El mejor

El mejor, de Barry Levinson, es un drama deportivo que me hace pasar un rato placentero durante dos horas que avanzan como la recta de un lanzador en postemporada. Aunque funciona con la formula básica hollywoodense, tiene unos personajes dibujados de una manera agradable y una vibra 'feel good' que consigue ganarse mi empatía y esa sensación de haber visto algo entretenido con sus secuencias de béisbol y su trama de superación personal. Está basada en la novela homónima de Bernard Malamud. Y me cuenta durante los años 30 la historia de Roy Hobbs, un hombre de mediana edad que tiene talento para el beisbol y que, dejando atrás un pasado accidentado que casi lastra su sueño de ser pelotero, ficha 16 años después con los New York Knights, un equipo de pelota de Grandes Ligas que anda en mala racha. Como si se tratara de la figura de un dios griego, el personaje se presenta como un héroe decidido, orgulloso, algo reservado, endurecido como el metal de una bala por la tragedia del pasado y dispuesto a superar las barreras físicas impuestas por la edad con tal de alcanzar el éxito. A pesar de estar delineado de esa forma, me resulta disfrutable verlo bateando los jonrones que enloquecen a la fanaticada, seduciendo a una rubia fatal que tiene segundas intenciones, discutiendo con el entrenador exigente, asumiendo el liderazgo del equipo, luchando en contra de los magnates codiciosos que usan el poder del negocio para intentar comprar su dignidad y su habilidad natural. La actuación de Robert Redford logra convencerme cuando su expresividad transmite la voluntad inquebrantable con la mirada tranquila y la destreza física que demuestra en las escenas en el campo de béisbol, donde realiza lanzamientos sobrehumanos y batea la bola con la ferocidad de un relámpago. Hay también actuaciones secundarias bien sólidas, como la de Glenn Close como la mujer de presencia angelical que motiva al beisbolista, Kim Basinger como la amante fatalista que seduce al servicio de los poderosos y Robert Duvall como el carismático cronista deportivo. Levinson los encuadra en una puesta en escena sutil y rítmica, construida con una efectiva reproducción de la época y una banda sonora espléndida de Randy Newman para subrayar, por medio de algunos símbolos, una parábola muy fabulesca sobre la familia y los altibajos del triunfo colocados detrás del pasatiempo nacional de Estados Unidos. Su final me parece muy emotivo.



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Ficha técnica
Título original: The Natural
Año: 1984
Duración:  2 hr 17 min
País: Estados Unidos
Director: Barry Levinson
Guion: Roger Towne, Phil Dusenberry
Música: Randy Newman
Fotografía: Caleb Deschanel
Reparto: Robert Redford, Kim Basinger, Glenn Close, Robert Duvall, Wilford Brimley,
Calificación: 7/10
Contra la pared

Creo que Contra la pared es una de las pocas películas del director turcoalemán Fatih Akin que consigue engancharme de principio a fin. Aunque no me emociona al tope, como drama tiene unos personajes intensos que despiertan mi interés por su registro romántico y por sus ocurrencias provocativas que señalan en todo momento un comentario sobre la condición de los inmigrantes turcos en suelo alemán y la imposibilidad de reconciliarse con el tradicionalismo ortodoxo de la cultura turca. La historia me presenta a Cahit Tomruk, un alemán cuarentón de ascendencia turca con un temperamento impulsivo que siempre se mete en problemas por su naturaleza rebelde y autodestructiva, usualmente deprimido por la muerte de su esposa y deambulando por las calles nocturnas en busca de alcohol, drogas, sexo y riñas. Pero observo que, luego de un intento de suicidio, su suerte cambia al conocer a Sibel, una chica turca de unos 20 años que le pide matrimonio para escapar de las tradiciones de su pueblo y de los intentos de suicidio que tatúa sus venas como sinónimo de protesta. Son personajes enérgicos que comparten el dolor de no pertenecer a ningún lado y que anhelan huir para liberarse de las frustraciones en dos etapas: una en Alemania y otra en Turquía. Particularmente me cautiva la actuación de Birol Ünel como ese toxicómano violento que para olvidar la culpa se refugia en los vicios, y también la de Sibel Kekilli como la mujer histérica y traviesa con tendencias suicidas que solo desea libertad y estabilidad emocional. Por medio de la elipsis y de un estilismo visual muy atrevido, Akin encuadra en dos períodos fundamentales la decadente existencia de la pareja en los entornos sórdidos y oscuros por los que transitan, en medio de un tratamiento proxémico que utiliza los espacios sociales alemanes y los turcos para dialogar de una manera sobria y muy sutil con temas sobre el estado social de los inmigrantes turcos que sufren el infierno de la miseria y de las imposiciones verticales de una cultura que les impide adaptarse a cualquier sistema posmoderno, obligados a huir de alguna forma para alcanzar una cuota de redención. Se simboliza recurrentemente con ese gran plano general en el que una mujer vestida de rojo canta música folclórica turca junto a unos músicos delante de la mezquita Azul, algo que le otorga gran coherencia al texto. Es una película provocadora de Akin.



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Ficha técnica
Título original: Head-On (Gegen Die Wand)
Año: 2004
Duración:  2 hr 01 min
País: Alemania
Director: Fatih Akin
Guion: Fatih Akin
Música: Alexander Hacke, Mona Mur
Fotografía: Rainer Klausmann
Reparto: Birol Ünel, Sibel Kekilli, Catrin Striebeck, Güven Kiraç
Calificación: 7/10
Historia de una monja

Me siento a ver Historia de una monja y durante dos horas y media mi fe por el cine de Fred Zinnemann resbala tan estrepitosamente que ni siquiera la actuación contenida de Audrey Hepburn puede impedir que se levante. Es una de las películas más aburridas que he visto del director. A pesar de que es un drama que interroga los dilemas morales y las contradicciones de la fe religiosa con una interpretación orgánica de Hepburn, el retrato de la crisis de conciencia de una monja me parece fútil y un poco redundante, adornada de diálogos acomodaticios y una narrativa que repite insistentemente los mismos episodios para llegar a una conclusión moral más que anticipada. Está basada en la novela de Kathryn Hulme. Se ambienta en la década de los años 30, y me relata la trama de Gabrielle van der Mal, la hija de un destacado cirujano que decide abandonar la vida acomodada para ingresar a un convento de monjas, con el fin de alcanzar su sueño de laborar en un hospital del Congo Belga y así poder atender a la gente que sufre por la miseria, la segregación y la desigualdad social. En una primera mitad, presenta la travesía de la muchacha cuando intenta disciplinar su carácter ante los votos de castidad, pobreza y obediencia del convento, adquiriendo el nombre de Hermana Luke, en medio de un largo ritual de iniciación que me produce una dejadez que me impide empatizar por ella. En la segunda, se ocupa de ponerla a cuestionar su propia fe cuando descubre en el Congo Belga la dura realidad social que golpea a los habitantes oprimidos por el colonialismo, el trabajo como asistente y enfermera atendiendo enfermos de tuberculosis en el quirófano del doctor Fortunati, la atracción inevitable que siente hacia Fortunati y que lucha por suprimir en el nombre del padre. La actuación de Hepburn es creíble cuando transmite la dudas de la monja con las miradas y los gestos, aunque no tenga la culpa de que su potencial se vea desperdiciado por una narrativa dúctil. Con la efigie de esa santa que se rebela contra de la autoridad y la obediencia clerical, Zinnemann compone un tratado sobre la santurronería que a veces se oculta en una institución como la Iglesia Católica, amplificado por un simbolismo calculado en una puesta en escena correcta. Pero, desgraciadamente, carece de la pujanza necesaria para ser conmovedora. Es tan aburrida como la misa de los domingos por la tarde.



