En mi crítica de esta semana hago un análisis breve que abarca la explicación del final de 'El hombre invisible', la película de terror de Leigh Whannell que traza un comentario afilado sobre el acoso y el abuso doméstico.   





El hombre invisible, la novela de ciencia-ficción de H.G Wells fue publicada en 1897. Fue muy popular porque contaba la historia de un científico loco que en medio de una investigación focal inventa una manera de hacerse invisible. Supongo que a cualquiera le gustaría eso. Desde entonces ha sido adaptada a distintos medios. El cine no es una excepción. Se adaptó en unas cuantas ocasiones durante el siglo XX. Fue la época en que el estudio Universal adquirió los derechos y produjo numerosas películas partiendo de ese material, en la época en que también desarrollaba un universo cinematográfico constituido por monstruos como Drácula, Frankenstein y La momia. La más conocida fue El hombre invisible, la cinta pre-code de terror dirigida por James Whale y protagonizada por Claude Rains y Gloria Stuart. Se convirtió en la película más taquillera de la Universal en 1933 y fue aplaudida por los efectos visuales. A mí me resulta algo irregular, a pesar del rol de Rains como Griffin. Le siguieron otras secuelas y algunos films inspirados en la novela que no vienen al cuento. Después, pasaron muchos años sin que se estrenara una nueva versión.


Recientemente tuve la oportunidad de ver la nueva película inspirada en la obra. Es una especie de reboot que reinventa la leyenda. Se titula El hombre invisible y debo decir, sin temor a equivocarme, que se trata de una película de terror escalofriante, encadenada a un comentario social que la distingue del resto cuando sitúa a una mujer en la mira de un acosador invisible que la perturba hasta causarle un detrimento psicológico irreparable. El efectismo, a mi parecer, funciona en cada rincón de la puesta en escena que dirige el director australiano Leigh Whannell, luego de la soporífera Upgrade. Aquí es sutil. Opera con un terror que aprovecha los espacios vacíos para transmitir el peligro. Hay planos meticulosos que no dejan de inquietarme hasta que ruedan los créditos. Me da más miedo por lo que no se ve, que por lo que se ve. Aunque hay escenas que me resultan previsibles, así como el desarrollo de los personajes secundarios, todo se me olvida cuando siento la monomanía de esa mujer interpretada por Elisabeth Moss, en cuya psicosis observo cosas como la decepción, la ira, la culpa, el horror. Por momentos creo que realmente está loca en un hospital psiquiátrico imaginándose lo que sucede. No hay ni una sola escena en la que no me parezca creíble.




Elisabeth Moss como Cecilia Kass. Fotograma cortesía de Universal.


La película narra la existencia de Cecilia Kass (Elisabeth Moss), una mujer que aparentemente atraviesa un período difícil en la relación que tiene con su pareja, Adrian Griffin (Oliver Jackson-Cohen). Reside con él en una enorme mansión en California. Su novio es un hombre adinerado, que ha logrado su fortuna trabajando en el campo de la ingeniería óptica. Ella es rubia, pero no es la típica tonta que anhela ser reina del grito sometiéndose al abuso. Está cansada de ser la víctima de la masculinidad tóxica. Es posible que haya recibido maltratos en el pasado, por lo que su necesidad de escapar está justificada. Todo luce escabroso. La escena de apertura plantea el problema cuando droga a su consorte con diazepam y huye despavorida por el bosque para esperar ser recogida en un auto por su hermana Emily (Harriet Dyer), aunque Adrian casi la atrapa rompiendo el cristal del vehículo. Se refugia en la casa de su amigo James (Aldis Hodge), quien vive con su hija Sydney (Storm Reid). Unas semanas después siente un alivio al escuchar que Adrian se suicidó, dejándole una herencia de cinco millones de dólares.



Aldis Hodge, Elisabeth Moss y Storm Reid. Foto de Universal Pictures.


A partir de ese detonante la trama me intriga bastante, sobre todo porque Cecilia intenta seguir con su vida, olvidando el episodio fatal, independizándose y buscando trabajo en una firma de arquitectura (ella es arquitecta). Pero comienza a experimentar una paranoia que no la deja quieta, pensando que Adrian está vivo y que de alguna forma la persigue, aunque todavía no tiene evidencias para probarlo. Lo sospecha cuando se desmaya en una entrevista al ver su portafolio vacío y luego, al despertarse, los médicos de la clínica le dicen que hallaron altos niveles de diazepam en su organismo. Esa inquietud se agudiza cuando duerme, cuando recorre los pasillos de la casa, o al encontrarse con el frasco de diazepam con el que drogó a Adrian. Piensa que Adrian finge su muerte y está utilizando la tecnología ocular para volverse invisible y atormentarla sin que nadie se dé cuenta. Su conjetura se complica cuando sus seres queridos se alejan de ella al pensar que está delirando. Y como carece de pruebas para confirmar la identidad del hombre invisible, planifica una estrategia para atraparlo.



Elisabeth Moss. Foto de Universal. 


Con la figura invisible y la mujer acorralada, Whannell construye un argumento sobre las relaciones tóxicas y la violencia contra la mujer, así como las consecuencias inmediatas del acoso que pasa desapercibido. Es la invisibilidad del acoso. Casi siempre coloca fuera de campo al victimario para subrayar la impotencia y el trauma de la protagonista. Ingeniosamente ofrece pocos elementos que acentúen la conducta del agresor para que las acciones de la protagonista tengan mayor repercusión textual. La metáfora es, a mi juicio, bien sutil. Al ocultar al sociópata narcisista con una invisibilidad simbólica, subraya la idea de que en la sociedad, la mujer maltratada que no tiene pruebas para validar la agresión por desconocer las intenciones del monstruo invisible, no puede hacer que su voz sea escuchada por las autoridades, quedándose, irónicamente, invisible en el círculo de violencia doméstica sin la posibilidad de que se haga justicia por su condición. Ese es el verdadero pánico, en especial cuando el hostigador oculta los hechos de un crimen para culpar a la víctima del escándalo y a esta no le queda de otra que recurrir a la venganza para exigir sus derechos. Muestra el daño psicológico del ímpetu doméstico en ambos lados del espectro, tanto de la mujer como del hombre, aunque se amplifica desde el punto de vista de una mujer sometida al maltrato.



