unos pasajeros pintorescos, pero luego llega el nudo cuando Jessie comienza a sospechar que Carlos y Abby ocultan algo y su marido, Roy, se pierde misteriosamente en una de las estaciones. Mi problema es que la trama carece de sustancia cuando emplea los subterfugios genéricos para propagar actos sombríos que se vuelven previsibles con las artimañas de drogas, asesinatos y corrupción policial. Me deja tan frío como una bola de nieve cuando esconden la verdad del asesinato para prolongar el asunto innecesariamente, cuando llega el inspector Grinko a investigar a los criminales que habitan el ferrocarril, cuando los buenos terminan siendo los malos para que los asesinatos tengan justificación. Las actuaciones me parecen aceptables, pero solo me veo perturbado por la presencia de Ben Kingsley como el siniestro oficial de narcóticos, verdaderamente me causa pavor con la mirada y el acento ruso. El gélido panorama es acertado transfiriendo la cuota visual del relato. El resto no tiene pujanza ni intriga. Cuando comienza la climática confrontación, ya es demasiado tarde para evitar el descarrilamiento narrativo.
- Por Yasser Medina
- En julio 20, 2020
- Sin comentario
Me atrevo a decir que 'Tom Jones' es una comedia de aventuras muy pomposa de Tony Richardson, pero ni siquiera la estupenda actuación de Albert Finney como el casanova irreverente puede rescatar su aparente trivialidad narrativa. Es una película de época que le saca provecho a la farsa pintoresca y a la elegante estética sin la más mínima preocupación de otorgarle algo de pujanza emocional a las acciones de los personajes que presenta. Basada en la novela homónima de Henry Fielding, cuenta la historia de Tom Jones, un joven apuesto y libertino que fue adoptado por el bondadoso señor Allworthy cuando se supo que era un hijo bastardo. Relata las desventuras de Tom cuando se codea con prostitutas y mujeres de la alta burguesía, enfrentándose a caballeros que detestan su personalidad rebelde y a familiares envidiosos que no toleran su accionar impulsivo. El conflicto se complica cuando Tom se enamora de la bella Sophie al igual que su primo Blifil, pero su procedencia social le imposibilita formalizar la relación, sabiendo claramente que ella también está enamorada de él, y termina siendo desterrado por su insistencia. Lo que más me atrae de la fábula son los mecanismos estilísticos desplegados por Richardson que le otorgan cierta distinción, como el uso de los intertítulos en la apertura (como un filme mudo), el plano congelado, la iluminación natural en los exteriores, personajes que constantemente me hablan rompiendo la cuarta pared, un notable repertorio de fundidos y el narrador extradiegético que se burla de lo que describe, así como una elegantísima dirección de arte y de vestuario que amplía la autenticidad del período. No obstante, me parece insulsa y poco sutil la crónica de escándalos y de clasismo en la Inglaterra del siglo XVIII, hasta el punto en que percibo una reiteración que me deja indiferente. Pronto la picardía virtuosa se transforma en aburrimiento.
- Por Yasser Medina
- En julio 19, 2020
- Sin comentario
La segunda película de Schneider, 'Greyhound', coloca a Tom Hanks de nuevo como capitán en la batalla del Atlántico en la Segunda Guerra Mundial.
Hace muchos años que no veía a Tom Hanks haciendo de capitán en la Segunda Guerra Mundial. Si no me equivoco, la primera vez fue con Spielberg en Rescatando al Soldado Ryan, una de las mejores películas de guerra de la historia del cine. Desde los primeros minutos infernales en la apertura del Día D en las playas de Normandía hasta la travesía de los soldados durante la labor de recuperación, se me hace imposible olvidar a ese soldado que interpreta Hanks agobiado por el pasado, ocultando las manos temblorosas de una terrible enfermedad, sometido a una lluvia de balas de unos nazis que se esconden por doquier, con una sagacidad que se escapa de la pantalla hasta traspasar las líneas de mis vísceras. Su actuación le valió una nominación al Oscar como mejor actor, pero no ganó. Él encaja perfectamente en ese tipo de papeles sin manchar su reputada versatilidad, aunque supongo que no se le había presentado la oportunidad para interpretar algún otro personaje enfrascado en la conflagración más sangrienta del siglo XX.
