Crítica de la película «La vida de Émile Zola» (1937)

La vida de Émile Zola
La vida de Émile Zola es una película de William Dieterle que funciona, discretamente, como una continuación del ciclo de biopics históricos que adornaba los escaparates de la Warner Bros. durante la década de los 30 (estrenada un año después del éxito de La historia de Louis Pasteur, también dirigida por Dieterle). No es exactamente la mejor que he visto sobre biografías de figuras históricas trascendentales, como decían en el tiempo de su estreno, pero me parece un biopic de Dieterle bastante conmovedor sobre las injusticias, la honestidad y el valor de la verdad, que deposita su mayor carta dramática en la actuación edificante de Paul Muni como el gran Émile Zola. Su argumento se sitúa a partir del año 1892 y narra la vida de Zola desde que es un infeliz vive en la pobreza junto con su colega Paul Cézanne, alejado de su esposa y de su madre, hasta que varios años después se convierte en un escritor famoso y polémico que, con cada libro vendido, sacude el tejido sensible de la sociedad francesa del siglo XIX, mientras es testigo de la condición de las masas que naufragan en las calles de la miseria y, además, despierta la ira de los empleadores y de los agentes de la autoridad que no toleran las críticas impresas en un pedazo de papel. Con un ritmo placentero, Dieterle relata el asunto de Zola en la primera mitad con los rasgos comunes de los dramas biográficos, donde se explora la faceta intelectual del autor y su compromiso político para denunciar los abusos del poder, además de los privilegios alcanzados por la publicación de sus novelas y ensayos, mostrándolo como una persona honesta que está siempre motivada por la ética del deber. Sin embargo, en la segunda mitad reduce la estela de protagonismo de Zola y traslada la narración al terreno del drama judicial, en unas escenas que esquematizan, con un pulso considerable, las causas y consecuencias del caso Dreyfus, en el que un judío honesto llamado Alfred Dreyfus es acusado injustamente de alta traición por la cúpula militar y luego desterrado a la Isla del Diablo en la Guayana Francesa para cumplir su condena como prisionero, mientras Zola lee pruebas encontradas por la esposa de Dreyfus y trata de probar la inocencia de este a partir del controversial artículo "Yo acuso" publicado en el periódico L'Aurore, donde se le acusa de difamación y en el célebre juicio señala a los corruptos del ejército. Incluso conociendo a fondo las licencias creativas de Hollywood que omiten el antisemitismo francés de la época por razones obvias, me resulta interesante la manera en que se examina la intolerancia, la moralidad y el honor entendido como la integridad de un hombre comprometido con sus ideales que anhela luchar desde el exilio en nombre de las causas humanistas para defender la verdad. La actuación de Muni eleva el material y añade una capa camaleónica para ilustrar la personalidad de Zola con la mirada, la voz, el maquillaje que transforma su apariencia y los gestos de su amplio registro dramático, alcanzando una cima significativa en el discurso climático en el que desenmascara las diatribas nacionalistas de los militares deshonestos que se han dejado corromper por el poder para encubrir las injusticias. A su lado hay una actuación secundaria muy notable de Joseph Schildkraut como Dreyfus y, también, una puesta en escena que se enriquece con el vestuario y la reproducción auténtica de la época, el encuadre móvil que rompe el estatismo de la cámara, y una música muy emotiva de Max Steiner. Todos esos elementos consiguen, al menos en la superficie, que sea un biopic muy emotivo.

Ficha técnica
Título original: The Life of Emile Zola
Año: 1937
Duración: 1 hr. 56 min.
País: Estados Unidos
Director: William Dieterle
Guión: Norman Reilly Raine, Heinz Herald, Geza Herczeg
Música: Max Steiner
Fotografía: Tony Gaudio
Reparto: Paul Muni, Henry O'Neill, Joseph Schildkraut, Gale Sondergaard
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película La vida de Émile Zola, dirigida por William Dieterle y protagonizada por Paul Muni y Henry O'Neill.

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