Elisabeth Moss. Imagen de Universal Pictures.


Esta capa de lectura se manifiesta, presumo, cuando el hombre invisible oprime a Cecilia por todas partes como una entidad obsesionada, causándole trastornos y perjudicando el vínculo que ella tiene con sus allegados. Lo contemplo en la escena en que Cecilia conversa con Sydney y esta última es golpeada por una fuerza invisible, consiguiendo que un enfadado James asuma que lo hizo Cecilia. También en la escena del restaurante cuando Cecilia le confiesa sus planes a Emily para tratar de reconciliarse y el hombre invisible, que se encuentra allí, le corta la garganta a Emily con un cuchillo y lo planta en la mano de Cecilia, incriminándola delante de una multitud de testigos y depositándola, en vivo y en directo, en los interiores de un sanatorio mientras espera la sentencia. En ese lugar llego a pensar que verdaderamente está desquiciada, pero se me pasa cuando se revela que está embarazada y se enfrenta al hombre invisible en una impactante secuencia en el pabellón del asilo.



Elisabeth Moss. Universal Pictures. 


La actuación de Moss es la vértebra de la película, y es tan convincente que me causa un espanto cuando arrastra todas las cosas horribles que le hacen a Cecilia. Su carga expresiva es equilibrada. Se vale del físico, la mirada y el lenguaje corporal para añadirle sustancia al personaje en las escenas de riesgo. Su autenticidad me transmite emociones como el júbilo, la rabia y la melancolía. Me convence cualquier escena en la que es doblegada, es lanzada por las paredes, llora al lado de gente que cree que perdió la cordura, al combatir al hombre visible con el traje invisible. En su interpretación no hay nada fuera de orden. Interpreta a Cecilia como una mujer fuerte, vulnerable, inteligente, que acarrea el amargo sabor de la desilusión y se ve obligada a endurecerse para poder liberarse de las ataduras patriarcales. Pienso que es uno de sus mejores roles desde Reina de la Tierra.


La película completa me parece el capítulo de terror de una unión disfuncional, en la que el hombre posesivo es el asesino y la mujer tolerante que es hostigada se resiste a ser la chica final al pagarle con el gélido precio de la ley del talión. Es aterradora, tensa y muy retorcida al mezclar la estética clásica del terror con la ciencia-ficción minimalista y un suspense hitchcockiano del que De Palma estaría orgulloso. Emplea mecanismos audiovisuales para que el horror sea de tres dimensiones, principalmente con el uso del plano subjetivo, el campo-contracampo, las atmósferas, la banda sonora agobiante de Benjamin Wallfisch que amplía considerablemente los estados de ánimo y el montaje que despliega el ritmo para mantener el encadenamiento. Lo que veo se sale de la pantalla y me eriza la piel. Tenía tiempo sin ver una película de terror tan provocadora. 



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Ficha técnica
Título original: The Invisible Man
Año: 2020
Duración: 2 hr 04 min
País: Estados Unidos
Director: Leigh Whannell
Guion: Leigh Whannell
Música: Benjamin Wallfisch
Fotografía: Stefan Duscio
Montaje: Andy Canny
Reparto: Elisabeth Moss, Storm Reid, Harriet Dyer, Aldis Hodge, Oliver Jackson-Cohen,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película



Sinopsis: Un poeta que se hospeda en un hotel de la ribera llama a sus dos hijos con los que no se reúne desde hace tiempo para que vayan a verle. Esta repentina decisión parece estar motivada por su extraña impresión de que va a morir en cualquier momento. Mientras la familia intenta ponerse al día, una mujer que ha sido engañada por su pareja se muda al hotel. Nada más llegar a su habitación, telefonea a un amigo para que se encuentre con ella. Sumidos en la desesperación, una repentina nevada entrelaza ambas historias.


Ficha técnica
Título original: Hotel by the River (Gangbyeon hotel)
Año: 2018
Duración: 1 hr 35 min
País: Corea del Sur
Director:  Hong Sang-soo
Guion: Hong Sang-soo
Música: Dalpalan
Fotografía: Kim Hyeong-gyu
Reparto: Gi Ju-bong, Kim Min-hee, Kwon Hae-hyo, Song Seon-mi,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Me pongo a ver la película más reciente de Hong Sang-soo y de inmediato me conmueve cuando relata, con una mirada casi poética, cosas relacionadas al amor, la familia y la muerte. Se titula 'El hotel cerca del río'. Y cuenta la historia de un poeta que se hospeda en un hotel y camina por los alrededores de un río congelado para reflexionar sobre su existencia, coqueteando secretamente con la idea del suicidio para liberarse de la culpa. Afuera cae una nieve simbólica. Llama a sus dos hijos para que vayan a verle porque tiene tiempo sin saber de ellos. En el exterior del hotel conoce también a una mujer que fue engañada por su pareja y a otra que, por el contrario, tiene una relación estable con su marido. Todo se vuelve emotivo cuando sus caminos se cruzan, porque son personajes desgarrados que necesitan a alguien para confesar lo que sienten. Expresan con diálogos muy sinceros la tragedia que arropa su día a día, aislados en ese hotel que parece ser el único refugio para menguar sus penas y las heridas abiertas del pasado. Poseen un encanto modesto cuando relatan sus experiencias. Cada encuentro me transmite emociones que divagan entre el humor y la melancolía. La química del reparto es maravillosa. Destaco las actuaciones de Kim Min-hee como la mujer lesionada por el desamor que intenta sanar la cicatriz, y la de Gi Ju-bong como el poeta afligido por la soledad y una vida inconforme. La puesta en escena es minimalista. Hong los encuadra con los recursos estéticos que componen su estilo, usualmente ejecutados al mínimo, valiéndose del plano general, el plano medio, el plano fijo de larga duración, delicados reencuadres, la analepsis, el fuera de campo, una música extradiegética y el blanco y negro que acentúa el infortunio más inesperado. Hay sutileza. Es un sólido drama del director surcoreano. 



