Crítica de 'Amor sin barreras': romance en tiempos de discordia

Steven Spielberg renueva el mítico musical de Robert Wise y Jerome Robbins para acercarlo, a través de las melodías, a los temas actuales de una nación todavía dividida por la discriminación.


West Side Story



No puedo recordar con exactitud la primera vez que vi Amor sin barreras, sobre todo porque sucedió hace muchos años atrás y, a día de hoy, no me he molestado en desempolvarla para una nueva revisión. Pero, sin llegar al paroxismo, algunos pasajes de ese clásico de Wise y Robbins todavía permanecen frescos sobre mi memoria por las coreografías de baile, la música de Leonard Bernstein, las riñas entre pandilleros juveniles de los años 50, las actuaciones espléndidas del reparto, y el argumento que interroga el sueño americano desde las esquinas más oscuras del racismo y de la pobreza. Recuerdo la emoción de ver cantando y bailando a George Chakiris, Natalie Wood y Rita Moreno, en unos números musicales maravillosos compuestos con las letras sofisticadas de las canciones de Stephen Sondheim. Todo me resultaba mágico y muy emotivo. Aun sin ser entusiasta de los musicales románticos más idealizados del Hollywood, me parece uno de los inolvidables de la década de los años sesenta porque, en cierta medida, captura con mucha vitalidad la rebeldía de toda una generación, en un país dividido por las diferencias étnicas y los prejuicios sociales. Los temas que trata son todavía más actuales que cuando se estrenó por primera vez en Broadway como una versión moderna de Romeo y Julieta.

Tras seis décadas desde su estreno, un remake que lleva también como título Amor sin barreras se ha estrenado no hace poco en los servicios de streaming, luego de haber tenido una exhibición efímera en las salas de cine producida, en parte, por su pobre desempeño en la taquilla. La dirige Steven Spielberg, quien quería realizarla desde 2014. Ha acumulado un montón de nominaciones en los Oscars e, incluso, he escuchado a algunos afirmando que puede ser superior a la adaptación del 61. Yo no creo para nada que esté por encima, pero me limito a colocarla a la par con la antecesora. Se trata de un musical romántico en el que Spielberg, al ritmo de un corazón enamorado, transcribe la esencia de la original con un estilismo solemne que pocas veces pierde el horizonte de emotividad cuando dinamiza la puesta en escena con los bailes coloridos y los personajes que cantan para que sus voces sean escuchadas por una sociedad que, en apariencia, está dividida por el racismo que lacera la dignidad de las minorías culturales latinoamericanas; evitando recurrir a cosas como el doblaje innecesario ni a oscurecerles la piel como se hizo infamemente en la anterior.


Ansel Elgort y Rachel Zegler. Fotograma cortesía de 20th Century Studios.

 

Como la precursora, la película se sitúa a finales de los años 50 en un pequeño vecindario de Upper West Side, Nueva York, donde dos pandillas, los Jets y los Sharks, luchan constantemente por el dominio del territorio como buenos delincuentes juveniles. La primera tiene como líder al virulento Riff (Mike Faist) y está compuesta en su mayoría por jóvenes estadounidenses blancos de familias disfuncionales sumergidas en la miseria. La segunda es controlada por el duro boxeador Bernardo Vázquez (David Álvarez) y los integrantes son puertorriqueños, sumamente enfurecidos por estar en un barrio donde soportan cada día la discriminación racial y la falta de oportunidades. El enfrentamiento tiene lugar en un sitio de construcción, pero rápidamente son separados por el teniente de policía Schrank (Corey Stall), quien les recuerda que el conflicto de ambas bandas carece de sentido porque una parte del vecindario está siendo demolido para construir el Lincoln Center, por lo que las familias de muchos se verán obligadas a mudarse. A pesar de la advertencia, Riff invita a Bernardo a enfrentarse de nuevo, pero este lo rechaza.

