Crítica de la película «Tiempos modernos» (1936)

Sinopsis: Charlot lucha por vivir en la sociedad industrial moderna con la ayuda de una joven sin hogar.

Ficha técnica
Título original: Modern Times
Año: 1936
Duración: 1 hr 27 min
País: Estados Unidos
Director: Charlie Chaplin
Guion: Charlie Chaplin
Música: Charlie Chaplin
Fotografía: Rollie Totheroh, Ira Morgan
Reparto: Charlie Chaplin, Paulette Goddard, Henry Bergman
Calificación: 9/10

Crítica breve de la película


Después de muchísimos años sin verla, me veo en la necesidad de revisar Tiempos modernos, una de las películas mudas de Chaplin por la que siempre siento emociones diversas. Es unos de sus largometrajes más extraordinarios. Cada vez que la veo me dice algo nuevo de la vida, de la condición de los obreros en el agitado mundo moderno del engranaje industrial, de la esclavitud del salario de los individuos sin voces que persiguen una felicidad que aparentemente es efímera, de la deshumanización del hombre frente a la maquinaria pesada.

Escrita y dirigida por Chaplin, el material que expone se añeja como un buen vino, preserva el estado de gracia con el paso de los años. No hay ni un solo plano que no sea valioso. Trata la historia del humilde vagabundo Charlot, quien lucha por sobrevivir dignamente en la sociedad industrial moderna con la ayuda de una joven sin hogar, a pesar de que es incapaz de adaptarse por su posición social y por sus ansias de libertad. Observo secuencias antológicas del mejor slapstick que me provocan risas y me ponen a reflexionar, como la de Charlot perdido entre los mecanismos de la fábrica dirigida por una administración que explota a los obreros autómatas como si fuesen ovejas pasivas y obedientes, el choque constante de Charlot con la policía a partir de la confusión en una manifestación comunista, el alboroto que se desata en la escena de la cárcel, el sacrificio de Charlot para ayudar a la pobre muchacha que interpreta Paulette Goddard, el patinaje de Charlot en la tienda vacía, el maravilloso momento en la escena del restaurante en el que Charlot canta (escuchándose por primera vez) un disparate y al bailar comunica con sus gestos un mensaje profundamente universal. Se destacan los imponentes decorados de la dirección de arte visualizados en las escenas de la factoría y en los interiores del establecimiento, la banda sonora compuesta por Alfred Newman que satisface mis oídos en todo el trayecto y, sobre todo, el uso del sonido y los diálogos que, para tratarse de una cinta parcialmente muda (la primera sonora de Chaplin), es muy inteligible cuando se utiliza como instrumento para construir la crítica social a través de voces y ruidos escuchados mayormente por aparatos electrónicos (la voz del jefe que habla por el videófono, los dueños de la tienda, los pitos de las autoridades, las voces de la multitud en el restaurante a la hora del baile). Chaplin estructura la trama de la película partiendo de múltiples referencias narrativas de sus films pasados, y lo hace con el fin de erigir una parábola sobre los efectos negativos del capitalismo en la era de la industrialización, la desigualdad social de gente que vive en la miseria producida por las consecuencias de la Gran Depresión y las frivolidades del espectáculo. El final me conmueve tanto que siempre salgo sollozando al ver al bondadoso Charlot y a la inocente chica caminando hacia la incertidumbre, pero sin perder, en ningún momento, la sonrisa frente a la luz esperanzadora que los ilumina. Reafirmo mi postura de que es una de las mejores películas de la historia del cine.




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