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Calificación: 5/10

El sonido del metal

Yo no sé para nada lo que se siente al padecer la pérdida de la audición, pero reconozco que pocas películas que he visto han retratado con tanta fidelidad los efectos de la sordera como El sonido del metal, del director debutante Darius Marder. A pesar de la simplicidad y de algunas decisiones narrativas comunes, me inquieta y me conmueve. Como drama, examina las vicisitudes de la sordera con honestidad y una actuación verdaderamente meticulosa de Riz Ahmed, quien captura de una manera muy auténtica la dura impotencia producida por la ausencia de sonido. Durante dos horas me relata la existencia de Ruben, un baterista de una banda de heavy metal que, junto con su novia Lou, transita en una casa rodante varias localidades del país para realizar conciertos. Todo lo que presenta en la narrativa de ese baterista reservado y rebelde transcurre con cierta normalidad, pero en el momento en que empieza a perder la audición es que me parece muy interesante porque se concentra, una y otra vez, en encuadrar con mucha sobriedad la experiencia intrínseca de la sordera, examinando el sufrimiento y la agonía desde una óptica subjetiva en la que el director utiliza sutilmente los silencios, los ruidos y el sonido diegético para amplificar la frustración del personaje cuando es encuadrado en plano medio corto y en primer plano. El diseño de sonido adquiere una relevancia significativa para desarrollar al protagonista. Aunque supongo que nada de eso fuera posible sin la interpretación de Ahmed. Ahmed, quien además de actuar lleva una trayectoria musical como rapero, entrega a mi parecer la actuación de su carrera y me resulta bastante creíble porque emplea su expresividad de forma orgánica, utilizando mayormente la mirada y la gestualidad para evocar la angustia interna de ese baterista con implantes cocleares que se adapta a un mundo de silencio y sonidos eléctricos, además de su compromiso con el lenguaje de señas. Destaco también el rol secundario del desconocido Paul Raci como el líder de la comunidad de sordos. La travesía de superación que atraviesa su personaje le sirve a Marder no solo para dialogar con cuestiones sobre las consecuencias de la adicción a las drogas y el significado de la autoaceptación, sino, también, sobre la condición social de las personas sordas que muchas veces son ignoradas por el sistema. Eso es más que suficiente para que mi sensibilidad sea tocada como un instrumento de percusión.



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Ficha técnica 
Título original: Sound of Metal
Año: 2019
Duración:  2 hr 00 min
País: Estados Unidos
Director: Darius Marder
Guion: Darius Marder, Abraham Marder
Música: Nicolas Becker, Abraham Marder
Fotografía: Daniel Bouquet
Reparto: Riz Ahmed, Olivia Cooke, Paul Raci, Mathieu Amalric, Tom Kemp,
Calificación: 7/10
La Gomera

La Gomera, la película más reciente del director rumano Corneliu Porumboiu, es un thriller policial que no supone para mí una revelación por emplear los mecanismos habituales del género, pero la manera en que él los emplea a su favor para deconstruirlos me resulta ingeniosa, y me atrapa con su trama retorcida entre policías y matones que juegan al engaño, a la traición y a la corrupción más inesperada que se resuelve a base de silbidos. Porumboiu la dirige con un estilo visual muy atmosférico que le añade identidad propia, haciendo honor a su membresía del nuevo cine rumano y a una evidente cinefilia que muestra con múltiples referencias a clásicos del cine. Comienza contando la historia de Cristi, un policía que tira la ética por la ventana de su oficina para jugar al bien conocido y peligroso juego de ambos espectros de la ley, trabajando de infiltrado en la banda de un traficante de drogas y entablando un vínculo con una preciosa mujer fatal llamada Gilda con el objetivo de robarle al mafioso y, al mismo, tiempo escapar de una policía corrupta que desea su pellejo y lo mantiene bajo vigilancia permanente. La narrativa, fruto de un montaje estupendo, estructura su misión de una forma episódica y no lineal, en la que cada capítulo, introducido con un intertítulo de un color específico de fondo y el nombre de cada uno de los personajes que aparecen en la trama, presenta con astucia al oficial protagónico cuando ejecuta su plan maestro al son de música clásica y sin disparar ni una sola bala, utilizando también un lenguaje de silbidos bastante peculiar para comunicarse. El estilismo de Porumboiu construye con inteligencia la puesta en escena, empleando dispositivos que ayudan a ampliar las tensión, como el contracampo, el plano subjetivo, la música diegética de la ópera, el sonido diegético del silbo gomero y el uso meticuloso del color, especialmente el rojo escarlata que enuncia el peligro. Aunque algunos personajes funcionan con fórmulas básicas de la exposición, me parecen convincentes. Y noto una buena química del reparto. El rol de Vlad Ivanov es creíble como ese policía reservado y calculador transformado en chivato, así como el de Catrinel Marlon como la femme fatale oportunista. Con ellos, Porumboiu nunca permite que decaiga la intriga, el humor negro y los giros sorpresivos durante una hora y media. Su revisión del género policíaco que es bastante disfrutable.



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Ficha técnica 
Título original: The Whistlers (La Gomera) 
Año: 2019
Duración:  1 hr 32 min
País: Rumanía
Director: Corneliu Porumboiu
Guion: Corneliu Porumboiu
Música: variada
Fotografía: Tudor Mircea
Reparto: Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar, Antonio Buil
Calificación: 7/10
Pasaje a la India

Tras haber visto Pasaje a la India, no considero que se trate de una de las grandes películas de David Lean, pero como drama histórico de aventura me parece solvente y muy conmovedor, poblado de unos personajes contagiosos y de ese estilo visual característico de Lean que cautiva mi vista cuando ilustra los bellos paisajes indios durante casi tres horas que pasan a la velocidad de un ferrocarril. Está basada en la novela homónima de E. M. Forster. Se ambienta durante el régimen del Raj británico en la década de 1920. Y me cuenta la historia de Adela Quested, una mujer solitaria y apesadumbrada que, para controlar sus miedos internos, emprende un viaje a la India en compañía de su futura suegra para contraer matrimonio con un magistrado y de paso sanar sus preocupaciones culturales visitando los lugares exóticos del país. Su estadía me resulta interesante cuando conoce a varios personajes indios y británicos, incluyendo a Aziz, un carismático doctor indio con el que desarrolla una atracción pasajera. En la segunda mitad se vuelve aún más entretenida cuando inicia la excursión hacia las inmensas cavernas de la tragedia. En esa trama, que conjunta discretamente el relato de época, la épica de aventura y el drama judicial, Lean despliega su estilismo riguroso en el que abunda el gran plano general que magnifica el panorama y, constantemente, la elipsis simbólica para resaltar los diversos estados de ánimo de la protagonista, aprovechando siempre la música de Maurice Jarre para ampliar la empatía. Su rítmico montaje preserva la cohesión con escenas bien largas. Las actuaciones del reparto son maravillosas, aunque particularmente me agrada la de Victor Banerjee como el médico alegre y honorable golpeado por la injusticia, la del irreconocible Alec Guinness como el excéntrico sabio brahmán y Judy Davis como esa mujer que transmite sus dudas y sus temores a través del rostro y la mirada. Su discurso no solo cuestiona el clasismo y los prejuicios sociales engendrados por el colonialismo británico, sino, además, el desequilibrio político entre los burgueses británicos que toman el té a las cinco de la tarde y los indios que viven sepultados en la pobreza de los tiempos coloniales, encuadrado de una manera estupenda en la prolongada secuencia del juicio a puertas cerradas. Eso la hace relevante. Es, a mi parecer, una buena carta de despedida del director de Lawrence de Arabia y El puente sobre el río Kwai.