Tiempo después, Riff se acerca a su mejor amigo Tony (Ansel Elgort) para convencerlo de que se una a la pelea que lo decidirá todo y también para que vaya al baile de la escuela local, pero este último se rehúsa porque desea rehacer su vida luego de salir de la correccional, prefiriendo trabajar ayudando a su tía puertorriqueña Valentina (Rita Moreno) en una tienda de comestibles. Paralelamente, Bernardo reside en una apartamento humilde junto a su novia Anita (Ariana DeBose), donde en medio de una disputa doméstica obliga a su hermana menor, María (Rachel Zegler), a comprometerse con su colega Chino (Josh Andrés Rivera) y se preparan para también para la fiesta. En la noche de la fiesta, en medio de un baile entre ambas facciones, Tony y María se miran delicadamente y se enamoran en el acto, besándose a escondidas. Pero el episodio desencadena la furia de Bernardo, que acepta los términos de Riff para que las dos pandillas se muelan a golpes una vez más, pero insistiendo en que solo lo haría si Tony asiste. La misma noche del incidente, la pareja se vuelve a encontrar en la escalera de incendios del balcón de la habitación de María, donde Tony confiesa su amor hacia María, y juran encontrarse al día siguiente para sellar su compromiso.





En términos generales, la película frecuenta sin mucha prisa la estructura de la predecesora de Wise y de la obra teatral que reverdecía la tragedia shakesperiana en Broadway; en la que los bailes, la música y el canto se incorporan en la acción dramática para desarrollar las inquietudes más intrínsecas de los personajes. Tony representa al joven judío de origen polaco con alma de Romeo, reservado, seguro de sí mismo, que descubre el amor verdadero al conocer a María, en una etapa de su vida en la que intenta alcanzar la redención para sepultar los pecados y alejarse lo más que pueda de la delincuencia juvenil para administrar el negocio junto a la tía que lo ha criado como madre. María es una muchacha de clase trabajadora muy decidida, sensible como Julieta, alérgica a la dependencia del hermano sobreprotector que impone un control sobre sus decisiones personales, que sueña con un mejor mañana en el que viva felizmente amando a Tony y en el que la violencia de las pandillas cese de una vez por todas. Riff es un muchacho orgulloso, irreverente, que desafía la autoridad de la policía y defiende a su amigo Tony incluso desconociendo que su destino está sellado como el de Mercucio, además de ser el jefe indiscutible de los Jets que causa problemas porque su procedencia disfuncional lo ha obligado a pasarse al bando antisocial. Bernardo es el líder boricua temerario, machista, desconfiado, que se gana la vida como boxeador para pagar la renta, que se preocupa por la brecha de desigualdad que enfrentan las comunidades puertorriqueñas en los distritos neoyorquinos, siempre dispuesto a luchar por los suyos, respetado por los Sharks como aquel Teobaldo de los Capuleto. Y Anita es la mujer afrolatina de carácter fuerte, humilde, que cuestiona el machismo de su entorno y nunca abandona el sentido de esperanza ante los infortunios que caen sobre los latinoamericanos más desfavorecidos de Nueva York.


Ariana DeBose y David Álvarez. Imagen de 20th Century Studios.



A pesar de que en la superficie es inevitable que se convierta en algo previsible, la manera tangencial en la que Spielberg aborda los tópicos justifica las acciones de los personajes con cierta sutileza y los subordina a una parábola social esclarecedora sobre el amplio margen de discordancia que hay entre los dos grupos afectados que, diametralmente, comparten el mismo sentimiento de rechazo. Se refleja, primero, a través de la pragmática de los diálogos del guion de Tony Kushner que, a la vez, se complementan con las líricas de Sondheim, donde la poética de las canciones arregladas por Bernstein como Something’s Coming, I Feel Pretty, One Hand, One Heart, Somewhere, Tonight, y, especialmente, America, están dotadas de un componente sociológico que examina cuidadosamente el racismo, la inequidad y la xenofobia que prevalece en el suelo norteamericano hacia los inmigrantes latinos, irónicamente, provocado por una muchedumbre que en condiciones migratorias similares habían llegado desde el continente europeo en busca de la calidad de vida que venden en los comerciales del sueño americano. Detrás de los bailes exóticos y los decorados coloridos, las dos pandillas conformadas por los Jets y los Sharks representan las dos caras contrapuestas de esa marginación que afecta a personas de distintas nacionalidades sin importar su color de piel o el acento.


Rita Moreno como Valentina. Fotograma de 20th Century Studios.