Al parecer, Hanks es el guionista y el protagonista absoluto de Greyhound, una película bélica de suspenso con la que finalmente regresa como capitán a un episodio de la Segunda Guerra Mundial. Es la segunda película como director de Aaron Schneider luego de El funeral: una fábula verdadera. Está basada en la novela histórica The Good Shepherd, escrita por C.S. Forester. Originalmente Sony Pictures la tenía pautada para estrenarse en las salas de cine en el mes de marzo, pero debido a la pandemia del COVID-19 se retrasó varias veces y los derechos de distribución fueron adquiridos por la plataforma de streaming de Apple TV+, donde se estrenó recientemente. Y creo que la espera ha valido la pena. Me parece una película de guerra trepidante, compuesta con una tensión a contrarreloj que acelera mi corazón a la velocidad de un torpedo durante hora y media, en los que paso un rato bastante agradable viendo a Hanks ejerciendo la autoridad en las entrañas de un barco y enfrentándose a un peligro inminente que se esconde en las profundidades del mar como si se tratara de una ballena metálica.
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Tom Hanks como Ernest Krause. Foto cortesía de Apple TV+. |
La película se ambienta en la batalla del Atlántico en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial. El protagonista es Ernest Krause (Tom Hanks), es un comandante de la marina de los Estados Unidos que tiene la tarea de comandar por primera vez el destructor de clase Fletcher USS Keeling, un barco de guerra cuyo nombre clave es Greyhound. A pesar de su vasta experiencia en el ejército, nunca antes había participado en una operación de semejante escala. En los interiores de la nave, discute el plan que se pone en marcha con el teniente comandante Charlie Cole (Stephen Graham), su oficial ejecutivo y hombre de confianza. La misión del Greyhound consiste en unirse al convoy HX-25, una flotilla que consta de 37 barcos y se dirige hacia Liverpool a través del océano Atlántico del Norte.
Junto otros destructores con nombres código como Dickie, Harry y Viktor, el Greyhound debe escoltar el convoy hasta la zona segura que tiene cobertura aérea. La odisea dura una semana. Pero la encomienda se complica cuando atraviesan el ‘Pozo Negro’, una brecha en el océano donde están fuera del alcance de la asistencia aérea que los protege y son más vulnerables a ser atacados por los submarinos alemanes U-Boat. Al percatarse de las transmisiones alemanas por el hallazgo de dirección de alta frecuencia del buque insignia del convoy, Krause prepara a la joven tripulación del Greyhound para interceptar, combatir y evadir los ataques de un submarino nazi que en la superficie se mueve tan rápido como un tiburón mecánico.
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Greyhound. Foto cortesía de Apple TV+. |
Las secuencias de acción me mantienen pegado del asiento mientras veo conflictos náuticos espectaculares, como en los que Krause y los tripulantes del Greyhound confrontan dentro de su rango de tiro al U-boat sumergido y lo destruyen con un patrón completo de cargas de profundidad. Lidian también con problemas constantes del radar defectuoso que imposibilita el reconocimiento del enemigo, la intensa jornada de unos oficiales fatigados, el rescate de un barco que se hunde, la difícil maniobra de evasión del Greyhound en forma de zigzag frente a los torpedos disparados por el enemigo, las amenazas por transmisión de radio de un villano que amenaza con hundirlos, la contraofensiva de los lobos submarinos que atacan ferozmente a merced de la noche torpedeando y hundiendo a todos los barcos que se hallan en el trayecto, la confrontación en la que Greyhound derriba el sumergible principal con la ayuda de las bombas del avión PBY Catalina, desplegado por el comando costero británico de la RAF. La sensación constante de riesgo siempre va in crescendo hasta el intenso y climático desenlace.
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Karl Glusman como Eppstein. Fotograma de Apple TV+. |
Schneider estructura el relato de Krause como si estuviera pasando las páginas de un diario, en una especie de conteo regresivo que distribuye el aparato de acción durante siete días, sin perder el ritmo ni la cohesión de la narración en los meandros innecesarios del género bélico. Se mantiene atado a las convenciones genéricas, pero consiguiendo que las circunstancias de cada capítulo tengan una linealidad tan indescifrable como un códice. A veces disminuye el discurso patriotero sumergiendo el rostro del antagonista. Y logra que la subjetividad del protagonista sustente la escasa presencia de los secundarios, pues todo sucede desde el punto de vista Krause y, por lo tanto, el espectador asume lo que él experimenta. A pesar de que Krause y los miembros del Greyhound se enfrentan a batiscafos hostiles desde la cabina de un navío, siempre pasa algo distinto que impide que la crónica se hunda en el mar de la predictibilidad.