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Ficha técnica 
Título original: A Passage to India
Año: 1984
Duración:  2 hr 43 min
País: Reino Unido
Director: David Lean
Guion: David Lean
Música: Maurice Jarre
Fotografía: Ernest Day
Reparto: Judy Davis, Victor Banerjee, Peggy Ashcroft, James Fox, Alec Guinness,
Calificación: 7/10

Thirst

Todavía trato de calcular cómo voy a recuperar el tiempo que he perdido viendo Sed de sangre, o como se titula en inglés, Thirst. La veo durante dos horas eternamente largas en las que descubro de inmediato que se trata de una de las películas más mediocres, tontas y terriblemente efectistas de Park Chan-wook. Su revisión del terror de vampiros con ciertos registros de erotismo me deja tan frío como un cadáver, en un estado de apatía perpetua. La tensión es prácticamente nula. Me cuenta la historia de Sang-hyun, un sacerdote católico que se dedica al ancestral negocio de la caridad, visitando a pacientes enfermos en un hospital de su ciudad para sanarlos de cualquier peste con el poder curativo de la fe. Como ser humano, sufre en silencio y se deja dominar por las dudas, la desesperación y la tristeza. Pero su vida da un giro cuando, luego de la transfusión de sangre en un experimento fallido, revela ser un vampiro y se relaciona con Tae-ju, la esposa de su amigo que se convierte en su amante. La premisa tiene un arranque interesante, sobre todo cuando el cura es muy solicitado por los feligreses que requieren de sus servicios para sanar sus pecados. Pero al rato no extraigo nada que me impacte o que me horrorice con el cuento desolador y oscuro del vampiro que trepa paredes y chupa sangre. Son personajes estereotipados, a menudo vacíos, que solo funcionan para rellenar la superficie expositiva del universo de horror al que pertenecen. Lo que dicen y lo que hacen me tiene sin cuidado. Tampoco me divierte su humor ni me impacta su brutalidad. A pesar de todo, me parece auténtico el vampiro que interpreta Song Kang-ho, en un rol protagónico de pericia física y de expresividad contenida. Tiene buena química con Kim Ok-bin como la mujer histérica y psicopática. El inconveniente es que ellos no tienen la culpa de que su potencial se vea eclipsado por la redundancia de esa narrativa de Park que los coloca insustancialmente en un círculo de romance, violencia y excesos, en un conjunto desequilibrado en el que nada parece encajar. Y sospecho que ni siquiera su estilo visual y su predisposición por el encuadre móvil puede corregir la tontería. No sé en qué pensaba para dirigir esta película, pero supongo que de vez en cuando todos manchan su historial con la sangre de la mediocridad.



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Calificación: 5/10



El cuarto largometraje del director Lee Isaac Chung presenta con mucha sobriedad las dificultades de una familia de inmigrantes surcoreanos en busca del sueño americano.

 

Minari



La minari, conocida en algunas regiones de Corea del Sur como berro coreano, es una planta comestible que crece en forma silvestre con mucha facilidad en zonas húmedas donde abunda el agua dulce, comúnmente en ríos, pantanos y hasta en los estanques. Sus hojas son aromáticas y tienen una vaina que cubre el tallo. Es uno de los ingredientes más populares de la gastronomía coreana, así como de varios países asiáticos. Su sabor es un poco amargo. Y cuentan que luego de agotar su ciclo de vida, se renueva y florece tan fuerte como los rayos del sol en primavera. En el cine no sé cuántas veces me he topado con ella en alguna película surcoreana. Pero recientemente he visto Minari, un drama que emplea a su favor los diversos significados poéticos que puede tener dicha planta para contar, de una manera sutil y contemplativa, la historia de una familia de inmigrantes surcoreanos que anhela conquistar esa cosa llamada sueño americano en una región rural durante la década de los 80, a pesar de que una multitud de dificultades amenaza con despertarlos.


Partiendo de esa premisa, el director estadounidense de origen surcoreano, Lee Isaac Chung, edifica una película intimista y muy emotiva que me mantiene cautivado en todo momento con su cuento sobre la familia, la inmigración y las tradiciones culturales como sinónimo de prosperidad. Tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Sundance del ominoso 2020, donde ganó el Gran Premio del Jurado y el Premio del Público. También ha sido aclamada en todas partes. A mí por el contrario no me parece una de las mejores del año pasado, como dicen algunos, porque no escapa de lo ordinario. Su argumento se construye con los mecanismos clásicos del drama familiar. Pero sin duda se aleja de la idealización habitual. Y es muy honesta relatando los episodios. Me causa una buena impresión por su autenticidad y sus paisajes bucólicos con aroma a campo en los que observo la dinámica familiar y las costumbres de una familia coreana verdaderamente peculiar, así como por las actuaciones orgánicas de un reparto encabezado por Han Ye-ri y, muy especialmente, por Steven Yeun, quien entrega hasta la fecha una de sus mejores actuaciones en su joven carrera como actor.




Steven Yeun como Jacob. Fotograma de A24.


Ambientada en plena era de Reagan, me narra la crónica de los Yi, una familia coreano-estadounidense que se acaba de mudar de California a una parcela de tierra recién comprada en una zona rural de Arkansas con la finalidad de escapar de la miseria que experimentaban en Corea. El núcleo está compuesto por el padre y la madre, Jacob (Steven Yeun) y Monica Yi (Han Ye-ri), y también por los hijos pequeños, David (Alan Kim) y Anne (Noel Kate Cho). Viven en un remolque relativamente espacioso, en el epicentro de un vasto campo del que Jacob espera cultivar vegetales para venderlos a los comerciantes del sector agrícola de Dallas y, de ese modo, encontrar el bienestar que tanto promocionan los comerciales estadounidenses de televisión por cable. En su cotidianidad hay instantes felices, pero también los días agridulces en los que nunca faltan las discusiones de pareja, las responsabilidades paternales, la educación de los hijos, las visitas a la iglesia cristiana para ampliar su fe y la ayuda extra para la siembra, cosa que consigue Jacob al contratar a Paul (Will Patton), un indigente local que es fanático religioso y que lo ayuda a cavar un pozo para buscar agua. A su armonía casera también se suma Soon-ja (Youn Yuh-jung), la madre de Mónica y abuela que intenta adaptarse a la vida en los Estados Unidos y vincularse con los niños.



Alan Kim y Steven Yeun. Fotogama de A24.