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Sin piedad es, a mi parecer, un western correctamente filmado, pero su narrativa carece de la fuerza de un revólver cuando transita por los terrenos revisionistas de la historia de Billy the Kid y Pat Garrett, algo que me han contado en muchas otras ocasiones con mejores resultados. La crónica se cuenta sola. Hay un bueno, un malo y un feo. También pueblos en medio del desierto, forajidos que montan a caballo por las planicies, tiroteos violentos que no me impactan y unas acciones previsibles de los vaqueros que veo en pantalla. Se ambienta en Nuevo México en el año 1880 y describe la existencia de un chico llamado Río Cutler, el cual se ve obligado a abandonar su casita junto con su hermana Sara por haber matado a su padre, quien abusaba de ellos constantemente. Son buscados por su tío, Grant Cutler, que anhela venganza con el veredicto de la escopeta. Se van al pueblo de Santa Fe, donde coincidencialmente se cruzan con el infame Billy the Kid y su pandilla en el momento en que son perseguidos por una patrulla dirigida por el sheriff Pat Garrett. Todo lo que sigue se vuelve redundante. Intenta abarcar demasiado territorio con las subtramas y el amplio collage de personajes huecos, restándole sustancia al protagonista hasta convertirlo en un cliché andante. Funciona como víctima colocado en el centro del conflicto para darle motivos claros a las figuras de Billy the Kid y Pat Garrett para que lo ayuden, quienes funcionan casi como mentores del muchacho desde su respectiva posición de la ley. Hay algunos diálogos interesantes y un estilismo visual que me enamora cuando observo esos rincones del viejo oeste, así como una actuación fenomenal de Ethan Hawke como el legendario Pat Garrett. Pero no tengo que extenderme para decir que todo lo demás deja de importarme pasada la media hora.



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Calificación: 5/10




Me temo que no hay nada arriesgado en 'Heridas', la segunda película del director británico-iraní Babak Anvari que supone su debut anglosajón. La vi pensando en que me sentiría tan agobiado como me pasó con su ópera prima, 'Bajo la sombra'. Pero no pasa ni media hora para darme cuenta de que metí la pata. Es una cinta de terror psicológico que me aburre hasta el punto de hacerme pensar en arrojar mi celular a la televisión. El protagonista es Will, un bartender que labora en un bar infestado de cucarachas en la localidad de Nueva Orleans, sirviéndole tragos a su amiga Alicia que anda con un tal Jeffrey, su amigo ebrio Eric, unos jóvenes universitarios y a unos borrachos de la ultraderecha. Se arma un pleito bien gordo y Will, luego de mantener el orden, encuentra un móvil perdido. A partir de ese episodio se detona una serie de eventos que pone a Will en un estado perpetuo de paranoia cuando inspecciona los mensajes del teléfono y recibe los textos de gente muy siniestra. Lo sigo para ver en qué termina el asunto y pronto me harto de verlo imaginando cucarachas por las calles, atrapado por los delirios de persecución, poniendo en peligro la vida de su novia Carrie, visualizando portales sobrenaturales incrustados en la pantalla de la MacBook, en unas acciones redundantes que ponen su existencia cuesta abajo. Resalto el uso adecuado del plano de inserto para señalar la desrealización del personaje. Armie Hammer interpreta a Will con cierta solidez, aunque los secundarios que lo acompañan lucen algo superficiales. El barullo del túnel oscuro le sirve a Anvari para componer un comentario de las consecuencias políticas de la alt right en la sociedad norteamericana. Ese es el horror que simboliza con "la herida abierta", aunque el resultado, presumo, se desangra hasta quedar sin sustancia.



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Calificación: 5/10


Sinopsis: Un hombre entrena peces para saltar de su sombrero lleno de agua a un acuario, luego saca conejos. El acuario finalmente crece, para dejar aparecer en el fondo una sirena, que termina levitando. La sirena se convierte en una mujer normal, el hombre saca una cama adornada y luego se transforma en Neptuno, sentada en un trono.


Ficha técnica
Título original: The Mermaid (La sirène)
Año: 1904
Duración: 4 min 00 seg.
País: Francia
Director: Georges Méliès
Guion: Georges Méliès
Música: Muda
Fotografía: Georges Méliès (B&W)
Reparto: Georges Méliès
Calificación: 8/10

Mira la película completa


Me pasa algo extraño viendo a 'Boda sangrienta'. Aunque es una comedia de terror con un concepto ligeramente original, por alguna razón que desconozco no me cautiva durante hora y media con la historia de la novia que intenta sobrevivir a un matrimonio violento. La protagonista es Grace, una rubia muy hermosa que celebra el día de su boda en la mansión de su prometido, Daniel Le Domas. En la noche, la cosa se pone bien retorcida cuando Grace recibe la invitación de los suegros para participar en un juego de naipes ancestral tan siniestro como la sonrisa del diablo, cuya tradición consiste en matar a la víctima jugando a las escondidas. El jueguito escabroso me permite ver a la protagonista sobreviviendo a la naturaleza impetuosa de esos burgueses intolerantes que la persiguen para matarla con una gran variedad de armas compradas en Amazon, recorriendo los pasillos de una enorme casa que, admito, está hermosamente decorada. Hay estilo, humor negro y secuencias repletas de sangre. La actuación de Samara Weaving me transmite el pánico, la desesperación y el enfado de la rubia que aparentemente ya no es tan tonta. Y la dirección de arte y la barroquista fotografía comunica la claustrofobia y las cuestiones horrorosas que pasan allí, añadiendo cierto atractivo visual a la puesta en escena. Sin embargo, hubiese deseado que no todo fuera tan previsible y superficial hasta restarle cualquier tipo de efecto sorpresa a las acciones de los personajes. No me emociona el gore ni el humor 'slapstick' empleado por esos personajes que celebran el ritual de la brutalidad. A la narrativa le falta intensidad. Tolero, no obstante, el comentario social de los límites de la avaricia y la emancipación de la mujer dentro de las instituciones matrimoniales que la cosifican. No es necesario que me extienda. Es una película regular.



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Calificación: 6/10




Sinopsis: Alberto, un evangélico que trabaja como jardinero en una casa adinerada de Santo Domingo, interrumpe su trabajo para ir al velatorio de su padre. Allí se entera que éste en realidad ha sido asesinado, y su familia espera que él se haga cargo de su asesino.