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Stephen Graham y Tom Hanks. Imagen de Apple TV+. |
Schneider también despliega una estética elegante que le añade cierta autenticidad a la puesta en escena, capturando las secuencias de combate mayormente con el gran plano general, el campo-contracampo, el plano subjetivo (Krause observando con los binoculares), el sonido diegético fuera de campo (los mensajes del lobo, los sonares, etc.), el contrapicado y las locaciones mínimas. Emplea la analepsis brevemente en la escena que Krause piensa en su amante. Casi toda su película transcurre en los interiores de la sala de mando y en los exteriores de la proa del barco, encuadrada con el plano medio y el primer plano para intensificar las rutinas de unos marinos que hablan constantemente usando términos militares. El montaje es tan veloz como la bala de un cañón. Y utiliza el color y los ruidos agobiantes para magnificar el estado de presión al que se exponen los personajes que tienen que repetir lo que escuchan. Son elementos que amplían los detalles de la narrativa y me hacen sentir tan confinado como ellos.
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Tom Hanks como Ernest Krause. Fotograma de Apple TV+. |
Por otro lado, la interpretación de Hanks sale a flote al retratar a ese capitán tenaz con los nervios de acero que toma decisiones en momentos arriesgados. Me resulta muy creíble cuando maneja el timón de sus emociones para transmitir cosas con los gestos, la voz autoritaria y la mirada serena. No proyecta a Krause como el héroe idealista al que todo le sale bien para satisfacer el patriotismo, sino más bien al de un líder ordinario, devoto de la fe, colmado de dudas, que recurre a la intuición y a la ética para enfrentarse a la incertidumbre provocada por los horrores de la guerra. Explora el microcosmos subjetivo de un individuo que en ocasiones reprime lo que siente por estar sujeto al llamado del deber, lamentándose por la pérdida de su amada, encubriendo el enorme cansancio desatado por dar órdenes durante tantos días corridos, comunicando palpablemente la preocupación originada por las resoluciones que dictamina en los instantes más críticos de la beligerancia. No creo que sea una de sus actuaciones más sutiles, pero no hay una escena en la que no sea convincente.
La película, que supone el regreso de Schneider a la silla de director tras una ausencia de 11 años, funciona estupendamente cuando aplica los mecanismos tradicionales del género bélico para contar una historia humana sobre las estrategias, las consecuencias de la fatiga causada por la vigilancia excesiva y el poder colectivo de la comunicación en los tiempos de guerra. Inyecta sorpresas con los diálogos, la claustrofóbica locación y las secuencias de acción que se ejecutan con sólidos efectos visuales. Es notable asimismo por una banda sonora estridente de Blake Neely que amplifica la intensidad de las escenas. Creo que es una de las cintas navales más entretenidas que he visto en los últimos años.
Título original: Greyhound
Año: 2020
Duración: 1 hr 31 min
País: Estados Unidos
Director: Aaron Schneider
Guion: Tom Hanks
Música: Blake Neely
Fotografía: Shelly Johnson
Montaje: Mark Czyzewski, Sidney Wolinsky
Reparto: Tom Hanks, Elisabeth Shue, Stephen Graham, Rob Morgan, Manuel García-Rulfo,
Calificación: 7/10
- Por Yasser Medina
- En julio 17, 2020
- Sin comentario

No soy norteamericano, pero puedo decir con seguridad que lo que observo en Monstruos y hombres es relevante en estos días oscuros. La película, que supone el debut como director de Reinaldo Marcus Green, presenta un estudio voluble sobre las consecuencias de la brutalidad policial en la sociedad estadounidense, pero carece de la profundidad necesaria para completar la tesis narrativa, en un intento baladí de estructurar el relato más allá de las posibilidades genéricas. La historia narra las vidas cruzadas de un joven estafador, un oficial afroamericano de la policía local y un joven pelotero que sueña con llegar a las grandes ligas. El conflicto sucede cuando, el primero, captura con la cámara de su móvil la muerte de su amigo afroamericano desarmado cuando uno de los seis oficiales que lo rodean le dispara fuera de campo. El incidente sacude a la comunidad, pero afecta severamente a los dos jóvenes que son constantemente acechados por los policías corruptos que merodean la zona y al oficial Dennis, quien patrulla por las calles sospechando en todo momento en la corrupción de los oficiales monstruosos. A partir de ese instante la narración tropieza irreversiblemente por los terrenos de la insustancialidad, de la causalidad aparatosa que descuida los efectos, abandonando el desarrollo de los problemas intrínsecos de los personajes para favorecer la intención de reiterar el discurso de la brutalidad policial que anda suelta por las calles de las injusticias. Ni siquiera los semblantes del thriller criminal mejoran el drama inconstante. Es tan reiterativa e insulsa que me produce efectos dormitivos. De los actores se destaca, por supuesto, John David Washington cuando transfiere lo que piensa Dennis con los gestos sutiles y la mirada. El resto del reparto secundario pierde el rastro como la huella de un zapato. Creo que tanto minimalismo le pasa factura a esta cinta policial.