Como extranjeros, la adaptabilidad y el camino a la felicidad de los protagonistas es puesto a prueba con muchas situaciones problemáticas que poco a poco desestabilizan el vínculo que poseen, aunque en medio de la inseguridad y del sufrimiento nunca pierden la esperanza ni la dignidad como inmigrantes coreanos, manteniéndose unidos incluso en los sucesos más difíciles. Cada uno tiene una característica encantadora. Jacob es el padre trabajador, sincero y optimista que ejerce la autoridad para cuidar de su familia, siempre preocupado por lograr sus metas como granjero y por criar a sus hijos con las oportunidades que le brinda el país norteamericano, a veces afectado emocionalmente por la frustración y los duros golpes económicos que lo obligan a tomar los caminos menos éticos para conseguir lo que quiere y satisfacer las necesidades de su familia. Monica es una mujer gentil, indecisa y algo dependiente que deposita toda la confianza en la labor de su esposo y que, como madre, solo anhela educar y proteger a sus hijos. David es un niño despierto y muy travieso que tiene curiosidad por conocer a los demás y aprender cosas interesantes al lado de la abuela. Anne es una jovencita tímida y reservada que atraviesa la mayoría de edad al atestiguar la crisis de sus padres. Soon-ja es la abuela malhablada pero increíblemente afable y comprensiva que funciona de equilibrio emocional al cuidar a los niños y aconsejar a los padres. A pesar de las contrariedades, todos ellos se fortalecen a medida que luchan contra la hipocresía de los pobladores.



Han Ye-ri y Steven Yeun. Imagen de A24.

 

Con un guión que extrae fragmentos de las propias experiencias de Chung como inmigrante coreano, la narrativa de la película coloca a los personajes en escenas que reflejan las preocupaciones inmigratorias de una familia coreana en suelo estadounidense. Se exterioriza con unos cuantos golpes de efecto que agrietan la estancia y, a la vez, el carácter dramático del conflicto central. Esto es visible en cierta medida en la que Jacob y Monica esconden la desilusión y ocupan sin nada de vergüenza el empleo de aparear polluelos en un criadero en el que todos los empleados son asiáticos, la de la discusión de Jacob y Monica que anuncia la ruptura amorosa frente a sus hijos, la del pozo seco que obliga a Jacob a pagar el agua de una llave del condado, la del intento fallido de Jacob para vender los productos de un comprador de Dallas, la de David cuando se lesiona el pie y es socorrido por la abuela, la del derrame cerebral de la abuela cuando es encontrada inconsciente en el piso por David y Anne.


Sin embargo, no todo lo que ostenta es desencanto y pesadumbre, porque, por otro lado, también hay escenas placenteras que se ejecutan con un buen sentido del humor y una ternura que ilumina a los personajes momentáneamente, como las reuniones familiares en la sala, las conversaciones que tiene la abuela con los niños cuando les enseña a sembrar semillas de minari junto al arroyo, los pintorescos diálogos del extraño Paul cuando carga una cruz sobre sus hombros todos los domingos, el regocijo de los padres al enterarse de la recuperación del inconveniente cardíaco de su hijo, las caminatas que sostienen Jacob y David por las praderas de las lecciones morales. En medio de la desdicha es justo que también se tropiecen con la bonanza.



Youn Yuh-jung como Soon-ja. Foto de A24.


A mi parecer el relato modesto de esos personajes no solo le sirve a Chung para componer un tratado escueto sobre el significado universal de los vínculos familiares, sino, además, un estudio muy honesto sobre la condición socioeconómica de los inmigrantes asiáticos en las comunidades rurales estadounidenses que son pisoteados por la falta de oportunidad, independientemente de la realidad social a la que pertenezcan. Con el dibujo de la familia Yi, desenmascara algunas las mentiras del American Dream sin pretensiones ni estereotipos comunes de Asia, alejándose de idealismos innecesarios, de una forma humana y con los pies en la tierra, presentándola como gente que preserva sus raíces coreanas (nunca se especifica cuál de las dos Corea) y que, por las malas experiencias, es obligada a subsistir por sí misma porque casi todas las personas que conocen, con algunas excepciones notables, carecen de solidaridad, amparándose en la idea de que su independencia y la verdadera fortuna solo se alcanza a base de perseverancia, trabajo duro y confraternidad familiar.


Para ilustrar esa metáfora, Chung recurre a una serie de dispositivos estéticos que adornan la puesta en escena sutilmente durante gran parte del metraje. Están cautelosamente colocados en la composición del encuadre. Uno de ellos es el color rojo, presente en la gorra que porta Jacob sobre su cabeza y en el carro que conduce, el cual funciona para comunicar el valor y la energía con la que asume su rol patriarcal para resguardar a su familia de la incertidumbre segura. Otros, como los símbolos religiosos, están presentes en los interiores de la iglesia, los crucifijos colgados en las paredes y hasta en la cruz pesada que levanta Paul, en una discreta pero efectiva metáfora sobre el poder de la creencia como acto de salvación. Asimismo adopta un enfoque naturalista empleando el gran plano general que captura la belleza del campo, y, además, la soledad de la familia. En la secuencia del incendio en el granero, provocado accidentalmente por la anciana, utiliza el simbolismo del fuego para acentuar la destrucción del infortunio que los abruma desde el pasado y la eventual regeneración como familia. Tiempo después, la catarsis se presenta espléndidamente en la secuencia climática, en la que Jacob y David se dirigen al arroyo para cosechar las minari de un color verde esperanzador que, irónicamente, crecen en abundancia en el lugar menos esperado, devolviéndoles la estabilidad y reflejando, de cierto modo, el cambio que espera bendecirlos como inmigrantes gracias al esfuerzo de la abuela que metaforiza la vieja tradición.



Steven Yeun, Alan Kim, Youn Yuh-jung, Han Ye-ri y Noel Kate Cho.


La película de Chung, cuyo ritmo avanza como el caudal de un río, me resulta muy agradable mostrando el retrato de esa familia de inmigrados que se ajusta a la desigualdad programada y descubre la verdadera tenacidad estando unida ante las duras peripecias de la existencia cotidiana. Abraza a sus personajes con inteligencia, parquedad y sencillez, distanciándose del sentimentalismo para favorecer la naturalidad. Creo no me sintiera así si no fuera por las estupendas actuaciones de todo el reparto. Cuando ellos están en pantalla, bajo esa música empática de Emile Mosseri, salgo conmovido y con los ojos aguados, principalmente con la interpretación formidable de Yeun como ese padre atormentado que desea que su familia salga adelante, y, también la de Han como la madre impaciente y taciturna que se roba mi corazón cuando se expresa en primer plano. No dudo que obtengan nominaciones al Oscar en las categorías actorales. Esta es una demostración de su talento.



