En Cocote, Nelson Carlo De Los Santos recurre a una poética de la venganza para entregar una cinta con un estilo visual camaleónico, poético, formalista, sujeto a los semblantes del documental y a una estructura que rechaza convenciones con la finalidad de dialogar, supongo, sobre las maleabilidades de las tradiciones dominicanas desde una óptica socioantropológica. La trama sigue a Alberto, un jardinero evangélico devoto que trabaja para una familia adinerada de Santo Domingo y viaja en moto a su pueblo natal en una provincia del sur para asistir al velatorio de su padre asesinado a manos de un policía corrupto, enfrentándose a la presión familiar para vengar la muerte mediante un ciclo de violencia ancestral —cuando se entera de que su padre en realidad ha sido asesinado por viejas deudas y su familia espera que él responda con la diplomacia del machete—, todo ello enmarcado en un contexto de pobreza, injusticia y ese sincretismo religioso que fusiona el vudú dominicano con elementos cristianos. Este conflicto entre la fe protestante evangélica del protagonista, que promueve el perdón, y las demandas culturales de retaliación heredadas de los rituales de "cocote" —término criollo para "cuello", aludiendo a la decapitación simbólica o literal en venganzas por cuestiones sociopolíticas—, se desarrolla en una narrativa no lineal de cinco capítulos que retrata con autenticidad costumbrista la cotidianidad dramática de las comunidades rurales; donde la gente baila, bebe ron y vive sujeta a tradiciones folclóricas y dogmas mágico-religiosos arraigados en el sincretismo cristiano-africano desde la era poscolonial. Lo radical, no obstante, se encuentra en los dispositivos que De Los Santos, con montaje pausado, vierte sobre el encuadre para describir los episodios con una sutilidad estética que privilegia la austeridad formal y la observación contemplativa que se manifiesta en los rituales culturales sincréticos y los conflictos internos de un hombre que se enfrenta a la imposibilidad de abandonar sus creencias ancestrales, rechazando las narrativas tradicionales para priorizar una experiencia sensorial y reflexiva sobre la identidad híbrida caribeña. De manera similar a la puesta en escena sobria de Jean Gentil, su formato cuadrado en proporción 1.33:1, inspirado en proporciones fotográficas estandarizadas, concibe un encuadre restrictivo que induce claustrofobia e intimismo, donde el espacio visual se contrae para intensificar la presencia ritualística de la santería vudú —como los “rezos a santos”, los bailes exóticos en fiestas de palo y “baños espirituales” de velorios de nueve días— y la venganza familiar en entornos campesinos, aglutinando lo etnográfico con lo poético mediante secuencias que alternan entre blanco y negro (para un tono documental atemporal) y color (para plasticidades pictóricas contemporáneas), subvirtiendo la frontera entre lo documental y lo ficcional. Los sonidos ambientales —gritos rituales extáticos, murmullos de la naturaleza como el viento en los campos de caña, y silencios prolongados que subrayan la introspección del protagonista— conforman un diseño sonoro minimalista que amplifica las capas metafóricas de corrupción poscolonial (representada en la impunidad policial y la desigualdad de clase de la gente silenciada por debilidades institucionales), herencia cultural taíno-africana, y creolización del lenguaje dominicano, sin recurrir a diálogos expositivos o efectos ostentosos que afecten la autenticidad. El uso del sobreencuadre, la elipsis, el fuera de campo, el campo-contracampo, el primer plano, el picado-contrapicado y el plano fijo sintetiza la transformación del personaje en algunas escenas. Este ejercicio de esteticismo, con iluminación natural que encuadra la textura cruda de los paisajes rurales —polvo, sudor en los rostros, sombras a contraluz en el atardecer— y una profundidad de campo que integra a los personajes con su entorno comunitario (procesiones fúnebres, mercados locales), se alinea con el realismo dramático de una manera sutil. La actuación de Vicente Santos como Alberto, aunque algo dúctil en el desarrollo del personaje, me resulta orgánica al transmitir emociones complejas a través de la mirada, gestos y silencios. Cuando él está en escena, De Los Santos compone un estudio socioantropológico de un sujeto aislado en comunidad marginada por las élites urbanas, manteniendo al protagonista casi siempre presente en el encuadre con una economía de recursos audiovisuales que encadena composición, colores, sonidos, música, formatos y simbolismo para ofrecer una mirada camaleónica que, en pocas palabras, es bastante intimista.
Título original: Cocote
Año: 2017
Duración: 1 hr 46 min
País: República Dominicana
Director: Nelson Carlo de Los Santos Arias
Guion: Nelson Carlo de Los Santos Arias
Música: Scott Bomar
Fotografía: Roman Kasseroller
Reparto: Vicente Santos, Yudith Rodríguez, Yuberbi de la Rosa, Isabel Spencer,
Calificación: 7/10
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