 

El segundo queda definido, en mi opinión, por la psicogeografía de empaque historiográfico en la que el uso del espacio urbano modifica el comportamiento de los personajes y señala las emociones recónditas que se niegan a salir afuera hasta que la desgracia toque la puerta. El escenario es un acto simbólico. El canto es, por así decirlo, el refugio que los personajes buscan para paliar las vicisitudes de su cotidianidad más obvia, la única alternativa de protesta de los que son oprimidos por la cultura de la discriminación. El proceso de gentrificación del suburbio, en muchas escenas, no solo metaforiza el temor de los jóvenes que junto a sus familias carenciadas van a ser desalojados por ese capitalismo voraz del sector inmobiliario que impera en las zonas más pobladas donde usualmente los ricos desplazan a los pobres; sino, además, el aparato de violencia que segrega a esos conjuntos interculturales hasta que no queda otra cosa que una gran mancha de sangre en una sociedad que ha intentado progresar a través de su historia con las venas abiertas. Spielberg actualiza el discurso para establecer un símil entre el contexto histórico de mitad de siglo XX y la actualidad que tiene como tema de discusión la diversidad, ilustrando, en efecto, que las heridas que dividen a la sociedad norteamericana todavía no han sanado.


Ansel Elgort y Rachel Zegler.

 

Lo que me sorprende, aunque sea moderadamente, es la forma en que Spielberg recrea el musical de Wise manteniendo un tono consistente que le añade identidad propia y que evita a toda costa transitar por el sendero del pastiche. Su estilo visual se edifica una vez más con las labores fotográficas de Janusz Kaminski, que altera la textura de la imagen para mimetizar con cierta fidelidad el color y la iluminación artificial de la cinta del 61. Encuadra todo con una cámara bastante rítmica que ilustra la década de los 50 con una colorización azulada muy vívida que, a la vez, embellece en todo momento el curso de las danzas coreografiadas y el enamoramiento de los amantes desamparados condenados a la desunión; con la que ejecuta secuencias fascinantes con los travellings de seguimiento, los primeros planos, el encuadre móvil, los planos subjetivos que revelan las intenciones más lindantes como el amor a primera vista. Tiene solvencia, encanto, solemnidad, atmósferas, baladas de espacio y movimiento. Pocas veces pierde la coyuntura cuando sus actores se expresan cantando sin ser doblados y su equilibrio se sostiene a base de música y melodrama en unos decorados preciosos. Adicionalmente, logra una reproducción muy auténtica de la época cuando estampa el vestuario de jeans y chaquetas de cuero de los muchachos junto a los vestidos pintorescos de las chicas, las canchas de baloncesto, el patio de la escuela, la jefatura de policía, la tienda de Doc's, las calles de empolvadas por los edificios demolidos, los callejones oscuros, los techos sucios. Se nota rotundamente la preocupación para que todo se vea fidedigno hasta en el más mínimo detalle.

Desde luego, no creo que esta propuesta de Spielberg, que marca su primera incursión en el musical, sea una obra maestra ni mucho menos que se trate de una de sus mejores películas. Su energía me contagia, pero nunca alcanza mi tope emocional. A pesar de todo valoro la química del reparto encabezado por Elgort, Zegler, Faist, Álvarez, DeBose y Rita Moreno (en un rol casi maternal). Ellos me hacen pasar un rato conmovedor con las sesiones de baile y canto, la peleas con navajas en las fábricas de sal con olor a muerte, los instantes amorosos a la luz de la luna, los delincuentes que reciben una lección moral, las promesas incumplidas, la venganza que ilumina de rojo las calles nocturnas como las sirenas de la policía, el cortejo fúnebre de una sociedad condenada a repetir el pasado. En general su acercamiento al género es, cuanto mucho, entretenido y está provisto de una manufactura pomposa, aunque nunca se escape de los marcos limítrofes de lo epatante.


Ficha técnica
Título original: West Side Story
Año: 2021
Duración: 2 hr 36 min
País: Estados Unidos
Director: Steven Spielberg
Guión: Tony Kushner
Música: Leonard Bernstein
Fotografía: Janusz Kaminski
Reparto: Rachel Zegler, Ansel Elgort, David Álvarez, Ariana DeBose, Rita Moreno
Calificación: 7/10




Crítica de la película 'Amor sin barreras', dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por  Rachel Zegler y Ansel Elgort.



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