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Ficha técnica
Título original: Minari
Año: 2020
Duración: 1 hr 55 min
País: Estados Unidos
Director: Lee Isaac Chung
Guión: Lee Isaac Chung
Música: Emile Mosseri
Fotografía: Lachlan Milne
Reparto: Steven Yeun, Han Ye-ri, Youn Yuh-jung, Alan S. Kim,
Calificación: 7/10

Tráiler de la película





Las olas

Hay algo bien genuino que hace de Las olas una película dramática verdaderamente conmovedora sobre la familia, la compasión y las heridas emocionales, sobre todo con ese estilo visual absorbente que mueve cada plano como una ola en el mar. Se trata del tercer largometraje del director norteamericano Trey Edward Shults. Shults también escribe el guión. Y durante dos horas me relata la historia de una familia afroamericana de clase media alta que vive en Florida, conformada por el padre, la madrastra y los dos hijos adolescentes, Tyler y Emily. Se fragmenta en dos puntos de vista. En la primera mitad se concentra exclusivamente en mostrar la relación de Tyler y una muchacha latina llamada Alexis, así como su adicción a los fármacos, el comportamiento violento que busca romper el orden familiar establecido por su padre y la frustración que lo golpea una vez que se entera del embarazo de la novia que se niega a abortar y amenaza con destruir su futuro como atleta de lucha libre. En la segunda se exterioriza la culpa y las ansias de liberación de Emily cuando piensa en la tragedia de su hermano y su familia, así como el temor intrínseco de que se repita la masculinidad tóxica de su hermano en el noviazgo birracial que sostiene felizmente con un muchacho que realmente la quiere mucho. Con un estilismo que comparte similitudes con Malick y Jenkins, Shults despliega un arsenal estético que le permite exteriorizar los pensamientos recónditos y el dolor reprimido de esa familia, adornando cada rincón de la puesta en escena con los colores luminiscentes que anuncian la desilusión, la relación de aspecto polimorfa que captura los estados de ánimo inesperados, el encuadre móvil casi omnipresente en cualquier plano que amplifica el júbilo y la tensión con una cámara en mano muy inquieta; además de que aprovecha una banda sonora muy acertada de Trent Reznor y Atticus Ross que describe los traumas de los protagonistas. Sin embargo, lo que más me cautiva son las actuaciones orgánicas de todo el reparto, sobre todo la de Kelvin Harrison Jr. como el muchacho conflictivo y frustrado, Sterling K. Brown como el patriarca posesivo y Taylor Russell como la joven introspectiva que anhela liberarse de las penas del pasado para curar las dinámicas familiares del presente. Es con ellos que Shults compone, por así decirlo, un drama sobrio y emotivo sobre la redención de una familia.



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Ficha técnica 
Título original: Waves
Año: 2019
Duración:  2 hr 18 min
País: Estados Unidos
Director: Trey Edward Shults
Guion: Trey Edward Shults
Música: Atticus Ross, Trent Reznor
Fotografía: Drew Daniels
Reparto: Sterling K. Brown, Alexa Demie, Clifton Collins Jr., Lucas Hedges, Taylor Russell,
Calificación: 7/10


Tropa de élite

Recuerdo que se habló mucho de Tropa de élite cuando se estrenó hace más de 14 años y ganó el Oso de Oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín. Yo en ese entonces no pude verla por mi compromiso con la procrastinación, aunque finalmente la he podido ver. Y admito que es una película policial que tiene un arranque más o menos trepidante que, por un momento, me mantiene interesado con su muestreo de violencia barrial y brutalidad policial, pero se ve afectada por la carencia de desarrollo de personajes y una narrativa regular que parece repetirse como una ola de crimen en las favelas. Al rato parece una versión policíaca de Ciudad de dios, cosa que detecto desde las primeras secuencias. Se ambienta en Brasil en 1997, y narra la historia de Nascimento, el duro capitán de una unidad del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE) que, por medio de la voz en off, relata sus experiencias en ese cuerpo de élite de la policía de Río de Janeiro y las misiones nocturnas que tiene dentro de las favelas contaminadas de traficantes de droga y de policías corruptos. En una primera mitad, me cuenta innecesariamente la existencia de dos reclutas honestos a los que entrena para que lo puedan reemplazar antes de retirarse, así como los miedos intrínsecos que lo ponen a elegir entre el llamado del deber y su familia. En la segunda, muestra el entrenamiento infernal de los novatos y unas operaciones para asesinar a un destacado vendedor de drogas. El caso es que, a pesar del aparato de acción, en el que abundan los tiroteos gratuitos y las tácticas policiales más sucias, no me sorprende ni me impacta el retrato de esa milicia que manda al carajo los códigos de justicia. Todo es efectista, pueril, genérico. Muchos de los personajes solo cumplen la función de rellenar metraje. Solo me resulta convincente la actuación de Wagner Moura como ese capitán con la presencia volcánica que aparentemente ha entrado y salido del infierno varias veces, en un rol de mucha expresividad y pericia física. También el estilo visual que captura el panorama brutal con una cámara en mano que busca crear una tensión de la que, desafortunadamente, soy inmune. El ritmo y la falta de cohesión se pierde a la media hora como una bala. Cuanto mucho, es una película aceptable del director brasileño José Padilha.



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Calificación: 6/10

Zulú

Aunque tenía una idea básica sobre los acontecimientos históricos de la batalla de Rorke's Drift durante la guerra anglo-zulú de 1879, eso no impide que me sorprenda viendo Zulú. Es una película bélica muy entretenida, en la que el director estadounidense Cy Endfield muestra el sangriento panorama de una guerra para abordar tópicos como el honor, la valentía y los dilemas morales de los soldados, sin perder de paso ligeros subtextos antropológicos y colonialistas. Dudo mucho que hoy en día se pueda concebir, porque tras la cortina se halla una historia que resalta el dominio colonial del imperialismo británico sobre el hombre negro incivilizado, aunque lo acomoda presentando a los enemigos como unos estrategas éticos y benevolentes. Se ambienta en Sudáfrica a finales del siglo XIX, y relata el acto heroico de unos 100 militares británicos que defienden hasta la muerte una guarnición del ataque de 4000 guerreros zulúes. Ellos, comandados por el teniente Chard y el teniente Bromhead, sabiendo que están en una desventaja numérica que los acerca a la derrota segura, preparan el fuerte armándose de fusiles Martini-Henry y bayonetas, construyendo barricadas, recibiendo la oración de un capellán que sabe que van a morir con dignidad en nombre de la corona. Aunque la narrativa recurre al efectismo habitual del drama histórico de guerra, encuentro cautivador verlos combatiendo y resistiendo ferozmente en circunstancias terribles, en la que hay pugnas internas de liderazgo, personajes desesperados y secuencias de batalla que subrayan en todo momento el tono épico que es típico del género. Todo me parece auténtico e intenso cuando los soldados uniformados de rojo se enfrentan a los guerreros tribales en una batalla en la que llueven los disparos en medio de un camino de cadáveres. El estilo de Endfield, rodado en Súper Technirama 70, refleja la brutalidad de la contienda desde distintos puntos de vista, ejecutando casi en todas las escenas el gran plano general y el contracampo que amplifica la intensidad. Se preocupa por la autenticidad con el diseño de vestuario y los decorados. El ritmo es muy acertado configurando la narración. Sus casi dos horas y media pasan volando a la velocidad de un disparo. También cuenta con una música fascinante de John Barry. Y presenta buenas actuaciones de Stanley Baker, Jack Hawkins, y, sobre todo, Michael Caine, en el rol que le dio su pase hacia el estrellato. Es un drama bélico muy emocionante sobre patriotismo y resistencia.