Ficha técnica
Título original: Cocote
Año: 2017
Duración: 1 hr 46 min
País: República Dominicana
Director:  Nelson Carlo de Los Santos Arias
Guion:  Nelson Carlo de Los Santos Arias
Música: Scott Bomar
Fotografía: Roman Kasseroller
Reparto: Vicente Santos, Yudith Rodríguez, Yuberbi de la Rosa, Isabel Spencer,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Tuve la oportunidad de ver 'Cocote', la película dominicana que dirige Nelson Carlo de los Santos. Debo decir que es distinta a lo que veo por estos rumbos. Es una cinta con un estilo visual camaleónico, poético, eminentemente formalista, sujeto a los semblantes de un documental y a una estructura que rechaza convenciones. Logra cautivarme cuando emplea sus mecanismos formales para describir los episodios de un hombre que se enfrenta a la imposibilidad de abandonar sus creencias ancestrales. El protagonista se llama Alberto y es un evangélico que trabaja como jardinero para unos burgueses en la capital. Un día interrumpe su jornada para ir la provincia de Pedernales y asistir al velatorio de su padre, pero al llegar se entera de que su padre en realidad ha sido asesinado por viejas deudas y su familia espera que él responda con la diplomacia del machete, aunque su postura religiosa se lo impide y comienza a llenarse de culpa. Lo que veo en su crónica de cinco capítulos me parece auténtico y muy costumbrista al retratar la cotidianidad que impera en las capas campesinas, de gente que baila, bebe romo y vive sujeta a tradiciones folclóricas, los rituales y los dogmas mágico-religiosos que tienen sus raíces en el sincretismo cristiano-africano que funciona desde los tiempos coloniales. Aunque noto un poco dúctil el desarrollo del personaje, la actuación de Vicente Santos me resulta orgánica cuando comunica emociones diversas con la mirada, los gestos y los silencios. De los Santos utiliza la transformación del personaje para componer un estudio socioantropológico de la identidad de una comunidad oscurecida por las sombras de las clases sociales más altas. Lo mantiene presente, casi siempre, con el encuadre y una amplia economía de recursos audiovisuales que no dejan de encadenarse a la composición, los colores, los sonidos, la música, los formatos y el simbolismo. La mirada que ofrece es muy íntima. Es el cine dominicano que necesito. 



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En mi crítica de esta semana hago un análisis que en resumen abarca la explicación del final de 'Monos', la película del director colombiano Alejandro Landes.



Monos



Hasta hace poco desconocía películas colombianas que plantearan el conflicto armado que desde mediados del siglo XX viene manchando con sangre algunas regiones del país. Lo poco que sé de la disputa se lo debo a lectura de ensayos, artículos y un par documentales noticiosos que examinan la crisis política que se halla en el fondo de unas guerrillas que utilizan la violencia como la principal herramienta de operatividad, además de recurrir a veces a la actividad del secuestro, la tortura, la violación y cualquier cosa que lleve el sello de la brutalidad. Imagino que el entrenamiento incluye un kit de inmoralidad. Aunque algunas han entregado las armas y han firmado un acuerdo de paz, como en el caso de las negociaciones entre el gobierno de Colombia y de las FARC, todavía quedan insurgentes que se resisten a dejar el combate. Y me asalta el pavor y la impotencia al enterarme del grado de deshumanización causado por el combate de algunos de esos movimientos insurrectos que, irónicamente, se autoproclaman luchadores de la libertad y llevan la palabra “liberación” en sus siglas para adoctrinar a cientos de jóvenes, con el propósito de que se unan a sus filas y luchen por una causa supuestamente noble que esconde una atrocidad sin límites.


Mi interés por el tema de las guerrillas me llevó a ver la película colombiana ‘Monos, que dirige el director colombiano Alejandro Landes. Se trata de su segundo largometraje de ficción. Me resulta bellísima. Lleva los diálogos al mínimo para permitirme ver planos de unos paisajes contemplativos que se armonizan adecuadamente con una luz natural. El estilo visual no deja de recordarme en todo momento las similitudes estéticas que comparte con ‘Apocalipsis ahora’ de Coppola, al retratar las tinieblas del ser humano en el corazón de una selva colombiana. El naturalismo es acertado y muy poético. Los protagonistas son unos muchachos (algunos son niños) que descubren el infierno en la jungla cuando son entrenados por el autoritario sargento de una guerrilla anónima para renunciar a la pubertad y convertirse en máquinas de matar. El calvario psicológico de esos jóvenes me conmueve cuando su experiencia se asocia a la naturaleza y lentamente abandonan las concepciones morales para componer metáforas del desequilibrio sociopolítico provocado por las guerrillas, así como los choques de poder, el funcionamiento estructural de la organización y los corolarios deshumanizantes de la conflagración.




Los Monos y su jefe. Foto cortesía de Neon. 


La película comienza en una montaña remota en algún punto de una floresta latinoamericana. Está arropada por nubes y por piedras enormes que parecen una fortaleza del ejército. En la cima un grupo de comandos juveniles realizan ejercicios militares en manos de un jefe que les grita como si fueran animales. Cada uno se identifica con un nombre código que se asocia a algún rasgo físico o psicológico, comenzando por Patagrande (Moisés Arias), Lobo (Julián Giraldo), Lady (Karen Quintero), Sueca (Laura Castrillón), Pitufo (Deiby Rueda), Boom Boom (Esneider Castro), Perro (Paul Cubides) y Rambo (Sofía Buenaventura). Son los Monos, como les dice el líder enano del escuadrón, El Mensajero (Wilson Salazar). Su procedencia es desconocida, pero por lo que observo todos sufrieron para estar ahí. Además de las prácticas, tienen la labor de vigilar a una mujer europea conocida como “La doctora” (Julianne Nicholson), la cual ha sido secuestrada y es mantenida como prisionera para compensar las exigencias de carácter político de la facción, usualmente cuando el sobreencuadre captura su rostro frente a la cámara del soldado superior.


Rambo (Sofía Buenaventura). Imagen cortesía de Neón y Participant Media.