- Por Yasser Medina
- En julio 16, 2020
- Sin comentario

Como muchas de las producciones ambiciosas de Selznick de la época, Historia de dos ciudades, de Jack Conway, es una película visualmente portentosa por su diseño de producción, pero encuentro poco conmovedor su drama histórico y romántico sobre la injusticia social, el sacrificio honorable y el amor imposible. A pesar de la apertura interesante que sitúa el barullo en el génesis de la revolución francesa, me temo que ni la presencia magnética de Ronald Colman puede rescatar la blanda narrativa. Adaptada de la clásica novela de Charles Dickens, cuenta la historia Sidney Carton, un abogado inglés con alma de poeta que vive aferrado al alcohol para apaciguar la amargura y la culpa. Para tratar de redimirse defiende en pleno juicio a Charles, un aristócrata francés exiliado que ha sido injustamente apresado. Sidney conoce a una bella mujer llamada Lucie, quien ha viajado con su padre desde Francia hacia el Reino Unido para olvidar el trágico pasado. Se enamora de ella y oculta sus sentimientos, pero para su mala suerte ella se casa con Charles. Con el paso del tiempo, Sidney lo sacrifica todo para que ella sea feliz. El montaje es efectivo con el tratamiento de la elipsis que resume la vida de esos personajes durante varios años en medio de la inestable situación sociopolítica de dos países, pero la falta de cohesión le pasa factura al engranaje narrativo. La teatralidad de los personajes es reemplazada por un melodrama superficial que guillotina las posibilidades de acción que posee el relato, restándole fuerza, permitiendo que la redundancia se apodere de todas las escenas como la Toma de la Bastilla. Apenas hay tiempo para desarrollar al noble protagonista que Colman interpreta espléndidamente y que me parece muy creíble cuando transmite lo que siente al asumir su destino irreversible. Cuando al final se recupera, ya es demasiado tarde.
- Por Yasser Medina
- En julio 14, 2020
- Sin comentario

Tucker: Un hombre y su sueño es un biopic muy elegante de Coppola sobre el legado del pionero automotriz Preston Tucker. Tiene una vibra feel good que en ningún instante se despega del clasicismo, acercándose al estilo visual de esas películas clásicas de los años 40 con una elegantísima dirección de arte, una banda sonora rigurosa y una tremenda ejecución fotográfica de Vittorio Storaro. La historia narra las peripecias de Preston Tucker, un ingeniero y empresario de la industria automovilística que está obsesionado con la idea de ensamblar un automóvil que revolucione los estándares de calidad de la época en cuanto a velocidad, potencia, diseño y medidas de seguridad. Como nada se interpone entre él y su deseo, el carismático Tucker trabaja con sus mecánicos para desarrollar el Tucker Torpedo, aunque debido a la falta de financiación para el proyecto busca inversionistas con ayuda de su amigo Abe. Pero la producción en serie del auto se ve paralizada cuando Tucker es víctima de una persecución política iniciada por unos burócratas que utilizan la influencia para destruir su reputación. El relato es esperanzador en la primera mitad, pero luego se torna tan oscuro como la pintura de un sedán al transformarse en un drama judicial. Con la crónica biográfica de Tucker, Coppola aborda temas como el declive del sueño norteamericano en una sociedad posguerra, la obsesión de un soñador perpetuo y la manera en tan escandalosa en que el poder burocrático se asocia a las trampas del capitalismo corporativo. La actuación de Jeff Bridges como Preston me parece magnética con los movimientos, los gestos y la sólida expresividad que hace que su simpatía se salga de la pantalla. Hay también buenos roles secundarios de Martin Landau como el deshonesto accionista y de Joan Allen como la esposa devota. No creo que sea una película sobresaliente de Coppola, pero lo que veo me entretiene bastante.