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Ficha técnica 
Título original: Zulu
Año: 1964
Duración:  2 hr 18 min
País: Reino Unido
Director: Cy Endfield
Guion: John Prebble, Cy Endfield
Música: John Barry
Fotografía: Stephen Dade
Reparto: Stanley Baker, Michael Caine, Jack Hawkins, Ulla Jacobsson, James Booth,
Calificación: 7/10
Birdy

Supongo que Alas de libertad es una película de Alan Parker que se ampara en buenas actuaciones de Matthew Modine y Nicolas Cage para trazar un discurso sobre las heridas traumáticas de la guerra y las emociones reprimidas, pero a mi parecer le falta pujanza a su narrativa regular y reiterativa. Está basada en la novela de William Wharton y narra la vida de Birdy y Al, dos hombres traumatizados psicológicamente por la guerra de Vietnam. Uno es un ornitólogo aficionado que se encuentra recluido en un manicomio del ejército y recuerda los días de su juventud en los que disfrutaba estudiar a las aves y vagar junto a su mejor amigo. El otro es un extrovertido que también se halla en el hospital para tratar de reanimar a su compañero y escapar del infierno de la demencia, rememorando los tiempos en que era joven, salía con chicas y hacía travesuras por las calles del pueblo. La historia me muestra, a través de largas escenas retrospectivas, los episodios grises de cada uno de ellos cuando se explora la adolescencia supuestamente feliz, las trampas de la vesania, las cicatrices que amenazan con lacerar la cordura, la desilusión que borra cualquier rastro de amistad. Aunque tiene un arranque más o menos interesante, pronto me asalta una dejadez que me impide empatizar por el vínculo entre el apasionado de los pájaros que desea volar por las nubes y el rebelde que cuestiona la autoridad. Son personajes dúctiles que funcionan para rellenar unas descripciones que, a fin de cuentas, para mí no suponen nada revelador o provocativo. Soy indiferente ante su claustrofóbica existencia. A pesar de todo, las actuaciones de Modine y Cage me resultan creíbles cuando su cuota de expresividad transmite la perturbación del par. Parker los utiliza para elaborar un texto antibélico sobre los efectos psicológicos de la guerra en la mente de los hombres y la imposibilidad de liberarse de las secuelas para adaptarse, simbolizado en varias escenas con esas aves que intentan volar hacia ninguna parte y regresan para vivir condenadas en los interiores de una jaula. Su idea se comunica con intensidad, quizás, en la secuencia del vuelo, ejecutada con diversos travellings y planos subjetivos. He visto películas que plantean el mismo tema sobre la guerra de Vietnam con mayor destreza. Esta sigue la tendencia de aquel entonces de condenarla, pero su resultado me parece insignificante y poco sorpresivo.



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Calificación: 6/10



First Cow

Hay una simplicidad que hace de First Cow, de Kelly Reichardt, una película muy emotiva sobre la miseria que engendran las contradicciones morales de la frontera norteamericana. Por lo que veo, Reichardt recurre nuevamente al naturalismo más poético y a una estética minimalista para contar un relato, conjuntando el drama y el western de una manera sutil, austera, parsimoniosa. Su narrativa, construida con un largo racconto, se ambienta en el siglo XIX en el viejo Oeste de Oregón y retrata la vida de Cookie, un cocinero contratado por unos cazadores de pieles que andan en una expedición en busca de riquezas, y, de King-Lu, un inmigrante chino que huye de unos hombres que lo persiguen. Con un ritmo que fluye como el caudal de un río en la mañana, se toma su tiempo para narrar los destinos de esos individuos solitarios que poco a poco se convierten en prisioneros de la desesperanza, el hambre y la condición humana que los obliga a robar para subsistir en el bosque, aunque una fuerte amistad los mantiene unidos ante la adversidad, sobre todo con el detonante que muestra la simbiosis que desarrollan con la vaca de un terrateniente, a la cual ordeñan por las noches para robar su leche y hornear galletas con el fin de venderlas en el pueblo. Reichardt no solo encuadra la desilusión y la dura situación que ellos atraviesan para sobrevivir, sino, además, la estrecha relación del hombre con la madre naturaleza, representada por esa vaca fértil que les provee abundancia y regocijo efímero y que simboliza, pasiva y subterráneamente, la fuerza generatriz del entorno natural; tópicos con los que ha dialogado a lo largo de su filmografía. Su final es conmovedor cuando enuncia, por medio del fundido a negro, el entierro de la generosidad en un terreno hostil en el que reinan los intereses, la xenofobia y la codicia. Asimismo emplea dispositivos formales como la elipsis, la relación de aspecto, el gran plano general y el sobreencuadre, con los que captura el paisaje húmedo y boscoso en medio de los silencios, la soledad y la poesía visual, además de la muerte fuera de campo que espera a esos protagonistas. El vestuario y los decorados me resultan auténticos. Y hay actuaciones orgánicas del reparto encabezado por John Magaro y Onion Lee. A pesar de la sencillez, no hay nada fuera de tono. Es a mi parecer una película sobria y trágica de esa gran cineasta del cine independiente estadounidense.



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Ficha técnica 
Título original: First Cow
Año: 2019
Duración:  2 hr 01 min
País: Estados Unidos
Director: Kelly Reichardt
Guion: Jonathan Raymond, Kelly Reichardt
Música: William Tyler
Fotografía: Christopher Blauvelt
Reparto: John Magaro, Orion Lee, Toby Jones, Ewen Bremner, Scott Shepherd,
Calificación: 7/10

Ponyo y el secreto de la sirenita

Ponyo y el secreto de la sirenita es una película animada de Haya Miyazaki que me saca una sonrisa y me hace pasar un rato muy placentero con una fantasía infantil que es tan voluble como la forma del agua. Se trata de la octava película animada de Miyazaki con el estudio Ghibli. A juzgar por lo que veo, me da la impresión de que Miyazaki, quien escribe el guión, actualiza el cuento de hadas 'La sirenita', de Hans Christian Andersen. Me cuenta la historia de Sosuke, un niño de cinco años que vive con su madre, Lisa, en un pueblo pesquero. La mayor parte del argumento se centra en el vínculo desarrollado entre Sosuke y Brunilda, una sirenita a la que llama Ponyo, descubierta en un frasco de vidrio a orillas de una playa luego de que esta intentara escapar de las garras de Fujimoto, un hechicero y científico que alguna vez fue humano y que vive en bajo la superficie marina en su laboratorio. Sosuke es un niño curioso y reservado; Ponyo es, en cambio, alegre e ingenua. Y me agrada ver a esos personajes comprender el valor de la amistad frente a la tempestad que amenaza con separarlos, huyendo del mago que desea recuperar a Ponyo, siendo testigos de los poderes mágicos que despierta Ponyo a medida que interactúa con humanos y aprende a comportarse como una niña genuina. Tiene sorpresas, lirismo, olas parlantes, animada con un estilo visual muy hermoso que reanima mi fe por la animación clásica y unas secuencias maravillosas, como la persecución en la que Ponyo corre encima de un tsunami de peces para reencontrarse con el compañero que huye con su madre por la autopista mojada. Los personajes le permiten a Miyazaki esbozar temas como el amor, la amistad y el significado de la inocencia, pero de manera subterránea subraya también sus preocupaciones naturalistas sobre el cuidado del medioambiente y la protección de los océanos, comunicando sutilmente que nuestra enemistad con la madre naturaleza puede tener sus consecuencias. La simbólica unión entre Sosuke y Ponyo acentúa el optimismo. La música de Joe Hisaishi, fuertemente influenciada por Wagner, alegra mis oídos mientras mis ojos disfrutan de los bellos paisajes dibujados a mano con lápices de colores. El ritmo corre tan rápido como una ola. Es una emotiva película animada de Miyazaki, una que ilustra con sutileza el universo de la niñez.