La trama se complica cuando el Mensajero, que está de visita para supervisarlos, se aleja del campamento para entregar el mensaje de la doctora a sus superiores y designa a Lobo como el encargado del clan, asignándoles de por medio la difícil tarea de cuidar a una vaca lechera llamada Shakira, que es muy importante para la organización. Shakira es de un color blanco que simboliza la pureza de los integrantes. Como son jóvenes y se ven libres de una autoridad adulta que los corrija, hacen cosas estúpidas, husmean a la doctora en su habitación, Lady y Lobo se enamoran entregándose a la pasión, celebran el cumpleaños de Rambo propiciándole una cadena de azotes, practican ceremonias tribales alrededor de una fogata y honran con disparos la relación de Lady y Lobo. Fuera de campo, uno de los disparos de la ametralladora de Perro alcanza a Shakira y termina matándola. Perro es castigado por el hecho. Ellos la descuartizan y se la comen para ocultar el incidente inventándose una mentira. El detonante, presumo, funciona para enunciar el desplome de los jóvenes como una agrupación colectivista, agudizado, a la vez, con el suicidio del lobo de la manada y las órdenes radicales del nuevo líder, Patagrande.


Los personajes subsisten en solitario mientras la ausencia de reglas y el aislamiento corrompe su sentido de moralidad, haciendo que rápidamente desaparezca su condición humana para dar paso a la faceta más salvaje de su comportamiento. Son adolescentes y niños soldados que pasan de la pubertad a la adultez por circunstancias bien escabrosas que los obliga a adaptarse a un entorno de barbaridad. Y construyen un consorcio caótico gobernado por la locura, la lucha de mando y la muerte. Naturalmente, en cualquier plano se manifiestan las inseguridades de cada uno cuando piensan en el asesinato, la sexualidad, el deseo y el sistema opresivo que los manipula. En lo profundo son chavales desesperados que sufren en silencio y anhelan una redención que les permita escapar del horror que los rodea.



Moisés Arias como Patagrande. Foto de Neon y Participant Media. 


Este significado se refleja, a mi parecer, cuando los personajes prueban el amargo sabor de la crueldad bajo el dominio errático e impulsivo de Patagrande, quien luego de asesinar a El Mensajero aplica un liderazgo extremista para asumir el control de la unidad y construir una banda independiente a base del robo, el terror y las ametralladoras. Todos comienzan a dudar de sus acciones, exceptuando a Perro y Boom Boom, que siguen Patagrande. Lady es la dependiente que necesita protección, por eso se escuda relacionándose con los jefes de la tribu. Sueca, anhela el cariño, y lo demuestra en la escena del bombardeo en el búnker donde besa a la doctora, pero su debilidad es la ingenuidad. Pitufo es el niño honesto que es condenado por decir la verdad y luego se arrepiente de estar ahí amarrado en un árbol por delatar a Patagrande. Rambo, siguiéndole los pasos a la doctora, intenta liberar a Pitufo para huir con él, pero es encontrada por Lady y huye sola despavorida, convirtiéndose en una de las primeras desertoras del régimen. Doctora, por su lado, ahoga a Sueca en el río utilizando las cadenas, recoge la ropa y escapa ignorando incluso el grito de ayuda de Pitufo.



Patagrande (Moises Arias), Lady (Karen Quintero) y Boom Boom (Esneider Castro). Imagen de Neón. 


Landes emplea esos mecanismos narrativos para desarrollar una alegoría de los orígenes de las guerrillas contemporáneas cuando estas se ven golpeadas, en efecto, por la desestabilización de las jerarquías de poder y por factores relacionados a la exclusión socioeconómica y la condición humana que solo aceleran la desintegración de la estructura. Lo mismo pasa con los protagonistas cuando se pierden en lo selvático, se separan y se adaptan a un ecosistema hostil para sobrevivir por su cuenta. Unos desean fugarse de la barbarie, y otros simplemente desean seguir peleando. Su mundo señala una sociedad dividida por la guerra, y, también, los efectos psicológicos que ejerce sobre los partícipes que se niegan a abandonar la vía de las armas. Aunque no se menciona la nacionalidad del problema ni la ascendencia étnica de los Monos, pienso que los aprovecha para referirse a la guerra civil en Colombia, pero desde la óptica de una tropa guerrillera que, como si fuese un adolescente confundido, se adecúa a un hábitat volátil para encontrar su identidad sin tener la más mínima idea de lo que es medir las consecuencias de sus actos. Al final, todos cambian por la guerra.



Rambo (Sofía Buenaventura) sobre el mar de nubes. Imagen de Neón y Participant Media. 


Para ser la primera película colombiana que veo sobre la colisión armada me llevo una sorpresa. Es una experiencia sensorial. Me produce un inmenso placer observar los panoramas impresos por el gran plano general y esa iluminación que captura los personajes a contraluz a merced del ocaso. Cualquier plano en la jungla me hipnotiza. La banda sonora de Mica Levi me transporta y me permite conocer los estados de ánimo de los personajes con timbales y sonidos sintéticos. Y las actuaciones del reparto, en su mayoría de actores no profesionales, me parecen apropiadas, de mucha demanda física, especialmente la de Julianne Nicholson como la doctora que sobrevive al salvajismo, y la de Moisés Arias como el líder megalómano que se vuelve loco. El ritmo es muy consistente. Nunca deja de parecerme provocadora cuando confronta las contraposiciones de las comunidades humanas.




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Ficha técnica
Título original: Monos
Año: 2019
Duración: 1 hr 42 min
País: Colombia
Director: Alejandro Landes
Guion: Alexis Dos Santos, Alejandro Landes
Música: Mica Levi
Fotografía: Jasper Wolf
Montaje: Yorgos Mavropsaridis, Ted Guard, Santiago Otheguy
Reparto: Moisés Arias, Julianne Nicholson, Sofia Buenaventura, Jorge Román,
Calificación: 7/10


Tráiler de la película


Sinopsis: Cuenta la historia de Rudy Ray Moore (Eddie Murphy), un artista que interpretó el rol de un proxeneta de prostitutas muy conocido en la década de los años 70 llamado Dolemite.