Streaming en:
Título original: Tucker: the Man and His Dream
Año: 1988
Duración: 1 hr 50 min
País: Estados Unidos
Director: Francis Ford Coppola
Guion: Arnold Schulman, David Seidler
Música: Joe Jackson
Fotografía: Vittorio Storaro
Reparto: Jeff Bridges, Joan Allen, Martin Landau, Frederic Forrest, Mako, Christian Slater,
Calificación: 7/10
- Por Yasser Medina
- En julio 13, 2020
- 2 comentarios

La pantera rosa, la primera comedia en la popular franquicia de Blake Edwards sobre el Inspector Clouseau, me hace pasar un rato agradable en el que por momentos lloro de la risa con la alocada farsa que presenta. A pesar de la simplicidad, es demasiado divertida. Cuenta con un reparto maravilloso encabezado por Peter Sellers, David Niven, Claudia Cardinale, Robert Wagner y Capucine. Los personajes que interpretan son espléndidos y es notable la química que tienen en pantalla. Escrita con un guión de Edwards y Maurice Richlin, trata la historia del Inspector Clouseau, un detective torpe al que todo le sale bien, cuando viaja hacia Roma para atrapar a un notorio ladrón llamado 'El fantasma', el cual también ha llegado al país con la intención de seducir a la hermosa Princesa Dala para robarle su 'pantera rosa', una joya preciosa en forma de felino que guarda en los interiores de su habitación en un lujoso hotel. Al lío se suma también el sobrino del rufián, George Lytton, y la esposa de Clouseau, la bella Simone, quien sostiene un romance en secreto con el villano y su cómplice. En todas las escenas cómicas hay un toque de locura que es irresistible en algunas secuencias, como el intento de seducción de Charles y Dala, el desquiciado cuadrado amoroso en la estancia de los Clouseau, la fiesta de disfraces en la que todo termina con fuegos artificiales y la climática persecución en la que consigo reírme hasta llorar. El humor es afilado, sutil y propenso a un absurdismo folletinesco. Se destaca por encima de todo Sellers como Clouseau, consiguiendo amplificar el efecto cómico de ese orgulloso y tonto policía con la voz, los gestos y los movimientos inesperados. Tampoco olvido esa banda sonora emblemática de Henry Mancini. Es una película repleta de diversión, glamour y gags inolvidables.
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Título original: The Pink Panther
Año: 1963
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Blake Edwards
Guion: Blake Edwards, Maurice Richlin
Música: Henry Mancini
Fotografía: Philip H. Lathrop
Reparto: Peter Sellers, David Niven, Capucine, Robert Wagner, Claudia Cardinale,
Calificación: 7/10
- Por Yasser Medina
- En julio 10, 2020
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Color Out of Space es una película que pone a prueba mis niveles de indiferencia hasta dejarme en un estado de aburrimiento tan profundo que ni siquiera me importa la picadura de un mosquito. Es una bazofia de pretensiones alucinógenas con la que aparentemente el director sudafricano Richard Stanley regresa, luego de varios años, al terror de serie B con elementos de ciencia-ficción y de horror lovecraftiano. Basada en un relato corto de Lovecraft, cuenta la historia de la familia Gardner. Los Gardner viven en una casa ubicada en una zona rural de Nueva Inglaterra, donde se han apartado de la ruidosa y agitada civilización contemporánea. Aparentan ser una familia ordinaria. La hija adolescente practica brujería, el hijo mediano disfruta fumar sustancias prohibidas en secreto, el más pequeño pasa el tiempo viendo lo que hay en el pozo, la madre está tan concentrada en su trabajo en línea que ni siquiera pasa el rato con sus hijos y el excéntrico padre tiene el hábito de ordeñar alpacas y sentarse a ver lo que hay en la TV. Un día la existencia de todos ellos se pone cuesta abajo cuando presencian un fenómeno del tercer tipo que inicia con la caída de un meteorito que se estrella en su patio delantero. Al principio no pasa nada, pero luego la familia es víctima de una extraña entidad alienígena que emana colores extraños y se muta en los organismos que encuentra, incluyendo cada uno de ellos. Exceptuando el comentario crítico sobre la crisis medioambiental, el estilo visual psicodélico y la excentricidad de Nicolas Cage con su histrionismo calculado y su rostro inexpresivo, la narrativa me parece demasiado trivial y sin pujanza. Las acciones nunca escapan de los parámetros convencionales del género. Y no hay nada aterrador. La experiencia alucinatoria es tan vacía como un agujero negro.