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Ficha técnica 
Título original: Ponyo (Gake no ue no Ponyo)
Año: 2008
Duración:  1 hr 42 min
País: Japón
Director: Hayao Miyazaki
Guion: Hayao Miyazaki
Música: Joe Hisaishi
Fotografía: Animación, Atsushi Okui
Reparto (voces): Tomoko Yamaguchi, Kazushige Nagashima, Yūki Amami,
Calificación: 7/10
La tienda roja

Aunque conozco a fondo los hechos históricos sobre Umberto Nobile y Roald Amundsen, no puedo evitar emocionarme al ver La tienda roja, del director ruso Mijaíl Kalatózov, porque incluso anticipando parte del resultado me llevo una sorpresa. Fue la última película del cineasta y está basada, justamente, en la historia de la misión de 1928 para rescatar a Nobile y los otros supervivientes del accidente de la aeronave Italia, ocurrido en las gélidas regiones del Ártico. La narrativa, con un guión de Yuri Nagibin, se estructura con un prolongado racconto en el que un anciano Nobile, perdido en su habitación del tiempo en Roma, atrapado por el pasado y los fantasmas de su tripulación, rememora junto a ellos los acontecimientos que desencadenaron la tragedia en aquel fatídico día de mayo de 1928. Las escenas retrospectivas me cuentan el viaje de Nobile y su tripulación abordo del dirigible "Italia" mientras transitan los desiertos helados del Polo Norte en busca de gloria y orgullo nacional. Y todo me resulta muy claustrofóbico y tenso cuando da órdenes a sus subalternos en los interiores de la cabina o cuando observa las planicies de hielo que apuntan a un desastre seguro. El relato de supervivencia es sobrio y tan duro como un iceberg. En ocasiones adquiere un tono onírico en las escenas del presente, en las que Nobile discute a puertas cerradas con los fantasmas de los muertos que se aparecen ante él y señalan en todo momento lo que debió hacer para evitar la desgracia antes y después del accidente, recordándole la culpa que lo atormenta de por vida. Aunque esa sala de reunión se puede interpretar subterráneamente como una alegoría de los sacrificios políticos de la Unión Soviética, en la superficie Kalatózov esboza un comentario sobre el liderazgo, la ética y las decisiones morales en el ejercicio del deber. Lo configura con su característico estilo visual en el que emplea diversos dispositivos formales para encuadrar simbólicamente la condición de esos personajes atrapados en el infierno de hielo. Destaco el rol de Peter Finch como ese general que comunica su desasosiego con el rostro y la mirada preocupada. También los secundarios encabezados por Hardy Krüger como el famoso aviador Einar Lundborg y, también, Sean Connery como el mítico Amundsen. Es un drama de aventura muy entretenido, sobre todo con esa emotiva música de Ennio Morricone que despierta mis ansias de esperanza.



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Ficha técnica 
Título original: The Red Tent (Krasnaya palatka)
Año: 1969
Duración:  2 hr 02 min
País: Rusia/Italia
Director: Mikhail Kalatozov
Guion: Richard DeLong Adams, Ennio De Concini
Música: Ennio Morricone, Aleksandr Zatsepin
Fotografía: Leonid Kalashnikov
Reparto: Peter Finch, Sean Connery, Claudia Cardinale, Hardy Krüger, Massimo Girotti,
Calificación: 7/10


 El debut de la directora británica Emerald Fennell es un cuento anodino de venganza feminista que condena la agresión y el sexismo. 



Una joven prometedora



La primera secuencia de Hermosa venganza sugiere un asunto que, si no me equivoco me lo han relatado varias veces. Distintos planos de los hombres que bailan en una discoteca forman parte de la mirada de una mujer que simula estar borracha para ser anzuelo de los mujeriegos. Un grupo de hombres en el bar discuten trivialidades sexistas y la observan mientras se mueve en posturas provocativas. Uno de ellos, aprovechándose del estado de ebriedad de la muchacha, se aproxima para hablarle y lograr lo que muchos llaman una aventura de una noche. En un taxi la lleva a su casa. Al llegar se sientan en el sofá y se toman un trago. Pero a la hora del besuqueo pasa algo inesperado: ella cierra su boca simbólicamente mientras él, descaradamente, la besa sin su aprobación. Ella, en su estado de víctima, es colocada en la cama y él, por el contrario, ejerce su ataque intentando dominarla. Pero con cierta sorpresa, se invierten los roles cuando la mujer deja de fingir para presentar una cara psicopática que revela una violencia omitida por un fundido a negro. El hecho no solo se refiere a que la mujer se ha cansado de ser víctima en una sociedad donde la violencia muchas veces queda exenta, sino que, además, su nueva feminidad es furiosamente vengativa.


Es con esa premisa que esta película marca el debut de la directora inglesa Emerald Fennell. Por la aclamación que ha recibido desde su estreno en el festival de cine de Sundance y hasta por el show mediático que ha desatado recientemente por la cultura de la cancelación, que exigía la renuncia de un comentarista de una popular revista estadounidense, la veo pensando en que se trata de una cinta reveladora. Pero a la media hora, cuando me asalta una abulia en forma da dardo tranquilizante, me doy cuenta de que estaba equivocado. Es cierto que tiene una actuación provocativa de Carey Mulligan, así como un comentario social relevante para estos tiempos, pero a mi parecer es una comedia negra de suspenso algo pretenciosa que carece de pujanza con su cuento de venganza feminista. Su narrativa blanda es tan resbaladiza como el pintalabios de mujer en el cristal de un baño cuando presenta, mayormente a través de la elipsis y del fuera de campo, la trayectoria delictiva de esa sociópata que utiliza su feminidad como acto de venganza contra el género masculino.




Carey Mulligan como Cassie. Foto de Focus Features.


La protagonista es Cassie Thomas (Carey Mulligan), una mujer de 30 años que vive con sus padres y trabaja de día atendiendo a clientes en una cafetería. Su personalidad es fría, perspicaz, reservada, que suelta cinismo con cada palabra que sale de su boca. Se muestra segura de sí misma y es afable solo con sus seres cercanos. Sin embargo, tiene una doble vida que manifiesta de noche, como una especie de vigilante rubia, donde se la pasa visitando los clubes nocturnos y finge estar embriagada con el propósito de denunciar y corregir las conductas inapropiadas de los hombres una vez que se la llevan a la casa para intentar seducirla por la fuerza. Su modus operandi se basa en asustar o, en el peor de los casos, castrar con una tijera a los hombres que se aprovechen de su intoxicación aparente para tener sexo con ella. Pero es precavida para que no sigan sus rastros. Usualmente esconde su identidad usando nombres falsos y se viste con atuendos exóticos. Tampoco es una asesina como lo aparenta, aunque registra el nombre de cada una de sus víctimas en un diario. Los nombres en rojo son los heridos de gravedad y los azules son los que se salvan del susto. Uno de los que perdona es Neil (Christopher Mintz-Plasse), un cocainómano aspirante a escritor al que deja ir por defender la feminidad, y, el otro es Ryan Cooper (Bo Burnham), un doctor y antiguo colega de la escuela de medicina por el que se siente atraída enormemente y la ayuda a olvidar momentáneamente, al verlo como alguien que trata a las mujeres de forma distinta.