Ficha técnica
Título original: Dolemite Is My Name
Año: 2019
Duración: 1 hr 58 min
País: Estados Unidos
Director: Craig Brewer
Guion: Scott Alexander, Larry Karaszewski
Música: Scott Bomar
Fotografía: Eric Steelberg
Reparto: Eddie Murphy, London Worthy, Wesley Snipes, Craig Robinson, Mike Epps,
Calificación: 7/10

Crítica breve de la película


Me llevo una sorpresa viendo 'Mi nombre es Dolemite', la película de Netflix que dirige Craig Brewer sobre la figura de Rudy Ray Moore, ese comediante afroamericano y cineasta del cine blaxploitation de los años 70 que se hizo popular interpretando un personaje que creó llamado Dolemite. La historia me engancha atrevidamente durante dos horas. Es una comedia dramática sujeta a los mecanismos del biopic, aunque enseguida la estética que emplea transforma la narración en una carta de amor al cine. Es metacine sutil, enérgico y muy entretenido en su esquema de parodia. Se me hace imposible no reírme con el carisma de Eddie Murphy cuando se mete en la piel de ese cineasta de blaxploitation irreverente y malhablado, en lo que posiblemente sea una de sus actuaciones más memorables. El relato se ambienta en la década de los 70 en Los Ángeles y describe la vida de Rudy Ray Moore cuando atraviesa un momento difícil como artista, quedándose estancado en una tienda de discos mientras sueña con ser cantante famoso. La situación socioeconómica lo lleva a cambiar de idea con tal de lograr su propósito, consiguiendo la fama como comediante stand-up al crear su alter ego, Dolemite, y, también convirtiéndose en productor y actor en el rodaje de su propia película de explotación negra. El conflicto se resuelve con simplicidad. El ritmo es placentero. Encuentro muy agradable las acciones del protagonista, al verlo transitando junto con sus colegas por los clubs nocturnos para exhibir su colorido vestuario de chulo y los diálogos cargados de rima y humor, blandiendo un bastón y recurriendo a su ingenio, cada vez que es rechazado, para burlar los prejuicios y los estereotipos de la industria del entretenimiento, cosa que Brewer aborda con cierta sutileza en todo momento con un comentario sobre la diversidad étnica y cultural de un grupo que se independiza exigiendo sus derechos. Es una película bien divertida.   



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No quiero ni imaginarme lo que pasa por la cabeza del director alemán Fatih Akin para dirigir una película como 'El monstruo de St. Pauli', aunque supongo que la ha rodado con el único propósito de provocar a los espectadores más sensibles hasta hacerlos vomitar. Conmigo, desafortunadamente, no lo consigue. No cuenta nada novedoso, tampoco me perturba la brutalidad. Me resulta muy aburrida y percibo en todo momento una carencia de sustancia psicológica que se adhiere a la vida del repugnante protagonista. Está basada en la novela de Heinz Strunk, que relata un caso de la vida real. El protagonista es Fritz Honka, un hombre tan deformado como el jorobado de Notre Dame que tiene cuatro cualidades esenciales que moldean su personalidad: la xenofobia, el alcoholismo, la misoginia y la psicopatía descontrolada que se refleja cuando asesina prostitutas y oculta las partes de los cadáveres en su apartamento. O sea, la viva imagen de un demente en potencia. La trama explora la mente de este señor cuando anda buscando su siguiente víctima en los pubs nocturnos de los suburbios de Hamburgo en los años 70. Sospecho que el motivo principal por el que se dedica a la profesión de asesino en serie es, primero, por el pasado maldito proveniente de una existencia disfuncional y, segundo, la frustración causada por el rechazo constante que recibe de las mujeres hermosas que se burlan de su apariencia y de las feas que se niegan a tener sexo con él. El personaje me parece creíble por la manera en que lo interpreta Jonas Dassler, pero en seguida sus acciones se ven agotadas por una redundancia fatigosa. Solo le sirve a Akin para abordar un discurso de la decadencia moral y el odio causado por la condición socioeconómica de la gente de los bajos fondos. Su narrativa es un pretexto que nunca escapa de la vacuidad.



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Calificación: 4/10




Se supone que debo sentirme muy asustado con lo que pasa en 'Cementerio de animales', pero en un extraño giro de eventos, me siento más aterrado de mi capacidad para aburrirme. Creo que he alcanzado nuevos niveles, y me da mucho miedo. La película, que es una nueva adaptación de la obra de Stephen King en manos de los directores Kevin Kölsch y Dennis Widmyer (ni idea de quiénes son) y un remake de la película del 89, me parece bastante chapucera y no deja de reducirse todo el tiempo a los mecanismos previsibles de la narrativa del terror sin añadirle, en ningún momento, un trozo de textura al perfil psicológico de los personajes. Todo luce muy arreglado para que inicie el show sobrenatural. Hasta cambian los estereotipos de la familia para complacer a los bobos políticamente correctos. Narra la historia del Louis Creed, un doctor que se muda con su esposa, Rachel, y sus dos hijos, Gage y Ellie, a un pequeño pueblo de Maine, donde gracias a su vecino, Jud Crandall, descubre un terreno maldito en el cementerio de animales en las profundidades del bosque que le hace la vida imposible. Cuando son golpeados por la tragedia, me veo fatigado y al rato deja de importarme en lo más mínimo los problemas que tienen con el gato endemoniado, las alucinaciones de los muertos que regresan para atormentarlos, las visitas al bosque de la muerte, el peligro de la hija exhumada que vuelve invadida por una entidad diabólica para vengarse. Aunque todo eso me resulta redundante, formula un comentario que tiene cierta coherencia cuando habla sobre la culpa, el duelo y el dolor intrínseco provocado por los traumas del pasado. Rescato el estilo visual que crea esa atmósfera tan oscura, y la actuación secundaria de John Lithgow. Lo otro es puro cliché.