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Calificación: 4/10
- Por Yasser Medina
- En julio 09, 2020
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El término slacker, según el diccionario, es un anglicismo que hace referencia a una persona que carece de ambiciones y evade las responsabilidades. En el buen sentido de la palabra, se trata de un holgazán. Slacker es también el título de la segunda película de Richard Linklater como guionista y director. Filmada en 16mm con un presupuesto diminuto, es una comedia dramática con la que Linklater imprime por primera vez los semblantes de su estilo, encuadrando con travellings meticulosos a personajes diversos que hablan de la cotidianidad mientras caminan por las calles. Por más que su estructura me parezca novedosa desde un punto de vista formal, no me cautiva la vida de esos personajes que presenta en un simple día en Austin, Texas. La cámara sigue a los protagonistas, en su mayoría son jóvenes inadaptados de la generación X, mientras conversan con extraños o con conocidos que se encuentran por las vías. Las conversaciones duran pocos minutos. Ninguno permanece en la misma escena y a veces el último en aparecer comienza la siguiente, en una especie de círculo de causalidad que funciona como enlace de continuidad. El collage de personajes en un principio me pone a pensar cuando sus coloquios abordan temas como la historia política, al anarquismo, la filosofía existencial y las teorías conspirativas, en el que destaco el diálogo introductorio de Linklater como el pasajero que filosofa en el taxi, el aficionado a los ovnis y la chica que vende la prueba de Papanicolaou de Madonna. Pero al rato me fatiga la repetición insistente de los perezosos marginados, de personajes vacíos y molestamente apáticos que son tan planos como la superficie de una hoja en blanco. No hay ningún tipo de vigor en sus acciones. Creo que su discurso sobre la exclusión, la libertad y la condición social es interesante, pero es una película de culto con una narrativa algo baladí.
- Por Yasser Medina
- En julio 07, 2020
- Sin comentario

Lo único que me regocija al ver Chicas sin freno es la anticipada llegada de los créditos. Cuando los créditos comienzan a rodar desde abajo hacia arriba, se dibuja una sonrisa en mi rostro que me hace olvidar el tremendo disparate que supone el debut como directora de Drew Barrymore. Es un drama deportivo sin remedio, sorprendentemente aburrido, con una narrativa plana que se disipa tan rápido como las huellas de un patín sobre el asfalto. Trata la historia de Bliss Cavendar, una adolescente que vive bajo las garras autoritarias de una madre exigente que la obliga a participar en un concurso de belleza para que encuentre su propia pasión. Bliss comparte con su familia en un pueblo pequeño de Texas y trabaja en un restaurante de comida rápida donde comparte quehaceres con su mejor amiga. Pero un día decide emanciparse cuando se apasiona por el Roller Derby, una competición de patinaje para chicas que es eminentemente agresiva. Yo me quedo a ver las carreras para ver cómo funciona el asunto de ese deporte y, a la vez, para observar a la protagonista patinando con toda la rudeza del mundo junto a otras chicas para resolver los problemas de su vida. Encuentro interesante los temas que aborda sobre los dilemas de la adolescencia, el dominio matriarcal y la libertad femenina, pero al rato me dejan de importar cuando la narrativa blanda y los personajes de plástico arrastran todo el relato al zafacón de la repetición banal, en el que las escenas de Bliss se vuelven tan reiterativas y previsibles como las vueltas que dan en la pista. La actuación de Ellen Page me parece regular como la muchacha que enfrenta conflictos baladíes para independizarse, al igual que la de Marcia Gay Harden como la madre dominante. Es una película que nunca llega a ser entretenida.
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Calificación: 4/10
- Por Yasser Medina
- En julio 05, 2020
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La tercera película de Donnersmarck, 'Nunca apartes la mirada', examina las circunstancias de un pintor ficticio muy similar a Gerhard Richter.
No recuerdo mi primer contacto con la obra de Gerhard Richter, pero si no me equivoco navegaba en la Internet el día en que descubrí sus pinturas fotorrealistas. Fue hace muchísimos años atrás. El impacto que me causó me obligó a estudiar y a apreciar sus telas por esa característica fantasmagórica e hipnótica, en la que recurre a un realismo austero y borroso que parece embalsamar los recuerdos de su existencia a través de las fotografías de familiares, de paisajes y de crónicas periodísticas. Son pinturas hechas a base de fotografías. Aunque Richter revolucionó la vanguardia de la segunda porción del siglo XX con ese estética figurativa tan rupturista, la abandonó a finales de los sesenta para moverse a una etapa constructivista y más tarde a su reconocida abstracción. Debido a su producción artística heterogénea y polisémica, Richter está considerado como uno de los artistas contemporáneos más importantes. Pero no le da mucha importancia a su reconocimiento. Es un genio hermético. Rara vez habla de su arte. Y se ha mostrado reacio a comentar su tormentosa vida personal, aunque existen entrevistas, documentales y libros autobiográficos que nos dan una aproximación de su pensamiento como artista.