Carey Mulligan. Imagen de Focus Features.


Cassie es un personaje que, supongo, exterioriza el cuadro clínico de un trastorno esquizotípico de la personalidad, a pesar de que maneja su cotidianidad con cierta discreción. Esto es visible cuando desarrolla una desconfianza significativa hacia los hombres, una predisposición a los actos violentos, las emociones ambiguas, la soledad que le impide tener amigos, la apariencia inofensiva que oculta sus verdaderas intenciones, el cinismo con el que se expresa, el vestuario estrafalario, las excentricidades que la alejan de los estándares femeninos establecidos, el pensamiento constante de su amiga ausente. El núcleo de su perturbación se originó en el pasado cuando era una estudiante de medicina y fue testigo de cómo su mejor amiga de toda la vida, Nina Fisher, fue violada estando ebria por otro compañero de clase, Al Monroe (Chris Lowell), el cual salió impune por el sistema legal de la facultad. Su amiga, a quien cuidaba en medio del infortunio, luego se suicidó a causa de los traumas ocasionados. El vínculo entre ambas era tan enorme que esa tragedia la marcó para siempre. Esa es la razón por la cual abandonó la universidad para trabajar en una cafetería, además de su apatía y de su fobia a los hombres. Su única motivación es vengarse del indecoroso, pero también de cualquiera haya sido responsable de la violación y muerte de Nina. Para ella, casi todos los hombres son culpables.

 

Aun con el carácter nihilista y alexitímico que la protagonista modela en la superficie, la trama me quita el interés cuando la veo repetidamente durante varios episodios haciendo de vigilante por las noches para aniquilar a los hombres en las discotecas, teniendo una relación con el médico comprensible e inseguro para darse cuenta de que puede sanar sus heridas afectivas, reuniéndose con gente frívola que solo sirve para que su plan de venganza tenga algún tipo de coherencia, viendo el video filtrado de su amiga transgredida mientras llora lágrimas de rabia e indignación. Como todo sucede desde su punto de vista, todo el entramado narrativo funciona mezclando los dispositivos habituales del thriller de venganza, del drama psicológico y de la comedia romántica, construidos de una manera mecánica y acomodaticia para rellenar su descripción como antiheroína. Tan sencillo como eso. Y me temo que no encuentro nada que me impacte en su camino de violencia y conversaciones banales, sobre todo cuando no tiene ningún problema para salirse con la suya. Sus acciones me resultan anodinas y previsibles.



Bo Burnham y Carey Mulligan. Fotograma de Focus Features.


 

Con las acciones de la protagonista, Fennell, establece un discurso militantemente feminista en el que la mujer, cansada de los estereotipos sociales asociados a su género, logra el empoderamiento femenino por la vía de la represalia y de la manipulación con el único fin de pagar con la misma moneda y sacar a la luz la impunidad que en ocasiones rodea a la masculinidad tóxica, el sexismo, la agresión sexual y la violencia de género, implícitas en el conjunto de prácticas ejecutadas por el patriarcado normalizado en pro del establecimiento de órdenes sociales en los que las mujeres son oprimidas o discriminadas por su condición. También presenta en las periferias las fallas del sistema judicial y la ineptitud de la policía que no hacen nada para responder al llamado de las víctimas traumatizadas. Su tesis se basa en redimensionar, livianamente, la manera en que la cosificación de la mujer es percibida en la sociedad masculina, aunque a decir verdad eso ya me lo han contado cientos de veces y su conclusión pierde el efecto deseado tan rápido como un café expreso.

 

Para que el argumento alcance cierta sustancia Fennell, exterioriza a casi todos los personajes varoniles como unos desgraciados que se creen superiores, sexistas sin escrúpulos, misóginos en potencia, agresores orgullosos, aunque para evitar caer en el maniqueísmo coloca en una balanza al personaje de Ryan para comunicar, discretamente, que solo el hombre dócil, tonto e inofensivo es el único que tiene oportunidad de ser perdonado, ya que es como el cónyuge ideal de la mujer fuerte. Y su heroína fatalista, Cassie, es la que se encarga de seleccionar, como la jueza de la misandria, el veredicto moral sobre los hábitos de algunos de ellos, exponiendo sus crueldades y sacrificándose como una mártir para desenmascarar al villano abusivo y pánfilo.



Carey Mulligan como Cassie. Imagen de Focus Features.


Esto se refleja, primero, con mayor intensidad al inicio de la secuencia climática en la despedida de soltero de Al Monroe, donde Cassie se acerca a la casa de la fiesta para ejecutar la tan esperada venganza, vestida con un uniforme blanco de enfermera y una peluca como si estuviese poseída por el espíritu de Harley Quinn, pretendiendo ser una stripper por encargo a la que todos ven como un objeto sexual. Luego de drogar a los invitados y de esposar a Al en la cama para iniciar su desagravio, desvela su identidad e intenta tatuar el nombre de Nina en el estómago del novio asustado; sin embargo él se libera y, en un giro poco sorpresivo, la sofoca hasta matarla con una almohada, configurando así un breve subtexto del dominio masculino depredador que se resquebraja de inmediato, segundo, por la táctica anticipada de Cassie al enviar durante el epílogo un mensaje programado que envía la verdad a las autoridades y en medio de la boda apresan al homicida, sellando así su sacrificio en nombre de la justicia y el pecado de los mortales, de todas las mujeres que han pasado por lo mismo y, dicho sea de paso, dejando que sus cenizas sean llevadas por el viento hacia el paraíso de las mujeres santificadas en el que espera reunirse con su querida Nina, mientras se escucha de fondo la canción Angel in the Morning, de Juice Newton, para amplificar la metáfora.


Desafortunadamente nada de eso puede impedir que bostece unas cuantas veces durante el metraje o que mire mi reloj compulsivamente para saber cuándo termina la fantasía de venganza de la misionera misándrica al servicio del feminismo. A la cosa le falta ritmo, la tensión es prácticamente nula, y, exceptuando el cómico regreso de McLovin, los personajes secundarios son tan huecos que los olvido tan pronto como ruedan los créditos. Solo destaco, por encima de ese estilo visual pop y artificioso, la actuación de Carey Mulligan que me parece creíble en algunas escenas con la mirada amenazadora y la gestualidad sofisticada que transforma las manías de Cassie. Creo que es una de sus mejores actuaciones, aunque su personaje no tenga la culpa de atravesar los caminos estériles de la narrativa de venganza que hace que su potencial se vea desperdiciado. Es otra de esas películas dúctiles manufacturadas por la iglesia del feminismo posmoderno, de la cual sospecho que la directora es una fiel seguidora.



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Ficha técnica
Título original: Promising Young Woman
Año: 2020
Duración: 1 hr 53 min
País: Estados Unidos
Director: Emerald Fennell
Guión: Emerald Fennell
Música: Anthony B. Willis
Fotografía: Benjamin Kracun
Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Adam Brody,
Calificación: 5/10

Tráiler de la película