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Calificación: 4/10



Finalmente pude ver 'Star Wars: Episode IX - The Rise of Skywalker', la película dirigida por Abrams que representa la conclusión a la saga de Skywalker creada por George Lucas. Me sorprende la capacidad que tengo para evadir los spoilers en las redes sociales. La vi desconociendo lo que sucede. Y aunque en un principio la disfruto, pronto me invade la sensación de que atraviesa terrenos familiares cuando recurre a la tarea de reciclar de mecanismos narrativos que buscan la complacencia. Casi no me sorprende nada. Me resulta previsible, a pesar de que me agradan algunos de los personajes, como ese malvado Kylo Ren que interpreta Adam Driver. La trama ubica los eventos un año después de 'Los últimos Jedi', donde Rey y sus compañeros de la Resistencia, Poe Dameron y Finn, intentan localizar un antiguo artefacto de los Sith para dirigirse hacia Exegol, un planeta misterioso que aparentemente albergar a Palpatine y a toda una flota de la Primera Orden que esperan las órdenes finales para acabar con todo. Al saber eso yo me quedo en mi asiento muy contento esperando ver un episodio de ópera espacial como en los viejos tiempos, pero no lo encuentro. Hay un poco de relleno en el desarrollo de las subtramas y de los personajes, algunas se ensamblan sin mucha cohesión, y el ritmo luce apresurado en esa persecución a contrarreloj para acabar con el villano. Mis elogios se concentran en esa banda sonora del maestro Williams que conquista mis oídos en todas las escenas, los efectos visuales que crean esos maravillosos mundos intergalácticos y la secuencia de acción cerca de la batalla climática en la que se subraya que la unión hace la fuerza. Es una pena que el espectáculo termine de esa manera. Imagino que ahora toca descanso de 'La guerra de las galaxias'. Es algo artificiosa, una película de término medio que cierra precipitadamente la famosa saga de la ópera espacial.



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Calificación: 6/10



Siento que hay buenas intenciones en 'Amanda', el drama que dirige el francés Mikhaël Hers. Retrata la vida cotidiana con cierta naturalidad, con detalles minuciosos, abordando un tema muy serio que me pone a pensar en algunas escenas. Pero me muestro ajeno a sus sensibilidades. Cuenta la historia de David, un joven idealista de unos 20 años que anda por las calles parisinas sin un rumbo aparente, ganándose la vida con pequeños trabajos que apenas alcanzan para pagar la renta y evitando a toda costa cualquier responsabilidad de la adultez como el matrimonio o tener hijos. Su vida da un giro, primero, al enamorarse de Lena, una vecina que acaba de mudarse y, segundo, con la trágica muerte de su hermana mayor en un atentado terrorista. A partir de entonces debe cuidar a su sobrina de siete años, Amanda, para que la trama avance y se pueda colocar un discurso sobre el dolor, el duelo, la bondad y los vínculos familiares, cosa que se logra también con un tono austero distanciado de cualquier pretensión melodramática. Uno de los problemas que observo es que Hers no profundiza demasiado en los personajes, los abandona en la superficie de los conflictos. Deja que sus acciones, los gestos y las miradas comuniquen lo necesario, en ocasiones iniciando las escenas con una elipsis que hace que los encuentros que David tiene en la calle con otras personas terminen siendo redundantes y previsibles. El color es acertado al describir las sensaciones de los protagonistas. La actuación de Vincent Lacoste es aceptable, aunque se queda sin fuerza. Prefiero la interpretación de la pequeña Isaure Multrier, que me parece muy creíble cuando se ríe junto al tío que ahora es su padre y solloza por la madre que la dejó huérfana. No encuentro más nada. Es una película convencional sobre las heridas familiares.



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Calificación: 5/10


En mi crítica de esta semana hago un análisis que abarca en resumen la explicación del final de 'Mujercitas', la segunda película de Greta Gerwig.




Entiendo que la historia de Mujercitas, la novela de la escritora norteamericana Louisa May Alcott publicada en 1868, se ha llevado al cine en siete ocasiones. Dos versiones mudas, una estrenada en Reino Unido en 1917 por el director Alexander Butler y otra en Estados Unidos en 1918 dirigida por Harley Knoles, se encuentran perdidas, y, presumo, ningún historiador viviente las ha podido ver. En 1933, Cukor dirigió un episodio pre-code protagonizado por Katharine Hepburn, que supuso la primera versión sonora del clásico. Una adaptación en Technicolor, protagonizada por June Allyson y dirigida por LeRoy para la MGM, se estrenó en 1949 con gran una acogida del público. Pasaron unos cuantos años hasta que la directora Gillian Armstrong se convirtiera en la primera mujer en adaptarla en 1994, con Winona Ryder como protagonista. Y en 2018, Clare Niederpruem quiso ser la primera directora en adaptarla en el siglo XXI, pero se fue por la vía fácil del recuento moderno. Me temo que la razón por la que se ha adaptado tantas veces a lo largo de los años es por resaltar un panorama simbólicamente femenino sobre la hermandad y la emancipación de la mujer en una sociedad patriarcal. Y este tema hoy en día está más de moda que nunca.


Pude ver la séptima adaptación del cuento de Mujercitas que pone por segunda a vez a Greta Gerwig en la silla de directora, en un intento de convertirse en la primera mujer en filmar en el presente siglo la obra de Alcott desde la raíz y renovar el discurso que contiene para que encaje con el feminismo de la posmodernidad. En cierto sentido lo consigue. Es un drama de época con pinceladas románticas. Por eso la veo muy entusiasmado pensando que sería una de esas películas sobre los estudios de la mujer que te sacan una sonrisa en la cara. Pero al rato me fatigan los sermones feministas que expone a través de la vida doméstica de la protagonista que interpreta Saoirse Ronan (colaborando otra vez con Gerwig). Pienso que se destaca más por la autenticidad del período, el vestuario, la música de Alexandre Desplat y el rol de Ronan como esa escritora que anhela la libertad. Lo otro me resulta autoindulgente, fastidioso, tan edulcorado como un terrón de azúcar en una taza de café mañanero. No me transmite ningún tipo de emoción, salvo el aburrimiento durante dos horas eternamente largas. Se halla muy lejos de la gracia y de la sutileza de Lady Bird, esa comedia de mayoría de edad, casi autobiográfica, con la que Gerwig debutaba para narrar la crisis de la adolescencia de una joven muy peculiar.




Emma Watson, Florence Pugh, Saoirse Ronan y Eliza Scanlen. Imagen cortesía de Sony Pictures.