La carrera de Richter aparenta ser la fuente de inspiración de Nunca apartes la mirada, la película del director alemán Florian Henckel von Donnersmarck que explora las vicisitudes de un pintor a lo largo de la historia alemana posguerra, a pesar de que en ningún instante, ni siquiera en los créditos, se vincula la película a su nombre. Imagino que solo aquellos que conozcan los aspectos más traumáticos de la biografía de Richter entenderán la críptica analogía. Tengo entendido que antes de realizarla, Donnersmarck investigó incisivamente los trabajos de Richter hasta encontrar coincidencias y rastros autorreferenciales en sus famosos retratos fotorrealistas, además de entrevistarlo durante semanas para obtener la información necesaria para escribir el guion. El resultado reemplaza la imagen de Richter por el de una figura ficticia, logrando mutar lo real y lo ficcional con géneros tan cautivantes como el drama, el suspenso y el romance. No se trata por lo tanto de un biopic que busca ilustrar a una persona que se refugia en la creatividad para aliviar el sufrimiento, sino más bien, de una película que se aleja de las convenciones genéricas para subrayar el arte como la verdad de las cosas, estableciendo un símil novedoso entre la ficción y los hechos.
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Saskia Rosendahl como la tía Elisabeth. Fotograma de Sony Picture Classics. |
Comienza como un drama de mayoría de edad, mostrando al protagonista, Kurt Barnet (Cai Cohrs), como un niño en los tiempos de la Alemania Nazi, donde disfruta la ingenuidad de sus días en Dresde junto a su tía Elisabeth (Saskia Rosendahl), una mujer bella y excéntrica. Con ella visita una exposición itinerante del “arte degenerado” de lienzos de grandes pintores. Ella le enseña que el arte es un manantial de liberación, incluso en los instantes más difíciles, que ayuda curar la amargura. Kurt también es obligado a unirse a las juventudes hitlerianas. Un día, el pequeño Kurt encuentra a la tía Elisabeth desnuda tocando el piano, como si estuviese hipnotizada por la euforia. Luego de golpearse la cabeza con un plato de vidrio, su familia la interna en un sanatorio porque aparentemente pierde la cordura. A partir de la dramática despedida, ella le dice a Kurt que "nunca mire hacia otro lado" porque "todo lo que es verdadero tiene belleza". Tiempo después, Elisabeth es esterilizada por los nazis cuando se sospecha que es esquizofrénica. El cirujano a cargo del programa de esterilización es el macabro Carl Seeband (Sebastian Koch), un profesor de ginecología y oficial de alto rango del cuerpo médico de las SS que ordena de inmediato la muerte de un centenar de mujeres en una cámara de gas.
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Cai Cohrs como el pequeño Kurt. Fotograma de Sony Picture Classics. |
Con el transcurso de los años, Kurt (Tom Schilling) trata de olvidar los sucesos trágicos de la beligerancia instalándose en una escuela de pintura en Dresde en Alemania Oriental, donde estudia pintura bajo las condiciones totalitarias del realismo socialista, condenado a perpetuidad a pintar murales gigantescos que reflejan los conceptos ideológicos de la clase obrera, sin posibilidad alguna de expresar lo que verdaderamente siente en el lienzo. Allí es admirado por su profesor y por otros alumnos. Su crónica da un giro cuando se enamora de una estudiante de diseño de moda llamada Elisabeth (Paula Beer), la cual comparte cierto parecido con su tía fenecida. Ambos mantienen un noviazgo sin que la adinerada familia de Elisabeth lo sepa. Sin embargo, la tragedia vuelve a ocupar un trozo de su trayectoria, primero, al atestiguar el chocante suicidio de su padre y, segundo, al desconocer que Carl Seeband es el padre de Elisabeth, quien luego de haber ayudado a un oficial ruso durante la conflagración, borró los registros de sus crímenes contra la humanidad y ahora vive de una riqueza considerable, además de que no aprueba la relación que tiene con Elisabeth por considerarlo inferior y está empeñado en destruirla.
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Tom Schilling como Kurt y Paula Beer como Elisabeth. Imagen de Sony Pictures Classics. |
Para tener una duración de tres horas, Donnersmarck consigue cohesionar el relato notablemente sin que la narrativa pierda ritmo en ningún momento en el núcleo de su estructura. No hay ni una escena que no me parezca interesante cuando abarca varias décadas de la historia política alemana desde el período posguerra. En la primera mitad adquiere los semblantes de un thriller romántico cuando el protagonista honesto y reservado goza de un idilio apasionado con la chica que ama mientras secretamente es manipulado por el suegro nazi que, recurriendo al engaño y la hipocresía, anhela preservar el estatus social y la reputación de la familia impidiendo que nazca el hijo de la pareja (es posible que fuera de campo le practicara un aborto a Elisabeth causándole graves daños físicos en el útero). Se vuelve un poco agridulce cuando los personajes escapan hacia Alemania Occidental y luchan para concebir hijos cuando se casan.
