Mi nombre es Julia Ross es una película que muestra, brevemente, la pericia de Joseph H. Lewis para concebir atmósferas y claroscuros como artesano del cine negro de serie B, pero su melodrama gótico, en mi opinión, carece de una intriga que me mantenga al filo del asiento, y los personajes que presenta parecen subyugados a la típica cárcel de los estereotipos sin posibilidad aparente de escapar, en situaciones facilonas en las que el aparato de acción se ve reducido a los diálogos inanes que solo funcionan como un dispositivo inútil para hacer avanzar la trama en transmisión mecánica, sin ningún tipo de ritmo en la hora que dura el asunto. El argumento, basado en la novela
The Woman in Red de Anthony Gilbert, sigue a Julia Ross, una mujer norteamericana que encuentra trabajo como secretaria personal de una viuda inglesa muy rica que reside en una residencia siniestra junto al hijo psicopático de la cicatriz en la mejilla, donde la oficina se convierte en una prisión que la encarcela y la obliga a cuestionar su propia identidad frente a unos personajes que manipulan su psicología desde la parte trasera de las cortinas. En términos generales, el arranque me parece más o menos interesante cuando Lewis, con asistencia de la lente de Burnett Guffey, emplea ciertos mecanismos estéticos para estructurar la pesadilla de luz de gas de la mujer engañada que cuestiona su propia realidad hasta atravesar una crisis nerviosa, donde habitualmente utiliza el encuadre móvil y tonos atmosféricos de matiz expresionista para ampliar el espectro de suspenso en los interiores de la mansión lúgubre que está poblada de siluetas a la luz de la noche y espacios claustrofóbicos, con una música de escaso valor acústico de Mischa Bakaleinikoff. Pero por alguna extraña razón, sospecho que sus decisiones estilísticas solo consiguen que me aburra y eche unos cuantos bostezos cuando los villanos de turno atrapan a la mujer ciclotímica de una manera ramplona y convencional, en la que nunca hay alguna revelación impactante que me descoloque más allá de los coloquios a puerta cerrada con pretensiones de suspense hitchcockniano que examinan, entre otra cosas, tópicos sobre la esclavitud del salario, las tragedias matrimoniales y la despersonalización ocasionada por el abuso psicológico. Hay escenas que no van a ninguna parte y permanecen en una esfera de redundancia en la que los personajes solo conversan de una forma sinuosa para arrastrar los mismos clichés del subgénero
gaslighting, además de que no poseen ninguna dimensión psicológica que sea creíble y justifique las acciones más básicas. Me resulta, ante todo, olvidable la interpretación de Nina Foch como la víctima que duda de su memoria y esconde un pasado trágico con intenciones de venganza, hasta el punto en que me deja de importar cada uno de sus estados emocionales. Cuando ella salta al vacío para liberarse de su cautiverio me asalta una sensación de alivio, pero no porque su intento de suicidio falsificado sea previsible, sino porque, sobre todo, los créditos finales son la mejor parte de toda la película.
Ficha técnica
Título original: My Name Is Julia Ross
Año: 1945
Duración: 1 hr 05 min
País: Estados Unidos
Director: Joseph H. Lewis
Guion: Muriel Roy Bolton
Música: Mischa Bakaleinikoff
Fotografía: Burnett Guffey
Reparto: Nina Foch, Dame May Whitty, George Macready, Roland Varno,
Calificación: 5/10
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