La película comienza en 1868 en la ciudad de Nueva York, donde exhibe la vida de Josephine “Jo” March (Saoirse Ronan), una joven maestra que visita a un editor, el Sr. Dashwood (Tracy Letts) para negociar la publicación de una de sus obras. Se la publican bajo una serie de condiciones, las cuales ella tolera para ganar algo de dinero, aunque no quiere firmar con su nombre. Jo es una chica inflexible que cuestiona su entorno, principalmente cosas como la intolerancia y la institución nupcial. Tiene cuatro hermanas a las que apoya fraternalmente. Una es Margaret "Meg" March (Emma Watson), la enamoradiza y vanidosa del grupo; Amy March (Florence Pugh) es coqueta, irónica, la artista plástica que pinta paisajes en sus lienzos; Elizabeth "Beth" March (Eliza Scanlen), una muchacha idealista y algo tímida que posee una habilidad prodigiosa para tocar el piano. A veces, Jo discute con Amy, con el amigo adinerado de la familia, el impertinente Laurie (Timothée Chalamet), y con Friedrich Bhaer (Louis Garrel), un crítico enamorado de ella que critica constructivamente su trabajo literario. En el fondo ella desea ser una escritora reconocida. Y su única motivación es ser solidaria con su familia.



Saoirse Ronan y Eliza Scanlen. Imagen de Sony Pictures.


La narrativa, firmada con el guion de Gerwig, parece repetirse como las páginas en blanco de una fábula cuando recurre a la analepsis para describirme, desde el punto de vista de la memoria de Jo, la cotidianidad, el pensamiento y las vicisitudes familiares de las mujeres del siglo XIX. Todo se estructura para reivindicar la imagen de una mujer que se da cuenta de que la domesticidad es una herramienta poderosa para escribir literatura. Cualquier golpe de efecto lo acentúa con los diálogos que Jo sostiene a puertas cerradas con sus hermanas en las profundidades de la residencia, acompañados de paso con una voz en off que explica sus acciones. El problema, a mi parecer, es que la estructura carece de cohesión. Está desordenada. Al estar sujeta a los recuerdos y al presente de la protagonista, no solo los personajes secundarios son lacerados por la falta de desarrollo, sino también que los conflictos de ella son irremediablemente superficiales, carentes de una envoltura psicológica que sea reveladora cuando son colocados con una teatralidad muy aparente. Casi no hay tiempo para conocerlos.


Esta redundancia en la existencia de Jo se reduce a escenas cursis como en la que ella va junto a Meg a una fiesta y se siente como una extraña perdida entre tanta petulancia burguesa, la intromisión del confiado vecino Laurie con cada una de las hermanas de la familia March, la mañana de Navidad en la que su madre Marmee (Laura Dern) convence a las niñas para darle de comer a los niños hambrientos del barrio, la escena en la que la jamona tía March (Meryl Streep) conversa con Jo para persuadirla de que se case con un hombre rico, la atracción entre Laurie y Amy, la frivolidad de Meg al confesarle a su esposo que está cansada de ser pobre solo para que él se sienta culpable, la trágica muerte de Beth a causa de la fiebre que sitúa a Jo en un estado profundo de duelo, los sentimientos de Laurie hacia una Jo indecisa, el corte de pelo que Jo que anuncia su independencia.



Florence Pugh, Saoirse Ronan y Emma Watson. Foto de Sony Pictures.


Gerwig no solo presenta a Jo como una mujer que se enamora de su libro y que sueña con ser escritora, sino como el pilar masculino de un hogar de mujeres en la cual los hombres están excluidos a un segundo plano (ella misma afirma que quiere ser un chico). Además de su carácter pesado, Jo comparte características o comportamientos considerado típicos de una tomboy. Pero lo disimula. Su individualismo está justificado. Siempre objeta las convenciones sociales y la economía del matrimonio para condenarlas como una forma de esclavitud que encadena a la mujer que anhela ser libre. Y su propósito es, precisamente, escapar de esa trampa haciendo lo que le apasiona, cosa que efectúa cuando el Sr. Dashwood acepta publicar su novela "Little Women" y negocia los derechos de autor (simbolizando una posible igualdad). Es una mujer que piensa que la sociedad y sus organismos han descompuesto la pureza de la gente y protege a sus hermanas para que no caigan en el gancho.



Saoirse Ronan como Jo March. Foto de Sony Pictures.


Me atrevo a decir que el empeño de Gerwig es utilizar a la heroína como una visión biográfica de sí misma y tratar de establecer, a través de su efigie, una metáfora sobre el significado de la sororidad. Los personajes que muestra son mujeres autónomas y talentosas, alejadas de las etiquetas de cosificación y capacitadas para afrontar los problemas sociales y los prejuicios de género mediante un empoderamiento colectivo. Construye una confraternidad femenina basada en el apoyo, el afecto, la labor y la solidaridad, estableciendo un principio de autonomía con el vínculo de las protagonistas que coexisten en la misma vivienda para rechazar cualquier posibilidad de sumisión de parte de la opresión patriarcal. Son mujeres que renuncian a la doctrina de confrontar el papel que se espera de ellas en el período que viven. La casa es su refugio. Es un alegato de la feminidad que se refleja en la intimidad de la vida doméstica de cuatro mujeres distintas.



Emma Watson, Saoirse Ronan, Florence Pugh y Eliza Scanlen. Fotograma de Sony Pictures.


Incluso escribiendo todo eso para desahogarme, solo me dejo sermonear por la película con las apariciones esporádicas de la protagonista, la cual, admito, está muy bien interpretada por Ronan cuando le añade veracidad e imprime emociones como la alegría, la tristeza, la soledad, el disgusto y el estrés en los momentos en que interactúa con sus hermanas. De nada me sirve que el estilo visual acentúe los estados emocionales con la iluminación cálida y fría, o que la música empática fracase al intentar sacarme lágrimas. Lo demás me huele a adoctrinamiento barato, de burgueses insufribles que no tienen ni idea de lo que es el mundo exterior. Me importa un bledo lo que pasa. Es una película aburrida que intenta venderme como renovador lo que no deja de ser un producto bastante sentimentaloide y folletinesco del feminismo. 



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Ficha técnica
Título original: Little Women
Año: 2019
Duración: 2 hr 15 min
País: Estados Unidos
Director: Greta Gerwig
Guion: Greta Gerwig
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Yorick Le Saux
Montaje: Nick Houy
Reparto: Saoirse Ronan, Timothée Chalamet, Emma Watson, Florence Pugh, Eliza Scanlen, Laura Dern, Meryl Streep
Calificación: 5/10




Tráiler de la película