En cambio, en la segunda mitad se convierte en una ilustración dramática y subjetivista de la crisis creativa de un artista que batalla por hallar su propia voz, particularmente en las escenas en que Kurt estudia en la prestigiosa Academia de Arte de Düsseldorf donde todos los estudiantes abordan el arte vanguardista con cierta libertad y sus experiencias íntimas le impiden descubrir un método más allá del medio de la pintura figurativa, incluyendo, dicho sea de paso, la condición socioeconómica que lo sujeta a la miseria, pues gracias a Seeband obtiene un empleo como conserje mientras Elisabeth trabaja cosiendo en una fábrica textil.
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Sebastian Koch como Carl Seeband. Fotograma de Sony Pictures Classics. |
La metáfora concibe una lectura valiosísima que esboza el poder curativo que posee el arte para sanar las heridas del pasado del artista y, a la vez, revelar los misterios que oculta la realidad. Lo observo en las en que Kurt, desconociendo el historial criminal de Seeband, mira una artículo periodístico sobre la captura de un doctor nazi que fue jefe de Seeband durante la guerra y, como si estuviera iluminado por una idea brillante, empieza a reproducirlo en los cuadros junto a fotografías personales en blanco y negro (las de su tía), proyectándolas en el lienzo antes de trazar las líneas del dibujo, pintándolas con colores grisáceos que simbolizan la melancolía y más adelante añadiendo un misterioso desenfoque que crea un toque espectral. Al hacerlo, vence sus inseguridades como artista e inconscientemente aplasta la inmoralidad del fugitivo Seeband cuando este ve un collage superpuesto de la tía de Kurt, su antiguo superior y él mismo como un intento revelatorio de venganza, lo que lo lleva a huir aterrado pensando que el yerno descubrió su secreto.
La extraña ironía es que algunos episodios de la historia de Richter fueron mucho más dolorosos que los de Kurt. A pesar de todo el dolor sufrido, supo equilibrar su voluntad para imprimir en sus primeros lienzos el amargo sabor de la desilusión, ocultando constantemente las referencias a sus experiencias individuales y transformando la desgracia interna en una creación avant-garde. Y esa es la misma narración que bosqueja la película. Por esa razón, Donnersmarck utiliza parte de sus capítulos biográficos, digamos, para elaborar una alegoría del potencial del arte para reflejar la verdad de las sensibilidades humanas más recónditas.
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Tom Schilling como Kurt. Foto de Sony Pictures Classics. |
La película del realizador de La vida de los otros marca su regreso al cine alemán con un riguroso homenaje a uno de los artistas plásticos más sobresalientes de las últimas décadas. Quizá se toma ciertas licencias a la hora de establecer los trazos limítrofes del currículo de Richter. Pero nada se sale de lugar cuando dibuja la delgada simbiosis entre el mito y la realidad. La puesta en escena está ejecutada con una estupenda banda sonora de Max Richter y con un elegantísimo estilo visual que encuadra la época con una autenticidad inquebrantable y una colorización que resalta, con un tono azulado, la introspección de ese protagonista que nunca aparta la mirada de sus cuadros. Tiene actuaciones conmovedoras de Tom Schilling, Paula Beer y Sebastian Koch. Y me cautiva en la parte que recrea el famoso retrato de Ema (Desnuda en una escalera), de Richter, en una especie de parábola minuciosa sobre el significado de la maternidad. Es un ejercicio portentoso y absorbente sobre las reminiscencias, las confidencias familiares y la preponderancia reformadora del arte. Le hace justicia a la efigie de Richter con unos artificios que, a veces, lucen reales. Después de todo, supongo, siempre hay algo de verdad detrás de cada ficción.
Título original: Never Look Away (Werk ohne Autor)
Año: 2018
Duración: 3 hr 09 min
País: Alemania
Director: Florian Henckel von Donnersmarck
Guion: Florian Henckel von Donnersmarck
Música: Max Richter
Fotografía: Caleb Deschanel
Montaje: Patricia Rommel
Reparto: Sebastian Koch, Tom Schilling, Paula Beer, Lars Eidinger, Rainer Bock
Calificación: 7/10